lunes, 30 de septiembre de 2019

Diez años de Lienzo


Sin caer en triunfalismos irrelevantes, no deja de ser un hecho destacado que un blog se mantenga activo diez años, publicando entradas de manera continua, aunque con relativa y desigual fortuna. Tal “efemérides” es la que celebra hoy este blog, una bitácora nacida para expresar a través del ciberespacio las preocupaciones y pareceres de su autor acerca de lo que le condiciona por fuera y por dentro -el contexto social como la nada duradera y el ser individual como el todo pasajero (parafraseando a Unamuno*)-, provocándole más desasosiegos que satisfacciones, más incertidumbres que certezas. En todo este tiempo, tal vez habría que destacar, más que la longevidad del blog, el empeño de su autor por mantener en la blogosfera un artefacto de humilde y parcos resultados, a pesar de su ambición desmedida -y mantenida- por compartir lo que muy pocos, unos exiguos pero fieles seguidores, aceptan compartir: sus opiniones, comentarios y divagaciones extemporáneas. Esos diez años de pertinaz empecinamiento son, en cualquier caso, un hecho que merece figurar en los anales de las iniciativas inútiles o inverosímiles.

Lo cierto es que una década es un período de tiempo muy extenso dedicado a la comunicación -la palabra- y al diálogo, mimbres de todo lenguaje. Un lenguaje que posibilita las interacciones y comentarios que generan muchas de las entradas publicadas. Y un diálogo que, a decir de Emilio Lledó**, se desarrolla, como pensamiento, en la mente del lector, al asumir con su propio lenguaje -el lenguaje conocido que nos constituye- las proposiciones nuevas que le suministra toda lectura, también las nuestras. Así, es factible llegar a comprender, ser capaz de “ver con los ojos de nuestras palabras los conceptos de las ajenas”. Compartir experiencias es, por tanto, dialogar, buscar, con esa estructura dialéctica de lo escrito, el sentido de las palabras y, a través de ellas, acercarse a los espacios inconmensurables del saber y el conocimiento, incluida la consciencia de cuanto se ignora. Expresado en términos menos filosóficos, cultivamos la curiosidad para despertar inquietudes y buscar un conocimiento que nos haga vislumbrar la verdad, a partir de reflexiones individuales que, plasmadas por escrito, se transforman en diálogo colectivo. Un conocimiento que se inicia por medio del lenguaje, es decir, de la palabra y el diálogo. Tal ha sido la pretensión de Lienzo de Babel durante todos estos años.

Por todo ello, a este blog nada de lo humano le ha resultado ajeno, aunque supusiera un objetivo nietzscheano desmesurado. La cultura, la política, la religión, la sociedad, el arte, la economía, la ciencia, la literatura, los amigos o la simple observación del transcurrir del tiempo han sido objeto de opiniones y reflexiones que, en la medida de las posibilidades de quien no es experto en nada, han servido para mover inquietudes y motivar un “diálogo” entre distintos puntos de vistas o distintas versiones de los hechos. Lienzo de Babel ha procurado poner en cuestión dogmas, desconfiar de la autoridad de quienes los imponen, criticar el poder y tratar de expurgar parte de la verdad entre las montañas de rumores, bulos y falsa información con las que constantemente nos manipulan y tratan de someternos. De ahí que compartir y disentir sean, desde tales premisas, respuestas igual de significativas a la hora de avanzar hacia un conocimiento enriquecedor sobre nosotros mismos y la realidad que nos rodea y conforma. También ha pretendido elucubrar utopías con las que abrigar esperanzas sobre un mundo mejor donde impere la justicia, la igualdad, la sostenibilidad medioambiental, el progreso compartido por todos y la paz. Evidentemente, de tan grandes propósitos este blog no ha conseguido ninguno.

Pero lo ha intentado con inusitado tesón. Estos diez años se resumen en más de 1.800 entradas publicadas, cerca de 120.000 visitas de páginas registradas, un centenar de comentarios recibidos y una audiencia que se distribuye, fundamentalmente, entre España, Europa, Estados Unidos y Sudamérica. Son cifras que, pese a la humildad y simpleza del blog, denotan cierta trascendencia, máxime si sus páginas no buscan ni acogen publicidad y los asuntos que aborda no persiguen el entretenimiento. Pero también confieren una enorme responsabilidad que abruma a su autor y le hace asumir una deuda de gratitud impagable con todos los “babilonios” que rastrean Lienzo de Babel. A todos ellos sólo podemos expresar nuestro reconocimiento más sincero y darles las gracias por permitir que durante una década hayamos podido participar de esta fascinante aventura de comunicación y diálogo.
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*: Poema La Sima, Miguel de Unamuno.
**: El surco del tiempo, Emilio Lledó.   

sábado, 28 de septiembre de 2019

Desgarraduras


Tanto la Historia -el hombre sujeto al tiempo- como la vida -cuya más sólida invención es la muerte- comparten una franca decadencia. Es algo que se percibe cuando se asiste a progresos que se basan en la eliminación de lo conquistado y a una vejez -el castigo por haber vivido-, cuya meta es la nada absoluta. Es decir, cuando se descubre la inanidad de lo que se persigue y la inutilidad de todo progreso. Es la síntesis de una obra de Emil M. Cioran (1911-1995)*, de la que extraigo las siguientes píldoras:

La mayor proeza de mi vida es la de seguir aún con vida.

Dichosos los que ignoran que madurar es asistir al agravamiento de sus incoherencias y que ese es el único progreso del que debería estar permitido vanagloriarse.

Quien desea instalarse en una realidad u optar por un credo sin llegar a conseguirlo, se dedica por venganza a ridiculizar a quienes lo logran espontáneamente.

Las sectas permiten que el ciudadano dé libre curso a su locura.

Estamos resentidos, sobre todo, con los animales. Puesto que nos está prohibido el encanto de la existencia irreflexiva, de la existencia como tal, no podemos tolerar que otros gocen de él.

La muerte es un estado de perfección, el único al alcance de un mortal.

Existir es un fenómeno colosal… que no tiene ningún sentido.

Cualquier acto de valor es obra de un desequilibrado. Los animales, normales por definición, siempre son cobardes, excepto cuando se saben más fuertes, lo cual es una pura cobardía.

El paso del tiempo, la emergencia y el desvanecimiento de cada instante, la interminable descomposición del presente.

El verdadero escritor escribe sobre los seres, las cosas y los acontecimientos, no escribe sobre el escribir, utiliza palabras pero no se detiene en las palabras.

Lo que escribimos no da sino una imagen incompleta de lo que somos, debido a que las palabras sólo surgen y se animan cuando estamos en lo más elevado y en lo más bajo de nosotros mismos.

