lunes, 30 de septiembre de 2013

Cuatro años de Lienzo

Cabecera del blog en su 2ª época
Hoy se cumple el 4º aniversario de este blog, un hecho intrascendente que sólo importa a quien lo creara para volcar en él las impresiones que le despierta la realidad. Son cuatro años en los que han sucedido demasiadas cosas y se han producido innumerables cambios, a todos los niveles: personal, familiar, local, nacional e internacional. El mundo no está quieto y cada día gira para modificar las certezas que ayer aseguraban  la existencia. Es una dinámica que abruma y que, en ínfima proporción, se ha pretendido reflejar en las entradas de esta ventana virtual. Ningún asunto se ha considerado ajeno y, menos aun, aquellos que sacuden nuestra estabilidad cognitiva, sensitiva, cultural, social y también psicológica e individual.

Técnicamente, la bitácora deja mucho que desear a la hora de ofrecer productos acordes con las posibilidades que brinda la herramienta. Es una insuficiencia que reconocemos y que no aceptamos más que con preocupación. Incapaces de resolverla, a pesar de intentarlo, nos dedicamos a mantener activa la bitácora con la publicación de post de frecuencia regular, casi diaria. No siendo un medio profesional para ganarse la vida -ni se pretendía-, las obligaciones laborales cotidianas impedían una actualización diaria de su contenido. Pero casi se ha conseguido. En los últimos años se ha logrado una media de más de 200 entradas por año, lo que no es mal dato para un blog personal.

El número de visitas sobrepasa las 25.000, aunque los seguidores registrados apenas superan la decena. Si el objetivo hubiera sido disponer de un soporte para la publicidad, Lienzo de Babel ya hubiera quebrado. Sin embargo, en esta página nunca se alojarán anuncios aunque consiga millones de lectores. Su propósito es bien distinto.

Plantilla de su 1ª época
En estos cuatro años, aquí se ha expuesto lo que conmueve a su autor, en el sentido de incitarlo a “moverse”, conocer y comprender los hechos de los que es testigo como protagonista o simple espectador. Y de expresar las impresiones que ello le suscita, con la voluntad de compartirlas y cotejarlas con quienes las secundan o las rebaten. Es la única manera de mirar a un mundo regido por el azar, es decir, por causas que se ignoran y que la razón no es capaz de conocer. Sigue así una máxima que Sócrates se aplicó a sí mismo con la esperanza de que los demás la siguieran: La vida hay que examinarla, de lo contrario no merece ser vivida.

Con la humildad que corresponde, Lienzo de Babel ha pretendido reflejar el acontecer existencial de su autor, ocupándose de asuntos políticos, culturales, económicos y sociales, en general, y muy pocos de índole particular. Quizás, por ello, el mayor volumen de lecturas se produce, además de España, en Estados Unidos, Rusia y Latinoamérica. La única explicación posible es que, como en las novelas clásicas, de su trama (entradas) se extrae un retrato de la época (actual) del país. Más que la aventura de infidelidad en Ana Karenina, de la obra de Tolstoi sobresale la descripción fidedigna de su tiempo, un contexto moral y sociológico que explica las conductas de los personajes. Del mismo modo, estas páginas podrían servir para conocer, de alguna manera, nuestro tiempo actual, el que nos ha tocado vivir. Aquí no se revelan secretos que interesen a potencias extranjeras, sino vivencias que ofrecen el sentir y las preocupaciones de al menos un ciudadano: quien esto escribe.

En cualquier caso, la iniciativa que Lienzo de Babel emprendió hace cuatro años tendrá continuidad. Independientemente de su utilidad instrumental, su mayor logro ha sido la capacidad de comunicar con esos “babilonios invisibles” que constantemente rastrean sus páginas. Si algo merecería la pena celebrar de estos cuatro años, será esa atención y confianza que ellos depositan en un blog tan poco “espectacular”. Gracias.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Castigo a los funcionarios


Al cabo de cinco años de crisis económica, provocada –no lo olvidemos- por los desmanes de especuladores financieros y sus “ingenierías” para convertir los paquetes de deuda (hipotecas
subprime) en productos mercantiles sumamente rentables (ganar dinero traspasando a otro la deuda), con la bendición de las agencias de calificación, son otra vez los funcionarios los que vuelven a ser el chivo expiatorio y deben pagar por... estar atrapados en medio de un chantaje.

Resulta que los “incautos” que compraron (y apalancaron) tales productos de rentabilidad discutible son los bancos y otras entidades financieras que se dedican a “jugar” con dinero que no es suyo. Al derrumbarse la estafa piramidal (todo iba bien siempre que hubiera un tercero que siguiera comprando), la mayoría de esos especuladores, empezando por Lehman Brothers, se encontraron en quiebra al no disponer de dinero con que hacer frente a los compromisos de pagos adquiridos. Eran, literalmente, deslumbrantes empresas de papel mojado. Y comenzaron a caer. Algunas eran tan enormes que los Estados temieron por la integridad financiera del sistema. Y decidieron –empezando por el país más “liberal” en política, EE UU- ayudar a tales empresas, “nacionalizando” la deuda e inyectando grandes cantidades de fondos públicos, para evitar una parálisis de un sector que también compra –y financia- deuda pública. Y lo que comenzó siendo un problema privado (de los bancos) se transformó en un problema público, al que se añaden las exigencias de aquellas mismas agencias de calificación para que los riesgos de los Estados fueran “sostenibles”. Los  actores que renegaron de cualquier regulación en sus manejos (y, al no estar controlados, acabaron realizando prácticas abusivas y engañosas) son los que ahora imponen “reglas de mercado” para financiar a los Estados. Los acusan de estar muy endeudados por prestar servicios públicos. Y les obligan a ahorrar, “adelgazando” el gasto.

Pero, ¿en qué gasta el Estado? Con el dinero de los contribuyentes, de los que obtiene recursos proporcionales a sus capacidades económicas –fiscalidad progresiva que hace pagar más al que más tiene-, el Estado presta servicios que facilitan la vida fundamentalmente a quienes no pueden costeárselos. Así, ofrece una educación pública abierta a todos, una sanidad pública de acceso universal, una seguridad pública que protege a todos los ciudadanos, una justicia que vela por el cumplimiento de unas leyes que incumben a todos -incluido el yerno del rey-, además de ayudar o socorrer a personas con necesidades y situaciones especiales (niños, ancianos, estudiantes, etc.) y promover sectores que posibilitan el desarrollo y el progreso del conjunto del país (cultura, investigación, innovación, etc.)

Es evidente que gran parte de estos servicios públicos el Estado los provee a través de un personal que contrata, para evitar dirigismo, mediante concurso-oposición público al que cualquier ciudadano puede optar. Son los denominados funcionarios públicos: maestros de escuela, profesores de universidad, médicos de hospitales, enfermeros, bomberos, jueces, policías, soldados, administrativos de ayuntamientos, consejerías y gobiernos, jardineros de parques y jardines, barrenderos, etc. También el Estado corre con otros gastos que contribuyen a resarcir o indemnizar a quienes han cumplido con sus obligaciones durante toda su vida (pensiones), o han sufrido percances laborales ajenos a su voluntad (paro) o responden al sentir mayoritario de la población (curas e iglesias), junto a subvenciones de otras actividades consideradas de interés público: sindicatos, votaciones, deportes, etc.

Toda esta forma de convivencia social está ahora en cuestión. Los que nos han llevado a la ruina estiman que el Estado gasta demasiado y debe ahorrar a toda costa. Y el Gobierno, que depende de la financiación de la deuda soberana para, aparte de los impuestos, obtener ingresos con los que hacer “sostenibles” sus prestaciones, acata escrupulosamente la orden y aplica la tijera con sumisa diligencia.

A quien considera que Mariano Rajoy es el mejor presidente de España habría que recordarle que este señor cobarde para las comparecencias periodísticas, mentiroso en sus declaraciones parlamentarias e incapaz de articular discursos sin construirlos con lugares comunes y latiguillos verbales, es el que más ha subordinado su actuación al servicio unilateral del capital, no de los ciudadanos que lo eligieron. Este señor la tiene emprendida contra los funcionarios y aquel modelo social basado en la solidaridad colectiva que se teje con los hilos del Estado del Bienestar. A unos y a otros los está destruyendo con la excusa de una “crisis” que intenta subvertir este modelo de sociedad por otro donde las prestaciones o servicios públicos, una vez eliminados o reducidos a su mínima expresión, sean “mercantilizados” por la iniciativa privada. Ello podrá ser muy coherente con la ideología “neoliberal” del señor Rajoy y el partido que lo sustenta, pero supone un chantaje a unos empleados públicos que nada tienen que ver ni con la crisis ni con la mentalidad e intenciones de Mariano Rajoy.

