martes, 31 de octubre de 2017

A vueltas con la hora

La madrugada del pasado domingo se procedió a retrasar una hora en los relojes para adaptarnos al horario de invierno, un cambio que, desde la crisis energética de 1973, lleva realizándose en todos los países de la Unión Europea con la finalidad de ahorrar energía, adaptando la actividad al ciclo de luz solar. Dos veces al año, se procede desde entonces a adelantar y retrasar la hora el último domingo de marzo y octubre, respectivamente, para aprovechar al máximo la luz solar, cumpliendo así una directiva europea que, entre otras cosas, unifica el cambio horario en la mayoría de países del Continente, salvo Inglaterra y Portugal. Y en cada ocasión, la medida genera una discusión recurrente entre partidarios y detractores de cambiar la hora, dando ocasión a encendidos debates tabernarios, incluso entre los miembros de las familias, sobre los efectos o las causas de estas modificaciones horarias.

En realidad, retrasar una hora en invierno ubica a España durante cinco meses (de octubre a marzo) más cerca del huso horario que le corresponde geográficamente, según la zona del Tiempo Universal Coordinado (UTC) que tiene como referencia el meridiano de Greenwich. Pero, aún retrasando esa hora, España mantiene todavía una hora de diferencia adelantada (UTC+1) por el cambio que se produjo durante la Segunda Guerra Mundial que, a pesar del carácter temporal con que se hizo, nunca llegó a corregirse. Es por ello que España se rige, en la actualidad, por la Hora Europea Central (Berlín) en lugar de la que le corresponde de Europa Occidental (Londres), razón por la cual tenemos una hora de adelanto con respecto al sol en invierno, y dos en verano.

La hora en España no se adecua escrupulosamente con el huso horario en el que se halla. Estos husos horarios se establecieron en el siglo XIX con el fin de determinar la hora universal. A partir del meridiano de Greenwich, considerado meridiano cero (UTC OO), la Tierra se divide mediante líneas de polo a polo (meridianos) en veinticuatro zonas, de 15 grados cada una, correspondientes a las veinticuatro horas del día. Desde la UTC OO (Greenwich, ya que por alguna había que empezar), se va sumando una hora por zona en dirección este, o se resta en dirección oeste. Cada zona es un huso horario. Adaptarse a ellos es una convención que, en muchas ocasiones, viene determinada por intereses políticos y no sólo geográficos, como el que motivó aquel adelanto de una hora en España (y otros países), en 1942, durante la Segunda Guerra Mundial para adaptarse al horario de Berlín. Más tarde, como consecuencia de la crisis energética causada por el embargo que impusieron los países exportadores de petróleo en el año 1973, se decidió igualmente por motivos político-económicos volver a modificar los horarios para aprovechar la luz solar con la intención de ahorrar energía. Esta es la causa “oficial” por la que se cambia, desde entonces, la hora dos veces al año en nuestro país. Sin embargo, según diversos estudios, dicho ahorro, si es que existe, sería muy escaso, casi insignificante. Lo que sí es cierto es que el alargamiento de las horas de luz por la tarde, durante el verano, beneficia a la actividad turística, la mayor industria española. Y ello es más importante que el supuesto ahorro energético.

Como vemos, mucho más que la cuestión técnica acerca del huso que debería regir el horario en España, dada su ubicación geográfica, el cambio de hora genera controversias por las alteraciones que ocasiona en los ritmos circadianos de las personas y en las costumbres o hábitos sociales, laborales y hasta familiares de la población. Es decir, aparte de las conveniencias económicas de la medida, las críticas provienen de los trastornos que ocasiona la desincronización de nuestro reloj interno con los ciclos de luz y oscuridad modificados con cada cambio horario. Esa periódica desincronización entre los ciclos de vigilia/sueño con los de luz/oscuridad puede suponer, para muchas personas, problemas a la hora de conciliar el sueño, cambios en el estado de ánimo, trastornos alimenticios y hasta alteraciones en el rendimiento intelectual y físico. No tener sincronizado nuestro reloj interno con nuestro huso horario acarrea toda una serie de problemas que la investigación científica tiene suficientemente demostrados y contrastados.

El horario actual, más cercano al huso horario que nos correspondería, es más acorde con el ritmo circadiano o reloj biológico de nuestro organismo, lo que sin duda influye también en nuestra actividad y productividad. De ahí que, desde diferentes sectores sociales (empresariales, laborales, domésticos, etc.), se aconseje, cada vez con más insistencia, una racionalización de los horarios, tendente a evitar esas jornadas interminables, hasta las 9 ó 10 de la noche, que nos diferencian del resto de Europa.

Y es que, alargar las horas diurnas en verano, impide que nadie se acueste temprano si hasta las 10 de la noche todavía hay luz, lo que conlleva que los españoles seamos los europeos que menos dormimos, casi una hora menos que los del resto del continente.

Y aunque somos también los que más tiempo pasan en el trabajo (más de 200 horas al año que un alemán, por ejemplo), no somos los más productivos, entre otros motivos, porque no aprovechamos convenientemente las horas de luz por la mañana, como nos predispone nuestro reloj interno. Está demostrado que la jornada intensiva en el trabajo reduce el absentismo laboral y aumenta la productividad, según una investigación de la Universidad de Zaragoza. Todo ello tendría consecuencias en nuestros hábitos sociales, educativos y culturales, de los que somos renuentes a cambiar, y que es, justamente, lo que sale a relucir en todas las discusiones que mantenemos, cada año, a vueltas con la hora. Somos así: viscerales más que racionales.

sábado, 28 de octubre de 2017

Santa Cruz de la Salceda

Guiados por el afán indeclinable de adentrarnos por la España profunda, recorriendo los rincones más recónditos de nuestra geografía, alejados de las rutas del bullicio embrutecedor del turismo de masas, recalamos en un minúsculo pero hermoso pueblo, de algo menos de 200 habitantes, ubicado en plena comarca de la Ribera del Duero burgalesa, a medio camino entre Madrid y Burgos. Se trata de la aldeana localidad de Santa Cruz de la Salceda que, aparte de su sobrio encanto natural, vitivinícolo y gastronómico, alberga el primer y único museo de España dedicado a los aromas y olores. Quienes visitan esta curiosidad museística, en un receso del frenesí por conocer algunas de las innumerables bodegas de la zona, tienen la oportunidad de poner a prueba su destreza olfativa para distinguir y reconocer, en una sorprendente experiencia lúdica, los olores del vino, las fragancias de los perfumes y los aromas relacionados con la naturaleza, las especies, los alimentos y hasta los recuerdos que se conservan, aunque lo ignoremos, de la infancia o del colegio. Aromas asociados a imágenes o recuerdos que nos transportan a épocas que creíamos olvidadas, pero que siguen ahí, enterradas en nuestra memoria.