Mi misión consiste en matar el tiempo y la de éste es matarme a mí. Entre asesinos nos llevamos de perlas.

No perder nunca de vista que la plebe lloró a Nerón. Deberíamos recordar esto cada vez que nos veamos tentados por alguna quimera.

Es necesariamente vulgar todo aquello que está exento de un ligero toque fúnebre.

La amistad es un pacto, una convención. Dos seres se comprometen tácitamente a no airear nunca lo que, en el fondo, cada uno piensa del otro. Ninguna amistad soporta una dosis exagerada de franqueza.

Cada individuo que desaparece (muere) arrastra el universo tras de sí. Nuestra conciencia es la sola y la única realidad.
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*Desgarradura, de E. M. Cioran. Editorial Austral/Tusquets.

jueves, 26 de septiembre de 2019

Otra de ciencia ficción


Ni qué decir tiene que las películas de ciencia ficción siempre me han gustado, desde niño. Como es comprensible, no todas las películas, cualesquiera sea su género, aciertan a satisfacer al espectador, bien por deficiencias del guion, mediocres interpretaciones o vulgaridades técnicas en sus efectos especiales o sus montajes. Lo mismo sucede con los filmes de ciencia ficción, sean de viajes espaciales o de un futuro distópico dominado por máquinas y robots. Pero algunas excepciones consiguen sobresalir y quedar como obras maestras de la filmografía futurista, como 2001, una odisea en el espacio, Alien, el octavo pasajero, El planeta de los simios, Blade runner y pocas más. Ahora está de estreno Ad Astra, una película envuelta en un atractivo papel de regalo (Brad Pitt, efectistas efectos especiales, mucha publicidad) que, sin embargo, esconde un producto endeble y hasta defectuoso. Y me cuesta decirlo.

Ni la historia, ni la trama, ni el futuro representado, ni los avances técnicos de ese futuro, ni el final de la película están a la altura de las expectativas que desata la propaganda del filme. No es que Brad Pitt, Tommy Lee Jones o Donald Sutherland trabajen mal -se esfuerzan en representar sus papeles-, sino que sus personajes no son coherentes con el relato que nos cuentan. Es por ello que chirría que un astronauta, perfectamente adiestrado, padezca un trauma freudiano que ninguno de los test psicológicos a los que de continuo es sometido lo detecten… hasta muy tarde. Que, en vez de satélites, existan antenas de decenas de kilómetros de altura, ancladas en tierra, que rastrean mensajes procedentes del espacio. Que, para viajar a la cara oculta de la Luna, se deba utilizar rovers que se desplazan por la superficie desde la parte iluminada, un hecho incomprensible si, para colmo, existe el riego de tropezarse con ¡piratas!. Que, para mandar un mensaje a Neptuno, haya que viajar a Marte para grabarlo y enviarlo. Que, de camino a Neptuno, la expedición atienda una llamada de socorro de otra nave en la que unos monos han matado a toda la tripulación. Que, en órbita sobre Neptuno, el padre del astronauta, un psicópata que lleva treinta años viviendo solo, haga todo lo posible por no regresar a la Tierra con su hijo, sin dejar claro que la causa de las alteraciones magnéticas que sufre la Tierra se deba intencionadamente a la maldad del progenitor. Y que, como colofón, el astronauta vuelva sano y salvo a nuestro planeta, aprovechando los efectos de una explosión atómica con la que destruyó la nave del padre, para finalmente reconocer, en un momento de lucidez crepuscular, que está enamorado de quien podría ser su esposa. Es definitiva, que la película ni es de ciencia ficción de manera absoluta, solo como contexto temporal, ni de complejos trastornos psiquiátricos del protagonista, solo como apunte argumental para dramatizar la historia. Y, por una cosa y la otra, defrauda al espectador.

Y es una lástima. Porque la industria cinematográfica cuenta en la actualidad con recursos técnicos y medios suficientes para elaborar una solvente y coherente película de ciencia ficción, si bien no obra maestra, al menos del nivel de Matrix u otras. Pero carece de guionistas que construyan buenas historias. Es por ello que, por muy bien que sea la actuación de los actores citados, Ad Astra no alcanza a elevarse de la tierra de los productos insustanciales, pero bellos.

martes, 24 de septiembre de 2019

El dictador, a su sitio


Estaba pendiente el último trámite judicial y ya se ha resuelto. El Tribunal Supremo ha avalado por unanimidad la decisión del Gobierno de sacar los restos del dictador Francisco Franco de su cripta de la Basílica del Valle de los Caídos para su inhumación en el cementerio de la localidad madrileña de El Pardo-Mingorrubio, donde la hija del dictador compró una sepultura.

Valle de los Caídos
Exhumar a Franco era la iniciativa más simbólica del Gobierno socialista de Pedro Sánchez que, debido a los recursos interpuestos por los familiares del líder fascista, no se había podido llevar a cabo con la celeridad que el Ejecutivo pretendía. Ahora, tras el aval del Supremo adelantado hoy, sólo resta completar los trámites y aprobar en Consejo de Ministros el traslado definitivo de la momia de Franco al sitio que le corresponde, si la autoridad eclesiástica permite el acceso a la Basílica de Cuelgamuros para la exhumación. Aunque el cura Santiago Carrera, Prior de la Basílica -un lugar público que se financia con dinero público-, se niega a conceder tal permiso, sus superiores en el Vaticano han asegurado que mantienen su postura de no oponerse, si el fallo de la Justicia, como es el caso, avala la exhumación.

La aparente “neutralidad” del Vaticano tiene por objeto evitar que la momia del dictador sea inhumada en la cripta de la Catedral de la Almudena, única opción que contemplaba la familia Franco, y convertir al templo de Madrid en un santuario para la exaltación del único líder fascista de Europa enterrado en una catedral. La familia del dictador, liderada por el abogado Luis Felipe Utrera Molina -hijo de un ministro falangista de la dictadura-, procura por todos los medios (piensa seguir recurriendo sentencias) que los restos de Franco continúen vinculados a una Iglesia, que en vida lo paseaba bajo palio, como forma de preservar la "dignidad" del personaje.

