miércoles, 21 de octubre de 2020

¡Hasta otra, amigos!

Todo empeño, como todo ser vivo, consume su ciclo vital al agotar las energías que motivaron su existencia. Es el caso de este blog. Lienzo de Babel también agoniza con esta entrada, la última con la que se despide de sus lectores y seguidores después de poco más de once años ininterrumpidos de humilde presencia en el mundo digital. Once años, 2000 entradas y cerca de 140.000 visualizaciones de una página que sólo ha pretendido mostrar con sinceridad los interrogantes y las incertidumbres que la realidad, en su sentido más personal y también más externo, genera en su autor, quien esto escribe. Una realidad que palpita en nuestro interior, condicionándonos, y que abarca todo lo conocido y desconocido de lo real. Pensarla, interrogarla y cuestionarla nos permite acercarnos a su conocimiento.

En cada una de esas dos mil entradas que han tenido cabida en este blog, se ha rehuido de lo que fácilmente suscita la curiosidad banal de la multitud para exponer con honestidad intelectual los asuntos que atrajeron la mirada inquisitiva, causando más desasosiego que certezas, de un ser inquieto y desconcertado consigo mismo y con lo que le rodea. Nada ha escapado a los ojos escrutadores que se asomaban a esta ventana, la mayor parte de las veces sorprendidos por un mundo complejo, diverso, contradictorio e inabarcable. Desde sentimientos personales hasta enjuiciamientos políticos e ideológicos, sin olvidar inquietudes culturales, religiosas, artísticas o sociales, casi ninguna arista de la realidad ha sido eludida en las páginas de esta bitácora. Y todas han sido tratadas con el máximo rigor, respeto y claridad que fue posible a la capacidad del que las escrudiñaba, sin otra intención que la de profundizar, cuestionar, valorar y tratar de conocer lo que nos incumbe, nosotros mismos y el mundo, con una objetividad no exenta de inevitable subjetividad. No siempre se pudo conseguir tal objetivo, aunque fuese constantemente perseguido.

Al cabo del tiempo, más de una década, la tentación cada vez más frecuente de caer en la reiteración, tanto en los temas como en los argumentos, junto a la dificultad física y cognitiva de mantener el pulso periódico de esta iniciativa, que ambicionaba prestar una atención constante a lo que nos interpela, nos obliga a desistir del empeño y confesar que nos sentimos superados por el peso de la responsabilidad. Del mismo modo que las personas, este blog también se jubila. Y las causas son las mismas: fin de un proyecto por agotamiento de las energías lo engendraron. Es un final voluntario que ni es abrupto ni violento, sino por causas “naturales” y con plena consciencia de concluir un ciclo que se sabía temporal.

Por eso, y desde el inmenso honor que supone vuestra presencia en estas páginas, tanto para disentir como para compartir opiniones, queremos transmitir nuestro agradecimiento a los fieles “babilonios” y a cuantos, directamente desde el blog o a través de Facebook, nos han honrado con su atención, comprensión, interés y participación. Todos ustedes, individualmente si fuera posible, merecen nuestro más sentido reconocimiento de gratitud. De ahí que, puestos a desaparecer, lo hagamos con vuestro conocimiento y el testimonio de una fraternal despedida: ¡Hasta otra, amigos! Nos vamos con mirada crepuscular.

martes, 20 de octubre de 2020

Escritoras (y II)

Para fugarnos de la tierra / un libro es el mejor bajel; / y se viaja mejor en el poema / que en el más brioso y rápido corcel. / Aun el más pobre puede hacerlo, / nada por ello ha de pagar: / el alma en el transporte de su sueño / se nutre sólo de silencio y paz. Emily Dickinson: Poema “Ensueño”

Tengo por importante entre todos el concepto de que la novela ha dejado de ser obra de mero entretenimiento, modo de engañar gratamente unas cuantas horas, ascendiendo a estudio social, psicológico, histórico, pero al cabo estudio. Emilia Pardo Bazán: Fragmento del prefacio a “Un viaje de novios”.

¡Ah, por do quiera que voy / sólo amarguras contemplo, / que infunden negro pavor, / sólo llantos y gemidos / que no encuentran compasión…/ ¡Qué triste se ha vuelto el mundo! / ¿Qué triste le encuentro yo!... Rosalía de Castro: Poema: “¡Cuán triste se ha vuelto el mundo!”

