miércoles, 30 de marzo de 2011

Más argumentos "herrerianos"

Una profesora de la Universidad Complutense de Madrid también muestra su parecer sobre el conflicto que comentábamos en el post anterior:

La separación Iglesia-Estado: una asignatura muy pendiente

En una democracia consolidada, ante una performance como la escenificada en la capilla de la Universidad Complutense no deberíamos rasgarnos las vestiduras y promover ceremonias de desagravio, sino preguntarnos las causas de una provocación o transgresión en un espacio universitario en el que se supone que se concentran un número importante de cabezas pensantes y en las que las vanguardias deberían estar presente.

Leer más en el enlace a Público.

lunes, 28 de marzo de 2011

Argumentos "herrerianos"


Energúmenos borrachuzos”,” estudiantes meonas”,” futuros parados”, “herederos de las turbas”, “vocinglera ignorancia”, “fanáticos”, “descerebrados radicales”, “intolerantes”, “chusma universitaria”, “palabras balbucientes”, “medias ideas”, “anticlericalismo barato”, “laicismo simplón”, “matones”, “ignorantes”, “descerebrados”, “proclamas sectarias y fascistoides”, “ninguno tendría huevos”, “chulesca”, “bufa”, “excrecencia” y “alborotadores” son los epítetos con los Carlos Herrera se despacha a gusto contra los estudiantes que protestaron contra la presencia de la religión en la Universidad Complutense de Madrid y en la de Barcelona.                                                 

También los rectores que no prohibieron o impidieron tales actos son tratados como de “sonrisa timorata y cobardona”, callan como “una puta acomplejada”,” inacción”, “pobres de mierda”, “acojonados”, “bobalicones”, “no tienen lo que hay que tener”, “a ver si hay cojones”.

Por lo que se puede leer, la libertad se reduce a una cuestión de gónadas que los responsables de las universidades carecen a la hora de enfrentarse a lo que el articulista define como “basura universitaria”. Y todo porque unos cuantos estudiantes asaltaron una capilla del recinto de la Universidad para hacer patente la contradicción de reservar un lugar a las creencias (respetables, pero personales) en donde debe haber culto a la Razón. El gracioso locutor considera que, precisamente en un país que dispone de la más amplia oferta de templos de todo tipo (desde catedrales a capillas) dedicados al catolicismo, la acción de los universitarios equivale a un “anticlericalismo barato”, “nostalgia del anarquismo incendiario”.

Es curiosa esta reacción desaforada de los ultras más ilustrados que, a golpes de pecho y exabruptos, izan la bandera del victimismo por una persecución inexistente que creen dirigida contra sus rancias tradiciones y las buenas costumbres que ellos, y sólo ellos, encarnan, cuando los que de verdad sufrieron persecución y estuvieron arrinconados (la laicidad, el raciocinio y las libertades) reclaman espacios delimitados que preserven la pluralidad existente en la Sociedad. Nunca leí un artículo de Carlos Herrera clamando por estos derechos en la época monolítica en la que sólo los de su casta podían disfrutarlos.

Claro que, expuesto así y en contexto, sería basar la discusión en ideas y valores que son por completo ajenos a un libelo intencionadamente insultante y zafio. Sería argumentar desde la educación y el razonamiento, todo lo contrario a la visceralidad más ramplona. Y, lo confieso, para eso no tengo lo que hay que tener.
                                                  Foto: Cacerolada en la UCM. Libertaddigital.com

domingo, 27 de marzo de 2011

De relojes y trastornos

Hoy es un día raro. Nos cambian la hora y debemos ajustar nuestros relojes internos al nuevo horario. Al adelantar una hora, el día empieza tarde. No podemos, como si fuésemos maquinarias artificiales, adaptarnos a los nuevos parámetros sin cierto desbarajuste. Han de transcurrir varios días hasta que asumamos el cambio y nuestro organismo se habitúe a otras luces, a días anormalmente largos y al calor.

Los relojes biológicos precisan de tiempo, no cambian sus manecillas automáticamente y les cuesta modificar los hábitos que marcaban sus costumbres rutinarias. Ahora, por una decisión que pocos entienden y nadie explica convincentemente, un pretendido ahorro energético incuantificable te obliga a madrugar de noche y a cenar con el Sol aún en el horizonte, precisamente lo menos indicado para unas latitudes en que la insolación debería evitarse porque obliga a gastos en refrigeración más cuantiosos que encender una bombilla.