Mientras a los bancos y al sistema financiero, en general, se les inyecta cuántas ayudas sean pertinentes para equilibrar sus cuentas, sin exigencia de responsabilidades, a los ciudadanos que optaron por un empleo en el sector público se les exprime con la excusa de que su puesto de trabajo está asegurado, como si eso fuera verdad o una bicoca ganada por sorteo. Porque, aún cuando la estabilidad laboral sea mucho más sólida comparada con la arbitrariedad empresarial privada, la pérdida de la condición de empleado público está contemplada en la normativa que regula su función, y sus retribuciones, en cambio, son manifiestamente inferiores a las del sector privado, sobre todo en épocas de expansión económica, cuando cualquier peón de albañil ganaba más que un profesor de universidad.

Y como es más fácil “recortar” gastos que incrementar ingresos (subir el IVA hace que se consuma menos), el Gobierno reduce “gastos”. Ya ha reducido drásticamente en educación, sanidad y prestaciones sociales (dependencia, pensiones, gasto farmacéutico, becas, etc.) y en el sueldo de los empleados públicos. Cada vez que se quiere arañar algunas décimas al déficit público, se rebaja o congela el salario de los funcionarios. Lo han hecho todos los gobiernos de la democracia cuando han tenido problemas presupuestarios, pero el actual Ejecutivo de Mariano Rajoy lo practica con insolente descaro. En dos años de gobierno, ha congelado las remuneraciones funcionariales por segunda vez y ha eliminado una paga extraordinaria, además de reducir en más 300.000 personas la plantilla de empleados estatales gracias a la limitación del diez por ciento de renovación de los que se jubilan. Y, encima, pretende que creas que lo hace por garantizar la “sostenibilidad” de los servicios públicos.

Sometidos a semejante chantaje, los funcionarios -que suelen ser tildados por parte de políticos de medio pelo como “privilegiados” y “vagos” cuando desean enfrentarlos al conjunto de los trabajadores-, han de aceptar con estoicismo todas estas ofensas y las injustas medidas que se aplican contra sus retribuciones y condiciones laborales. Lo hacen, empero, con el mantenimiento de su dignidad intacta. Porque quienes cobran sobresueldos, se financian irregularmente, compatibilizan una dedicación pública con actividades privadas y viven confortablemente en la élite de una ubicación política, se la tienen jurada: hay que castigar a los funcionarios, al menos hasta 2014. En 2015, año en que están previstas nuevas elecciones, ya les satisfarán con algún caramelo. Y si no, al tiempo para comprobarlo. Así de ruin es la estrategia gubernamental en el chantaje a los funcionarios.

viernes, 27 de septiembre de 2013

¡Adiós, septiembre!

    
Los últimos días de septiembre se escurren entre las páginas del calendario. Se despiden este fin de semana bajo un manto gris que adelanta las primeras lluvias del otoño. Ya las noches comienzan a exhalar el hálito frío de las madrugadas y un relente tímido tapiza con fina humedad los amaneceres a la intemperie. Sobre los tejados, estelas de humo subrayan el eco de conversaciones nacidas al abrigo de chimeneas y el calor de una compañía atenta. El fruto de los naranjos aguarda envuelto en una paciencia verde el tiempo maduro que lo convierte en jugoso manjar amarillento. Los pálidos rayos del sol reverberan entre las ramas y burlan con sus reflejos las tímidas aguas de arroyos y estanques. El velo otoñal de estos días encandila los sentidos con sus horas breves e intensas y nos disponen a los arrumacos del amor. Una piel erizada de sensibilidad hace que despidamos septiembre con el estremecimiento de un alumbramiento y la esperanza de un nuevo renacer. ¡Adiós, septiembre, adiós!

jueves, 26 de septiembre de 2013

Bajarse lo que sea...

Aun cuando están rolando imperceptiblemente los vientos (nuevos delitos que penalizan el quebranto de los derechos de autor), todavía estamos acostumbrados a bajarnos de Internet lo que sea, a condición de que sea gratuito. No queremos pagar por ningún producto cultural -sea disco, libro o película-, aunque ello condene la creación artística a la extinción por inanición. Renegamos de doblarla si no es previo acuerdo de remuneración “digna”, pero exigimos que los creadores trabajen altruistamente porque nos conviene. No reconocer méritos ajenos ni valorar la dedicación de escritores, músicos o actores, entre otros profesionales, es marca de estos comportamientos suscritos al gratis total. Aquí, en este país, somos más listos que nadie en el mundo y buscamos resquicios para colarnos por la cara y conseguir de “pescua” cualquier capricho que se nos antoje. Eso sí, pagamos religiosamente los espectáculos del divertimiento patrio (fútbol, toros, etc.) y aceptamos que los bares no regalen el alcohol. Establecemos unas prioridades donde la cultura queda reducida, en nuestra apreciación social, al nivel en que no merece la pena pagar por ella. Creemos que no es importante, no sirve para nada y, si despierta algún interés, nos la bajamos gratis de Internet. Por eso, el Gobierno, con la intención de apuntillar a un sector tan despreciado, lo grava con un 21 % en el IVA, casi como si fuera artículo de lujo, con lo que hace menos asequible su consumo y disfrute. Entre unos y otros están consiguiendo lo que no pudo la dictadura en cuarenta años: callar las voces de los que interpretan y dan a conocer nuestras vicisitudes colectivas y los difíciles tiempos que nos ha tocado vivir. No queremos testimonios de nuestra Historia porque preferimos ser protagonistas sumamente gorrones. Total, ya alguien en el futuro se la podrá bajar de donde sea.  

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Punto de encuentro

  
Nos cuesta reconocernos cual somos, por eso intentamos reflejar la imagen de cómo nos gustaría ser. Nuestras relaciones con los demás constituyen una especie de espectáculo en el que actuamos tras máscaras que pretenden representar el ser ideal al que aspiramos. Ocultamos nuestros defectos y revelamos aquellas virtudes que consideramos apropiadas al personaje que construimos. Valoramos en la amistad los valores que desearíamos nos adornasen y despreciamos, no sólo los ingratos, sino también a los que no se dejan engañar con nuestro disfraz social. Muchos buscan en los demás quiénes son, mientras algunos se buscan en su interior sin importarles ningún modelo de éxito asegurado. Todos hallan su punto de encuentro real o simulado, aunque el auténtico se aloja siempre en el desprendimiento sincero de caretas y en esa búsqueda constante que el filósofo sentenció como: “conócete a ti mismo”.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Los males del rey


La salud del rey de España, don Juan Carlos I, es mala, muy resquebrajada, y muestra un progresivo empeoramiento que hace temer lo peor. Y no me refiero a esa operación a la que será sometido mañana, en una clínica privada de Madrid tras descartar la posibilidad de hacerlo en EE UU, para sustituir una prótesis de cadera que presenta infección, sino a los males que aquejan a la institución monárquica en los últimos años.

La salud física del rey se corresponde, con más o menos “goteras”, a la de cualquier anciano que empieza a sufrir los achaques propios de la edad, aunque con la particularidad de que Su Majestad puede escoger los especialistas más prestigiosos para tratarse e incluso seleccionar el centro hospitalario que le ofrezca mayores garantías, sea público o privado, nacional o extranjero. Siendo su persona la que representa la cúspide de la estructura estatal, como Jefe de Estado, es comprensible que disfrute de tales privilegios, a pesar de que al común de los españoles se le recorten, de un tiempo a esta parte, prestaciones sanitarias y se le supriman derechos sociales. No todos somos iguales, diga lo que diga la Constitución, pero lo tenemos asumido.

Porque los males más graves del rey afectan no sólo a su persona –ya es la quinta intervención quirúrgica en menos de año y medio-, sino a la monarquía como institución, que se ve inmersa en un fuerte desprestigio entre los ciudadanos. Una mayoría de españoles recela de la necesidad de mantener una institución que no deja de generar escándalos por el comportamiento de algunos de sus miembros, incluido el propio rey con sus cacerías africanas y algunas amistades peligrosas, cuando no por esas investigaciones judiciales por presuntos delitos económicos de las que son objeto destacados miembros de su familia, como el llamado caso Nóos, que salpica a la infanta Cristina y tiene por principal imputado al esposo de ésta, Iñaki Urdangarín, yerno del rey.

