domingo, 31 de julio de 2016

Terrorífico julio

Nos fuimos de vacaciones cuando los terroristas teñían de sangre la ciudad de Niza y dejaban un reguero de más de ochenta cadáveres (hombres, mujeres y niños) esparcidos por el paseo marítimo de aquella hasta entonces tranquila urbe francesa a orillas del Mediterráneo. En un escalón más de perversión y crueldad, un terrorista tunecino considerado “lobo solitario” había lanzado su camión de gran tonelaje contra los confiados transeúntes de una calle cerrada al tráfico, buscando atropellar al mayor número posible de ellos, hasta que la policía lo pudo abatir y detener la matanza. Ignoro, por absoluta incapacidad de comprensión, qué valores -civiles o religiosos- puede albergar una persona para declarar la guerra a inocentes ciudadanos que disfrutan de la paz y libertad de su país o lugar de residencia y acabar siendo asesinados de manera atroz y sanguinaria por cobardes terroristas sin alma ni causa. El terrorismo yihadista que golpea Europa y se ensaña con Francia consigue así atemorizar a la población porque matar a inocentes civiles es muy fácil para mentes desequilibradas que no alcanzan a comprender que ninguna razón es superior a la vida humana.

Y es que la convulsión que se expande por la cuenca del mediterráneo y Oriente Próximo desencadena un nuevo episodio de agitación con la intentona golpista de Turquía, que es aprovechada por el actual mandatario para hacer “limpieza” en su país y depurar de sospechosos que lo cuestionan y disienten de su gobierno el ejército, la administración e, incluso, él ámbito civil. Miles de militares, policías, profesores y periodistas, entre otros colectivos, han sido expulsados sin contemplaciones de su trabajo y muchos de ellos acusados de complicidad con los sediciosos. Nunca una intentona golpista había sido tan beneficiosa y útil para afianzar al inquilino del poder. Mientras tanto, en España, el Gobierno en funciones sigue a lo suyo: en función de que Rajoy le dé por convocar alguna negociación seria con la que pactar apoyos a su investidura. Pero nadie desea su compañía. ¿Por qué será? Entre masacres, golpes de estado e inanición política española, julio se manifiesta altamente preocupante.

Viene a subrayar ese carácter preocupante una nueva matanza de policías (y ya van dos este mes) en Estados Unidos, donde tres policías son asesinados y otros tres heridos por un atacante vestido de negro y cara cubierta, en la localidad de Baton Rouge (Luisiana). Este ataque se suma a la espiral de violencia que enfrenta a los ciudadanos norteamericanos con sus agentes de seguridad, los cuales, en los últimos meses, han protagonizado incidentes que han causado la muerte de personas que iban a ser arrestadas, en su mayoría de raza negra. Manifestaciones de odio de quienes se toman la justicia –y la venganza- por su mano contra unos cuerpos del orden de los que se publican imágenes que evidencian un uso desmesurado y letal de la fuerza, que llega a matar a detenidos desarmados y, en algún caso, inmovilizados. Prende en aquel país, con suma facilidad, la pólvora de una violencia que provoca víctimas en razón del color de su piel, la facilidad para la adquisición de armas de fuego y los prejuicios sociales. Demasiados comburentes para la combustión espontánea de violencia.

Y por si no teníamos bastante horror, el mismo día del aniversario de nuestra Guerra (in)Civil un joven refugiado afgano, de sólo 17 años de edad, la emprende a cuchilladas contra los viajeros de un tren en Wurzburgo (Alemania), afortunadamente sin matar a nadie pero hiriendo a tres personas. Unos policías que casualmente estaban en la estación consiguen de varios disparos abatir al atacante. El hecho deja en mal lugar la política de acogida de Angela Merkel, aunque sea el primer incidente de esta naturaleza que provoca un refugiado en Europa, pero aviva los recelos y el rechazo que los populismos de derecha e izquierda enervan contra los que huyen al Viejo Continente de los conflictos que asolan sus países de origen. Mal asunto que, además, alimenta la injusta consideración como presuntos delincuentes y terroristas de los refugiados y los inmigrantes en general. Pero una buena excusa para los que propugnan la seguridad sobre la solidaridad y la libertad.

No es de extrañar, por consiguiente, que estos prejuicios y temores generen reacciones descerebradas en nacionales intransigentes. Como lo demuestra, unos días más tarde, un confuso tiroteo en un centro comercial de Múnich que deja como resultado nueve personas muertas y varios heridos. El hecho se produce una semana después de la masacre de Niza y a cuatro días del ataque en el tren alemán de Baviera. Y es que, si algo ha caracterizado a este mes de julio, ha sido esa sucesión de capítulos de violencia indiscriminada que se estalla en el corazón de la vieja Europa. Dice Sabater que existe una muchachada que es más fácil de convencer para que maten que para la paz… y para estudiar y dudar de sus certezas, añadiría yo. Desde la precariedad, la falta de recursos y de formación, el desarraigo y la carencia de horizontes en la vida, es fácil incubar el fanatismo asesino en vez de preparar a ciudadanos ilustrados que aporten su contribución al progreso y desarrollo de la sociedad.