Pero más grave que el recibo de la luz son los trastornos orgánicos que esos cambios horarios ocasionan en las personas. Aclimatarse a ellos significa vivir varios días con una desorientación temporal que acarrea insomnio y úlceras de estómago, cuando no una confusión psíquica que te puede llevar a la depresión. Pero, claro, estas son secuelas orgánicas que a nadie importa y apenas son cuantificables para las arcas del Estado. Lo realmente destacable es el ahorro energético que nadie, repito, pondera. Por eso hoy me hallo tan raro. Y es que, por más que miro el reloj, mi cuerpo discute la hora. No está de acuerdo. Y protesta. Me hace sentir extraño durante todo este día raro, cuya luz no coincide con la que mis ojos estaban acostumbrados a filtrar en cada momento. Hago lo mismo pero el día parece que no me acompaña. Al final, cuando nos aclimatemos a este nuevo horario, habrá que volver a modificarlo. Sin ser malpensado, a veces creo que lo hacen para volvernos locos, para que nos entretengamos con un nuevo tema de conversación y aprendamos a no cuestionar ninguna decisión gubernamental. Si esto lo hacen con la convención universal de dividir el día en horas, ¿qué no harán contigo? Mejor olvidarlo y procurar dormir una siesta, aunque parezca que pronto va a anochecer.

viernes, 25 de marzo de 2011

Gritos de anormalidad

Resultaba antipática y egoísta. Cada vez que expresaba una exigencia caprichosa a su madre te revolvía las tripas con la respuesta que le hubieras dado si fuese una hija tuya. No tenía término medio entre el grito exigente y la sumisión más silenciosa. Parecía como si siempre estuviera guiándose entre la repulsa y la resignación, entre el abandono más absoluto y la esperanza venturosa.

Tenía la edad en que la adolescencia empieza a florecer resuelta en ímpetus descontrolados, pero su cuerpo luchaba contra unos trasplantes que le impedían seguir el ritmo de su desarrollo mental. Su infancia se prolongaba en un organismo que no conseguía abandonar las estancias hospitalarias más que durante cortos períodos de tiempos. Todos conocían a aquella niña que no acababa de crecer y a la que consentían cualquier demanda convencidos de que su infancia no había sido un sendero gratificante.

Prácticamente había tomado los biberones entre los azulejos blancos que olían a alcohol y aprendido las cuatro reglas en las salas de diálisis que conseguía abandonar cuando recibía un nuevo órgano que volvía a encender las ilusiones de una vida normal. Pero nada en ella era normal, salvo su exigencia por querer serlo. Por eso protestaba ante cualquier cosa y por eso todos la soportábamos. Deseábamos poder contestarle como a una niña malcriada, cuando en realidad era una niña maltratada por la enfermedad.

jueves, 24 de marzo de 2011

Peligros y demagogias

Si algo está poniendo en claro la catástrofe de las centrales nucleares de Japón es que, cuando los riesgos se materializan, la demagogia tiene que hacer mutis por el foro. Por muchas explicaciones técnicas, comprobaciones exhaustivas y medidas de actuación que se dispongan para garantizar la seguridad de estas centrales, la verdad es que la radiación campa incontrolada y amenaza por contaminar hasta los caladeros marinos donde extraemos los peces de nuestra alimentación, aunque los presumamos alejados de todo peligro. En realidad, nadie sabe cómo contener un escape de esta naturaleza por más que se empeñen las autoridades en minimizar las consecuencias de lo que está sucediendo en Fukushima. Ni lo que se derivará de una situación de la que se desconoce realmente su alcance.

En un comentario anterior me hacía eco de las dudas que me producía el silencio en que se mantenía una más que probable contaminación del agua, cuando se estaba utilizando agua del mar para intentar enfriar los reactores. Era evidente que acabaría escapándose agua contaminada hacia el mar, poniendo en peligro la cadena trófica marina.

Con la misma cadencia de "cuenta gotas" que se está suministrando la información, ahora se airean las alarmas por la detección de radiación en la red de agua potable de Tokio, además de aconsejar a los barcos que faenan en las costas japonesas de evitar la captura de pescado y marisco. Estados Unidos ha prohibido incluso la importación de leche y verduras desde aquel país. ¿Se sabe hasta dónde alcanza la amenaza?