Y es que, hasta que no se ha hecho evidente la pérdida imparable del prestigio de la Corona, ésta no ha emprendido un proceso de rectificación que dote de transparencia su funcionamiento –hasta cierto punto- y repare en lo posible una popularidad que apenas renueva aquella adhesión emocional que despertaba la Familia Real en el país. Una adhesión emotiva, más que una sincera convicción monárquica, que había impregnado a la monarquía del aprecio de su pueblo, considerándola como una de las instituciones más respetadas por los españoles, en tanto en cuanto supo responder con dignidad al chantaje que los golpistas de Tejero, Miláns de Bosch y Armada intentaron perpetrar contra la democracia en los prolegómenos de su instauración como forma de convivencia pacífica. 

Que toda aquella aureola de intangibilidad y veneración se ha diluido a causa de los escándalos y las actitudes impropias germinados en el seno de la Casa Real, es más que evidente: es patente. No puede extrañar, por tanto, que ante el enésimo obstáculo con el que tropieza el rey, la gente haya reabierto el debate de su posible abdicación, como mal menor. Una abdicación que preserva a la monarquía mediante la sucesión perfectamente regulada en nuestro ordenamiento legal para coronar nuevo rey. Aunque la decisión de tal supuesto pertenezca en exclusiva a Su Majestad don Juan Carlos, quien ya ha asegurado que no piensa abdicar, la salud de la monarquía –que no la del monarca- obliga a considerar esta delicada cuestión cuanto antes.

Más de tres décadas después de la proverbial defensa del rey a favor de la democracia, lo que en cualquier caso supuso hacer lo que correspondía a su deber, ya que otra postura hubiera significado su alejamiento de los deseos de los españoles y el suicidio del régimen monárquico, la Corona no puede seguir viviendo de las rentas. La democracia exige transparencia también en el Palacio de la Zarzuela y honestidad en las conductas de quienes encarnan tan alta representación institucional en nombre de la sociedad española, a la que sirven como símbolo de nuestras virtudes y anhelos, no de nuestros defectos.

Porque otra cosa es que, ante el cúmulo de acontecimientos que roen los cimientos de la institución, se corra el riesgo de provocar el cuestionamiento de lo que empieza aparecer anacrónico -una monarquía hereditaria poco acorde en sociedades democráticas- e ineficaz en los tiempos modernos -que exigen transparencia y sometimiento a la voluntad popular-. Ante este peligro, mucho más factible de lo que presumen los monárquicos, la solicitud de abdicación debería ser motivo de atenta reflexión. Es como la sugerencia o queja que un cliente eleva a una empresa para mantener su relación con ella. Si no le importara, no se preocuparía de avisar de ninguna irregularidad y dejaría de comprar.

Esta nueva intervención del rey, que interrumpe la campaña para mejorar su deteriorada imagen pública, puede aprovecharse, no sólo para combatir la infección bacteriana que aqueja su salud, sino también para tratar a la monarquía como institución con la renovación de un nuevo contrato con la sociedad española basado en la legitimidad democrática y la transparencia absoluta de su funcionamiento y financiación. Porque no son los españoles los que deben al rey el advenimiento de la democracia y la convivencia pacífica y plural, sino la monarquía la que debe a los españoles su fidelidad y aceptación social. Y ya es hora de corresponderles, antes de que opten por una república que responda a su soberana voluntad.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Despierta el otoño


Hoy comienza astronómicamente el otoño, a las 22 horas y 44 minutos, una hora menos en Canarias -según el Instituto Geográfico Nacional-, pero los sentidos llevan percibiendo su llegada desde hace, al menos, un par de semanas, y al que las emociones adelantan aún más su encuentro, haciendo interminable un verano que todavía colea en la agonía del mediodía. Pero ya está certificado: esta noche podremos brindar por los días más cortos y las nieblas matutinas que, a partir de hoy, no tardarán en conformar unas jornadas placenteras, que invitan a recorrer una naturaleza rural, de bosques o matorrales, por senderos cubiertos de hojas que crepitan a nuestro paso, para detenernos a admirar aquel horizonte edénico que siempre soñamos sin poder nunca alcanzarlo. Desde hoy parecerá más cerca y más probable que podamos lograrlo porque el otoño nos ofrecerá 89 días y 20 horas –según los científicos- para que materialicemos nuestros deseos. Es tiempo de despertar.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Alaya, la `tapada´


Voy a hacer un futurible. No es descabellado adivinar esta posibilidad, que no es tan improbable ni tan absurda, aunque el silencio que rodea el asunto, del que ni se especula, genera precisamente la sospecha de que está siendo sopesado y reservado para su debido momento. Es más, muchos estarían encantados de que se produjese porque dispondrían, al fin, del “arma” definitiva para alcanzar el triunfo largamente perseguido y jamás conseguido: conquistar la Junta de Andalucía. Y es que sería todo un “bombazo” que la juez Mercedes Alaya se convirtiera en la candidata del Partido Popular a la Presidencia de la Junta de Andalucía en las próximas elecciones autonómicas. No sería algo inédito. Se repetiría la jugada que ya hiciera Felipe González cuando incorporó al juez Baltasar Garzón en el segundo puesto de la papeleta madrileña del PSOE en las elecciones generales de 1993, lo que supuso todo un revulsivo que contribuyó a que los socialistas ganaran aquellos comicios, pero defraudó las expectativas del magistrado, que acabó dando un portazo.

Pero la jueza Alaya parece más convencida de sus afinidades políticas y de las posibilidades reales para cumplir tal objetivo. Nunca ha declarado semejante intención, pero se deduce de su actuación como instructora del caso de los ERE que investiga en su juzgado. Y es que es sumamente imposible no hacer una lectura política de su proceder sumarial, en el que hace coincidir la publicación de sus autos con fechas claves de la iniciativa política del PSOE, partido que gobierna la Junta de Andalucía. Su talante y su trayectoria parecen delatarla.

Mercedes Alaya Rodríguez (Écija, 1963) es la juez titular del Juzgado de Instrucción número 6 de Sevilla desde 1998, donde comenzó a investigar el caso Mercasevilla, del que deriva el caso de los ERE  irregulares financiados por la Junta de Andalucía. Está casada con un auditor que trabajó hasta 2002 precisamente en Mercasevilla y quien podría, casi con toda seguridad, asesorarla a la hora de desbrozar las cuentas y partidas presupuestarias del Gobierno andaluz que le permiten determinar el alcance y volumen de la malversación de caudales públicos en los ERE fraudulentos.

La resonancia de este caso -el mayor caso de corrupción conocido en Andalucía-, ha convertido a la juez Alaya en un personaje público, con el que los medios se recrean a la hora de difundir la imagen de su inevitable “paseíllo” cada vez que entra y sale del Juzgado, arrastrando el “trolley” en el que transporta los documentos de su trabajo. Precisamente esos minutos mediáticos, su variado vestuario y su hieratismo físico despiertan comentarios encendidos en las tertulias, pero ninguno objetivo. Seria, distante, discreta y perseverante, Mercedes Alaya, como juez, se está labrando una reputación de látigo de socialistas, ya que anteriormente, en 1990, siendo juez en Fuengirola (Málaga), encausó al alcalde socialista de la localidad, Sancho Adam, por otro presunto delito de malversación de fondos públicos.

En 1992 recala en Sevilla y desde 1998 es titular del Juzgado 6 de Instrucción. Su investigación del caso de los ERE, el de mayor volumen tramitado en Sevilla, causa polémica por los modos, las coincidencias cronológicas y el amplio número de implicados que caracterizan el sumario, con cerca de 70 personas imputadas, 136 millones de euros desviados en ayudas directas a empresas, sobrecomisiones a intermediarios y pagos a “intrusos” con las indemnizaciones. Más que un caso de corrupción, ciertamente complejo, parece un enjuiciamiento contra la política de subvenciones de la Junta de Andalucía, institución a la que la juez Alaya acusa de haber ideado un mecanismo completamente ilegal y, por tanto, presuntamente indiciario de delitos penales, con el que estuvo durante más de 10 años concediendo ayudas sociolaborales sin el respaldo de la Intervención y sin apenas control.

En la instrucción de un sumario de esta envergadura, que ella asume de manera individual y directa sin permitir la ayuda de ningún otro juez, llama poderosamente la atención las “coincidencias” cronológicas de sus autos, que se hacen públicos en fechas que benefician en cada momento al Partido Popular, formación personada como acusación particular en el caso y presidida en Andalucía por Juan Ignacio Zoido, actual alcalde de Sevilla y magistrado en excedencia que anteriormente fue Juez Decano de Sevilla, cuando Alaya estaba al frente de otro Juzgado. Esa confluencia de intereses fue puesta de manifiesto por Alfonso Guerra, en una conferencia pronunciada en el Club Antares de Sevilla, al afirmar que existía una “relación incluso fuerte, personal” entre ambos magistrados, refiriéndose a algún expediente común.

