sábado, 31 de enero de 2015

Rectificando la crisis con disimulo

Al parecer, ya no son los ciudadanos, por vivir por encima de sus posibilidades, los culpables de una crisis que, sin embargo, han tenido que cargar sobre sus espaldas o, mejor dicho, pagar de sus bolsillos. Tras millones de puestos de trabajos destruidos y un empobrecimiento que se ha cebado sobre los que ni siquiera conocían la existencia de las subprime ni las famosas “deudas soberanas” que tanto han contribuido a dejarlos en la estacada -sin seguros, sin socorros y sin futuro-, aparecen indicios de una no reconocida rectificación en las medidas adoptadas contra la crisis y que se han mantenido hasta hoy. Tal rectificación jamás supondrá el reconocimiento formal de los verdaderos culpables de la mayor estafa económica cometida en la historia moderna. Porque vender un producto financiero calificándolo de seguro es, simplemente, un engaño penal facilitado por la avaricia de una rentabilidad garantizada y rápida. La salud del propio sistema financiero, soporte de la actividad económica, requería diagnosticar con realismo el problema y enmendar sus fallos.

A la chita callando, Estados Unidos va a multar con una cuantía multimillonaria, cercana a los 1.220 millones de euros, a la Agencia S&P por las calificaciones que dio a títulos de deuda respaldados por hipotecas basura, algo que ya fue denunciado en su día por los que se percataron del engaño y motivó incluso la realización de un documental para demostrarlo (Inside Job). Cerca de una década después, la Justicia de algunos Estados norteamericanos intenta que tamaña estafa no quede sin castigo, al menos, testimonial. Al mismo tiempo, al otro lado del Atlántico, el Banco Central Europeo abre la mano y comienza a comprar deuda de los países miembros que, simultáneamente al Plan Juncker de estimulo a la inversión, rectifican por vía de los hechos las políticas de reducción del déficit y de la innegociable austeridad que muchos tildaban de suicida y contraproducente, tanto que no sólo han conducido al empobrecimiento a los países y sus poblaciones más vulnerables, sino que además han profundizado una recesión que paraliza sus economías y las condena al estancamiento por falta de recursos y actividad.

Ya, al parecer, no son los ciudadanos los responsables de la crisis ni los causantes de las “burbujas” que estallaron –como la inmobiliaria- por la asfixia financiera. Ya aparecen culpables directos que, no obstante, ocultan las debilidades del sistema: la carencia o la dejadez en la regulación y control de estos agentes activos del mercado económico y financiero, dejados al arbitrio de su voluntad y avaricia. Ya, al parecer, se reacciona ante las terapias que, pretendiendo salvar al moribundo, lo acaban matando de inanición, eso sí, con sus constantes en valores normales aunque inútiles.

Desgraciadamente, todavía hay quien se aferra al latiguillo de los desmanes y los despilfarros para justificar recortes y ajustes que inciden en las inocentes víctimas de la crisis, pero en los centros neurálgicos donde se toman las decisiones que los demás aplican servilmente ya comienzan a enderezar las políticas restrictivas por otras anticíclicas y señalan a los responsables del desaguisado con multas millonarias. Sólo faltaría saber si los estropicios cometidos en la sanidad, la educación, los salarios, los trabajos, las pensiones y las ayudas sociales en general serán restaurados y se volverá a montar el Estado de Bienestar que prácticamente se ha liquidado. Vamos, que está muy bien multar a S&P (y a Lehman Brothers y otras por el estilo) y volver a facilitar crédito, pero también recuperar nuestros derechos y los mecanismos que corregían las desigualdades. Eso, ¿cuándo se llevará a cabo?

jueves, 29 de enero de 2015

Bye, enero


Enero se escapa, se fuga por las rendijas del año sin poder contenerlo, haciéndonos sentir el vértigo de unos días acelerados y de una vida que transcurre veloz, como los instantes felices apenas recordados. Fue ayer cuando comenzó el año y ya su primer escalón ha sido superado, justo cuando nos disponíamos acomodar nuestras existencias a un nuevo ciclo y volver a creer nuevas promesas para un futuro que nos arrolla sin darnos tiempo siquiera a despojarnos de las viejas querencias y acumuladas frustraciones. Enero vuela en el aire de lo fugaz para perderse tras el horizonte del olvido, llevándose consigo el vago recuerdo de lo que quisimos ser y abandonándonos en la melancolía de lo que fuimos. Enero se consume irremediable como las horas que restan para arrancar su hoja del calendario de nuestras vidas. Bye, enero.

martes, 27 de enero de 2015

El fantasma de los indignados recorre Europa

Un fantasma recorre Europa, es el fantasma de los indignados que hace surgir, como ayer el comunismo, el miedo en los establecidos, las élites, el establishment, el sistema del que forman parte los partidos tradicionales que se alternan en el poder para que nada cambie, mientras ellos simulan representar el cambio, y dejar que los de siempre, los desafortunados, paguen todos los patos que sean necesarios. Ese fantasma de los indignados, que ya  Hessel convocara con un librito, sobrevoló este fin de semana Grecia, cuna histórica y simbólica de la democracia, y se materializó en forma de un partido político que ha conseguido ganar las elecciones para defender a los esquilmados no sólo de recursos materiales con los que sobrevivir, sino también de ilusión y esperanza, y representar a los desposeídos de sueños y de futuro por esos avariciosos sin escrúpulos que, desde los infiernos del Poder -desde la troika, los gobiernos y las instituciones internacionales hasta el mercado o los bancos- chupan la sangre al pueblo, a los trabajadores, a las mujeres, a los jóvenes, a los jubilados, a los enfermos y a los niños para saciar su sed de privilegios, de fortuna, de poder omnímodo para hacer y deshacer a su antojo y en su sólo y exclusivo beneficio, en nombre de una economía tan injusta que arruina países para engordar los bolsillos de sus élites.

El fantasma de los indignados comienza a corporeizarse en una insurrección pacífica y democrática que aterra a los que utilizan el miedo para domeñar el voto, manipular las voluntades colectivas, y hacer bandera de las incertidumbres a las que nos conducen para permanecer de espaldas a los ciudadanos y abandonarlos ante las fauces de un mercado que sólo busca el beneficio, la rentabilidad y el lucro a costa de sacrificar servicios públicos y prestaciones sociales que palian las desigualdades existentes en la sociedad. Ese fantasma que se rebela contra las amenazas del totalitarismo del Capital, contra el poder de un dinero egoísta e insolidario que ha instalado a sus lacayos en los gobiernos y en las instituciones, ha hecho despertar las conciencias de la gente, les ha abierto los ojos ante la opresión y los abusos, y les ha empujado a no ser indiferentes ni serviles ante quienes no dudan en empobrecer a los pobres para que los ricos sean más ricos. Y ese fantasma asusta a Europa.