Organismos internaciones hacen sus cálculos y realizan comparaciones con lo acontecido en Chernóbil, sin dejar de moverse en el terreno de las especulaciones, para suponer que la emisión radiactiva en Japón es elevada, a pesar de lo cual no se atreven a formular hipótesis sobre las consecuencias. Según Eduardo Gallego, vicepresidente de la Sociedad Española de Protección Radiológica, tales estimaciones “dan idea de que se ha escapado bastante”.

De la misma manera que hace una semana no se hablaba del agua, ahora aún no se hacen pronósticos acerca de las posibles repercusiones de la radiación sobre las personas. Pasarán años, con toda seguridad, antes de que surjan informaciones sobre alteraciones en el organismo y enfermedades provocadas por la exposición a dosis elevadas y mantenidas de radiactividad, aunque la experiencia de otros accidentes demuestra la relación entre la aparición de determinados tipos de cánceres y esa exposición. Son riegos reales que se escamotean a los ciudadanos, aunque las autoridades son conscientes de su existencia, tal vez con la mejor intención de no causar el pánico. Sin embargo, el uso de la energía nuclear acarrea peligros inmanejables sobre los que ha de tener conocimiento la población que se expone a ellos. No hay que esperar a sufrir una catástrofe de esta naturaleza para percatarse de su existencia y, lo que es peor, comprobar cómo se han escamoteado datos imprescindibles para adoptar con responsabilidad la decisión de vivir al lado de una central nuclear. Es decir, hay que evitar toda demagogia cuando se habla de los peligros de las centrales nucleares.

martes, 22 de marzo de 2011

Tengo muchas dudas

Me han sorprendido, como creo que a muchos observadores, las revueltas que se han producido en distintos países árabes y que han contagiado unas ansias de libertad en regímenes hasta entonces no sólo totalitarios, sino tolerados por la comunidad internacional. Es posible que la causa de la primera rebelión ciudadana fuera un acontecimiento banal, una muestra habitual de la brutalidad con la que responde un gobierno dictatorial y carente de escrúpulos, al que una población harta de abusos contestó manifestándose en las calles, convocada gracias a las nuevas tecnologías, cuya censura absoluta –como se hace con los medios tradicionales- es difícil de imponer sin causar perjuicios en otras áreas vitales –comunicaciones, administración, industria, etc.- del país.

Incluso creo que los efectos incontrolados y caóticos de esa primera revuelta, en el sentido que preconiza la Teoría del Caos, pudieran coger desprevenidos a las autoridades hasta el extremo de obligarles a abandonar el Poder, tras décadas de ejercicio arbitrario del mismo, y atender así las demandas de cambio de los amotinados. Es altamente improbable que ello suceda de esta manera en regímenes acostumbrados a silenciar cualquier protesta y a aplastar cualquier signo de oposición a las estructuras dominantes, pero una excepción es plausible a toda regla, por rígida que esta sea. Por ello, y con la imprescindible abstención de un Ejército dubitativo, puedo suponer que una primera revolución democrática triunfe en un país, árabe o no, sometido a una dilatada dictadura.

Aunque internet sea un medio que salta por encima de censuras y fronteras, cuesta entender el reguero de imitadores revolucionarios que han brotado en países del entorno geográfico y cultural. La espontaneidad de tales expresiones multitudinarias no es fácilmente presagiada, pero no impide la adopción de medidas por parte de los gobiernos de la zona para garantizar “su” orden público. Y aquí es donde me asaltan las dudas.

Los descontentos actúan movidos por resortes que, más allá de los hechos puntuales que los desencadenan, parecen poderosos y ocultos, sobre todo cuando se multiplican de un país a otro e involucran la intervención de potencias extranjeras con excusas que, en otros ámbitos, sólo despiertan la más pasiva de las indiferencias. Ya sabemos que Occidente tiene avidez pertinaz por el petróleo y las fuentes de energía de las que depende su desarrollo, pero tal condición se da en otras situaciones que también cursan con atropellos a la ciudadanía y menosprecio a los derechos humanos y no motivan la ira internacional.

Ben Ali, Mubarak y ahora Gadafi son tan impresentables como lo eran hace décadas y ahora mismo lo son otros muchos dictadores del mundo, algunos tan amigos y “hermanos” nuestros como la monarquía absolutista de Arabia Saudí o la semidemocrática de Marruecos. Hay dictaduras más o menos disfrazadas en Irán, Siria, China, Pakistán, Turkumenistán, Cuba, Guinea ecuatorial y países tan incumplidores de las resoluciones de la ONU como Israel o los propios EE.UU. cuando no las veta. A ninguno de ellos se le ha declarado la guerra ni se les ha prestado tanta atención mediática como a las revueltas del norte de África. ¿Por qué motivo?

