domingo, 29 de enero de 2012

Justicia inverosímil

¿Cuántas películas judiciales o de abogados habré visto en mi vida? Lo confieso: muchas. Soy aficionado al séptimo arte y esos filmes de enfrentamientos dialécticos e investigaciones que bordean inevitablemente lo legal me apasionan. Los prefiero a aquellos basados sólo en efectos especiales, sin una historia sólida que los sustente, que tanto abundan hoy. Pero lo que de verdad me engancha a la pantalla es el guion que convierte en verosímil la trama que nos desentrañan: nada es producto del azar y todos los actos de los protagonistas tienen consecuencias que al final determinan la suerte de todos ellos, para bien o para mal, enhebrando con coherencia el relato. El giro final inesperado, si se produce, es fruto de algún detalle inadvertido o que no hemos tenido en cuenta, y no una sorpresa arbitraria que el director se saca de la manga, un truco barato con que engañarnos.

El juicio de Francisco Camps y Ricardo Costa -expresidente de la Comunidad y exnúmero dos del Partido Popular valenciano- en el Tribunal Superior de Justicia de Valencia es una mala película inverosímil de pleitos, a pesar de contar con ingredientes para el lucimiento y la intriga. Había –y hay- una organización mafiosa en connivencia con la política para saquear fondos públicos que servían para el enriquecimiento personal y la financiación del partido en el que todos militan. Nada nuevo en una estructura en la que confluyen intereses políticos, empresariales, económicos y particulares que todavía se está investigando, aunque el juez que la descubrió esté siendo, paradójicamente, enjuiciado por denuncias de abogados defensores de esa mafia y apartado de la judicatura.

En este caso, asistimos a un juicio por corrupción de autoridades públicas con caritas angelicales que se jactan de proclamar su inocencia pero que no cejan en retrasar el proceso con todas las argucias posibles, acusadores malvados que inician una persecución judicial implacable en la que consiguen testigos que corroboran los indicios de culpabilidad de los encausados, un jurado popular (sin tradición en nuestro país) que delibera durante días su veredicto, incluso aparecen personajes secundarios que, en la órbita de los acusados, son descubiertos casualmente tomando café en el hotel donde se aloja el jurado, y un desenlace final tan sorprendente como increíble. Nada en el proceso hacía confiar en la sentencia de “no culpables” con la que culmina el juicio, a menos que exista una segunda parte en la que se descubran manipulaciones torticeras para forzar una justicia inverosímil.

El desarrollo real de este juicio no resiste, ni en complejidad argumental ni coherencia formal, la comparación con cualquier ficción judicial a la que estamos acostumbrados en el cine o la televisión. Aunque Camps se compadece de sufrir una persecución cruel e inmoral, su padecimiento carece de la intensidad y el dramatismo contemplados en “Matar a un ruiseñor” o “Anatomía de un asesinato”, por ejemplo. Ni las estrategias de la defensa ni el giro espectacular del veredicto pueden asimilarse a “La tapadera” o “Las dos caras de la verdad”. La realidad es ampliamente superada por la ficción, incluso en las series de televisión como Perry Manson, La ley de Los Ángeles, Ley y Orden, Ally McBeal o Juzgado de Guardia, al menos aparentemente.

A pesar de los testimonios del informático de la tienda que certifica haber sido obligado a eliminar el rastro de los acusados, del sastre que niega que pagaran los trajes, los apuntes de doble contabilidad intervenidos por la policía a la trama mafiosa que demuestran el devengo de tales facturas, las grabaciones de las conversaciones entre los acusados y los mafiosos en las que se pone de manifiesto el grado de confianza e íntima amistad que guardan entre ellos, hasta la petición de caviar para organizar una cena de Navidad que solicita un político a su “protector”, a quien ruega que interceda ante el presidente para que lo incluya en el gobierno de la Comunidad, nada de ello ha sido valorado en el desenlace final con la rotundidad que da la coherencia y la verosimilitud. Antes al contrario, sin aportar de ningún ticket que justificara el abono de sus deudas (trajes), el protagonista y su compinche han sido absueltos de un proceso que, si fuera una película, sería rápidamente retirada de circulación por la poca credibilidad y el rechazo del público.

Veredicto”, “Cuestión de honor”, “Testigo de cargo”, “12 hombres sin piedad”, “Algunos hombres buenos” y tantas otras nos predisponían a esperar del juicio de Valencia, aunque se tratase de un caso real, un resultado más acorde con lo que se dilucidaba en el banquillo del Tribunal Superior de aquella Comunidad. Era impensable que el caso del monaguillo enjuiciado por el asesinato de un arzobispo pederasta fuese, a pesar de fingir doble personalidad para burlar la justicia, más creíble que la absolución del expresidente valenciano, acusado de cohecho en una pieza desligada de la trama Gürtel. Sin nada a favor y todas las pruebas en contra, el jurado ha decidido declarar la “no culpabilidad” de los imputados, dejando a los espectadores con la sensación de que o bien existían datos que se han querido dejar ocultos o bien se ha optado por esa solución de forma arbitraria y por razones no convincentes.