Pero julio continúa su horrenda marcha hacia lo terrorífico con el degollamiento de un sacerdote de 86 años en una parroquia de Normandía (Francia), país que despierta la obsesión del terrorismo hidayista, dispuesto siempre a brindar las cotas más abominables y repudiables de crueldad y de su empeño por irradiar el terror entre los franceses y la inseguridad en toda Europa. De esta manera, son capaces de grabar en vídeo la ejecución del cura, degollado fríamente por el terrorista en el interior de una parroquia en Saint-Etienne du Rouvray, donde se había atrincherado y secuestrado al párroco, varias monjas y algunos feligreses, pocos días después del tiroteo xenófobo de Alemania. Se trata del quinto atentado yihadista en nombre del Daesh que sufre Francia desde 2015, una obsesión que los asesinos del ISIS parecen dispuestos a no abandonar.

Un dato final que indica que la violencia en julio no se circunscribe sólo al solar europeo, sino que se extiende por otras latitudes. Más de ochenta personas pagan con sus vidas en Kabul, capital de Afganistán, víctimas de un atentado suicida perpetrado por dos terroristas del Daesh contra la manifestación en la que participaban reclamando electricidad para la región. Una violencia ciega que surge a raíz del odio que nutre a fanáticos que sólo disponen de una certeza: matar. Con esa idea han conseguido que este mes de julio haya sido terrorífico.  

sábado, 16 de julio de 2016

¡Vacaciones!

 
Nos vamos de vacaciones. Con todo lo que ello significa: no madrugar, descansar, hacer cosas distintas a las obligatorias del resto del año, satisfacer aquellos deseos que nos niega la rutina laboral y para los que nunca encontramos tiempo, ocuparnos de nosotros mismos y de nuestra familia, buscar el alejamiento prudente y ansiolítico de las cuestiones que nos aceleran y estresan. En definitiva, hacer un alto, pequeño pero reconfortante, en nuestras vidas para tomar aliento, administrar fuerzas y cargarnos de razones para continuar adelante. Es decir, tomamos 15 días de vacaciones para seguir persiguiendo sueños y luchar contra esa dura realidad que obstaculiza poniendo palos en las ruedas nuestras utopías, desde las más ingenuas y universales que buscan el beneficio para toda la humanidad hasta las pequeñitas e ilusas que nos hacen estar conformes con lo que somos, lo que hacemos y lo que hemos conseguido. Lienzo de Babel promete regresar el próximo 31 de julio. Con renovados bríos. ¡Que seáis buenos!

viernes, 15 de julio de 2016

Obsesión terrorista con Francia


 
Por mucho que maten los terroristas, no doblegarán la libertad, la igualdad y la fraternidad que disfrutan las personas que viven en países democráticos, no en dictaduras o tiranías teocráticas.

Lecturas de verano


En verano, cuando se dispone de más tiempo libre que muchas veces no sabemos en qué ocupar, podemos saldar esas lecturas pendientes con títulos que reposan en nuestras estanterías aguardando la ocasión propicia. Estos días que se dilatan en busca de alguna actividad que entretenga sus horas bien pueden dedicarse a satisfacer aquella curiosidad que nos llevó a adquirir determinados libros que, no obstante, conservan el secreto que se oculta en sus páginas. Que no nos han iluminado con la sabiduría que atesoran sus textos. Ni siquiera pudieron entretenernos con las aventuras que viven los personajes cuyas historias nos relatan. Todos ellos son libros que siguen intactos para ofrecernos el disfrute de su lectura con esa paciencia silente que sólo el polvo que los cubre delata.

Y los hay para todos los gustos y cualquier momento de la jornada. Libros que prefieren ser leídos a primera hora del día, cuando la concentración es plena y se asimila mejor su mensaje, como requieren los ensayos. Y libros que nos distraen en cualquier oportunidad, ayudándonos al relax de media tarde o al preludio del sueño por la noche, como sucede con las novelas. Todo se resume en conocer nuestras preferencias y en descubrir el momento más adecuado para saciarlas.

Este verano no sería completo si no viniera acompañado de libros. Dos están esperando ya en la maleta de las vacaciones y ambos son de la misma autora: Breve historia de la ética y Elogio de la duda, de Victoria Camps, filósofa española de sobrado prestigio que, aún estando jubilada, sigue brindándonos títulos que enseguida son devorados por los amantes de la dimensión ética del ser humano y del conocimiento. Gente que, incluso de vacaciones, no deja de asombrarse por los interrogantes que plantea la inteligencia y sigue pensando que estamos aquí para algo y actuamos también por algo, no sólo por mero instinto. Me las prometo felices sumergido en estas lecturas y debatiendo estas cuestiones.

jueves, 14 de julio de 2016

¿Abocados a unas terceras elecciones?


