viernes, 31 de marzo de 2017

Entre marzo y abril


Finaliza un mes y comienza otro cuando hace calor o hace frío, según soplen los vientos. Si estos vienen del norte, traen un aire helado que vuelve a cubrir las montañas de nieve y de niebla los valles, pero si son del sur, adelantan el verano y tiñen los cielos de calima, haciendo florecer los naranjos de las calles y las amapolas del campo. Es a finales de marzo y principios de abril cuando la inestabilidad se adueña del tiempo, obligando a alternar ropa de invierno y de verano en una misma semana. Ello hace coincidir a jóvenes en mangas cortas mientras exhalan vaho del frío con abuelos en chaquetones y bufandas bajo un sol que expulsa las nubes del horizonte. Para colmo, se cambia la hora y los días parecen más largos porque arrebatan minutos a la noche y la empujan hasta tarde en la mañana. Entre marzo y abril nos volvemos todos desquiciados intentando adaptarnos a tantos cambios para seguir haciendo lo mismo: disfrutar de la vida. Y sobrevivir. Sin descanso.

jueves, 30 de marzo de 2017

Más Europa

Hace unos días se han cumplido 60 años –un plazo históricamente corto- desde la creación de un proyecto sumamente ambicioso, el de construir un espacio común que supere y englobe a los Estados-nación del continente europeo, partiendo de la libre voluntad de todos y cada uno de ellos para constituir una nueva entidad unitaria, basada en la cesión de soberanía, que siempre será mejor y más fuerte que la mera suma de las partes. No ha sido fácil llegar hasta aquí, en estas seis décadas, para conseguir lo que hoy se conoce como Unión Europea (UE), pero más difícil parece que será proseguir la tarea hasta completar unos Estados Unidos de Europa –la vieja utopía de los europeístas- verdaderamente integrados en todos los ámbitos, no sólo en torno a aquellas “cuatro libertades” conquistadas para la circulación de mercancías, servicios, capitales y personas que, además de la moneda única, disfrutan, hoy, los ciudadanos de esta nueva Europa. Los nubarrones que se ciernen en el horizonte de la Unión Europea presagian serias dificultades para un proyecto político que, a pesar de consolidar la paz, la estabilidad y unas mayores capacidades para competir en un mundo globalizado, no despierta, sin embargo, el entusiasmo en amplias capas de la población de muchos de los países de la UE, incluidos los fundadores que rubricaron aquel Tratado de Roma, germen de esta nueva Europa, hace ya 60 años.

Y es que a la soñada Europa le sucede como a la democracia, que cuando es lograda y vivida rutinariamente se vuelve antipática, poco estimulante y genera frustración al no satisfacer todas las expectativas que su ausencia despertaba, y porque no consigue resolver todos los problemas que preocupan a los ciudadanos, aunque ofrezca más medios y posibilidades para ello. Ambas realidades sucumben al éxito de su consecución y hacen que luchar por la democracia o intentar pertenecer a la UE movilice e ilusione más que coronar tales metas. Es así por lo que la UE vive en la actualidad una crisis de confianza que hace que muchos ciudadanos desencantados busquen en las soluciones fáciles de los populismos y los nacionalismos excluyentes las respuestas que les niegan las instituciones europeas y la propia democracia, cuando una y otra lo que ofrecen es una mayor responsabilidad para el propio desarrollo, desde las premisas de la libertad y la igualdad de oportunidades a individuos y colectivos. El riesgo a una involución y hasta a un fracaso del proyecto conjunto es hoy más patente y plausible que nunca, gracias al portazo del Reino Unido, materializado con ese Brexit ya puesto en marcha tras 44 años de pertenencia, y la existencia, en el seno de la UE, de partidos xenófobos, racistas y aislacionistas que agitan en sus respectivos países la bandera de la desintegración europea. Es, por tanto, un 60º aniversario agridulce para la UE., aun cuando tiene mucho que celebrar.

Es verdad que existen muchas dificultades pendientes y demasiados desengaños que corregir. Dos, sobre todo. El primero, la crisis de 2008 que golpeó con rudeza a los más desfavorecidos, en los países más débiles del continente,  y que no recibieron ni percibieron una protección suficiente debido a las medidas que adoptó la UE para afrontar el declive económico y financiero mediante políticas de austeridad que beneficiaron al mercado en perjuicio de servicios y derechos sociales. El desempleo, la desigualdad y los recortes a un Estado de Bienestar cada día más raquítico son las consecuencias de esas políticas ahorrativas con las que la canciller alemana, Angela Merkel, amenazaba cada semana a sus socios europeos, instándoles a emprender ajustes draconianos. Ello produjo agravios entre naciones ricas del Norte, cuyos habitantes no sufrían restricciones, y países pobres del Sur que eran sometidos a políticas de control del gasto, como Grecia, España, Portugal y otros, que laminaban conquistas y derechos sociales (prestaciones por desempleo, reducción en la cuantía de las pensiones, precariedad laboral y salarial, etc.) y que perjudicaron a las clases trabajadoras y medias, sumiéndolas en el descontento y el rechazo hacia una Europa insensible e inmisericorde con sus problemas.

El segundo motivo de desafección lo provoca la crisis migratoria a la que Europa, como ente unitario, no ha sabido responder como cabría esperar atendiendo a sus propios valores éticos. Ni la igualdad, ni la solidaridad, ni los Derechos Humanos presidían las contradictorias medidas adoptadas para hacer frente a oleadas de refugiados que llamaban –y continúan llamando- a las puertas de la UE en busca de socorro y protección. El miedo a la infiltración de terroristas en el continente –cuando los radicalizados que han cometido atentados ya eran ciudadanos europeos- y el egoísmo de los que temen perder sus privilegios si sientan a más comensales en la mesa, constituyen la fuente de desavenencias que impulsaron a levantar alambradas fronterizas entre países de la Unión para impedir el trasunto de inmigrantes y, en último término, la firma de un acuerdo vergonzante con Turquía -ni país miembro ni respetuoso con los Derechos Humanos- para que acogiera a esa avalancha de refugiados solicitantes de asilo, previo pago en metálico de un sustancioso canon económico. La agitación de una oportuna victimización propia y la propalación del estigma delincuente del inmigrante –o de cualquier “otro”- hicieron posible la proliferación de populismos xenófobos y hasta racistas que hacen tambalear la cohesión interna y el proyecto común de una Europa cada vez más desunida que olvida su alma social cuando las circunstancias exigen lo contrario.

