miércoles, 30 de noviembre de 2016

Fidel, explicaciones sin justificación


Hablar de Cuba y de su Revolución, liderada por un Fidel Castro que acaba de fallecer a los 90 años y al que el país rinde una despedida también “revolucionaria” (grandes masas desfilando ante su féretro), es sentimentalmente complicado para alguien que observa aquella isla con simpatía cultural y era simpatizante de lo que, en sus inicios, fue una justa iniciativa armada en favor de la soberanía económica, cultural y política de Cuba –por ese orden- frente a la “ocupación” que sufría por parte de Estados Unidos.

El incinerado comandante Castro, ahora tan denostado, era en los albores de su revolución un icono, junto a su lugarteniente Ernesto Che Guevara, para la izquierda del mundo occidental, una izquierda paralizada en la praxis de los ideales frente al miedo a las amenazas fácticas del poder establecido, lo que la limitaba a teorizar antes que actuar más allá de donde le permitieran sus afanes reformistas, no rupturistas. Para los que aplaudimos la revolución cubana como una esperanza no utópica, por edad e ideología, podemos ahora explicarla, pero no justificarla, en este capítulo final en que se producen las exequias de su principal rostro e impulsor: Fidel Castro. Y algo aun más frustrante: somos incapaces de vaticinar los derroteros históricos por los que un régimen sin liderazgo discurrirá a partir de este momento. No obstante, estamos seguros que la tentación de aquel régimen comunista será grande para enroscarse en sus peligrosas debilidades totalitarias frente a las amenazas –como las de Trump- que provengan del exterior. La deseada transición cubana hacia una democracia homologable a las liberales de la actualidad exigirá más “diplomacia” externa que interna. Cosa harto difícil porque el recién elegido presidente norteamericano –la principal amenaza de Cuba- será cualquier cosa antes que diplomático: es un bocazas insoportable y un provocador empedernido. Todo un peligro real.

Como digo, explicarlo es fácil. La Cuba de Castro es radicalmente distinta a la que “mandó parar” el comandante el 1 de enero de 1959. Es producto del devenir cubano hacia su independencia, incubado por las luchas contra el colonialismo español y la dependencia comercial con Estados Unidos, que provocan un levantamiento en varias regiones del país conocido como el Grito de Baire. Una España agobiada por problemas internos y carente de recursos para mantener un ejército en condiciones en la “Perla del Caribe”, concede una autonomía al gobierno insular que apenas satisface las ambiciones soberanistas de los cubanos. En ese contexto, EE UU interviene en el conflicto hasta que logra vencer a España, obligándola a firmar el Tratado de París, por el que se adhesiona Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Fue lo que se perdió en la llamada “guerra de Cuba” que hemos convertido en frase hecha.

A partir de entonces se suceden gobiernos cuyos hilos manejaba, abierta o subrepticiamente, Estados Unidos en función de sus importantes inversiones, hasta que  impone tras un golpe de Estado a Fulgencio Batista, el último títere de la superpotencia del Norte. Contra él se levanta Fidel Castro y sus guerrilleros en Sierra Maestra, haciéndolo huir humillantemente durante el transcurso del avance militar de los revolucionarios desde Santiago de Cuba hasta La Habana, el mismo itinerario que inversamente recorrerá el cortejo fúnebre con las cenizas del comandante para depositarlas en el cementerio de aquella ciudad, junto a la tumba de otro héroe histórico, José Martí.

Es fácil explicar que el espíritu independentista del pueblo cubano y las desigualdades existentes en su seno, someramente descritos en este apunte, generaron las simpatías hacia quienes osaban enfrentarse a los condicionamientos que imponían la Historia y la bota del imperialismo más grosero. Sobre todo, cuando aquellos barbudos encabezados por Fidel Castro impulsaron, con su Revolución, un Sistema nacional de Salud, universal y gratuito, que ha conseguido reducir la tasa de mortalidad infantil a la más baja de todo el continente. Y cuando el programa educativo ha logrado la alfabetización del cien por ciento de la población. Y un desarrollo de las zonas rurales, en las que se elevó el número de hospitales, que ha posibilitado la provisión de servicios básicos a la población campesina.

Pero es más fácil de explicar en el contexto subsiguiente a la Segunda Guerra Mundial y los primeros movimientos de descolonización en países oprimidos del Tercer Mundo, que enmarcan con una aureola de ética y justicia social al levantamiento en armas protagonizado por los revolucionarios cubanos. Era, pues, fácil de explicar y adherirse a la Revolución impulsada por Fidel Castro, en especial cuando en España soportábamos la dictadura del general Franco y el Telón de Acero dividía al mundo en dos bloques antagónicos.

Pero es sumamente difícil justificarla con el paso del tiempo y los excesos cometidos en su nombre, en nombre de la Revolución. Unos excesos que transforman al libertador en un déspota totalitario que se aferra a sus ideales, ya fracasados, aun cuando las circunstancias son adversas y se lo impiden. Es cierto que Estados Unidos, con quien en principio se pretende mantener buenas relaciones, le hace la vida imposible al régimen castrista, al ver afectados sus fuertes intereses en la isla. La política de expropiaciones, con una reforma agraria contra los latifundios que incide de lleno en propiedades de ciudadanos estadounidenses, unas confiscaciones de refinerías y empresas, la mayoría de las cuales eran yanquis, y unas nacionalizaciones de las principales fuentes de recursos económicos, también concentradas en manos norteamericanas, provocan el desencuentro con el todopoderoso vecino del Norte y el intento de invasión en Bahía de Cochinos en 1961, sólo dos años después de la revolución.

Incesantes muestras de hostilidad por parte de EE.UU y el boicot aún activo al comercio con la isla, no sólo empujan a Castro a la órbita de la antigua URSS y convierten a Cuba en el primer país que se declara socialista en el continente americano, sino que además hacen que Castro se enroque en la defensa a ultranza de su movimiento revolucionario, persiguiendo y encarcelando a disidentes, condenando a muerte a supuestos traidores, impidiendo toda apertura al exterior y enjaulando a su pueblo en la isla, sin libertad, para evitar que se contamine con la propaganda pseudolibertadora del imperialismo capitalista, el gran y único enemigo de la Revolución. Muertes, opresión y enormes carencias en la población son el resultado de más de medio siglo de aquella esperanzadora revolución cubana, protagonizada, dirigida y controlada por el abogado y doctor en Derecho, Fidel Castro.