Todos los partidos expresan su rechazo a unas terceras elecciones generales en España si ningún candidato consigue reunir la mayoría suficiente para formar Gobierno, pero al mismo tiempo descartan tácitamente, sin especificar cómo, revalidar en el Ejecutivo al Partido Popular, formación que ha logrado la minoría mayoritaria, con 137 escaños, de un Congreso de 350 Diputados. Ambas posturas (impedir que gobierne el PP y descartar nuevas elecciones) son contradictorias: o se favorece siquiera indirectamente que Mariano Rajoy consiga la investidura o nos vemos abocados a acudir por tercera vez a las urnas, posibilidad indeseable donde las haya.

El país lleva medio año con un Gobierno en funciones que no puede tomar iniciativas y se limita a administrar el día a día en la Administración del Estado, aplazando, por consiguiente, asuntos de una relevancia capital para los intereses nacionales. Si hubiera que convocar nuevos comicios, no daría tiempo de elaborar ni tramitar, antes de finalizar el año, la ley más importante del país, la de los Presupuestos del Estado, lo que obligaría, en unas circunstancias realmente difíciles, a prorrogar los actuales para el próximo curso. Ello acarrearía la congelación del gasto (salarios de funcionarios, pensiones, etc.) y la parálisis de nuevas inversiones (obra pública, contratación de personal, etc.), todo lo cual afectaría negativamente a la incipiente recuperación que parece percibirse en nuestra economía. Todas las formaciones políticas son conscientes del peligro que entrañan nuevas elecciones, de ahí esas constantes promesas de que harán lo posible por evitarlas. Pero, ¿cómo resolver la paradoja de no verse en la necesidad de nuevas elecciones y negar, simultáneamente, todo apoyo a la formación de Gobierno? Los líderes de los partidos guardan sus cartas para la negociación que Rajoy ha de entablar necesariamente con todos y cada uno de ellos. El juego y los “faroles” que se marcan los jugadores no han hecho más que empezar.

Lo cierto es que la aritmética parlamentaria deja pocas opciones y todas son malas, por lo que no habría más remedio que adoptar y aceptar la menos mala de ellas. Lo lógico sería que el PP consiguiera el apoyo de las formaciones afines ideológicamente (Ciudadanos y partidos nacionalistas) para aglutinar una mayoría absoluta que le permitiera gobernar en solitario o en coalición. Pero si, tal como se plantea en el inicio de las conversaciones, sólo obtiene la abstención de Ciudadanos y el rechazo del resto de los grupos parlamentarios, Mariano Rajoy no podrá ser presidente de Gobierno. Por otra parte, puede que, ofreciendo la luna y apurando hasta el infarto los tiempos, consiga sumar la abstención del PSOE a la de Ciudadanos, lo que posibilitaría al Partido Popular aglutinar una mayoría simple con la que formar un Gobierno en minoría y dependiente de acuerdos parlamentarios para cada iniciativa que pretenda impulsar. Tal parece la única solución factible. Aunque no lo ha reconocido explícitamente aún, parece decidido que el PSOE se abstenga en la segunda votación de investidura del candidato conservador en vez de explorar algún acuerdo de Gobierno con Podemos, la formación emergente que le negó tal posibilidad en diciembre pasado. En tal caso, actuaría con coherencia y responsabilidad, pero lo tendría que explicar pedagógicamente a sus votantes y rebatir constantemente la lluvia de críticas que recibirá desde la izquierda demagógica que ansía fagocitarlo. La responsabilidad de los partidos pasa en estos momentos por buscar la fórmula que evite una tercera repetición de las urnas. Aparte de las consecuencias desastrosas ya apuntadas, nuevos comicios no harían más que retrasar y profundizar este embrollo, endosando a los ciudadanos una solución que no atiende a lo ya expresado en las urnas por dos veces consecutivas: fragmentación parlamentaria, hartazgo de la población, medible por la abstención, y parálisis institucional. Caldo de cultivo ideal para los populismos de derechas e izquierdas y motivo para una mayor desafección política de los ciudadanos.

Por si fuera poco, todo ello conllevaría que la democracia como sistema también acabara viéndose deteriorada por una situación que se produce, realmente, por la falta de entendimiento de las fuerzas políticas y su deplorable incapacidad para acatar la voluntad ratificada en las urnas de los ciudadanos. Un deterioro en la calidad de nuestra democracia que se percibe sobre todo en un Parlamento que no puede controlar al Gobierno, como debía ser su función, por cuanto no hay gobierno que controlar, y en que el que continúa provisionalmente en funciones se niega a reconocer la legitimidad de un legislativo que no es el que lo ha investido. Esta confrontación entre poderes del Estado socava la credibilidad de la democracia y la confianza en las instituciones. La actual situación de impasse brinda, de esta manera, munición a los enemigos del sistema, facilita las actitudes demagógicas y populistas de los que son expertos en pescar en río revuelto para asaltar el Estado de Derecho con fines espurios, e irradia incertidumbre a unos mercados y poderes económicos que aprovechan cualquier circunstancia para imponer nuevas restricciones que favorezcan sus ganancias. No queda, pues, más salida que formalizar de una vez un Gobierno que, aún en minoría, suponga estabilidad política y fijación del rumbo a seguir para los próximos años por nuestro país.