Ya ha materializado su presencia en Grecia, país al que los supremos sacerdotes del saqueo querían llevar a la edad media, a los tiempos de los esclavos sin derechos y amos todopoderosos, para aliviar a sus ciudadanos de una deuda que no contrajeron, de las bancarrotas de las que son ajenos y de los sacrificios inhumanos a que los obligan quienes los hunden en la miseria. El voto de los descontentos, espoleados por la indignación, ha nutrido las formaciones de izquierda radical, pero también a la ultraderecha más intolerante e insolidaria, permitiendo que Syriza roce la mayoría absoluta y que Aurora Dorada se posicione como tercera fuerza política en un Parlamento segmentado, tan segmentado como la pluralidad y las opiniones, en el que se sientan siete grupos parlamentarios distintos. 
 
En España ya están los cazafantasmas ahuyentando espíritus y apariciones, están advirtiendo del desastre de atreverse a cuestionar un bipartidismo putrefacto en el que se cuecen todas las ollas de la corrupción y se fomenta la asfixia de la participación y las ideas. En España existe pánico del fantasma de los afligidos, de los indignados, de los frustrados por un Estado que no garantiza ni la salud, ni la educación, ni las pensiones, ni el trabajo, ni la dignidad de ser ciudadanos porque está al servicio de los poderosos y el dinero. Y ese fantasma es cada vez más visible, menos entelequia, conforme se acercan las fechas inevitables y peligrosas en las que puede ser convocado con el poder de las urnas. Ya los mudos hablan y se presentan en televisión para oficiar de salvapatrias y adalides del bienestar, del bienestar que no llega a la gente, y de la recuperación que sólo perciben los ciegos. Ya abundan las declaraciones y las maniobras de los que temen a los fantasmas e intentan practicar el exorcismo a los poseídos, a los que sólo poseen un fantasma como patrimonio y esperanza. Y ese fantasma recorre Europa, es el fantasma de la indignación de cuántos se sienten pisoteados y humillados con tantos recortes y desprecios.

lunes, 26 de enero de 2015

¿Y qué hacemos con el Sovaldi?

Sovaldi (sofosbuvir) es el último milagro contra una enfermedad que daña el hígado y te condena a muerte. Todo el que padece esa enfermedad desea recibir tal tratamiento milagroso que consigue la curación. Es legítima esa reclamación de un producto de última generación que ha sido aprobado por la Agencia Americana del Medicamento (FDA) y está incluido entre los fármacos que puede disponer nuestro Sistema Nacional de Salud. ¿Dónde está el problema? Que es excesivamente caro.

Que Sovaldi es fruto del más puro capitalismo especulativo es algo archiconocido, pero ello no impide que sea un extraordinario medicamento contra la Hepatitis C crónica y una esperanza cierta de vida para las personas que sufren una infección que puede degenerar en cirrosis y cáncer de hígado. Pero su desmesurado precio ha despertado una encendida polémica en la opinión pública al conocerse las demandas de los afectados, que exigen ser tratados con ese medicamento, y las reservas del Ministerio de Sanidad a facilitar su uso de forma generalizada, no por la peligrosidad y contraindicaciones que pudiera presentar, sino por simple cuestiones económicas que surgen, precisamente, en tiempos como los actuales de recortes y ajustes presupuestarios.

¿Y por qué es tan caro Sovaldi? Porque es único (no tiene competencia), se ha obtenido tras años de investigación en ingeniería genética (con financiación privada pero también pública en Estados Unidos) y el resultado exitoso de todo ello, así como el laboratorio que lo consiguió –Pharmasset-, fueron adquiridos a cambio de 11.000 millones de dólares por otra empresa multinacional –Gilead-, que es la que lo comercializa, poseyendo la propiedad de la patente. Como dueña del producto, esta pone el precio que estima conveniente para rentabilizar con creces la inversión realizada en el menor tiempo posible. Hasta aquí, nada extraño en la práctica mercantil a que estamos habituados y que no discutimos cuando vamos a vender un piso, por ejemplo. ¿Dónde surge la polémica?

La discusión que se plantea es sobre si debe prevalecer el beneficio empresarial sobre  el derecho a la salud de la población, cuando ambos intereses están enfrentados. No es un asunto baladí, pues se ponen en cuestión las reglas del juego en las que se basan toda la actividad económica mundial y el incuestionable sistema de economía libre de mercado, aquel que nos impone sus normas y sus prioridades. Pero que nuestro país sea relativamente pobre no es problema suyo. Tampoco que tengamos una sanidad gratuita, universal y pública, como derecho reconocido en el artículo 43.1 de la Constitución, financiada con los impuestos que, en teoría, pagamos todos en función de nuestra renta. Y es que todo eso que llamamos Estado de Bienestar, justo el que se está desmontando, le importa muy poco a una empresa que sólo persigue, como cualquier empresa, el beneficio económico y atiende exclusivamente a su cuenta de resultados.

¿Hay que plegarse, entonces, a los dictados de la farmacéutica? En principio, sí, si queremos adquirir lo que sólo ella vende y nuestros enfermos necesitan. Si fuéramos un país que invierte en vez de recortar en ciencia, investigación y desarrollo, que estimula el conocimiento en vez de poner trabas a la enseñanza universitaria menguando becas y encareciendo matrículas o que protege su sistema público sanitario en vez de intentar privatizarlo a trozos (“externalizar”, lo llaman), seguramente tendríamos mayor fuerza de negociación con la multinacional farmacéutica y alcanzaríamos acuerdos que compensarían a ambas partes. En cualquier caso, las expectativas de toda venta dependen de las posibilidades compra. Si las condiciones de estas son inasumibles (por ser desproporcionadamente caro), aquellas no se cumplen, por mucha presión que ejerzan a través de las movilizaciones de afectados y de una oportuna y eficaz campaña mediática para sensibilizar y ganarse a la opinión pública.

Hay que negociar con la farmacéutica para conseguir un precio razonable del medicamento, mucho más acorde con el de otros productos igual de imprescindibles en la terapéutica médico-quirúrgica, y desde la ventaja de ofrecer todo un mercado nacional nada despreciable a los intereses mercantiles de la empresa, multinacional que, con toda seguridad, también provee otros medicamentos o productos cuya adquisición podría condicionarse a la negociación del precio de Sovaldi. Para los hábiles profesionales en transacciones mercantiles, estas negociaciones por parte del Ministerio de Sanidad no deberían resultar excesivamente complicadas o difíciles. Sólo es cuestión de tomárselas en serio y con voluntad de llegar a acuerdos.

Pero, ¿tan caro es realmente este medicamento? Sí, Sovaldi es muy caro en comparación con otros antivirales pero relativamente asequible frente a otras alternativas mucho más complejas y menos seguras, como son los trasplantes. Su precio también depende de la cantidad a comprar y del número de pacientes a los que estaría indicado. Estos datos previos se desconocen en España. El ministerio de salud francés anunció, en noviembre pasado, que pagaría 13.600 euros por cada bote de Sovaldi, es decir, 41.000 euros por el tratamiento mínimo de doce semanas por paciente, y cifró en 200 mil el número de enfermos que tendría que atender. Aquí negociamos a ciegas, pues aún se carece de un censo de pacientes.

