jueves, 31 de agosto de 2017

Cinismo independentista catalán

El agotador procés que el gobierno de la Generalitat lleva años impulsando en Cataluña para declarar la independencia de aquella región respecto de España peca de muchas cosas, pero en especial de cinismo. Los agentes soberanistas que  persiguen la secesión en la Comunidad Autónoma catalana se manifiestan –expresan y actúan- con un cinismo insultante, a caballo entre el descaro y la provocación. No sólo muestran deslealtad al Estado que representan en aquel territorio, sino que también adoptan iniciativas deliberadamente ilegales que no respetan el Estado de Derecho y no dudan en reescribir la historia para adecuarla a sus pretensiones independentistas. Exhiben en todo lo que hacen un cinismo que nadie toleraría en cualquier otra circunstancia. Sólo hay que acudir al diccionario para percatarse de esa actitud, pues mienten sin ocultarse ni sentir vergüenza como modus operandi.

Son cínicos al querer confundir su afán  independentista con la verdad histórica, como si Cataluña hubiera sido alguna vez un reino independiente de España que fuera conquistado, colonizado y sometido por Castilla en los arcaicos tiempos fundacionales de España como nación. Así elaboran la gran mentira con la que se vale el nacionalismo soberanista catalán para promover la secesión de España y constituirse en república independiente, incluso en caso de que tal pretensión no sea avalada por la mayoría matemática de los ciudadanos catalanes. Gracias a este ardid pseudohistórico, el cinismo independentista construye un enemigo (que prohíbe su identidad, que rechaza su lengua, que inhibe su talento, que les roba) contra el que enfrentarse y que justifica la rebelión. Ello permite, también, identificar la veleidad de algunos, por muchos que sean, con una supuesta realidad nacional, se equiparan con el pueblo al que dicen representar sin que nadie se lo pida, de tal manera que, o bien estás con ellos, o bien no eres un buen y auténtico catalán. Ellos son el pueblo catalán, los demás, todos los que discrepen, son traidores españolistas. Es cinismo elevado a la máxima expresión.  

Y con esa dinámica cínica exigen un referéndum como acto evidente, en si mismo, de democracia, pero en el que sólo una parte restringida del cuerpo en el que reside la soberanía nacional puede participar, a pesar de que la cuestión afecte a la totalidad del mismo. Y ello, además, en condiciones tan laxas que cualquier resultado quedaría invalidado, no sólo por carecer de rigor, sino fundamentalmente porque no representaría, en puridad democrática, la voluntad mayoritaria de los electores concernidos, ni siquiera la de la mayoría de los catalanes.

Pervierten la legalidad al convocar un referéndum ilegal del que son conscientes que no podrán realizar sin cometer delitos punibles por la justicia y actuando desde la deslealtad institucional, la arbitrariedad jurídica y con claro desprecio del Estado de Derecho. Lo hacen cínicamente con la excusa de satisfacer un supuesto “derecho a decidir” (¿no deciden cuando votan en elecciones legales?), pero para decidir sólo lo que a ellos interesa y con el resultado asegurado previamente gracias a esas condiciones laxas de participación (eximen de un resultado cualificado y de una participación también incontestable) y al control absoluto de su organización (depuración del Govern de los consellers poco dados a quebrantar la legalidad, nombramiento de radicales independentistas al frente de la Policía autónoma, constante movilización ciudadana por organizaciones soberanistas que chantajean al Ejecutivo catalán, incluida la burda manipulación de cualquier tipo de manifestación ciudadana, como la celebrada en contra del terrorismo, etc.). Es tal la influencia de tales organizaciones radicales en la Generalitat (CUP, Asamblea Nacional, etc.), que el gobierno catalán actúa al dictado de ellas si pretende seguir gobernando. Ejemplo palmario de tal influencia es Carmen Forcadell, activista de Omnium Cultural y de la Asamblea Nacional Catalana, organizaciones que reclaman la independencia de Cataluña, que con su actitud consiguió ser designada presidenta del Parlamento catalán, no por sus méritos jurídicos y de servicio público, sino por la fuerza intimidatoria de sus movilizaciones. Ahora es ella la responsable de controlar la labor del Parlamento en favor de las iniciativas de sus afines independentistas. Y si para ello hay que subvertir la legislación vigente y no acatar las resoluciones del Tribunal Constitucional, ella está dispuesta a consentirlo desde su tribuna parlamentaria, la misma desde la que niega la labor de discusión de las leyes y el control al gobierno por parte de la oposición. Si eso no es cinismo, habrá que redefinir el concepto.