De lo que no cabe duda, en cualquier caso, es que algunos autos de la juez Alaya, tal vez los más llamativos y de mayores repercusiones jurídicas y mediáticas, han sido dictados en fechas que perjudicaban notoriamente al PSOE, a sus iniciativas políticas o a sus estrategias electorales. Así, Mercedes Alaya ordena la detención de Francisco Javier Guerrero, ex director general de Trabajo y principal acusado en el caso, el primer día de campaña de las elecciones autonómicas, en febrero de 2012, y a su chófer, el de la cocaína, lo llama a declarar cinco días antes de los comicios. La casualidad se repite cuando Susana Díaz celebra su toma de posesión como Presidenta de la Junta de Andalucía, fecha en la que la juez Alaya hace público otro auto por el que invita a personas aforadas, entre ellas los presidentes anteriores, Manuel Cháves y José Antonio Griñán, a que declaren voluntariamente en el caso, si lo desean, no teniendo potestad para imputarlos sin elevar el caso al Tribunal Superior de Justicia de Andalucía o al Supremo de Madrid.

Tantas “casualidades” en la instrucción del caso de los ERE y su dilación en el tiempo -lo que ha ocasionado advertencias del Poder Judicial, de la Fiscalía y del consejero de Justicia de Andalucía, aparte de innumerables quejas y críticas tanto de implicados como de compañeros de la carrera judicial- obligan a deducir cierta intencionalidad cronológica con los tiempos de la política. Porque imputar ahora, al cabo de tres años de instrucción, a 20 altos y exaltos cargos de la Junta de Andalucía e “invitar” a declarar a aforados sin llegar a imputarlos, por no tener competencia para ello, demuestra, al menos, un manejo de los tiempos intencionado y, lo que es más grave, injustificado e impropio en una juez imparcial y rigurosa, que siempre ha de tener presente el derecho a la defensa de cualquier imputado.

Si la justicia fuera el interés prevalente, la celeridad de las actuaciones judiciales (hay imputados que llevan más de tres años pendientes de ser llamados a declarar) y su remisión a las instancias jurisdiccionales competentes (en caso de aforados imputados) serían las características del caso de los ERE, cosa contraria a la realidad. Queda, por tanto, el interés inconfesado por alargar un proceso hasta el momento más cercano posible a las próximas elecciones autonómicas y presentar de candidato a una personalidad que se encumbra como adalid de la lucha contra la corrupción y martillo de herejes socialistas. Si ese fuera el desenlace de esta conjetura, independientemente del enjuiciamiento de los culpables por robar dinero público, la juez Mercedes Alaya merecería la reprobación ciudadana, pues habría administrado la justicia al servicio de sus propósitos políticos. Algo indigno y espúreo al servicio honesto y leal de la justicia.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Curso de Wert (güenza)


Ministro Wert
Se inicia el curso escolar más problemático y conflictivo de la historia educativa reciente. Nada más comenzar, ya están convocados paros y manifestaciones que delatan el descontento que reina entre profesores y alumnos, a todos los niveles: desde la enseñanza primaria hasta la universitaria. A nadie deja indiferente el presente curso escolar. Y la causa es sólo una, una persona: don José Ignacio Wert, el ministro que más cambios que producido en los contenidos educativos y más recortes ha proporcionado a la enseñanza. Aunque él lo niega, no engaña a una comunidad que está sensibilizada y harta de sufrir, cada vez que se produce una alternancia de Gobierno, los vaivenes de la política educativa de este país. Pero este año el colmo lo constituyen la magnitud de las limitaciones de todo tipo y las afrentas que ha tocado padecer a la educación pública, con reducciones importantes en la plantilla del profesorado, aumento de horas lectivas, recortes presupuestarios y salariales, incremento del número de alumnados por clase, reducción de becas y amplio etcétera que mantienen los ánimos caldeados y crispados. No es de extrañar que, por ello, el inicio del curso haya sido explosivo. Y peor se puede poner.

El efecto de los recortes que reflejan las estadísticas es profundamente desolador. Ya el año pasado, unos 500.000 niños perdieron las ayudas para comprar libros texto o material escolar, tras el tijeretazo del 47 %  (67 millones de euros) de esa partida ministerial. Pero más grave aún es que cerca de 25.000 alumnos no disfrutarán de becas este año, de ellos 10.000 universitarios que verán mermadas sus posibilidades para una formación superior. Yo no sé si el dinero que el Estado va a ahorrarse con estos “tijeretazos” (unos 195 millones de euros, un 11% menos) servirá para sacar al país de la crisis, pero de lo que estoy seguro es que lo hundirá aún más en la pobreza intelectual y en la carencia de una “masa gris” que potencie la necesaria innovación, desarrollo e investigación que precisa nuestro tejido industrial y productivo. Tal vez piense el ministro Wert que sobran universitarios críticos, esos que incluso le niegan el saludo cuando les hace entrega de  un premio, y lo que conviene sea una ingente masa no cualificada destinada a ser “carne de cañón” (barata, se sobreentiende, pero con idiomas) para el sector más pujante de nuestra economía: turismo y ladrillo; es decir, camareros y albañiles.

Así las cosas, que en las escuelas públicas existan 20.000 profesores menos este curso no es más que la consecuencia de esa política cortoplacista y neoliberal que aplica el Gobierno de Mariano Rajoy en todo lo que son derechos e inversiones sociales, y de la que el ministro Wert no es más que el mandado de turno. Luego se queja de que las huelgas que convocan los damnificados por sus “recortes” son “políticas”, cuando –como titular de educación que se supone que es- sabe que, por definición, cualquier interés por lo colectivo y el bien común es político. ¿O acaso sus medidas no son políticas? ¿No es político -y sectario- suprimir la asignatura de Educación para la Ciudadanía? ¿Reintroducir la religión no es ideológico y, por tanto, político?

Pues protestar por todo ello y reclamar mayores recursos para preservar el derecho a la educación, exigiendo unos contenidos estables y sin “catecismos” dogmáticos y adoctrinadores en función del gobernante de turno, es lo que reclaman los que se echan a la calle, el próximo 24 de octubre, en defensa de la escuela pública, en lo que será la segunda huelga general educativa. El ministro Wert no lo percibe así y cree que los manifestantes son unos ignorantes, con lo que su actitud y talante sirve para calificar el curso escolar que él promueve: de “wert”güenza.

lunes, 16 de septiembre de 2013

El gendarme del tablero


La política (en su más extensa y gráfica acepción) es una partida de ajedrez que se juega a múltiples escalas y en diversos tableros que se superponen unos a otros, desde el estatal al internacional. Mover ficha en cada uno de ellos tiene repercusión en las estrategias que se siguen en todos los demás. Ningún jaque-mate es insignificante aunque la partida se celebre sobre las cuadrículas de un enfrentamiento restringido a un solo país. Todas las demás competiciones van a verse afectadas por la pérdida de cada pieza.

Esta imagen de la política como juego de ajedrez es fácilmente apreciable en esas alteraciones del poder que se han conocido en el mundo como “primavera árabe”: sublevaciones populares contra tiranías y dictaduras en diversos países árabes, la mayoría de ellos musulmanes, del Cercano Oriente y ribereños del Mediterráneo, tales como Túnez, Libia,  Egipto, Yemen y ahora Siria. En ninguno se hallaban los rebeldes enfrentándose en solitario con revoluciones pseudo-democráticas de consecuencias inciertas, sino que contaban con “jugadores” que participaban del “juego” en otros ámbitos interrelacionados y, por supuesto, divididos en dos bandos: unos, a favor, y otros, en contra. 

En Siria, por ejemplo, se está dirimiendo la enésima partida de este encuentro que enfrenta a la política local, regional e internacional. Allí mueven piezas, desde peones al rey, los insurgentes levantados en armas y el propio sátrapa local, Bashar el Asad, con su Ejército regular, pero también las milicias chiíes libanesas de Hezbolá e iraníes de Pasdarán, yahadistas de Irak y de Al Qaeda, la larga mano de Israel que golpea cuando detecta cualquier peligro latente, Turquía, Jordania, Líbano, los apoyos financieros de Arabia Saudí y algunos Emiratos árabes, Europa, Rusia y Estados Unidos, sin contar a los chinos que, como es de suponer, tampoco andan quietos observado el evento. Tanta gente juega que ni la ONU es capaz de ponerse de acuerdo para adoptar alguna resolución que imponga cordura y sobre todo paz en esa guerra, debido a que participantes con derecho a veto bloquean las iniciativas del contrario.

