viernes, 8 de enero de 2010

8 de enero, dos mujeres asesinadas

Las relaciones entre los seres humanos no escapan de los instintos viscerales que en demasiadas ocasiones nos conducen. Aunque el espíritu humano busca elevarse sobre la condición animal, ésta a veces se impone sobre cualquier elemento de razón y de los intentos desesperados de la educación, la moral y las normas sociales por controlar y subliminar tales tendencias. A pesar de ser capaz de crear obras de una belleza sublime, en cualquier campo de la cultura, también somos capaces de las más horrendas de las atrocidades, inimaginables en cualquier animal irracional. Estudiar la historia del hombre es, además de admirar sus cotas de humanidad, es sentirse paralelamente horrorizado por la maldad a la que es capaz de entregarse. No hay generación que no haya convivido con su terror, ya sea de guerras, hambrunas, opresión y crueldad de cualquier tipo. Matamos no sólo por defensa o necesidad, muchas veces discutible, sino incluso por placer, ambición o complejo. Si no es por ese sentimiento de inferioridad que parece sentir quien pierde una relación sentimental, incapaz de superarlo, no se entiende la lacra que caracteriza los tiempos actuales, donde el asesinato de la esposa, la novia o la compañera parece ser la consecuencia a la que están destinadas esas mujeres que deciden separarse de sus parejas, la mayoría de ellas hartas de aguantar unas condiciones de sometimiento machista, que incluye la violencia, que en cualquier otro tipo de relación que no fuera la sentimental o matrimonial estaría ya definitivamente erradicado. La violencia del hombre sobre la mujer, con leyes incluso que intentan combatirla, continúa batiendo sus propios récord macabros. Acaba de comenzar el año y ya hay dos mujeres muertas a manos de sus parejas. Son muertes insoportables porque se producen sobre víctimas a las que el verdugo, cuando no ha podido aplastar la dignidad de quien busca escapatoria, acaba con sus vidas. Triste balance de 2010. Ojala sean las últimas.

sábado, 2 de enero de 2010

La convención de contar el tiempo

¿Qué será el tiempo? ¿Existe o es un truco de nuestra mente? Miramos una estrella y nos maravillamos del brillo que bien podría haberse extinguido hece miles de millones de años; es decir, miramos el rastro de lo que fue, su pasado. Einstein afirma que, dependiendo de la velocidad, el tiempo no es igual para todos: para quien aguarde en la Tierra puede que pase toda una vida, pero para el que viaje a velocidad de la luz, sólo envejecerá un par de años. ¿Qué es esto que celebramos como 2010? Una convención para no volvernos locos. Algo simbólico para encuadrar la realidad entre parámetros comprensibles. Incluso así, no nos aclaramos. Para algunas culturas estamos en 2010, para otras en otra fecha. Cuando yo celebro las doce campanadas, en Canarias todavía tienen que esperar una hora para hacerlo. En ese momento me entero por la tele de que en Japón hace horas que lo han celebrado, mientras mi hermana en California aún le falta medio día para gritar ¡feliz año nuevo! Sea lo que sea lo que celebremos, cada año parece igual. Miras a tu alrededor y apenas percibes cambio alguno en la naturaleza, como no sea los provocados por el hombre. El único cambio constatable está en nosotros mismos, en esa oxidación que va quemando nuestro cuerpo y deteriorando sus funciones fisiológicas. Es decir, envejecemos. ¿Por culpa del tiempo? Si fuera así, nos hemos inventado algo a quien echarle la culpa. Es la única muestra que disponemos para sospechar de la existencia del tiempo en seres cuya vida, comparados con los tiempos geológicos y siderales, es de una brevedad que espanta pensarlo. Mejor será atenerse a los convencionalismo y no marearse en conjeturas interminables. A todos, pues, ¡enhorabuena: hemos alcanzado el 2010! ¡Sea lo que sea, aprovechadlo! ¡Salud!