Silencio absoluto. En la calle, de cuando en cuando, los pasos del vigilante. Mucho más arriba de los balcones, de los tejados y las azoteas, el brillo de los astros. Carmen Laforet. “Nada”, pg. 237.

Es una verdad reconocida por todo el mundo que un soltero dueño de una gran fortuna siente un día u otro la necesidad de una mujer. Jane Austen: “Orgullo y prejuicio”, pg. 5.

… y así hasta completar una lista incomprensiblemente corta de escritoras que contribuyeron a ampliar una literatura que no tiene sexo, pero sí una visión distinta de lo que aborda, sea ficción, ensayo, poesía, filosofía, etc. Ningún género literario se resiste al talento de una escritora que no se siente coaccionada por ser mujer.

lunes, 19 de octubre de 2020

Día de las escritoras: todo el año.

Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable. María Zambrano: “Hacia un saber sobre el alma”, pg. 31.

La juventud insolidaria, que tiene como referentes a los políticos corruptos o simplemente profesionales, necesita vías institucionales para ejercer la virtud, la participación colectiva. Es urgente una nueva cultura moral. Helena Béjar, “El mal samaritano”, pg.151.

El eco que retumba entre las ruinas calcinadas es lo único que queda del mundo. El aire esparce las palabras vacías de piedra en piedra. Sharon E. Smith: “El vacío”, cuento incluido en “Dicho sea de paso”, pg. 13.

Sólo cuando uno se respeta a sí mismo puede exigir el respeto de los demás, y sólo cuando uno cree en sí mismo los demás pueden creerle, de Oriana Fallaci: “Carta a un niño que no llegó a nacer”, pg. 81.

Es imposible leer el pasado sin prejuicios. Rescribir la historia de la ética es repensarla desde el presente, a la luz de los problemas y de las circunstancias específicas que hoy nos agobian. Victoria Camps: “Breve historia de la ética”, pg. 13.

Sólo los muy jóvenes, los muy tontos y los que temen ser tachados de cobardes quieren ir a la guerra. Ana María Shua: Fragmento del relato “Fecundo en ardides, incluido en “La guerra”, pg. 62.

La igualdad (…) no nos es otorgada, sino que representa el resultado de la organización humana por cuanto es guiada por el principio de la justicia. No nacemos iguales; llegamos a ser iguales como miembros de un grupo por la fuerza de nuestra decisión de concedernos mutuamente los mismos derechos. Hannah Arendt: “Las confusiones de los derechos del hombre”, pg. 122.

Las marchitas complejidades y ambigüedades de nuestro tiempo más dudoso y gradual les eran desconocidas. La violencia era todo. Se abría la flor y se marchitaba. Se levantaba el sol y se hundía. El enamorado amaba y se iba. Virginia Woolf: “Orlando”, pg. 24.

Desvié la mirada de sus manos hasta los pantalones de color caqui manchados de arena; recorrí con los ojos su delgada silueta hasta la camisa vaquera rota. Tenía la cara tan blanca como las manos, a excepción de una sombra que había en su saliente barbilla. Sus mejillas eran muy delgadas, hundidas, y la boca grande; había en sus sienes unas hendiduras poco profundas, casi delicadas, y sus ojos eran de un gris tan claro que pensé que era ciego. Su cabello era fino y apagado, casi plumoso en lo alto de su cabeza. Harper Lee: “Matar a un Ruiseñor”, pg. 336.

Me pongo una mano sobre el corazón, cierro los ojos y me concentro. Adentro hay algo oscuro. Al principio es como el aire en la noche, tinieblas transparentes, pero pronto se transforma en plomo impenetrable. Pocuro calmarme y aceptar aquella negrura que me ocupa por entero, mientras me asaltan imágenes del pasado. Me veo ante un espejo grande, doy un paso atrás, otro más y en cada paso se borran décadas y me achico hasta que el cristal me devuelve la figura de una niña de unos siete años, yo misma. Isabel Allende: “Paula”, pg. 44.

Todos los días, a las ocho y media de la mañana, se encuentran en la misma barra del mismo bar de la misma estación de metro. Ella va a trabajar, a limpiar casas por horas. Ël ya no trabaja, pero pone el despertador todas las noches, igual que antes, porque no puede permitirse en su derrota la humillación suprema de quedarse en la cama hasta el mediodía. Almudena Grandes: “Los besos en el pan”, pg. 36.