A estas alturas, ya no nos acordamos, atenazados por todos estos miedos, de las ventajas de los Eramus que han permitido a nuestros estudiantes completar su formación con la inmersión en otros países, ni de la modernización de las infraestructuras que han contado, todas ellas, con la ayuda de fondos europeos, ni de los acuerdos con terceros países para la pesca y la apertura de mercados a mayor escala con el marchamo de la UE, ni de la supresión de pasaportes para trasladarnos a cualquier país miembro de la Unión, ni de las fluctuaciones de la peseta que encarecían de golpe la vida, ni de una Justicia Europea en la que reclamar injusticias como las hipotecas abusivas, cláusulas suelo, los desahucios, diferencia salarial de interinos, incluso el no respeto a los Derechos Humanos en resoluciones nacionales diversas, ni de una mayor concienciación de nuestros recursos naturales y ambientales. Por no acordarnos, no nos acordamos siquiera de que la ruptura del aislacionismo a que nos condenó el régimen franquista y la conquista de las libertades como país plenamente democrático fueron debidas, en parte, gracias al estímulo y la contribución de esa Europa que ahora cuestionamos.

Celebrar 60 años de un proyecto tan complejo y ambicioso como el de una Europa unida, aun en su imperfección, cuando esta región del mundo se ha comportado siempre con desunión, enfrentamientos mutuos e intereses contrapuestos desde los tiempos del Imperio Romano hasta ayer, es un triunfo que hay que subrayar y apoyar con más ahínco, si cabe. Que en el solar donde se libraron las mayores guerras mundiales y se padecieron los estragos imperiales de unos y otros, se esté elaborando un prudente modelo de convivencia y concordia con el declarado propósito de la paz y el bienestar para todos, sin distinción, desde hace sólo 60 años, debería ser motivo de orgullo y satisfacción para los que tenemos la suerte de pertenecer a Europa y sentirnos europeos. Con todos sus defectos y carencias, es la región del mundo más civilizada, democrática y justa del planeta. ¡Ojalá no lo echemos a perder!

martes, 28 de marzo de 2017

Miguel Hernández, doblemente muerto

Hoy se cumplen 75 años de la muerte del poeta Miguel Hernández, doblemente muerto por la dictadura franquista, que lo sentenció a muerte en un consejo de guerra que luego conmutó la pena por 30 años de reclusión mayor, y por la cobardía de la democracia que aceptó la decisión de la Sala de lo Militar del Tribunal Supremo de denegar la revisión de la sentencia, a pesar de reconocer que la condena se produjo por motivos “políticos e ideológicos”. Hoy, seguimos llorando al poeta humilde, que pastoreaba cabras en su Orihuela natal y presagiaba en sus versos su andar “de este cuchillo a aquella espada”, aunque conservamos vivo el recuerdo de su legado, que continúa brillando como “un rayo que no cesa”. Queden sus versos como sencillo homenaje a un excelso poeta que no llegó a cumplir 32 años y continúa condenado por un delito de “adhesión a la rebelión” al mantenerse fiel a la legalidad y a su sensibilidad y honestidad.

Poema 19
Yo sé que ver y oír a un triste enfada
cuando se viene y va de la alegría
como un mar meridiano a una bahía,
a una región esquiva y desolada.
Lo que he sufrido y nada todo es nada
para lo que me queda todavía
que sufrir, el rigor de esta agonía
de andar de este cuchillo a aquella espada.
Me callaré, me apartaré si puedo
con mi constante pena instante, plena,
a donde ni has de oírme ni he de verte.
Me voy, me voy, me voy, pero me quedo,
pero me voy, desierto y sin arena:
adiós, amor, adiós hasta la muerte.
 
El Rayo que no cesa, de Miguel Hernández, Colección Austral, Espasa-Calpe, Madrid, 1975.


sábado, 25 de marzo de 2017

Pinta de nazi

Este personaje tan estirado, de apellido impronunciable, lo vistes con el uniforme de las schutzstaffel, y se confunde con aquella imagen repudiable del nazi. Sin embargo, no es alemán sino holandés, tampoco militar sino político de alto rango en la Unión Europea, presidente del Eurogrupo y cabeza visible de las políticas de finanzas que impone Bruselas a los Estados miembros. Fue el interlocutor severo a la hora de establecer las condiciones para acordar el rescate que todavía tiene a Grecia condenada a seguir empobreciéndose cada vez más. Y para recordar a todos los estados deudores europeos la obligación que tienen, no sólo de devolver lo prestado, sino de gastar en lo imprescindible, como en Defensa, tal y como pide ahora el del flequillo yanqui para que aumentemos la partida militar. Sin embargo, no es el que toma las decisiones, pero sí el encargado de comunicarlas y de supervisar su cumplimiento.

El problema de Jeroen Dijsselbloem (Eindhoven, 1966) no es que parezca nazi, sino que parece que piensa como tal, al considerar que hay países europeos que malgastan el dinero en “alcohol y mujeres” (sic), por lo que no se merecen la “ayuda” que reciben de los países ricos de la Unión. Establece desde su sillón de eurobanquero diferencias entre el Norte y el Sur de Europa, mostrando su verdadera mentalidad cuando se le escapan ese tipo de afirmaciones ofensivas y gratuitas contra Estados sureños que no gozan de su complacencia. Para él, como con los repudiables nazis, existen naciones puras y naciones zánganas a las que hay que “limpiar” de gastos para que ajusten sus cuentas al gusto de los acreedores del Norte, sin valorar las consecuencias en la población de una austeridad contable e inmisericorde. Es lo malo de los tecnócratas, que piensan que la sociedad se debe poner al servicio de la economía y no al revés. Así, las pensiones, los salarios, la sanidad, la educación, las prestaciones por desempleo y las ayudas a la dependencia han de amoldarse a las exigencias de los ricos prestamistas del Norte con pinta de nazis. Pero, si sólo fuera la pinta…