Con sus luces y enormes sombras, Castro es ya un personaje de la Historia, que a lo mejor no lo absolverá, pero lo absorberá entre los impulsores de los hitos que determinan el devenir de los pueblos, para bien o para mal. Héroe o villano, descansará para siempre en el panteón de los hombres controvertidos que brillan con luz propia y seguirá despertando discusión entre quienes admiran su determinación y repudian su intransigencia ideológica. Ya es historia Fidel Castro, uno de los grandes líderes del siglo XX, que se puede explicar pero es difícil justificar.   

martes, 29 de noviembre de 2016

La rubia del charco

Que en España llueve cuando llueve y que, con sólo cuatro gotas o 20 litros, se desbordan las alcantarillas y se inundan garajes y pasos inferiores de las carreteras, es cosa que sabe el más despistado de los ciudadanos, salvo si eres superasí y vas con tu superutilitario de marca prestando atención sólo al móvil y al vuelo de tu melena. Entonces pasa lo que pasa, que te metes de lleno en una charca que no debía de existir pero que podía evitarse si se conduce, especialmente cuando llueve sobre infraestructuras españolas de secano, con moderación y extremando la prudencia. Entonces pasa lo que pasa.

Y pasa que hay quien se cree víctima de las negligencias de los demás y consigue montar el numerito, con el que acapara el cuarto de hora de éxito que todos los supermodernos anhelan desde que Warhol lo anunciara una noche de efluvios etílicos y narcisistas. Pero, sobre todo, cuando la suerte te sonríe, a pesar del infortunio, y te coloca una cámara de televisión grabando la escena. Estonces se aprovecha la ocasión. Porque cuando uno se considera tan superguay de la muerte, no va a consentir mojarse el corpiño y perder la elegancia, alejándose de allí andando y más mojado que una sardina. Mejor seguir representando el espectáculo de rubia indignada y esperar que venga un bombero a salvarte, trasladándote a hombros hasta donde todos aguardan el rescate. Sabías que sería una tontería ahogarse en poco más de un metro de agua y preferiste subirte al techo del coche, tras saltar por la ventana. Aunque ya conocías la profundidad de la charca, porque te pusiste de pie fuera del coche y se te mojaron las botas antes de encaramarte a su tejado, dejaste que el oportuno héroe te socorriera, no en una barca, sino andando. Con lo cual demostraste dos cosas: no sólo que eras super que te cagas, sino también una consentida que se merece que papi le pague otro coche.

Lo que más indigna del suceso es la atención que le prestan los medios, como si fuera noticia que una niña engreída no quiera mojarse el corpiño.  

sábado, 26 de noviembre de 2016

Introspección otoñal

Confesiones un día de lluvia a las gotas que parlotean con la intemperie al otro lado de la ventana.
 
Cabalgo solitario a lomos de mi sombra, incapaz de portar más bandera que la de mi ignorancia y siempre dispuesto a sufrir una nueva derrota que me estigmatice como eterno perdedor en cualesquiera que sean las batallas que voluntaria o involuntariamente he podido emprender en la vida. Las alforjas de mis pertenencias nunca transportaron tesoros ni prebendas, pero protegieron con el polvo de lo inútil los escasos libros que antojaron a mi espíritu. Poco apegado a lo material y torpe para la diversión lúdica, en encontrado refugio en la dispersión ensoñadora y la elucubración lírica de lo desconocido o incomprendido, lo más semejante a mi propio ser. Y he hallado consuelo a mis tribulaciones en los amplios horizontes de la nada y en los vacíos espacios de mi intimidad, último reducto de libertad, donde germinan las semillas de la esperanza y la paz.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Viernes negro

En español, suena a día de luto, a día aciago en el que ha sucedido alguna desgracia, algún accidente o una calamidad. Pero expresado en inglés, un idioma que nos parece más elegante por ser el que impone la cultura dominante, resulta día novedoso para entregarse al consumismo, una jornada más que el “marketing” comercial introduce en nuestro calendario para empujarnos colectivamente a las tiendas para adquirir productos que, a lo mejor no necesitamos, pero nos atraen con el señuelo de una supuesta rebaja especial en su precio.

Se trata de otro día, este de hoy llamado Black Friday, importado e introducido por la fuerza de la publicidad en nuestros hábitos de consumo con la aquiescencia de nuestra tendencia a aceptar todo lo foráneo, sobre todo si es anglosajón, como admirable y superior. Otro triunfo del capitalismo más grosero y antiético, aquel que estimula un exacerbado afán acaparador que genera pingües beneficios al comercio, y una derrota de los que denostan ser conducidos como un rebaño de individuos cuyas  consciencias están clausuradas, en expresión de Cándido, a cuestionar la instrumentalización consumista de la que son objeto. Un viernes negro en homenaje a la vulgaridad de este tiempo, como lo describía Ortega y Gasset, cuando señalaba en La rebelión de las masas, que “el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y lo impone dondequiera”. Exacerbado, ese derecho es sumamente rentable y quienes lo estimulan están frotándose hoy las manos.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

La muerte y la dignidad


La muerte nos iguala a todos en la desaparición absoluta. No deseo la muerte de ningún ser humano, pero lamento unas más que otras, pues no todos llegan a la muerte padeciendo el mismo calvario en vida. Por eso me conmueve infinitamente más la muerte de la anciana de Reus, fallecida en el incendio de su casa a causa de una vela por no tener electricidad para calentarse ni iluminarse, que la de la senadora valenciana Rita Barberá, acaecida hoy tras sufrir un infarto. A la primera le cortaron el suministro eléctrico por no poder pagarlo gracias a medidas que desregulan y liberalizan el mercado, promovidas por el partido al que pertenecía la política valenciana, y que dejan en total  desamparo a quienes carecen de recursos para satisfacer necesidades básicas. No es la corrupción lo que diferencia ambas muertes, sino la dignidad de la persona fallecida. Descansen en paz.

Entre ofensas y mentiras


Cristina Cifuentes
Esporádicamente y cuando no hallan otro argumento al que recurrir para responder a las críticas de sus adversarios políticos o para eludir explicaciones ante sus simpatizantes y votantes por cualquier iniciativa controvertida, la derecha española y la nacionalista no dudan en proferir ofensas a otros territorios y sus poblaciones, tachándolos de vagos, no pagar impuestos y lo contrario, pagar demasiados, de ser poco productivos y vivir de las subvenciones a costa de regiones más ricas y, por ende, más contributivas fiscalmente de España. Para ellas, para las derechas de Madrid y Barcelona, los andaluces simbolizan lo peor en gobernabilidad y desarrollo de España, y su atraso económico e industrial no se debe a condiciones seculares en las que ambas regiones han contribuido de buen grado, manteniendo un subdesarrollo andaluz sólo parcialmente amortiguado por la reinstauración de la democracia y la nada fácil adquisición de autogobierno como Comunidad Autónoma, sino a la actitud indolente de los andaluces, que prefieren vivir de las ayudas del PER (paro agrícola) y las subvenciones públicas a trabajar.