Sea como fuere, la justicia española ha dado muestras de una inverosimilitud tan sorprendente que, salvo los beneficiarios de la condena y sus correligionarios políticos, ha instalado la desconfianza en los ciudadanos. Puestos a destacar caritativamente alguna actuación, tal vez sea Costa, el único al que el partido ha expedientado y suspendido de militancia, quien destaque al mostrar con su silencio y sobriedad la aflicción que padecía y cierta vergüenza con lo que estaba pasando. Y es que escuchar el tono pijo de su voz pidiendo por la cara caviar daba bochorno. Prefirió acompañar a su “jefe” al banquillo porque recelaba de la propuesta de Camps para declararse culpables, y al parecer se han distanciado durante el juicio. ¡Qué pena, con el buen juego que hubiera dado la ruptura de esa amistad en una buena película de tribunales!. Seguro que cuando utilicen esta historia para una película ganará en suspense y verosimilitud. Si no, al tiempo.

miércoles, 25 de enero de 2012

Quemado

Dando pasos cansinos, tan cargados de fatiga como de frustración, se dirigía hacia su trabajo. No sentía el más mínimo interés por ejercer lo que tanto le entusiasmaba cuando comenzó a trabajar. Siempre había estado dispuesto a dar lo que le exigieran porque se lo demandaba su honestidad profesional. Los compañeros empezaron pronto a dejarle las tareas que todos rechazaban y la empresa, a través de sus cargos intermedios, lo utilizaba por su docilidad para solucionar cualquier situación y cubrir sus incapacidades organizativas. Aunque era consciente del abuso a que era sometido, confiaba en que sería valorado y recompensado con la estima de sus superiores y la camaradería de los colegas. No podía creer que fuera considerado un tonto y cuando quiso hacerse respetar, negándose a servir de comodín a unos jefes ineptos y a unos compañeros desleales, la empresa lo trasladó a un puesto que ni siquiera a él agradaba. Ahora es uno más de los quemados que arrastran los pies con un cansancio que aplasta el alma y ahoga toda ilusión.

martes, 24 de enero de 2012

¿Hay vida más allá del mercado?

Sumidos y acobardados con los “ajustes” que todo el mundo piensa que deben acometerse para que el “sistema” siga funcionando, a través de las “reformas estructurales” que sean pertinentes, no nos planteamos siquiera la posibilidad de otras alternativas que no supongan el reforzamiento, atendiendo a sus propios criterios, de una economía libre de mercado que, en vez de procurar el bienestar de los ciudadanos, persigue sólo su perpetuación como único sistema posible.

Sumidos y acobardados con los padecimientos que todos los “recortes” suponen, al parecer único modo de evitar la quiebra a que conducen los “despilfarros” de distintos gobiernos occidentales, aceptamos cual verdad revelada que las recetas de los organismos veladores de la vigencia capitalista son imprescindibles para devolver la salud a unos mercados aquejados de “desconfianza”, mercados invisibles pero todopoderosos que hacen viable el funcionamiento de gobiernos y sociedades. Tan constante y machacón es el goteo de estas ideas de claro signo neoliberal que nadie las discute ni las pone en cuestión. No hay vida, según ellas, fuera de la economía de mercado y del sistema capitalista, en el que los países se limitan, cual puestos de un mercadillo callejero, a facilitar la exhibición de las mercancías “soberanas” que dan “juego” a los grandes especuladores del negocio. Son esos poseedores de fabulosos capitales los que determinan qué medidas son convenientes para continuar invirtiendo en las “tiendecitas” patrias, donde calculan alcanzar grandes ganancias, obligando al Estado a inhibirse de cualquier intervención en la sacrosanta norma de la “oferta y la demanda”.

Derrotada la planificación de la economía y el papel del Estado como distribuidor equitativo en la riqueza nacional, el capitalismo se erige como único modelo existente a escala mundial. Su mantenimiento precisa de sociedades en las que el liberalismo político facilite al capital privado cualquier posibilidad de negocio, sin más cortapisa que la susodicha “oferta y demanda” de forma libérrima; es decir, toda necesidad ha de ser satisfecha por el mercado, sin que el Estado la atienda. De ahí que regímenes socialdemócratas, que no cuestionan el capitalismo pero se atreven a financiar servicios públicos para aquellos -la mayoriía- que no pueden costeárselos, sean considerados actualmente como despilfarradores y causantes del endeudamiento de las economías nacionales, como si ello fuera el origen de la crisis que nos empobrece.