En un mundo caótico, adquirir libros es un acto de equilibrio al filo del abismo. Irene Vallejo: “El infinito en un junco”, pg. 12.

viernes, 16 de octubre de 2020

World Press Photo

 


No es un cuadro, es una de las fotografías de la Exposición de la World Press Photo 2020. Su autor es Daniele Volpe (Italia) y ganó el 3º premio en la categoría "Proyectos a largo plazo", con esta imagen de una víctima del genocidio Ixil, durante la Guerra Civil de Guatemala (1960-1996).

(Ver recomendaciones del mes en columna de la derecha).

miércoles, 14 de octubre de 2020

12 de Octubre: una fiesta confusa

El 12 de Octubre es festivo en España. Se celebra el Día de la Hispanidad, efeméride que desde 1913 se denominaba Día de la Raza. Hoy no se sabe qué se conmemora exactamente con ese día cuando España ya no es el viejo imperio que irradiaba su poder y su cultura más allá de ultramar y las antiguas colonias apenas apelan a sus raíces españolas para enorgullecerse de su identidad nacional y lingüística. Los tiempos han cambiado, las sociedades han evolucionado hacia una postmodernidad homogeneizadora y narcótica y las percepciones que se tienen de los aconteceres históricos han sido mediatizados por los valores y criterios del presente. ¿Qué celebramos entonces?

En realidad, un 12 de octubre de 1492 fue el día en que Cristóbal Colón “descubre” América, aunque él no supiera que orillaba un nuevo continente, sino las ansiadas indias orientales (las Molucas) a las que se dirigía en busca de una nueva ruta hacia el oeste que eludiera la vía portuguesa que bordeaba África. Sería Américo Vespucio el que, años más tarde, se daría cuenta que Colón había hallado un continente desconocido (Mondus Novus), que se extendía de norte a sur, en medio del Atlántico. Sin saberlo o no, la gesta del descubridor otorgaría a España la titularidad de unas tierras ignotas, que enseguida se lanzó a colonizar y evangelizar, inculcando su cultura, lengua y religión en aquel vasto territorio. Siglos después, el fruto de esa “conquista” que “civilizó” pueblos y barrió culturas, dejando una impronta imborrable en el mestizaje de razas, idiomas, hábitos y formas de ser, desde Texas y California hasta Argentina, es lo que se conoce como la América hispana. Y en España se festeja, a partir de 1958, como Día de la Hispanidad, asumiendo la denominación que propusiera Ramiro de Maeztu en 1931.

A pesar de los usos ideológicos de la fecha por parte de los distintos sistemas políticos habidos en España (desde el reinado de la regente María Cristina, la República, la Dictadura, hasta la actual democracia), lo cierto es que siempre se ha escogido el 12 de octubre como fiesta nacional, más por motivaciones políticas que históricas, para afianzar un sentimiento de orgullo nacional sobre unos hechos que debieran ser percibidos en nuestro país con mayor objetividad histórica (todavía hay debates sobre la hispanofilia y la imperiofobia del descubrimiento y sus consecuencias) y menos sentimentalismo patriotero. Es decir, menos desfiles militares y más estudios y charlas sobre lo que fuimos, hicimos y somos como pueblo o nación y sobre nuestros lazos y relaciones con Latinoamérica.  

Es verdad que una mayoría de países celebra una fiesta nacional con la que conmemoran algún acontecimiento fundacional de su historia, fundamentalmente la independencia de una potencia colonial. España, cuya formación como Estado-nación moderno obedece a otras causas de su devenir histórico (no dispone de una fecha precisa a partir de la cual se configura como país o estado), ha escogido el 12 de octubre para arraigar un sentimiento nacional, relacionándolo con la empresa de la “hispanidad” que llevó a cabo en América a partir del descubrimiento. Creo que son hechos diferentes que debieran resaltarse por separado, si ello fuera posible a estas alturas. Una cosa es el sentimiento nacional en España, sometido incluso aquí a presiones centrífugas identitarias, y la identidad hispánica de muchas naciones del Nuevo Mundo, algunas de las cuales exigen actualmente reparación y disculpas por los atropellos cometidos a los pueblos indígenas durante la conquista española. Conquistar y ser conquistado son sensibilidades distintas cuando no opuestas. Por tal razón, existe poca pedagogía (histórica) y mucha conflictividad (política) en la fecha del 12 de Octubre como Día de la Hispanidad, que en la península se vive como Día de España.