¿Y quiénes podrían necesitarlo? No todas las hepatitis precisarían tratamiento con Sovaldi, sino la hepatitis C crónica en la que las complicaciones no permiten el uso de los medicamentos habituales, por sus efectos adversos o ser refractaria a los mismos. Hay que saber que la hepatitis C, causada por el virus de la hepatitis C (VHC), es una enfermedad que afecta al hígado y que se contagia al entrar ese virus en contacto con la sangre a través de heridas en la piel, pinchazos y otros mecanismos de exposición accidental, al compartir jeringas para inyectarse drogas, mantener relaciones sexuales sin protección con personas que padecen la enfermedad, pacientes sometidos a frecuentes diálisis renal o múltiples transfusiones sanguíneas, trabajadores sanitarios que manipulan constantemente sangre potencialmente contaminada y hasta personas que se hacen tatuajes con tintas compartidas o agujas no estériles. Cualquiera puede estar sujeto a padecer una hepatitis C.

En fase aguda, la hepatitis C es una infección que puede cursar sin presentar síntomas, lo que hace que muchos pacientes ignoren padecer la enfermedad. Entre un 15 y 25 por ciento de estos pacientes curan espontáneamente y “eliminan” el virus de su organismo sin ningún tratamiento. Sólo cuando la carga viral permanece se considera que la enfermedad se ha hecho crónica. Ese 75 u 85 por ciento restante de los afectados por hepatitis C se convierten, por tanto, en enfermos crónicos o de por vida y han de ser tratados para evitar la probabilidad de daño hepático y cáncer de hígado. La OCU (Organización de Consumidores y Usuarios) estima que unos 6.500 pacientes con cirrosis descompensada presentan en estos momentos una alta probabilidad de muerte si no se erradica el virus, y que son unos 30.000 los que en el conjunto del país tienen diagnosticada cirrosis, aunque no esté descompensada, y deberían ser candidatos a recibir el medicamento Sovaldi.

Exagerando las necesidades, y sin un censo preciso, podría calcularse en 150.000 el número de personas que podrían necesitar Sovaldi en nuestro país, si se extrapolan las previsiones francesas a nuestra población (un 70 % de la de Francia). A un precio de 25.000 euros el envase (que podría reducirse a la mitad en una negociación), el gasto para la Seguridad Social española ascendería a cerca de 4.000 millones de euros, a repartir entre el Gobierno central y las Comunidades autónomas que tienen transferidas las competencias en sanidad. ¿Es ello desorbitado?

Ni es desorbitado ni inasumible, si lo comparamos con los 61.000 millones de euros que ha costado el rescate de la banca o las subvenciones que se conceden a los partidos políticos -por escaño, grupo parlamentario y número de votos- en nuestro país. El problema, por tanto, no es económico, sino ideológico. Financiar desde el Sistema Nacional de Salud un nuevo medicamento, sumamente eficaz contra una dolencia crónica que condena al que la padece a una muerte segura, es potenciar la filosofía de un servicio público cuyo sostenimiento depende de los presupuestos del Estado. De ahí los impedimentos en facilitar su uso de forma generalizada cuando lo que se persigue es todo lo contrario: dejar de socorrer al desfavorecido y que cada cual se costee sus propias necesidades a través de pólizas y seguros médicos, reduciendo la sanidad pública a simple asistencia de beneficiencia, de forma progresiva y deteriorando la calidad de sus prestaciones.

Porque, aunque el gasto farmacéutico es una de las partidas más voluminosas de nuestro Sistema Nacional de Salud, su coste, compartido en cada vez mayor porcentaje por el usuario, es completamente sostenible para las arcas públicas. No es, por tanto, admisible que se juegue con la vida de las personas al retrasar la administración de un tratamiento cuyo potencial de curación está contrastado científicamente. Máxime cuando, en caso de necesidad, se puede promover la emisión de licencias obligatorias que posibilitan su fabricación temporal como genérico, sin aguardar el plazo de 20 años en que una patente se convierte de dominio público.

Por todas estas razones, lo mejor que puede hacerse con el Sovaldi es prescribirlo a los pacientes que lo necesitan, atendiendo exclusivamente al criterio médico y el derecho a la salud del afectado. Y las monsergas, sobre todo si ponen en peligro la vida de las personas, es mejor dejarlas para la hora de votar, para hacer rendir cuentas a los que juegan con nuestra salud.  

viernes, 23 de enero de 2015

El invierno

El año ha entrado de la mano del frío, que desde entonces no ha consentido que nos ilusionemos con un invierno templado, casi primaveral. El frío impone autoritario su rigor y nos hace tiritar mientras exhalamos vaho al respirar, acurrucados bajo las sábanas y con miedo de levantarnos. Las madrugadas aparecen cubiertas de escarcha y los tibios rayos de sol del mediodía apenas calman las heladas caricias del aire en el rostro. En su intransigencia, el frío no ha renunciado la compañía ocasional de la lluvia para humillar con desagrado a los que denostan su lívida faz y su alma severa, consiguiendo teñir de blanco el silencio. Con celo, desata su furia en las cumbres de las montañas, deja que las tormentas se precipiten desde los cielos y hace que un mar embravecido arremeta despiadado contra la costa y los paseos marinos con voluntad destructiva. El invierno está dispuesto a demostrar que este tiempo le pertenece, aunque para ello haya tenido que aguardar el inicio del año. Pero su reinado no es eterno y el año seguirá su curso.

miércoles, 21 de enero de 2015

Memoria de la ignominia

La Algaba es un pueblo próximo a Sevilla, a escasos kilómetros de la capital, que forma parte del área metropolitana que se extiende por las fértiles tierras de la Vega del Guadalquivir. La carretera que parte desde el cementerio de Sevilla hacia Sierra Morena, en dirección norte, enlaza esta población con la capital andaluza en un recorrido que atraviesa huertas de naranjos y cruza el río antes de escalar las estribaciones de la serranía sevillana. La Algaba es, por su cercanía, un pueblo dormitorio de Sevilla que vive de la agricultura y los servicios, fiando su fortuna y su suerte a esa dependencia con la metrópolis hispalense.

También en lo funesto se ha visto afectada por esa relación con Sevilla, sede administrativa regional en tiempos de paz… y de guerra. Tras la Guerra Civil, en La Algaba estuvo ubicado un campo de concentración en el que recluían, durante la larga postguerra franquista, a presos condenados a trabajos forzados hasta que morían de hambre, enfermedades y maltrato. En unas fosas comunes allí exhumadas se han hallado casi 150 restos óseos de personas que habían sido condenadas a construir el Canal del Viar, el del Bajo Guadalquivir e incluso las pistas del aeropuerto de Málaga. Según el arqueólogo responsable de la excavación, Juan Luis Castro, estas víctimas formaban parte “del campo de concentración y trabajo Las Arenas para mendigos y reincidentes”, aunque tampoco descarta que se descubran presos políticos cuando finalicen las labores de identificación.