Abascal, líder ultraderechista
Un personaje, no hay que olvidarlo, que lideró un levantamiento militar contra el gobierno legítimo de la República e inició una guerra civil para instaurar una dictadura en España que, no sólo prohibió derechos y libertades hoy afortunadamente recuperados, sino que asesinó sin juicio previo o tras juicios sumarísimos a centenares de miles de españoles inocentes, acusados de haber sido leales a la República, albergar ideales izquierdistas y progresistas o, simplemente, no manifestar con la debida convicción su adhesión inquebrantable al “Movimiento Nacional” que impuso Francisco Franco. Hoy es, pues, un día en que España recobra la moral y la normalidad democráticas de situar en su sitio -como hizo Alemania con Hitler, Italia con Mussolini, Argentina con Videla o Chile con Pinochet, etc.-. a aquellos personajes que protagonizaron las páginas más negras de su historia. Y no es revanchismo, como acusa la ultraderecha, sino ser consecuentes con la veracidad histórica.

lunes, 23 de septiembre de 2019

Adiós verano y legislatura


El 23 de septiembre marca el inicio del otoño. Tal fecha supone, en el ciclo de las estaciones, el final del verano, que este año coincide casualmente con el aborto de la legislatura más corta de la democracia, supersticiosamente la número XIII, que surgió de las elecciones del pasado mes de abril. Un aborto de cinco meses por culpa de quienes fueron elegidos para que la criatura gubernamental naciera y tuviera una vida dedicada a desarrollar todas sus capacidades y potencialidades, que no son pocas, pero que nada hicieron por salvarla. Se limitaron a comportarse como anticuerpos del organismo parlamentario que hicieron inviable el nacimiento de un gobierno que los españoles aguardaban con una mezcla de esperanza y consuelo. Consuelo por acabar con las incertidumbres que desde hace cuatro años impiden que se cumpla el mandato temporal de una legislatura completa. Y esperanza por disponer de un gobierno que deje descansar a los ciudadanos de tantas convocatorias electorales y se ponga manos a la obra durante cuatro años en la elaboración de iniciativas beneficiosas al interés general. Pero no pudo ser.

El verano agotó su ciclo astronómico, pero la legislatura ni siquiera comenzó el suyo, a pesar de que parecía más fácil, en teoría, cumplir con el calendario legislativo que con el estacional, amenazado este último por el cambio climático, los desmanes medioambientales del ser humano y el egoísmo que nos lleva a arrasar con la flora, la fauna, la pesca, el agua, la tierra y hasta el oxígeno de la atmósfera con tal de enriquecernos hoy, aunque nos condenemos a un futuro de recursos esquilmados. Sin embargo, la estación veraniega culminó su duración sin grandes sobresaltos, pero la legislatura fue fallida, a consecuencia de una investidura igualmente fracasada del candidato que debía, por aritmética parlamentaria, ocuparse de formar gobierno e iniciar la actividad que los ciudadanos le habían encomendado. Estos últimos cuatro años de gobiernos disfuncionales han propiciado una parálisis de la actividad legislativa que comienza a repercutir en el bienestar de los españoles y en el rumbo del país.

Desde 2015, la elaboración de leyes y políticas de Estado ha sido el más bajo en decenios. Sin mayorías ni estabilidad, los Ejecutivos se han limitado al día a día de la rutina burocrática estatal, sin poder implementar iniciativas transformadoras que determinan el modelo de sociedad y de país. De hecho, ni presupuestos actualizados se han podido aprobar desde 2016 a causa de unas Cortes Generales fragmentadas en las que el consenso y los pactos parecen inalcanzables. La sequía legislativa es pertinaz, como la pluvial. Las grandes reformas prometidas siguen reposando en el cajón de los buenos propósitos o en los programas electorales que los propios partidos ni se molestan en leer, a la espera de que confluyan las circunstancias oportunas. Y es que los intereses partidistas priman sobre los generales, lo que explica, en gran medida, el bloqueo político y la crónica parálisis gubernamental que sufre España desde hace cuatro años.    

Por cuarta vez en casi un lustro los ciudadanos se ven obligados a acudir a las urnas para intentar remedar la ineptitud de unos dirigentes políticos que son incapaces de dialogar, negociar y pactar acuerdos, cumpliendo la voluntad popular. Prefieren abortar la legislatura a llevarla a buen término. Transfieren la culpa a los ciudadanos de unos actos de los que sólo los políticos son responsables: el de no saber ponerse de acuerdo para trabajar por el bien común. Y, en el colmo del cinismo, se presentan los mismos candidatos para que vuelvan a ser elegidos, reiterando los mismos argumentos tóxicos de mezquindad y reproches que llevan años intercambiándose. Ante tal pérdida de fertilidad legislativa y credibilidad política, sólo queda el triste consuelo de que, un año de estos, se alumbre un gobierno que de verdad sirva al interés nacional. ¿O seremos un país estéril en el que sólo las estaciones climáticas son fértiles?

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Al final, desvergüenza


Al final, no hubo milagro, ni sensatez ni sentido de Estado. Al final, nos llevan a nuevas elecciones para volver a elegir a los mismos que ayer se comportaron con claro desprecio a los votantes, sin acatar su voluntad ya expresada en las urnas el pasado 28 de abril. Nos obligan a repetir la jugada. Nos obligan ajustar nuestros votos a sus intereses partidarios. Si el PSOE no puede gobernar en solitario porque no tiene mayoría absoluta ni sabe reunir apoyos para hacerlo en minoría, tendremos que votar otra vez para corregir aquellos resultados. Y el resto de partidos juega a lo mismo, juega con los ciudadanos y su paciencia, para no tener que asumir que, más allá de la posición que sus escaños le conceden, han de priorizar el interés general del país al de sus particulares ambiciones y rencillas. Con la investidura fallida del candidato de la minoría mayoritaria, el socialista Pedro Sánchez, se han perdido cinco meses, desde abril pasado, en poner vetos y negociar poco por alcanzar algún acuerdo que permita el arranque de la legislatura. Y no lo hubo. Nadie quiso bajarse del burro.

Al final, repetición de elecciones el próximo 10 de noviembre. Enésima campaña electoral (¿De dónde sacarán los partidos el dinero para financiar tantas campañas?), enésima presencia de loros repitiendo eslóganes, enésima confrontación y crispación entre candidatos y enésima tomadura de pelo a los votantes y enésima banalización de la democracia, la cual reducen a una simple papeleta y no a respetar sus resultados electorales. Y nada de pensar en los retos que, como país, tenemos encima, en los próximos meses: la sentencia del Supremo en el juicio a los políticos catalanes presos que podría provocar tensiones y movilizaciones; las consecuencias para España del Brexit sin acuerdo de Inglaterra, nuestro principal mercado para la exportación de bienes y servicios; los imprescindibles acuerdos que habrán de adoptarse para respaldar nuestras empresas en caso de que continúe la guerra comercial entre EE UU y China; la adopción de alternativas que garanticen nuestro abastecimiento energético en caso de agravamiento del conflicto en los países suministradores del Golfo Pérsico; las medidas necesarias para afrontar la desaceleración de la economía para que no afecte a la creación de empleo ni al bolsillo de los ciudadanos; y otros problemas de idéntica gravedad. Todo esto, al parecer, puede esperar, puede quedar relegado mientras los partidos, en vez de pensar en resolverlo, se dedican a echarse pulsos entre ellos, culpabilizarse mutuamente y tratar a los electores como menores de edad que no saben votar e insistir en que lo hagamos como a ellos convenga.