Tengo sospechas, muchas dudas y algunas certezas. Aclararé sólo las últimas. No es el humanitarismo por los rebeldes, en mi opinión, lo que empuja a crear una alianza de fuerzas militares occidentales para atacar a un Estado soberano, cuyo gobierno, aunque dictatorial, empuña las armas contra opositores también armados, a pesar de que no sean equiparables ni los contendientes ni la moral que los anima. Como tampoco son las nuevas tecnologías las que soliviantan contra sus gobiernos a unas poblaciones que en su mayoría están amoldadas a trapichear con tal de sobrevivir bajo los resquicios de las dictaduras. Sólo minorías “ilustradas”, o lo que pueda suponer el término, podrían estar interesadas en organizar y participar en movimientos de incierto resultado, si no están convencidas del apoyo y la colaboración de quienes diseñan, desde dentro y/o desde fuera, un cambio y un futuro distinto, tal vez mejor, pero perfectamente concretado, que establezca un orden nuevo.

Me invaden serias dudas sobre la bondad de nuestras acciones armadas humanitarias en Libia porque no actuamos del mismo modo contra casos semejantes y quizás más graves. Tengo dudas de los motivos no confesados que empujan a distintos países como el nuestro a participar en acciones violentas que en otras partes del mundo nos llevan a hacer la vista gorda por intereses geoestratégicos o mercantiles. Y me inspira reservas el futuro que aguarda a las poblaciones que socorremos tan milagrosa como desinteresadamente, cuando dejen de figurar en la agenda temática de los medios de comunicación y simplemente se conviertan en números de teléfono para las grandes compañías. Es decir, un mar de dudas me ahoga sobre la información que nos suministran acerca de lo que está pasando y no puedo evitar sentirme manipulado. ¿Estaré paranoico?

lunes, 21 de marzo de 2011

Luna inmensa


Los gatos aullaban enamoradizos, en siniestros callejones, a aquel disco blanquecino que se recortaba inmenso sobre la negrura del cielo y cuyo reflejo se hundía en la profundidad vertical de las pupilas de unos inquietos animales. Entre roces y relamidos, no dejaban de mirarla antes de escabullirse por cualquier oscura rendija.

El mar sucumbía a su influjo retirando las mareas de unos lechos ahora secos para que los cangrejos intentaran morderla con el chasquido de unas tenazas izadas al vacío. Luego huían vencidos y temerosos, sin querer darle la espalda, a sus escondrijos descubiertos en la arena.

Tierra adentro, como una corona lumínica, su aurea brillante bruñía las almenas del castillo, perfilando la silueta mellada de unas murallas y torreones silentes y solitarias en lo alto del horizonte urbano.

Nada ni nadie pudo escapar al embrujo de un satélite cuya trayectoria lo había acercado a un mundo que sucumbía maravillado a su nacarado y henchido resplandor. Era la Luna al alcance de la mano.

Fotografía: El beso en la Luna. http://mizar.blogalia.com/

domingo, 20 de marzo de 2011

Cansado y tranquilo

Hablaba cansado pero con una honda tranquilidad que contagiaba al que lo escuchaba. Era un cansancio físico, de los músculos que debían articular las palabras, no del pensamiento que componían ni de las reflexiones que con ellas expresaba. Una voz pausada, ligeramente temblorosa, y suave, con esa delicadeza humilde que no quiere molestar, sino responder con sinceridad a una conversación. Venían impregnadas de la honestidad de quien acumula muchas derrotas y un único triunfo, el de ver otro día que lo va dejando cada vez más solo. Solo con su cansancio y sus recuerdos. Hablaba de sus trabajos y fatigas, pero también de las alegrías que la fortuna le había brindado. De las tías que cuidó hasta que murieron y de la asistenta que ahora le cuida a él. De unos hijos que viven sus vidas y de los nietos que de vez en cuando le visitan. Hablaba del reparto precavido de bienes para que no malogren unas relaciones por herencias nunca justas. Y hablaba de los médicos, de los que se mofaba cuando solicitaban nuevas analíticas: “Si siguen buscando, van a encontrar…”, decía. Sabía que, a su edad, nada está en condiciones. Por eso la tranquilidad anidaba en su mirada y barnizaba sus palabras en un tiempo de descuento que no creía merecer, pero que agradecía con resignación tras cada recaída. Cuando leí su esquela supe que había muerto con su tranquila humildad, sin molestar. Era un abuelito cansado al que daba gusto escuchar.