En unos momentos, como los actuales, de permanente revisión del pasado y una creciente percepción de lo indígena como una Arcadia feliz a la que volver, con derribo de estatuas y exigencias de reparación de hechos de los que los contemporáneos no pueden ser responsables, parece aconsejable aprovechar estas fechas tan significativas para dedicarlas a la reflexión desapasionada y conjunta de aquel pasado común, en el que confluimos en la historia, para comprender el presente de todos los pueblos implicados, sus derechos y aspiraciones como sociedades modernas, la pluralidad cultural que florece desde una misma lengua, los fenómenos migratorios que revierten la colonización y el papel y lugar de Hispanoamérica en un mundo sin fronteras y globalizado.

Más que banderas y uniformes que se regocijan en lo que ya no es ni como recuerdo, mejor sería celebrar la vocación de los pueblos iberoamericanos por el reconocimiento de sus raíces y su identidad en el contexto de un pasado histórico compartido, del que se parte para la construcción de sociedades modernas que basan su dinamismo en la confluencia de intereses, visiones del mundo y aprovechamiento de las sinergias de lo que los unen antes que en las discusiones estériles de lo que los separan.

España haría bien en diferenciar una fiesta nacional de la efeméride del nacimiento de lo que se conoce como hispanidad, ese mundo complejo de pueblos y naciones condicionadas por una lengua compartida y un mestizaje que caracteriza sin complejos a Iberoamérica, relegando añoranzas de un pretérito de idealizado indigenismo virginal, del mismo modo que España no puede aspirar a la época imperial ni a los tiempos de los reyes godos o los reinos musulmanes. El pasado es pasado aquí como en América. Quienes promueven estas diatribas con la Historia son populismos de ambos lados del Atlántico que persiguen fines políticos particulares y no una exégesis de la historia ni una antropología de sus pueblos. Aquí y allá.

lunes, 12 de octubre de 2020

La era Trump

Si la (buena) suerte fue el factor determinante que favoreció a Donald Trump ganar las elecciones en 2016, parece ser que la (mala) fortuna será también la que determinará su previsible derrota el próximo mes de noviembre. La ventura mediático-populista de hace cuatro años, ayudada por hackers soviéticos, posibilitó un triunfo que nadie preveía, pero será el azar pandémico, que no ha sabido gestionar ni enfermando él mismo, lo que previsiblemente decantará su derrota tras su primer y, con suerte, único mandato. La era Trump, por tanto, puede considerarse enmarcada más por golpes de suerte que por acontecimientos razonables. Tanto su elección, con menos votos pero más compromisarios, como la legislatura que ha protagonizado -improvisada, errática y impulsiva- descansan en ese populismo conservador, supremacista y nacionalista que emana de la propia personalidad del mandatario: un ser ególatra, mentiroso, racista, tramposo, narcisista, machista, mediocre intelectualmente y egoísta, al que sólo le importa él mismo y poder triunfar a cualquier precio. Si otra carambola de la suerte no desbarata las previsiones, la era Trump representará sólo un breve paréntesis que pasará con más pena que gloria a la historia, y que nadie querrá recordar, salvo los descerebrados filofascistas de extrema derecha.

El legado del ínclito Donald Trump consistirá, sobre todo, en la negación y el repliegue, lo que le ha permitido aparentar estar siempre en permanente ofensiva contra todo y contra todos, aliados incluidos, por supuestamente devolver a América su grandeza y esplendor, al parecer perdidos por sus predecesores, en especial por Barack Obama, su bestia negra, al que tiene especial antipatía. Su objetivo ha sido auspiciar una reacción a las “esencias” y valores ultranacionalistas que consideraba abandonados por culpa del consenso, la multilateralidad, la globalización y la relación ecuánime con el resto del mundo. Pero, también, por esa especie de complejo de inferioridad que hace que el reconocimiento de derechos a las minorías y la igualdad a las mujeres sean percibidos como una cesión vergonzosa que debilita y vuelve vulnerables a esos supremacistas blancos y protestantes en los que se apoya y representa Trump, hasta el extremo de “comprender” su violencia y ampararla para que se mantengan atentos en caso de una derrota electoral. Nunca antes ningún presidente había amenazado con amparar la violencia en caso de un resultado electoral adverso. A Trump, en cambio, se le tolera cualquier boutade.