Se olvidan los “brujos” de las recetas que tantos recortes nos procuran que son precisamente ellos, los que manejan los hilos de la supervisión económica, quienes creando productos novedosos y aparentemente de altísima rentabilidad hicieron sucumbir bajo el peso de la avaricia los mercados de financiación del que se nutren negocios, bancos y países que han de actuar en una economía global. Es a ellos a quienes que habría que exigir responsabilidades, además de controlar más severamente los mecanismos de actuación con los que operan en detrimento de la neutralidad y fiabilidad del sistema. Es a los bancos y a las agencias de calificación a las que habría que regular para que, sin perder su finalidad de lucro, no prioricen sus intereses en perjuicio de las economías nacionales.

Entonces se liberarían los Estados de la obligación de corregir unos déficits que no causaron la crisis económica, salvo casos de extrema insolvencia, sino que la palian. No hay que estigmatizar al Estado del bienestar como derroche o despilfarro, antes al contrario, defenderlo y perfeccionarlo como instrumento de acción colectiva que procura el bien común a través de servicios públicos que la mayoría de la población no puede conseguir por sí sola, individualmente.

Las “recetas” que nos impone un determinado modelo liberal para reactivar la economía persigue un crecimiento económico que beneficia sólo a una minoría bien situada y rica para aprovecharlo, elevando el “índice de Gini” (la distancia que separa a ricos y pobres), sin importarles los costes humanos de las mismas y las consecuencias que nos avocan a una nueva recesión, más paro e parálisis del consumo en las familias.

Hay alternativas para, sin desdeñar la economía de mercado, someterlo a regulaciones que impidan su voracidad ciega e inmoral. La mayoría de la población somos beneficiarios del bienestar que entre todos nos dotamos con unos servicios públicos que no debemos tolerar sean tachados de “gasto” en virtud de unos cálculos descaradamente intencionados para suprimir prestaciones sociales. Ya a comienzos del siglo XX, el papa León XIII advertía sobre “la corrosiva amenaza que representaban para la sociedad los mercados económicos no regulados y los extremos excesivos de riqueza y pobreza” (Tony Judt, “Algo va mal”, pág. 49).

Existen otros mecanismos para combatir la crisis que, siguiendo a Keynes, se basan en incrementar el papel del Estado y la intervención económica contracíclica. Pero, fundamentalmente, no dejándonos engañar por los oráculos que sermonean de economía, porque tras diagnósticos aparentemente objetivos nos están conduciendo a escenarios más favorables para sus intereses particulares, con la excusa de que sus medidas son útiles para la sociedad aunque no sean sometidas a escrutinio público. En palabras de Keynes: “Los hombres prácticos, que se consideran exentos de toda influencia intelectual, suelen ser esclavos de algún economista ya caduco.” (Ob. Cit., pág. 107)

sábado, 21 de enero de 2012

Amanece sábado

El sueño me abandona antes del amanecer, con la noche aún cubriendo una ciudad silente y quieta. La luz titilante de las farolas dibuja sombras que se apresuran a esconderse por los rincones, donde las ratas mordisquean los manjares que desechamos a nuestro paso. Hace frío en un invierno seco que afila el aire como la hoja helada de una daga. Miro en medio de la soledad los ojos cerrados de los edificios que se erigen cual miembros erectos de unas calles muertas y me los imagino infectados de gusanos que invernan arrullados hasta que la luz los transforma en moradores de apariencia humana. Aguardo como una crisálida a que el sábado emerja de la oscuridad para remontar el vuelo indeciso de las mariposas, atraídas hacia la embaucadora lucidez del día.  Y me sorprende la inquietud que el sueño de la razón comienza a producirme cuando me susurra que otros ojos lejanos, también insomnes, escrutan mi silueta inmóvil tras el manto nocturno. Es entonces cuando vuelvo al refugio de las sábanas confiando en que pronto vendrá el sol y amanecerá un nuevo fin de semana.


viernes, 20 de enero de 2012

Sentenciado

Era carne de cañón, un cadáver viviente para practicar la medicina. El futuro era una utopía que cada noche le atemorizaba. Más que los cardenales y catéteres, le dolía la desesperanza de su alma derrotada. La enfermedad le había vencido y sólo faltaba el momento de que reclamara su triunfo. No le pesaba fallecer, sino saber que la sentencia estaba dictada y que los días no eran más que plazos que dilataban morbosamente la ejecución. Esos eran los moratones que más dolor le causaban, los cardenales de un alma consciente de su próxima desaparición. Si la vida era proyecto, la muerte es la carencia de ningún mañana, un artificio prolongado por tratamientos inútiles. No le dolía lo que le hacían, sino en lo que lo habían convertido: en un muerto aguardando su momento.