Santa Cruz de la Salceda es uno de esos pueblos perdidos entre los surcos de España, en el que uno puede sumergirse en el paisaje austero y silencioso de la vieja Castilla, como la describiera Miguel Delibes en sus obras, con esa palabra precisa que le caracterizaba y su respeto insobornable a la naturaleza y a los seres humanos. Este pueblo es un simple bosquejo de localidad, con su cruz de piedra vigilando desde lo alto de una loma, donde uno puede entregarse a la seducción contemplativa de lo rural y, por ello mismo, de lo auténtico no contaminado con la artificialidad superflua de lo destinado al consumo inmediato. A un tiro de piedra de Aranda de Duero, Santa Cruz de la Salceda se recuesta sobre la falda de una de las colinas por donde discurre suavemente el río Duero, rodeado de pequeñas plantaciones de viñedos y de algunos chopos que se elevan esparcidos por el paisaje. Forma parte de una comarca con Denominación de Origen en la que, desde Valladolid a Soria y de Segovia a Burgos, más de 100 pueblos, repartidos en una franja de unos 115 kilómetros, siguen empeñados en sacar provecho de unas condiciones medioambientales excepcionales para el cultivo de la vid y obtener de su zumo un vino igualmente excepcional.

Vale la pena, pues, desviarse de la autopista y acercarse a pueblos como Santa Cruz de la Salceda, aunque sólo sea para descubrir los placeres de una tierra de vinos míticos y platos insuperables de la cocina castellana. Es una experiencia para los sentidos que nos reconcilia con la humildad –y la hermosura- de lo sencillo y puro.
 
 


(Fotos: D.G.Bonet)

miércoles, 25 de octubre de 2017

¿Freno a la insurrección?

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno
El Gobierno de España ha activado la aplicación del artículo 155 de la Constitución para destituir al Govern catalán y restaurar la legalidad democrática y la normalidad institucional en la Generalitat hasta que se convoquen unas elecciones autonómicas en Cataluña, en el plazo de seis meses, de las que se espera surja un nuevo Ejecutivo que garantice el respeto a las leyes, el Estado de Derecho y la voluntad mayoritaria de los ciudadanos de aquella Comunidad, expresada esta vez en urnas de verdad transparentes y legales, sin mentiras, sin coacciones y sin trampas. El Gobierno confía, así, poner freno a la insurrección a la que se había entregado una Generalitat presidida por Carles Puigdemont, bajo la “dirección” radical de la presidenta del Parlament, Carmen Forcadell, y la participación de otras fuerzas y organizaciones independentistas. Se trata, en definitiva, del último recurso de que dispone el Gobierno tras la batería de medidas judiciales y policiales que, hasta la fecha y a pesar de su rigor, no han servido para desactivar la deriva secesionista de los empeñados en declararse en rebeldía e incumplir cuántas leyes se pongan por delante (incluyendo el propio Estatuto catalán y la Constitución) para presentarse como víctimas de una supuesta opresión y falta de libertades con tal de lograr el multitudinario refrendo ciudadano, y la simpatía de la opinión extranjera, que justifique una declaración de independencia de Cataluña por la vía de los hechos consumados y forzados, no con el respaldo de la ley ni la razón histórica y social de su parte.

La cuestión que emerge con ello, más allá de la formidable crisis creada que causará profundas heridas entre los catalanes y los españoles que no cicatrizarán en decenios, es si la consulta a los ciudadanos promoverá un nuevo Govern que se acomode a la legalidad constitucional y diluya realmente la insurrección a la que se había apuntado el anterior gobierno en su rebeldía. Tal es la incógnita que queda por resolver después de adoptar una medida excepcional que no garantiza por sí misma ningún resultado, a pesar de que se ha tenido que recurrir a ella tras el desprestigio de las instituciones, el deterioro en la vida de muchos catalanes, la fuga masiva de empresas, el enfrentamiento social y la ruptura de la convivencia. Una medida legal por parte del Estado para afrontar un ataque que tomó por asalto, aunque de manera pacífica, la Constitución y el Estatuto de Autonomía para invalidarlos, haciendo caso omiso de las sentencias del Tribunal Constitucional y las advertencias de los interventores del Parlament y del Consejo de Garantías Estatutarias. Y vulnerando, además,  los derechos de una oposición a la que se privó de voz y del deber de control al Ejecutivo.

Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat
Ahora, el recurso a unas elecciones autonómicas abre varios escenarios en función de sus resultados: desde una repetición del anterior reparto parlamentario, hasta un trasvase de votos a las fuerzas constitucionalistas por parte de un electorado hastiado de enfrentamientos y disputas e, incluso, un reforzamiento de la mayoría independentista. Sin una CiU (antigua coalición nacionalista no independentista) que aglutine el voto nacionalista burgués y moderado, transformada ahora por causa de la corrupción de sus líderes en franquicia del independentismo de Esquerra Republicana y sometida a los dictados de los antisistemas de la CUP, el abanico de posibilidades se constriñe en perjuicio del electorado, dejándole sólo las alternativas ya indicadas. Más aun cuando Ciudadanos y Podemos (Colau incluida) –los ya no tan novedosos partidos emergentes- compiten por el voto que acaparaba el Partido Popular, a un lado, y los soberanistas y el PSC (socialistas), por el otro. Con semejante panorama todo puede ocurrir, aunque se confía en que la mayoría social no independentista acuda a votar masivamente para hacer valer su peso frente a esa minoría chillona, y con una proverbial habilidad para organizar movilizaciones, que ha protagonizado el enfrentamiento político en Cataluña.

De ahí que los interrogantes se vuelvan, además de pertinentes, angustiosos. ¿Se logrará frenar la insurrección de Cataluña? ¿Se reconducirán la legalidad y la normalidad democráticas en aquella región? ¿O cabe la posibilidad de que se repita con las elecciones el mismo reparto parlamentario y el Govern resultante reincida en desobedecer las leyes y declarar a cualquier precio la independencia? Todo es posible y nadie está tranquilo. Europa tiembla ante la posibilidad de contagio separatista en diversas regiones de otros estados que también albergan sentimientos identitarios o supremacistas, fácilmente espoleados por los populismos de derecha e izquierda que anidan en el Continente. Y en España se temen las consecuencias, no sólo económicas, de las animadversiones desatadas por el conflicto catalán en la política, en la pluralidad social y cultural del país y en el modelo democrático y autonómico del Estado.