No son aconsejables, por tanto, nuevas elecciones ni necesariamente estamos abocados a ellas si los actores que han de resolver el asunto actúan con responsabilidad. Tienen que ponerse a negociar, pactar y acordar ese compromiso menos malo para España y los intereses de los españoles. Todo lo demás es monserga irresponsable que no se comprende en partidos, viejos o nuevos, que dicen perseguir el beneficio conjunto de los españoles y el bien común. Es hora de que lo demuestren de una vez. 

lunes, 11 de julio de 2016

Bienvenido Mr. Obama


Sevilla es una ciudad hermosa y, como tal, sumamente coqueta. Se había emperifollado a conciencia para recibir la visita de Barack Obama, el primer presidente de los Estados Unidos de América que se dignaba pisar estos adoquines, limpiando sus calles de cacas de perro y colillas y trasladando a las afueras a vagabundos y gorrillas que estropean la instantánea. Las autoridades y demás prebostes habían ensayado el recibimiento al estilo “Bienvenido Mr. Marshall” con que todo pueblo colonizado de la periferia muestra su alborotado afecto y sumisión al jefe del imperio. Pero, a última hora, todo se frustró. El presidente canceló su fugaz visita a la ciudad de las maravillas por culpa de un desequilibrado compatriota suyo que asesinó a cinco policías en Dallas, famosa metrópolis americana donde también asesinaron, hace décadas, a uno de los Kennedy, el que fue presidente como Obama, pero blanco y mujeriego. Y es que los norteamericanos tienen un problema no resuelto con los negros y las pistolas, es decir, un conflicto racial y armamentístico que no acaban de abordar definitivamente. Son muy libres para preferir las consecuencias de sus neuras antes que recortar unas libertades que les permiten defenderse hasta de ellos mismos. Un trastorno que ni el psiquiatra Rojas Marcos, médico español afincado en Nueva York, ha conseguido tratar eficazmente.

A pesar de todo, Obama vino a España, de vuelta de una cumbre de la OTAN en Varsovia (Polonia), y estuvo lo suficiente para estrechar la mano del rey Felipe VI, entrevistarse con Rajoy, el autista presidente de Gobierno en funciones, y pasar revista a sus tropas (las norteamericanas, no españolas) en la Base Naval de Rota (Cádiz), verdadero motivo de su visita relámpago. Allí comprobó el buen estado de las instalaciones y del material atrincherado (barcos, aviones, radares, armamentos, soldados) que sirven de escudo para la defensa exterior de EE.UU. y, de paso, de Europa. Muy contento con que le prestemos espacio y ayuda subalterna a sus bases militares, Obama agradeció a España su inquebrantable amistad como aliado fiel y expresó sus deseos por que pronto consigamos formar gobierno y nos dejemos de tonterías. Y se fue como vino: volando.

Pero en Sevilla nos quedamos con un palmo en las narices. Tan hermosa, tan coqueta… para nada. Las alcantarillas limpias, los ladrones locales a buen recaudo, los macetones replantados con flores esplendorosas y las farolas con todas sus luces repuestas… para, al final, llevarnos esta desilusión, este desaire del mandamás mundial. Hasta el nuevo helado inventado expresamente para la ocasión, con forma de hamburguesa y sabor insospechado, se quedó “congelado” en la nevera. Tuvimos que volver al tuttifrutti nacional, en medio de un calor zahariano, con Rajoy exigiendo que le dejen gobernar y la oposición contestándole que se vaya a casa, que es donde mejor puede estar. Quiere decirse que volvemos a lo de siempre, a nuestras pequeñas luchas cainitas y a las zancadillas de colegiales por evitar que otros consigan lo que nosotros no podemos.

El único que no pierde la fe es el alcalde de la ciudad, Juan Espadas, que tiene más moral que el alcoyano. Ante la frustrada visita del emperador, opta por remitirle una carta para renovarle la invitación de visitar Sevilla cuando buenamente pueda. Y es que los gastos invertidos en tanto decoro y engalanamiento urbano, del que se esperaban miles de “impactos” publicitarios gratuitos urbi et orbe, deberán ser amortizados de alguna manera, aunque sea más tarde de lo previsto y cuando Mr. Obama ni siquiera sea presidente, sino un simple “ex” muy prestigioso y aplaudido como conferenciante y asesor de sus intereses. Sevilla, como cualquier mujer despechada, no se rinde y aspira a consumar su encuentro con ese hombre alto, moreno y poderoso por el que bebe los vientos. Porque así es ella: coqueta, terca y rencorosa. Obama no sabe bien a quién le ha hecho un feo…