La última representante de esa derecha lenguaraz en ampararse en este tipo de ofensas y mentiras para defenderse en el Parlamento autonómico ha sido la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, quien ha afirmado que su comunidad financia la sanidad y la educación de Andalucía porque la Junta, en manos de los socialistas, es incapaz de obtener los recursos propios suficientes para prestar estos servicios a los ciudadanos andaluces. Se ha valido de ofensas y mentiras para hacer crítica política contra el Gobierno socialista de Andalucía, con esa actitud tan despreciativa y faltona propia de la derecha arrogante cuando atiende sólo sus intereses y privilegios. Para ello, ha seguido el guión de un argumentarlo antiguo pero recurrente y con el que no importa faltar a la verdad y enfrentar a unas comunidades con otras, fomentando división y desigualdad entre los ciudadanos, por réditos políticos, partidistas y electorales. No es la primera vez.

Ana Mato
El Gobierno de la Comunidad andaluza y hasta la manera de ser de los andaluces, incluido su habla diferenciado del castellano, han sido motivos de agravios por parte de una derecha que no tolera no haber podido arrebatar a los socialista el poder en la región durante todo el actual período democrático y a pesar de los escándalos en que se han visto envueltos aquellos. Y una de las maneras que tienen de hacer oposición y cuestionar la labor de la Junta de Andalucía es infamar, no sólo al Gobierno de la región, sino también a los andaluces.

Existen precedentes: Ana Mato, compañera de Cifuentes y exministra de Sanidad que tuvo que dimitir por su participación a título lucrativo en el caso Gürtel de corrupción, llegó afirmar que los niños andaluces eran “prácticamente analfabetos”. Años más tarde, esta misma señora volvió a infamar el sistema educativo andaluz al decir que los niños tenían que sentarse “en el suelo de las escuelas”, por carecer de pupitres, se supone. Otra “líder en ofensas” del mismo partido, Esperanza Aguirre, cuando ocupó el cargo que ahora detenta Cristina Cifuentes, espetó que los socialistas en Andalucía sólo utilizan “el dinero de los contribuyentes para dar pitas, pitas, pitas…” a la gente, refiriéndose a que la “alimentaban” como las gallinas, a base de subsidios y ayudas. Por si había alguna duda, remachó: “La gente del campo sabe a qué me refiero”.

Artur Mas y Josep A. Duran Lleida
Una exdirigente del Partido Popular en el Parlamento de Cataluña, Monserrat Nebrera, no se le ocurrió mejor crítica que mofarse del acento de la entonces ministra Magdalena Álvarez, de cerrado acento andaluz, lamentándose, además, de que cuando llamaba a hoteles de esta región no se enteraba de lo que decían. Y es que la derecha catalana, sea nacionalista o no, acude al tópico cada vez que quiere preservar sus privilegios y denostar los impedimentos que, a su juicio, no dejan que Cataluña, como Madrid, retenga sin contribuir toda la riqueza que genera. Lo dejó muy claro el antiguo portavoz de CiU en el Congreso de los Diputados, Josep Antoni Duran Lleida, cuando contestó que sólo “defiendo lo nuestro” al ser criticado por atacar en un mitin a los jornaleros andaluces y extremeños que se benefician del Plan de Empleo Rural (PER). Los acusaba de pasarse el día en el bar gracias al PER, mientras el payés no puede recoger la fruta en Cataluña porque no hay dinero. Hasta el mismísimo expresidente de la Generalitat catalana, Artur Mas, recurrió en su día, en un debate sobre la inmersión lingüística en Cataluña, a la burla despreciativa con Andalucía al comparar que los niños catalanes, a pesar de todo, sacan las mismas notas de castellano que los de Salamanca, Valladolid o Burgos, cuando los de Sevilla, Málaga, etcétera, a veces no se les entiende. Ofensas gratuitas y mentiras vergonzantes.
Son ofensas para distraer y ocultar mentiras. Ni los payés catalanes ni las comunidades de Madrid, Cataluña y Baleares financian a Andalucía, Extremadura y Castilla la Mancha, por ejemplo. Son las personas y no los territorios los que aportan los recursos con los que se financian  los servicios públicos que se prestan a todos los ciudadanos, independientemente sus recursos económicos y donde vivan. Esas necesidades de financiación se establecen en función de la población de cada Comunidad y teniendo en cuenta factores como el envejecimiento, la dispersión de los habitantes, la insularidad y otros factores. La capacidad de recaudación de cada región depende, fundamentalmente, de los contribuyentes que viven en ella y su nivel de renta. Cuanto más ricos, más recaudación, por ese sistema de fiscalidad progresiva que obliga a pagar más a quien más tiene. Es evidente que Madrid, Cataluña y Baleares, por razones diversas (capitalidad, burguesía emprendedora, turismo, industrialización, prioridad inversión pública, etc.), concentran más ricos que otras regiones de España, por lo que son esas comunidades las que aportan más recursos a la financiación autonómica, mientras el resto recibe aportaciones del Fondo de Garantía Autonómico que completan las necesidades de financiación con los que se sufragan los servicios públicos que prestan todas ellas.

Del mismo modo que un rico no le paga a un pobre la educación de su hijo, sino que entre todos los contribuyentes lo hacemos en proporción a nuestros niveles de renta, tampoco Madrid financia la Sanidad o la Educación en Andalucía, como afirmaba la presidenta de aquella Comunidad, mintiendo consciente y descaradamente y con voluntad de ofender. Y como lo hicieron otros antes que ella, comulgando todos ellos con esa ideología de derechas que está en contra de contribuir a la redistribución de la riqueza para posibilitar la igualdad de oportunidades y derechos a todos los españoles, sin distinción. Una derecha, nacionalista o constitucionalista –como gustan ahora definirse los partidos conservadores de ámbito estatal-, que arremete con infundios, mentiras y ofensas contra poblaciones y gobiernos autonómicos ajenos a su influencia para desprestigiarlos, erosionar su apoyo popular y confrontar sus políticas, aun poniendo en peligro la convivencia entre regiones y entre ciudadanos.
Con ofensas gratuitas y mentiras descaradas se pretende socavar, en defensa de intereses espurios y privilegios inconfesables, la solidaridad que el sistema tributario y la financiación autonómica permite a cualquier ciudadano, sin discriminación, acceder a los servicios públicos esenciales que garantiza la Constitución como derechos y conforman el llamado Estado de Bienestar. Quien no le importa mentir ni ofender persigue siempre objetivos ocultos más allá de expresar una `posverdad´ (una mentira que emociona a la opinión pública más que la verdad) y denigrar a los insultados. Es alguien rastrero.

domingo, 20 de noviembre de 2016

¡Preservad a los niños!