Una de las razones, cínicas por supuesto, para impulsar un referéndum ilegal es la negativa del Gobierno de España a negociarlo tal como conviene a los convocantes, partiendo del desprecio de la ley que no les faculta a promover tal medida. Nunca han querido discutir si ello era posible o no, asumiendo que la negativa sería la posibilidad más probable, por respeto a la legalidad, de esa imposible negociación. Su exigencia de negociación se basaba en el sí o sí, convencidos de que si ganan la consulta (por la mayoría que fuese) impondrían su criterio independentista, pero si perdían, obtendrían una excusa, a modo de agravio, para seguir intentándolo en el futuro, cuando las condiciones fueran más favorables, y así tantas veces como sean necesarias hasta culminar sus propósitos separatistas. Con todas las cartas marcadas, exigen cínicamente el “derecho” a decidir el sí, pero sólo el sí, cómo les interesa, cuándo les conviene y únicamente para lo que están dispuestos a consultar a una parte fragmentada de los electores y sin demasiados requisitos que preserven la voluntad de la mayoría. Se trata, por tanto, de un referéndum cínico promovido por cínicos representantes de la política nacionalista catalana, facción independentista.

Pero lo más peligroso de este envite cínico no es que una independencia de Cataluña sumiera en el aislamiento y la irrelevancia a la nueva república por causa del rechazo de la Unión Europea y del Derecho Internacional a reconocerla, en el improbable caso de que triunfara la consulta por mayoría indiscutible, sino el riesgo de enfrentamiento armado que podría derivarse entre Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, que actuarían dependiendo de los poderes públicos en defensa de la legalidad constitucional, por un lado, y del “autogolpe” catalán, por el otro. Es un peligro cada vez más evidente conforme se acerca la fecha prevista del referéndum, aunque casi nadie lo aluda ni lo comente. Sin embargo, podría producirse un escenario de enfrentamiento violento entre los Mossos d´Esquadra y la Guardia Civil o el Ejército, cada cual obedeciendo órdenes en defensa de diversas legalidades, la existente y la que quiere imponer la Generalitat en sustitución de la constitucional vigente. Unos querrían asegurar la viabilidad del proceso electoral, otros impedirlo por ser ilegal. Afectados por una mutua desconfianza y directrices opuestas, no sería descabellado pensar que la tensión hiciera que se perdieran los nervios en algún momento. También, incluso, que unidades del Ejército tomaran el control de centros y organismos relevantes de una Comunidad a la que se le suspenden sus competencias por parte del Gobierno ante el claro incumplimiento constitucional y legal y su actuación contraria al interés general de España, según contempla la aplicación del Artículo 155 de la C.E. No es, pues, un escenario improbable, sino factible y al que parece conducir la actual dinámica de los acontecimientos. Provocarlo y desearlo es, en realidad, una actitud cínica irresponsable, por cuanto se pueden producir víctimas inocentes que enconarían todavía más el enfrentamiento, la división social y el odio en una región hasta la fecha pacífica y tolerante con las ideas, las culturas, los idiomas, las razas y los credos. Perseguir deliberadamente la ruptura de esa tradición y la buena convivencia que hasta ahora imperaban en Cataluña es un acto de cinismo supremo por parte de dirigentes independentistas catalanes, contrarios a cualquier solución que no sea la previamente diseñada en sus mentes cínicas.  