Descubrir estas fosas y dar respuesta a los familiares de los desaparecidos forzados es una de las razones de la Ley de Memoria Histórica. El director general de Memoria Democrática, órgano dependiente de la Consejería de Administración Local y Relaciones Institucionales de la Junta de Andalucía, Luis Gabriel Naranjo, ha asegurado que las 144 personas exhumadas en La Algaba constituyen “delitos contra la humanidad, por lo que sus muertes no han prescrito”. Las condiciones de vida de los condenados eran atroces. Según el arqueólogo de la excavación, esos presos, de edades comprendidas entre 15 y 75 años, fueron abandonados a su suerte por las autoridades franquistas y arrojados tras su muerte a fosas comunes excavadas en el antiguo cementerio de La Algaba, entre los años 1940 y 1941.

Sin embargo, el Gobierno de España impide el desarrollo de la Ley de Memoria Histórica y se muestra cicatero a la hora de dotarla de recursos, pues arguye que sólo sirve para enfrentar a los españoles con el recuerdo de lo que ya está olvidado y superado. Se niega atender las demandas de los que desean conocer el paradero de sus familiares desaparecidos o fusilados para recuperar sus restos y darles cristiana sepultura. El deber de, al menos, restituir la dignidad de esos muertos no parece motivo suficiente para que el Gobierno español satisfaga tales demandas. Ni siquiera las recomendaciones de Naciones Unidas, que instan al Gobierno español a “cumplir con su obligación” de buscar a los desaparecidos durante la Guerra Civil y la dictadura, son tenidas en cuenta por parte del Ejecutivo de Mariano Rajoy, el cual no dispone en la actualidad de ninguna partida presupuestaria para esta tarea.

Contrasta esta actitud con la mantenida por la Junta de Andalucía que, ayer precisamente, aprobó la Ley de Memoria Democrática que obliga al Gobierno andaluz a realizar las diligencias necesarias para la localización, exhumación e identificación de las víctimas andaluzas del franquismo, así como a ocupar temporalmente terrenos privados para la excavación de fosas comunes. Esta ley obliga a las instituciones a retirar todos los símbolos del franquismo en la región en un plazo de 18 meses.

La derecha que gobierna en España se muestra, en cambio, reacia a retirar estatuas, letreros y símbolos de las calles que rinden homenaje a los verdugos de las barbaridades y los crímenes cometidos durante la Guerra Civil y a lo largo de la dictadura. La concordia y el perdón no se alcanzan hasta que no se resarzan moralmente a las víctimas inocentes de una asonada militar que se levantó contra un Gobierno legalmente constituido. De aquel levantamiento ilegal y sangriento del dictador Franco quedan repartidas todavía por todo el país innumerables fosas comunes con cerca de 200.000 desaparecidos, como ésta encontrada en La Algaba.

Y es que, setenta años después, los descendientes ideológicos de aquellos vencedores son incapaces de reconocer la ignominia y de condenar las atrocidades de la Guerra Civil. No se trata de hacer un juicio a los verdugos ni de restituir ningún botín a sus legítimos dueños, sino de impulsar la recuperación de los cadáveres de los desaparecidos y de las víctimas de la sistemática represión que siguió tras la guerra y que recluyó en campos de concentración a los supervivientes vencidos y cautivos, para honrarlos, darles una sepultura digna y recuperar su memoria, reconociendo su inocencia.

Pero no hay voluntad política de hacer un ejercicio de justicia y reconciliación con esos miles de desaparecidos, cuyo único delito fue nacer en la zona republicana o manifestar ideas de libertad y democracia contrarias a los insurgentes. Es por ello que, setenta años después de la guerra fraticida, aún se ponen trabas para desarrollar una moralmente necesaria, para cicatrizar viejas heridas, Ley de Memoria Histórica que permita encontrar y honrar a los más de 143.000 desaparecidos estimados por el exjuez Baltasar Garzón, en 2008, aunque las últimas estimaciones elevan la cifra a 180.000, de los que sólo se han exhumado unos 8.000.

La desaparición forzada no prescribe pues constituye un delito contra la humanidad. Así lo afirma el director general de Memoria Democrática y el Comité de la ONU de Desapariciones Forzadas. Es un asunto que levanta ampollas entre los herederos ideológicos de los sublevados, como es la derecha que nos gobierna, y les lleva antes a insultar a las víctimas que a mostrar respeto por su memoria y dolor. Es lo que tienden a hacer los dirigentes conservadores cuando valoran la necesidad de esta ley, y es lo que hace cada vez que opina el diputado por Almería, Rafael Hernando, actualmente portavoz del Grupo Popular en la Cámara Baja, cuando culpa a la República de provocar “un millón de muertos” y a los familiares de las víctimas de “moverse por dinero”.

Y es que para el Gobierno del Partido Popular se trata de un acto de venganza y rencor, que no merece ni la décima parte de los recursos destinados a la banca, a construir aeropuertos sin aviones o rescatar las autopistas. La sensibilidad de un Gobierno sectario, que sólo atiende los intereses del espectro social que le apoya, queda así de manifiesto, al despreciar los sentimientos de quienes sólo persiguen recuperar los restos de sus familiares desaparecidos, honrar su memoria y reconocer su inocencia. En España, por lo que se ve, no estamos dispuestos a ello, si del Gobierno depende.

lunes, 19 de enero de 2015

Seguridad vs. libertad

Los atentados en Francia, corazón de Europa, contra la revista satírica Charlie Hebdo, por caricaturas supuestamente blasfemas que ofenden a algunos creyentes del Islam, y los movimientos de desatada violencia que están produciéndose en el Cercano Oriente y norte de África, donde grupos armados pretenden fundar un Estado Islámico a sangre y fuego, llevan a los países occidentales a replantearse sus relaciones con ese mundo árabe levantado en armas y adoptar medidas de alerta y prevención que refuercen la seguridad y permitan evitar nuevos atentados terroristas. La preocupación por estos hechos que amenazan la pacífica convivencia en sociedades que aspiran a preservar sus valores democráticos y en las que imperan los derechos humanos y la libertad como conquistas irrenunciables, constituye un objetivo de primer e inmediato grado. Pero, ¿cómo aumentar la seguridad sin renunciar a espacios de libertad? ¿Cómo defendernos sin caer en contradicción con nuestros ideales cívicos? ¿Cómo luchar contra el terror sin provocar daños colaterales en nuestros propios derechos y en los pilares sobre los que se asienta la democracia que se pretende defender?

Tras la espontánea oleada de manifestaciones en solidaridad con los ciudadanos asesinados en París, en las que todos expresaban ser Charlie Hebdo, los políticos irrumpieron en escena exponiendo sus planes de salvaguardia del modelo de convivencia democrático con medidas harto discutibles e, incluso, manifiestamente rechazables por aprovechar el repudio a los atentados con la evidente aspiración de retornar a los estados nacionales y el sellado de fronteras. Utilizaban el terror para impulsar políticas superadas de intolerancia, desunión y aislamiento de las que Europa se aleja con la construcción de su proyecto de Unión continental. El peligro, con estas iniciativas hacia un viejo nacionalismo disgregador, es la manipulación de los sentimientos, mediante las palabras y los conceptos, para implementar una seguridad cuya primera víctima, después de la palabra, será la libertad que disfrutamos en el Viejo Continente. Ya hay muestras de ello.

