sábado, 28 de febrero de 2015

Adiós, míster Spock!

Lo reconozco: soy un friki, muy fan de la serie Star Trek que se veía por UHF cuando Televisión Española era la mejor televisión de España, allá por los años en blanco y negro de mi lejana adolescencia. Mi casa era de las pocas en que se podía sintonizar ese canal y los amigos acudían a compartir conmigo las emocionantes aventuras de los tripulantes de la nave, en su misión durante los próximos mil años: buscar y explorar nuevos mundos. Y uno de los personajes más emblemáticos de la serie, por su frialdad cerebral, era Mr. Spock, interpretado por el actor Leornard Nimoy.

Ahora resulta que Leonard Nimoy era humano y no el vulcaniano Mr. Spock, porque acaba de morir a los 83 años de edad en su casa de Los Ángeles, Estados Unidos, y no batallando más allá de las estrellas, en busca de nuevas civilizaciones. No había otro rostro que pudiera interpretar ese personaje porque las facciones angulosas de Nimoy, a las que sólo faltaba añadir orejas puntiagudas, eran las de Spock. De hecho fue lo único que interpretó en su vida, pues no podía existir otro Mr. Spock que no fuera el que daba vida Leornard Nimoy. Y no le faltó trabajo: la serie fue duradera y las versiones cinematográficas, múltiples, dando lugar a que apareciera de manera imprescindible en todas ellas.

Hoy apenas sobreviven mitos y héroes de los tiempos remotos más tiernos, cuando creíamos que con una capa, un antifaz o una nave interplanetaria podíamos enfrentarnos a los enemigos que acechan nuestro mundo. Supermán está cada vez más edulcorado y hasta la capa ya no es roja como sus calzoncillos, Batman sufre traumas y paranoias, la democracia arrinconó al Guerrero del Antifaz por fascista y políticamente incorrecto, y ahora muere Mr. Spock, ese ser imperturbable, fruto de la unión entre una humana y un vulcaniano, cuyos sentimientos humanos afloraban sólo en los momentos clave y emocionantes. Un sentimiento de orfandad envuelve a quienes nos consideramos frikis de todos estos seres, mucho más entrañables y entretenidos que cualquier francotirador de los Seals. Adiós, Mr. Spock, “larga vida y prosperidad”.

viernes, 27 de febrero de 2015

El teatro del debate


El martes y miércoles últimos se celebró el tradicional debate sobre el estado de la nación, una especie de función teatral que se representa en el Congreso de los Diputados para que las primeras figuras de los grupos políticos que allí sientan sus posaderas exhiban sus triunfos y propuestas de cara a la televisión y las consiguientes reseñas periodísticas. Tras la puesta en escena y el cierre de la retransmisión, todos los actores vuelven a sus quehaceres: unos, a hacer que gobiernan, y otros, hacer que controlan al Gobierno. La obra en sí es malísima y no entretiene a nadie, ni siquiera a sus propios protagonistas, pues ni ellos mismos la creen verosímil ni coherente. Son, en su conjunto, pésimos actores que no aciertan en la caracterización de sus personajes y se limitan a leer un guion infumable, tan previsible como repetitivo. Sin embargo, la función se estrena cada año con la contumacia de un rito imprescindible para nuestra convivencia: nos hace sentir demócratas y vivir en una democracia sin parangón, por lo que tiene cierto público asegurado.

Este año, para sorpresa de algunos, se han producido algunas anécdotas que han atraído una atención desmerecida y exagerada. Por un lado, las previsiones apuntaban que sería la última representación de una obra basada en el bipartidismo de los que se alternan en el poder. Ello ha despertado cierta expectativa. Al parecer, nuevos personajes intervendrán en una trama que se limitaba a dos grandes protagonistas que se acusan mutuamente de los males que propinan a la población. A partir de las próximas elecciones generales, según los sondeos, nadie asumirá un papel estelar en solitario, debiendo compartirlo en coalición con otras figuras que se disputarán el favor del público. Y ese aire de despedida se ha notado en la actuación de quienes, de alguna manera, despiden la temporada con la incógnita de si los contratarán en el futuro. Se han dejado llevar por la emoción y han sobreactuado.

El que hace que gobierna se ha empeñado en dibujar un país insólito en el que nadie sufre, todos están contentos y las medidas gubernamentales han sido acertadísimas para proporcionar una felicidad insuperable a la población. Y el que hace que controla al que gobierna no ha dejado de trazar un panorama de sufrimientos, de infortunios y de calamidades como consecuencia de las torpezas y las equivocaciones de un Gobierno insensible e inútil. Uno a desquiciado al otro, y el otro al uno, y ambos han recurrido al “tú más y peor”. El resto del elenco se ha atenido al papel de comediantes que subrayan, desde la caracterización que les corresponde, las visiones enfrentadas de los protagonistas. Así, hay personajes que reiteran cual loros argumentos para finalizar deseando salud y república, mientras otros insisten en lo ya dicho como causa de todos los males en su feudo. Sólo un melifluo escudero se alinea con el que manda y paga para defenderlo sin mucha convicción de este tropel de escépticos pesimistas que se dejan llevar por una ceguera colectiva.

Por otra parte, todos participan de una representación que tiene su puntito tragicómico. Causa sonrojo ver unos actores intentando convencer al contrario de ser los verdaderos defensores de los servicios públicos cuando entre unos y otros los han recortados y deteriorados hasta prácticamente eliminarlos por inservibles. El que hace el papel de “bueno” y el que le lleva la contraria como “malo” no se cansan de repetir que ambos se baten por recuperar el pleno empleo como si los espectadores no supieran que, unos antes y otros después, han reducido salarios, han congelado pensiones, han favorecido el despido, han desprotegido al trabajador, han precarizado el trabajo y han suprimido prestaciones cuando las cosas vienen mal dadas por todo lo anterior. Si no fuera porque entran ganas de llorar, reirías con tamaña ficción mal interpretada y peor representada de lo que pasa en este país. Porque es trágico prometer empleo cuando has provocado 600.000 parados más, asegurar bajar impuestos cuando has aumentado la mayoría de ellos, ayudar a los trabajadores cuando sólo saneas exclusivamente a la banca, y no parar de tomar medidas para controlar la deuda y contemplar impotente cómo ésta escala hasta el 100 por ciento del producto interior bruto. Vender todas esas contradicciones como un triunfo del que hace que gobierna se convierte en una comedia bufa de tintes trágicos.

Especialmente trágico si quienes se encargan de representar las alternativas se limitan a dar golpes de efecto, aparentemente contundentes pero vanos, como de marionetas en las que se adivinan las manos y los hilos que las manejan para divertimento del respetable. Trágico porque la obra no disipa el temor que atenaza al público ni logra convencerlo de que unos y otros están interesados en debatir lo que importa a los espectadores. Simple cruce de palabras para el autobombo y los mutuos reproches, cuando el personal confiaba alguna solución a sus problemas, para el agujero de la Seguridad Social que pondrá en riesgo las pensiones en la próxima legislatura, para un empleo que no alcanza a todos, para unos desahucios que siguen echando la gente a la calle, para un empobrecimiento que se ceba en todos menos en las élites, para los carentes de esperanza y hartos de promesas y teatro. El público, al final, abandona la sala con la sensación de que lo han vuelto a engañar con la compra de la entrada de una obra tan nefasta. 