Y, una vez más, es Estados Unidos el que ejerce de gendarme o árbitro de las reglas de juego en estos escenarios, antes bélicos que lúdicos, de la política internacional cuando la diplomacia es silenciada por las armas. Y lo asume en su condición de superpotencia mundial, la única que conserva dicho título tras la descomposición de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el final de la Guerra Fría. Ejerce el papel de gendarme global sin ataduras legales y mediante un poder sin constricciones (militar, económico, cultural y político) que le permite el dominio internacional.

Rusia, heredera del imperio comunista, mantiene un poder enorme como potencia, pero no puede considerarse superpotencia con intereses a escala planetaria, como la norteamericana. Ello no obsta para que influya de manera significativa en aquellos focos en los que su reputación está en juego, así como sus negocios. Por eso presta apoyo a Siria, donde tiene una base naval en el puerto de Tartus, e impide una condena inmediata en el Consejo de Seguridad por el uso de armas químicas por parte de El Asad. Exige, antes de aprobar cualquier medida, pruebas irrefutables que ni los inspectores de la ONU son capaces de obtener de manera fehaciente, aunque los muertos gaseados se acumulen en las calles de Damasco.

Irán, el otro gran apoyo de Siria, facilita recursos militares al Ejército de El Asad y financia a los milicianos libaneses de Hezbolá, que combaten junto al Ejército sirio. Aparte de la afinidad ideológica (contra los sunitas, Israel y Occidente), le mueven también intereses económicos, que se sustancian en ese acuerdo para la construcción de lo que podría ser el mayor gasoducto de Medio Oriente capaz de transportar gas natural desde Irán, pasando por Irak y Siria, hasta Europa.

Prácticamente desde su nacimiento como potencia emergente, EE.UU. ha actuado en defensa de sus intereses cuando lo ha creído oportuno, bien para ampliar su área de influencia, bien para asegurarse el suministro de materias primas. Así, en un primer momento, apoyó a los independentistas cubanos cuando decidieron separarse de España, quedándose con Cuba, Puerto Rico, Filipinas y otros botines del imperio colonial español de la época. Posteriormente, ha invadido islas (Granada), zonas de otros países (Guantánamo, Canal de Panamá) y actuado decididamente en conflictos de todo tipo y lugar (1ª y 2ª Guerra Mundial, Vietnam, Balcanes, Afganistán, etc.)  No se detiene ante nada y nunca le ha importado proceder de manera poco “limpia”, sin respetar la legalidad vigente o saltándose las resoluciones de la ONU. De hecho, según el historiador Spencer Weart, EE.UU. ha apoyado más Golpes de Estado contra democracias que a favor de ellas. La “pax americana” se extiende por todo el globo, donde implanta su punto de vista comercial (OMC), su modelo económico (BM) y los flujos financieros (FMI), además de su cultura y estilo de vida (Hollywood, archicultura pop, etc.) y hasta sus gustos gastronómicos y de ocio (Burger King, nuevas tecnologías). Es decir, propaga sus valores y, con ellos, su influencia y control.

Ninguna aventura estadounidense es sincera e inocente. El famoso Plan Marshall que concedió ayudas ingentes a Europa para su recuperación tras la 2ª Guerra Mundial, sirvió, en realidad, para abrir mercados en este continente que reportaron un superávit comercial por valor de 12,5 billones de dólares, además de adherir, como aliados bajo la OTAN, a los países que conforman la frontera terrestre frente al “Telón de Acero”, ya definitivamente derruido por la herrumbre ideológica del comunismo.

Sin embargo, a esta guerra civil de Siria le perjudica el recuerdo de las excusas y mentiras que sirvieron para ordenar el ataque a Irak por culpa de unas “armas de destrucción masiva” que nunca existieron. Y, aunque en esta ocasión parezca no haber dudas sobre el uso de agentes químicos por parte del Ejército sirio, como el gas sarín que Inglaterra le vendió al régimen de El Asad, nadie confía en las intenciones reales de EE.UU. para involucrarse en el conflicto. Máxime cuando las víctimas del mismo, tras dos años de enfrentamientos, ascienden ya a más de 100.000 muertos, miles de ellos niños, y son millones las personas refugiadas o desplazadas a causa de una guerra que desangra a su propio pueblo.

Es evidente que el ataque del 21 de agosto con armas químicas por parte del Ejército de El Asad contra los rebeldes y la población entre la que se parapetan, representa un umbral o “línea roja” que no debe aceptarse sea traspasado, aunque los muertos por los gases venenosos supongan una mínima parte (1.400) de los fallecidos en esta guerra (100.000). Ninguna guerra es tolerable, pero las que se valen de armamento sumamente letal son aún más intolerables por su poder mortífero. Por eso están prohibidas por la comunidad internacional, ya que su uso supondría aumentar el riesgo de atrocidades aún mayores e indicriminadas. Incluso su tenencia acarrea un peligro para la seguridad nacional e internacional.

Ante la impasibilidad de los actores que intervienen, de una u otra forma, en este conflicto, sólo EE.UU. ha amenazado con utilizar la fuerza para impedir el uso de esas armas químicas por parte del régimen sirio. Vuelve, una vez más, a ejercer ese papel de gendarme global en una zona estratégica y moviliza sus portaviones para demostrar la seriedad de sus intenciones. Sólo entonces es cuando Rusia se aviene a pactar un acuerdo para destruir todo el arsenal químico de Bachar el Asad, mientras los demás países, excepto Francia, muestran una tibieza que linda con la irresponsabilidad y la irrelevancia.

Acostumbrados a estar “calentitos” bajo el paraguas de USA, muy conformes en ese papel subordinado a los intereses de la gran nación americana, con la que nos sentimos plenamente identificados con sus valores y su forma de ser, nos negamos a asumir la responsabilidad que nos correspondería como miembros de una región, Europa, que aspira a ocupar un lugar preponderante -confío que no sólo económicamente- en el mundo. Ningún Alto Representante de Política Exterior de Europa ha movido un dedo para buscar un acuerdo que impida la matanza siria, ni ha expresado en voz alta y firme su más enérgico rechazo al uso de armas químicas por parte de quien sea. Nos hemos quedado al margen, silentes e inmóviles.

Es por ello que, no es sólo que EE.UU. tenga un poder fabuloso para proyectar sus patrones culturales, sociales, políticos y económicos en el orbe, es que, además, estamos muy conformes que lo haga y nos gusta guarecernos bajo su protección benefactora, hasta el extremo de confiar en su eficacia como policía mundial, que tanta seguridad nos proporciona. Construimos así un mundo muy seguro, muy seguro fundamentalmente para los EE.UU. y sus empresas, que mueven ficha y advierten a Rusia, Irán y demás “enemigos” declarados del imperio yankee que, en el tablero sirio, no están dispuestos a que se haga “trampa” en la partida. ¿Estamos?

sábado, 14 de septiembre de 2013

El periodismo necesario

"No hay un factor único que explique la profundidad de la crisis por la que atraviesan los medios de información en España. Tiene que ver con la crisis económica general, con la globalización, con la revolución tecnológica, con una nefasta gestión y hasta con la burbuja inmobiliaria, pero también con la debilidad de la propia democracia. Buena parte de la ciudadanía se ha alejado de estructuras políticas tradicionales porque ha percibido que actuaban como marionetas manejadas por poderes económicos y financieros. Y se ha distanciado también de la mayoría de los medios porque ha percibido que estos eran la herramienta utilizada por esos mismos poderes para divulgar e imponer su discurso y sus intereses. Está en crisis un modelo de negocio de la información; hay apuestas sobre la fecha de defunción de la prensa de papel. Pero no debe estar en crisis un periodismo honesto y comprometido. Muy al contrario, resulta más necesario que nunca, siempre que sea capaz de ganarse la credibilidad perdida y de responder a su función democrática."