No hay duda que Donald Trump, además de cuestionado presidente, es un político (lo que es mucho suponer) receloso de la democracia, con tendencias autoritarias y carente de escrúpulos para manipular y debilitar las instituciones del sistema democrático, del que se vale y abusa para lograr sus particulares intereses. No le importa sembrar la desconfianza en el Servicio Postal, el recuento de votos, el Tribunal Supremo (si no impone una mayoría afín), el Ejército (a cuyos reservistas tacha de cobardes), las manifestaciones públicas (socialistas radicales), el Partido Demócrata (antipatriota) y cualquier cosa (país, persona, institución, empresa, etc.) que le contradiga o le lleve la contraria.

La crispación y división social que Trump ha provocado en EE UU puede degenerar en un serio peligro para la convivencia de consecuencias incalculables. Su apelación a los Proud Boys, supremacistas blancos armados, si no gana las elecciones, es tan temeraria como preocupante en un país con más armas que habitantes, tanto que muchos temen sangrientos enfrentamientos entre civiles. En opinión de Ramón Lobo en Infolibre, ni siquiera una guerra civil se podría descartar. Y todo ello como consecuencia del ambiente de fractura social que el propio Donald Trump se ha encargado de potenciar.

Y es que Trump no sólo ha negado derechos asistenciales a una parte de la población, al revocar las prestaciones sanitarias que el Obamacare ofrecía a los más desfavorecidos, sino que ha querido expulsar a los hijos de inmigrantes irregulares criados, educados y sin otra nacionalidad que la norteamericana. Su afán negacionista de cualquier realidad compleja, como es la cohesión social, no sólo es sectario, sino patológico.

Donald Trump lo niega todo. Se niega aceptar el cambio climático y, por ello, sacó a EE UU del Acuerdo de París sobre el clima y se niega a seguir sus recomendaciones para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Niega también la multilateralidad comercial, por lo que rompió los acuerdos de cooperación económica suscritos con países en crecimiento de la región del Asia-Pacífico, cuyo objetivo era contrarrestar la emergencia político-económica de China. También invalidó el Acuerdo de Libre Comercio con México y Canadá para reemplazarlo por otro que, en teoría, otorgaría mayor “protección” a los trabajadores de EE UU, cosa que está por ver.

Su negativa a todo lo que considera una desventaja para EE UU le llevó a romper hasta acuerdos estratégicos de Defensa, como cuando decidió la retirada del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio. La ruptura de ese tratado, que contribuyó a poner fin a la guerra fría, aboca a su país a una nueva carrera armamentística con Rusia, con la que establecía aquel tratado. Poco después, se desmarcó del acuerdo nuclear con Irán, avalado por Rusia y la Unión Europea, e impuso sanciones a Teherán con el pretexto de que los persas orientaban su programa hacia fines militares, con el propósito de dotarse de la bomba atómica. De nada valió que Irán asegurase que su programa nuclear perseguía fines pacíficos (energía eléctrica) ni que permitiera que el Organismo Internacional de Energía Nuclear controlase el desarrollo del programa. Trump esgrimió, incluso, que Irán no había firmado el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, un tratado que ninguno de los nueve países que disponen de la bomba atómica han suscrito, incluido EE UU y, por cierto, Israel, que jamás ha reconocido que la posee, sin que ello le procure castigo alguno.

Es tal la obsesión de Trump por negar cualquier cosa y replegarse al aislacionismo y la política unilateral que ha conducido a Estados Unidos a retirarse de la Unesco, el organismo de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura, alegando su presunta inclinación antiisraelí. Blandiendo la misma escusa, abandonó también el Consejo de Derechos Humanos de la ONU por cuestionar la actuación de Israel con los palestinos. Como no se quedó satisfecho, también cortó la aportación de EE UU a la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos, una aportación que ya había rebajado anteriormente, en claro apoyo incondicional al Gobierno sionista en su conflicto con la Autoridad Palestina. Trump secunda cualquier iniciativa, por ilegal que sea, de Israel. De hecho, trasladó la embajada norteamericana desde Tel Aviv a Jerusalén, cuando el Gobierno hebrero decidió unilateralmente declarar esa ciudad capital del Estado judío, contraviniendo consensos internacionales que le otorgaban un estatus especial como sede de las tres religiones monoteístas abrahámicas. De igual modo, secundó la integración definitiva a Israel del territorio ocupado de los Altos de Golán, pertenecientes a Siria. La parcialidad que muestra Donald Trump en el conflicto que enfrenta a palestinos e israelíes es descarada, negando cualquier validez a las razones y demandas, aunque sean históricas y justas, de Palestina. Participa incondicionalmente de la versión hebrea.  