Una obra de teatro sobre el debate del estado de la nación que exhibe su insoportable levedad con la imagen de una de sus protagonistas entretenida jugando por internet sin importarle estar en plena representación sobre el escenario, o cuando un secundario sufre un desvanecimiento justo en el momento de salir a escena. Estas anécdotas serán las que recordará el espectador de una obra vacía de contenido e interpretada por actores tan mediocres que sólo transmiten vacuidad y aburrimiento. Hasta que vuelva a representarse el año que viene.

miércoles, 25 de febrero de 2015

No pudieron matar el humor


Hoy reaparece en los kioscos la revista francesa Charlie Hebdó, tristemente famosa por pagar con la vida de ocho de sus redactores el derecho a la libertad de expresión y a la crítica mordaz e irreverente a través del humor y la sátira. Las balas de unos fanáticos religiosos salpicaron la redacción de sangre pero no pudieron callar la voz que con viñetas y textos arremete contra lo sagrado y lo profano cada vez que pretenden convertirse en dogmas ajenos a la crítica, aún sea humorística y pacífica. La pretensión de los asesinos y de los intolerantes que encuentran razones para el odio ha conseguido justamente lo contrario, reafirmar el espíritu combativo y sarcástico de quienes elaboran el semanario y no se arredran ante los violentos ni ante la jauría de los que no toleran la libertad ni la pluralidad. Todos ellos arremeten con leyes, amenazas, chantajes y terror contra la libre manifestación de la inteligencia que se carcajea hasta de su sombra y que sólo guarda respeto a las personas, no a las ideas con las que se intenta dominar, someter y controlar al disconforme que se rebela y las cuestiona. Hoy vuelve a las calles una revista que se ha convertido en bandera de nuestras convicciones y en símbolo de una libertad que el fanatismo no ha podido arrancar de nuestra manera de entender la convivencia en sociedad. Hoy, celebramos el triunfo de los pacíficos frente a los violentos, de la democracia frente a la dictadura, de la libertad frente a los fanáticos y del humor frente a los obtusos, aunque vistan corbatas, turbantes o sotanas. Hoy Charlie Hebdó representa todos esos triunfos. Y por ello nos congratulamos.

lunes, 23 de febrero de 2015

Aborto y cadena perpetua

Como quien no quiere la cosa, casi a escondidas y con mucho disimulo, nos han colado en los últimos días dos modificaciones legales que, en vez de proporcionar seguridad a los ciudadanos, los hacen retroceder a los tiempos de la venganza y las tutelas morales. Se trata de dos recientes reformas penales, prácticamente a hurtadillas, que se deben a motivaciones ideológicas y hacen prevalecer la seguridad (moral o física) a la libertad, aunque se excuse lo contrario. Me refiero a la modificación puntual de la Ley del Aborto, en el sentido de impedir que las menores de edad puedan interrumpir un embarazo sin consentimiento expreso de sus padres o tutores, y la “ley mordaza” tras la que se parapeta la instauración de la cadena perpetua en nuestro Código Penal. La mentalidad que inspira estos cambios, aparte de obedecer a intereses partidistas a escasos meses de las elecciones, es manifiestamente retrógrada, pues pretende regular el comportamiento social desde la desconfianza en la mujer como poseedora del derecho a decidir sobre su embarazo, y la desconfianza en las instituciones, al despreciar el mandato constitucional que obliga a favorecer la reinserción social en el cumplimiento de las penas. Son, en definitiva, leyes que nos obligan renunciar a conquistas sociales en nombre de una moral y una presunta seguridad ciudadanas, sin otro objeto que el de buscar la adhesión de los sectores más ultraconservadores e inmovilistas de la sociedad, esa derecha extrema que se siente defraudada con la paralización de la reforma del aborto promovida por el defenestrado Alberto Ruiz-Gallardón y con la excarcelación de presos etarras a los que no se les puede aplicar la llamada doctrina Parot. 

Más allá de sus objetivos electoralistas, estas iniciativas ponen de relieve la ideología del partido en el Gobierno, reacio a respetar la pluralidad existente en el seno de la sociedad y partidario de procurar la “seguridad” moral y física que exigen sus acólitos más radicales e intransigentes. Ninguna de las modificaciones legales tiene razón de ser en causas objetivas ni se dirige a resolver ningún problema de especial trascendencia y gravedad que afecte a la convivencia en la sociedad española.

Aborto
Es verdad que la reforma del aborto figuraba en el Programa Electoral del Partido Popular en 2011, siendo una promesa tan incumplida como todas las demás, aunque el anterior ministro de Justicia pretendiera inútilmente hacerla posible. Ante su fracaso, por el tremendo rechazo que provocaba aquella retrógrada iniciativa, continúa vigente la ley de plazos sobre la interrupción voluntaria del embarazo del gobierno socialista. Pero, para contentar a ese electorado que se manifestaba con los obispos tras las pancartas a favor del “nasciturus”, el Gobierno de Mariano Rajoy aplica el “rodillo” parlamentario para derogar el apartado 4 del artículo 13 de la ley con la finalidad de impedir, por ley, que las menores de edad puedan abortar sin presentar el consentimiento expreso de sus representantes legales. Esta enmienda afecta al 8 por ciento de los casos de aborto en España, de los que apenas un 3,6 por ciento son realizados por mujeres de 16 ó 17 años, según datos de 2014.

Es decir, no se trata de un problema de “cantidad”, sino de “mentalidad”: Se legisla contra la mujer y, sobre todo, contra aquellas que sufren situaciones de violencia, abusos y desamparo, en su mayoría pertenecientes a familias desestructuradas, donde un embarazo indeseado puede generar un agravamiento del problema y un peligro para la mujer. Pero en vez de ayudarla a escapar de ese ambiente de amenazas e inseguridad, actuando con una eficaz educación sexual y asumiendo la manifestación de su voluntad de interrumpir un embarazo, el Gobierno penaliza y castiga a estas mujeres menores de edad que desean abortar, por motivos electoralistas y guiándose por prejuicios morales sectarios. Máxime cuando la actual ley de 2010 ha hecho disminuir progresivamente el número de abortos en España y, lo que es mejor, había erradicado la práctica clandestina de este procedimiento, tan letal para las mujeres sin recursos. No se trata, pues, de actuar a favor de la “seguridad” de la mujer, sino por un puñado de votos.

Cadena perpetua
De mismo modo, y con toda la oposición en contra, el Partido Popular ha introducido, gracias a su mayoría absoluta, la “prisión permanente revisable” en el Código Penal. Su aplicación está prevista en determinados delitos muy graves, como los asesinos en serie, el terrorismo, los agresores sexuales que maten a la víctima, los asesinos de menores o personas discapacitadas y los magnicidas que acaben con la vida del Rey o del Príncipe heredero. Esta “cadena perpetua” prevé el cumplimiento de 25 a 35 años de cárcel, pudiendo revisarse, a partir de entonces, su prolongación o la adopción de beneficios penitenciarios, incluso la libertad condicional, si se constata la rehabilitación del delincuente.

Desde el Consejo General del Poder Judicial y el Consejo General de la Abogacía se ha advertido de que esta reforma vulnera claramente la Constitución. La Ley Fundamental obliga que “las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad” estén “orientadas hacia la reeducación y reinserción social” del delincuente. Por tanto, ¿a qué viene este endurecimiento de las penas si no persigue la rehabilitación del penado? ¿Acaso hay un incremento de la delincuencia en España?

