martes, 15 de diciembre de 2009

El fuego es más vivo hoy que ayer

Cuando atiendes la actualidad que reflejan los periódicos, parece que las cosas que suceden hoy en día son las más relevantes de la historia. Incluso se añade ese adjetivo de "histórico" para destacar cualquier hecho nimio que pronto será olvidado. En cada época, sus contemporáneos creen que el peso de su tiempo es el más importante de todos los vividos. Así nos enfrentamos a unas disquisiciones en las que parece que nos jugamos el futuro del mundo. Sin embargo, cuando miras hacia atrás, con perspectiva de verdad histórica, vislumbras que el parpadeo del instante presente es en realidad una brizna que apenas manchará el relato colectivo. Pienso estas cosas cuando leo los renglones de lo cotidiano: cumbre climática en Copenhage. referéndum secesionista en Cataluña, activista saharaui en huelga de hambre, crisis económica, Barack Obama, piratas en Somalia, terrorismo fundamentalista, casos de corrupción, Zapatero, Rajoy, aborto, la iglesia, etc. Es cierto que son las referencias de este momento, o la parte de la realidad que destacan los medios, que subyugan nuestra ofuscación convirtiéndolas en catogorías universales. Sin embargo, para la mayoría de la población son asuntos que no alterará sus rutinas. Pero los consumimos con la voracidad de quien se siente afectado por ellos y los juzgamos con los valores miopes de nuestra cultura occidental. Así creemos que el fuego de los acontecimientos es más vivo hoy que ayer. Es una simple ilusión.  

viernes, 11 de diciembre de 2009

Liturgia de Navidad

El calendario está salpicado de fechas simbólicas que nos hacen más llevadero el discurrir del tiempo. La Navidad es una de ellas, tal vez la más importante. Se celebra en casi todo el mundo, al menos en el mundo occidental, donde nuestras necesidades básicas están cubiertas y podemos dedicarnos a festejar hechos fantásticos, de difícil veracidad científica y discutible utilidad. Pero todas las culturas adoptan una representación simbólica de la realidad. Y ésta pertenece a la nuestra. Contiene las claves de nuestra interpretación colectiva y ya no hay forma de modificarla, aunque se amolda a los usos de cada época. Por eso no hay navidad sin consumismo espasmódico. El materialismo más puro sustituye al pretendido espiritualismo de la fiesta para adorar el nacimiento del consumo desbocado. No es la felicidad por mucho que se subraye su relación. El verdaderamente feliz es el comercio que, paradógicamente, hace su agosto. Más que liturgia de Navidad es liturgia del sistema, al que nadie cuestiona. Y brindamos con champán por ello. ¡Salud, blogueros!

Máscaras

Somos actores. En cada momento nos estamos representando ante los demás, intentando transmitir una imagen de nosotros mismos más ideal que real. Lo hacemos involuntaria o intencionadamente. Pero lo hacemos. No hay aspecto que no cuidemos para parecernos al ser virtual que creemos ser. Así, en cada circunstancia, hablamos de una manera o de otra, nos vestimos con distintos ropajes, incluso nos adornamos con objetos y abalorios para satisfacer aquellas expectativas estéticas que consideramos adecuadas. Adoptamos formas de andar, gestos y posturas, nos integramos en grupos, compartimos hábitos y valores, y asumimos tan seriamente la representación que, a veces, bordeamos el ridículo. Y nos convertimos en un disfraz, una vieja máscara que apenas engaña ya a nadie y sirve tan sólo para ocultar nuestra derrota. La vida es un teatro donde todos vamos enmascarados.