De manera precipitada, comienzan abundar proyectos que, en nombre de la seguridad, acarrean el deterioro de las libertades y el sacrificio de derechos que tanto han costado conseguir. Se solicita la supresión del Espacio Schengen para restringir la libre circulación de europeos por Europa y recuperar los pasaportes a la hora de transitar por una Unión de la que formamos parte. Si fuera sólo un error de cálculo, la medida de volver a establecer las fronteras internas apenas despertaría la atención de los Gobernantes, puesto que toda la legislación europea, que se transpone a los estados miembros, la hace innecesaria. Pero es que, además, resulta inútil para frenar el fenómeno del terrorismo al que nos enfrentarnos, ya que quienes ejercen la violencia son ciudadanos europeos, de padres o abuelos inmigrantes. Son franceses los que han cometido los últimos atentados en Francia, diga lo que diga Le Pen.

Olvidamos, al parecer, las causas y los métodos de los acontecimientos sangrientos que nos han conmovido y actuamos impulsados por la emoción, no la razón. Ni el cierre de fronteras ni la intolerancia con quien no profesa nuestras costumbres nos protegerá de vivir en la intranquilidad y los peligros del mundo. Una ceguera que nos hace olvidar que, aparte de los fanáticos yihadistas ejecutores de la masacre, el peligro también radica en quienes son capaces de traficar con armas y las venden al mejor postor, sin importar ideología, religión o color de piel. Tan peligroso como el fanatismo religioso es ese mercado que trafica con armas y que hace posible que se cometan atentados. De entre todas  las medidas anunciadas, ninguna se refiere al control de esas armas, a la vigilancia de ese mercado y a la detención de sus mercaderes sin escrúpulos. Sólo prestamos atención a los que visten turbantes o rezan a dioses extraños para considerarlos sospechosos, sin caer en la cuenta de que el vecino de al lado es quien permite las atrocidades que ellos cometen en su locura. Más que controlar fronteras internas, habría que controlar los negocios clandestinos dentro de ellas, si de verdad queremos hablar de seguridad.

Sin embargo, seguimos actuando impulsados por nuestros prejuicios y llegamos incluso a criminalizar etnias, no a delincuentes. La Dirección General de la Policía ha ordenado retirar una circular de la Jefatura de Sevilla en la que aconsejaba extremar las precauciones sobre aquellas personas de origen árabe por su sola condición racial y por mostrar un comportamiento, a juicio de los agentes, sospechoso, como es estar consultando un ordenador en el interior de un vehículo o estar tomando fotografías fuera de lugares turísticos. Es fácil, movido por un celo excesivo, pasar de la alerta a la exageración, y de la prevención al abuso y atropello. Se obvian los derechos de las personas.

En España, desde hace un tiempo se están dando pasos agigantados hacia el recorte de derechos y libertades en nombre de la seguridad. La `Ley Mordaza´ es claro ejemplo de esa actitud restrictiva de lo que la Carta Magna reconoce como derechos. Ahora se va a dar un paso más con la nueva Ley Orgánica de Seguridad Nacional que pondrá en manos del presidente del Gobierno la dirección política y estratégica de cualquier situación de crisis, con potestad para movilizar recursos personales y materiales, públicos y privados. La ley contempla riesgos y amenazas que se consideran “transversales” y conceptos de seguridad interior y exterior que resultan difusos, por lo que se proponen respuestas integrales que dotan al presidente del Gobierno de un poder casi absoluto y sin control, ya que le exime de depender del Congreso como requiere la declaración del Estado de Alarma, Excepción y Sitio. Así, Rajoy puede alardear en un mitin: “No daremos tregua a los enemigos de las libertades”.

Todas estas medidas restrictivas se hacen en nombre de la libertad. La primera víctima de la seguridad es la palabra, pues se manipula con ella, se manosea hasta que cambia su significado y permite inocular nuevas ideas a través de conceptos aceptados, que no despiertan recelo ni rechazo: democracia, libertad, etc. Todo se hace en nombre de esos sacrosantos ideales. Deterioramos la democracia en nombre de la democracia y reducimos libertades en nombre de la libertad, aunque para ello tengamos que recurrir a las emociones, no a la razón. Y la más fuerte de las emociones es el miedo: es la manera más eficaz de hacer desistir a alguien de sus propósitos o ideas. Con miedo no percibimos que estamos siendo expuestos a la acción de la propaganda. Es una estrategia utilizada anteriormente.

La Patriot Act, aprobada con precipitación tras los atentados a las Torres Gemelas, permitió al presidente norteamericano George W. Bush desarrollar un programa de escuchas sin garantías judiciales. También en aquella época estábamos en guerra contra el terrorismo, por lo se elaboraron leyes que permitían a los gobiernos espiar a los ciudadanos. Y en nombre de la seguridad aceptamos ser vigilados, aceptamos fronteras, aceptamos una regulación restrictiva de las manifestaciones públicas, aceptamos nos restrinjan derechos y libertades, reconocemos tener miedo. Dejamos que utilicen un lenguaje que apela a las emociones antes que a los argumentos racionales para que percibamos una determinada visión de la realidad. Con palabras nos contagian un maniqueísmo con el que contemplamos la política como algo moral, los buenos (nosotros) y los malos (los otros).

Sólo así, inoculados de miedo, renunciamos a nuestras libertades, renunciamos a nuestros derechos en nombre de una seguridad imprescindible, dicen, para defenderlos. Y asumimos que cualquier crítica a la seguridad se rebata como una justificación del enemigo; cualquier discrepancia de los métodos se despache como una concesión a quienes nos atacan; cualquier explicación se tilde de un signo de debilidad. Como concluye Irene Lozano* en un libro de renovada actualidad, “se asfixia el debate, el análisis y el razonamiento, mientras se da oxígeno a cualquier planteamiento emocional de carácter maniqueo”.

Nos preparan sutilmente para que interioricemos un combate que libramos con todas las “armas” posibles, incluidas las que recortan nuestros derechos, las que erosionan las libertades y deterioran la democracia. Un combate del que no exigiremos resultados, no mediremos su eficacia, no enjuiciaremos sus resultados. Así hasta el próximo atentado, porque recontando arbitrariamente derechos y libertades no se acaba una guerra. Una guerra de la que, como pide José Ignacio Torreblanca, convendría saber cómo vamos a luchar, con quién lo vamos a hacer y con qué objetivos últimos, no vaya ser que, ante la ausencia de análisis de fondo, estemos en realidad asistiendo a iniciativas de cálculo político y electoral, gracias a la propaganda y el miedo, en vez de adoptando soluciones estratégicas globales.
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* Lozano, Irene: El saqueo de la imaginación, Random Haouse Mondadori, S.A., Barcelona, 2008.