Hoy, 20 de noviembre, cuando algunos quieren conmemorar la muerte de un dictador que murió en su cama sin responder ante la justicia por sus crímenes, otros celebran el Día Universal del Niño, otra efeméride más digna de conmemoración e infinitamente más necesaria que la primera, por cuanto la infancia se halla sometida a privaciones y dificultades que causan espanto. No hay que acudir a los escenarios mundiales, donde las hambrunas, las guerras y la explotación como mano de obra dúctil, abundante y barata cercenan la feliz inocencia de los niños, para denunciar el maltrato y las injusticias que los miembros más inocentes y vulnerables de la Humanidad soportan. También en nuestros prósperos y desarrollados países existen situaciones que castigan a los niños a vivir sin tener garantía de una adecuada alimentación, sin apenas posibilidad de escolarización y huérfanos del calor y la protección de una familia que los ampare y los colme de afectos.

En España y en Andalucía hay niños en desamparo y subsistiendo en los límites de la extrema pobreza, a pesar de nuestro Estado de bienestar, de las leyes o derechos y de los mecanismos de ayuda caritativa de organizaciones y particulares. No son suficientes para erradicar de la infancia los impedimentos que convierten esa etapa de la vida en la más atroz de cualquier persona a la que arrebatan su inocencia y la ilusión de la niñez. Hay que preservar a los niños frente a un mundo cruel y peligroso, también aquí, entre nosotros y en nuestro país.

Por cada niño sin alimento, por cada niño sin techo, por cada niño sin colegio, por cada niño sin abrigo, por cada niño sin infancia debería caérsenos la cara de vergüenza a todos los españoles por nuestra desidia y dejación. Con nuestros impuestos y nuestro voto, convirtamos en prioritario la atención integral de la infancia y no una carretera. Preservemos la alegría y la felicidad del niño. Hoy es un Día para recordar que no cumplimos con ese deber como debiéramos.

viernes, 18 de noviembre de 2016

¡Un mundo feliz!


Tomo prestado el título a Aldous Huxley para describir lo que ofrecen los populismos que afloran con éxito en los últimos tiempos. Populismos que emergen vigorosos cual setas después del chaparrón de una crisis económica que regó de incertidumbres el terreno e hizo germinar los miedos en nuestras cómodas y confortables sociedades. Entonan cantos de sirena que atraen al electorado con mensajes simples pero rotundos que prometen devolver al pueblo, a la gente, la felicidad que le han hurtado unas élites políticas, económicas o mercantiles, sin que nadie pudiera evitarlo. Y establecen en el discurso una disyuntiva fácil de entender pero tramposa: la existencia de dos bandos: ellos, los otros, las élites, los de “arriba”, malos de solemnidad; y nosotros, los gobernados, el pueblo, los de “abajo”, los buenos de verdad, entre los que se encuentran los populistas, naturalmente. Es un hábil discurso que delimita el campo de batalla y predispone a la acción. Hay que hacer algo para defendernos de “ellos”, de esa “casta” opresora, de esta vieja “política” de privilegios y corrupción que pisotea y exprime al pueblo. Pintado así el panorama, los adalides del populismo y sus acólitos pueden presentarse como salvadores providenciales que, escamoteando con una retórica incendiaria, antisistema y visceral su esencial vinculación con lo que dicen denostar, prometen cielo y tierra, el paraíso terrenal de un mundo feliz, con tal de acceder al poder que tanto cuestionan.

Los líderes e impulsores de estos movimientos nada espontáneos establecen, así, claras diferencias entre los de “abajo” y los de “arriba”, cuando en realidad ellos también pertenecen a estamentos tan elitistas y distinguidos como contra los que, en teoría, se revelan. Profesores universitarios, jóvenes emancipados con formación, patrimonio y relaciones de los que se sirven para ganarse la vida dictando clases trufadas de proselitismo político, asesorando gobiernos de discutible lealtad democrática y dándose a conocer mediáticamente gracias a su dominio de las redes sociales. O bien, profesionales liberales que no necesitan ejercer para dedicarse a porfiar el espacio político a unas carcomidas formaciones tradicionales con las que comparten ideología y modelo social. Hornadas de hambrientos cachorros capaces de comerse a su padre político. Incluso, hasta controvertidos personajes multimillonarios, aburridos de ganar dinero, que invierten en su propia campaña electoral para encabezar la ira de los descontentos y castigados por un sistema que posibilita a estos magnates hacer de heréticos libertadores, dispuestos a “limpiar” de mugre el establishment al que se incorporan con gusto y ganas, aunque no tengan ni experiencia ni proyecto coherente que avalen sus pretensiones. En definitiva, en esta diatriba de “ellos” contra “nosotros” cabe de todo, a condición de que se condimente adecuadamente con oportunas dosis de nacionalismo xenófobo y vindicaciones a los que son atacados injustamente, con apelaciones constantes al sufrido pueblo. Estas son las caretas con las que se presenta, hasta el momento, el populismo en los países en que ha hecho aparición para quedarse.

No son torpes ni espontáneos, como decimos, sino extremadamente listos para aprovechar las circunstancias favorables de cierta inestabilidad y general descontento. Hacen un diagnóstico muy acertado de la realidad e identifican con precisión los problemas o amenazas que la aquejan, pero ofrecen soluciones o bien alejadas de las posibilidades reales del país, o bien basadas en un proteccionismo, económico, cultural o étnico, demagógico y en ocasiones ultramontano. Surgen en momentos como los actuales, caracterizados por la desconfianza y las incertidumbres, abanderando soluciones simplistas para problemas complejos que acogotan a los ciudadanos hasta el extremo de hacerles preferir charlatanes antes que a una política que se limita a prometer lo posible, no a ofrecer lo imposible.

Ejemplo de ello es Donald Trump, un imprevisible paternalista ambicioso que acaba de conquistar la Casa Blanca de Estados Unidos, aupado en la frustración de los vapuleados por la globalización comercial, que desubica industrias y genera desempleo, y en los recelosos a un mestizaje de la población, que poco a poco va perdiendo la supremacía caucásica, en un país con graves problemas raciales. Como es natural, culpan de tales males al sistema establecido y al establishment que lo habita, sea el de Washington como el de Madrid, París, Roma, Bruselas o Londres. Trump es, simplemente, el último en llegar pero el más poderoso representante de ese populismo rampante y triunfante, capaz de prometer medidas que, no por no trasnochadas o exageradas, son menos preocupantes y peligrosas, aunque muchas de ellas ya se apliquen desde hace tiempo en otros lares, incluso en nuestro país.