sábado, 9 de julio de 2016

Otra viñeta censurada


Un partido de izquierdas de España (si es que eso existe) ha confeccionado un cartel para protestar contra la visita de Obama a Madrid en el que aparecen un negro y un judío bajo el lema “Guerras No”. Inmediatamente, la comunidad judía de España ha emitido un duro comunicado en el que rechaza el “fomento al odio” y el “antisemitismo” que, según ella, transmite el cartel, puesto que retrata a los israelíes “como el nazismo y el estalinismo retrataron a los judíos en el pasado”. La comunidad negra de ningún sitio, ni de España ni de Maryland, todavía no ha expresado su opinión al respecto por las posibles ofensas que pudiera destilar el susodicho cartel, que bien podría poner a los negros como el Ku Kus Klan los retrataba en el pasado, supongo. En cualquier caso, el partido que lo elaboró, temeroso él de la ira de los poderosos a escala mundial, responde retirando el cartel y aclarando, por si alguien más, aparte de la federación judía española, lo malinterpretaba, que su intención nunca fue la de ofender a nadie sino la de “denunciar el papel que cumplen tanto Israel como Estados Unidos en la geopolítica”. ¿Acaso no es cierto?

Para la comunidad árabe de la zona y para los palestinos en particular, el judío sionista se comporta invadiendo territorios ajenos, imponiendo por la fuerza de su ejército “su” ley y orden que garantizan “su” seguridad, lo que lleva a bombardear todo lo que considera un peligro para Israel aun sean objetivos civiles ubicados en el extranjero (centrales nucleares, etc.). Israel multiplica las colonias de judíos en territorios ocupados y pertenecientes a Palestina (Cisjordania) y se ha adueñado de Jerusalén contraviniendo todos los acuerdos y resoluciones alcanzados en Naciones Unidas. Por muy víctimas que hayan sido del genocidio nazi, ello no justifica a los sionistas actuales a actuar como el imperialismo yankee acostumbra: invadiendo, ocupando e imponiendo el “orden” que vela por sus intereses en países tan soberanos y dignos de existir como ellos. Distinto es que tenga derecho a defenderse de cualquier ataque y del terrorismo que prevalece en la región, pero también a respetar a sus vecinos y cumplir con los acuerdos alcanzados con ellos, en especial con los que generan el foco de tensión más antiguo en el Cercano Oriente, cual es el palestino-israelí.
 
En cualquier caso, un cartel, por muy desafortunado que sea, no representa ninguna amenaza ni ofensa, sólo la libertad de expresión de quien lo elabora. Porque si lo censuramos, obligando a su retirada, estamos comportándonos como aquellos fanáticos musulmanes que declaran la guerra -¡y matan!- por viñetas de Mahoma en un cómic. Al fin y al cabo, si los judíos no quieren ser considerados imperialistas como los yankees, no basta con suprimir carteles sino con dejar de arrinconar a los palestinos en un gueto minúsculo y devolverles sus territorios hasta las fronteras acordadas por Naciones Unidas. Así de fácil, aunque al sionismo belicista esto le parezca una traición. Por ello, las disputas, censuras y guerras.

viernes, 8 de julio de 2016

Auserón en clave sinfónica

Conservo, y aun pincho de vez en cuando en el tocadiscos, vinilos en LP (los grandes de larga duración) del grupo de rock español Radio Futura, en los que la voz de su líder y vocalista, Santiago Auserón, destacaba por su manera particular de interpretar unas canciones cuyas letras narraban complejas historias muy alejadas de la simplicidad romántica y pastelera que caracterizaba a la música popular, sea pop, rock o canción española. Ya entonces me sorprendía el registro vocal de Auserón, capaz de emitir notas muy altas (agudas) y muy bajas (graves) de manera aparentemente fácil en una misma palabra, de manera que hacía complicado imitarlo mientras nos duchábamos, aunque la melodía fuese sumamente pegadiza. Es lo que nos sucedía con muchos de los temas de aquel disco de 1988 que, sin embargo, han pasado a formar parte de la historia de la música de este país y que nos atraen irremediablemente en cuanto existe posibilidad de volver a escucharlos.

Los años no pasan en balde ni para el artista Santiago Auserón ni para sus seguidores. Auserón ha demostrado que no sólo fue el vocalista de una banda de rock, sino una persona inquieta y sensible que ha explorado, con el tiempo, otras formas de conocimiento, como la filosofía y la poesía, del mundo que le rodea y del que nutre sus canciones. Ello le ha llevado a seguir una tendencia artística en solitario, como Juan Perro y luego en colaboración con orquestas, que demuestra su madurez, su virtuosismo vocal y la permanencia de sus canciones en la memoria de sus seguidores.