jueves, 19 de enero de 2012

Vencido y cobarde

Todo le disgustaba. La enfermedad había agriado su carácter hasta convertirlo en un ser antipático y pesimista, enfadado de todo y con todos. Incluso los tratamientos médicos eran motivo de queja e insatisfacción: ninguno lograba siquiera calmarlo y mejorar su estado, sólo le proporcionaban molestias y padecimientos que le ataban aún más a los carniceros del hospital. No hallaba razones para la esperanza y la vida le resultaba de una crueldad innecesaria desde que al fin habían dado nombre a sus dolencias. Después de un rosario de pruebas y peregrinaciones por consultas y especialistas, ahora tenía que ir todas las semanas a que una enfermera siempre distinta practicara con sus invisibles venas. Eran finas y pequeñas para soportar, no sólo los venenos que le inyectaban, sino la poca destreza del personal novato con el que cubrían los puestos que los veteranos rechazaban. Cada vez que salía con un nuevo hematoma del hospital de día juraba no volver, pero era incapaz de dejarse morir. Se sentía vencido y cobarde, lo que más le dolía.

miércoles, 18 de enero de 2012

Las obsesiones de monseñor

Cuando el diablo se aburre mata moscas con el rabo. Y un príncipe de la iglesia se abandona a sus obsesiones si el sopor lo aturde. Parece que esto es lo que pasa con el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, en los últimos tiempos. Dedicado sólo a imaginar construcciones sobrenaturales en su sillón de la Diócesis, pierde contacto con la realidad y se ofusca. Lejos de preocuparse desde la atalaya de su púlpito por las calamidades del paro, la enfermedad, las injusticias, la inaccesibilidad a la vivienda, los desahucios, la delincuencia, las drogas, la falta de recursos o el desarraigo que aquejan a una feligresía que se enfrenta como puede a una crisis de la que no es responsable, monseñor Fernández clama contra “la incitación a la fornicación en algunas escuelas de Secundaria” como parte de “programas escolares” que se imparten en estos centros educativos.

Pero no se detiene ahí, sino que insiste en acusar a los medios de comunicación, la televisión y el cine de fomentar tales conductas. En su homilía “Huid de la fornicación”, el obispo de Córdoba afirma que “cuando la sexualidad está desorganizada es como una bomba de mano, que puede explotar en cualquier momento y herir al que la lleva consigo”. No se refiere a los curas pederastas ni a los que, por normas antinaturales, practican el voto de castidad. La desorganización a la que alude es la del despertar de la sexualidad en unos jóvenes a quienes las hormonas no sólo les hace brotar acné, sino también vellos, cambios orgánicos y sensaciones que deberían ser explicados y desmitificados precisamente en las escuelas como consecuencia de un desarrollo fisiológico que prepara al organismo para la edad adulta, eliminando así toda noción de pecado o culpa y, desde la normalidad, evitar conductas obsesas.

Esas conductas, algunas fuertemente traumatizadas por la represión, son las que se hallan obsesionadas con la sexualidad como fuente de todo mal en el mundo. Ya en ocasión anterior, hace justo un año, monseñor Fernández la emprendió contra las políticas de igualdad y de género del Gobierno socialista y la Unesco por convertir, según su opinión, en homosexuales a media Europa. Por lo que se ve, la fornicación y la homosexualidad son asuntos que preocupan sobremanera al señor obispo, así como que la Mezquita sea conocida como la Catedral de Córdoba: problemas cuya gravedad mantienen en un sinvivir al rebaño que atiende sus dicterios morales. Es como si monseñor hubiera declarado una cruzada a todo aquello que, en el ámbito de la igualdad de la mujer y la asunción de la propia sexualidad sin dogmas, escapara al férreo control de la iglesia. Que una persona así se arrogue la capacidad de interpretar qué es lo correcto o lo desorganizado en la biología y la psicología humana hasta el extremo de pretender imponer su criterio al resto de la sociedad, sin importarle lo que la ciencia o las normas civiles establezcan, causaría risa si no fuera por la púrpura institucional que cubre al personaje.

La iglesia católica goza de privilegios en España que no se admiten en otros Estados de nuestro entorno. No sólo se ocupa de oficiar como guía moral de sus fieles, sino que pretende imponer su moralidad al conjunto de la población, rechazando incluso con manifestaciones y pancartas aquellas normas o actos que considera “ofensivos” a su creencia, como el aborto, el divorcio, la libertad sexual, la sedación paliativa, la investigación con embriones, etc.

En sus manos recae gran parte de la enseñanza concertada, sufragada con fondos públicos, por lo que no es baladí el rechazo y las acusaciones que blanden contra la potestad del Gobierno para establecer los programas curriculares de la enseñanza en España. Parece que para estos representantes religiosos sea preferible la ignorancia y el miedo de las personas, incluso en temas sexuales, que la formación y el conocimiento sin tabúes que caracteriza a sociedades avanzadas, cultas y libres.