Porque España, si quisiera, podría asesorar, por ejemplo, al presidente electo de EE.UU. sobre la manera de levantar muros con concertinas que dificultan cruelmente la inmigración ilegal, pero no la impiden totalmente. Hasta el expresidente Aznar, gran admirador de la firmeza bélica para tratar conflictos globales, podría aconsejarle cómo repatriar inmigrantes, previamente sedados, a sus lugares de procedencia, resolviendo un problema, y punto, como gustaba sentenciar cuando se veía forzado a dar explicaciones.  Ese muro que prometió Trump para impermeabilizar la frontera con México ya se ha levantado en muchos otros lugares sin que consiga detener a los que huyen de la miseria, el hambre o las guerras. Ya ha demostrado que no es la mejor solución, aunque sirva para ganar votos.

Sólo es útil para exacerbar los miedos y el odio al “otro”, al extranjero, al inmigrante a quien se culpabiliza de los problemas que no sabemos resolver, de considerarlos delincuentes, narcotraficantes, violadores, terroristas o, cuando menos, de quitarnos el trabajo y denigrar nuestros barrios y ciudades. Un muro que incuba la xenofobia porque conviene al populismo demagógico, aquel que manipula las emociones y enturbia la convivencia pacífica y ordenada, respetuosa de la diversidad.

Con ese caldo de cultivo triunfa, también, el insospechado “Brexit” británico para abandonar la Unión Europea y cerrar esa puerta a la inmigración de… ¡europeos! Los populistas del “out” del Reino Unido supieron combinar con habilidad el rechazo al “otro”, aunque sea blanco y cristiano como ellos, para prometer la recuperación de una mancillada independencia y las cuotas de soberanía nacional cedidas a Bruselas. Una solución sencilla –bastaba un referéndum- pero drástica, como las que promueven los populismos de toda laya, cuyas consecuencias están por ver y dejan dividido al país. Ese mundo feliz que prometían los populistas británicos no resulta ser un paraíso de felicidad, sino un infierno de problemas agravados por una decisión motivada por las emociones, los miedos, y no sopesada racionalmente.

Por eso, tanto en Inglaterra como en Francia, Austria, Alemania y otros países, también aquí, cómo no, en España, soplan vientos de populismo, gente experta en pescar en río revuelto para asegurarnos un mundo feliz y edulcorado, donde se solventarían todos nuestros problemas de un plumazo. Para ello basta con romper con lo establecido, con la política tradicional, olvidar las ideologías y superar una democracia imperfecta hecha a medida de una “casta” política profesional, y desconfiar de los otros, de las élites y los diferentes. Tenemos que aislarnos, asegurar lo “nuestro”, expulsar a la vieja política de las poltronas y cambiar sus caducas instituciones y su orden. Sólo los populistas saben cómo devolvernos la felicidad que nos han arrebatado el establishment, la globalización y los inmigrantes. ¡Y nos lo creemos!

viernes, 11 de noviembre de 2016

Leonard Cohen, eterno

Ha desaparecido la persona, pero permanece el poeta y el músico, el artista que nos susurraba al oído, con voz grave y cavernosa, las penas y los milagros del amor, que llamaba por su nombre a todas las Suzanne que conocimos para expresarles el misticismo de su Hallelujah e invitarlas a Danzar hasta el fin del amor. Se ha muerto Leonard Cohen para que su recuerdo y su obra sean eternos y sigan acompañándonos cada vez que necesitemos que nos canten poemas en las soledades multitudinarias que habitamos.

El honor y la dignidad


El honor y la dignidad de una persona son valores que tienden a confundirse y, peor aun, a supeditarse a objetivos más prosaicos, digámoslo claramente, útiles y rentables en una sociedad que premia y admira el éxito, la riqueza y el consumo o acumulación de bienes. El honor es la consideración que los demás te reconocen de acuerdo a valores de una época, sus convencionalismos sociales y reglas morales, a los que te adhieres para ser aceptado en comunidad. Dignidad es la visión que tú mismo tienes de ti, el valor que das a tu persona y que, por tanto, no tiene precio, como sostenía Kant. Se puede carecer de fama, éxito o fortuna y tener una dignidad insobornable, la que caracteriza al humilde e, incluso, al vencido, al perdedor que se resiste a dejar de ser hombre en la derrota o en el fracaso. ¿Cuántos venden su dignidad por el reconocimiento, la adulación, la conquista, el dinero? ¿Cuántos prefieren ser marionetas de la avaricia, la hipocresía o el prestigio antes que conservar su dignidad? El honor depende de los demás, la dignidad de uno mismo. El primero es fácil de conseguir; el segundo, difícil de conservar. En estos tiempos que corren, en los que el materialismo es la medida de todas las cosas y la comodidad ablanda cualquier exigencia, es proclive confundir honor con dignidad. Sin embargo, hay que saber distinguirlos para valorarse uno mismo y valorar lo que nos distingue como seres humanos.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Trump, president por cojones


El pueblo norteamericano ha decidido que Donald Trump, a quien todos denostaban por ser un multimillonario impresentable, sea el próximo presidente de Estados Unidos de América. El candidato republicano Trump se ha impuesto a la demócrata Hillary Clinton en una campaña trufada de insultos, descalificaciones e incitaciones al odio que apelaban a las emociones antes que a la razón. Confrontaba sentimientos en vez de programas. Una campaña tan atípica como bochornosa, sobre todo desde la estrategia, triunfante, del republicano. Y el norteamericano medio, ese que ya no cree en nada y menos aun en los políticos, ha elegido la nada que le garantiza seguridad y a un empresario metido en política. Confiemos en que no se equivoque. Porque Trump se ha impuesto por cojones, surgiendo desde ese mismo descreimiento: los que ha echado para convertirse en el candidato de un partido que lo despreciaba. Y los que ha tenido para mofarse de los minusválidos, insultar a los inmigrantes, ser sectario con los musulmanes, misógino con las mujeres, insolidario con los desfavorecidos, irrespetuoso con los decentes y humildes, tramposo con los impuestos, rufián y jactancioso con los poderosos, amenazador con sus adversarios y receloso del sistema, si no ganaba.

Donald Trump ha sabido encabezar el descontento de esa América profunda -y no tan profunda- con el “establishment”, con la globalización, con los problemas migratorios y con la política de tolerancia que resta privilegios a los habitantes de la primera potencia mundial, acostumbrados a tener armas de fuego y que cada cual resuelva sus problemas sin que el Gobierno se inmiscuya. Alejado de la intelectualidad y cercano y populista con la masa de insatisfechos que, más allá de promesas y programas, sólo quiere que le devuelvan lo suyo, lo arrebatado por los nuevos tiempos y nuevas circunstancias: su trabajo, su hipoteca y su bandera en el jardín para volver a sentirse orgullosa de pertenecer a una nación que lidera el mundo.