viernes, 16 de enero de 2015

Invierno de residencia


El frío se había colado en sus huesos y la mortificaba con agujas heladas que la atravesaban de dentro hacia fuera. Ni las batas ni las mantas lograban eliminar el temblor que sacudía su cuerpo, tanto de día como de noche, sin conseguir atrapar el calor que los abrigos le negaban. Se servía de un carrito de apoyo para recorrer con angustiosa dificultad el breve pero inmenso pasillo que separaba su habitación del cuarto de baño y el comedor, únicos destinos a los que podía dirigir sus débiles y frágiles piernas dentro de aquellas paredes. Una lluvia recurrente ensombrecía el aire y abatía su ánimo, sumiéndola en un mundo al que sólo ella accedía y nadie reconocía. El invierno parecía haberse confabulado con la lluvia para congelarla en una residencia donde lo peor no eran ni el frío ni la compañía de otros ancianos tan perdidos como ella, sino los brotes de lucidez en los que presentía que aquel podía ser su último invierno, antes de volver a refugiarse en su demencia.

jueves, 15 de enero de 2015

Entre la risa y la muerte


Hay dos rasgos que contrarrestan la soberbia del hombre y lo relegan al lugar humilde que ocupa en la realidad, donde manifiesta la insignificancia de su existencia gracias a la risa y la muerte. Estos dos rasgos, la capacidad de reír y la consciencia de la muerte, son atributos exclusivos del ser humano, junto al lenguaje recursivo, que lo diferencian del resto de los seres vivos, puesto que ningún animal es capaz de mostrar la emoción que se expresa con la risa –aunque las hienas parezcan emitir un sonido que se asemeja- y ninguno asume la muerte como finalidad biológica que perturba su presente y condiciona su futuro. Sin embargo, en el hombre la risa tiene la virtud de relativizar los condicionantes del vivir, incluida esa desaparición definitiva que a todos nos persigue, y aliviar el desconsuelo racional de nuestra inevitable irrelevancia. Si la risa nos rebaja los humos, la muerte, con su perturbadora presencia, nos conduce a la modestia al enfrentarnos con esa finitud inesquivable que determina nuestra real y minúscula importancia, sin más trascendencia que la nada.

La risa es expresión de alegría y felicidad. La muerte significa la finitud de la existencia. Ambas expresiones nos aligeran el carácter trágico de la vida al exigirnos la reconciliación con nuestra condición de mortales insignificantes. La primera es resultado de la felicidad, una felicidad que se consigue más fácilmente cuanto menor es el deseo de riqueza. Y la segunda nos predispone a otorgar el máximo valor a la vida humana al reconocerla única e irrepetible, despojándola del deseo absurdo de inmortalidad. La risa y la muerte nos muestran, así,  el privilegio y la condena de vivir, permitiéndonos asumir con “deportividad” esa limitación espacial y temporal de la existencia que se nos antoja intolerable. Por ello, no es exagerado decir que nuestras vidas transcurren entre la risa, que esbozamos en cuanto empezamos recién nacidos a reconocer nuestro entorno, y la muerte, que amortiza nuestro contrato con la existencia. Ambas expresiones, ambos extremos, nos posibilitan enfrentarnos con el presente y sus adversidades y afrontar un futuro en el que puede sobrevivir nuestra memoria a través de la cultura.

Que la felicidad no la da la riqueza es algo reconocido aunque no sea muy aceptado. Pero puede ser constatado. De hecho, según un estudio reciente realizado a finales de 2014 entre 64.000 personas en 65 países del mundo, se detecta que Europa, perteneciente al primer mundo rico y desarrollado, es el continente con más ciudadanos tristes, y que África, asolado por la pobreza y las epidemias, es en el que la gente se declara más feliz y donde un 83 por ciento de sus habitantes encara la vida con una sonrisa. Ello no evita que, quizás, sea también en la risueña África, con toda seguridad, donde la mortalidad alcanza sus mayores cotas a edades tempranas y por causa de toda clase de infortunios. Pero la muerte y la risa se alían allí contra la adversidad existencial para no privar de felicidad y resignación a los africanos.

La contradicción ontológica de la muerte, que imprime trascendencia a la vida al agotarla, no implica la renuncia a la felicidad ni a intervenir en el futuro mediante nuestros hijos –de ahí el deseo de reproducción para perpetuar la especie- y nuestras obras. Como escribe Augusto Klappenach en Defensa de la muerte*, “las pirámides de Egipto no se habrían construido sin la muerte”.

La risa y la muerte, por tanto, nos reconcilian con nuestro tamaño vital de pura insignificancia, pero sin conferir a la vida humana una pulsión inútil, como creía Sartre. La grandeza de la vida humana está determinada por su finitud y por esa capacidad racional de ser autoconsciente de sus propias limitaciones espacio-temporales, es decir, de la muerte. De esta manera, cuenta con la mejor de las disposiciones para encarar cada uno su mejor vida posible, la buena vida que Ortega y Gasset llamaba vocación, asumiendo la verdadera dimensión humana, lo que nos libera de prejuicios, temores infundados y afanes baldíos que nos impiden alcanzar una vida plena, entre la risa y la muerte.

Nota:
* Klappenbach, Augusto: Defensa de la muerte, Revista "Claves de Razón Práctica", nº 238, pags. 122 a 129. Enero/Febrero 2015.

lunes, 12 de enero de 2015

La seriedad del humor

La masacre perpetrada en la redacción de la revista humorística Charlie Hebdo, en Francia, donde unos fanáticos islamistas asesinaron a 12 periodistas a sangre fría antes de darse a la fuga y batirse con la policía, dejando un reguero final de 20 muertos, entre ellos los tres terroristas, varios policías y cuatro rehenes del supermercado donde se atrincheraron, ha promovido una oleada mundial de adhesiones, bajo el lema “Yo también soy Charlie”. También ha hecho aflorar una cierta equidistancia desde la que, de alguna manera, se busca una explicación que culpa de la tragedia al espíritu satírico con el que aquella publicación elaboraba sus viñetas para criticar, precisamente, el fanatismo de tomarse demasiado en serio cualquier idea o creencia, máxime si se utilizan para matar inocentes en nombre de ellas. Algunos, incluso, tildan la actitud del semanario como blasfema, transfiriendo parte de la culpabilidad de los verdugos a las víctimas y aceptando, de alguna manera también, los argumentos intransigentes de los fanáticos, que no reconocen ni la libertad ni la tolerancia. Mal asunto si ya no puede uno reírse ni de las divinidades.

El crimen cometido es de tal gravedad que ha dejado conmocionados a los franceses, en particular, y a las sociedades occidentales, en general, por representar un ataque deliberado a los valores y principios democráticos y a los derechos humanos, lo que ha despertado una súbita reacción de solidaridad con las víctimas de la matanza y de defensa del derecho a ejercer la libertad de expresión aunque hiera los sentimientos de los caricaturizados, sean de la religión que sean. La sátira, según reflexiona en un artículo de El País Fleming Rose, promotor de las primeras caricaturas publicadas en 2005 en un diario danés, es una “respuesta pacífica a la barbarie. No mata. Ridiculiza y mueve a la risa, no al miedo ni al odio”. El humor es un rasgo civilizado de inteligencia frente a la irracionalidad de los detentadores de la Verdad absoluta. Irrita y molesta a los que se sienten humillados por ver sus creencias, por legítimas que sean, rebajadas a simples opiniones discutibles y susceptibles de ser aceptadas o rechazadas.