Al final, nuevas elecciones. Pero, ¡ojo!, no se equivoquen. No son los ciudadanos los que no saben votar, son sus elegidos los que no saben asumir el veredicto de las urnas. Después, no se quejen de la abstención y de la desafección ciudadana. Y den gracias a Dios de que no se decidan -porque a ustedes no les interesa que sepan usarlo- por el voto en blanco de manera mayoritaria. A estas alturas de la democracia, y tras cinco años de inestabilidad, sería la mejor respuesta que podrían darles: ninguno sirve ni es digno para representar a los españoes, ni Sánchez, ni Casado, ni Rivera, ni Iglesias ni, mucho menos, Abascal. Como dejó escrito Tirso de Molina, en el siglo XVII, en El burlador de Sevilla: “La desvergüenza en España se ha hecho caballería”.    

lunes, 16 de septiembre de 2019

Al borde del precipicio


Escribo este comentario a pocas horas de hallarnos ante el precipicio de nuevas elecciones, las cuartas en cuatro años, o las quintas si contamos las autonómicas de Andalucía. Nada, tras las generales del pasado abril, hace aventurar un acuerdo “in extremis” para evitar el vértigo del suicidio. Un suicidio que los actores de este drama niegan, pero que ninguno hace nada por evitar. Por eso escribo a la desesperada ante la cercanía de precipitarnos irremediablemente por el despeñadero de la insensatez y la tozudez irracional. Parece que estamos condenados a una crisis política que lleva rumbo de eternizarse en España desde que, en 2015, se instalara la inestabilidad en la gobernabilidad de este país y que hizo que Rajoy tuviera que convocar nuevas elecciones apenas diez meses más tarde, en 2016. Desde entonces no levantamos cabeza.

Pero, en estos momentos, estamos a punto de acabar como pollos sin cabeza si finalmente no hay acuerdo para la única investidura posible -la de Pedro Sánchez- entre las dos formaciones que comparten el mismo espectro político: PSOE y UP. La suma de sus votos no alcanza la mayoría, pero el nacionalismo representado en el Congreso ha asegurado que la garantizaría si se fragua ese pacto entre ellos. ¿Qué lo impide? La terca desconfianza entre los líderes de ambos partidos y su contumaz desprecio a la opinión de los ciudadanos, expresada en las urnas, se yergue como obstáculo insalvable. Tal parece que prefieren dejar pasar la oportunidad de que gobierne la izquierda a permitir que un “socio” imprescindible -por votos e ideología- acapare parte del protagonismo -tanto dentro como fuera del Ejecutivo- de esta eventualidad. Acostumbrados a las mayorías absolutas del bipartidismo, desconfían de las alianzas y coaliciones que aseguran la gobernabilidad. Sus negociaciones se limitan a advertirse mutuamente de que ni contigo ni sin mí. Razones, por lo que se ve, de tan elevado peso para el interés general que podrían conducirnos al barranco y a perder la oportunidad.

Nadie hoy confía, pues, en un milagro que, sin embargo, todos anhelan. Un gobierno en minoría, con apoyos parlamentarios, que apruebe un presupuesto para las necesidades perentorias que el país tiene, no se contempla como suficiente o de importancia para resolver la angustia de esta situación y zanjar una crisis que dura demasiado tiempo. ¿Es mucho pedir? La responsabilidad que se supone en unos y otros evitaría la catástrofe de un suicidio anunciado, aun sabiendo que quien está empeñado en suicidarse no atiende razones. Ni siquiera cuando el resultado de su autoinmolación beneficiaría sólo a sus adversarios y perjudicaría a su familia, que es la que hasta el último momento le ha mostrado su confianza con la papeleta del voto. ¿Estaremos aun a tiempo?

sábado, 14 de septiembre de 2019

Memoria de otoño


Mis sensaciones están unidas a la experiencia. Y esta a la memoria. No descubro nada nuevo porque Aristóteles ya había afirmado, hace siglos, que la experiencia surge de la sensación y la memoria, y que era esta facultad la que constituye la sustancia de la historia, de cada historia personal. Por eso, cuando el tiempo comienza a estornudar al final del verano, mi memoria enseguida me transporta a los días de otoño y me hace anhelar aquellas sensaciones en que los árboles se desnudan de sus hojas verdes, las brumas acarician los valles y la espesura de los montes se llena con los bramidos lujuriosos de los venados. Son recuerdos de experiencias vividas y de sensaciones que me hicieron estremecer y que quedaron, para siempre, grabadas en mi memoria. Es esa memoria la que me define y estructura mi historia, haciéndome sentir una predilección por el otoño que, cada año, cuando los días se enfrían y las primeras lluvias riegan la tierra, me embarga irremediablemente. Cada otoño hace un surco en mi memoria para que de ella brote, como de los campos labrados, el fruto del que se alimenta mi personalidad. El otoño me llena de sensaciones que remiten a la experiencia y refuerzan la memoria. A esa memoria que guardo del otoño como una estación fascinante que cada vez aprecio más.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Los “éxitos” de Trump


El presidente de Estados Unidos, el impredecible Donald Trump, se comporta como elefante en una cacharrería. Se mete en todos los “fregaos” que sus antecesores no pudieron resolver, sin respetar modos, normas ni prácticas habituales en política exterior y relaciones internacionales. Como todo fanático engreído, se cree en posesión de la verdad y con capacidad providencial para lograr cuanto se proponga. Y así le va, de fracaso en fracaso. El último, un fallido acuerdo con los talibán de Afganistán en unas negociaciones tan insólitas como clandestinas. Su ilusión se acaba de estrellar contra la realidad del enésimo atentado talibán en suelo afgano, en el que murió un soldado norteamericano, que ha obligado a Trump, por decoro, romper abruptamente las negociaciones y suspender en el último momento una reunión en Camp David en la que se iba a firmar un documento por el que las tropas de EE UU abandonarían aquel país, tras cerca de 18 años de lo que es la intervención militar en el extranjero más larga de la historia norteamericana. Trump pensaba que iba a resolverla de un plumazo.

Este nuevo “triunfo” de la Administración “trumpista” se enmarca en una política exterior errática e incoherente que parece obedecer a criterios nihilistas y mediáticos antes que a razones objetivas por resolver conflictos y poner orden en las relaciones entre países, sobre la base de la democracia, los derechos humanos y el respeto mutuo. Como empresario fullero, Trump, principal impulsor de esta iniciativa, buscaba algún éxito con el que presentarse a la próxima campaña electoral de 2020 en la que persigue su reelección. Pero sin un plan serio ni apoyos regionales, ha vuelto a cosechar un fracaso estrepitoso. ¿Cuál será su próxima ocurrencia?  