lunes, 28 de agosto de 2017

Muerte injustificable en un hospital


Mucha gente muere en los hospitales, lugares donde todos sus profesionales se dedican a luchar contra la enfermedad y velar por la salud de pacientes y usuarios. Son sitios en los que no resulta extraño que se produzcan, de forma cotidiana, muchas defunciones como resultado inevitable de procesos patológicos irreversibles o por el deterioro psico-somático que conlleva la vejez y el final de la vida de las personas. Todos hemos de morir alguna vez. Pero morir en unas instalaciones hospitalarias como consecuencia de un accidente perfectamente evitable es, además de injustificable, intolerable. Podrán esgrimirse explicaciones más o menos técnicas, pero no se hallarán razones que justifiquen la muerte trágica de un paciente aplastado por un ascensor. Ello es inconcebible, máxime en estos tiempos en los que sistemas mecánicos, técnicos y electrónicos con que se equipan estas máquinas garantizan su perfecto funcionamiento y minimizan cualquier riesgo, incluso en caso de fallo del suministro de energía eléctrica. Nada de lo cual evita las averías, pero ninguna de ellas con resultado de muerte.

Sin embargo, es lo que pasado en un centro sanitario. En el Hospital de Valme de Sevilla ha muerto hace unos días una joven de 25 años, que acababa de dar a luz por cesárea su tercer hijo, cuando era trasladada desde la zona quirúrgica a la de hospitalización. Durante el trayecto, el celador que la traslada se percata de que el ascensor no responde a las órdenes pulsadas en la botonera y, al intentar sacar la camilla para utilizar otro elevador, éste se pone repentinamente en marcha con las puertas abiertas y atrapa a la paciente contra las estructuras superiores, aplastando su cabeza y provocándole un traumatismo craneal severo que le causa la muerte inmediata, sin que diera tiempo de acabar de extraer la camilla de la cabina. Es una muerte atroz, inexplicable, injustificable e injusta. El celador testigo de los hechos está en tratamiento psicológico y los familiares de la víctima aún aguardan, más allá de las burocráticas condolencias, la asunción de las debidas responsabilidades, al nivel que correspondan. Porque lo ocurrido es una tragedia inverosímil que nadie podía imaginársela. Resulta inconcebible que en pleno siglo XXI, en el que los adelantos técnicos permiten hasta triplicar los mecanismos de seguridad de los elevadores, sujetos además a periódicas revisiones que condicionan su uso, se pudiera producir un accidente de esta magnitud, de fatales consecuencias, por un cúmulo tan insólito de fallos. Alguien o algunos tendrán que dar la cara por lo acaecido, sin endosarlo a la casuística de accidentes desafortunados e inevitables que acarrea cualquier actividad humana. Éste, en concreto, era un accidente perfectamente evitable si se hubieran respetado todos los protocolos de mantenimiento, revisión y reparación que aseguran el buen estado de funcionamiento de las máquinas elevadoras. Algo, pues, ha fallado y algunos, de manera activa o pasiva en el ejercicio de sus competencias, han actuado con negligencia, una negligencia homicida. Y esa responsabilidad hay que depurarla, no sólo como castigo o escarmiento, sino para que no vuelva a ocurrir, nunca más, nada parecido. Nadie debe morir por el fallo de un ascensor. Y menos en un hospital.

La población está conmocionada, y con razón, porque teme que lo sucedido sea fruto de una conjunción de fallos no correctamente solventados por múltiples contingencias, que abarcan desde la austeridad económica que condiciona un mantenimiento riguroso y exhaustivo hasta la manipulación de comandos o sensores que reduzcan las pérdidas de tiempo en un aparato de uso continuado y permanente. Tal vez, incluso, la simple fatalidad de otros factores desconocidos que inutilizaron los sistemas de bloqueo de seguridad de la máquina. Todo ello lo investigan la Justicia, la empresa externa encargada de su mantenimiento y los técnicos del propio hospital, a fin de averiguar la o las causas de un fallo tan extraño y repentino. Hasta los expertos del sector se muestran sorprendidos porque lo sucedido es algo inusual.

