Las primeras calores me traen recuerdos de la adolescencia, cuando la calle era el lugar de todos los encuentros y todas las escapadas. Allí se congregaba la tribu de los amigos para perseguir a las chicas que nos hurtaban un primer beso siempre esquivo y vergonzoso. Mientras llegaba, nos entregábamos a las notas de ese piano que siempre creímos nos susurraba ante la frustación: “déjalo ser”. Todos los veranos esperábamos al amor en aquellas horas de desesperación.
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