jueves, 17 de marzo de 2011

Fukushima

Las calamidades cabalgan olas inmensas que un espasmo sísmico provoca en medio del océano.  Desde allí, con la fuerza de un mar que se precipita incontenible, arrasan la soberbia atómica del hombre diminuto ante la catástrofe. El mundo, cuando se despereza, muestra su inconcebible brutalidad indiscriminada y la vulnerabilidad insignificante de las criaturas que creían domeñarlo. No hay diques que contengan su furia desatada ni átomos que permanezcan encarcelados al albedrío de la locura. Los dioses de la sinrazón vuelven a recaudar el tributo de la temeridad y los sonidos del silencio acompañan nuestras plegarias.



miércoles, 16 de marzo de 2011

El hombre y la Naturaleza

La osadía del ser humano frente a la Naturaleza es, en demasiadas ocasiones, de una temeridad pasmosa. El hombre se comporta como si realmente estuviera convencido de ser el “rey de la Creación”, asumiendo confiadamente la potestad de alterar cualquier circunstancia que suponga un obstáculo a su voluntad manipuladora, sin importarle las consecuencias que ello pudiera acarrear. Tal parece que, más que querer modificar situaciones que condicionen su existencia, le mueve el empeño infantil por hacer lo que se le antoja con tal de saciar un insoslayable complejo de superioridad o una grandísima autoestima.


Pero entiéndaseme: no se trata de impedir el avance de la ciencia hasta donde el conocimiento permita ni el desarrollo de toda tecnología que pueda derivarse de la actividad y resultados científicos, sino de no olvidar, a pesar del saber acumulado, que estamos a merced de todo lo que desconocemos. Porque si algo revela la sabiduría es lo mucho que queda por aprender y la inmensa brecha de lo ignoto.

Por ello asombra que seamos capaces de construir reactores nucleares para generar energía eléctrica, siendo conscientes del peligro que encierran, en lugares de constatable riesgo sísmico y demás amenazas, no por infrecuentes menos graves, como los tsunamis. Sólo la prepotencia ciega de quien se considera con dominio sobre la Naturaleza se atreve a sembrar con estas potenciales bombas una isla que se asienta sobre el borde de una falla tectónica que periódicamente sacude la zona. Era cuestión de tiempo para que lo incontrolable desbordara lo improbable y produjera un accidente como el acaecido en las centrales de Fukushima, en Japón, donde varios reactores nucleares, sin poder refrigerar su núcleo, están a punto de derretir la vasija que los contiene y dejar escapar material radiactivo a la atmósfera. Nadie habla, de momento, del agua contaminada que se vierte al mar donde las partículas radiactivas podrían alcanzar la cadena trófica marina.

Sin embargo, tampoco es cuestión de alarmismos ni de aceptar o rechazar, sin más, los recursos que nos garantizan una vida más confortable, pero sí de valorar su idoneidad en función de las ventajas e inconvenientes que nos reportan. Y de seleccionar aquellos que menos riesgos y más beneficios nos ofrezcan. Es decir: no estoy en contra de la energía nuclear, pero sí de su uso indiscriminado y poco ponderado en cualquier lugar, cuando hay alternativas que, a lo mejor no convienen al mercado ni al sector que las negocia (nacional e internacional), son más seguras, económicas y suficientes para dar respuesta a nuestras necesidades durante un plazo de tiempo razonable.

Causa perplejidad como la ambición o los intereses múltiples ponen una venda a los ojos de la precaución y enmudecen las consideraciones críticas. Así no es de extrañar que levantemos centrales donde pueden sufrir accidentes o construyamos urbanizaciones sobre los cauces y drenajes de ríos y torrentes circunstancialmente (geológicamente) secos. Y roturemos laderas de montañas enteras para saquear de minerales sus entrañas hasta que se derrumban y aplastan las galerías o expoliemos los mares de peces hasta impedir su reproducción aunque sirvan para nuestra alimentación.