(Seguir leyendo en: Infolibre: El periodismo necesario.)

viernes, 13 de septiembre de 2013

Entre las nubes


Era despistado y solitario, siempre ocupado en las musarañas que habitaban en su cabeza y enfrascado en detalles que a los demás pasaban desapercibidos. De sus labios brotaban de vez en cuando las palabras sucintas para proferir alguna frase que parecía carecer de sentido. Paseaba por lugares tan solitarios y apartados como él mismo, y apenas conoció amigos que pudieran ser considerados tales. Vivía en la vivienda en la que había nacido y donde se había quedado como único ocupante desde que murieran sus padres. Nunca tuvo hermanos y ningún familiar se había dignado a visitarle en aquella soledad que lo alimentaba. Siendo listo para los estudios, se mostraba incapaz de conservar ningún trabajo en que el aburrimiento no lo sumiera en un aislamiento improductivo y sospechoso. Frugal y desordenado, exhibía una figura tan delgada como desaliñada, ajena a modas y compañías. Conocido por todos en la localidad, siempre lo consideraron que andaba entre las nubes, de donde nunca descendió. Sólo allí parecía encontrar lo que tanto buscaba: ser comprendido.

jueves, 12 de septiembre de 2013

La `Pragmática´ de El Corte Inglés

Desde que apareció el primer manuscrito en el que un amanuense narraba algún suceso que pudiera ser de interés y, sobre todo, desde que la invención de la imprenta multiplicara exponencialmente la capacidad de difusión de cualquier publicación -sean libelos, periódicos o libros-, el Poder siempre ha pretendido sujetar y controlar tan formidable herramienta de comunicación con la que se habían dotado los seres humanos. Pero simultáneamente a una historia de la comunicación de masas -historia del periodismo- existe otra cronología de la censura que ha estado tan unida a ella, acompañándola y adaptándose a su devenir técnico y legal, como si fueran dos caras de una misma moneda.

Y es que el peligro que entrañaba la divulgación de información e ideas de forma masiva e impresa hizo que la autoridad civil (los gobiernos) o la espiritual (las iglesias) establecieran sistemas preventivos de control. Así fue como surgió la Pragmática de 1502, normativa promulgada por los Reyes Católicos que obligaba a solicitar licencia previa a todo librero o impresor que desease publicar cualquier obra “que sea pequeña o grande”. Desde entonces, se han sucedido las disposiciones y los requisitos legales, incluida la propia Inquisición, que regulaban y mantenían bajo estricta supervisión cualquier impreso, aun fueran “pliegos sueltos”, para evitar la crítica y el disenso al poder establecido, tanto político como religioso.

Claro que, a lo largo de la historia, ha habido muchos tipos de censura: desde los burdamente explícitos (censura previa) hasta los implícitos más ladinos (la autocensura), a pesar de que la legalidad haya acabado por asimilar la libertad de expresión y el derecho a la información como derechos fundamentales en las sociedades civilizadas y democráticas, y de los que deriva la libertad de prensa. Sin embargo, aunque formalmente las constituciones y las leyes amparen tales derechos, en la práctica existen maneras sutiles de influir e intervenir en una publicación para “adecuar” su contenido a los intereses del “censor” de turno.

Mongolia es una revista satírica que hace crítica social y política, y que en su corta existencia en los kioscos ya se ha metido con el rey (“El rey podría violarte”) y con cualquiera que en este país dé lugar a la chanza y la risa floja, como la que provoca Ana Botella presumiendo de lenguas y gestualidad teatrera. A algunos les podrá gustar más y a otros menos, pero en medio de la crisis que afecta a todo lo impreso, con una continua necrológica del soporte papel que no acaba de fallecer, la revista ha consolidado una tirada mensual nada despreciable y ha conseguido la fidelidad de más de mil suscriptores. Sigue una tradición humorística española que cuenta con precedentes tan inolvidables como La Codorniz, Por favor, Hermano Lobo o El Papus, por citar sólo algunos ejemplos.

Ni que decir tiene que muchas de las revistas señaladas sufrieron las consecuencias de la censura de su época, siendo secuestrados algunos números, mutilados de su interior artículos o viñetas, prohibidas durante plazos de tiempo más o menos largos y hasta condenados sus directores o redactores por delitos variados, pero siempre relacionados con el denodado afán de ejercer la libertad de expresión más allá de los límites de lo tolerado.

Actualmente, los márgenes son más amplios para la libertad de imprenta, aunque se conserven espacios reservados al escrutinio de la opinión pública, como ese delito de injurias al Jefe de Estado que permite retirar una portada considerada ofensiva por mostrar la viñeta de un príncipe en pleno acto sexual, como si en los palacios no se follara. Además, se mantienen mil formas sumamente eficaces para influir en la orientación y la capacidad de las publicaciones para desarrollar su cometido. Es innegable que el acatamiento a la normativa vigente y el seguidismo de la política gubernamental garantizan el acceso a las subvenciones y ayudas que el Poder concede a los medios de comunicación y a la edición de revistas y libros. Sin ellas, su viabilidad económica no sería posible.

Pero es que grandes empresas y corporaciones industriales pueden permitirse el lujo de ser “tratadas” con benevolencia por aquellos medios que reciben gran parte de sus ingresos gracias a la publicidad que éstas le contratan. La dependencia de la publicidad atenaza la libertad de expresión de las publicaciones de una manera tan eficaz como la más arcaica censura.

El Corte Inglés ha añadido una nueva forma de presión y de control sobre lo que se publica en relación con la empresa en los medios. Aparte de todo lo anterior, se puede permitir “vetar” la venta de una publicación en los kioscos del interior de sus tiendas. Es lo que ha hecho con el último número de Mongolia, al disgustarle que la revista se mofara de los antecedentes falangista del nuevo director de los Grandes Almacenes, llegando incluso, para hacerla desaparecer de inmediato, a comprar los ejemplares existentes en sus estanterías.

Son reacciones viscerales de quienes no están acostumbrados a la crítica y mucho menos al humor ácido, pero inteligente. Pero es que, encima, son reacciones inútiles que consiguen lo contrario de lo que persiguen. Sin necesidad de invertir ni un céntimo en ello, Mongolia se ha visto obsequiada con una publicidad cuyo impacto ha sido más rentable que el de cualquier campaña convencional. Y es que con “creativos” como los de El Corte Inglés y sus “pragmáticas” para controlar a la prensa, no se puede luchar. A menos que nos lo tomemos a “guasa” como hace Mongolia. ¡Enhorabuena, compañeros!

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Días tales como hoy

Hay fechas infaustas, de aciaga memoria, como ésta del 11 de septiembre. Hace 40 años, tal día como hoy, un golpe militar derrocaba a cañonazos en Chile a Salvador Allende, el primer político que lograba que un gobierno de izquierdas accediera al poder en Occidente de forma no violenta y perfectamente democrática.

Tres años antes, Allende había conseguido la Presidencia de la República gracias al respaldo que obtuvo en unas elecciones generales su formación política, Unidad Popular. Un levantamiento militar, encabezado por el comandante en jefe del Ejército, Augusto Pinochet, y descaradamente apoyado por Estados Unidos, acabó de forma drástica con lo que, de ninguna manera, podía convertirse en ejemplo a seguir por otros países del continente que vieran así la posibilidad de zafarse de la influencia saprófita del imperio norteamericano. Allende se suicidó cuando la aviación bombardeaba el Palacio de la Moneda, sede de la Presidencia, para no ser capturado vivo. Truncado el proyecto socialista en Chile, Pinochet establecería una junta militar que inauguraba una de las épocas dictatoriales más negras y repugnantes que se recuerdan en América Latina, y que se mantendría hasta el año 1990, dejando un reguero de ejecuciones, desaparecidos, violaciones sistemáticas de los derechos humanos, robo de niños, suspensión de libertades y prohibición de partidos políticos

Pero otro 11 de septiembre, en 2001, la violencia volvía a ser el método para combatir a un enemigo, imaginario o real, atacando a su población civil. Hace doce años se produjo el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, en el que un comando de suicidas yihadistas de Al Qaida estrellaron sendos aviones comerciales, repletos de pasajeros, contra las dos torres emblemáticas de la ciudad de los rascacielos y contra el Pentágono, causando cerca de 3.000 muertos y más de 6.000 heridos. Otro avión, igualmente secuestrado por los terroristas, fue derribado en Pensilvania para no darle posibilidad de ser utilizado como un misil de combate.

De la primera fecha guardo en la memoria la sensación de una amarga frustración que se vio materializada en la fúnebre portada que le dedicaría al acontecimiento la revista Cuadernos para el Diálogo, que aun conservo encuadernada. Y de la segunda, esas imágenes del derrumbe estrepitoso de unos edificios que no pudieron resistir el impacto directo de los aviones y la acción del fuego que al estrellarse desencadenaron, colapsando las estructuras. Y, sobre todo, los miles de muertos inocentes que ambos sucesos provocaron en una población ajena a los pulsos ideológicos, políticos y violentos que se baten los dirigentes demócratas y terroristas del mundo.