jueves, 23 de marzo de 2017

Hazte adoctrinar

Una organización ultracatólica con excelentes relaciones con parte del poder civil –que la declara de utilidad pública- y del religioso –que secunda desde los púlpitos su ideario contrario a las políticas género en la educación- y sobrada de recursos económicos, ha puesto en marcha una fortísima campaña publicitaria para combatir lo que, curiosamente, califica de “adoctrinamiento sexual” en los colegios. HazteOir, que así se llama la organización fanática que no duda en apoyar, en cambio, el adoctrinamiento católico que secularmente se ha impartido en la enseñanza (la asignatura de religión y la beligerancia de la jerarquía católica por mantenerla es ejemplo elocuente de ello), acusa al poder civil, representado por Comunidades Autónomas y Gobierno Central, de actuar con intolerancia y discriminación en aquellos territorios donde se promueve la igualdad de derechos de las personas con distintas identidades y orientación de género. Los que abrazan el creacionismo (el hombre surge por intervención divina, no fruto de la evolución) y la superstición trascendental (hay vida después de la muerte), no están conformes con que la sociedad civil se guíe por la ciencia y decida respetar la diversidad, incluida la sexual, que existe y se manifiesta en toda sociedad plural. De ahí que sea, cuando menos, chocante que los verdaderos intolerantes acusen de adoctrinamiento a los que extienden y respetan con tolerancia el derecho de todos, también el de aquellas minorías que sienten y viven otras identidades de género, a no ser discriminados ni rechazados por razones homofóbicas, y que sean tratados con igualdad. Y en contra de esa igualdad de derechos de las personas homosexuales, bisexuales o transexuales es por lo que se manifiestan los componentes de la organización católica, con gran éxito y repercusión mediática, por cierto.

Para ello se valen de varios autobuses que, cual vallas publicitarias rodantes, recorren las ciudades españolas con el mensaje de que los niños tienen pene y las niñas vulva, de tal manera que cualquier otro modo de sentir y vivir la identidad sexual es un engaño y una falsedad. Al mismo tiempo, han encartado en los principales periódicos de tirada nacional un sobre que incluye un librito, titulado “¿Sabes lo que quieren enseñarle a tu hijo en el colegio?”, junto a una carta en la que exponen sus quejas, denuncian una supuesta persecución política y judicial y, de paso, solicitan un donativo para ¡”seguir defendiendo las libertades de expresión y educación”! Causa estupor que los que en este país han disfrutado de toda clase de privilegios y han impuesto su ideario religioso en escuelas e institutos de manera intolerante, adoctrinando a niños sin capacidad crítica en la enseñanza y en las parroquias, no toleren precisamente el derecho a la libertad de educación y expresión y culpabilicen a minorías invisibilizadas y victimizadas por su condición sexual de no respetar esas libertades. Tal parece que les dicten “hazte adoctrinar”.

Los más reaccionarios conservadores y clericales de este país no admiten la diversidad sexual ni las políticas que intentan promover la igualdad de derechos entre todos los colectivos sociales, también los de aquellos que tienen una identidad y una orientación sexual distinta a la determinada por la biología. Por mucho que la Biblia hable de Adán y Eva, la especie humana dispone de una sexualidad mucho más compleja que la simplemente genital, aunque esta constituya el estereotipo más habitual y efectivo para fomentar y mantener una estructura social basada en el machismo y el patriarcado familiar todavía dominantes. Hace tiempo que las teorías sexuales de Freud fueron superadas y que se conoce que la psicología y el entorno cultural determinan, además de la biología, la identidad y orientación sexual de cada persona. No es de extrañar, por tanto, que los grupos que detentan su poder (como el religioso y el poder político conservador) fundado en esas ideas retrógradas, ya superadas por la realidad –y por el conocimiento científico-, se rebelen y combatan los nuevos paradigmas de libertad y derechos que poco a poco logran extenderse por el conjunto de la sociedad. Sólo así se comprende, aunque no se justifique, la beligerancia con que se enfrentan, promoviendo incluso el odio y el enfrentamiento social, a iniciativas progresistas como las del aborto, el matrimonio homosexual, las políticas de género, la laicidad en la enseñanza, el feminismo, la separación Iglesia/Estado y la eliminación de cualquier privilegio que hasta ahora disfrutaba el pensamiento conservador y clerical con intolerante actitud.

Hazte adoctrinar o déjate adoctrinar es la real intención de la campaña que promueve sin escatimar medios la asociación HazteOir, ofendida por la libertad y los derechos que se reconocen a las minorías que sienten y viven distintas identidades sexuales. No luchan contra la pobreza infantil, la violencia machista contra la mujer, la desigualdad progresiva que sufre la sociedad española ni contra la precariedad laboral y salarial que se ha impuesto a esa especie en extinción que son los trabajadores. Su lucha es por algo mucho más grave e importante: luchan contra el respeto y la dignidad que se les reconocen a gais, lesbianas, bisexuales y transexuales, disponiendo para ello de unos recursos ingentes que estarían mejor empleados en Cáritas, por ejemplo, otra asociación católica, aunque no fanática ni intransigente. Así que, cuando vean su autobús, tapónense los oídos.

lunes, 20 de marzo de 2017

Madres abuelas o maternidad en la senectud


Siempre se ha dicho que para todo hay una edad. Son refranes o dichos que nacen del sentido común y la experiencia, y que, de alguna manera, nos sirven para conducirnos por la vida con cierta seguridad y evitando algunos riesgos. Pero, como en todo, estos consejos no se deben seguir a rajatabla ni tampoco eludirse por sistema, pues, o bien nunca descubriríamos nada nuevo, o bien estaríamos constantemente estrellándonos contra la realidad o cayendo repetidamente en los mismos errores. Existe un término medio que la mesura y el raciocinio nos indican cuando alcanzar, sin pasarnos ni quedarnos cortos, cada vez que lo aplicamos. No obstante, hay que tener en cuenta, además, que todo depende de lo que se trate.