Artículo 155 de la Constitución
Las respuestas que se han de dar desde la ley para hacer modificaciones a la ley, a fin de satisfacer las demandas legítimas de una parte de la sociedad catalana, no son fáciles ni inmediatas, ya que implican reformas de la Constitución, asumir por parte de todos el respeto a los procedimientos y a la legalidad en los que basamos nuestra convivencia democrática y pacífica, y, sobre todo, repensar el modelo territorial y la diversidad cultural que encierra este viejo espacio comprendido por una inmensa meseta central –el macizo ibérico-, cordilleras limítrofes o divisoras, cuencas sedimentarias, una extensa costa que rodea la península y unas cuantas islas que la historia nos ha regalado. Una geografía peculiar que invita a vivir en compartimientos estancos y que nos hace ser un país –como lo describió en su guía el “curioso impertinente” inglés Richard Ford en el siglo XIX- inherentemente “inamalgamado” (unamalgamating), que no sabe “amalgamarse” para afrontar los retos.

No es más que un cliché desafortunado, naturalmente, además de interesado por prejuicios anglosajones de un “gentleman” de la época romántica, citado en el último libro del hispanista Ian Gibson, Aventuras ibéricas (p.37). Pero, como todos los estereotipos, algún rastro de tales características tópicas se detecta en la realidad. Porque los actuales pobladores de la cuenca del Ebro, nativos o acogidos, no se quieren “amalgamasar” con los del resto del país para, juntos, seguir formando una gran nación y afrontar conjuntamente los retos del presente y el futuro de España. Como si tuviéramos una maldición que nos impidiera reconocernos, cada cual con sus particularidades, como ciudadanos de este viejo y a la par interesante país, llamado España, de cuya “amalgamasada” historia Cataluña forma parte destacada. ¿Se frenará, pues, la insurrección que pretende separar a los catalanes de esta aventura histórica que afrontamos conjuntamente? Nada está escrito.

lunes, 23 de octubre de 2017

Miedo a las máquinas inteligentes


Los avances de la ciencia y la tecnología nos están acostumbrarnos a disponer y estar rodeados de máquinas eficientes y cada vez más complejas. En un principio, se crearon para ayudar al ser humano en tareas en que era requerida mucha mayor fuerza que la que el hombre era capaz de aplicar, máquinas rudimentarias cuyos motores impulsaban tractores que removían tal volumen de tierra y más rápidamente que lo que era posible con un simple arado arcaico. Así, de los carruajes tirados por animales pasamos a los vehículos a motor de explosión que incluso ya aparcan solos o avisan si te sales del carril y corrigen el rumbo, sin intervención del conductor. Y que del primitivo ábaco para el cálculo se haya evolucionado hacia las imponentes computadoras que procesan millones de datos y realizan innumerables operaciones matemáticas y físicas de manera casi instantánea. Sin tales ingenios, no existirían los viajes espaciales ni la mayoría de las comodidades que aligeran nuestra vida, desde el elevalunas eléctrico hasta el último modelo de teléfono celular que constantemente ubica la posición del portador vía GPS.

Pero este avance no se detiene y continúa dando pasos gigantescos en la sorprendente perfección de las máquinas. Ya no son automatismos ni programas o algoritmos informáticos más o menos sofisticados que permiten a las máquinas cumplir con su función de manera rápida, eficaz e, incluso, autónoma. Sino que algunas de ellas vienen dotadas con una incipiente inteligencia artificial (IA) que les posibilita, sin intervención humana, aprender continuamente. Es decir, máquinas capaces de aprender por sí mismas para, en un futuro no muy lejano, resolver todo tipo de problemas a los que puedan enfrentarse en el mundo real. Ello no es más que el resultado de la investigación en este campo concreto de la ciencia, en el que tan avanzada se halla la investigación en inteligencia artificial que, con lo logrado en máquinas inteligentes para jugar al ajedrez, ha quedado ya claro que el conocimiento humano puede ser incluso un lastre para su efectividad. Y es que se ha conseguido construir máquinas capaces de aprender, por si mismas, jugadas nuevas y estrategias más innovadoras y eficientes que las que el talento humano haya alcanzado en su historia, que hacen prescindible nuestros conocimientos, inteligencia y experiencia para enseñarlas o programarlas. Máquinas que aprenden a jugar desde cero, a partir sólo de las reglas del juego, basándose en el aprendizaje por refuerzo y practicando consigo mismas hasta alcanzar una destreza infinitamente mayor que la adquirida por cualquier ser humano. Entrenan a nivel sobrehumano y a una velocidad impresionante, sin ejemplos ni orientación previos, hasta que se vuelven invencibles y capaces de tomar decisiones, de momento sólo para jugar al ajedrez y después sobre lo que sea, sin que tales decisiones vengan contenidas ni previstas en su programación. Y tal posibilidad, sinceramente, me aterra.

Hace décadas que la investigación en tecnología sobre inteligencia artificial se está llevando a cabo con progresos cada vez más espectaculares, como el que estamos comentando del programa AlphaGo Zero, desarrollado por la división DeepMind de Google. El físico Roger Penrose, en un libro titulado La nueva mente del emperador1, advertía de que, aunque las máquinas pudieran realizar todo lo que la mente humana es capaz de imaginar, nunca comprenderían lo que están ejecutando, no serían conscientes de lo que hacen, como lo es un ser humano de cada uno de sus actos. Este insigne físico-matemático, profesor en su época de la Universidad de Oxford, quiso dar respuesta con su libro a un problema más filosófico que físico, el de la “mente-cuerpo”, al que los defensores de la computación electrónica y, por consiguiente, de la inteligencia artificial “fuerte” creen posible soslayar cuando se construyan máquinas capaces de “sentir” placer o dolor, belleza o humor, e incluso tener consciencia o libre albedrío gracias a algoritmos de elevadísima complejidad que convertirían a estos robots en máquinas “pensantes”.

Confieso que me desasosiega ese futuro robótico, ya que la facultad de pensar la creía exclusiva del ser humano, gracias a la cual, no sólo puede superar sus limitaciones físicas y los condicionantes del entorno natural, sino escapar del determinismo animal. Que esa herramienta la dispongan también las máquinas me espanta, puesto que, como se interroga Penrose en su obra, si éstas pueden llegar a superarnos algún día en esa cualidad en la que nos creíamos superiores, ¿no tendríamos entonces que ceder esa superioridad a las máquinas? Se me hace imposible imaginar un futuro en que la cumbre de la racionalidad lo ocupen las máquinas. De ahí el miedo que me ha producido tener conocimiento de la existencia de esa computadora con inteligencia artificial que aprende por sí sola a ser invencible..., de momento, jugando al ajedrez. Me da pánico.