Desde cualquier punto de vista, se trata de una ley innecesaria ya que España tiene, afortunadamente, una de las tasas más bajas de criminalidad de Europa. Además, si lo que se persigue con la introducción de la cadena perpetua es disuadir de la comisión de atentados terroristas de índole islamista, cabe recordar que jamás el agravamiento de la condena disuade al criminal empeñado en delinquir, como lo demuestra cualquier estadística al respecto de los países de nuestro entorno. Y, por si fuera poco, ya existe en nuestro ordenamiento jurídico el cumplimiento íntegro de condena, de hasta 40 años de prisión, para quienes cometan delitos de especial gravedad. Es decir, ni por los delitos a los que se refiere ni por la duración de la reclusión existía ninguna necesidad de “demostrar” esta súbita imagen de mano dura, sólo justificable desde la búsqueda de réditos electorales. Ningún problema de seguridad nuevo, inabarcable con los instrumentos de que disponemos (derecho penal, prevención e información, y fuerzas y cuerpos de seguridad) hacía necesaria la reintroducción de la prisión permanente revisable”, lo más parecido a lo que, sin eufemismos, es la cadena perpetua, abolida en 1828 durante la dictadura de Primo de Rivera y desde entonces excluida del ordenamiento jurídico español.  

Una vez más, ¡y van!, el Gobierno conservador de España legisla para moldear la sociedad según sus intereses ideológicos y no para atender las necesidades reales y acuciantes de los ciudadanos. Una vez más, ¡y van!, no existían problemas de seguridad extraordinarios ni un número de abortos en menores significativo que requirieran las medidas adoptadas por el Gobierno. Si a ello sumamos las limitaciones para las manifestaciones públicas que supone la “ley mordaza”, la reintroducción de la asignatura de religión en la enseñanza, los impedimentos para abortar y cuantas otras “reformas” ideológicas, claramente reaccionarias, han sido implementadas por el Gobierno del Partido Popular, no podrá causarnos asombro que cualquier día, si les sirve para arañar unos cuantos votos, propongan la pena de muerte en nuestro país. ¡Y también será por nuestra seguridad!  Sólo faltaría precisar si sería por garrote vil o cámara de gas.

sábado, 21 de febrero de 2015

Elecciones por un tubo

Como una conjunción astral, este año se producirá en España la alineación de varias elecciones que darán oportunidad a los investigadores en prospectiva de ensayar sus previsiones sobre las tendencias políticas de la población. No son muchas las ocasiones, en la historia reciente de este país, en que se acumulan tantos procesos electorales en el intervalo de sólo un año, lo que conlleva el riesgo de saturar y cansar al electorado de tanto depositar una papeleta con resultados insatisfactorios. Un riesgo real porque, dejando aparte el ejercicio de un derecho constitucional, la concatenación de sufragios multiplica las posibilidades de frustración de quienes se sienten conducidos a los colegios electorales por conveniencias partidarias antes que por el interés general. Y es que, desde el adelanto a las urnas por cálculos electoralistas en una región hasta la convocatoria por estrategias soberanistas en otra, las elecciones de este año se antojan cualquier cosa menos la sanción democrática que ratifica la voluntad ciudadana cada cuatro años. Ninguno de los argumentos que pretenden justificarlas alivia la sensación de que cuatro procesos electorales en un año son muchas elecciones. Demasiadas, para un país que se supone se atiene y respeta los usos, normas y tempus de la democracia.

Elecciones en Andalucía
En este recién estrenado año de 2015 los españoles serán llamados a cuatro convocatorias electorales: las autonómicas de Andalucía en marzo, las municipales en mayo, autonómicas catalanas en septiembre y, finalmente, las generales en diciembre. Y salvo las municipales y las generales -que bien podrían distanciarse entre ellas para que, una a mitad de mandato de la otra, se comporten como elecciones a dos vueltas-, las andaluzas y las catalanas obedecen a intereses de los respectivos partidos que gobiernan en esas comunidades, alterando significativamente el “ritmo” democrático. La ruptura de la confianza entre los socios de la coalición (PSOE e IU) que gobernaba la Junta de Andalucía y la probabilidad, aún en minoría, de poder mantener el gobierno de la región, ahora que la oposición carece de líder conocido (PP) o de estructura sólida (Podemos), hace que el Partido Socialista Obrero Español prefiera adelantar los comicios en la Comunidad Autónoma. Si se confirman estos pronósticos, la líder socialista (Susana Díaz) podría al fin validar su acceso a la presidencia de la Comunidad con los votos de los ciudadanos y no gracias a la voluntad de quien le cedió la silla presidencial a mitad de mandato, el expresidente ahora imputado por el escándalo de los ERE José Antonio Griñán. Serán unos comicios que versarán sobre quién acumula más corrupción en sus filas.

Elecciones municipales
En mayo se vuelve a las urnas para elegir los alcaldes y concejales de nuestras ciudades y pueblos con el interrogante de si el Partido Popular acusará el desgaste de sus políticas de austeridad y asfixia del sector público como para apearlo de muchos sillones municipales. En Madrid parece cantado que perderán la Alcaldía, más por la ineptitud de Ana Botella, actual alcaldesa por sucesión, no por elección, e incluso el Gobierno autónomo. La cercanía de los ayuntamientos con sus vecinos hace que los candidatos a munícipes desciendan a propuestas concretas que afectan a la vida diaria de los ciudadanos. En esta ocasión, varios movimientos sociales convertidos en fuerzas políticas pugnan por acceder a los gobiernos locales, como Ganemos, Equo, Ciutadans y Podemos, disputándose prácticamente el mismo electorado junto al resto de formaciones de izquierda, fragmentando la oferta. Precisamente, esa intención de integrar fuerzas para conformar una oferta unitaria y sólida es lo que ha hecho dimitir a la candidata de Izquierda Unida, Tania Sánchez, y crear una nueva plataforma, Convocatoria por Madrid, ante los recelos de un sector del partido a perder su marca o logotipo corporativo. Con una izquierda fragmentada, un PSOE debilitado y un PP que pierde apoyo popular y al que le hace competencia Ciutadans desde el centro derecha, estas elecciones municipales se prestan a cualquier resultado, lo que obligará a pactos postelectorales para alcanzar el poder. Un baile de sillones que inquieta a muchos, tanto que en Madrid, capital del Reino, aún ningún gran partido ha proclamado a sus candidatos, en un desesperado esfuerzo por encontrar alguna apuesta segura.  

Elecciones en Cataluña
Y en Cataluña, tras dos tercios de legislatura exigiendo un inexistente “derecho a decidir” para declarar la independencia respecto de España, forzando la creación de órganos e instituciones de carácter estatal y careciendo de fundamentos legales para emprender una dinámica soberanista, con pseudoplesbicito incluido, el Gobern de la Generalitat adelanta también las elecciones como último cartucho para que los ciudadanos refrenden una deriva que poco a poco pierde apoyo popular. Más que sondear la voluntad de los catalanes, estos comicios parecen buscar una salida al callejón en el que se han metido los impulsores de una secesión unilateral, que tiene al “padre” de la patria declarando en los juzgados acerca de una evasión de capitales que durante décadas había mantenido oculta. Ello se hace más notorio cuando los soberanistas no consiguen siquiera ponerse de acuerdo para presentar un único candidato común que permita hacer una lectura plesbicitaria de estas elecciones y poder cuantificar con exactitud el grado de aceptación con que cuenta esta apuesta independentista. Quemado en el intento, el molt honorable  Artur Mas también adelanta estas elecciones para seguir de inquilino en el Palau de la Generalitat.

Elecciones generales
Con todo, de esta ristra electoral, lo que despierta expectativas entre los votantes e inquietud en las formaciones que concurren a ellas son las elecciones generales, pues pueden suponer, como de hecho ya apuntan todos los sondeos previos, una verdadera “revolución” en el panorama político español. La aparición de PODEMOS, fenómeno que ha sabido aglutinar el “espíritu” de los descontentos e indignados que se manifestaron el 15 de mayo de 2011 (15-M), ha supuesto todo un revulsivo para el régimen bipartidista de la Transición.