No es lo mismo dar a luz un hijo a los 64 años que ponerse a estudiar a esa edad. La biología dicta sus normas y hace que unos órganos estén obsoletos en la vejez y otros, en cambio, en perfecto estado de uso, incluso mejor entrenados para su función. Pero lo que no es posible biológicamente, de forma “natural”, la ciencia puede posibilitarlo. Y si la menopausia –la imposibilidad de fabricar óvulos-  impide que ninguna mujer que ya no es fértil pueda quedarse embarazada, técnicas de fecundación in vitro lo hacen viable. Como hacen plausible otros hallazgos, como la investigación y experimentos de clonación humana, que la ética aconseja no poner en práctica por conllevar riesgos insospechados y suponer un grave atentado contra la dignidad singular de las personas, sean originales o duplicadas. No todo lo posible se puede llevar a cabo porque surgen derechos de terceras personas que deben ser tenidos en cuenta, tanto si se trata de un clon como de un hijo de abuela.

Todo este preámbulo viene a cuento por el hecho reiterado de una mujer que tuvo gemelos a los 64 años de edad gracias a la implantación de dos embriones en una clínica de fertilidad norteamericana. Es decir, incubó dos óvulos donados, fecundados e implantados en un país donde no existen impedimentos morales, sólo económicos, para poder sentirse madre en una edad en que la mayoría de las mujeres aspira acariciar y ver crecer a los hijos de sus hijos, a sus nietos. Los abuelos ven en los nietos una segunda oportunidad para aportar ayuda y experiencia en una crianza que es responsabilidad de los padres, no sólo por el hecho de serlos, sino también por disponer del tiempo y las fuerzas para ejercer como tales durante toda la etapa de crecimiento hasta que los hijos se conviertan en adultos. Y ahí es donde radica mi crítica a la decisión de esa madre abuela que tuvo que acudir a una clínica extranjera donde no ponen límites de edad para realizar una fecundación asistida. Pensó y satisfizo sus deseos antes que valorar lo mejor y los derechos de ese hijo tardío del que le separa más de una generación.  

Aunque la ciencia permita la maternidad en la senectud, los hijos exigen una dedicación, una seguridad y una vitalidad que una anciana no puede proporcionarles por mucho que lo desee y se empeñe. No es cuestión sólo de hacer posible la fecundación y el alumbramiento –que ya sabemos que es posible para resolver problemas de esterilidad-, sino de criarlos, educarlos, batallar con ellos todos los retos a los que se enfrentarán, orientarles con disciplina y ejemplo en su formación y conducta, y tener tiempo para garantizarles en lo posible todo lo que necesiten hasta que accedan a ser adultos y autónomos en sus vidas. Y con 64 años difícilmente se tiene vigor y futuro para, salvo en situaciones extremas, dedicarles toda una atención como padres de manera responsable. Más que un hecho extraordinario de amor maternal, esta abuela madre ha demostrado un profundo egoísmo personal al dar viabilidad a una obsesión que lleva años persiguiendo, máxime cuando ya en 2014 le fue retirada otra hija, también alumbrada por fecundación asistida, al considerar los servicios sociales que no le proporcionaba las condiciones adecuadas a causa de su trastorno psicológico.

Pero, aunque estuviera en su sano juicio, la calidad y “cantidad” de crianza que podría ofrecerles nunca sería equiparable a la de una madre que tiene a sus hijos con edad, fuerzas e ilusión como la que tiene la mayoría de las madres o tuvieron nuestros padres. Y es que una cosa es ser padres y otra, ser abuelos. Para todo hay una edad que la biología se encarga de recordar. Por más que nos pese.

jueves, 16 de marzo de 2017

El respeto y la honestidad de Magda

Ayer celebramos con una compañera su reciente jubilación. ¡Y van…! Como en todas, hicimos recuento de lo compartido en el pasado –más de cuarenta años no pasan en balde- y brindamos por lo que resta de futuro, deseando que sea para mejor. Pero en esta ocasión hay una salvedad que deseo destacar. La compañera en cuestión fue la última jefa que tuve en el hospital y que, como médico, era –y es- una excelente profesional y, si me apuran, puntera en su especialización dentro de la especialidad. Los concernidos saben a lo que me refiero. Ella ha sido pionera dentro de ese campo que aúna clínica con investigación y en el que su impronta perdurará durante años, los que se conserven como recuerdos en quienes toman el relevo de su labor y continúan el camino por ella desbrozado.

Pero lo que quería reseñar como algo particular es que esa jefa siempre se comportó como una compañera más, sin importarle la categoría profesional con quien se relacionase laboralmente o recabase su ayuda. Era una persona asequible y amable. Ello denota una cualidad humana que nace del respeto y la honestidad para con todos, vistan el uniforme, la bata o el hábito que sean. Así trataba también, como no podía ser de otra manera, a los pacientes, exprimiendo su sabiduría y experiencia para brindarles a todos y cada uno de ellos el mejor servicio y la mejor atención. Y es que los buenos profesionales han de ser también buenas personas para que la virtud sea completa y genere el afecto que despiertan en la gente. Por eso, la compañera recién jubilada se sintió emocionada por el afecto que le mostraron los presentes en el acto y los que no pudieron acudir por impedírselo otras obligaciones. Recibió el respeto y la honestidad que siempre había cultivado.

Es muy fácil trabajar con personas así, que saben respetar y valorar tu aportación a un trabajo necesariamente multidisciplinar y que se esfuerzan por dirigir a las personas con honestidad, lo que no evita tensiones y dificultades que siempre acaban resolviéndose atendiendo a un objetivo irrenunciable: el paciente. Y ella lo tenía muy claro.