Pero la gran obsesión de Donald Trump, con la que consigue atraerse el voto de quienes la perciben como una amenaza, es la migración. No sólo le niega ningún beneficio, sino que la considera causa de todos los problemas que aquejan a la sociedad estadounidense. No se cansa recriminar a los inmigrantes de ser criminales, violadores o parásitos “que vienen a robarnos puestos de trabajo” (¿les suena la retahíla?), cuando en realidad son fuente de mano de obra barata que se encarga de los trabajos más bajos que los naturales no quieren hacer. Después de inocular el miedo al inmigrante, prometió construir un muro a lo largo de la frontera con México para impermeabilizarla, sin que en cuatro años haya podido levantarlo. Decreta vetos a la entrada de viajeros en función de su procedencia de determinados países islámicos. Y como demostración de su “comprensión” del fenómeno de la migración, abandonó el Pacto Mundial de la ONU sobre Migración y Refugiados, actitud que imitaron otros países gobernados por populistas de extrema derecha, como Hungría, Austria, Israel o República Checa. Se nota, con ello, que Trump y sus adláteres no son partidarios de la multiculturalidad y la diversidad racial, como los nazis.

El legado de Donald Trump, aparte de la negación, consiste también en el repliegue hacia el aislacionismo y el proteccionismo. Además de las rupturas e incumplimientos de los acuerdos señalados, EE UU, bajo la presidencia del actual mandatario, han seguido con obcecación una política basada en la “doctrina del abandono”, como ya es conocida por muchos analistas. Cada vez que, en el complejo campo de las relaciones internacionales, percibe que los intereses de EE UU no prevalecen, Trump no vacila en amenazar, y materializar la amenaza si no lo consigue, con su salida del foro en cuestión. Es, justamente, lo que pasó cuando anunció su salida de la Organización Mundial de la Salud (OMS) porque no se alineaba con sus acusaciones contra China, a la que señalaba por “crear” y “propagar” el coronavirus de la Covid-19 -el “virus chino”, como lo llama- causante de la pandemia que asola al planeta. Y por no advertir con más antelación de su gravedad e importancia. Que los pasos de la ciencia sean más lentos y seguros que los que convienen a la política, no entra en la mollera de un presidente que actúa de forma propagandística y simplista.  

Con esa misma excusa, Trump también anunció que abandonaría la Organización Mundial de Comercio (OMC) si esa especie de tribunal internacional de apelación no favorece con sus dictámenes los intereses comerciales de USA en los conflictos que provoca con otras economías. Las ayudas estatales que reciben tanto Boeing como Airbus, consideradas ambas contrarias a la libre competencia, son el motivo de la controversia con la OMC. Esa doctrina del abandono la utiliza incluso para presionar a los “aliados”, amenazando con salirse de la OTAN (Tratado del Atlántico Norte), si los Estados miembros no aumentan considerablemente su contribución económica con el organismo militar. Y, así, podríamos seguir con otros ejemplos.

Pero es algo que no esperaba lo que hará que abandone la Casa Blanca. Una imprevisible y enorme crisis sanitaria, que ha afectado a la mayoría de los países del mundo cual fichas de dominó, es la que ha apagado la “estrella” de Donald Trump, mostrándonos un monarca desnudo, incapaz de gestionar un problema real que castiga inmisericorde a sus compatriotas, causando más de 200.000 muertos y millones de contagios. Como dice The New England Journal of Medicine, la principal revista médica de EE UU, la pandemia ha sido un test para medir a los líderes de EE UU, demostrando que no están capacitados. “Recibieron una crisis y la convirtieron en una tragedia”, concluye la revista, cuestionado la gestión de Donald Trump. Y esta mala suerte al final de su mandato probablemente sea la que lo mande a seguir haciendo trampas con sus particulares negocios inmobiliarios, pero lejos de los intereses generales de la ciudadanía. Todo es cuestión de suerte. ¡Ojalá!  

jueves, 8 de octubre de 2020

domingo, 4 de octubre de 2020

¡Qué semanita!

Se ha muerto el “padre” de Mafalda, dejando huérfana y muda a la niña filósofa y sin sus observaciones a todos sus seguidores; Donald Trump ha cogido la Covid-19, después de tanto menospreciar la enfermedad y las medidas de prevención, siendo ingresado en un hospital militar, por supuesto, donde su estado es todo un misterio, y a pocas semanas de las elecciones presidenciales en las que no partía como favorito; Isabel Ayuso, la presidenta de la Comunidad que se ha visto obligada a confinar gran parte de Madrid, sigue creyendo que sus medidas de descontrol son las que logran reducir la pandemia y que las del Gobierno, a quien solicitó ayuda para después rechazarla, son las que promueven los contagios. A punto ha estado de exponer a los habitantes de la Comunidad que dirige a la descabellada “inmunidad de rebaño”, la que hace desaparecer la enfermedad después de contagiar a toda la población y no poder transmitirse más, previo porcentaje de muertos, que no se sabe a quién endosaría.