La percepción ciudadana -especialmente sensible tras los recortes y sacrificios a los que se ha visto sometida- de que las políticas de austeridad se adoptaban desde instancias ajenas a los partidos y los gobiernos, ha fortalecido sobremanera a un partido en el que cristaliza la esperanza de los que no se sienten representados por la clase política convencional. A sólo cinco meses de su creación en enero de 2014, Podemos obtenía el 8 % de los votos en las elecciones europeas, consiguiendo una adhesión popular creciente a sus propuestas sin siquiera tener un programa electoral definido. Los dos grandes partidos que se alternan en el Gobierno de España, PP y PSOE, ven cómo peligra su cómodo régimen bipartidista con la presencia arrolladora de Podemos en la escena política.

Podemos
La desafección de los ciudadanos, hartos de sentirse pisoteados y empobrecidos, tiene también su causa en el nivel de corrupción que corroe el sistema político tradicional. Cerca de 2.000 casos de corrupción están siendo investigados por la Justicia, salpicando a todos los niveles del Estado, desde la monarquía hasta el último concejal municipal, incluyendo sindicatos y empresarios, sin que los dos principales partidos hayan hecho nada por impedir de manera drástica y definitiva esta infección que invade sus entrañas. Y mientras los trabajadores sufren reducciones salariales o la pérdida del empleo y los recortes se ceban sobre la clase media y trabajadora, las grandes fortunas del país prosperan y agrandan la brecha entre ricos y pobres, al tiempo que 33 de las 35 empresas más grandes de España evaden impuestos. De ahí nace la frustración que denuncia el poder de una “casta” corrupta y una democracia que ya no representa a los de “abajo”, pero que alimenta el surgimiento de Podemos, una fuerza que concurre a las elecciones generales con voluntad de “dinamitar” todo este sistema desde dentro y de gobernar.

Con un lenguaje simple, sin acudir a grandes discursos ideológicos, del que es difícil no estar de acuerdo, esta formación atrae y recluta a sus partidarios a través de una calculada presencia mediática y con la creación de más de mil “círculos” en todo el país. De esta manera, Podemos propaga su análisis social indiferenciado en el que incluye una Asamblea Constituyente cuando llegue al poder, la reestructuración de la deuda, descenso de la edad de jubilación a los 65 años, reforma fiscal, implementación de las 35 horas semanales, referéndum sobre la monarquía, recuperación de las prerrogativas del Estado cedidas a Bruselas, autodeterminación de las regiones españolas, etc. En realidad, un ideario muy parecido al programa que defiende Izquierda Unida sin asustar al sistema, pero sabiendo entroncar con la frustración que afecta a la ciudadanía.

No es de extrañar que las encuestas otorguen a esta formación el segundo lugar entre las preferencias de los votantes. Sus posibilidades de arrasar en las elecciones son enormes, por mucho que el Gobierno del Partido Popular utilice las instituciones para perseguir a sus miembros fundadores, como es el caso de Juan Carlos Monedero y sus irregularidades con Hacienda. Los partidos tradicionales, los poderes financieros y económicos y la élite social se sienten amenazados por este partido que, de entrada, ha obligado a todos a actualizar sus programas y modernizar sus mensajes. Ya han conseguido algo impensable: que las elecciones generales, en vez de ser un soporífero trámite para el relevo bipartidista, sean una oportunidad que despierta una enorme expectativa en todo el país. Algo bueno tenía que tener el soportar este año elecciones por un tubo.

miércoles, 18 de febrero de 2015

El cuidador incapaz de cuidarse

Su disposición para suplir a quien fuera en el trabajo era encomiable, ya que nunca mostraba disgusto por alargar el turno o acometer la tarea de otro compañero. Vivía para trabajar y trabajaba para sentirse útil y necesario. El horario transcurrido entre los muros del hospital le proporcionaba más satisfacciones que el tiempo perdido entre un ocio que no se le conocía y unas obligaciones domésticas que asumía impuestas por las circunstancias.. Tal dedicación era considerada una obsesión por cuantos le rodeaban y no estaban dispuestos imitarlo. El desvelo que mostraba por los pacientes, sin restricción alguna, no aparecía cuando alguna dolencia hacía mella en él. Era un cuidador infatigable que no sabía cuidarse. Tanto se entregaba a los demás, olvidándose de si mismo, que debían ser sus propios compañeros quienes lo obligaban acudir al médico cada vez que su expresión manifestaba un quebranto imposible de disimular. Nunca hallaba tiempo ni razones para preocuparse por él mismo. El día que lo encontraron tirado en un pasillo, inconsciente y pálido, fue cuando supieron que padecía una afección cardiaca que precisaría de un marcapasos. Ni siquiera en esa ocasión guardó el reposo prescrito, pues se incorporó al trabajo de manera inmediata, el ánimo dispuesto y los ojos chispeantes por recuperar la actividad y su ritmo de vida. No podía evitar volcarse en su profesión aunque pusiera en juego su salud. Una conducta que todos percibían como una temeridad pero que en él suponía sentirse vivo. Y prefería vivir. 

lunes, 16 de febrero de 2015

Los "patriotas" de Falciani

Hace cerca de diez años que se conoce la “lista Falciani” con los nombres de los clientes del banco HSBC que tenían cuentas en Suiza ocultas al fisco de sus respectivos países. Desde entonces no se ha hecho nada por investigar a los presuntos defraudadores salvo la iniciativa del anterior Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero de comunicar a los integrantes españoles de la misma un requerimiento de la Agencia Tributaria para que regularicen su situación. De los 659 destinatarios de la carta, sólo 306 se acogen a hacer una declaración complementaria para poner al día sus cuentas con Hacienda, pagando un ligero “recargo” por no haberlo hecho a su debido tiempo, sin más multas ni expedientes que esclarezcan la comisión de posibles delitos fiscales. Se podría decir que aquello fue, en realidad, una amnistía fiscal a los evasores que Hervé Falciani ponía al descubierto.

Entre 2006 y 2008, este informático copió los nombres de más de 100.000 clientes de la sucursal suiza del banco HSBC para denunciar ante las autoridades helvéticas presuntas irregularidades cometidas por la entidad bancaria que acababa de despedirlo. 2.694 de esos clientes eran españoles que acumulaban en la caja fuerte del banco la nada despreciable cantidad de 1.700 millones de euros. Las autoridades suizas deciden procesar al informático en vez de al banco, por lo que éste huye a Francia y posteriormente a España, donde queda en libertad después de pasar un tiempo en la cárcel. Y es Francia la que informa en 2010 al Gobierno español de la relación de nacionales que consta en la famosa lista y que motiva la carta de Hacienda antes citada, instándoles a ponerse al día con sus impuestos.

En principio, cabe decir que no es delito tener una cuenta en Suiza, siempre y cuando se declaren en España los bienes y derechos que se tienen en el extranjero (cuentas y depósitos, valores y bienes inmuebles) y cuya cuantía supere los 50.000 euros en cada uno de estos conceptos. Si es menor, no se está obligado a declararlos. Aparte de la menor fiscalidad, las cuentas en Suiza gozan de una absoluta confidencialidad. La ley suiza prohíbe no sólo revelar el balance de una cuenta, sino también el nombre de sus titulares y los movimientos o transacciones que se realizan con ella. Además, la evasión fiscal no es delito penal en Suiza, sino civil, por lo que los bancos mantienen el secreto bancario a menos que un juez suizo crea que se ha cometido un crimen de especial gravedad.