Precisamente eso es lo que hallamos en el concierto Vagabundo que ofreció en el Gran Teatro de Córdoba, acompañado por la Orquesta Sinfónica de la ciudad, dirigida por Ricardo Casero y con la colaboración especial de Joan Vinyals a la guitarra acústica. Fue un concierto memorable en el que no sólo reinterpretó de forma sinfónica sus viejos temas inolvidables, sino que los intercaló entre canciones recientes de su repertorio que nos hacían recordar a los grandes `crooners´ del musical hollywoodense, e incluso presentó en primicia un tema inédito. También mostró un homenaje al origen cubano del primer director de la Orquesta Sinfónica de Córdoba, Leo Brouwer, al cantar un tema con son caribeño. En todos esos estilos, Auserón demostró una gran profesionalidad como cantante y su simpatía personal.
 
Ante la imposibilidad de tomar imágenes del concierto, quédense con este video de una actuación de Santiago Auserón en clave jazzística. Algo parecido, pero aun mejor, fue su espectáculo con la Orquesta Sinfónica de Córdoba. ¡Un gustazo!


miércoles, 6 de julio de 2016

Nos miramos el ombligo


Sin negar la existencia de enormes problemas y dificultades que aquejan a buena parte de la sociedad española (desempleo, desahucios, hambre, etc.), hay que reconocer que la mayor parte de las veces nos dedicamos a mirarnos el ombligo sin percibir que otras personas sufren situaciones aún más lacerantes e ignominiosas que las que nos afectan. Pensamos que nuestros problemas son mayores y aún más graves que los que asolan a otras partes del mundo, vecinales de nuestro país. Ello nos induce, no sólo a portarnos como egoístas y escatimar toda ayuda que creemos merecer antes que nadie, sino también a no ponderar en su justa medida los recursos de socorro que disponemos y las redes que nos protegen de males aún peores. Nos miramos el ombligo y no vemos nada más.

Es cierto que en España hay muchas personas, hoy en día, que pasan hambre, que no tienen donde dormir y que carecen de recursos o de trabajo para satisfacer sus necesidades básicas. No hay que salir de nuestras ciudades para encontrar gente buscando en la basura, conocer individuos que no tienen techo y duermen en la calle, o familias enteras que no hallan trabajo y acusan entre sus miembros los zarpazos de la pobreza, la marginación y las desigualdades sociales. No soy tan ciego para negar que tenemos serios y graves problemas a los que hemos de enfrentarnos. Ni tampoco tan sectario para pensar que soportamos la peor de las maldiciones que sumen a nuestro país en la miseria. Entre un extremo y otro se ubica una realidad en la que todo lo que hagamos parecerá poco para abordar situaciones inconcebibles en un país rico y moderno como el nuestro.

Hay que reconocer, sin ningún espíritu conformista, que afortunadamente disponemos de ciertos auxilios públicos que intentan paliar esas situaciones. Aliviarlas en lo posible y dar algún consuelo cuando no hay nadie para ello, ni siquiera familia, y más se necesita. Existen comedores asistenciales en los que se ofrece un plato caliente a quien no puede procurarse alimento, unas urgencias hospitalarias en las que resuelven cualquier dolencia aguda de tratamiento inmediato e incluso albergues municipales que  libran de la intemperie a quien no tiene techo. Ninguna de estas medidas paliativas es del agrado de nadie, menos aún de quien está abocado a depender de ellas. Pero, cuando menos, prestan algún alivio en unas situaciones minoritarias de extrema necesidad. Con todo, insisto, hay que seguir luchando por erradicar completamente estas lacras de nuestra sociedad.

Pero sin perder la perspectiva. Porque los niveles de pobreza en España, entendida ésta como la carencia de los bienes necesarios para subsistir, no son equiparables a los que contemplamos en los países subdesarrollados del Tercer Mundo. Cuando en los medios de comunicación, especialmente durante las campañas electorales, aparecen noticias acerca de que, por culpa de la crisis, muchos no pueden ir de vacaciones, tienen dificultades para hacer frente a los vencimientos de una hipoteca o viven a expensas de las aportaciones económicas de padres o abuelos, tendemos a considerar que ello obedece a un empobrecimiento que se extiende por amplias capas de la población. Comparados con el dispendio en épocas de economía boyante, los problemas que nos aquejan, a causa de unas medidas de austeridad que se ceban sobre los sectores de población más indefensos, tienden a ser considerados insoportables e injustos por cuanto nos conducen a un atraso en térmicos económicos y sociales. El mantenimiento de tales medidas de austeridad y limitación material puede acarrear la exclusión social y la marginación en quienes las sufren. Y hay que combatirlas con denuedo pero percibiendo con claridad a lo que nos enfrentamos.

Porque, a veces, confundimos pobreza con la dificultad para disponer de teléfonos móviles, irnos de vacaciones a un destino turístico o poseer un automóvil para acudir a la universidad. Nos consideramos pobres cuando nuestros recursos nos impiden actualizar el vestuario con la última moda, mantener la calefacción encendida durante todo el invierno o enviar a nuestros hijos a un colegio privado o concertado e, incluso, a un campamento de verano. Somos pobres si no cambiamos de coche regularmente, si no visitamos un restaurante alguna vez al mes o si no acudimos con relativa frecuencia a visionar un espectáculo (cine, teatro, etc.). Nos sentimos pobres si carecemos de Internet o cualquier artilugio electrónico de moda, no adquirimos una vivienda en propiedad o no utilizamos la tarjeta de crédito para comprar mensualmente en unos grandes establecimientos.

