miércoles, 14 de octubre de 2020

12 de Octubre: una fiesta confusa

El 12 de Octubre es festivo en España. Se celebra el Día de la Hispanidad, efeméride que desde 1913 se denominaba Día de la Raza. Hoy no se sabe qué se conmemora exactamente con ese día cuando España ya no es el viejo imperio que irradiaba su poder y su cultura más allá de ultramar y las antiguas colonias apenas apelan a sus raíces españolas para enorgullecerse de su identidad nacional y lingüística. Los tiempos han cambiado, las sociedades han evolucionado hacia una postmodernidad homogeneizadora y narcótica y las percepciones que se tienen de los aconteceres históricos han sido mediatizados por los valores y criterios del presente. ¿Qué celebramos entonces?

En realidad, un 12 de octubre de 1492 fue el día en que Cristóbal Colón “descubre” América, aunque él no supiera que orillaba un nuevo continente, sino las ansiadas indias orientales (las Molucas) a las que se dirigía en busca de una nueva ruta hacia el oeste que eludiera la vía portuguesa que bordeaba África. Sería Américo Vespucio el que, años más tarde, se daría cuenta que Colón había hallado un continente desconocido (Mondus Novus), que se extendía de norte a sur, en medio del Atlántico. Sin saberlo o no, la gesta del descubridor otorgaría a España la titularidad de unas tierras ignotas, que enseguida se lanzó a colonizar y evangelizar, inculcando su cultura, lengua y religión en aquel vasto territorio. Siglos después, el fruto de esa “conquista” que “civilizó” pueblos y barrió culturas, dejando una impronta imborrable en el mestizaje de razas, idiomas, hábitos y formas de ser, desde Texas y California hasta Argentina, es lo que se conoce como la América hispana. Y en España se festeja, a partir de 1958, como Día de la Hispanidad, asumiendo la denominación que propusiera Ramiro de Maeztu en 1931.

A pesar de los usos ideológicos de la fecha por parte de los distintos sistemas políticos habidos en España (desde el reinado de la regente María Cristina, la República, la Dictadura, hasta la actual democracia), lo cierto es que siempre se ha escogido el 12 de octubre como fiesta nacional, más por motivaciones políticas que históricas, para afianzar un sentimiento de orgullo nacional sobre unos hechos que debieran ser percibidos en nuestro país con mayor objetividad histórica (todavía hay debates sobre la hispanofilia y la imperiofobia del descubrimiento y sus consecuencias) y menos sentimentalismo patriotero. Es decir, menos desfiles militares y más estudios y charlas sobre lo que fuimos, hicimos y somos como pueblo o nación y sobre nuestros lazos y relaciones con Latinoamérica.  

Es verdad que una mayoría de países celebra una fiesta nacional con la que conmemoran algún acontecimiento fundacional de su historia, fundamentalmente la independencia de una potencia colonial. España, cuya formación como Estado-nación moderno obedece a otras causas de su devenir histórico (no dispone de una fecha precisa a partir de la cual se configura como país o estado), ha escogido el 12 de octubre para arraigar un sentimiento nacional, relacionándolo con la empresa de la “hispanidad” que llevó a cabo en América a partir del descubrimiento. Creo que son hechos diferentes que debieran resaltarse por separado, si ello fuera posible a estas alturas. Una cosa es el sentimiento nacional en España, sometido incluso aquí a presiones centrífugas identitarias, y la identidad hispánica de muchas naciones del Nuevo Mundo, algunas de las cuales exigen actualmente reparación y disculpas por los atropellos cometidos a los pueblos indígenas durante la conquista española. Conquistar y ser conquistado son sensibilidades distintas cuando no opuestas. Por tal razón, existe poca pedagogía (histórica) y mucha conflictividad (política) en la fecha del 12 de Octubre como Día de la Hispanidad, que en la península se vive como Día de España.

En unos momentos, como los actuales, de permanente revisión del pasado y una creciente percepción de lo indígena como una Arcadia feliz a la que volver, con derribo de estatuas y exigencias de reparación de hechos de los que los contemporáneos no pueden ser responsables, parece aconsejable aprovechar estas fechas tan significativas para dedicarlas a la reflexión desapasionada y conjunta de aquel pasado común, en el que confluimos en la historia, para comprender el presente de todos los pueblos implicados, sus derechos y aspiraciones como sociedades modernas, la pluralidad cultural que florece desde una misma lengua, los fenómenos migratorios que revierten la colonización y el papel y lugar de Hispanoamérica en un mundo sin fronteras y globalizado.

Más que banderas y uniformes que se regocijan en lo que ya no es ni como recuerdo, mejor sería celebrar la vocación de los pueblos iberoamericanos por el reconocimiento de sus raíces y su identidad en el contexto de un pasado histórico compartido, del que se parte para la construcción de sociedades modernas que basan su dinamismo en la confluencia de intereses, visiones del mundo y aprovechamiento de las sinergias de lo que los unen antes que en las discusiones estériles de lo que los separan.

España haría bien en diferenciar una fiesta nacional de la efeméride del nacimiento de lo que se conoce como hispanidad, ese mundo complejo de pueblos y naciones condicionadas por una lengua compartida y un mestizaje que caracteriza sin complejos a Iberoamérica, relegando añoranzas de un pretérito de idealizado indigenismo virginal, del mismo modo que España no puede aspirar a la época imperial ni a los tiempos de los reyes godos o los reinos musulmanes. El pasado es pasado aquí como en América. Quienes promueven estas diatribas con la Historia son populismos de ambos lados del Atlántico que persiguen fines políticos particulares y no una exégesis de la historia ni una antropología de sus pueblos. Aquí y allá.

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