Ya había demostrado, en otras ocasiones, sus virtudes para avivar avisperos y empeorar los problemas, a pesar de sus promesas electorales de centrarse en los asuntos internos (America first) y no hacer de gendarme del mundo. Pero, contradictoriamente, Trump iniciaría su mandato lanzando la “madre” de todas las bombas convencionales -no atómica- precisamente sobre Afganistán, sin que todavía se conozcan los motivos ni la finalidad de aquella acción, más espectacular que militar, con que inauguraba su cometido como comandante en jefe del Ejército de los EE UU. Sus críticas a los mandatarios que le antecedieron, en especial a Obama, de no haber sabido “defender” los intereses de Norteamérica e involucrarla en guerras que le eran ajenas y de las que no salía “victoriosa”, se vuelven contra él y su heterodoxa actuación en el exterior. Ahí está, para atestiguarlo, la intervención yankee en Afganistán de la que no sabe cómo salir, sin que parezca una derrota.

También está en “lío” de Siria, donde se pretendía expulsar del poder al “tirano” Bashar al-Assad, aprovechando las revueltas conocidas como “primaveras árabes” (que tumbaron a tres dictadores, pero dejaron en el poder a otros tantos), y se ha acabado apoyando a su Régimen y Ejército en la guerra que libra, desde 2011, contra un batiburrillo de insurgentes y el autollamado Estado islámico. EE UU justificó su entrada en el conflicto alegando supuestos crímenes del Gobierno sirio por efectuar ataques químicos. Así, la segunda orden militar de Trump, desde que asumió el mando en la Casa Blanca, fue lanzar un ataque con misiles contra instalaciones sirias en las que supuestamente se fabricaba o almacenaba armamento químico, a pesar de que, como sucedió en el Irak de Sadam Hussein, jamás se han encontrado tales armas ni evidencias que impliquen al Gobierno sirio de su tenencia y uso. Más aún, la Organización para la Prohibición de Armas Químicas, respaldada por la ONU, Médicos Suecos por los Derechos Humanos o el Instituto Tecnológico de Massachusets cuestionan su existencia. De este modo, Siria se ha convertido en el escenario geoestratégico de batallas a múltiples niveles. En un nivel está Siria contra Al Qaeda. En otro, Estados Unidos, Israel, Arabia Saudí, Jordania y Emiratos Árabes Unidos, por un lado, y Rusia, Irán y China, por el otro, enfrentados, con la excusa de defender a quien no consultan -al pueblo sirio-, por mantener o ampliar sus respectivas influencias en una región rica en recursos y consolidar sus intereses económicos y políticos. Mientras tanto, Al-Assad sigue en el poder y Trump involucrado en otro conflicto del que no sabe cómo escapar, a pesar de considerarse un genio de las negociaciones.

Una “genialidad” puesta en evidencia con el ridículo de sus intentos por lograr un acuerdo con Corea del Norte que ponga fin a la carrera nuclear y balística de un país con el que formalmente EE UU sigue en estado guerra. Ni sus visitas ni sus contrapartidas han conseguido lo que anteriores mandatarios no pudieron: doblegar al hermético régimen de Pyongyang para que se desarme y deje de constituir una amenaza a los intereses de Occidente. Tras sendas reuniones inimaginables entre Trump y Kim Jong-un (en junio de 2018 en Singapur y febrero de 2019 en Hanoi), otra vez más mediáticas que diplomáticas, en las que se intercambiaron promesas de “normalización” de las relaciones, Corea del Norte continúa lanzando proyectiles hacia el Mar de Japón, con los que prueba nuevos lanzadores y misiles balísticos, al tiempo que EE UU mantiene las sanciones económicas. Si, de paso, pretendía alejarla de la “protección” china y la “comprensión” rusa, ha conseguido todo lo contrario. Y un fracaso que sumar a la caótica política exterior del inefable Donald Trump, que soñaba con ponerse la medalla por arrancar la “espinita” que hiere el orgullo de EE UU desde la guerra de Corea. Pero ni sus métodos ni su personalidad incoherente le permiten materializar sus ensoñaciones, salvo la de gobernar, incomprensiblemente, el país más poderoso de la Tierra.

Ensoñaciones como las que lo llevan a intervenir, a su estilo, en el conflicto entre Israel y Palestina, decantándose abierta e incondicionalmente del lado hebreo y en contra de la legalidad internacional y las resoluciones de la ONU. Con ayuda de su yerno (que para eso está la familia, no el cuerpo de diplomáticos y expertos del Departamento de Estado), propugna un “acuerdo de paz” que, a cambio de inversiones sin concretar, renuncia a la solución de los dos Estados y a la devolución de los territorios palestinos ocupados. Ello, unido a las decisiones que ha tomado de cortar toda ayuda a la causa palestina, incluidas las humanitarias, y al beneplácito con que ha consentido cuantas acciones ilegales ha cometido Israel (declarar Jerusalén como capital del Estado, derribos de barrios palestinos, disparar contra manifestantes civiles desarmados, etc.), ha envalentonado al extremista gobierno de Benjamín Netanyahu, que actúa sin miramientos en su afán por destruir todo rastro árabe (un 20 por ciento de la población) en el Estado judío, extender la soberanía de Israel más allá de las fronteras establecidas por la ONU y despreciar los derechos que asisten al pueblo palestino. Ni siquiera con tan formidable apoyo tiene garantizado Netanyahu su reelección como presidente sionista, en unas elecciones que han tenido que repetirse al no poder conformar una mayoría en el Parlamento. Y es que las maniobras de Trump, para forzar una solución del conflicto según convenga a una de las partes, parecen destinadas a cosechar un nuevo y sonoro fracaso.  

Pero, no contento con los problemas que ya tiene en la región, Trump se empeña en sacudir el avispero de Irán (país con el que EE UU no mantiene relaciones diplomáticas desde hace cuatro décadas) con su retirada unilateral del acuerdo nuclear, alcanzado en 2015 por Rusia, China, Reino Unido, Francia, Alemania y EE UU, por el que Teherán se comprometía a reducir el enriquecimiento de uranio y poner su programa nuclear bajo supervisión del Organismo Internacional de la Energía Atómica, a cambio del levantamiento de las sanciones económicas internacionales que lastraban su economía. Aquella decisión de Trump propició la respuesta iraní de retomar su programa nuclear si el resto de firmantes no garantizaba lo convenido. Creía Trump poder doblegar al gobierno de Hassan Rohani y obligarlo a negociar otro acuerdo, con la amenaza de nuevas sanciones e impidiendo la venta de petróleo iraní a terceros países. Pero ni Irán se pliega ni la voluntad europea es decidida, por lo que Teherán advierte con aumentar la producción de uranio enriquecido, combustible que sirve tanto para producir energía eléctrica como la bomba atómica. Por si fuera poco, Irán endurece el control naviero por el estrecho de Ormuz, por el que circula más del 20 por ciento del petróleo mundial. La zona se ha convertido en un punto de fricción, con cargueros apresados o atacados, que podría desencadenar una guerra. Y todo por el empecinamiento estúpido de Trump de echar un pulso, provocando una crisis que no sabemos cómo acabará, en un asunto que estaba ya en vías de solución. Otro acto fallido de su política exterior estrambótica.   