Como tiene claro el futuro que se abre ahora ante sus ojos: seguir siendo una persona inquieta que, haga lo que haga, derrochará respeto y honestidad con todos. No es extraño que, en reciprocidad, reciba tanta admiración y afecto. Y amplíe su círculo de amistades. Desgraciadamente, son pocas las personas así. Como Magda, jefa, compañera y amiga. Un orgullo para su familia y un honor para sus compañeros.

lunes, 13 de marzo de 2017

Presiones a periodistas

Está de actualidad, a causa de la denuncia presentada por la Asociación de Prensa de Madrid (APM) contra Podemos (partido emergente de izquierdas), la existencia de presuntas presiones y acoso a los que ejercen el periodismo, sobre todo a aquellos que se dedican a dar seguimiento mediático de los partidos políticos y de sus dirigentes. Parece, por el revuelo levantado con el comunicado de la APM, que tales presiones suponen una novedad que se acaba de descubrir en el noble oficio de intentar contar a la gente lo que dicen y hacen –y, en algunos casos, ocultan- los que pretenden gobernarnos y las organizaciones políticas en que se apoyan. Y nada más lejos de la realidad. No son presuntas, son reales.

Los periodistas siempre han recibido presiones, más o menos sutiles, para que se limiten a trasladar lo que el emisor pretende decir, no para que hagan una valoración de las intenciones del emisor o de las claves de su mensaje. Para que no contextualicen. Es, por tanto, una relación complicada de amor/odio en la que ambas partes –periodistas y políticos, en este caso- utilizan las armas a su alcance para obtener lo que buscan del otro, a partir de una mutua seducción hasta la más burda coacción, pero casi nunca desde la simple objetividad aséptica, si es que ello es posible. El abanico de presiones es amplísimo.

Lo complicado de esta relación es mantener el equilibrio justo entre la profesionalidad del periodista para obtener información y la capacidad interesada de las fuentes para controlar y administrar la información que facilitan. De esa dependencia surge una relación simbiótica que, a veces, se sirve de presiones o pequeñas amenazas que cada cual ejerce en función de su fuerza o capacidad, al estilo de “si no me informas dejamos de cubrirte” o “si aludes a esto dejo de darte más información”. Esta es la forma más benigna y habitual de presionar. Las hay más contundentes y a mayor nivel, a través de suscripciones, subvenciones, inversión publicitaria, licencias, ideario del medio, intereses económicos e ideológicos y hasta del entramado empresarial y accionarial que financia la mayoría de los medios de comunicación y que de alguna manera delimita su independencia, impidiéndole tirar piedras sobre su propio tejado. Lo relevante del asunto, especialmente en relación con las presiones ordinarias, es valorar hasta qué punto es conveniente mantener ese pulso sin que la verdad sea mancillada, aun sabiendo que la verdad tiene múltiples caras. Es decir, saber hasta dónde mantener el juego sin perjudicar el derecho a la información ni “taponar” el flujo de datos y hechos que interesa y afecta a la sociedad. Un juego que debe permitir la obtención de información y no la ocultación de hechos relevantes que tienen consecuencias para el conjunto de los ciudadanos y resultan imprescindibles para conformar la opinión pública. En definitiva, ser conscientes de un juego que es el día a día del periodismo. Entonces, ¿a qué viene tanto revuelo con las presiones?

Puede que de esta historia existan elementos no conocidos en tanto en cuanto la APM no ha querido presentar, esperando que se confíe sólo en el prestigio de quien preside la entidad, ni las pruebas que le han aportado ni ha identificado a los periodistas que dicen sufrir esa campaña sistematizada de acoso personal y en las redes por parte de Podemos, de sus dirigentes y de personas próximas. También puede que tanto revuelo se haya visto engordado por reacciones hipócritas de los que aprovechan cualquier oportunidad para el ajuste de cuentas entre competidores o entre organismos vitales para la salud democrática de una sociedad plural, como son los medios de comunicación y los partidos políticos. Aún así, se trata de algo grave que conviene aclarar cuanto antes para evitar el descrédito y la desconfianza en instituciones básicas del sistema de convivencia democrático que están condenadas a relacionarse y entenderse, cumpliendo cada una de ellas su cometido, ya sea utilizando los medios legales para el acceso al poder o cuestionando permanentemente, con rigor y veracidad, los procedimientos empleados y el ejercicio de cualquier poder. Sin partidos políticos y sin medios de comunicación, ambos plurales y libres, podrá haber cualquier gobierno, pero no democrático. De ahí la gravedad de la denuncia de la APM.

Pero, no obstante, hay una cosa que llama poderosamente la atención. Si esas presiones fueron realmente insoportables y se excedieron de las cotidianas a las que se enfrentan cada día los periodistas, se echan de menos avisos o quejas previas a la denuncia corporativa de la asociación madrileña. Faltan pistas o sospechas de lo que estaba sucediendo. Además –y quizás más significativo-, es clamoroso el silencio de las cabeceras en las que trabajan los denunciantes presionados. Destaca, especialmente, ese ensordecedor silencio de unos medios que han tolerado que se mediatice la labor de sus periodistas y se controle su capacidad informativa. Resulta, cuanto menos, extraño.
 
Lo lógico sería que los reporteros hubieran comentado esas presiones a sus jefes de redacción y estos a los directores, quienes, en función de la gravedad de las amenazas, deberían responder como suelen: verificando los hechos y haciendo pública denuncia de los obstáculos intolerables que se levantan contra el servicio público del periodismo como instrumento del derecho a la información de los ciudadanos. Máxime si esos obstáculos proceden de un partido nuevo que presume de no parecerse a la vieja “casta” política y que reniega de sus servidumbres con el “establishment” y sus tejemanejes con los medios. Ahí habría un hecho noticioso que no pasaría inadvertido a los viejos zorros de las redacciones. Sin embargo, el silencio editorial y empresarial que ha prevalecido es elocuente en este asunto. Ni  La Razón,  El Mundo, ABC, El País u otras cabeceras de peso nacional han relatado recibir acoso por parte de Podemos. Sólo el Periódico de Catalunya -según revela Jesús Maraña, miembro de la ejecutiva de APM, en el diario digital que dirige- ha cuestionado las presiones sufridas por sus redactores. De ser así, sería de las pocas veces que la prensa renuncia a defender su libertad para ejercer sin cortapisas ajenas su labor. Ni en la dictadura con su férrea censura, sabiendo leer entre líneas, se doblegaba la prensa no adicta al régimen a la voluntad absoluta del poder. Siempre encontraba medios para sortearla y dejarla en evidencia, aunque sufriera multas y suspensiones temporales de publicación. ¿Qué intereses existen hoy para amoldarse a la conveniencia de nadie? ¿Qué necesidad tiene ningún partido de recurrir a recursos tan manidos e  imprevisibles de domesticación de los medios? Alguien debería darnos alguna explicación sobre el maridaje de los partidos con los medios de comunicación, sin escamotear el asunto con una denuncia inconcreta en la APM o aconsejando profesoralmente que se acuda a los tribunales en caso de ser víctima de un delito.