Siempre habrá algo a lo que culpabilizar de cualquier desgracia. Hoy la lluvia, mañana la sequía y allá un terremoto, una marea, un virus o un tornado. Lo único cierto de todos estos fenómenos es que ponen de relieve la imprudencia del hombre frente al mundo que lo aloja. Demuestran nuestra osadía temeraria.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Dèjá vu

A veces creemos que asistimos a situaciones o experiencias que ya habíamos vivido anteriormente. Son corazonadas o sensaciones difíciles de demostrar ante los demás. Es lo que los franceses denominan dèjá vu, es decir, lo “ya visto”. El 80 % de las personas afirma haberlas experimentado en alguna ocasión. Ello no es extraño si consideramos que los problemas y los temas que suelen preocuparnos apenas cambian con el tiempo, simplemente vuelven a reaparecer tras un período en silencio, se actualizan y olvidamos haberlos abordado en el pasado. Al recuperarlos, un chispazo nos hace sentir que aquello era algo que habíamos padecido. Nos provoca un dèjá vu.

Como país, España está hoy viviendo un perfecto dèjá vu. No es sólo que el Gobierno de Aznar haya sido el que legisló medidas para ahorrar energía que ahora critica, sino que el conjunto de la actualidad parece repetir la vivida hace más de 30 años. Es, posiblemente, pura coincidencia, pero no deja de ser curiosa, salvo que entonces nadie osaba minusvalorar, y mucho menos criticar, las decisiones del Gobierno. Es una muestra de que el dèjá vu no sólo es posible, sino que la política actúa desde la desmemoria de la gente, incluso de hechos más recientes.

lunes, 7 de marzo de 2011

La crítica del meandro

Es difícil rebatir algo que se estima correcto, pero no se puede reconocer para no dar ventaja al adversario. Es una actitud que te obliga a meandros argumentales para minusvalorar iniciativas que, en idéntica tesitura, tú también adoptarías, salvo matices. Es lo que sucede con las medidas anticrisis del Gobierno y que buscan una reducción del consumo energético. El menosprecio acude entonces a la anécdota fácil y tangencial a fin de no abordar lo esencial de la cuestión, aunque se sea consciente de que, con o sin crisis, España es un país dependiente de una energía procedente del exterior y, por lo tanto, muy vulnerable a la inestabilidad de unos mercados suministradores que se hallan en conflicto.

Sin embargo, somos derrochadores de energía. No hace falta más que ver la fotografía del satélite para constatar no sólo la contaminación lumínica de nuestras ciudades, sino el despilfarro eléctrico que ello supone. Tal exuberancia de luces la conocen los críticos del ahorro energético, quienes deben, no obstante, oponerse a cuántas medidas se adopten por venir de donde provienen. Es lo que se desprende de un artículo publicado en el diario ABC por Eduardo San Martín en el que reconoce que la “política de ahorro energético propuesta por el Gobierno opera sobre una realidad incontestable y procaz”, pero la tacha de tener un impacto tan ridículo como el de “una regadera sobre un incendio”. Y sugiere que lo suyo hubiera sido subir los impuestos a los carburantes y restringir drásticamente el uso del coche. Yo me pregunto: ¿qué hubiera escrito si el Gobierno hubiera adoptado su propuesta? ¡Madre mía!

 
Fotografía obtenida del blog El beso en la luna (mizar.blogalia.com).

domingo, 6 de marzo de 2011

"Nadies" somos

Me lo hizo conocer un amigo que lo lleva por bandera, por la brújula que orienta el rumbo de su mirada a la hora de fijarse en lo que le rodea. Es un cuento de Eduardo Galeano que yo también acojo en este espacio donde emergen mis inquietudes y temores. Es el editorial que expresa nuestra posición, nuestra pertenencia con los "nadies" del mundo. Lo asumimos y lo pregonamos por si quedara alguna duda contra qué silencios alzamos la voz. Porque somos nadie.

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pié derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.

Los nadies: los hijos de los nadies, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

sábado, 5 de marzo de 2011

Si estuvieras aquí...

Sábado, día para el descanso y la relajación, jornada propicia para recordar lo que fuimos, lo que nos entusiasmó y no hemos olvidado. Día para dejarse balancear por la añoranza de lo que perdimos y seguimos buscando, para seguir deseando si estuvieras aquí...

viernes, 4 de marzo de 2011

Escribir

Hablar es una cosa, escribir es otra. Hay personas que hablan sin dificultad, pero no son capaces de escribir con corrección. No es que no sepan escribir, sino que les cuesta elaborar un texto con orden y estilo. Otras, en cambio, escriben con facilidad, pero carecen de espontaneidad para hablar con soltura. Tampoco es que no sepan hablar, sino que la capacidad de hilvanar argumentos e ideas que dominan escribiendo no la consiguen hablando. Y las hay, por último, que hablan y escriben como dioses. Esas son las afortunadas de la expresión, las que te seducen de cualquier manera: oyéndolas o leyéndolas. Quedan, no obstante, las que no saben hablar ni escribir. No la tendremos en cuenta para esta reflexión, pues nos interesan las que emanan un pensamiento coherente, ya sea de forma oral o escrita.