Y es que las iniciativas de Donald Trump son impulsivas, viscerales, impredecibles e incoherentes y, por tanto, peligrosas y hasta contrarias a los propios intereses de EE UU. Sólo el populismo radical explica algunas de ellas, con su visión cortoplacista, intransigente y simplista de los problemas, como son el abandono de los acuerdos climáticos del Tratado de París o la ruptura del tratado para la eliminación de misiles de medio y corto alcance (INF), firmado con la Unión Soviética en tiempos de Reagan y Gorbachov, lo que ha desatado una nueva carrera armamentística. Con sus extravagancias, Trump ha impulsado el destrozo ambiental (ahí está Bolsonaro siguiendo su ejemplo) y la proliferación de armas de gran alcance y devastadora potencia. Todo un “triunfo” de su particular manera de abordar y agravar los asuntos en los que mete mano.

Como en Venezuela. Sus intentos de provocar un golpe de estado, de derrocar como sea al gobierno de Nicolás Maduro y de levantar al país, dividiendo a su población, en contra de sus dirigentes, sólo han conseguido alimentar una enorme crisis nacional -económica, política y social- en aquel país sudamericano, han ocasionado un empobrecimiento general que se ha cebado con los ciudadanos más vulnerables y han generado una avalancha migratoria de las que tanto teme Trump, pero han afianzado en el poder al gobierno bolivariano, lo contrario de las pretensiones perseguidas. Ni el reconocimiento a Guaidó como presidente interino, encabezando toda la oposición a Maduro, ni las ayudas prestadas -legal o subrepticiamente- a los movimientos antigubernamentales, con el apoyo explícito de Trump, han conseguido sus propósitos de sustituir un gobierno “hereje”, pero democrático, por otro afín a los intereses de EE UU en la región. Otro fracaso más.   

Queda por ver, por abreviar, lo que pasará con la guerra comercial con China, que va subiendo en grados y aranceles que encarecen los precios finales de los productos. Lo grave es que no es una batalla por igualar la balanza comercial entre ambos países, como se aduce con esa invención sistemática de falsedades a que acostumbra el discurso político, sino una guerra por el predominio tecnológico y la capacidad china de convertirse en un actor que disputa la supremacía de EE UU en el mundo. Trump ve con ojeriza sus avances tecnológicos y espaciales, su capacidad económica para invertir en todo el planeta y su potencial comercial para competir a escala global, pero se enfrenta a semejante reto con las armas pueriles de su matonismo negociador, aunque ello conduzca a una ralentización de la economía, incluida la del propio EE UU. No cabe duda de que las revueltas de Hong Kong se inscriben en ese enfrentamiento que libran ambos países. También sus amenazas a la Organización Mundial de Comercio (OMC), a la que tiene bloqueada e impide su función reguladora de las diferencias del mercado, para que cambie las reglas y considere ricas a naciones en desarrollo, como China, que hacen competencia al monopolio mundial norteamericano. Está por ver cómo queda esta guerra con China, pero por los resultados que avalan la conducta de Trump en política exterior, mucho nos tememos que acumulará un nuevo fracaso. Lo que pagaremos todos.  

lunes, 9 de septiembre de 2019

Un contagio que no es broma

Productos "La Mechá"

Poca broma con la salud pública. Nada de chistes con la infección por carne mechada contaminada que se ha producido en Andalucía. Más seriedad con un asunto en el que han fallado, por causas diversas, los controles que debían proteger a los consumidores de productos alimenticios ante cualquier manipulación, durante su obtención, elaboración, conservación y distribución, que no se ajuste a las debidas garantías higiénico-sanitarias. Poca broma, pues, con el primer contagio masivo por listeriosis conocido en España y que ya ha ocasionado tres muertos, siete abortos y más de dos centenares de personas ingresadas en los hospitales tras consumir carne mechada. El asunto es delicado y muy grave.

Porque es incomprensible, aunque pueda explicarse, que de una fábrica, registrada y autorizada para tal fin, salgan productos a la venta para consumo público contaminados con una bacteria que causa una infección en quienes los consuman, sin que ningún control de calidad interno ni ninguna inspección sanitaria, a la que está regularmente obligada, los detecte. Sin embargo, ha sucedido, y en dos empresas diferentes, evidenciando un cúmulo de irregularidades y negligencias que deberán ser aclaradas, corregidas y, si procede, castigadas con la exigencia de responsabilidades administrativas y penales que correspondan. Porque con la salud pública no se juega, máxime si el “juego” tiene consecuencias luctuosas para los ciudadanos. Los culpables de esta situación, sea por acción u omisión, han de pagarlo, puesto que no se trata de un accidente o una eventualidad imprevista, sino de una falta de rigor en quienes manipulan carne con fines lucrativos y de los encargados en controlar que tal actividad se realice con todas las garantías pertinentes. Están en juego la confianza en las instituciones gubernamentales u organismos oficiales de control y la profesionalidad de las empresas y la fiabilidad de los productos que se consumen bajo el marchamo de una presunta calidad y garantía sanitarias. Y tal confianza, que depende de las explicaciones y la gestión de esta crisis, pero también de las medidas que se adopten para evitar que se repita, es, hoy por hoy, ínfima. La actuación de las autoridades deja mucho que desear.