Al mismo tiempo, Quim Torra ha sido inhabilitado para presidir la Generalitat de Cataluña: ya son dos “honorables” presidentes de aquella Comunidad Autónoma los que han tenido que apartarse del cargo de manera abrupta y no por el resultado de las urnas. El anterior president, Carles Puigdemont, se halla huido, prófugo de la Justicia, por celebrar un referéndum ilegal para declarar una independencia que no tiene cabida en el marco constitucional de España. Y, ahora, Torra, apeado por desobedecer también las leyes al poner una pancarta en el balcón de la Generalitat durante una campaña electoral, ignorando la exigible neutralidad de las instituciones en procesos electorales. Ha sido sustituido, hasta nuevo nombramiento, por su vicepresidente, Pere Aragonés, militante del Esquerra Republicana, también independentista, pero menos radical.

Todo ello se circunscribe en un momento en que la derecha, en su conjunto (PP, Ciudadanos y Vox), acusa al Gobierno de no defender la monarquía ante las opiniones de algunos miembros del Ejecutivo, que cuestionan el sutil reproche del rey de llamar al presidente del Consejo del Poder Judicial, para decirle personalmente que le hubiera gustado asistir, al no ser autorizado a presidir un acto de entrega de diplomas a jueces de Cataluña. A pesar de que todos los actos del rey deben ser refrendados por el Gobierno, la oposición percibe esta decisión del Ejecutivo como una concesión a los partidos independentistas catalanes, cuyos votos podrían permitir la aprobación de los Presupuestos. Le achacan de apoyarse en votos de independentistas. Sin embargo, el PP, que gobierna algunas comunidades gracias a los votos del ultraderechista Vox, no cuestiona los apoyos de un partido que está en contra del Estado de las Autonomías, de las ayudas a la igualdad de la mujer, que niega la violencia machista y que proclama la salida de la Unión Europea. Eso sí, defiende ciegamente a la monarquía, cuanto más absolutista, mejor.

Y en Andalucía, aparte del cambio de logo de la Junta, el Gobierno regional continúa en plena campaña propagandística para exhibirse como modelo de gestión que no para de cosechar éxitos y más éxitos y, de paso, ir dando oportunidad a la iniciativa privada en la provisión de servicios públicos. Así, firma convenios transfronterizos con Portugal, acuerda medidas ecológicas, promete ayudas al sector agrícola, pretende incentivar el turismo, contrata personal de refuerzo donde haga falta, sigue asegurando que bajará los impuestos y que reduce el número de altos cargos de la Administración para recolocarlos en otro puesto, etc., sin que ninguna de estas medidas surta efectos. Como Madrid, reclamaba con insistencia la recuperación de las competencias en materia de salud pública para combatir la pandemia, para luego achacar al Gobierno central la constante aparición de nuevos focos de contagio, la falta de previsión para reforzar la sanidad, la vuelta “segura” a los colegios y cualesquiera asuntos que son de competencia autonómica. Andalucía se adhiere a la estrategia de confrontación que de manera singular lidera la comunidad de Madrid. Pero a su favor, cuenta con la suerte de que nuestra región no sufre el embate más virulento de la pandemia. Algo es algo.

¿Qué va a pasar la semana que viene? Como esto siga así, puede suceder cualquier cosa, incluso que hallemos vida en Venus. ¿O esto ya se ha anunciado?

jueves, 1 de octubre de 2020

¿Es seguro el cole?

El curso escolar, en este año tan extraño de pandemia, ha comenzado con más miedos y vacilaciones que nunca. Salvo en casos de guerra, la apertura de los colegios nunca había sido tan problemática y controvertida. Y en ambos casos, es el temor a que las aulas no sean un lugar seguro para la salud y la vida de los niños y sus familiares lo que convulsiona el inicio del curso escolar. Existen fundados riesgos de que las medidas oficiales, más propagandísticas que eficaces, no son capaces de reducir, menos aún de eliminar, los contagios. Pero, a pesar de ello, los padres se debaten entre llevar sus hijos a la escuela, dada la obligatoriedad de la enseñanza, o retenerlos en casa y educarlos a distancia, los que puedan permitírselo. La mayoría, con todos los miedos en el cuerpo, opta por escolarizarlos como única alternativa que les posibilita dedicar tiempo a sus ocupaciones profesionales. No todos tienen con quien dejar a los niños. Y confían, con cierta incredulidad, en las medidas oficiales que aseguran que el medio escolar es más seguro que otros ambientes sociales. Sin embargo, no dejan de preguntarse: ¿Es seguro el cole?