Cada año, como hoy, el día 11 de septiembre me hace dedicar un minuto de silencio a tantas víctimas de la sinrazón y la barbarie que son sacrificadas en nombre de unos ideales que a ellos nunca alcanza. Y lo hago porque siempre tropezamos una y otra vez con la misma piedra y estamos dispuestos a repetir la vieja historia de la opresión y la fuerza con la que se dirime la convivencia entre pueblos y países.

sábado, 7 de septiembre de 2013

De la justicia a las limosnas


Aspirábamos a un Estado proveedor de servicios y acabamos con unos servicios dependientes de la beneficiencia no comprometida de unas almas generosas. Luchábamos por una justicia que amparara derechos para combatir desigualdades y nos conformamos con una caridad insuficiente que sirve para tranquilizar conciencias de unos cuantos solidarios. Pretendíamos sociedades que brindaran oportunidades a los desfavorecidos y nos impusieron, con nuestro consentimiento, un mercado que pone precio a cualquier necesidad humana. Y eso es lo que hemos logrado.

Permitimos que la educación y la salud, requisitos básicos que posibilitan el desarrollo de las personas, no fuesen asegurados gracias a la aportación de todos, mediante una política fiscal progresiva, sino que pasaran a depender de las posibilidades de cada cual, y condenamos a quienes no podían costeárselos a la exclusión social y el fracaso individual.

Callamos frente al abandono de los frágiles y dependientes, a los que atendíamos en justa correspondencia a la contribución que ellos y los suyos hacían al bien común, y trasladamos su cuidado a unas familias incapaces de proporcionárselo o a empresas que priorizan la rentabilidad a las prestaciones.

Sucumbimos a las voces interesadas que amenazaban con la insostenibilidad de un sistema en el que prevalecía la dignidad del hombre y lo transformamos en colectividades sometidas los únicos dictados del negocio. Incluso las pensiones de quienes agotaron su vitalidad física o intelectual al servicio de los demás y aportaron parte de sus recursos a financiarlas, las dejamos ahora sin la garantía que la organización social les brindaba de recibirlas. Transigimos que sea una contabilidad mercantil, que penaliza índices de supervivencia, la que calcule su importe y determine los años de cotización para poder morir con ese derecho.

En esta ceguera que nos paraliza ante el desmantelamiento de todo aquello que nos unía en cohesión solidaria, finalmente truncamos también los sueños de la juventud por alcanzar una emancipación que los proyecte hacia el futuro. Se lo negamos egoístamente al obstaculizar su acceso a una formación superior, haciéndola descansar -como en todo lo que hemos consentido- en la limosna en lugar de la justicia.

Así, aceptamos que la Universidad tenga que recurrir a donaciones filantrópicas para conseguir recursos que financien a los estudiantes, a quienes restringimos el derecho a becas. Esta actitud pordiosera es la consecuencia inmediata de una sociedad en la que cada valor va precedido de un precio. Nuestras renuncias desembocan en la injusticia y la desigualdad. Y en vez de un Estado provisor de servicios públicos, retornamos a sociedades feudales que confían en algún noble que se compadezca de la suerte de los desafortunados. Y del Estado de Bienestar, que hasta ayer procuraba socorro al conjunto social, retrocedemos, previo rechazo a una equidad redistributiva, a un epígono de sociedad estamental que desprecia los valores humanos para sustituirlos por tasaciones mercantiles.

Y toda esta vuelta al pasado más miserable del hombre, que rompe el contrato social que nos reconocía como ciudadanos, lo toleramos porque unos cuantos, muy poderosos en la economía y la política (es lo mismo), siguen empeñados en ganar dinero con nuestras necesidades básicas ("externalizar" o privatizar servicios lo llaman en jerga neoliberal) y nos atemorizan con esa lógica capitalista de la “sostenibilidad” necesariamente rentable, rentable a su cuenta de resultados, naturalmente.  No admiten más modelo social que el modelo mercantilista que blinda sus privilegios. Y no están dispuestos a aceptar que entre todos sufraguen, de acuerdo a sus posibilidades, las necesidades de los que conviven juntos formando una sociedad. Así nos empujan a renunciar de nuestras conquistas y a conformarnos con limosnas. Incluso para estudiar, enfermar o morir.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Amaneceres de septiembre

Ribera del Huéznar
Mi memoria está impregnada de otoños y del color amarillento de esos días tenues arropados de brumas al amanecer. Aún no se ha ido el verano cuando ya septiembre despierta el júbilo por el frescor de las mañanas y el vuelo de las hojas que tapizan la tierra de una tonalidad ocre que apacigua los sentidos y reverdece los recuerdos. Amaneceres de septiembre que erizan la piel con todos los otoños que han impresionado la retina con la dulce melancolía de una soledad ensimismada. Y hacen resurgir, como en una primavera equivocada, los brotes nunca marchitos de lo que jamás se olvida, permitiéndote recobrar aquel estremecimiento de la primera vez. Así renace siempre en septiembre la esperanza de encontrar lo que sirve de alimento a la memoria y que no dejamos desaparecer bajo el pesado manto de los años. Sus amaneceres preludian, cada año, una nueva oportunidad a quienes se empeñan en perseguir la felicidad.


miércoles, 4 de septiembre de 2013

¡Albricias!


Cerca de 70.000 millones de euros entregados a los bancos, una reforma laboral que posibilita un despido casi gratis y que deja prácticamente en manos de la arbitrariedad empresarial las condiciones para la contratación laboral, unos recortes en los subsidios por desempleo y el acortamiento de su duración, amén de encomendar a la Virgen del Rocío una intervención divina para combatir la lacra del paro en España, y el resultado es la cifra de 31 personas que han conseguido un trabajo. ¡Albricias, qué éxito! Todos los portavoces gubernamentales, desde la ministra que tiene a dos hermanos imputados por irregularidades en Andalucía hasta el exbroker de Lehman Brother que ahora es responsable de la cartera de Economía de España, auguran que la crisis se está remontando, que la tendencia a la destrucción de empleo se ha frenado y que la luz a la salida del túnel en el que se halla nuestra economía ya se vislumbra en el horizonte. Y todo por 31 contratos temporales de trabajo en agosto que han permitido rebajar en esa cantidad la bochornosa estadística del paro de España. Es un signo para hacer repicar las campanas de todas las iglesias y para celebrar un mitin en el que dar la buena nueva, previo acompañamiento espectacular de un patrioterismo visceral jaleado oportunamente a causa de Gibraltar, la espinita con que nos zahiere la pérfida Albión desde hace 300 años. Y es que el que no se consuela es porque no quiere, porque mira con que poco se puede montar una campaña propagandística que ni Goebbels hubiera igualado. Sólo falta la imagen de Merkel felicitando a Rajoy por seguir sus consignas y hacer las cosas como Dios manda. Pero no demos ideas, que se las apropian en Televisión Española o La Razón. ¡Albricias!

martes, 3 de septiembre de 2013

Susanita tiene un ratón...


Y no es chiquitín, precisamente, sino pesado y elefantiásico. Un ratón tan enorme como la Junta de Andalucía, que se pierde por consumir un queso que busca sin descanso, dejando a muchos con esa cara de libro de autoayuda  (¿Quién se ha llevado mi queso?) y sabe escabullirse por cuevas laberínticas entre la maraña de organismos, empresas y fundaciones con las que esquiva cualquier gato -o gata- que pretenda acorralarlo.

Susanita se presta desde hoy a controlar a tan escurridizo y obeso roedor y quiere encargarse de domeñar su tendencia por arramplar con toda la despensa de la casa andaluza en la que hace sus correrías. Algunos moradores de la vivienda habían renunciaron a cazar al ratón y lo cebaron con porciones cada vez más abundantes de lo que suele degustar, con tal de apropiarse de unas migas en beneficio propio. El ratón y sus compinches engordaban sin cesar, por lo que hubo que hacer algo.

Por eso se ha querido hacer limpieza: primero, para administrar con celo todo lo que el ratón sería capaz de zamparse si lo dejaran; y segundo, quitar de en medio a los irresponsables que alimentaban a un animal insaciable con lo que conseguían de cualquier despensa que no fuera la suya.