Cuando la educación y la sanidad están garantizados universalmente, y gran parte de las necesidades en alimentación, vivienda, ropa, agua potable e higiene también están cubiertos con más o menos limitaciones, declararnos pobres responde a la actitud de quien sólo se mira el ombligo y desdeña lo que sucede a su alrededor. Comparados con los que de verdad carecen de los bienes necesarios para subsistir y no disponen de lo necesario para la supervivencia humana, como sucede en países cercanos geográficamente al nuestro y de los que huyen, jugándose la vida, esos refugiados que imploran nuestra ayuda, nuestros pobres resultan ser unos privilegiados movidos por el egoísmo o la ignorancia.
 
 
No es que no tengamos pobres entre nosotros, si no que, al mirar alrededor, vemos que otros más míseros que nosotros recogen lo que nosotros despreciamos porque andamos ofuscados mirándonos el ombligo.

lunes, 4 de julio de 2016

En plena canícula


Desde esta primera semana de julio nos introducimos en los días más calurosos del verano, nos metemos de lleno en una canícula que acabará derritiendo el asfalto de las calles y las ganas de salir durante el día en los más osados. Aguardando la noche, la ciudad se queja del calor con el ruido de los compresores de los aires acondicionados y el chirrío de grillos y chicharras, que se ponen a estridular como nosotros sudar conforme sube la temperatura. Días largos de una luminosidad intensa que hiere los ojos, aviva los colores y resalta la pureza del blanco en la cal de las paredes y en las telas colgadas de los tendederos. Horas de refugio y frescor en la apacible soledad de habitaciones en sombra y silencio, cual guaridas recónditas contra la violencia inhumana del astro que nos castiga con su dictadura de luz y sus rayos de fuego. Sólo la noche, cuando consigue ocultar al sol tras el horizonte, nos alivia del bochorno y la flama que desprenden edificios y cuerpos con tímidas caricias de aire fresco que invitan a salir al encuentro de la ciudad y satisfacer nuestros apetitos de compañía. Si no fuera porque es la estación de las vacaciones y el descanso, nadie en su sano juicio disfrutaría de este tormento infernal del verano. Sólo la paciencia y la esperanza del otoño nos permite atravesar vivos esta canícula que no ha hecho más que comenzar.

domingo, 3 de julio de 2016

¿El fin de las utopías?


En estos tiempos convulsos, en que afloran alimentados por sendas crisis económica y humanitaria las bajas pasiones, los tics sectarios o egoístas y las actitudes xenófobas o racistas, tanto a nivel individual como colectivo, es cuando nos mostramos tal como somos en realidad, sin máscaras ni disimulos. Ha bastado sentir las estrecheces derivadas de una época de vacas flacas y los problemas ocasionados por una avalancha de inmigrantes que buscan refugio en Europa, alterando nuestra plácida existencia y nuestras costumbres, para que nos olvidemos de nuestros compromisos, nuestras leyes y hasta de aquellos ideales que prometíamos asumir y defender.

Tan enorme ha sido la renuncia que los anhelos de nuestros padres y abuelos, y los de toda una generación que había confiado en que el progreso y el bienestar estaban asegurados con la democracia y la libertad que disfrutamos en esta parte del mundo, parecen haberse hecho añicos. Ni las personas que pueblan Europa son tan solidarias como presumen, ni los países son tan abiertos y tolerantes como pretenden, ni ese proyecto, más económico que político, de unos Estados Unidos de Europea sirve para cumplir con sus propias razones fundacionales. Y es que el viejo sueño de una Europa unida –entidad supranacional con cerebro, brazos y voz propios-, que se relaciona con las demás potencias mundiales en pie de igualdad, en tanto poder económico, financiero, industrial, cultural y social, comienza a resquebrajarse. El Brexit ha dinamitado la entelequia y ha señalado el fin de nuestras utopías.

Porque la imagen ilusoria de fraternidad y cooperación que debía caracterizar a los países que han querido formar parte de esa Europa sin barreras, que unía en un destino común a las naciones integrantes, se desmorona. El espacio Schengen se llena de alambradas y fronteras para impedir el paso por donde iban ser caminos abiertos para la libre circulación de personas. Porque entendemos por persona a nosotros mismos, no a los de afuera, a los otros, a los distintos. Y esa ayuda entre personas y pueblos, basada en el respeto a la dignidad de todo ser humano sin importar condición, como un valor irrenunciable de la nueva Europa, ha sido negada en cuanto podía perjudicar nuestras comodidades y a la tranquilidad a que estamos acostumbrados.