viernes, 10 de marzo de 2017

Mediocridad de corta y pega

El triunfo de los mediocres
A veces, muchas veces más de lo que sospechamos, damos pábulo a todo tipo de bulos que, como resultan coherentes con lo que pensamos, asumimos sin más y propalamos sin menos escrúpulos. Es lo que ha pasado con un escrito atribuido a Forges. Porque estamos convencidos de que nuestro país es una escombrera en la que mandan los mediocres sin un ápice de vergüenza, capaces de vender a su madre y de sisar en la caja de caudales públicos para aparentar lo que no están dotados para ser –ricos, guapos e inteligentes poseedores de todas las claves-, rápidamente aplaudimos libelos que son plagios que ruedan dando tumbos, demostrando con ello que participamos de la misma mediocridad que cuestionamos en los otros, en el resto del país. Es la mediocridad del corta y pega, en la que nos creemos con una habilidad que solo uno posee en exclusiva, y del que hacen uso hasta rectores de universidad. Y, claro, resulta lo que al final resulta: convertimos en viral cualquier tontería, fruto de nuestra incapacidad para ser originales y elucubrar nuestras propias opiniones. Lo peor es que, muchas más veces de lo deseado por la honestidad y la ética, ni siquiera reconocemos nuestras faltas y hasta ocultamos conscientemente la burda trampa. Ese es el verdadero triunfo de los mediocres que se pasan de listos. No llegan a la altura de la punta del lápiz de Forges.


jueves, 9 de marzo de 2017

El nefasto Día de la Mujer

Celebrar, como se hizo ayer, el Día Internacional de la Mujer es señal inequívoca de que a las personas de ese sexo no les reconocen todavía los mismos derechos que a los hombres. Un día que, más que conmemorativo, debería ser reivindicativo de una igualdad real entre hombres y mujeres que está lejos de conseguirse. Por eso es un mal día para ellas. Porque esta conmemoración recuerda que aún se perpetúan, en pleno Siglo XXI, brechas que separan un sexo del otro en multitud de ámbitos –profesional, salarial, doméstico, etc.-, por lo que hay que seguir recordando y perseverando en esa lucha que mantienen las mujeres -es decir, más de la mitad de la población mundial- por sus derechos y libertades. Desgraciadamente, la mujer no disfruta todavía de una igualdad de condiciones que la equipare al hombre en la posibilidad de desarrollarse plenamente como persona y poder escapar, individual y colectivamente, de la losa de discriminación que la aprisiona en estereotipos denigrantes –esposa abnegada, madre sufridora, ama de casa, objeto sexual, reclamo publicitario, etc.-, de entre los muchos que aún subsisten, para infravalorarlas y subyugarlas, y que tan arraigados siguen en nuestra sociedad, a pesar de campañas y algunas leyes de protección de la mujer. Ese Día Internacional es, por lo tanto, un nefasto día para la mujer puesto que resalta las carencias que existen para el disfrute de todos sus derechos, incluidos los reconocidos formalmente por la Constitución, por el mero hecho de ser mujer.

Un Día de la Mujer que, para colmo de agravios, este año coincide con un repute de la violencia machista en España, donde ya se han asesinado más de veinte mujeres a manos de sus parejas o exparejas. El derecho a la vida y a la seguridad personal de esas mujeres asesinadas se ha visto pisoteado por unos hombres machistas que no toleran que sus parejas o exparejas escojan vivir sin el yugo y la coacción que ellos imponen a la fuerza porque se consideran dueños y señores de sus esposas o novias. Las consideran una propiedad que les pertenece, no personas con las que deben acordar una convivencia basada en el respeto y la dignidad recíproca. Mientras esa lacra de la violencia y los abusos machistas continúe cebándose con la mujer, el Día Internacional seguirá siendo una jornada de vergüenza y preocupación por el trato que se le dispensa, llegando al asesinato, a la mitad femenina de la Humanidad.

Si a ello añadimos los casos que ellas engrosan de personas raptadas y desaparecidas, de los cuales una minoría se resuelve con el descubrimiento de un cadáver pero que la inmensa mayoría sigue sin siquiera ser investigado –véanse los casos de Marta del Castillo, Diana Quer, etc.-, podremos afirmar que ser mujer, todavía en nuestros días, es motivo de discriminación y riesgo, lo que puede acarrear, no sólo recibir todo tipo de abusos y desconsideraciones, sino incluso la pérdida de la vida. Simplemente por ser mujer. Tal negro panorama es lo que denuncia el Día de la Mujer.

Porque la mujer sigue padeciendo una desigualdad laboral y salarial que le niega el acceso a puestos y remuneraciones acaparados por el hombre. Están constreñidas por un “techo de cristal” que les impide ocupar cargos directivos de responsabilidad, a pesar de contar con idéntica preparación y cualificación que sus compañeros masculinos, en empresas e instituciones. Una situación que nos parece “normal”, contribuyendo así a perpetuar una discriminación profesional desde todo punto de vista injusta. Y las pocas que han logrado romper ese techo de cristal ha sido a costa de sacrificar la compatibilidad familiar y debiendo demostrar unas aptitudes que no se exigen a sus compañeros varones. Han de trabajar más, cobrar menos y adecuarse a una imagen –uso de tacones, maquillaje y vestimenta- que denota la mentalidad machista de la organización en la que trabajan y de la sociedad en su conjunto. A veces, incluso, han de renunciar a la maternidad si desean conservar el puesto tan duramente conseguido. De ello también nos informa el Día Internacional de la Mujer, de sus dificultades para trabajar y ganar un salario en las mismas condiciones que los hombres.