El republicano ha sabido atraerse a esa masa que no entiende de competitividad ni de mercados globales que arruinan empresas nacionales y provocan desempleo, que no quiere reformas sanitarias que atiendan a los que no pueden pagarse un seguro médico, que está en contra del aborto y el matrimonio igualitario, que prefiere un muro para luchar contra la inmigración, que prohíbe la entrada de los musulmanes para combatir el terrorismo y que opta por deportar a millones de indocumentados en vez de tratar de integrarlos. Que sólo conoce su terruño y no quiere saber nada de alianzas atlánticas defensivas ni de ayudas a otros países. Y que, ante los conflictos, es partidaria de más bombas y menos diplomacia. Esa masa ingente de gente ha dado la victoria a Donald Trump, lo ha elegido como el 45º presidente de USA. El mundo contiene el aliento mientras en Moscú brindan con vodka. La razón ha sido vencida por la emoción. ¡Tiene cojones la cosa!

lunes, 7 de noviembre de 2016

Huelga contra los deberes escolares


Acabo de coronar la edad de jubilación y asisto estupefacto a una convocatoria de huelga contra los deberes escolares. Los deberes son tareas que los chavales deben realizar en sus hogares para presentarlos al profesor el día siguiente. En la mayoría de las ocasiones, consisten en aplicar mediante supuestos prácticos los conocimientos enseñados en clase para reforzar su aprendizaje. Varían en forma y complejidad según la asignatura y grado de escolarización. Que yo sepa, siempre han existido. Tan antiguos son que yo también he tenido que realizar deberes en mi etapa de enseñanza obligatoria y elaborar trabajos, también fuera del horario lectivo, en las dos ocasiones que pasé por la universidad. Y, aquí me tienen: ni estoy traumatizado por no haber tenido todo el tiempo libre para jugar cuando salía de clases ni mis padres se quejaron por obligarme, y a veces ayudarme, a realizar mis deberes. Antes al contrario: todos reconocemos que, gracias en alguna medida a los deberes escolares, pude sacar partido de las enseñanzas recibidas y consolidar mi formación. Y se lo debo, también en gran parte, a mis padres, que nunca desfallecieron para que estudiara. Pero, fundamentalmente, la deuda es con los profesores, que me insuflaron el hábito del estudio y la curiosidad por saber.

Es posible, no obstante, que el volumen de tareas extras que se exige en la actualidad sea mucho mayor que en mis lejanos tiempos escolares. Pero los recursos que tienen hoy a su disposición los niños para ayudarse con los deberes son, de igual modo, más numerosos y eficaces. Como padre, he tenido que dibujar en una cartulina (varias veces, por las diferencias de edad) la tabla de multiplicar para que mis hijos la memorizaran fácilmente al tenerla colgada de la pared en sus dormitorios. Hoy en día, con buscarla en Internet e imprimirla es suficiente. Tanto las tareas como la forma de trabajarlas han cambiado, como todo, una barbaridad. Pero la finalidad sigue siendo la misma: es un método por el cual el alumno asienta el conocimiento en su memoria y aprende su utilidad práctica con la resolución de problemas o valorando su importancia en el mundo en que le ha tocado vivir. Y es que a la escuela no se va a jugar, sino a aprender, a recibir la preparación que va a necesitar de adulto para tener posibilidades de alcanzar las metas personales que se proponga. Y ello cuesta, requiere esfuerzo por parte de los alumnos, los maestros y los padres. Por eso me quedo estupefacto con esos padres que secundan una huelga contra los deberes escolares y no contra la asignatura de religión, por ejemplo.

Reconozco que habría que valorar exactamente la cantidad de tareas que los alumnos han de realizar antes de opinar si, efectivamente, existe un exceso de obligaciones extraescolares que agobia a padres y alumnos. Pero de ahí a pedir la supresión de las mismas va un abismo, el que existe entre la labor pedagógica del profesor y la ignorancia educativa de los padres. Convocar una huelga que pretende la enmienda a la totalidad de los deberes me parece una exageración, una imprudencia propia de irresponsables que desconocen la idoneidad de los deberes como soporte que ancla los conocimientos en los alumnos. Hubiera sido más eficaz exigir una reunión, integrada por docentes, padres y responsables educativos, para estudiar el asunto, cuantificar la carga de tareas que se le exige al alumnado en cada tramo escolar y acordar una cantidad de deberes, teniendo en cuenta el número de asignaturas y el tiempo estimado en realizarlos, de tal manera que no suponga un impedimento al manido derecho a la convivencia familiar y al ocio de niños y padres. Es decir, limitarlos o racionalizarlos, pero no suprimirlos como demandan los convocantes de la huelga.

Una huelga para eliminar los deberes escolares es una exigencia que parece antojarse a padres, cuanto menos, poco dispuestos a sacrificarse por ayudar a sus hijos con los estudios en casa. La falta de tiempo o la carencia de conocimientos para aclarar las dudas que los niños puedan plantear, podrían ser algunas de las motivaciones para desear la desaparición de las tareas extraescolares. Una motivación egoísta e irresponsable porque surge de una incapacidad de los padres que repercute en la educación de los hijos. Además de partir de una equivocación: no hay que hacerle los deberes a los hijos, sino ayudarlos a que sean ellos solos los que ejecuten sus tareas.
 
Esta rebelión contra los deberes está convocada por la Confederación Española de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA), mayoritaria en la escuela pública, con la finalidad de eliminar las tareas escolares fuera del horario lectivo. Es la primera vez que se plantea una reivindicación así en España, con la excusa de que la “sobrecarga” de deberes resta a los padres “el tiempo familiar que les corresponde”. Al parecer, los convocantes entienden “tiempo familiar” sólo el dedicado al ocio o el esparcimiento, no el compartido con los hijos para fomentarles hábitos y disciplina de estudio. Es verdad que hay que permitir al niño un tiempo de asueto con sus amigos y un tiempo familiar para que disfruten con sus padres, pero también un tiempo, aparte del que consumen en la escuela, para consolidar y desarrollar lo aprendido en casa. Y, aunque no existen evidencias científicas que prueben que los deberes garantizan el éxito educativo, tampoco lo contrario. Hay tiempo para todo, también para inculcar hábitos de estudio. Es cuestión de organizarse.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Luz diamantina


Después de una lluvia purificadora, la atmósfera se muestra límpida y transparente para que una luz diamantina haga relucir los contrastes cromáticos que existen en cualquier rincón de Sevilla en los que resplandece la belleza. Un cielo inmaculado de puro celeste recorta el perfil de torres de orgullosa verticalidad que emergen entre la fronda verde y ocre de una arboleda otoñal. Un aire fresco y limpio, como cristal impoluto, deja que las pupilas se impresionen con imágenes que brillan bajo la luz diamantina que baña Sevilla y la acicala hasta la hermosura. Días pulcros para mirar y admirar con deleite los encantos de una ciudad que refulge luminosa y se exhibe sin pudor.

(Fotografía: Lienzo de Babel.
Torre Sur de Plaza de España)

viernes, 4 de noviembre de 2016

¿Nuevo Gobierno?