Empresa Magrudis
En primer lugar, por no haber detectado a tiempo el problema y evitado el contagio masivo de ciudadanos. Desde que se descubrió que el foco de la infección se hallaba en la empresa cárnica Magrudis, radicada en Sevilla, que comercializa carne mechada con la marca “La Mechá”, hasta que se incautaron tales productos y, finalmente, se clausuró la empresa, transcurrieron injustificadamente demasiados días que sólo sirvieron para que el brote se extendiera entre la población. Desde mediados de julio, la Junta de Andalucía conocía el pico de casos por listeriosis en los centros de salud, pero hasta el 15 de agosto la Dirección General de Salud Pública y Ordenación Farmacéutica de Andalucía no decretó la alerta sanitaria. Demasiados días para comprobar que el producto en cuestión era el causante del brote infeccioso. Se fueron tomando decisiones a expensas de los acontecimientos y no con la debida celeridad para anticiparse a ellos y evitarlos. Se produjo, incluso, un cruce de reproches entre administraciones (autonómica y municipal, con competencias compartidas en la inspección sanitaria) que en nada contribuía a tranquilizar a la población y minimizar el problema. Mientras la cifra de afectados aumentaba, la información ofrecida por las autoridades, pese a la aparente asepsia profesional de los datos médicos, causaba más alarma que tranquilidad. De hecho, el llamamiento, primero, a todas las embarazadas y, posteriormente, a las que sólo hayan comido carne contaminada para someterse a un tratamiento preventivo con antibióticos, no ha ayudado a transmitir confianza sobre su necesidad, por cuanto muchas de ellas temen que la medida perjudique al desarrollo de los fetos. Y, peor aún, denota que el alcance de la infección no se conoce ni se controla, ya que la circulación de los alimentos contaminados no se paralizó hasta muy tarde y, en todo caso, han ido apareciendo nuevos productos también contaminados que obligan a la Consejería de Salud y Familias a ampliar la alerta sanitaria, el día 23 de agosto, más de un mes más tarde de que apareciera el pico por listeriosis. Y más tarde aún, el 28 de agosto, se extiende la alerta a todos los productos de la empresa Magrudis.

Cuando al fin va remitiendo el número de afectados en los hospitales, después de dejar un reguero de muertos, abortos y más de 200 personas infectadas, un segundo foco de contagio se localiza en otra empresa, gaditana esta vez, que comercializa productos cárnicos con la etiqueta “Sabores de Paterna” y los distribuye por Cádiz, Huelva, Málaga, Madrid y otras provincias. Ante este nuevo brote, se afronta la situación con más determinación y celeridad, decretándose una nueva alerta sanitaria el día 6 de septiembre, al poco de detectarse una intoxicación por consumo de carne contaminada. Ello hace que, en la actualidad, ambas empresas estén ya clausuradas e inmovilizada y retirada de la circulación toda su producción. Pero ambas, también, son muestras evidentes de que algo no ha funcionado bien en el control e inspección sanitarios de los alimentos destinados al consumo humano. Unas irregularidades y unas negligencias que deberán corregirse, depurando responsabilidades, para evitar que vuelvan a darse. Y, derivado de todo lo anterior, unos delitos contra la salud pública que habrán de dirimirse, para que nadie crea que infringir la ley y las ordenanzas sale gratis, con la contundencia ejemplarizante de la Justicia.

Portavoz médico y consejero de Salud
Hay que tomárselo en serio porque no es ninguna broma atentar contra la salud de los ciudadanos. Y porque no es de recibo que una empresa mantenga una actividad sin que sea sometida con regularidad y rigor a las inspecciones sanitarias y controles correspondientes. También, además, para exigir que la actuación de las autoridades competentes y la gestión de toda alarma sanitaria sean mucho más eficaces y celosas de lo que han sido, ya que, en el caso Magrudis, parecían mostrar una “cautela” que priorizaba el interés de la empresa a la salud de los ciudadanos. Se perdía así, en aras de no perjudicar el buen nombre de un negocio, un tiempo que favoreció la extensión del contagio entre la población, cuando el posible daño a la empresa se compensaría con las indemnizaciones pertinentes, pero las muertes y quebrantos de salud de los ciudadanos no hay modo de restituirlos, mucho menos con dinero. Ese tiempo perdido -algo más de un mes- en tomar las medidas oportunas -dictar la alerta, inmovilizar los productos y clausurar la empresa- para no perjudicar a una empresa, como ha argumentado algún responsable de la Consejería de Salud, no debiera consentirse ni repetirse. Pero, desgraciadamente, ha pasado en el primer y mayor contagio masivo por listeriosis acaecido en España. Es algo muy grave como para tomárselo a broma.

jueves, 5 de septiembre de 2019

Siempre voy con Pat


Pat Metheny (Misuri, 1954) es un guitarrista norteamericano que hace décadas llevo escuchando con la fidelidad de un seguidor incondicional. Se trata de un músico virtuoso que siempre me ha sorprendido por la experimentación de melodías y sonidos que es capaz de arrancar a sus guitarras, logrando con la guitarsynt (sintetizador de guitarra) unos timbres trompetísticos que convierten algunas de sus piezas en verdaderos prodigios jazzísticos de enorme belleza. Ejemplo de ello es Are you going with me?, un clásico que no puede dejar de tocar en casi todos los conciertos en los que actúa y que he escuchado en directo cada vez que he asistido a los que ha organizado en España (El próximo, en el Teatro de la Maestranza, en junio del año que viene). Ni qué decir tiene que el álbum en el que apareció por primera vez esta canción (Offramp, 1981), lo pongo con cierta frecuencia en el tocadiscos (directamente en vinilo o CD, jamás por Spotify), proporcionándome en todas las ocasiones la sublime sensación de escuchar una sinfonía creciente de jazz fusión que me conduce al éxtasis de la sensibilidad musical. Desde entonces, como si respondiera a su título, reconozco que siempre voy con Pat.        



martes, 3 de septiembre de 2019

¿Quién quema la Amazonia?

Arde la Amazonia. En lo que llevamos de año, ha habido cerca de un 90 por ciento más de incendios que el año pasado, según datos del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE), organismo que, desde 2013, vigila desde satélites la deforestación a la que está sometida la mayor selva tropical del mundo, el “pulmón del planeta” que proporciona el 20 por ciento del oxígeno del aire y, al mismo tiempo, la que más dióxido de carbono (CO2) absorbe, mitigando el efecto invernadero que provoca este gas en la atmósfera, causante del calentamiento global. Pero, aunque sea normal que en los meses secos (de julio a octubre) se produzcan incendios por causas naturales (rayos, por ejemplo), no lo es tanto que el número de ellos y su intensidad sean este año desproporcionados, hasta el punto de que se hayan registrados ya más de 75.000 incendios. Una cifra, a todas luces, preocupante y sintomática de que “algo” huele a quemado en la Amazonia. Y no es una licencia literaria porque, por culpa del fuego, desde 2000 a 2017, se ha perdido en Brasil, según Greenpeace, una extensión de selva del tamaño de Alemania, es decir, unos 400.000 kilómetros cuadrados. Se trata de un auténtico crimen medioambiental del que el diario The Economist señala posibles responsables, entre culpables directos y los que consienten la catástrofe sin hacer nada, al advertir que, desde que Jais Bolsonaro llegó al poder, los árboles desaparecen en Brasil a razón de dos Manhattans por semana. Es evidente que el presidente Bolsonaro no prende los fuegos, pero los facilita y los deja arder sin hacer apenas nada.