En definitiva, el Día Internacional de la Mujer no es una festividad para celebrar, una jornada para disfrutar, un evento del que alegrarse y festejar, sino un nefasto día del que avergonzarse por cómo una sociedad y una cultura dominante, paternalista y machista, somete y castiga a la mujer, recluyéndola a tareas menores y de atención y servicio al hombre y los hijos, y por cómo sigue utilizando la discriminación en casi todos los órdenes de la vida para infravalorarlas e instrumentalizarlas con objeto de perpetuar la mentalidad que hace posible que la mujer siga dependiendo del hombre hasta para conservar la vida y su integridad física. Y si para ello hay que invocar a Dios, ahí está la Iglesia para santificar la sagrada sumisión de la mujer. Ni Papa ni Jefe de Estado en España pueden llegar a ser, por ser mujer. Ojalá llegue el día en que no haya que celebrar ningún Día de la Mujer.  

lunes, 6 de marzo de 2017

Las varas de la Justicia

La percepción ciudadana de la Justicia es subjetiva y, por consiguiente, parcial y hasta ignorante de su verdadera realidad. No por ello es una sensación errada por cuanto el criterio de la opinión pública determina la trascendencia y gravedad de las actuaciones de los poderes que encarnan un sistema democrático, en el que la justicia asume con independencia formal uno de ellos, el Poder Judicial. Subjetividad reforzada por cuanto toda sentencia de un juez, aun ajustándose a las leyes y la jurisprudencia establecida, no deja de ser una interpretación personal -fundada y basada en las leyes- de quien resuelve cada caso. Por tal razón, un mismo asunto puede resultar favorable o contrario al demandante dependiendo del juez que lo sentencie, aunque existan instancias más elevadas a las que recurrir en caso de disconformidad por cualquiera de las partes. Es decir, aún aplicando toda la objetividad procesal posible, la Justicia es sumamente cuestionable por carecer de criterio unívoco en sus veredictos. A veces condena con extremo rigor, otras con excesiva benevolencia, pero siempre en función de las personas implicadas más que por el hecho delictivo enjuiciado. De ahí que, a ojos de cualquier profano, la Justicia parezca que disponga de distintas varas de medir a la hora de juzgar cualquier caso, como podemos comprobar en la actualidad.

En los últimos tiempos hemos visto meter en la cárcel a titiriteros por presunta exaltación del terrorismo o pedir la misma pena de privación de libertad a una activista feminista por manifestarse en sujetador contra la existencia de una capilla religiosa en recinto universitario, mientras otros inculpados de rancio abolengo, condenados por corrupción y otros delitos fiscales, quedan en libertad y sin fianza hasta que resuelva otra instancia superior, por expreso deseo del Ministerio Fiscal, no de los abogados defensores, y a pesar de las penas condenatorias con años de cárcel. Los primeros no pertenecían a ninguna familia socialmente relevante, los segundos alardean de apellidos ilustres como políticos o aristócratas. Son ejemplos que trasladan a la ciudadanía la existencia de distintas varas de medir por parte de la Justicia, aunque en todos los casos se aplique la ley y se resuelva según jurisprudencia. Incluso es posible que para un entendido en tribunales existan razones legales y jurídicas para dictaminar con tales diferencias, pero la ciudadanía percibe una Justicia que se amolda a la relevancia política y social del  encausado en vez de actuar con la imparcialidad que se presume de la máxima de que, ante la ley, todos somos iguales. Más bien parece que unos son más iguales que otros, dependiendo del apellido y del bufete de abogados que intervenga.

Por mucha menos cantidad sustraída y defraudada, la tonadillera Isabel Pantoja tuvo que aguantar que su imagen pública coincidiera con la de una presidiaria que paga con sus huesos en la cárcel, mientras que un exvicepresidente del Gobierno y exministro de Economía, junto a un yerno del Rey, quedan en libertad y sin medidas cautelares hasta que el Tribunal Supremo ratifique o no sus condenas por defraudar millones de euros, tráfico de influencias, prevaricación, malversación, etc. Incluso que la socia empresarial en el entramado del aristócrata, una infanta de España aunque apartada temporalmente de la Familia Real, consiga salir indemne del juicio en el que quedó probada su responsabilidad, al menos, a título lucrativo.

Siempre se ha dicho que la verdad judicial es distinta de la científica o de la percibida por la sociedad. La primera se basa en pruebas, la segunda en leyes físicas y la tercera en impresiones que calan en la opinión pública. Siempre han existido esas distintas verdades de los hechos, pero nunca han sido tan opuestas o contradictorias como en los últimos tiempos. Y esa divergencia entre la verdad percibida por los ciudadanos y la verdad judicial que se desprende de las sentencias hace creer en la existencia de distintos raseros a la hora de aplicar Justicia. Una Justicia que no sólo ha de ser imparcial, sino parecerlo y demostrarlo, sin importar la persona enjuiciada. Pero mientras se condene a un año de cárcel a quien roba una gallina, como sucedió en 2009  con un joven de Madrid, y se absuelva a quienes participan del beneficio de la comisión de delitos millonarios (Ana Mato, infanta Cristina, etc.), el convencimiento de que hay distintas varas de medir en la Justicia será imposible de rebatir, por mucho que nos aseguren que disfrutamos de un Estado de Derecho con separación de poderes y una Justicia independiente, pero, al parecer, no ciega.    

sábado, 4 de marzo de 2017

Aguas de marzo


Marzo arranca lluvioso, como si quisiera regar el terreno para una primavera exuberante. Las lluvias barren toda la península y dejan ríos y pantanos desbordantes de un agua que saciará nuestra sed en verano y permitirá buenas cosechas en los cultivos. Limpia la atmósfera de la calima que nos cubrió de polvo y ensució con barro las primeras precipitaciones. Marzo se inicia con el agua bendita que, sin embargo, no adecenta las costras de nuestra política y nuestra moral. Por mucho que llueva, los corruptos se libran de la cárcel y no devuelven lo sustraído. Tampoco ablanda el alma de quienes creen que el color de piel es señal de delito y, por tanto, causa de fronteras y castigo. No quita la venda que vuelve ciegos a los permiten el abuso y la desigualdad con los indefensos condenados de por vida a la precariedad y la pobreza. Ni aclara el entendimiento a los confiados y crédulos que eligen lobos al cuidado de las ovejas, a sinvergüenzas que nos gobiernen y nos roben. Las aguas de marzo sólo sirven para el riego de la tierra, no para la purificación de las personas ni la floración de la bondad y la honestidad. Pero llueve.