Es un dispendio, de los que Rajoy achaca que no podemos permitirnos, que con dinero público se financien a organizaciones -aunque sean religiosas- que ponen en cuestión la supremacía del poder civil en la sociedad y disienten de sus medidas. No es de recibo la homilía del obispo de Córdoba porque no se ajusta a la verdad y esconde pretensiones de tutela social, no sólo moral, que escapan al ámbito de su responsabilidad. Por poner un ejemplo: eso me lo hace un hijo y lo dejo sin paga.

lunes, 16 de enero de 2012

El último dinosaurio

Ha muerto Manuel Fraga Iribarne, un espécimen prehistórico que supo adaptarse sin renunciar a sus esencias a los nuevos tiempos que la democracia traía a este país tras la muerte del dictador. Murió sin desistir del legado de una guerra civil que dividió a los españoles en dos bandos irreconciliables, sintiéndose orgulloso de la asonada fratricida que siguió fusilando hasta décadas después de acabar la contienda. Orgulloso de pertenecer, decía, a los mejores españoles que se habían alzado en armas y, más tarde, a los que consideraban que la calle era suya.

Fraga pertenecía a esa estirpe sólida de políticos que jamás retroceden ni se arrepienten de sus actos, convencidos de contar con la razón histórica y con la fuerza a su favor. Hombre de gran capacidad para el trabajo y dotado de una memoria enciclopédica, nunca se conformó con segundos puestos en su vida: tenía que ser matrícula de honor en los estudios o primera figura en su carrera política en el Régimen de Franco, donde alcanzó cargos de gran responsabilidad, siendo varias veces ministro. En todos ellos dejó impronta de su fuerte personalidad, combinando el autoritarismo más irracional con cierto talante aperturista que jamás consiguió modificar ni sus esencias personales ni la dictadura a la que servía. Así, podía elaborar una nueva ley de prensa que concedía cierta libertad, pero manteniendo el secuestro de publicaciones para cuando fuera necesario silenciar las voces disonantes. O posibilitando desde el ministerio de la Gobernación tímidas reuniones de una oposición clandestina, pero disolviendo a tiros, con órdenes de matar, manifestaciones o concentraciones que osaran enfrentarse al poder establecido, aunque fueran de carlistas en Montejurra.

Los estertores del franquismo los vivió como embajador en Londres para convalidar su tonalidad añil con los nuevos colores democráticos. A su vuelta pudo reorganizar la derecha española bajo una Alianza que presumía popular, pero que sólo consiguió agrupar a los ejemplares más inamovibles al cambio. Otros cachorros prefirieron buscar alternativas con compañías menos pesadas para explorar una Unión que los centrara hacia un futuro inmediato. Fueron tiempos de un parque jurásico para siete magníficos representantes de lo que nadie deseaba: las esencias alcanforadas de los que no renuncian de su inquebrantable adhesión al pasado. Su fino olfato, sin embargo, permitió dejar paso a unas nuevas generaciones con brillantina que, aún rechazando la Constitución, fueron capaces de transformar la Alianza en Partido, también popular, para ascender cual gaviotas hasta los cielos del gobierno y el poder. No pudiendo ser el primero a escala nacional como presidente de Gobierno, se conformó con serlo en la regional, en su Galicia natal, donde encontró refugio durante 16 años hasta que la catástrofe del Prestige lo desprestigió. Con todo, siguió manteniendo su condición de senador y presidente de honor de su partido a perpetuidad, hasta que la muerte venció su recia determinación de no renunciar jamás a las esencias: ayer murió a los 89 años de edad. Con él se entierra un trozo de historia que afortunadamente parece ya definitivamente superada, pero que no conviene olvidar siquiera a la hora de los epitafios.

viernes, 13 de enero de 2012

¿Es política sinónimo de corrupción?

La respuesta a la pregunta del título puede parecer obvia en la actualidad cuando en la prensa abundan las noticias sobre irregularidades y prácticas fraudulentas cometidas por políticos de cualquier color instalados en todos los niveles de la Administración pública, tanto nacional y autonómica como municipal. Causa estupor tropezarse cada día con la aparición de un nuevo episodio cuya turbiedad y desfachatez para saquear el dinero de las arcas públicas deja pequeño todo lo conocido con anterioridad. Lo último -hasta ayer, porque hoy no sabemos qué aflorará-, es la revelación de que el exdirector general de Empleo de la Junta de Andalucía, principal imputado en el fraude de los ERE, Javier Guerrero, se “autoconcedió”, a través de su antiguo chófer, Juan Francisco Trujillo, 900.000 euros para gastárselos entre ambos en drogas, fiestas y copas. Llama la atención que la ausencia del más mínimo control hiciera posible que un alto funcionario autonómico pueda disponer alegremente de fondos destinados a subvencionar empresas en crisis para regalárselos arbitrariamente a familiares, amigos y camaradas sin que ninguna alarma saltase durante años. Nadie verificaba la existencia de proyectos que justificaran la concesión, ni se exigían certificaciones sobre su destino y uso, ni se comprobaba o investigaba la identidad personal y fiscal del solicitante: bastaba un simple folio garabateado por el peticionario y la conformidad del imputado para beneficiarse de una ayuda escandalosa que se detraía de unos recursos, siempre insuficientes, con los que la Junta de Andalucía intentaba paliar situaciones delicadas de empresas y trabajadores en dificultades y abocados, sin este socorro, al cese de actividad.