Pero, mientras tanto, los familiares de la mujer aplastada por el ascensor y los usuarios de la sanidad sevillana y andaluza exigen responsabilidades que vayan más allá de las meras notas de lamento y condena con las que pretenden disculparse los directivos de la institución y los responsables de la sanidad andaluza. Accidente fortuito, chapuza o negligencia hay que esclarecerlos sin lugar a dudas y con total transparencia, ya que un derecho, como es el de la salud, no puede suponer un riesgo mortal para el que lo exige, lo ejercita y, encima, lo financia con sus impuestos. Los recortes en sanidad, y en cualquier otro servicio público, no deben afectar a la calidad de la prestación. Pero menos aún poner en riesgo la vida de los usuarios. Esperamos, por tanto, esa explicación, que no justificación, de lo sucedido en ese hospital. ¿Quién va a dar la cara?

sábado, 26 de agosto de 2017

Yo sí tengo miedo

Un lema encabeza la manifestación que hoy recorre las calles de Barcelona en contra del terrorismo: No tinc por (no tengo miedo). Ese fue el grito espontáneo de los ciudadanos de aquella ciudad, y los del todo el país, ante la matanza causada por un terrorista yihadista, que atravesó la vía peatonal de La Rambla atropellando con una furgoneta a cuantos pudo embestir en su acción asesina. Frente al terror de los fanáticos, los barceloneses expresaron su apuesta por la paz, la libertad y la tolerancia. También en contra de la islamofobia, aunque algunas personas desahogaron su rabia culpando a los musulmanes, en general, del atentado y haciendo pintadas en mezquitas y centros islámicos.

Pero, aun uniéndome a los manifestantes, yo sí tengo miedo. Tengo miedo porque sus autores crecieron en nuestra sociedad pero no asimilaron nuestros valores. No eran guerrilleros venidos de fronteras lejanas y de otras culturas dispuestos a combatir lo que representamos, sino que eran chavales de nuestro entorno, que compartieron juegos con nuestros hijos, y no vacilaron en asesinar a sus paisanos en nombre de una religión que supuestamente exhorta la paz, la caridad y la bondad entre los seres humanos.

Yo sí tengo miedo porque de nuestra tolerancia se aprovecha el terror para captar a sus agentes del odio y la muerte, de nuestra libertad se vale para incubar su semilla de maldad, intolerancia y fanatismo, y de nuestra solidaridad obtiene recursos para fijar los objetivos de su demencial obsesión homicida. Algo hacemos mal cuando nuestros valores no convencen a los asesinos de lo erróneo de sus actos y de la perversión de sus ideales. Algo falla cuando cualquier lunático es capaz de mentalizar a unos adolescentes de que se inmolen, mientras matan a inocentes, en nombre de no se sabe qué guerra santa pretenden librar en nuestros países. Yo sí tengo miedo de ese terrorismo que surge en nuestras calles y barrios. Por eso estoy en contra del terrorismo, y por ello tengo miedo, mucho miedo.     

viernes, 25 de agosto de 2017

Calor de agosto


Casi podría decirse que el titulo es una redundancia, puesto que en el hemisferio norte agosto es el mes central del verano, en el que, aparte de ser el preferido por la mayoría de la población para disfrutar de las vacaciones, se disparan las temperaturas y los días sofocantes se multiplican como si de un castigo bíblico se tratase. En estas latitudes, calor y agosto pueden usarse como sinónimos. Y los que aborrecemos las aglomeraciones y los insomnios nocturnos a causa de un sudor que humedece las almohadas, no soportamos el calor de agosto. Tampoco el de julio ni el de septiembre. Demasiado calor y durante demasiado tiempo, ya que entre los prolegómenos y la agonía de la estación, el calor dura cerca de cinco meses, demasiados meses que achicharran el ánimo y derriten las meninges. Pero agosto tiene algo bueno: en él ya se empieza a percibir una mengua de la luz a medida que transcurren los días. Es un aviso, una leve esperanza para los que añoramos la brisa fresca, la quietud de los espacios y el silencio en el horizonte. Pero hasta entonces, hay que aguantar este calor de agosto. Un verdadero suplicio que se hace más llevadero con las melodías refrescantes del "Verano" de George Winston...