Como hemos dicho, sólo unos pocos afortunados son capaces de expresarse en cualquier lenguaje. El resto de las personas tenemos problemas para construir espontáneamente un discurso bien elaborado. Si lo conseguimos, es trabajándolo mucho y dándole mil vueltas. La práctica ayuda mucho pero no es suficiente. Escribir o hablar correctamente no sirve de nada si no tienes algo que comunicar. Lo contrario también es válido: nada importante sirve si no se sabe transmitir.

Escribir es una ardua tarea que requiere, por tanto, predisposición y devoción. Quienes se prestan a ello obedecen a un impulso que ya sentían desde antes de que tomaran la decisión. Se sienten impulsados a exponer su propio punto de vista, su visión particular de las cosas, a pesar de con un lenguaje de estructura limitada a 27 letras o fonemas, todas las palabras ya han sido combinadas: todo cuanto se pueda decir ya ha sido expresado millones de veces por otros. Pero la forma en que yo pueda contarlo, la perspectiva desde la que lo haga y el matiz al que preste atención, podrían interesar a los contemporáneos que compartan los mismos condicionamientos existenciales. Para ellos, mi mirada de la realidad podría aportar alguna novedad. Y el vocabulario con que lo hago, la forma con la que construyo expresiones para decir lo ya sabido, es lo que añade originalidad a lo escrito.

Muchos piensan que se trata de estilo; otros, de la óptica del narrador. Ambas cosas son ciertas, pues confluyen las dos en cualquier texto que produzca un escritor. Por un lado, porque habla de lo que le interesa y, por otro, porque lo expone como mejor sabe. Así sale lo que sale. En todo texto hay una intención original, una idea; luego aparece lo que en realidad se escribe y que varía en distinto grado a lo pretendido con la idea inicial. Y, finalmente, surge lo que entiende el lector, lo cual da lugar a múltiples interpretaciones. Un texto puede tener significaciones diversas y hasta contradictorias según el lector. Es algo analizado por la hermenéutica y la semiótica y no es cuestión de reproducir las intentio de Umberto Eco.

Entonces, ¿qué se consigue al escribir? No es difícil adivinar algunas motivaciones. Muchos de los que escriben reconocen que lo hacen para satisfacer una necesidad propia y de los demás. Escriben porque les gusta hacerlo y porque a otros les encanta escuchar o leer narraciones. Ahí nace, en la oscuridad de una gruta que abriga nuestros miedos, la causa de la ficción: narraciones que nos evaden de nuestras ataduras y nos permiten soñar con otras realidades. Atiende al deseo de romper la “atroz dicotomía” de la que habla Vargas Llosa*: “ese espacio entre la vida real y los deseos y fantasías que le exigen ser más rica y diversa”.

A la hora de escribir, en especial cuando se abordan temas verídicos y no inventados, surge también la necesidad de exponer aquello que se piensa y no halla otra manera de comunicarse a los demás de forma efectiva. Escribir para decir, para exponer el pensamiento, como forma de comprensión de cuánto nos rodea y las emociones que nos suscita. Un ensayo terapéutico del mundo desde una atalaya personal que se comparte con quienes coinciden con tales experiencias y sensaciones.

La poesía y la novela abren el campo de los géneros literarios que precisan de otras consideraciones causales. La investigación y el conocimiento son elementos no señalados que generan la voluntad de escribir, en tanto en cuanto que el escritor, en última instancia, no aspira más que a acceder a la esencia de lo que nos hace humanos, que es comunicarnos desde la consciencia racional de que así conocemos y nos conocemos. Por todo ello, tal vez, nos gusta escribir.

Notas:
*: Mario Vargas Llosa, “El arte de mentir”, pág. 270.

jueves, 3 de marzo de 2011

Bip, bip, bip...

El futuro empezó cuando, en un otoño gris del año 57, el mundo pudo escuchar boquiabierto los primeros bip, bip, bip de un ingenio artificial puesto en órbita alrededor del planeta. Era la primera vez que un artefacto construido por el ser humano conseguía elevarse por encima de la estratosfera y dar varias vueltas al globo terráqueo. Aquel cacharro era el Spunik 1, un rudimentario satélite esférico, de poco más de 80 kg. de peso, que concedió a los soviéticos la primacía de la carrera espacial. Una carrera que se desarrollaría a ritmo de endiablada competición entre rusos y norteamericanos. Eran tiempos de guerra fría y el solar europeo estaba reconstruyendo las ruinas de la 2ª Guerra Mundial.