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Nota:
1: Roger Penrose, La nueva mente del emperador, Mondadori España, S.A., Madrid, 1991.

jueves, 19 de octubre de 2017

De repente, otoño


Aunque astronómicamente comenzó en septiembre pasado, no fue hasta hace dos días que el otoño hizo acto de presencia en España. Y lo hizo de manera súbita, haciéndonos pasar, de un día para otro, de un veranillo extemporáneo, que la gente aprovechaba para prolongar los paseos por la playa, a jornadas tormentosas que causaban inundaciones, granizadas y el desplome de las temperaturas. En las cumbres más altas se aposentaron las primeras nieves y los campos sedientos, que mantenían a los agricultores mirando al cielo cada mañana, sintieron el alivio de un agua que alejaba el fantasma de la sequía. Climatológicamente, el cambio fue repentino y drástico, sin ninguna transición que graduara la sustitución de las prendas veraniegas por las de abrigo. De los ventiladores a la caricia tierna de las sábanas para conciliar el sueño, haciéndonos buscar ese calor grato de una compañía de cama y secretos. Y es que, de repente, el otoño vino a ocupar su espacio e imponer su tiempo, tal vez molesto por el retraso de su llegada y la bondad transparente de los cielos. De repente, tras hacerse desear, se nos ha caído encima el otoño, dispuesto a recuperar el tiempo perdido. Ya era hora.

miércoles, 18 de octubre de 2017

No es país para provocadores

Los grandes estandartes del columnismo mundial –o, al menos, eso se creen ellos-, aquellos que han adquirido su sabiduría directamente de las fuentes originarias aunque jamás del academicismo aburrido y estéril de una Universidad, los que dominan la hermenéutica y las razones estratégicas y también, cómo no, esotéricas de todas las políticas mundiales, desde Rusia a la Tierra del Fuego pasando por Venezuela e Israel, han depositado sus ojos y sus afamadas plumas sobre los padecimientos que sufre la isla de Puerto Rico tras el paso del huracán María, que completó la tarea devastadora de Irma, otro ciclón que había asolado anteriormente la isla. Y han sentado cátedra, como cabía esperar, alineándose con los desaires del presidente de EE UU al Estado Libre Asociado que esperaba del mandatario, en vez de rollos de papel higiénico y críticas populistas, la misma consideración que le merece cualquier otro Estado de la Unión, como Virginia, Texas o Florida, a los que no les niega ayuda de emergencia para paliar los desastres que se ceban con ellos. Para estos oráculos iluminados desde la cómoda periferia que no exige acreditaciones ni títulos, Puerto Rico se merece lo que está soportando, no a causa del huracán, sino por culpa de su economía, totalmente en bancarrota y sin posibilidad de recuperación si no se le concede financiación, ya que fue despilfarrada por unos gobernantes corruptos entregados al sexo, drogas y rock and roll. No es de extrañar que hasta Paul Krugman titule así un comentario: “que coman papel de cocina”. Esa fue, precisamente, la imagen que transmitió Donald Trump de su visita fugaz a la isla. Con tales anteojeras, es fácil elaborar un comentario trufado de medias verdades y sectarismo, convenientemente adornado de impertinencias, ofensas y provocaciones, como gusta a estos genios de la columna de opinión que siempre acaban tildando de ignorantes a quienes no aplauden sus desvaríos. Utilizan cualquier asunto para librar sus batallitas ideológicas y estilísticas, pues no pueden vivir sin llamar la atención aun con exabruptos.

Las dificultades económicas de Puerto Rico no obedecen, según estos intelectuales del insulto escrito como servidumbre a las soflamas incendiarias de Trump, a la crisis financiera que hundió empresas, bancos y fondos de inversión en todo el mundo, empezando en el mismo EE UU, sino a la mala gestión de los puertorriqueños. Tampoco a las exigencias del imperio para que las exportaciones desde la “colonia” borinqueña se realicen obligatoriamente en medios de transporte estadounidenses, mucho más caros que los de la competencia, lo que representa un handicap para la competitividad de lo producido en la isla. Ni siquiera a los obstáculos para buscar financiación en el mercado libre a causa de los vetos federales. Para el presidente más insolente de EE UU y sus acólitos aduladores, nada de ello ha incrementado las dificultades a las que se enfrenta Puerto Rico en su recuperación. Por eso, la hermosa Perla del Caribe sufre en solitario y sin apenas ayuda los desastres de una naturaleza desatada y furiosa que arrasó sus infraestructuras. Sin agua y sin luz, con colegios cerrados, calles y autopistas rotas y las telecomunicaciones interrumpidas, los puertorriqueños, ciudadanos estadounidenses desde hace cien años y que comparten pasaporte, moneda, ejército y lengua –junto al español- con el resto de la Unión, se enfrentan al desafío de volver a levantar y rehacer lo que era un vergel. Y no sólo natural, según calificación de hace unos años de la revista Finance Direct Investment, una publicación del diario británico Financial Times. Para ella, atendiendo al potencial económico, el costo de inversión, la mano de obra, la calidad de vida, las telecomunicaciones y el sistema de transporte, Puerto Rico era “el mejor país del futuro de la región del Caribe”. Sin embargo, hoy están solos, dejados a su aire y con la sensación de ser ciudadanos de segunda en un país, la mayor potencia del mundo, que les vuelve la espalda cuando debía mostrarse solidario y generoso, tal vez por las raíces hispanas y la endiablada defensa del idioma materno, que los puertorriqueños se niegan a dejar de hablar, y ese amor a su tierra y su cultura, del que no renuncian.

Los figurantes de la crítica mendaz y superficial ni siquiera contemplan, en su amargura claudicante, las fértiles relaciones de Puerto con España en épocas no tan lejanas, pero igual de opresivas, cuando podía dar asilo a los exiliados del fascismo español y acogía fraternalmente a poetas tan insignes y vulnerables como el Premio Nobel Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia Camprubí, Pedro Salinas, cuyos restos reposan en el cementerio de San Juan, y Francisco Ayala, incluso filósofos como María Zambrano en su peregrinar por “la patria del exilio”, músicos de la talla de Joaquín Rodrigo y Pablo Casals, y tantos otros. Pedirle a Donald Trump que tenga memoria, como máximo mandatario de un país plural, es un esfuerzo inútil para su capacidad intelectual y bagaje cultural, pero exigírsela a quienes pretenden exhibir su sabiduría en los medios escritos es una obligación que no pueden eludir. Porque no todos los temas para sus columnas pueden ser tratados con displicencia y torticeramente, sino con respeto a la verdad y dignidad a las personas aludidas. Y es que Puerto Rico es un asunto mucho más serio e importante de lo que esos opinadores veleidosos y egotistas pueden concebir para sus chascarrillos seudoperiodísticos y escasamente literarios. Puerto Rico no es país ni materia para los provocadores de la prensa “facha” de Miami, aunque se escriba desde España. 