miércoles, 23 de agosto de 2017

Cultura sin sectarismos

Ahora, cuando el sectarismo nacionalista considera “franquistas” o, lo que es lo mismo, "fascistas " por presuntamente “españolistas y anticatalanistas”, lo que equivale a ser tachados de "hostiles a la lengua, cultura y nación catalanas", a figuras de la cultura española más universal, como son Antonio Machado, Garcilaso de la Vega, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Calderón de la Barca, Lope de Vega, Francisco de Goya o Mariano José de Larra, entre otros, con la pretensión de eliminarlos del nomenclátor de la ciudad de Sabadell en virtud de una particular Memoria Histórica sesgada de cantonismo excluyente y desintegrador, reivindicamos desde esta bitácora a tan egregios nombres que marcaron con sus obras una visión desacomplejada y una cultura propia de la que podemos sentirnos orgullosos, pues contribuyó a forjar una España plural, diversa y compleja que nos lega un idioma como vehículo de convivencia, conocimiento y fraternidad a escala mundial entre pueblos, razas, continentes y culturas, salvo, al parecer, la catalana, huérfana de una identidad sin taras ni privilegios. Sin pedantones…


SOLEDADES, canto II
 
He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares
y atracado en cien riberas.
 
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,
 
y pedantotes al paño
que miran, callan y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.
 
Mala gente que camina
y va apestando la tierra…
 
Y en todas partes he visto
gente que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra. 
 
Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,
 
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.
 
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos
descansan bajo la tierra.
 
Antonio Machado

lunes, 21 de agosto de 2017

Árabes, musulmanes, moros y yihadistas

Cuanto más cercano y brutal golpea el terrorismo, como el atentado producido en Barcelona la semana pasada con quince muertos y más de un centenar de heridos, ejecutado con el salvajismo y la frialdad habituales de unos fanáticos radicales, enajenados con ideas demenciales y absurdas (emprender una guerra santa contra los “infieles”), más necesario es mantener la cabeza fría, aunque los sentimientos se desborden, para evitar caer en estereotipos manidos a la hora de reaccionar ante la tragedia. Es entonces cuando hay que hacer un esfuerzo por racionalizar los impulsos y centrar los análisis para no equivocar las conductas ni las posibles soluciones con las que enfrentarse a estos y futuros ataques.

Esto debe ser así porque las reacciones emocionales suelen ser exageradas, ciegas, confusas y poco útiles, y se prestan a la manipulación interesada y la creación de estados de opinión que convienen a los que “pescan en ríos revueltos”. Por ello interesa averiguar con desapasionada precisión cuánto sucede e intentar determinar sus causas reales a fin de atinar en la respuesta y fortalecer nuestra defensa. Nada se logra, por tanto, en culpabilizar del desastre e identificar a sus autores con la totalidad del colectivo musulmán ni, tampoco, con el fenómeno de la inmigración. Las generalizaciones, aparte de injustas, no hacen más que desviar responsabilidades y camuflar incompetencias y errores. Yerran en el diagnóstico y fallan en la solución de los problemas, como demuestra, precisamente, el presidente Trump en Estados Unidos cuando dice combatir el terrorismo islamista prohibiendo la entrada de todo musulmán a su país. Criminaliza una religión. Y adopta, en su obcecación, medidas extremas que son inútiles y zafias, entre otros motivos porque no se pueden poner puertas al campo ni muros a los océanos, aunque permitan ganarse el apoyo emocional de los que creen que los problemas complejos tienen soluciones simples y, en apariencia, contundentes.