Lo grave es que no se trata del único caso de corrupción que se descubre en el ámbito de la política, sino del último en detectarse e investigarse por la Justicia, aunque esta vez fuera la propia Junta de Andalucía la que lo denunciara. Existen otros muchos que se acumulan a espera de que la policía y agentes de organismos varios (Hacienda, judiciales, etc.) reúnan las pruebas pertinentes para que actúen los tribunales y depuren las correspondientes responsabilidades. Paralelo al anterior, se da la circunstancia de que también en estos momentos no uno sino dos expresidentes autonómicos, Francisco Camps (Valencia) y Jaume Matas (Baleares), están ofreciendo la imagen más deplorable de la política cuando se aleja de su noble cometido de servicio público y sucumbe a patrimonializar su poder e influencia con un propósito espurio: ambos dirigentes acuden cada día a sentarse en el banquillo de los acusados, imputados por sendos delitos de cohecho, prevaricación y malversación de caudales públicos, entre otros, y las grabaciones que se escuchan causan vergüenza ajena.

Que nada menos dos expresidentes de Comunidad Autónoma acaben siendo juzgados, además de la próxima comparecencia como imputado de un familiar de la Casa Real (lo que eleva la corrupción hasta las más altas instancias), es muestra significativa y preocupante de que un imparable fenómeno delictivo parece afectar al ámbito de la política en nuestro país. Los gürtel, malaya, minutas, faisán, brugal, roldán, fabra, lino, palau, campeón, etc., impregnan con su mal olor la labor política española y transmiten la apariencia de que todo está profundamente corrompido. Un mapa salpicado de casos de corrupción, como un sarampión, se extiende por todas las regiones españolas, independientemente de la orientación política de cada gobierno. No puede, pues, resultar extraño que, ante estos sucesos, el consumidor de información periódica concluya que la política en nuestro país está irremediablemente podrida. El hartazgo ante tamaña proliferación de sinvergüenzas puede generar la progresiva desconfianza entre los ciudadanos hacia una política desacreditada (¡todos son iguales!) y, lo que es peor, una letal decepción en la democracia como el sistema de convivencia en sociedades complejas y plurales que mejor garantiza los derechos de todos y dificulta la arbitrariedad de nuestros representantes.

Precisamente uno de los logros de la democracia es el conocimiento de hechos y conductas impropias que se producen en su seno por quienes abusan de la confianza depositada en ellos. Es posible que cierta debilidad institucional y procedimientos no rigurosamente controlados posibiliten la labor de rapiña de unos desaprensivos que aprovechan cualquier oportunidad para satisfacer sus intereses personales, con claro menosprecio del bien común. Sin embargo, el afloramiento a la luz pública de tales irregularidades no debería utilizarse para desprestigiar al modelo social que mayor progreso y bienestar procura a los ciudadanos. Ningún otro sistema político permite que la mayoría de las conquistas sociales sean resultado de la voluntad popular, libremente expresada. Y no deberíamos consentirlo porque, entre otras cosas, hay interesados en propalar la desconfianza y la indignación (¿suena de algo?) como medio para conseguir, a través de la decepción y el desencanto, sociedades políticamente poco exigentes y maleables. Hay cálculos que basan su apuesta en la abstención y desafección de la gente.

Pero es que, además, sería tremendamente injusto acusar a la democracia de régimen corrupto por la existencia de un determinado número de irregularidades. La inmensa mayoría de las personas que ejercen la actividad política en España la desarrollan con honestidad e interés por el bienestar social, incluso de manera desinteresada. Por unos centenares de casos que son perseguidos por la Justicia para eliminarlos del organismo político del que son parasitarios, no se puede sospechar de los más de 68.000 cargos públicos (entre concejales y alcaldes) que se esfuerzan por cumplir con lealtad el mandato popular que asumen. De varias decenas de alcaldes imputados no se puede inferir que 8.116 alcaldes sean presuntos delincuentes de los recursos que manejan en sus municipios.