lunes, 16 de octubre de 2017

Zarpazo sionista de Trump

Donald Trump, el ínclito presidente de EE UU, acaba de propinar un zarpazo, como de costumbre, a una de las organizaciones más loables del mundo: la UNESCO, la agencia de Naciones Unidas (ONU) que promueve y vela por la Educación, la Cultura y la Ciencia en todas las naciones del planeta. Para ello, Trump ha decidido suspender la contribución económica que EE UU presta a la organización porque considera que la UNESCO mantiene un sesgo antiisraelí y, en vez de atender su labor cultural, se dedica a hacer política, promoviendo programas, como señala un columnista conservador español, de “intervencionismo enemigo de las libertades”. El motivo real de la retirada norteamericana es la sospecha de que el organismo de la ONU abraza causas que chocan contra los intereses de Israel, como aquella decisión de la UNESCO de declarar la ciudad vieja de Hebrón, en la Cisjordania ocupada, “Patrimonio mundial palestino”. Como es notorio, Washington se opone a cualquier acuerdo de los organismos de la ONU que reconozca a Palestina como entidad estatal. De hecho, ya en 1984 Ronald Reagan decidió salir de la UNESCO bajo la excusa de corrupción y de tener simpatías pro-soviéticas. Incluso el antecesor de Trump en el cargo, Barack Obama, también ordenó durante su mandato congelar la financiación de la agencia después de que la UNESCO admitiera a Palestina como Estado miembro.

Y es que tanta “condescendencia” del organismo de la ONU con Palestina es intolerable para EE UU y para el “lobby” sionista que influye en la política norteamericana. El sionismo (político), que no el judaísmo (religión), impregna la visión del mundo y las relaciones internacionales de la Gran Potencia mundial, haciéndola compartir intereses y orientando su política exterior, en la actualidad, hacia la unilateralidad y el aislacionismo. Hay que tener en cuenta que estos “lobbies” pro-Israel gozan de gran predicamento en las Administraciones norteamericanas, fundamentalmente por su peso financiero y numérico en la sociedad estadounidense. Muchos de los líderes políticos y magnates norteamericanos son judíos y abiertamente favorables al sionismo. A ello hay que añadir, además, consideraciones estratégicas, ya que Israel es el aliado más fiel de EE UU en Oriente Próximo ante la amenaza del mundo musulmán y el temor de que ramificaciones radicales del Islam accedan al poder en países de la zona. De ahí que EE UU invierta anualmente más de 3.000 millones de dólares en ayudas de todo tipo a Israel, especialmente en material para la defensa, tecnología militar punta, aviones, etc.

Con la decisión de abandonar definitivamente la UNESCO, Donald Trump no sólo hace suya esa intrínseca característica sionista de la política norteamericana, sino que la engloba en lo que la BBC inglesa denomina “doctrina del abandono”, aquella con la que Trump persigue la descalificación y toda una rectificación del multilateralismo que regía la acción exterior de EE UU y el desmantelamiento absoluto de cualquier rastro del legado del anterior presidente Barack Obama, su gran obsesión. Ello afecta a tratados y organizaciones variopintas en una especie de “lista negra” del actual inquilino de la Casa Blanca, que incluye a la UNESCO, JCPOA, TTP, TLCAN (o NAFTA), OTAN y hasta la propia ONU, entre las internacionales, y ACA y DACA (Obamacare), entre las de índole interno.

Esa sintonía de EE UU con los intereses sionistas es tal que Benjamín Netanhayu, primer ministro de Israel, ha tardado sólo un día en hacer lo propio y anunciar también la retirada del país hebreo de la UNESCO, exactamente por las mismas razones. No en vano Israel nunca había aceptado que la institución de la ONU admitiese a Palestina como estado miembro y, menos aún, que declarase Patrimonio de la Humanidad la antigua ciudad de Hebrón, al sudoeste de la Cisjordania palestina, ahora ocupada.

Ese sionismo intransigente, el que combate a muerte cualquier entendimiento de Israel con sus vecinos árabes y musulmanes, ha propiciado este nuevo paso atrás del presidente más nefasto de la historia de EE UU. Una decisión tomada en aras de los intereses del Estado hebreo y que evidencia la connivencia de la política exterior de EE UU con el sionismo más beligerante, lo que explica, por si había dudas, el empeño del presidente Trump de romper, si el Congreso no lo endurece aun más, el Acuerdo firmado por Barack Obama con Irán para impedir que fabrique bombas atómicas a cambio de relajar las restricciones comerciales que en su día se le impusieron y permitir las inspecciones periódicas a sus instalaciones nucleares. Esas, entre otras, son actuaciones de una Administración gravemente contaminada por la influencia sionista y la sectaria política de Trump. No en balde el capital judío es un destacado contribuyente en las campañas electorales de los conservadores de aquel país. Y para eso sirve esa inversión, para favorecer los intereses de la política sionista de Israel.

Así, se acusa a la UNESCO de hacer política por tratar a Palestina con el mismo rasero que a las demás naciones, aunque el acuerdo se haya adoptado tras una votación democrática y mayoritaria de los Estados miembros. Pero que Israel no respete las resoluciones de la ONU, que prosiga con su política de asentamientos judíos en territorios palestinos, que ignore las leyes internacionales y ataque por su cuenta y riesgo (relativos) instalaciones que considera peligrosas en países colindantes o que disponga secretamente de bombas atómicas, contraviniendo el Acuerdo de No Proliferación de Armas Nucleares, nada de ello le granjea reproche alguno por parte del actual inquilino de la Casa Blanca ni le expone a ningún castigo como el que asfixia financieramente a la institución de la ONU. Para el sionismo y la política exterior de EE UU es más grave el reconocimiento de Palestina como un Estado que, encima, es tratado como tal por organismos internacionales, como la UNESCO. Es por tal motivo que Trump le propina un zarpazo sionista a la entidad que vela por el patrimonio cultural de la Humanidad. 