Nada es sencillo ni fácil en la lucha contra el terrorismo de cualquier jaez, pero menos aun en el de raíz islamista radical. De ahí la necesidad de aclarar ideas y precisar términos para saber de lo que se habla y a quiénes nos referimos. Racionalizar el problema. Y lo primero es reiterar cuantas veces haga falta que los musulmanes no son el problema, ni estamos frente a una guerra de civilizaciones, ni los inmigrantes debilitan nuestras defensas frente al terror. Incluso hay que subrayar que ni siquiera los occidentales somos los más perjudicados por este mal que sólo excepcionalmente incide –y mata- a ciudadanos de nuestros países. Nada de lo anterior, empero, impide que se actúe con determinación y eficacia frente a los que intentan minar nuestras convicciones y atemorizar a nuestros pueblos, haciéndonos creer que somos vulnerables a sus acciones a la desesperada. Buscan infructuosamente con sus bombas y atentados que renunciemos, en aras de la seguridad, a los ideales y valores de libertad, democracia, tolerancia e igualdad que iluminan nuestras sociedades, incitando una respuesta pasional que contribuya a convertirlos en víctimas y no en verdugos, que es lo que son, lo que utilizarían como justificación a sus arrebatos homicidas. Pero tal precisión ha de empezar por el lenguaje, definiendo conceptos y aclarando términos, puesto que nada hay más tendencioso que las palabras, con sus connotaciones y ambiguas interpretaciones que denotan intenciones, sean explícitas o implícitas. Expresan más de lo literalmente dicen hasta convertirse algunas de ellas en términos peyorativos, útiles para la ofensa y la difamación. Por eso conviene no dejarse llevar por la emoción.

Y es ahora, en que la rabia nos presenta al Islam como el enemigo y al “moro” como objeto de nuestras fobias y peores temores, cuando hay que afirmar con rotundidad que la religión de los seguidores de Mahoma, igual que otros credos, no representa ningún peligro para los fieles del catolicismo en Occidente. Aunque toda religión, por definición, se considera como la única verdadera y fruto de la revelación divina, lo que supone que las demás son falsas, ello no significa que en estos tiempos modernos unas y otras mantengan un enfrentamiento a muerte entre ellas, salvo esos cuantos lunáticos islamistas que, por motivaciones políticas y de dominio ideológico, declaran la “guerra santa”, la yihad, contra aquellos que no comulgan ni acatan su particular interpretación religiosa ni la obligada tutela que esta ejerce sobre la organización civil, social y cultural, allí donde se implanta a sangre y fuego.

Las primeras y principales víctimas de la intransigencia religiosa de estos radicales son los propios seguidores del Islam, los musulmanes que habitan los países por donde expanden su terror los yihadistas con afán excluyente y totalitario, despreciando y asesinando a quienes pertenecen a cualquier otra escuela o secta islámica (sunníes, chiíes, wahhabistas, salafistas, etc.) que no sea la que ellos encarnan con bombas y metralletas. La casi totalidad de los musulmanes son pacíficos y se integran sin dificultad en nuestras sociedades, manteniendo, eso sí, ritos y costumbres de su cultura y religión perfectamente compatibles con la convivencia en sociedades plurales y diversas. Se pueden contar con los dedos de una mano los inmigrantes islámicos que han cometido atentados terroristas en los países de acogida. La mayoría de esos inmigrantes huyen de guerras, calamidades y pobreza de sus respectivos orígenes. De ahí que la inmigración no sea la causa principal, ni siquiera condición que lo favorezca, del terrorismo islamista radical que intenta atemorizarnos en nuestros países con actos arbitrarios y a la desesperada.

Lo que sí se produce es que los descendientes en segunda o tercera generación de esos inmigrantes, que ya nacieron en nuestros países y son ciudadanos occidentales como nosotros, con problemas de identidad y arraigo (no se consideran totalmente europeos, pero tampoco árabes), marginados, sin apenas formación, excluidos del mundo laboral y sin expectativas en su horizonte vital, se convierten en presas fáciles para la radicalización por parte de manipuladores religiosos (emir o imán radicado aquí o a través de Internet), que los convencen de que su identidad islámica está por encima de la europea y han de vengarse de los “infieles” de esta sociedad que impide que “su” Islam se expanda y, como verdadera religión que es, implante su dominio en esta parte del mundo. Así mentalizados, pueden crear una célula de desarraigados musulmanes radicalizados dedicada a practicar la Yihad por su cuenta y riesgo, sin necesidad de estar coordinada por ninguna organización de dentro ni de fuera del país, aunque posteriormente al atentado la más activa de ellas reivindique la autoría de un hecho que ignoraba se estaba preparando. Se valen de esos “lobos solitarios” o células invisibles para amplificar una amenaza que no están en condiciones ni capacidad de materializar. Es decir, no todos los atentados cometidos en Europa son obra del Daesh, grupo armado islamista que prácticamente ha sido expulsado de todos los territorios que había ocupado en Siria e Irak.