Yo entonces era un mocoso de pantalones cortos que empezaba a fascinarse por la astronomía y los dinosaurios, es decir, por todo lo que pareciera increíble, una tendencia que continuaría afectando a mi conducta. Por eso, no fue de extrañar que el vuelo del Spunik me dejara tan impresionado, años después, como a los que recibieron la noticia a través de la radio. El futuro había hecho su aparición sobre nuestras cabezas y los viajes siderales, que la ciencia ficción había predecido, empezaron a dejarnos con la boca abierta de asombro.

No tardó nada que un hombre surcara el espacio y nuevamente serían los rusos los que protagonizaran la hazaña. Yuri Gagarin, a bordo de la Vostok 3AK, se convertiría en abril de 1961 en el primer astronauta de la Historia, dando una vuelta a la Tierra en menos de dos horas y… sobrevivir para contarlo. Y lo que contó, aparte de la leyenda de no encontrar a Dios, fue que “salvemos esta belleza, no la destruyamos”, dirigida a los pobladores del mundo que pudo contemplar en su suspendida totalidad.

Ese mundo era un lugar enorme que estaba dividido en dos bandos que luchaban por imponer sus intereses al resto de países. En esa pugna, el espacio pasó a ser la nueva cancha de competición para las superpotencias en su afán por conquistarlo y controlarlo. Ambos adversarios disponían de la bomba atómica y los spuniks significaban la capacidad de disponer misiles balísticos dotados de tan mortífera arma.

El reto ruso fue asumido por los norteamericanos sin el romanticismo con que aquel chaval crédulo contemplaba los éxitos que jalonaban esta aventura. Los lanzamientos de los Explorer, las cápsulas Mercury y los programas de la NASA, con Werner von Braun a la cabeza, fueron materia de un seguimiento fascinado que llevaron al niño a trasnochar frente al televisor para contemplar, en una madrugada de blanco y negro, el paseo lunar de Neil Armstrong, retransmitido por Jesús Hermida en Televisión Española, la única que existía.

El futuro, sin darnos cuenta, había llegado, pero se había convertido en cosa del pasado. Un futuro tan efímero que acaba exhibiéndose en los museos, como la nave con la que los rusos ensayaron aquellos vuelos prehistóricos. Hoy, las hazañas espaciales apenas despiertan ningún interés en un mundo que se ha empequeñecido sin perder esa belleza azul que contrasta con la negrura del Universo. Pero de aquel romanticismo con que contemplábamos los vuelos orbitales hemos pasado a la indiferencia con la que asistimos a la subasta de la nave Suptnik 10 en Nueva York: todo un símbolo de que el futuro era sólo mercado.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Cuadernos de Roldán en Málaga

Unos días de asueto, de escapada de la rutina para estar con amigos y con uno mismo. Son ocasiones para dejarse envolver por la luz azul de esta tierra y devolver con afectos el embelesamiento que provoca en las retinas extasiadas. La vida pletórica atiborrando calles y cuerpos de carnaval y voces de poesía. Figuras distorsionadas por el arte que Picasso legó a una Málaga desparramada hacia la costa, donde un mar turquesa sirve de alfombra a la Alcazaba y Gibralfaro. Playas mansas en las que los espetos, cual peinetas, coronan de alegría a quienes ya están seducidos por unos vinos dulces como besos. Sin Lepanto pero con la “manquita”, entre Larios y lirios, Cuadernos de Roldán alcanzaba la cifra casi mágica de la plenitud: 70 poemarios en los que pintura rima con poesía para quien está acostumbrado a la algarabía. Era el día de Andalucía cuando Cuadernos fue a Málaga a prestar pleitesía a un Picasso estrábico, harto de "perchas vacías":

Cuando nada sucede
y las palabras son perchas vacías
que cuelgan del armario de los días de plomo,
es el momento justo
para escribir tu nombre,
y luego rodearlo
de las cosas sencilla
que siempre te acompañan.

Esos pequeños gestos
tan llenos de dulzura
que a veces me regalas,
bien valen desnudarlos del resto de la vida.

Cuando nada sucede es el momento
para quedarme a solas con tu nombre.

Darío Carvajal
(Cuadernos de Roldán, nº 70, pág. 58)