miércoles, 11 de octubre de 2017

Declaración de pseudoindependencia

El discurso más esperado de los últimos tiempos, el que más expectativas había despertado en los medios de comunicación del mundo entero y que tenía a todos los españoles en vilo, ha sido un profundo chasco. Se suponía que el presidente de Cataluña, después de todo lo que ha montado, iba a declarar solemnemente, desde la tribuna del Parlamento de aquella región, la independencia de la Comunidad Autónoma, sin importarle las consecuencias. Pero, al final, y tras relatar un cuento de hadas sobre todas las afrentas y humillaciones que supuestamente ha padecido el “pueblo” catalán a lo largo de la Historia y, especialmente, durante los últimos años, el molt honorable presidente catalán, Carles Puigdemont, ha decidido suspender esa declaración de independencia para abrir un período de diálogo con España a través de unos intermediarios que nadie, ni el Gobierno ni la Unión Europea, pretende convocar. Es imposible superar este esperpento de declarar una pseudoindependencia que se deja en suspenso hasta otra ocasión más propicia, en la que la amenaza de la ley no haga flaquear a sus promotores. La magnitud de la frustración fue evidente en las caras y los gestos, negándose a aplaudir, de los parlamentarios de la CUP, los radicales más radicales del secesionismo catalán. Sin embargo, lo mejor de la sesión fueron las intervenciones de la portavoz de Ciudadanos, Inés Arrimadas, y del PSC, Miquel Iceta, desenmascarando el verdadero rostro del nacionalismo más rancio, egoísta y racista, por un lado, y las mentiras y manipulaciones del procés, por el otro. Si la cosa quedara así, hasta la inverosímil reclamación de una república feminista exigida por la CUP sería parte de una comedieta infantil de gente que se aburre en ese parlamento, pero mucho me temo que retornar a la legalidad para encauzar el conflicto de Cataluña con España por vías pacíficas y realmente democráticas está lejos de conseguirse. Esto no es más que una estrategia de aplazamiento para eludir consecuencias judiciales, penales y políticas. El problema sigue intacto. Por ahora.

martes, 10 de octubre de 2017

Con licencia para matar

Los ciudadanos de Estados Unidos tienen reconocido por la Constitución, aunque más concretamente por las correcciones que se conocen como Bill of Rights (Carta de Derechos con las 10 primeras enmiendas fundamentales), el derecho a poseer y portar armas. Cada vez que se ha querido regular este derecho, no  suprimirlo, ha sido rechazado por la mayoría política del país, con un amplísimo respaldo popular. Y es que disponer de armas de fuego se considera un ejercicio de libertad derivado de una enmienda a aquella Constitución del año 1791, que impide al Gobierno federal y a los gobiernos locales restringir el derecho de todo estadounidense a portar armas para defenderse de cualquier amenaza interna o externa.

De entonces acá, millones de norteamericanos guardan en los armarios de sus viviendas pistolas, rifles, metralletas y todo tipo de armamento con el que se entretienen en realizar prácticas de tiro, familiarizar a sus hijos con su uso, ir de vez en cuando de cacería y, en casos extremos, emprenderlas a tiros contra sus vecinos y compatriotas. La última “hazaña” de naturaleza homicida se ha producido el pasado día 1 de octubre, cuando un lunático armado hasta los dientes se dedicó a disparar, desde la ventana de un hotel de Las Vegas, contra el público de un concierto al aire libre que se celebraba en las cercanías, matando a 59 personas y dejando heridas a más de 500. Esa masacre es, de momento, la última perpetrada en un país en el que es sumamente fácil conseguir un arma de fuego y que goza, por tal motivo, del triste privilegio de ser el lugar donde más muertos se producen por disparos en tiempos de paz, sin que medie ninguna guerra o conflicto armado. Es lo que pone de manifiesto las más de 33.000 muertes que se producen cada año por armas de fuego, de las que 1.300 son niños, lo que arroja un balance de casi 100 personas fallecidas cada día, según datos de Compañía Brady. Se trata, por tanto, de un problema de primera magnitud a ojos de cualquier observador.

Pero no es apreciado así por los propios norteamericanos, ya que son capaces de impermeabilizar sus fronteras para impedir la entrada de extranjeros simplemente por ser musulmanes, creyendo que de esta forma impiden atentados yihadistas, cuyo número de víctimas es insignificante en comparación con los producidos por armas de fuego en manos de sus compatriotas, pero son reacios a limitar tal venta de armas. Es decir, se defienden hasta la exageración limitando derechos y normas internacionales, pero son incapaces de ponerse de acuerdo para afrontar un problema mayor, mucho más grave, creado por ellos mismos. Y es que, a pesar del peligro horrendo que representa la posesión de armas en manos privadas, no existe consenso suficiente para abolir ese derecho en EE.UU., ni siquiera para restringirlo, como intentó en vano el expresidente Barack Obama tras la matanza de 20 niños, de entre seis y siete años, en un colegio de primaria de Newton, Connecticut, en diciembre de 2012. No le permitieron que prohibiera la venta de armas a ciudadanos aquejados de graves enfermedades mentales. Para comprender la magnitud del problema basta con conocer sus cifras: existen más de 310 millones de armas de fuego en un país de 323 millones de habitantes. Descontando a los menores de edad, puede asegurarse que cada adulto dispone de su correspondiente arma de fuego en aquel país. Un cáncer de pólvora que aqueja a esa sociedad.

Y es que es tan fácil comprar un arma, incluso en tiendas y supermercados, que tal parece que los norteamericanos, como corresponde a todo espía de postín, nacen con licencia para matar. Se les brinda constitucionalmente la posibilidad de matar porque la única utilidad de un arma de fuego es matar, no hacer mayonesa. Quien adquiere y porta una pistola lo hace para defenderse de cualquier conducta que considera agresiva mediante el disparo de balas, no para golpear con el arma al presunto agresor. Y disparar, normalmente, casi siempre es mortal. Desde que los primeros colonos se independizaron de Inglaterra y formalizaron las milicias, los norteamericanos adoran las armas de fuego y confían en ellas más que en las Sagradas Escrituras a la hora de enfrentarse a los retos de la vida. Prácticamente, lo llevan en los genes de su fanatismo liberal y en su concepto sacrosanto de libertad. Porque lo relevante del derecho a poseer armas es que limita el poder del gobierno y garantiza la libertad del pueblo a defenderse. Refuerza el derecho de los ciudadanos a defenderse contra los abusos de cualquier tiranía, como de la que huyeron y por la que construyeron un país que, en nombre de la libertad, soporta el precio de los asesinatos indiscriminados entre la población. Prefieren morir bajo las balas a perder el derecho a la autodefensa que les reporta la posesión de armas de fuego. Ello forma parte de su libertad, aunque sea un concepto no comprendido por el resto del mundo.