Lo grave, por tanto, no es disponer de una cuenta en Suiza o en cualesquiera paraísos fiscales del mundo, sino hacerlo para defraudar a la Hacienda pública y evadir divisas. Lo intolerable es la doble vara de medir que mantienen estos acaudalados para exigir en su país el sacrificio de los menos pudientes mientras ellos ocultan sus fortunas en cuentas opacas al fisco para no tener que contribuir a tales sacrificios. Muchos de los “ídolos” económicos, empresariales, deportivos, políticos o artísticos que nos aconsejan apretarnos el cinturón, trabajar más y ganar menos, renunciar a derechos y conquistas sociales por el bien del país, y que nos desahucian la vivienda ante las dificultades para hacer frente a las deudas, son los mismos que, en un alarde de avaricia y egoísmo, trasladan sus ahorros al extranjero, incluso su residencia, para evitar cotizar lo que legalmente deberían por sus rentas. Desde el banquero fallecido Emilio Botín, que respondió a la invitación de la Agencia Tributaria a regularizar sus “ahorros”, hasta empresarios del mundo editorial, como miembros de la familia Luca de Tena, aristócratas del linaje de la de Prado y Colón de Carvajal, empresarios de la construcción, como Alicia Koplowitz, e incluso delincuentes pertenecientes a la trama Gürtel, como Correa y Bárcenas, o condenados por montar una red de dopaje y atentar contra la salud pública, como el médico Eufemiano Fuentes, son algunos de los integrantes españoles de la lista Falciani.

Y es que, en este país, no arraiga la conducta de pagar impuestos como un deber social y un valor cívico, del que depende el bienestar colectivo y el progreso de la comunidad. Quien paga es que no ha podido evitarlo, porque se lo descuentan directamente de la nómina, y no halla exenciones que reduzcan su aportación fiscal. Y quien puede y debe hacerlo, por sus elevados rendimientos, busca subterfugios para contribuir lo menos posible con Hacienda. A la hora de pagar, no nos acordamos de los servicios que reclamamos, de los derechos que nos pertenecen y de las contrapartidas que recibimos en forma de educación, sanidad, pensiones, becas, autovías, transportes públicos, justicia, seguridad, etc. El propio sistema fiscal ofrece “facilidades” para que los pudientes paguen mucho menos impuestos, en proporción a sus rentas, que los trabajadores, mediante fórmulas como las SICAV, etc. No es de extrañar, por tanto, nuestra condescendencia con el fraude fiscal y sus más conspicuos modelos. Todavía aplaudimos a personajes que establecen su residencia en el extranjero, para esquivar cotizar en su país, mientras alardean de un patriotismo hipócrita, por insolidario, en sus manifestaciones y actuaciones profesionales. O soportamos la desfachatez de quienes se autoproclaman padres de la patria mientras depositan sus “herencias” y “ahorros” allende de nuestras fronteras, donde sienten más seguras sus fortunas en vez de en el país que dicen construir y amar.  

Lo verdaderamente alarmante de la lista Falciani es la inmoralidad que resalta en los que la integran, la sustancia de la que está hecha una parte considerable de la élite de este país, incapaz de dar ejemplo de civismo y honestidad, y proclive sólo a procurar su máximo beneficio y defender exclusivamente sus privilegios a costa de la mayoría de la población. Esos son los “patriotas” de Falciani, avariciosos sin escrúpulos.    

viernes, 13 de febrero de 2015

Invierno serrano

Foto. Nacho Molina
En pleno rigor del invierno, cuando el azote del frío nos hace tiritar involuntariamente y buscar refugio bajo los manteles de las mesas de camilla, las cumbres de la Sierra Norte sevillana presentan este espectáculo vegetal que cubre de verde las ondulaciones hasta donde el horizonte roza la bóveda celeste. Un aire cristalino y un sol brillante invitan a extasiarse frente a un paisaje edénico que responde al silencio con el eco de la brisa y las voces de las aves. Alguna nube vagabunda se suspende en lo alto para deleitarse del vergel que encontraba entre las montañas y poder acariciarlo con su sombra. Las pasadas lluvias habían pulido la atmósfera y abrillantado la foresta, resaltando todas las tonalidades con las que se exhibe la clorofila, para que tus ojos se maravillaran con la faz más hermosa del invierno serrano, sonriendo tras cada rincón y cada árbol. Todo un espectáculo para deleite de los sentidos.

miércoles, 11 de febrero de 2015

El amigo Popper

Un viejo amigo me recomendó (o me regaló, que no lo recuerdo), en mi lejana juventud, el libro La sociedad abierta y sus enemigos de Karl Popper, autor que por entonces yo desconocía absolutamente. Aun conservo aquel libro, al que posteriormente se sumaron otros del mismo autor que he ido adquiriendo con los años. Reconozco que no fue fácil iniciarme en la lectura de este filósofo vienés, cuyo pensamiento se me hacía intrincado. Me interesaron especialmente sus juicios sobre política y ciencias sociales con los que refutaba el determinismo que las corrientes, en boga en aquel tiempo como el marxismo, decían poder demostrar y que regía, como una ley inexorable, la evolución y los cambios sociales, siguiendo pautas fijas y canales preestablecidos. Aquello era sumamente interesante y todavía me sigue apasionando, aunque los tiempos actuales no sean propicios para el pensamiento mesurado y sosegado, sino para lo superficial e instantáneo.

Karl Popper (1902-1994) fue fruto de una época en la que coincidió con Paul Dirac, creador de la teoría cuántica de campos, John Eccles, descubridor de la transmisión química en las sinapsis neuronales, Konrad Lorenz, impulsor de la moderna etología, Bertrand Russell, filósofo de la talla de los clásicos, y Albert Einstein, científico por todos conocido. Tras la anexión nazi de Austria, Popper se dedicó a criticar el marxismo, el nazismo y toda filosofía social basada en el determinismo y tendente a suprimir, a la postre, la libertad. Su pensamiento siempre fue en defensa de la libertad y contra las ideas totalitarias y autoritarias, por lo que ejerció una enorme influencia en las generaciones venideras.

La filosofía de Popper es la filosofía del error, pues advertía que ni en la ciencia ni en la política existen métodos infalibles que excluyan el error. Decía que no se trata tanto de evitar los errores, sino de detectarlos y criticarlos para aprender de nuestras equivocaciones. Aseguraba que el progreso de la ciencia y la evolución de las sociedades requieren errores porque ningún método garantiza el éxito. Sólo corriendo el riesgo a equivocarse existe alguna posibilidad de acertar, y que lo realmente importante era el esfuerzo incansable por corregir tales equivocaciones. Pero para subsanar los errores, hay que detectarlos y criticarlos. Y la crítica requiere libertad para ejercerse. Por eso se opuso al determinismo. Argumentaba que si todo estuviera predeterminado, las acciones dependerían siempre de causas previas, por lo que la libertad sería, entonces, un mero espejismo.

Este “filósofo de la sociedad abierta” asegura que es imposible predecir el curso de la historia, y que la evolución de la sociedad, que depende en parte de la evolución del conocimiento, es asimismo impredecible. Nunca se podrá poseer un conocimiento perfecto ni una sociedad perfecta. Es más, Popper cree que con la excusa de implantar una sociedad perfecta, el hombre acaba creando un infierno que sofoca las libertades. Para él, la libertad es fuente de errores y que ser libre significa tener derecho a equivocarse, pero también tener derecho a criticar las equivocaciones. En esa dinámica del error y la crítica sitúa la base de toda creatividad y todo progreso. Tanto la ciencia como la democracia no se asientan sobre la certeza, sino sobre el tanteo y la corrección de errores. De ahí que todos los regímenes políticos comentan errores. La superioridad de la democracia sobre la dictadura estriba en que en ella es posible detectar, criticar y eliminar los errores, sin acudir a la violencia.