Los rostros del nuevo gabinete
Por fin, después de diez meses gobernando de manera interina, Mariano Rajoy ha conseguido la investidura del Congreso y ha nombrado un nuevo gabinete que es una prolongación del anterior que estaba en funciones. Se trata de una continuación porque, si las posibilidades de todo gobierno vienen determinadas por su capacidad económica y financiera, los responsables de estos departamentos tan relevantes son los mismos que ya venían estableciendo los criterios de gasto y austeridad en el anterior Ejecutivo. Luis de Guindos, al frente del ministerio de Economía, y Cristóbal Montoro, en el de Hacienda, han sido ratificados en sus cargos con el expreso propósito de perseverar en esa política restrictiva que tan buenos frutos ha dado para el empobrecimiento de amplias capas de la población. Del mismo modo, si los trabajadores albergaban alguna esperanza de recuperar derechos y garantías en sus trabajos, habrán recibido alborotados la permanencia de Fátima Báñez al frente de la cartera de Trabajo y Seguridad Social, siendo ella la que ha elaborado una Reforma Laboral que tan excelentes resultados en cuanto a precariedad y reducciones salariales ha cosechado. Es decir, los grandes triunfos del “modelo Rajoy” de cargar sobre las clases medias y los obreros los costos de una supuesta recuperación que sólo beneficia a los bancos, grandes empresarios y acaudalados de la sociedad, serán conservados como meta prioritaria por el ¿nuevo? Gobierno que acaba de jurar sus cargos.

Manteniendo intacta la estructura económica y laboral, básica para ese modelo neoliberal de sociedad, Mariano Rajoy ha confeccionado un Ejecutivo en que los únicos retoques realizados han sido simplemente cosméticos, de cara a la galería interna de su partido, con objeto de soltar el lastre de aquellos miembros impresentables y cuestionados de la vieja guardia con que se había rodeado en la legislatura anterior. Por tal motivo, ha cesado en el ministerio del Interior a Jorge Fernández Díaz, reprobado en el Congreso de los Diputados por unas escuchas ilegales y sempiterno condecorador de vírgenes y cofradías; a Pedro Morenés en Defensa, quien resultaba incompatible por sus negocios en la industria armamentística, y a José Manuel García Margallo, en Exteriores, cartera que apenas ha servido para elevar y potenciar la presencia de España en el mundo o, al menos, en su área de influencia, Europa y Latinoamérica, pero  obsesivamente volcado en izar la bandera española en Gibraltar, algo que quita el suelo a las poblaciones de ambos lados del istmo fronterizo del Peñón.

Ministros salientes
Los demás cambios en el Gobierno se han producido, fundamentalmente, para compensar los equilibrios de fuerza que se producen entre el partido y el Gobierno, donde Dolores de Cospedal, como secretaria general del Partido Popular, y Soraya Sáenz de Santamaría, como vicepresidenta del Gobierno, intentan desde hace años controlar para imponer cada cual su influencia. El inmenso poder que acumulaba Sáenz de Santamaría será contrarrestado por la incorporación de Cospedal a la cartera de Defensa y con la de un hombre de su confianza en Interior, Juan Ignacio Zoido. La vicepresidenta, en cambio, consigue que otro fichaje que le debe lealtad, Álvaro Nadal,  asuma la cartera de Energía, Turismo y Agenda Digital. El resto de nombramientos responde a cuotas territoriales que persiguen contentar a todos, como Dolores Monserrat (catalana) en Sanidad, e Íñigo de la Serna (cántabro) en Fomento. A ellos se añade un técnico y experimentado diplomático, además de jurista, Alfonso Dastis, al frente de Exteriores, como única novedad realmente destacable del nuevo Ejecutivo de Rajoy, con la misión de defender tras las bambalinas los intereses de España en Bruselas y evitar los castigos y reprimendas que puedan emprenderse ante los reiterados incumplimientos en materia económica (déficit) y social (cuota de refugiados), entre otros compromisos.
 
Si el mensaje que se quería transmitir con la composición del nuevo Gobierno era de continuidad, se ha acertado completamente. Lo que caracteriza a este Ejecutivo, que mantiene el mismo número de carteras que el anterior (13) y en el que figuran cinco mujeres junto a ocho hombres, sin contar a Rajoy, es la continuidad con la que se quiere insistir en unas políticas que son contestadas en la calle y, ahora, también desde el Parlamento, donde no goza de mayoría. Los nuevos rostros no aportan ningún “plus” a favor del diálogo más que en la retórica y no en los estilos o los talantes. Con ellos, el Gobierno permanecerá prácticamente en funciones, dedicado a defender a ultranza la herencia de austeridad y recortes que recibe del anterior, mientras Rajoy se dedica a reflexionar acerca de cuándo le conviene convocar nuevas elecciones por las dificultades con las que ha de enfrentarse en un Parlamento que le discute hasta el saludo. Este ¿nuevo? Gobierno nace con voluntad de ser interino y con el evidente objetivo de poner parches que permitan sortear la encrucijada hasta que convenga  convocar anticipadamente a urnas. En este aspecto, el Gobierno es transparente, al menos, en su intencionalidad. Menos da una piedra.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Un PSOE sin resiliencia

Pedro Sánchez
A perro flaco, todo son pulgas es frase del refranero español que viene a señalar la desgracia que se ceba con el pobre, sobre el que ya padece calamidades que enflaquecen su vida y ennegrecen de pesimismo su futuro. También las organizaciones caídas en desgracia atraen nuevos problemas que complican su existencia y nublan su capacidad para afrontarlos y salir fortalecidas. Es lo que le sucede al PSOE desde que está en la oposición y es incapaz de conectar con los ciudadanos y ganar su confianza. Tras cada nuevo  proceso electoral, desde 2011 e incluso antes aunque con menos intensidad, acumula una pérdida de votantes que provoca que la representación parlamentaria socialista, en la actualidad, sea la más reducida de su historia, con sólo 85 diputados y a punto de ser sobrepasada –famoso sorpasso- por Podemos, la formación emergente que disputa su mismo nicho ideológico y social, lo que la convierte, no en aliado, sino en oponente y principal adversaria política. Esto constituye, precisamente, uno de los problemas que  aqueja a los socialistas españoles y los hace preferir que gobierne la derecha del Partido Popular, aun trufada de escándalos y corrupción, que aliarse con las izquierdas de Unidos-Podemos y otros partidos nacionalistas con los que podría conformar una posible alternativa de Gobierno.