Por eso no se modifica la segunda Enmienda y se mantiene en vigor el mandato de que “el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido”, aunque cada año mueran miles de personas por culpa de una libertad mal ejercida y cuya regulación en nada devalúa ni limita el disfrute racional y en beneficio de todos de ningún derecho, incluido el de poseer armas de fuego. La cuestión es que nadie tenga licencia para matar alegremente a nadie, y menos aun a causa de oscuros intereses armamentísticos y de mercado negro que subyacen tras este problema. Porque nadie somos todos bajo la mirilla telescópica de cualquier jamesbond lunático. La libertad bien entendida no incluye el derecho a matar, diga lo que diga la famosa enmienda.

viernes, 6 de octubre de 2017

Papá no fue un bala perdida

Desde que la escuché por primera vez, siendo un adolescente, esta canción de The Temptations me gustó mucho, aunque no entendía la letra. Me cautivó esa música estilo funky, tan característico de la Tamla Motowns, con el protagonismo de un bajo que moldea el ritmo a golpes como de martillo, los riffs de guitarra haciendo el contrapunto melodioso y ese coro de voces negras, desde la más grave y gutural hasta la increíblemente aguda como la de un castrati del Barroco, me dejaron y me siguen dejando impresionado, porque todavía me gusta esa canción y aun conservo el viejo disco de vinilo.

Pero la letra no era tan chispeante como la música. Papa was a rollin´ stone hablaba de un niño que pregunta a su madre sobre la mala fama que tenía su padre, muerto un 3 de septiembre (primera estrofa de la canción). Y tal historia, desde entonces, me hace recordar al mío, ya también fallecido, pero que, al contrario del de la canción, nunca fue un trotamundos. Desde entonces, cada vez que la escucho y nada más comenzar las primeras notas del bajo, asocio esta canción al recuerdo de mi padre pero por un motivo inverso, porque mi papá no fue nunca un bala perdida, sino un padre serio y formal hasta el día de su muerte, y al que sigo echando de menos. Y hoy, cuando descubro versiones tan dignas como la original, no puedo menos que emocionarme como el primer día al escuchar, por enésima vez, esta increíble canción que me sigue trayendo la memoria de mi padre. Disfruten esta versión de Daryl y Train.
 
 

miércoles, 4 de octubre de 2017

De ritmos y otras ignorancias


Hay que reconocer humildemente que nuestra ignorancia, en cualquier campo del conocimiento, es mucho mayor que lo sabido o descubierto. Es más, el volumen de lo que ignoramos o desconocemos se ensancha con cada misterio resuelto o revelado. Y eso es así porque cada respuesta plantea nuevas interrogantes, sobretodo si procedemos con método científico a desentrañar los mecanismos de la vida y la existencia. Avanzamos en sabiduría expandiendo el vasto territorio de lo ignoto. De ahí, aquella máxima de Sócrates de “sólo sé que no sé nada”. Porque mientras más sabemos, mayor es la comprensión de lo que no alcanzamos a desescudriñar. Y es que hay tantos misterios por descubrir, tantas incógnitas por desvelar, que nunca se acaba de conocer nada completamente, aunque aparentemente nuestro conocimiento, en algunas materias, sea ingente.

Esto viene a cuento por la concesión del Premio Nobel de Medicina de este año a varios científicos estadounidenses gracias a “sus descubrimientos de los mecanismos moleculares que controlan el ritmo circadiano”. Al parecer, han hallado el patrón genético que regula que por las noches tengamos sueño y por el día rebosemos vitalidad. Se trata de un gen que sincroniza las funciones de nuestro cuerpo al ciclo rotatorio de 24 horas del planeta. Se buscaba desde antiguo dónde y cómo ese reloj interno podía controlar nuestra biología puesto que ya se sabía que hasta las plantas disponen de tal “reloj” para abrir sus hojas de día hacia la luz del Sol y cerrarlas al atardecer, reproduciendo el ciclo de este comportamiento incluso cuando eran metidas en un cuarto oscuro, lo que sugería algún mecanismo interno de regulación y no un simple heliotropismo, como el que muestran los girasoles jóvenes.

Los investigadores galardonados este año con el Nobel, basándose en experimentos realizados con moscas a las que sometían a mutaciones genéticas, han logrado aislar los genes que controlan el ritmo biológico y, lo que resulta más sorprendente, descubrir la capacidad de estos genes para autorregularse y generar oscilaciones en estos ciclos de 24 horas. ¿Cómo lo hacen? Es una nueva pregunta cuya respuesta está todavía por descubrir. ¿Por qué lo hacen? Parece evidente: para adaptar nuestro organismo a las diferentes exigencias de cada fase del día, predisponiéndonos a dormir cuando se acerca la noche, y estimulando la generación de energía requerida para la actividad muscular cuando amanece.

Resulta que estos ritmos circadianos (de circa, alrededor, y dies, día) existen en todos los seres vivos -sean unicelulares o complejos, animales o plantas-, y que hasta cada célula dispone de un reloj interno autorregulado que controla su funcionamiento. Son fruto de la evolución y de nuestra dependencia del medio ambiente, al que todo organismo ha de adaptarse para sobrevivir y perdurar como especie.

Pero “comprender” someramente el mecanismo y hallar su base molecular no resuelve el misterio, sino que lo aumenta al generar nuevas incertidumbres y nuevas vías de investigación. Es decir, el conocimiento del soporte biológico del reloj interno que controla las funciones de los seres vivos no hace más que señalar la magnitud de lo que aún desconocemos y la inmensidad de lo que siquiera sospechamos exista, tanto a escala microscópica (células, moléculas, etc.) como macroscópica (planetas, galaxias, etc.). Y es que definir, incluso, el ser es motivo de interpretaciones para las corrientes filosóficas, que no se ponen de acuerdo. De modo que, reconozcámoslo, somos unos ignorantes con ínfulas ilustradas que sólo hemos conseguido arañar la superficie de la realidad con nuestra capacidad racional. Lo que no es poco.

lunes, 2 de octubre de 2017

Cataluña, ¿y ahora qué?


Tal como deseaban sus organizadores, sabedores desde el principio de la ilegalidad de la convocatoria y de la no validez de su resultado, se ha celebrado al fin, ayer día uno de octubre, el simulacro de referéndum en Cataluña para que los ciudadanos de aquella región decidieran supuestamente si preferían seguir siendo una comunidad autónoma de España o independizarse y convertirse en una república. Toda la tramoya montada al efecto, elaborada intencionadamente para mantener una permanente movilización ciudadana en torno a una consulta que, carente de rigor en sí misma por no cumplir ninguno de los requisitos exigibles e inútil para pulsar la opinión de los catalanes dada la inexistencia de un censo fiable ni de control de la participación, sería tomada en cualquier caso como punto de partida, que no de llegada, por los secesionistas e interpretada como expresión inequívoca de la voluntad del “pueblo” catalán por la independencia. Una jugada maestra de propaganda y relato publicitario que ayer acabó como tenía que acabar, como una parodia, más trágica que cómica, de participación democrática y que sirvió para enfrentar y dividir a los catalanes y, por extensión, a los españoles. Fue una mera excusa.