Conocido como el teórico de la democracia liberal, Popper advertía, no obstante, de que la democracia no es el gobierno del pueblo, sino de los dirigentes de los partidos. No puede resultar extraño, por tanto, que los políticos que resultan elegidos sean ineptos, corruptos y demagogos. No obstante, la gran ventaja de la democracia consiste en que permite corregir esos errores y retirar del gobierno a esos políticos mediante una simple papeleta y no mediante cruentas revoluciones.

Tal pensamiento lúcido entronca con la situación actual, en la que las grandes certidumbres sobre las que descansaba un bipartidismo ya atrófico puede ser sustituido por propuestas no exentas de riesgos que buscan ensayar nuevas soluciones, tan provisionales e inseguras como todas las anteriores, pero que estarán expuestas a la crítica y la revisión. Y puesto que el error es inevitable, lo que hay que hacer es evitar el empecinamiento en el error, el mantener fórmulas caducas reacias a enmendar sus errores.

El amigo Popper nos enseñó a pensar en la falibilidad irremediable del ser humano, en no aceptar ninguna solución como definitiva y a ser más realistas que idealistas. De esta manera, sin dejarnos seducir por el fácil escepticismo y aunque no podamos soslayar equivocarnos, podremos evitar caer en los errores y, lo que es más importante, podremos aprender de ellos para recorrer el camino del progreso científico y social. Sólo desde la detección y la crítica de nuestros yerros podremos ejercer nuestro derecho a la libertad.   

lunes, 9 de febrero de 2015

Lecturas de economía


Que la economía se interpreta a través de magnitudes diversas y a menudo contradictorias es un hecho que explica, entre otras cosas, la existencia de diferentes recetas económicas y hasta de distintas doctrinas o escuelas económicas, a las que se adscriben la miríada de expertos que cada día nos pronostican una cosa y la contraria. Sólo así puede asumirse que para algunos la recuperación económica de España sea un hecho incontestable, basado en la evolución de determinadas magnitudes macroeconómicas, mientras que para otros, con el apoyo de otras cifras igual de rigurosas, como la tasa de paro o el índice de préstamos al consumo, esa recuperación diste mucho de ser una realidad que alcance al conjunto de la actividad económica, asegurando incluso que nuestro país se halla, en realidad, estancado en una deflación que nos hace ver espejismos de recuperación.

Desde esa diversidad interpretativa se entiende que el Gobierno “venda” a la galería de la opinión pública la cara positiva de una recuperación en las tendencias macroeconómicas, debida fundamentalmente a factores ajenos a las medidas adoptadas por el propio Gobierno en su afán por combatir una crisis financiera en la que, a día de hoy, seguimos inmersos. En un año de apretado calendario electoral, no es de extrañar el interés de los responsables gubernamentales por atribuirse las escasas “alegrías” que la economía puede deparar, tras dos tercios de legislatura consumidos en recortes, limitación de derechos, austeridad y precariedad en el mercado laboral. La política basada en ajustes estructurales realizada por el Gobierno conservador de Mariano Rajoy, bajo la promesa de crear empleo, no permite mayores “alegrías” que las de celebrar, como si fueran éxitos suyos, la bajada de los precios del petróleo y cierto repunte del turismo. El control del déficit mediante la reducción del gasto es una de las herramientas que los gobiernos neoliberales utilizan para enfrentarse a la crisis, haciendo hincapié en la abultada partida dedicada al gasto público por parte del Estado, como si ello fuera la causa de las dificultades económicas que padecemos.

Como revela Óscar Beltrán en un artículo, el gasto público en España supone el 45 por ciento del Producto Interior Bruto, con datos de 2013, lo que nos sitúa entre el 4º y 6º país con menor gasto público de la UE. Los recortes en educación, sanidad, dependencia, pensiones y demás prestaciones sociales no parecen justificarse por ese supuesto endeudamiento incontrolado del Estado, ni tampoco han servido para doblegar una crisis que tiene causas más complejas que no han sido atendidas ni corregidas.

La cacareada necesidad de “adelgazar” al Estado, con la reducción del número de empleados públicos, es otro de los mantras aireados por los expertos de una economía basada en postulados neoliberales. Según datos de la propia Administración Pública, en España hay 2.551.123 funcionarios trabajando en todos los niveles de la Administración (local, autonómica y estatal), a fecha de 2014. Tal número de empleados públicos representa el 18 por ciento de la población activa de nuestro país o el 14 por ciento de la población total. ¿Son muchos? En puridad, somos el 4º país con menos funcionarios por habitante de Europa: uno por cada 36 vecinos. En Alemania, país de donde proceden las recomendaciones de austeridad que seguimos a rajatabla, hay un funcionario por cada 29 habitantes, y en Francia, uno cada 27. Es decir, la “obesidad” de nuestro Estado no era tan “patológica” como para someterlo a una cura de adelgazamiento que ha provocado la expulsión de cientos de miles trabajadores públicos a la calle. Tampoco tal porcentaje de trabajadores públicos era un motivo que hiciera crecer el endeudamiento en nuestras finanzas, ni razón para una crisis económica que nos ha golpeado con especial dureza. Sin embargo, se actúa sobre estos aspectos como si fueran culpables absolutos de todos nuestros desajustes financieros y motivo suficiente para provocar aquella alarma de la desconfianza de los “mercados”. Eso es, al menos, lo que se nos ha querido hacer ver para que aceptemos con resignación las recetas “austericidas” que determinada escuela económica nos imponía.

En ese “baile” de cifras también surgen otras magnitudes que revelan la disparidad de criterios que encierra la economía, una ciencia muy poco exacta, para disgusto de sus más dogmáticos gurús. Por ejemplo, se eleva el IVA con la pretensión de recabar mayores ingresos a las arcas públicas, a pesar de que con ello se castiga a los menos pudientes, haciéndoles pagar un impuesto que no diferencia el nivel de renta del consumidor. Mientras tanto, el IRPF en España es el 3º más alto de la Zona Euro, pero lo que se ingresa con él nos posiciona como el 4º país con menos recaudación. Quiere esto decir que no hay equidad en las políticas que se aplican para afrontar la crisis y el desplome, por falta de actividad económica, de los ingresos del Estado. Pero en vez de actuar sobre un impuesto equitativo, como es el IRPF, manifiestamente ineficaz para lograr los niveles de recaudación que se consiguen en otras latitudes, se prefiere la injusta “comodidad” de elevar el IVA, sin importar que artículos de primera necesidad no puedan ser adquiridos por personas con dificultades económicas.

Con todo, el presidente del Gobierno se muestra “animado y esperanzado” con la evolución de las cifras del paro, a tenor de los datos que ofrece la última Encuesta de Población Activa, pues considera que se ha roto la tendencia de destrucción de empleo. Una vez más, las cifras permiten la euforia contenida de los responsables gubernamentales y la crítica agria de los partidos de la oposición y los sindicatos, que se fijan en que, en esta legislatura, se han destruido 1.300.000 puestos de trabajo, a pesar de las promesas del Gobierno de crear empleo como objetivo prioritario. Ya no hay alusión a la socorrida “herencia recibida” para excusar un incumplimiento tan flagrante, ya que el legado de Rajoy será aun peor que el de Zapatero. Todavía hay cinco millones de personas que carecen de un puesto de trabajo en España y, al ritmo con que se está creando empleo, incluso precario, se tardarán lustros en recuperar las cifras anteriores a la crisis, cuando el mercado del trabajo daba empleo a más de 20 millones de personas y los desocupados no sumaban los dos millones de parados, frente a los cinco actuales.