Dejamos, bajando los brazos y cerrando los ojos, que los que huyen se ahoguen en nuestras playas –la culpa será entonces del mar- o los desterramos a un tercer país que no se caracteriza precisamente por su democracia y el respeto a los Derechos Humanos (Turquía), al que pagamos sus servicios de manera generosa, antes que prestar socorro y poner en marcha nuestras propias leyes de asilo. Acogemos, poniendo toda clase de trabas, a un número ínfimo de afortunados, escogidos para lavar nuestra conciencia y disimular la hipocresía cínica de nuestra actitud. Es así como la mayor crisis humanitaria de las últimas décadas, con esa presión migratoria que golpea nuestras puertas para huir de la miseria, el hambre y las guerras, nos ha hecho renunciar de aquellas utopías que pensábamos estaban al alcance de la mano y nos hacían mejores.

Un problema humanitario ha hecho que Europa en su conjunto entre en crisis existencial como proyecto político y que los populismos más reaccionarios y xenófobos adquieran capacidad decisiva en muchos países. Los nacionalismos radicales y excluyentes catalizan el descontento y el temor que provocan estas crisis económicas y humanitarias. Y hacen que las personas, tanto a título individual como colectivo, desconfíen y rechacen a los inmigrantes por considerarlos presuntos delincuentes e, incluso, terroristas camuflados. La utopía de una convivencia pacífica, en sociedades de pluralidad racial, cultural, religiosa y social, se ha visto alterada a causa de los miedos inducidos por causas ideológicas o cálculos inhumanos de cada país y su dirigencia política, que buscan réditos políticos, estratégicos o económicos. Sólo así se explica que, además de mayores privilegios económicos, Inglaterra decidiera dar portazo a Europa para librarse de los inmigrantes. Quieren poner puertas al mar.

La crisis existencial de Europa, desde Grecia al Reino Unido, ha estallado ante nuestras narices a causa de esos egoísmos y avaricias que no hemos podido extirpar de nuestras personas, nuestros países ni de un continente que soñaba con ser más fuerte, más justo y más próspero que sus estados miembros, pero que, al final, ha demostrado ser el lugar donde cada cual defiende sus particulares intereses y saca provecho de su relación con los demás. Hemos demostrado que nos comportamos de igual manera, movidos por los prejuicios, seamos individuos, países o Europa Unida. En cada uno de esos ámbitos actuamos con intolerancia hacia los desfavorecidos, a quienes rechazamos y tratamos de aislar en guetos, en nuestras ciudades, nuestros países o en esta Europa que los envía a Turquía para que se mueran de asco y aburrimiento o retornen a sus países de origen.

Europa ha fallado como proyecto continental orientado al bien común por no saber abordar, respetando sus propios principios éticos fundacionales, esta crisis humanitaria que ha estallado a su alrededor. Pero también ha fracasado con la crisis económica, cual avaro miserable, al priorizar reglas fiscales y amenazar con la expulsión a quienes no las cumplan, dependiendo de la importancia y el peso político del deudor. Los acreedores continentales radicados en Alemania no han dudado en infligir fuertes castigos a países pobres y periféricos, como Grecia, sin importarles el sufrimiento y el empobrecimiento que causaban a la mayor parte de su población. Se aseguraban el cobro de lo prestado frente al alivio y posibilidad de progresar de los helenos. Sin embargo, esos mismos incumplimientos fueron ignorados en la propia Alemania, en el pasado, y ahora por Inglaterra, de la que lamentamos su marcha. A Grecia la amenazábamos con echarla pero del Reino Unido nos duele que lo haga, a pesar de haberle consentido, incluidos muchos privilegios, lo que no permitíamos a la primera. Somos hipócritas también como países y como proyecto supranacional.

Del Grexit al Brexit sólo se deduce cinismo, avaricia, intolerancia e hipocresía, no buen gobierno, solidaridad y el bien común. De las amenazas a las lamentaciones sólo emerge la Europa de los mercaderes, la que obliga a incluir en las constituciones de los países débiles la prioridad del pago de las deudas a la provisión de servicios sociales a sus nacionales. La que expulsa a los inmigrantes pero abre las puertas a los capitales aún manchados de sangre. La que, como nosotros, no quiere “moros” habitando en nuestros barrios, pero bendice la llegada de jeques a las urbanizaciones más selectas y a los casinos más exclusivos. No quiere personas, quiere dinero.

La Unión Europea ha fracasado pero puede rectificar y recuperar su original espíritu fundacional. Puede perfeccionar su proyecto comunitario, potenciando su vertiente política y modulando la económica. Porque Europa es algo más importante que la moneda y los intercambios comerciales. Europa son las personas y sus derechos y libertades, a los que han de supeditarse todas las demás políticas. Cuando Inglaterra vuelva, espoleada por la soledad exterior y la pérdida de influencia en un proyecto continental de proyección global, deberá encontrarse con una Unión Europea más justa, equitativa y próspera, que no sucumbe a los prejuicios y fortalece aquello por lo que es: un solar de paz y libertad donde son inviolables, a pesar de las crisis, los Derechos Humanos. Un lugar donde volver a soñar con utopías para hacerlas realidad.