jueves, 2 de marzo de 2017

El examen


Toda su vida había deseado aprobar aquel examen, pero cuando lo suspendieron la primera vez nunca más se presentó a ninguna nueva convocatoria. Le había cogido miedo y no quería sufrir otra derrota. Esa actitud no le impidió, no obstante, aspirar a otros retos que también exigían pruebas que tendría que superar y que afrontó con resultados satisfactorios, aún siendo muchas de ellas más exigentes y difíciles que aquel primer examen. No lo olvidaría y quedaría grabado en su memoria como lo que era: un trauma que tarde o temprano tendría que vencer y superar. Por eso, alcanzada la edad de permitirse cumplir todos sus caprichos y hacer lo que le gustase, lo primero que hizo fue matricularse en un curso que le ayudase a volver enfrentarse a la prueba que nunca había superado. Aprobó sin dificultad la parte teórica, pero la práctica volvió a resistírsele. Era lo esperado aunque en un rincón remoto de su cerebro albergaba la posibilidad de conseguir, a la primera, salir victorioso del trance. Ahora debía repetir ese ejercicio práctico que hacía sin dificultad en los preparativos del curso. Sus nervios lo traicionaban cuando se enfrentaba a sí mismo. Eso era lo que tenía que vencer ya que él mismo era su mayor obstáculo. Pero estaba decidido a no cejar, esta vez, en el empeño. Como si el significado de toda su vida dependiera de una prueba de aptitud para conducir motocicletas.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Solidaridad y donación


Ha muerto en Málaga Pablo Ráez, el joven de 20 años que había revolucionado con sus mensajes en las redes sociales la donación de médula ósea. Su juventud y su optimismo por superar una grave enfermedad conmovieron a miles de seguidores hasta el punto de que las donaciones aumentaron hasta un 1.300 por ciento en su ciudad, lo que no deja de ser una excelente noticia para tantos enfermos de leucemia que precisan un trasplante de médula como el que recibió el joven Pablo. Desgraciadamente, tantas muestras de solidaridad y hasta un segundo trasplante no pudieron evitar el fatal desenlace de una enfermedad que todavía, a pesar de los adelantos de la ciencia médica, no es posible curar en el cien por cien de los casos. La vitalidad y el activismo en las redes del paciente malagueño consiguieron hacer llegar a la sociedad la existencia de esta enfermedad, la leucemia, que como muchas otras requiere de la contribución de las personas sanas para que faciliten, mediante la donación altruista y voluntaria, aquellos productos biológicos (médula ósea, sangre, plasma, plaquetas y órganos) que son imprescindibles para el tratamiento y la probable curación de los pacientes afectados. Y no todos ellos tienen la habilidad ni la posibilidad de hacer uso de las redes sociales para despertar esa imprescindible solidaridad ciudadana.

Ahora que, desgraciadamente, ha fallecido quien había despertado semejantes muestras de solidaridad en la gente, habría que mantener ese compromiso como el mejor homenaje que podría rendirse a su memoria. Y ello, además, por una razón que sobrepasa el vínculo emocional y se inserta en los hábitos adquiridos de manera racional. Porque es imperativo que la conducta solidaria se afiance entre nuestros hábitos para poder garantizar la atención de los muchos enfermos que precisan, como el joven Pablo, productos procedentes de la donación que hasta la fecha no se pueden fabricar de manera artificial. Quien necesita, en cualquier hospital de España, una transfusión de hematíes, plaquetas o plasma o algún trasplante de médula ósea u otro tejido y órgano depende vitalmente de los donantes, personas que facilitan esos productos sin esperar a campañas mediáticas ni a la compasión de un rostro concreto y simpático.

Porque es, precisamente, esa masiva respuesta dirigida hacia una persona en particular  lo cuestionable de la campaña que el paciente malagueño extendió por las redes sociales, con su imagen e icónico gesto del brazo doblado en posición de fuerza, ya que extinguida la causa que la motiva, la respuesta suele decaer o extinguirse. Conmovidos por la situación de una persona en particular, nos olvidamos de esas otras desconocidas que aguardan diariamente en los hospitales de España a esas transfusiones y unos trasplantes con los que tratar la enfermedad que los queja y, en la mayoría de los casos, salvarles la vida. Son millares los enfermos anónimos, comprendidos desde niños de pocos meses hasta adultos que peinan canas, que dependen de la generosidad y la solidaridad de unos donantes que, de manera altruista y continuada, se prestan y acuden a ofrecer lo que sólo ellos pueden dar en beneficio de cualquier paciente que requiera tales productos de imposible elaboración artificial.

Por ello, en estos momentos de abatimiento por el fallecimiento de Pablo, a quien el Ayuntamiento de Marbella había concedido la Medalla de la Ciudad, confiamos en que su lucha no quede en flor de un día y la solidaridad que despertó en todo el país no sea pasajera. Su ejemplo ha de permitir que llegue el día en que sean innecesarias campañas mediáticas para conseguir donantes, que esté cercano ese futuro en que campañas como la del propio Pablo Ráez no hagan falta porque todas las necesidades de transfusión y trasplantes estarán cubiertas en los hospitales españoles por donantes suficientes que, sin aguardar a ninguna convocatoria, están dispuestos a “regalar” lo que sólo ellos tienen posibilidad de hacer: “regalar” vida a los enfermos que dependen de la solidaridad de la donación. Cuando eso suceda, todos los Pablo Ráez que no tienen rostro mediático en los hospitales podrán ser atendidos, sin la angustia de un llamamiento público urgente, simplemente por la generosidad anónima y desinteresada de personas cuya solidaridad permanente no precisa de estímulos en los medios para ser ejercida. Esos donantes solidarios son los que merecen todo nuestro reconocimiento y gratitud.