Si este panorama es para tirar cohetes, el Gobierno sabrá el porqué, pero la verdad es que ni con sus cifras ni con las de sus adversarios la economía permite ninguna lectura positiva de la situación española, por mucho que los correligionarios europeos del neoliberalismo, aquellos que nos dictan las políticas a seguir, quieran señalar a nuestro país como ejemplo de lo que hay que hacer para superar la crisis y, de paso, presionar a Grecia para que cumpla lo pactado: es decir, que pague los rescates, no vaya a ser que los acreedores sufran pérdidas en un negocio que prometía pingües beneficios. Y es que ya se sabe: las pérdidas las soporta siempre el más débil e indefenso, el pueblo, no sus élites. Y la economía, como ciencia, permite eso y lo contrario. Es cuestión de ponerla al servicio de la sociedad o de poner la sociedad al servicio de la economía. Así de fácil.

sábado, 7 de febrero de 2015

Saber, conocer, opinar

Un amigo divaga la disyuntiva entre saber y conocer, apoyándose en el consejo de un filósofo que infiere que la sabiduría permite vivir mejor en función de lo que sabemos. Los monos no saben, o eso creemos, y viven aparentemente bien en su hábitat con lo que conocen, hasta que el ser humano arrasó la selva. Conocer es dejarse llevar por los sentidos, guiarse por lo que vemos, oímos, tocamos, olemos y probamos para luego recordar no meter la pata. Saber es más complejo, requiere aplicar el intelecto y buscar el porqué de las cosas, sus causas. No basta con ser racional para dedicarse a buscar el saber. Muchos, una mayoría de pensantes, prefieren conocer. Ello no implica entender lo que hacemos, ni ser conscientes de cómo lo hacemos, incluso ni por qué lo hacemos. Nos dejamos llevar, en función de lo que hagan los demás o de nuestros apetitos.

Otro filósofo distingue entre opinar y saber. Concluye que el saber es más estricto que el mero pensar y opinar, y que casi todos preferimos opinar a saber. Era algo que ya había descubierto la filosofía griega hace siglos cuando distinguía entre el conocimiento sólido (episteme) y la opinión infundada (doxa). De ese afán estricto por saber nace la ciencia, del latín scientia, derivado del verbo scire, saber. Opinar es hablar de lo que no sabemos, especular con lo que conocemos, a veces de manera contradictoria y sin llegar a establecer teorías empíricas que expliquen nada. Pero ambos -saber y opinar- se basan no obstante en la observación, se construyen sobre las observaciones, aunque el primero (saber, ciencia) se contrasta y verifica científicamente con la realidad, y el segundo (opinar, conocer) surge de nuestra personal y limitada experiencia. La sabiduría es reacia a enunciar lo desconocido, pero la opinión puede abordar cualquier asunto, desde la última boutade de Belén Esteban hasta la implicación en nuestras vidas de los quarks y los bosones de Higgs. Lo cierto es que, para ir tirando, con conocer y opinar podemos emprender cualquier viaje, aunque no sepamos adónde, ni para qué ni por qué viajamos. Simplemente lo hacemos, como ésta opinión. Por diversión.

viernes, 6 de febrero de 2015

La puerta


Al cerrar la puerta, sintió una enorme presión en el pecho y por primera vez en la vida tuvo miedo. Una sensación parecida al pánico se apoderaba de él paulatinamente. Comenzó a respirar entrecortadamente, haciendo profundas inspiraciones por la boca y expulsando el aire con tal fuerza que podía oír su roce contra las aletas dilatadas de la nariz. Ese era el único ruido que existía en aquella habitación, junto al retumbar de los latidos cada vez más frenéticos de su corazón. Permaneció unos segundos inmóvil, paralizado ante la angustia de sentirse abandonado, mientras sus ojos exploraban las penumbras que reinaban en la estancia. Dio dos pasos para librarse de la bolsa de viajes, en la que transportaba una muda de ropa y útiles de aseo, y soltarla sobre la cama. No prestó atención a las luces de los coches que circulaban como almas en pena por la autopista y que hacían brillar fantasmagóricamente los visillos de la ventana. Como si soportara todo el peso del mundo en sus espaldas, se giró para sentarse en el borde la cama, de cara a la puerta, y dejar que sus brazos descansaran sobre una sábana áspera y extraña. Sólo los náufragos de una isla desierta podían comprender la soledad que le embargaba en aquellos momentos. Miraba la puerta como la frontera que le separaba de los suyos, de su casa y de su familia, para condenarlo al exilio de los derrotados. Tenía tantas ganas de huir que unas lágrimas furtivas iniciaron la espantada, precipitándose mejillas abajo. La crisis lo había expulsado de su trabajo, su casa, sus amigos y su ciudad, y no había tenido más remedio que buscarse el sustento en una ciudad que no conocía y alojarse en esa pensión inhóspita, pero barata. Cuando despertó, la luz del día le mostró el color gris de la puerta, la misma por la que salió a ganarse el pan y no rendirse nunca, aunque las noches lo empaparan del desánimo y la soledad de los huérfanos.

miércoles, 4 de febrero de 2015

De lo “light” a lo complejo


Se dice hasta la saciedad que los ciudadanos muestran desafección por la política, pero sin embargo engrosan manifestaciones multitudinarias para exigir otra política que los convocantes aseguran es posible. Es un comportamiento extraño por cuanto parece obedecer antes a impulsos emocionales que críticos, a planteamientos ligeros o superficiales de problemas que pueden ser solventados con promesas que a todos nos gustaría fueran factibles. Ante la deuda del país, negarse a pagarla; ante la corrupción, expulsar a toda la clase política; ante la falta de recursos, un salario mínimo de mucha mayor cuantía; ante la falta de trabajo, el pleno empleo; ante los desahucios, viviendas para los que las ocupan; ante la falta de crédito, expropiación de bancos; ante cualquier problema, una solución fácil.

No dudo que muchos de los asuntos que hoy preocupan a los españoles podrían abordarse de otra manera, con otro enfoque menos perjudicial para la inmensa mayoría de los ciudadanos, aquellos que carecen de medios para costearse sus necesidades. En vez de políticas restrictivas para contener el gasto, medidas expansivas que favorezcan la actividad económica y el consumo. Son políticas económicas que se aplican en función de la ideología del gobierno que las implementa, convencido de conseguir con ellas el modelo de sociedad que persigue. Ninguna es infalible y perfecta, pues todas tienen ventajas e inconvenientes. Pero unas son más justas que otras, porque actúan sobre las desigualdades existentes en la sociedad o dejando que cada cual resuelva sus problemas como mejor pueda. No es lo mismo rebajar drásticamente los impuestos para dejar que la iniciativa privada ofrezca respuesta a nuestras necesidades, que mantener una política impositiva que financie los servicios básicos a la población, precisamente al segmento que no podría contratar ninguna póliza privada.

Los problemas que hoy afectan a España pueden ser abordados desde otra óptica que tenga en cuenta, además de ayudar a las empresas, garantizar al trabajador sus derechos laborales y la percepción de una remuneración digna, de acuerdo a su cualificación, antigüedad y productividad laboral. Asfixiar al segundo para permitir la viabilidad de la primera es, dependiendo de la ideología del gobierno, la receta más conveniente, aunque para otros podría ser la contraria. Europa, de la mano de gobiernos neoliberales, piensa que la austeridad y los ajustes (recortes) son los mecanismos necesarios para combatir la crisis que nos asola. Estados Unidos, con un gobierno demócrata, se ha decantado por políticas anticíclicas y no ha dudado en acudir en socorro de la economía con la palanca de la Reserva Federal (Banco Central). Es cierto que ya comienza a vislumbrarse cierta recuperación en Europa, pero no alcanza aún a los ciudadanos, fuertemente castigados con el desmontaje del Estado de Bienestar. El paro es el signo más evidente y doloroso de este tipo de medidas restrictivas. En EE.UU, en cambio, la creación de empleo lleva meses escalando cotas que pronto podrían significar ese pleno empleo que designan los economistas, y la actividad económica vuelve a liderar el mercado mundial. Son ejemplos de que, frente a un mismo problema, pueden darse diversas soluciones.