En España, a pesar de la consternación por los asesinatos y nuestra adscripción a los valores democráticos, tampoco toleramos que se trate con humor ideas e instituciones que consideramos muy serias, intocables y por encima de la libertad de expresión y opinión. Hacer un dibujo de un asunto mundano, en el que el entonces príncipe folla con la, en aquel tiempo, princesa causó el secuestro de la revista y una multa a sus editores por injurias a la monarquía. Imagínense lo que hubiera pasado si llegan a ridiculizar a la religión católica o alguna hermandad de esas que procesionan solemnes por las calles durante la Semana Santa. No se llegaría a perpetrar una matanza (los católicos hace tiempo que abandonaron las Cruzadas), pero la censura de los intransigentes silenciaría lo que, sin duda, sería calificado de blasfemia. Es lo que manifiesta, precisamente, el escritor José Manuel de Prada en su columna periodística, en la que tacha de “dislate” los apoyos al semanario Charlie Hebdo por considerarlos una defensa de un sedicente “derecho a la blasfemia”. Para él, el laicismo es una “expresión demente de la razón” y lo que “ha empujado a la civilización occidental a la decadencia”, aunque sea precisamente la separación entre Iglesia y Estado lo que ha encumbrado a Occidente, aun siendo atacado desde el fanatismo, como modelo de sociedades abiertas, libres, tolerantes y democráticas, basadas en valores y principios irrenunciables. De Prada declara que no es Charlie Hebdo, esa “basura sacrílega”. Participa, pues, de la misma mentalidad intolerante de los fanáticos islamistas, que no admiten la crítica ni, por supuesto, el humor para con sus ideas y creencias.

Una intolerancia que expresa la debilidad de sus creencias, de su pensamiento e ideas. Creencias, para unos, intocables mediante el respeto impuesto y la censura, y para otros, por la violencia y el terror.  Unas creencias tan poco sólidas que no pueden confrontarse mediante la palabra, el diálogo, el humor o las viñetas, que son vulnerables a la crítica, la sátira y hasta la Razón, a la que denostan, como a su ahijada la Ciencia. Y lo que más les duele es el escarnio del que acusan al humor, esa forma intelectual de relativizar cualquier totalitarismo -ideológico, político, cultural, social o religioso- que constriña las libertades, incluidas las de expresión y opinión, o cualquier Verdad absoluta que sofoque las verdades parciales que todos poseemos. Los intolerantes que asesinan o se amparan en sacrosantas ideas intocables no entienden la seriedad del humor. Por eso no pueden acabar con él, ni con balas ni con censuras.  

sábado, 10 de enero de 2015

Si De Guindos fuera Melchor

Si el ministro Luis de Guindos fuera Melchor diría que los niños no tendrían miedo de que los Reyes Magos los dejaran sin juguetes pero, como es ministro de Economía, asegura que los españoles ya no tienen miedo a quedarse sin trabajo. Si alguna vez hubo constancia de una manipulación de la realidad tan grosera, es ésta. Grosera y burda, porque a nadie convence ni a nadie engaña. Sigue la consigna de negar la evidencia que ya utilizara su compañero de bancada, Cristóbal Montoro, cuando afirmó en el Parlamento que los salarios de los trabajadores en España no se habían reducido. Hay mentiras que, aunque se repitan mil veces, no se convierten en verdades, como propugnaba Goebbels, y siguen siendo mentiras. Por eso, si De Guindos fuera médico y aseverara que los españoles no temen contagiarse del ébola, estaría cometiendo la inmensa desfachatez de ocultar la realidad y negar los miedos y preocupaciones que atenazan a los ciudadanos en la actualidad. Estaría engañando conscientemente a la población.

Todas las calamidades de la gestión del Gobierno, al que pertenecen tanto De Guindos como Montoro y demás compañeros del Gabinete, son presentadas por sus responsables como posibilidades que permiten, no asustar a la gente, sino fortalecer al que las soporta. El manual de manipulación dicta resaltar lo positivo que albergue cualquier desgracia, aunque sea insignificante, y obviar lo negativo, aunque sea mayúsculo. Y eso es lo que pretende el exagente de Lehman Brothers, devenido ministro de Economía del país que más duramente se ha visto castigado por aquella quiebra, al proferir tamaña boutade sobre la supuesta despreocupación de la gente por irse al paro. Si no fuera por la gravedad y trascendencia del asunto, sus afirmaciones moverían a risa. Cerca de seis millones de personas viven en estos momentos la incertidumbre del desempleo y la falta de perspectivas por encontrar alguno, aun precario, lleva a muchas de estas personas y a sus familias a la desesperación, la marginación y a ser pasto de alteraciones psíquicas y físicas que deterioran, no solo su situación familiar, social y económica, sino también su salud. Pero De Guindos asegura que, para entonces, ya no sienten miedo del destino al que conducen las actuaciones adoptadas, entre otros, por el lenguaraz ministro desde que fuera, incluso, agente de la mayor quiebra financiera de la historia moderna.

Las duras medidas restrictivas implementadas por el Gobierno en el que participa el señor De Guindos castigan sobretodo a la inmensa mayoría de la población, la menos pudiente y más vulnerable, con pobreza, denegación o limitación de recursos públicos y supresión de derechos laborales, sociales e individuales, para favorecer prioritariamente a los detentadores del capital y corregir con el dinero de todos sus fallidos especulativos, facilitando ayudas, perdonando deudas y rescatando de la quiebra sus negocios. Con ese objetivo se reflotan bancos para que desalojen de sus viviendas a obreros expulsados al paro  y se aligeran las condiciones laborales para que las empresas despidan empleados y contraten sustitutos más baratos, sin ninguna garantía para el trabajador. Y esa situación de absoluta explotación del débil, con la complicidad activa del Gobierno, ha de presentarse, en este año electoral, como necesaria para que la economía vuelva a “funcionar”, es decir, para que los ricos sigan enriqueciéndose a costa del empobrecimiento de los demás.

De esta manera, se debe reiterar que ser condenado al paro ya no debe dar miedo porque se trata de una oportunidad de mejora que permite amoldarse a la flexibilidad que exige el mercado. Es decir, nos predispone a trabajar más y cobrar menos, al arbitrio del empresario de turno y sin cobertura legal que prevenga los abusos y la explotación.