Parapetado tras la legalidad, el Gobierno hizo todo lo posible, jurídica y policialmente, por impedir el simulacro de consulta, con resultado desigual, y desbaratar los planes de la Generalitat de crear una legalidad autóctona que derogaba y sustituía a la constitucional y amparaba sus iniciativas rupturistas con el Estado. La confiscación de las papeletas y material impreso y demás actuaciones policiales por desarticular logísticamente la realización del referéndum, en paralelo a la ofensiva judicial contra los responsables y colaboradores de la consulta (imputaciones a funcionarios, consejeros, alcaldes y particulares dispuestos a participar en su organización), no impidieron totalmente que ésta se celebrase en medio de una situación excepcional de mucha tensión, en la que el uso de la fuerza fue necesario para cerrar algunos locales públicos utilizados para la consulta, levantar barricadas instaladas por los simpatizantes de los independentistas (tractores, barreras humanas, etc.) y suplir la inacción de la policía autónoma, los Mossos d´Esquadra, que hizo dejación para cumplir la orden del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña de impedir la apertura de los centros electorales.

Mientras tanto, el Govern catalán se afanó en representar normalidad en una jornada electoral, que no contaba con sindicatura electoral ni sistema informático que controlara el proceso y la participación, y desarrollada, en definitiva, sin garantías que avalaran un mínimo de rigor a la consulta. No era su propósito.  Independientemente del resultado de una encuesta tan informal, la Generalitat perseguía con denuedo la imagen de un “pueblo” al que se le impedía expresar el “derecho a decidir” su relación con España. Y esa representación cumplió las expectativas, hasta el extremo de que así fue interpretado por los medios de comunicación del mundo entero. Basta con ver las portadas.

Nada más cerrarse los colegios electorales, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, declaró a través de la televisión que el Estado había hecho fracasar el proceso, haciendo prevalecer la democracia y el respeto a la ley. Brindó diálogo dentro la ley y en el marco del Estado de Derecho para restablecer la normalidad institucional y la convivencia. Al poco, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, hizo lo propio para afirmar lo contrario: que el referéndum había sido un éxito, a pesar de la brutalidad policial, y que, respetando la voluntad expresada en las urnas, pondría en marcha próximamente la ley del referéndum para que el Parlament declare unilateralmente la independencia de Cataluña.   

Consumado, pues, el temido “choque de trenes”, cabe preguntarse: ¿Y ahora qué? Qué va a pasar ahora con un Gobierno enrocado en el cumplimiento estricto e innegociable de la legalidad y un gobierno regional empeñado en saltarse la ley para lograr su independencia, sin ningún pudor de actuar en abierta desobediencia y sin miramientos a la hora de respetar un mínimo de rigor ni garantías que validen sus iniciativas. Pero, sobre todo, sin que ninguno de esos gobiernos, central y autonómico, le importara jugar con los ciudadanos, utilizándolos por un lado como escudos humanos para alcanzar objetivos políticos inconfesables mediante la persuasión emocional, y, por otro, menospreciando los deseos de una parte considerable de los catalanes por expresar en libertad su opinión sobre la relación de su Comunidad con España. ¿Qué se va a hacer para restablecer la convivencia entre los catalanes y entre Cataluña y España?

Consumado el desafío y el enfrentamiento visceral, queda la política, queda la pedagogía social y política para encauzar el conflicto por vía del diálogo y la negociación tendentes a articular una solución definitiva, que nunca satisfará por completo a las partes, al problema territorial de un país que engloba sentimientos encontrados pero también un vínculo cultural e histórico compartido. Hay que restablecer puentes basados en la confianza y la lealtad institucional, con respeto democrático a la ley y al marco de un Estado de Derecho constitucional, que den respuesta a las inquietudes de muchos catalanes, incluyendo a esa mayoría, la que ha sido ignorada hasta ayer, que no es independentista, ni violenta, ni sectaria. Probablemente, ni Rajoy ni Puigdemont podrán ser interlocutores válidos para entablar este diálogo con obligación de entendimiento y de alcanzar acuerdos, pero, si verdaderamente confían en la democracia y en las leyes como dicen, deberán dar paso a las personas capaces de restablecer la convivencia entre todos los españoles y de luchar por la libertad y el bienestar, no solo de Cataluña, sino del conjunto de la población, atendiendo a las demandas y necesidades de unos y otros.

Antes que emprender huidas hacia delante que sólo sirvan para agudizar el enfrentamiento, hay que abrir un período de reflexión que permita la búsqueda de cauces pacíficos que, con respeto escrupuloso a la legalidad, posibiliten la construcción de un país en el que todos podamos sentirnos cómodos y representados, sin privilegios ni exclusiones. Un país habitado por personas, cada cual con su idiosincrasia y sentimiento identitario, comprometidas con el progreso y el bienestar del conjunto, en paz y libertad, y dispuestas a combatir los grandes y graves problemas que nos aquejan al margen de banderas y diferencias. Un país en que nadie roba a nadie, salvo los corruptos que roban a todos los ciudadanos sin distinción, y en el que no hay opresión ni menoscabo de derechos más que los convenidos y regulados por una democracia que todos nos dimos para ser iguales al amparo de la Constitución. Tampoco distingos excluyentes ni privilegios que invaliden las distintas sensibilidades e particularidades a las que se les profesa respeto en el marco de un Estado de Derecho, Social y Democrático, homologable a la cualquier democracia de nuestro entorno. Queda, en fin, una gran tarea que requiere hombres desinteresados y con altura de miras, líderes generosos y con visión de futuro, ajenos a las expectativas partidistas y los réditos inmediatos. Dirigentes que, desgraciadamente, no alcanzo a distinguir entre los que conforman el panorama político actual. Ahora queda todo por hacer. Queda la política.

domingo, 1 de octubre de 2017

Octubre, con O de otoño

Llega, al fin, octubre, el mes que nos conduce directamente al otoño, aunque este comenzara oficialmente a finales de septiembre. Es octubre cuando de verdad los bosques amarillean, las nieblas acarician los valles y las tardes languidecen temprano para que los venados exhiban su furor amoroso berreando por collados y vaguadas. Las nubes flotan sobre los cerros cual coronas de algodón y las hojas viajeras abandonan la inmovilidad arbórea para surcar riachuelos y acompañar el concierto de las ranas. El frescor mañanero y las primeras lágrimas de rocío hacen brotar setas y hongos diseminados por el terreno o entre las raíces y el tronco arropado de musgo de encinas, pinos y robles. El ambiente se torna progresivamente gris y el aire se llena de humedad para anunciar que la nueva estación que nos visita nos aclimatará al invierno e inseminará la flora de cara a la próxima primavera. Por eso octubre y otoño comparten algo más que esa "o" inicial del nombre, comparten la esperanza de un nuevo ciclo que ellos auguran con el signo incompleto de una exclamación: ¡O!