Las autoridades han argumentado que la razón que les mueve a abrir las escuelas es, por un lado, la adopción de medidas de seguridad y prevención que mitigan los contagios entre el alumnado y el profesorado (mascarillas, geles de desinfección, distancia de separación interpersonal, reducción de la ratio por aula y grupos de convivencia estable). Y por otro, que el impacto del cierre de los colegios y la ausencia de escolarización repercute, no sólo en el derecho a la educación de los niños, sino también en el incremento de la desigualdad social y trastornos de la actividad, además de impedir el papel de los centros educativos como transmisores de información a los chicos y sus familias sobre medidas de protección contra la pandemia.  Parecen razones convincentes, si se cumplieran.

Porque lo cierto es que, aunque se creen “grupos burbujas”, los escolares se mezclan entre sí antes de entrar o al salir de las escuelas. Incluso hay padres (o madres) que trasladan a amigos de sus hijos, pertenecientes a otro grupo de convivencia, en el coche junto a su retoño. Y esto, en primaria. Que lo que sucede en secundaria es aún peor. ¿De qué sirve separar si luego se van a juntar? Por otra parte, las ratios por aula (25 alumnos por clase) es, por no decir imposible, de complicado cumplimiento, puesto que obligaría a construir más aulas, contratar más maestros o doblar turnos para impartir clases por las tardes o de manera “on line”. Y como no se ha levantado ni un colegio adicional a los ya existentes ni se ha incrementado la plantilla del profesorado de manera significativa, las ratios se mantienen como estaban o, si han disminuido algo, se debe a las ausencias de algunos alumnos a clase. Ello condiciona el cumplimiento de la distancia interpersonal, que brilla por su ausencia. El área útil de un aula es la que es y no se estira para albergar a 25 alumnos, y no digamos 30, separados entre sí por un mínimo de 1,5 metros de distancia. Esta “aglomeración” o aforo que se tolera en las escuelas no se consiente en el hogar ni en ningún establecimiento público, abierto o cerrado (reuniones de máximo 6 personas), en cumplimiento de las últimas normas dictadas por la Junta de Andalucía para contener la segunda ola de la pandemia que estamos sufriendo.

El grado de incertidumbre entre padres y profesores es, no sólo elevado, sino estresante. La desconfianza y la angustia hacen mella en ambos colectivos, hasta el extremo de que hay progenitores que continúan en la duda de si llevar sus hijos al colegio y profesores que avisan a los padres para que aíslen a sus hijos por una simple carraspera. Nadie está seguro de nada. Y menos aún en la escuela. Las medidas que adoptan las autoridades gubernamentales, presuntamente aconsejadas por comités de expertos, parecen responder antes a lo deseado (económica o electoralmente) que a lo plausible o conveniente, puesto que las bondades de abrir los colegios sobre los riesgos de transmisión comunitaria de la pandemia no se apoyan en pruebas científicas ni en estudios experimentales, como lo demuestra el progresivo cierre de aulas o colegios tras detectarse focos de contagios. Y eso que todavía no ha comenzado la época de los resfriados y las gripes.

No irradia seguridad ni confianza que medidas de prevención que son obligatorias para otros espacios, tanto privados como públicos, no se contemplen ni se cumplan en los colegios, por mucho que el derecho a la educación sea prioritario. Más prioritario aún es la protección de la salud y el derecho a la vida de todos los ciudadanos, incluidos los niños. Porque si se obvian estas medidas de seguridad en los colegios, estamos ofreciendo al virus una vía eficaz de propagarse a través de portadores asintomáticos al resto de la sociedad. Es, por tanto, inevitable que se refuercen y se respeten las medidas que las propias autoridades han establecido para la apertura de los colegios, sin ninguna excepción. Mientras todos y cada uno de los centros educativos no se rijan en función de estas medidas, los colegios no serán jamás espacios seguros. Y no hace falta recordar que esta pandemia está lejos de estar controlada.