Y es que bajo su administración, formada por ultraconservadores y militares, se han tomado iniciativas tendentes a recortar la financiación de la preservación de la naturaleza y la protección del hábitat de las tribus de indígenas que habitan la selva. Reducir tales recursos y desmantelar organismos encargados de la protección medioambiental, como el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables, han tenido como consecuencia una descontrolada y exacerbada deforestación de amplias zonas de la Amazonia y el incremento desmesurado de los incendios, la mayoría de ellos provocados. Tan masiva es la agresión que, en los últimos 40 años, la Amazonia brasileña ha perdido un 20 por ciento de su masa selvática. Un ritmo de destrucción que Bolsonaro ha acelerado y que, de mantenerse, podría llevar a la desaparición de la selva amazónica en cuestión de pocas décadas.

La nefasta política medioambiental del dirigente ultraconservador brasileño es reflejo de su ideología neoliberal, la cual dogmatiza que los recursos y bienes de un país -y, por ende, del mundo- han de estar supeditados a la actividad mercantil, sin más regulación que la de la oferta y la demanda. Es la mentalidad actualmente imperante en el planeta y la que hace resurgir los populismos ultranacionalistas de derechas, de los que Bolsonaro es sólo un ejemplo, y no precisamente el más destacado. Dicha mentalidad -lo primero es el negocio- es la que impulsa a algunos agricultores y ganaderos a perforar cientos de pozos ilegales en el entorno de Doñana, espacio natural protegido de España, para beneficio de sus explotaciones agrícolas o ganaderas, pero que ponen en serio peligro las reservas acuíferas y la viabilidad de un parque con humedales de excepcional riqueza y biodiversidad. O la que mueve a Trump a revocar las regulaciones de la era de Obama, en su lucha contra el cambio climático, sobre los escapes de Metano de las instalaciones petrolíferas y gasísticas, y a revertir las restricciones a la explotación forestal, minera y energética del Bosque Nacional Tongass (Alaska), uno de los más importantes del mundo, permitiendo la construcción de carreteras y oleoductos.

La Amazonia brasileña arde, pues, por un afán desmesurado de explotar sus vastos recursos naturales y ampliar las posibilidades de un negocio que proporciona pingues beneficios a la élite económica y política del país. Así, se talan árboles -o se queman- para ampliar los espacios agrícolas y aumentar las áreas de pastos para el mayor rebaño comercial del mundo (más de 200 millones de bovinos), y potenciar un sector agroindustrial que mueve más de 100.000 millones de dólares en soja, carne y productos agropecuarios, como explica el periodista Heriberto Araújo en un artículo reciente. Un negocio al que acompañan, como las rémoras a los grandes peces, la especulación lucrativa de la tierra, arrebatándosela a indígenas que apenas tienen contacto con la “civilización” y a humildes campesinos, para hacerse con el control y la propiedad de enormes extensiones de terreno, tan grandes como provincias o comunidades autónomas de España; los madereros clandestinos, los buscadores de oro ilegales y hasta las empresas de obras públicas y privadas que priorizan su cuenta de resultados a la protección del Medio Ambiente. Para todos ellos, Bolsonaro es el instrumento que, aupado al poder, tolera desde el Gobierno esa catástrofe ambiental para favorecer los intereses mercantiles y económicos de la oligarquía del país. Y sólo ante las presiones de la comunidad internacional y las amenazas de los países que aportan donaciones millonarias, como Alemania y Noruega, para reducir la deforestación de la selva amazónica, es cuando el presidente de Brasil ha decidido enviar al Ejército para apagar los fuegos y ha aceptado, tras rechazarla inicialmente, la ayuda económica que la Unión Europea le ha ofrecido al respecto.

La ecología y el cambio climático son, para estas mentalidades neoliberales, simples argucias de sospechosos izquierdistas que pretenden boicotear la libertad de mercado y el sacrosanto derecho a la iniciativa y propiedad privadas, como si de mandamientos divinos se trataran. Las advertencias de la ciencia sobre la necesidad de mantener el equilibrio de la biodiversidad y de evitar las emisiones contaminantes que la actividad humana provoca y que contribuyen, como factor determinante, al calentamiento de la atmósfera y el cambio climático, son recibidas por estos detractores de la sostenibilidad como si fueran auténticas “fake news”, mera y falsa propaganda proteccionista que obstaculiza el crecimiento económico y la creación de riqueza (riqueza para algunos, no todos, naturalmente).

Mientras tanto, la selva se destruye como nunca antes en la historia y el bosque amazónico que paliaba, absorbiendo CO2, nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, apenas cumple con tal función que beneficia globalmente a la atmósfera del planeta. Los incendios que arrasan la masa forestal se transforman en una fuente de emisión de CO2. Según un estudio de la Universidad de Lancaster, supusieron en 2014 el 6 por ciento de las emisiones anuales de todo Brasil. Aún no se sabe lo que supondrán este año, cuando Brasil lleva más de 70.000 incendios declarados hasta la fecha. Para los científicos, nos acercamos a un punto en que no será posible preservar las masas verdes del planeta. Es decir, de seguir con los actuales índices de degradación de la naturaleza, nuestra propia supervivencia, y no sólo la Amazonia, estará en peligro. Por eso es imprescindible señalar a los que queman, hoy, la selva amazónica y cuantos desprecian la lucha por la protección el Medio Ambiente y contra el cambio climático. Nos va el futuro en ello. 

domingo, 1 de septiembre de 2019

Cambio de hojas


Nada más arrancar la de agosto, septiembre preside la portada del calendario para que, a pesar del calor que persiste abochornando el ánimo, una sensación de cierta euforia nostálgica acompañe el cambio de hojas con la expectativa de madrugones, atascos y voceríos colegiales o de compañeros sorbiendo un primer café camino del trabajo. Una simple hoja de almanaque que nos hace sentir como si hubiéramos vencido al verano y dejado atrás sus días de letargo para disponernos adentrarnos en un paisaje menos llano de horas más cortas y escurridizas que invitan a la renovación de nuestros afanes y objetivos. Tiempo de recolecciones en los olivos y de colecciones en los kioscos que inauguran la temporada con nuevos productos y fascículos para solaz de consumidores insatisfechos. Una hoja que nos devuelve a la rutina cíclica de nuestras ocupaciones y nos envejece sin remedio con el cómputo de una vida regida por el paso del tiempo. Septiembre preside el calendario para recordarnos que apuramos los días luminosos antes de que una pátina gris enturbie el ambiente de nublados y brisas frescas. Y todo por un cambio de hojas que nos hace transitar desde el descanso a la fatiga de nuestra cotidianidad. Tan deprisa como arrancar hojas del calendario.