Política y corrupción no son, de ninguna manera, términos sinónimos, como no lo es ninguna generalización que fácilmente pueda propagarse hacia una opinión pública poco atenta. Como las quejas del consumidor, el conocimiento de estos hechos ha de contribuir a que el sistema político corrija sus deficiencias, amplíe sus controles y enriquezca su calidad democrática. Siempre hay ineptos instalados que debemos desalojar y chorizos a los que enviar a prisión, tanto en política como en cualquier actividad que practique el ser humano. La decepción no puede hacernos caer en la indiferencia porque estaríamos a un paso de ser tolerantes y conformistas con quienes persiguen que se les deje el campo libre para medrar. La democracia  exige ser activos y vigilantes para poder actuar en consecuencia. Ahí radica la fuerza del voto, si se sabe utilizar.

lunes, 9 de enero de 2012

Prematuro

Decía que había sido precoz en todo porque había nacido antes de tiempo y tuvo que adelantar etapas para compensar la premura en aflorar a la vida. Decía que la adolescencia no le había dejado disfrutar de una infancia inocente porque se precipitó en su cerebro antes que la pelusilla en el bigote. Y que la madurez le había sobrevenido si haber sido siquiera llamado a filas, ensombreciéndole el carácter y las ojeras. Decía que había sido viudo sin haberse casado nunca porque, cuando los demás comienzan a perseguir novias, él siempre tuvo negadas unas relaciones con quienes le rehuían como a un apestado. Por eso, cuando le descubrieron un cáncer de pulmón, no dudó de que la muerte también se adelantaba a pesar de su edad legal. Decía que sería prematuro en todo, incluso para morirse. Que no era el tabaco sino el destino lo que marcaba su vida, decía. Y que no sobreviviría a los cincuenta años. Pero se equivocó. Sólo la demencia había sido precoz en el anciano más joven del asilo que no paraba de decir cosas.

sábado, 7 de enero de 2012

Retorno a la normalidad

Primer fin de semana del año que encaramos tras los fastos navideños y los excesos irracionales a que nos tienta el consumo. Toca ahora purgar el organismo de las intoxicaciones alcohólicas y alimentarias a que lo hemos sometido con tantas celebraciones pascuales y de notar en la cartera la cruda realidad que ha de empobrecernos aún más.  Economía aparte, la salud se resiente y bueno será retornar a unas rutinas libres de dispendios que empalagan hasta la náusea. Guardaremos zambombas y matasuegras de las horas festivas para recogernos en la silenciosa tranquilidad de lo nimio y cotidiano, en la felicidad de un paseo alejado de los grandes comercios o la placidez de una lectura o una conversación. Y para preparar al espíritu ansioso de paz, nada mejor que la Serenata melancólica de Chaikovski, mientras contemplamos los grabados que retratan lo grotesco de muchos de nuestros comportamientos, de Rowlandson.

jueves, 5 de enero de 2012

Cabalgata de reyes

Ya no hay que aguardar al 5 de enero para presenciar la Cabalgata de Reyes y su séquito real ante un público deslumbrado y boquiabierto en las calles. Ya se presentan, día sí y otro también, en la prensa y, dadas las circunstancias, hasta se desnudan para que los súbditos descubran cuánta austeridad y sobriedad adorna la Corona. Traicionando al imaginario popular, una vida de reyes ya no es aquel relato de zánganos cubiertos de oro que se dedicaban a emparejarse mutuamente para incrementar fortunas y reinos. La posmodernidad del mercado, donde los sueños cuestan un riñón, ha situado a la realeza a los pies de un tráfico mercantil en el que cualquier ambición debe hallar su correspondiente financiación, más allá de la escuálida fiscalidad presupuestaria que, sin embargo, empobrece a la plebe, máxime con la excusa de una crisis tan cíclica como sospechosa de recogida de ganancias. Así, la cabalgata nos desvela a un rey con una nómina poco mayor que la de un presidente de Gobierno y con la que ha de mantener a su heredero, aún si oficio fijo, y a unas infantas dedicadas a sus altas labores profesionales en bancos privados, gracias a extensos currículos de méritos. Pero como todo es poco, algunos consortes, o le dan por la extravagancia en el vestuario hasta que un ictus les hace abominar del fulard o montan fundaciones benéficas sin ánimo de lucro para forrarse a lo marioconde o luisroldán.

Así son las carrozas que este año componen la cabalgata de reyes, príncipes, infantas y consortes reales que recorrerá estos pagos para solaz de un populacho que espera impaciente unos caramelos que, con el patrocinio de instituciones y empresas, harán dulce, que no gratis, el embelesamiento a ese poder tan divino y fantástico de una familia real, al que la Audiencia Nacional libra de investigar porque trapichea con calderilla comparada con el volumen de corrupción de cualquier ayuntamiento de provincias. Para que no digan que no piensan en su pueblo: si no nos divertimos con el espectáculo es porque no queremos. Y, ahora, a diario.

miércoles, 4 de enero de 2012

Lluvia de flechas

Nos plantamos ante la vida como los fuertes en medio del oeste: te llueven las flechas desde todas direcciones y no sabes quién te ataca. El mundo es hostil y no queda más remedio que sobrevivir defendiéndote lo mejor que puedes y procurando que ningún puño invisible acierte a derrumbarte. Aprendes a esquivar golpes a fuerza de no parar de recibirlos. Con suerte ninguno será mortal, salvo el último. Tampoco son gratuitos y todos te enseñan a ser fuerte, adquirir destreza, mostrar prudencia, desconfiar hasta de los amigos y a atacar de vez en cuando. La vida es dura porque no regala nada y todo tiene un precio. Luchar es la condición para integrarse en esa batalla, cuyo premio es vivir antes de caer derrotado. Y merece la pena. Todos pelean por existir hasta el final, aunque lluevan las flechas.