Pero no es sincero. De Guindos sabe bien que lo que temen los españoles es perder el empleo, tanto lo temen que es el asunto que más preocupa a la población, detrás de la corrupción, según las encuestas oficiales. Los ciudadanos temen enfermar y no ser atendidos con la eficacia y la celeridad a que estaban acostumbrados, a no poderse costear los medicamentos y a ser expulsados del sistema sanitario por cualquier arbitrariedad burocrática. Los españoles temen no poder enviar sus hijos a la Universidad porque les deniegan las becas o les incrementan el importe de las matrículas y los créditos académicos. Temen, incluso, jubilarse porque las pensiones no alcanzan para disfrutar de un retiro merecido. Tienen miedo de tener que cuidar de un familiar impedido porque las ayudas a la dependencia se han suprimido con mil argucias presupuestarias o normativas. Los españoles sienten pánico de no poder pagar una hipoteca porque los desahucian sin contemplaciones y los enfermos de Hepatitis C están angustiados porque no se les administra el fármaco que podría curarlos. Todo esto es insostenible si se quiere sostener a los bancos, las farmacéuticas, las autopistas, a los magnates de la industria y el comercio, los conglomerados económicos y mediáticos y a la clase social que detenta el capital. Y eso hay que ocultarlo con manipulaciones groseras de la realidad, intentando que los perjudicados no denuncien su situación y la perciban como una posibilidad de supuesta mejora.

Tal cosa es lo que hace, entre otros, Luis De Guindos, conocedor de que ninguna de estas situaciones es una oportunidad, sino una condena, una tragedia que el ministro intenta “maquillar” con sus insinuaciones embaucadoras. Intenta que los explotados y expoliados no se rebelen contra el atropello y el ultraje, no reivindiquen sus legítimos derechos, no exijan la restitución de lo que fue y es suyo, a sus condiciones de vida, su Estado de Bienestar y la protección efectiva de un Gobierno, al que eligieron con la promesa de “hacer las cosas como Dios manda”, no un Gobierno que los maltrata. En esa tesitura, De Guindos sería un pésimo rey Merchor porque ni los niños se dejarían engañar tan fácilmente, aunque lo que mande Dios sea acabar con su inocencia a golpes de reformas y ajustes que los dejan sin regalos.

viernes, 9 de enero de 2015

El terror de París: raíces profundas y lejanas


Por su interés y el análisis histórico que hace del fanatismo islámico que Occidente ha encendido hasta quemarse las manos, como causa lejana de la masacre perpetrada en la redacción de la revista Charlie Hebdo, y antes de que desate la islamofobia intolerante e intransigente más trasnochada en nuestro país contra el "moro", reproducimos este artículo de Atlio A. Boron, publicado en Rebelión:

El atentado terrorista perpetrado en las oficinas de Charlie Hebdo debe ser condenado sin atenuantes. Es un acto brutal, criminal, que no tiene justificación alguna. Es la expresión contemporánea de un fanatismo religioso que -desde tiempos inmemoriales y en casi todas las religiones conocidas- ha plagado a la humanidad con muertes y sufrimientos indecibles. La barbarie perpetrada en París concitó el repudio universal. Pero parafraseando a un enorme intelectual judío del siglo XVII, Baruch Spinoza, ante tragedias como esta no basta con llorar, es preciso comprender. ¿Cómo dar cuenta de lo sucedido?”

Seguir leyendo en este enlace.

miércoles, 7 de enero de 2015

Censura asesina

Ante la peor de las censuras, la que elimina criminalmente al mensajero para impedir la libre divulgación de mensajes, ideas, opiniones e información, este blog condena el frío asesinato de periodistas de la revista francesa Charlie Hebdo y hace suyo el espíritu satírico con el que aborda todos los asuntos de la actualidad, como el del fanatismo islámico homicida, cuya crítica no hay balas suficientes en el mundo que puedan silenciar.

 
 
Esta era la última viñeta colgada en su cuenta de Twitter, en la que satirizaba al "califa" del Estado Islámico, Abu Bakr al-Baghdadi. "Mis mejores deseos, por cierto", dice en lo que, desgraciadamente, parece una premonición de la masacre perpetrada hoy.

lunes, 5 de enero de 2015

Canal Sur se `guasea´ de su error


Las imágenes del ridículo hecho por Canal Sur, la televisión pública de Andalucía, por su desafortunada emisión de las campanadas de Nochevieja son de sobra conocidas porque han dado la vuelta al mundo, rebotadas por las redes sociales. Parecía imposible un fallo de tal naturaleza, cuando manual o automáticamente se planifica al segundo toda la escaleta de un programa, pero se cometió en el momento más inoportuno y las consecuencias no se han hecho esperar. Aparte de las responsabilidades y las explicaciones debidas a los espectadores –y financiadores vía impuestos del ente-, había que gestionar la “crisis” de la forma más rápida posible parea que la gente no olvide lo que es inolvidable, pero sí “perdone” aquella garrafal metedura de pata y mantenga su confianza en la emisora de televisión. Y nada mejor para ello que recurrir al humor. Aceptando su ánimo de enmienda, queremos contribuir de alguna manera a difundir, también por las redes y tan ampliamente como la misma pifia cometida, la asunción humorística de su equivocación. Si para afrontar una crisis hay que contar la verdad…, mejor si se hace con `guasa´. Pero que no vuelva a ocurrir.


viernes, 2 de enero de 2015

Año nuevo ubicuo

Despedimos doce meses e iniciamos otros doce bajo el dígito 2015 haciendo lo que la costumbre nos dicta: con celebraciones y buenos propósitos, intentando compartir con la familia unas esperanzas que pocas veces se cumplen para que la frustración nos amenace con su daga de doble filo: la del pesimismo y la derrota. No obstante, cada año encontramos motivos para brindar por lo conseguido y mirar el futuro con cierto optimismo. Y, sobre todo, para desear ver crecer a los hijos y no encontrárnoslos crecidos y adultos, convertidos en un vago recuerdo de lo que fueron de niños reflejado en sus pupilas. Así, procuramos que, a pesar de las dificultades, aprovechar estos fastos dedicados al consumo y la sensiblería para reunir a la familia en torno a una mesa y entregarnos al viejo hábito de hablar y reír mirándonos a los ojos y no a través de mensajitos de un teléfono móvil. Cosa cada vez más difícil porque la vida nos aleja unos de otros. Este año hemos tomado las uvas en la población jienense de Andújar, donde, si hace frío, hiela y la escarcha cubre charcos y las carrocerías de los coches con una delgada pero petrificada coraza blanquecina. Acudíamos a paliar la soledad de un hijo que debía permanecer allí por obligaciones laborales, mientras las nuevas tecnologías nos permitían estar en contacto con el resto de una familia que tenía desperdigados a sus miembros entre Sudáfrica y Sevilla, pudiendo brindar todos juntos por un nuevo año ubicuo, en el que ni las distancias ni las circunstancias fueron impedimentos para sentirlos cercanos y queridos.

Entre Upington, Andújar,
Burguillos y Mairena del Aljarafe

jueves, 1 de enero de 2015

Utopías para 2015


Aun sucumbiendo a la sensiblería, este blog aspira a que 2015 sea un año de esperanza para los olvidados y perjudicados por un sistema económico y social que prioriza la rentabilidad económica frente a la satisfacción de las necesidades perentorias de las personas, y que unas migajas de esa supuesta recuperación sirva para atender las demandas de los ciudadanos a tener derecho a una educación y una sanidad como palancas básicas que contrarrestan las desigualdades de origen. Que un nuevo mundo de justicia y equidad, donde florezca la ilustración y la solidaridad, sea posible entre los seres humanos. Ojalá estos deseos se conviertan en realidad y no engrosen las utopías de la razón.