Pero, de ahí a ofrecer fórmulas mágicas que nos librarían de todos los problemas, hay un trecho: el que separa la sensatez de la superchería, lo racional de la fantasía. De espalda a la economía y a las reglas del mercado, por mucho que nos pese, no hay viabilidad de ningún proyecto. No se puede brindar cobertura sanitaria global y sin límites sin garantizar la financiación del sistema; no se puede prometer educación gratuita hasta la Universidad sin pensar en la sostenibilidad del sistema; no se pueden facilitar viviendas para todos sin una regulación estricta de acceso a los posibles beneficiarios y sin buscar financiación para su construcción y mantenimiento; no se puede elevar considerablemente el salario mínimo de manera unilateral sin acuerdo previo con los agentes sociales y económicos; no se puede apoyar al trabajador sin el concurso de los empresarios, convenciéndolos de que así se potencia el negocio al incidir en el consumo; no se puede incrementar la presión impositiva más allá de límites que mantengan la equidad y la capacidad de ahorro.

No se trata de dar un pendulazo contra los pudientes para favorecer a los indefensos, sino de ser ecuánimes en la contribución que todos, ricos y pobres, han de aportar al proyecto de vida en común que se consigue en nuestra sociedad. No es penalizando la riqueza ni bendiciendo la pobreza como se solucionan los problemas, sino actuando sobre las condiciones y los mecanismos que hacen que unos tengan más posibilidades que otros para su desarrollo, realizar sus vidas y conseguir sus metas. Y para ello, la economía es un medio, no un fin, dentro de los límites que permite la propia economía para ser viable. Ni la austeridad a cualquier precio ni el dispendio irresponsable son recetas racionales, sino el ser humano como medida, como centro de cualquier objetivo, de cualquier finalidad. Un hospital podrá ser muy rentable, a costa de no servir para atender a la gente que lo necesita, pero es un hospital inútil. No se trata, pues, de conseguir sólo balances económicos saneados, de una pulcritud contable envidiable, sino de dar respuesta a las necesidades de la población, combatir las injusticias, actuar sobre lo que causa desigualdad y permitir que cada persona consiga llevar a cabo sus propósitos y ayudarlo a materializar sus esperanzas.
 
Por eso me fío poco de los seres providenciales que acuden espontáneamente a ofrecernos respuestas y prometernos la salvación. Me fío poco de los movimientos de masas que se forman en torno a frases, eslóganes y promesas sin ningún programa que estructure sus planteamientos. Me fío poco de las manifestaciones que logran atraer la simpatía de los descontentos, los insatisfechos, los indignados y todos los reacios a contemplar el mundo en su complejidad porque prefieren la idílica simpleza, la fácil respuesta, la cómoda solución. No me gustan los voceríos de los que apenas participan, no se comprometen y se expresan movidos por pulsiones, emociones o modas, no por criterios adquiridos y argumentos racionales. Por eso huyo de lo “light”, lo liviano, porque creo que todo es complejo, confuso y nada fácil. Y porque nadie te ofrece un caramelito si no es para quitarte la cartera o… el alma. Por eso prefiero las convicciones a las manifestaciones, los programas a los eslóganes, las ideologías a los administradores. Por eso soy tan raro.

lunes, 2 de febrero de 2015

Bethune, memoria de la solidaridad

Andalucía le debe mucho a este médico canadiense del que, no obstante, no existe ninguna estatua o placa que honre su memoria en esta tierra. Movido por la solidaridad, Norman Bethune viene a España con las Brigadas Internacionales para socorrer a los heridos de la Guerra Civil y funda lo que sería la primera unidad móvil de transfusión de sangre de la historia, invirtiendo los términos de lo que era habitual entonces (traer los heridos a los hospitales) para enviar la sangre a los frentes de batalla, ganando un tiempo precioso que suponía no morir desangrado. Era un servicio precario, transportando en ambulancia una sangre conservada en condiciones que hoy nos harían abrir los ojos de espanto, pero que en aquellos tiempos inauguraban un proceder que se ha consolidado en la medicina transfusional actual. Bethune importó su Servicio Canadiense de Transfusión de Sangre y, con la experiencia acumulada de otros frentes, se dedicó a prestar asistencia a los heridos que sufrían hemorragias y precisaban transfusiones sanguíneas.

De Madrid se traslada a Málaga, que había caído en manos de los sublevados franquistas, donde asiste a uno de los espectáculos más horripilantes de la guerra: la matanza de la población civil que huye en masa hacia Almería, en febrero de 1937, y es masacrada desde mar, aire y tierra por el ejército nacional y sus aliados fascistas de Italia y Alemania. Ante la magnitud del crimen, Norman Bethune decide retirar el equipo médico de su ambulancia para destinarla a evacuar los niños, ancianos y enfermos de aquella carnicería. “Vivíamos con el corazón roto por los que se quedaban y la cansada alegría por los que pusimos a salvo”, escribió el médico años más tarde en el relato de aquellos episodios de la Guerra Civil española.

Fotografías del éxodo de refugiados, una semblanza biográfica del médico canadiense y las historias y recuerdos de aquella huida desesperada de la población de Málaga por la carretera de Almería, convertida en ratonera mortal, es lo que recoge la muestra fotográfica “Norman Bethune, la huella solidaria”, que se expone en el Museo de la Autonomía de Andalucía. Comisariada por Jesús Majada, se trata de una iniciativa del Centro Andaluz de la Fotografía, que ya ha recorrido diversas provincias, con la que se intenta saldar la inmensa deuda de gratitud que este país en general, y esta tierra andaluza en particular, tiene con el cirujano que prefirió combatir la barbarie, allí donde germinase, a disfrutar de las comodidades de su profesión en Montreal. Un deber con la memoria para conocer nuestra historia, de la que ignoramos hechos y personas merecedores de nuestro reconocimiento, y una oportunidad, del 30 de enero hasta el 12 de abril, para rendir tributo a nuestra memoria.

domingo, 1 de febrero de 2015

Vivencias vertiginosas

Hay etapas de la existencia que dan vértigo, no sabes controlarlas aunque hayas intentado prepararte con antelación, pues las vivencias que experimentas te zarandean emocionalmente como esos cacharritos de feria que giran a velocidades vertiginosas. Nunca te acostumbras a sentir lo que situaciones predecibles pueden provocarte, como el parto de una hija y el nacimiento de otro miembro inocente y vulnerable en la familia. Por muchos nietos que tengas, recibir al último te vuelve a descontrolar los sentimientos de una forma tan sorprendente como satisfactoria. Vuelves a ser testigo de un milagro que no por repetido deja de ser único en cada ocasión. Y una íntima satisfacción te embarga cuando acunas en tus brazos la mejor recompensa que podría ofrecerte un hijo: esa felicidad que comparte contigo al sentir lo que tú sentías cuando él nació y experimentaste el peso de la responsabilidad de su vida. Un temor que se acrecienta cuando unas manitas minúsculas confían en la seguridad temblorosa que tú les brindas al sujetarlas. Es la manita tierna de mi cuarta nieta que nació ayer. Bienvenida sea.