martes, 3 de enero de 2012

Machos asesinos

Como el pasado y el anterior, inauguro el año denunciando la barbarie que soporta la mujer por el hecho de ser mujer, sin que las medidas que se adoptan desde la legalidad (leyes más severas, medidas de protección, casas de acogida, etc.) sirvan para erradicar el problema, sólo lo palian. No hay que congratularse de que gracias a esas medidas insuficientes en 2011 hayan disminuido en 13 el número de víctimas por violencia machista sobre la mujer, sino que habrá de estar muy preocupados por la sinrazón que empuja a unos hombres a asesinar a 60 mujeres sin más motivo que la no sumisión de éstas a la voluntad de sus parejas o exparejas. Algo sigue fallando y matando a la mujer por el mero hecho de serlo.

Cuando escribo estas líneas ya se ha producido la primera muerte de este año en Gerona. Las mujeres siguen, pues, pagando un precio muy alto por la igualdad y la dignidad de sus personas y que muchos son reacios a reconocer plenamente. Son aquellos que las consideran un objeto para su uso en exclusiva, sin posibilidad de aspirar a su propia felicidad personal; los que aún las creen un ser subsidiario a la voluntad masculina; los que las tratan como almas incompletas sin un varón que las arrope bajo su tutela y protección; los que las destinan sin opción al cuidado doméstico y familiar a pesar de la formación profesional que puedan atesorar; los que se empeñan en negar con eufemismos la violencia que padecen por parte de maltratadores y asesinos; y los que, finalmente, empuñan el instrumento con el que dan fin a sus vidas. Hay muchos machos -que no hombres- que participan del asesinato de mujeres en nuestra sociedad, aunque penalmente sea sólo uno el que asume la condición de verdugo.

60 mujeres muertas de manos de sus novios, maridos, parejas y exparejas, de toda condición y estrato social, demuestra un grave problema cultural que obstaculiza una relación de convivencia entre adultos e iguales. Y es un problema derivado de esa mentalidad machista que se considera superior a la mujer hasta el extremo de aniquilarla en caso de no conseguir su obediencia total. Es un problema del varón incapaz de reconocer en la mujer a una persona con derecho al respeto y la dignidad, a dirigir y, en su caso, rehacer su vida y aspirar al pleno desarrollo personal y profesional. Son hombres acomplejados que no soportan el rechazo de la mujer, su realización autónoma ni su alejamiento de la opresión a que las sometía. No es un problema de la mujer, sino de unos machos –que no hombres- que se guían por un instinto animal para asesinar a sus compañeras cuando éstas no aceptan sus requerimientos de sumisión. Son hombres los que constituyen el problema que afecta a las mujeres hasta convertirlas en víctimas mortales de su locura violenta. Un problema que se incuba en unos estereotipos culturales que la sociedad debe modificar. De ahí la importancia de nombrar sin subterfugios la violencia de género que se produce en el comportamiento machista de las relaciones de pareja. No es violencia doméstica, como si de un bofetón a un hijo se tratase. Es violencia machista: del hombre sobre la mujer, exclusivamente. Reconocerlo y nominarlo con pulcritud semántica es fundamental para encauzar las medidas tendentes a solucionar el problema, para hacer pedagogía y concienciar, con la difusión de atrocidades cometidas en lo que debía ser un hogar, acerca de situaciones que permanecían silenciadas por vergüenza y temores no del todo infundados: ellas pagan con sus vidas.

Aunque disminuyan, 60 mujeres asesinadas son muchas mujeres muertas por ser simplemente mujeres. Son madres, esposas, novias o parejas de unos machos que, a pesar de sus gónadas, no son lo suficientemente hombres para aceptar el rechazo de sus compañeras de una unión (matrimonio, noviazgo, relación) que se rompe con la misma voluntad que se formó, por consentimiento. Ningún macho mata a su hembra en el reino animal, salvo el hombre. Y no lo hace por supervivencia, sino por incapacidad psicológica: no soporta que la mujer se comporte con igualdad y sea capaz de tomar sus propias decisiones. La religión, la política, la educación y la sociedad deben tomar cartas en el asunto y combatir, evitando la discriminación y las diferencias entre hombres y mujeres, esta lacra que se abate sobre la mujer. En caso contrario, todos serán cómplices de su situación, de esa violencia de género que mata a mujeres, aunque Ana Mato, flamante ministra del ramo, dijera que es violencia en el ámbito doméstico. Menos mal que rectificó.

domingo, 1 de enero de 2012