Susanita conoce al ratón y ha cogido la escoba. La chica había crecido en la casa y conoce bien todos sus rincones. Viene con fuerzas y ganas, pues por algo es joven y decidida. Jura que será implacable y que está dispuesta a demostrarlo, aunque desde  derecha e izquierda podrían lloverle zancadillas por parte de quienes, gracias al ratón, tenían justificación para entretenerse y disponer de un plato en el comedor de la casa. Se trata de una tarea ímproba la de abrir ventanas, tirar muebles viejos y desalojar estancias para procurar dejar al ratón sin resquicio para la escapatoria y sin cómplices que sacien su voraz apetito. Así se convertirá Susanita en la primera mujer que asuma la gobernanza del caserío andaluz, levantando tal vez excesivas expectativas entre los inquilinos y el vecindario, una muchedumbre atenta y dividida ante la envergadura del reto. Una mayoría desea que pueda desratizar aquella casa hasta controlar la plaga, pero otra minoría apuesta por que el ratón seguirá escabulléndose de cualquier esfuerzo por atraparlo.

Y es que el ratón de Susanita, además de enorme, es listo como el hambre. Su volumen evidencia la habilidad que tiene para aburrir a los moradores de la vivienda y de adaptarse a las circunstancias más adversas. Tanto es así, que los anteriores habitantes acabaron acostumbrándose a convivir con él, dejando que siguiera haciendo de las suyas, hasta obligar al último de ellos a abandonar la casa por las salpicaduras de inmundicias con las que había manchado su ropa. Ya no podía presentarse así ante los demás y dejó los trastos a la discípula.

Ahora ella pretende invertir la situación. No quiere depender del ratón, sino que éste dependa de ella, controlarlo para que no prolifere pero sin hacerlo desaparecer como especie, hasta transformarlo, ahora sí, en el ratón de Susanita, un ratón chiquitín, que duerme sobre el radiador, con la almohada a los pies, y se dedica a llevar regalos en forma de servicios y prestaciones a todos los que pierden un diente de leche en Andalucía. Vamos, una especie de ratoncito Pérez. Un cuento.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Promesas incumplidas o palabras mentirosas


Me refiero a las de Mariano Rajoy, no porque tenga obsesión persecutoria contra esta persona, sino porque lo que dice, y sobre todo lo que hace o decide, influye de forma muy directa en mi vida, en la de los míos y en la de los que no le hacen gracias sus silogismos tergiversadores. Si fuera un simple burgués registrador de la propiedad, no lo conocería ni tendría interés por conocerlo. Ni siquiera hubiera tenido ocasión de tratarlo, pues carezco de propiedades que asentar en ningún registro. Pero dada la casualidad de que este registrador en particular es, por milagros de la política, presidente del Gobierno de este país en el que resido, debo seguir lo que anuncia, hace o promete con sumo interés. Sus palabras me involucran y, la mayor parte de las veces, me perjudican.

Y es que este señor se ha labrado una reputación de incumplidor de promesas -para decirlo en términos elegantes- bastante merecida, cuando no de proferir palabras que encubren mentiras -si queremos llamar a las cosas por su nombre- también ganada a pulso. Cada vez que abre la boca, hay que analizar lo que dice y ponerlo en duda. No se sabe si dice lo que parece o lo contrario. Pero como, además, le gusta usar el retruécano para evitar comprometerse, su discurso consiste más en eufemismos que otra cosa, por mucho que aparente hablar con sencillez. Porque vanagloriarse de que hay que hacer lo que Dios manda y actuar con sensatez para referirse a dejarnos más pobres que las ratas, es todo un alarde de manipulación lingüística. Estoy deseando que Irene Lozano escriba otro ensayo sobre “el saqueo de la imaginación” que la derecha que representa Rajoy ha perpetrado con el significado de las palabras, como ya hizo cuando Bush, a la hora de presentarnos una realidad que no se corresponde a la verdad ni a la que soporta la inmensa mayoría de los ciudadanos. 

Ahora vuelve Mariano Rajoy a pronosticar, en un mitin entre fieles que sirve para iniciar el curso político, una rebaja de impuestos para el año que viene. El mismo señor que nos fríe a impuestos y nos asfixia con recortes y demás medidas de “austeridad”, asegura campechano pero rodeado de un impenetrable cordón de seguridad, al acabar sus vacaciones en su tierra natal, que nos dará un respiro con una rebaja de la presión fiscal. ¿Podemos darle credibilidad a esta nueva promesa?

No debemos olvidar que Rajoy era aquel ministro que, hace más de una década, aseguraba que del petrolero Prestige brotaban sólo unos “hilitos” finos, como de plastilina, pero que acabarían ocasionando la mayor catástrofe por contaminación producida jamás en España y que llenaría de chapapote las costas gallegas. La marea negra se extendería desde el norte de Portugal hasta las costas francesas, y la persona que, como portavoz gubernamental del Gobierno de José María Aznar, tuvo que dar la cara para minimizar la gravedad de la catástrofe fue el señor Rajoy. Aquellos eran los tiempos en que la guerra de Irak iba a ser presentada como una intervención humanitaria para desalojar del poder a un dictador que albergaba armas de destrucción masiva. ¿Se acuerdan?

Mariano Rajoy se presta a decir siempre lo que convenga a su interés político. No en balde lleva desde 1981 (toda su vida) dedicado a la política, apartándose de su plaza de registrador de la propiedad en Alicante mediante una excedencia especial que le permite conservar su titularidad e, incluso, alquilar su licencia a un compañero, que le abona los emolumentos correspondientes. Nunca ha querido aclarar esta “compatibilidad” del negocio privado con la actividad pública hasta que el periodista Miguel Ángel Aguilar puso al descubierto, en un artículo en El País, que no la había declarado en el registro de actividades de los diputados del Congreso. Sólo entonces se apresuró a corregir un dato que, de no ser así, nos seguiría ocultando.

Rajoy ha sido ministro de cinco carteras distintas y vicepresidente del Gobierno en ejecutivos del Partido Popular, además de presidente de la Diputación de Pontevedra, Vicepresidente de la Junta de Galicia, secretario general del partido y actual presidente del PP y del Gobierno de España. Conoce, pues, que a unas elecciones nacionales se concurre ofreciendo un programa electoral que sirve de contrato que vincula la confianza de los electores a unas promesas de actuación cuando se acceda al poder. Como responsable de campañas electorales del PP y como candidato en las últimas elecciones, Mariano Rajoy sabía a lo que se exponía al asumir el programa del Partido Popular, tanto el público como el oculto y no dado a conocer.

Lo sabía muy bien, máxime cuando afirmaba con rotundidad que siempre diría la verdad, aunque doliera, para no ser igual que el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, al que acusaba de haber mentido a los españoles en relación con la crisis económica. También aseguraba que no subiría el IVA, que las pensiones eran sagradas, que no se quejaría de la herencia recibida y que no se dejaría gobernar por Europa. Nada de lo anterior se ha cumplido y, lo que es peor, se sabía que no se podía cumplir, lo que constituye un auténtico engaño y una clara mentira.

Este incumplimiento del programa electoral, siendo grave, no representa sin embargo la mayor afrenta que Rajoy comete con los ciudadanos. La más clara evidencia de que la persona que ocupa la presidencia de Gobierno de España no sólo incumple sus promesas, sino que oculta la verdad todo lo que puede y más, es en su relación con el tesorero de su propio partido, con el delincuente Luis Bárcenas. Declarar en sede parlamentaria que no mantenía relación con el acusado Bárcenas tras conocer que tenía cuentas en Suiza y demostrarse la existencia de mensajes telefónicos, es una traición que en cualquier país de mayor calidad democrática haría dimitir inmediatamente al mentiroso. Es imprescindible para la estabilidad institucional del Estado que quienes  ocupan instancias de alta responsabilidad se comporten en el desempeño de sus funciones con la debida probidad personal y profesional. Y Rajoy ha demostrado en su comparecencia parlamentaria por el caso Bárcenas que miente. Ello no sólo descubre la catadura moral del actual presidente del Gobierno, sino la envergadura del problema que afecta a la supuesta financiación irregular del Partido Popular, hasta el extremo de obligar a mentir a su máximo representante, al señor Rajoy.

Estamos, pues, ante las promesas incumplidas y las palabras mentirosas de quien nunca ha tenido reparos en disfrazar la verdad y tergiversar los hechos cuando ha tenido que defender sus intereses y los de su clan social y político. Este señor, dueño de sus silencios y esclavo de sus mentiras, nos promete ahora una bajada de impuestos para el año en que volverán a convocarse elecciones generales. ¿Será verdad y casualidad, al mismo tiempo? ¿Dejaremos engañarnos nuevamente?