A pesar de las sutilezas empleadas por el secretario general recién defenestrado, Pedro Sánchez, para expresar sin concretar ese objetivo estratégico, los ciudadanos no acaban de creerse la eventualidad de un frente de izquierdas que arrebate al Partido Popular el poder y lo haga pasar a la oposición. Los votos son así de testaduros. Tras los dos mandatos de José Luis Rodríguez Zapatero, en 2004 y 2008, en que pudo gobernar con 164 y 169 diputados, respectivamente, el PSOE ha ido cayendo en picado en el predicamento de sus votantes, que evidencian de este modo su desengaño con las decisiones impulsadas por el último gobierno socialista a la hora de enfrentar la crisis económica de 2007. No olvidan el giro copernicano realizado en política económica con la adopción de un duro ajuste en el gasto social y la congelación, tras un recorte inicial del cinco por ciento, del salario de los empleados públicos que les ha causado una pérdida del poder adquisitivo de más de un 30 por ciento en sus nóminas. A renglón seguido, las urnas condenaron al PSOE, liderado por Alfredo Pérez Rubalcaba, a abandonar el Gobierno y replegarse en la oposición por culpa del batacazo electoral cosechado en 2011, cuando perdieron cerca de 60 escaños que dejaron al grupo parlamentario con sólo 110 diputados. Era un aviso claro de que los ciudadanos no perdonan que los socialistas se comporten como un partido de derechas dispuesto a aplicar medidas económicas que favorecen al capital y no a los trabajadores. Lo toman como una traición contra los principios y convicciones de los que votan socialismo.

Pedro Sánchez y "barones" críticos con su gestión.
Sin embargo, los gobiernos conservadores posteriores, con Mariano Rajoy al frente, que profundizaron ajustes aún más drásticos de austeridad y recortes en gasto social e inversión pública que agrandaron la desigualdad social y extendieron el empobrecimiento entre la población, fueron sorprendentemente mejor tolerados, tal vez por resignación, y en todo caso no castigados por los ciudadanos en las urnas, al menos no con la dureza con que lo hicieron con los socialistas. De ahí que el Partido Popular siga siendo el más votado, aunque no consiga la mayoría absoluta. Los socialistas, en cambio, no consiguen actuar con resiliencia para superar sus quebrantos, a pesar del relevo en la secretaría general, con un flamante líder, Pedro Sánchez, elegido en primarias y sin un pasado del que abochornarse o lo condicionase. Lo auparon al cargo de manera provisional, como pieza de recambio hasta tanto un barón o baronesa diera el salto a los mandos del partido. Ello no le impidió que, a la primera oportunidad, asumiese la candidatura a presidente de Gobierno por un partido socialista encanallado en disputas más personalistas que ideológicas que han ido socavando su credibilidad y deteriorando su arraigo electoral.

Compitiendo ya, no contra la derecha, sino también contra la izquierda representada por Podemos e Izquierda Unida (finalmente “fusionados”), el PSOE de Pedro Sánchez no ha sabido o podido taponar la sangría de votos que avoca al partido a la irrelevancia, con esos 90 diputados cosechados en las elecciones de 2015 y, seis meses más tarde, los 85 en las de 2016. A pesar de todo, Sánchez ha intentado alcanzar acuerdos para conformar una alternativa viable de Gobierno, primero con Ciudadanos, partido emergente neoconservador, y luego con Podemos, radical de izquierdas, los cuales se muestran incompatibles entre sí e incapaces de ayudarse mutuamente siquiera para que el PSOE gobierne sin necesidad de requerir el voto de los nacionalistas. Esa estrategia se granjea el recelo, en principio, y el rechazo después, de la mayoría de los barones territoriales socialistas que desconfían de un Podemos que hace todo lo posible por menospreciar al PSOE y discutirle su ideología socialdemócrata, tachándolo de comparsa de la derecha y de los poderes fácticos de España, incluso de tener las manos manchadas de cal viva, en alusión al terrorismo de Estado contra ETA del período álgido en la lucha contra la banda terrorista en tiempos de Felipe González.

Pedro Sánchez con Pablo Iglesias, líder de Podemos
Con semejante actitud de Podemos e inquietos por las pretensiones indisimuladas de Pedro Sánchez de acordar con ellos algún pacto para gobernar, los barones, encabezados por Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía y secretaria general de la federación socialista de esa Comunidad, fuerzan la convocatoria de un comité federal extraordinario que decide no impedir, mediante la abstención, la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno y desautorizar expresamente cualquier acuerdo con Podemos. Ante ello, el impulsor del lema “no es no” dimite como secretario general y es sustituido por una gestora que administrará la dirección del partido hasta un próximo, pero aun indeterminado, congreso federal en el que se elegirá nuevo secretario.

La tendencia negativa del socialismo español no es, en absoluto, achacable a la gestión del último secretario general, aunque la grave crisis con riesgo de ruptura o división interna en que ha dejado al Partido Socialista sí es consecuencia de su poca sintonía con los miembros de un “aparato”, a quienes preocupaba la debilidad parlamentaria del PSOE para negociar ningún Gobierno de coalición adquiriendo enormes compromisos. Demasiados compromisos que maniataban las manos de cualquier candidato a presidir ese Gobierno y demasiados frentes que facilitarían el boicot constante a un Ejecutivo tan inestable como vulnerable, en medio, además, de un contexto económico que exigiría nuevos ajustes y más recortes.
 
Simpatizantes del PSOE contrarios a la abstención
Le faltó cintura a Pedro Sánchez para pilotar un partido en el que confluyen diversas sensibilidades que pugnan por imponerse en función de los apoyos que recaben en cada momento. Y le ha sobrado soberbia a la hora de dimitir del cargo y del escaño con tal de no verse obligado a respetar las decisiones del partido como él exigía durante su mandato y para propalar la desobediencia de sus partidarios a la disciplina del grupo parlamentario, incuestionable una vez discutida y adoptada la decisión en sus votaciones en el Congreso. Y lamentable las opiniones y acusaciones sobre injerencias y presiones, económicas y mediáticas, expresadas al minuto siguiente de abandonar todo cargo y no cuando los detentaba y disponía de mayor poder para argumentarlos, rebatirlos y combatirlos. Son síntomas de un mal perder en quien está poco acostumbrado a plantear únicamente las batallas que puede ganar y asumir la política como el arte de lo posible, no de lo deseado. Su berrinche no sólo le perjudica a él y a sus ambiciones futuras, sino también a todo el partido, del que ofrece una imagen de división y luchas internas por la dirigencia que en nada contribuyen a recuperar la confianza de los ciudadanos. Hasta que no sepan en esa organización cómo aprovechar esta crisis para recuperar fuerzas, ganar credibilidad y ofrecer proyectos atractivos a los ciudadanos, difícilmente volverá a ser una fuerza política con capacidad de gobernar este país para transformar la realidad en beneficio de los más desfavorecidos. Hasta entonces, el PSOE seguirá siendo un partido sin ninguna capacidad de resiliencia, inerme contra las circunstancias y las batallitas personales de unos y otros.