Es injusto y desproporcionado acusar, pues, al Islam y a los musulmanes de las atrocidades que cometan unos lunáticos en nombre de Alá. Lo que sí se debe exigir a la comunidad musulmana es que detecte y denuncie a las autoridades a los que sorprendan de entre ellos con un fanatismo hostil hacia el país que los acoge y en el que residen, con actitudes violentas hacia las personas de otras creencias y culturas, y que muestran conductas sospechosas de estar siendo radicalizados por desconocidos.

Pero ninguno ha de ser tildado de “moro” como expresión que denota nuestro desprecio y rechazo. Porque no todos proceden del Magreb ni invadieron España en el siglo VIII. Pueden ser sirios, pakistaníes, turcos, marroquíes, sudaneses y hasta palestinos que comparten profesar una misma religión, en cualquiera de sus divisiones, como seguidores de Mahoma. Hay que dejar de usar ese término peyorativo con el que denominamos a todo árabe que practica el Islam, a todo musulmán procedente de África o Cercano Oriente que habla árabe y se arrodilla varias veces al día a rezar el Corán. Si queremos derrotar el terrorismo yihadista tendremos que concretar quiénes son los terroristas y no tachar a medio mundo de ser nuestro enemigo. Así no derrotaremos nunca esta amenaza que nos conmueve hasta las entrañas. Los musulmanes auténticos también se manifiestan en contra de la violencia y el terror.

jueves, 17 de agosto de 2017

Jo també sóc catalá


Jo també sóc catalá y estoy al lado de las víctimas inocentes del terror, sean catalanas, españolas, francesas, belgas o inglesas, víctimas de cualquier nacionalidad, raza, idioma o religión que son objeto del odio de los fanáticos e intolerantes que asesinan indiscriminadamente empujados por su debilidad y complejo de inferioridad. Hoy más que nunca, cuando el terrorismo yihadista atenta en Barcelona, me solidarizo con el ser humano al que le arrebatan la vida porque ama la libertad, la paz y la democracia que los terroristas combaten porque no son compatibles con su ideario trasnochado de sangre y muerte.

miércoles, 16 de agosto de 2017

En la piel de Juana


No es conveniente, ni prudente, tomar partido en los problemas conyugales de pareja. Se puede acabar perdiendo la amistad de una de las partes, o de las dos, en caso, incluso, de una inesperada pero probable reconciliación del matrimonio. Sin embargo, a veces no hay más remedio que dejar las equidistancias y comprometerse con quien estimamos víctima de un abuso intolerable o una situación desgraciada. Máxime, si existe violencia o maltrato por medio. En tales casos, no es posible evitar ponerse en la piel y mostrar una imprescindible empatía con la parte que ha sufrido amenazas, castigos y humillaciones que atentan contra su dignidad como persona. Por eso me pongo en la piel de Juana Rivas, creo en su historia e intuyo que lo que hace es por el bien de sus hijos.

Es sumamente raro que estas situaciones se aireen fuera de las cuatro paredes en las que se desarrollan. Pertenecen al núcleo de intimidad de la pareja y apenas rebasan esa barrera de ignominia, dolor y vergüenza que causa en la parte afectada, que las soporta confiando en que se trata de un episodio excepcional o por mantener la ficción de normalidad familiar ante los hijos e, incluso, ante la indefensión que se vislumbra tras una ruptura definitiva y sin recursos. Todo se aguanta hasta que ya no se puede más y estalla un conflicto que viene de antiguo. Como el caso que está de actualidad en comentarios de la calle, en tertulias diversas, en noticiarios y medios de comunicación y hasta en los rumores y bulos de peluquería. El caso de Juana.

Juana es una joven granadina que se separa de su pareja, un italiano 14 años mayor que ella, al que denuncia por malos tratos, siendo considerado culpable y condenado en 2009 por agresiones. Tras la separación, ella regresa a España, con un régimen de visitas al hijo de ambos que es más o menos respetado hasta que, tres años más tarde, el exmarido se lleva al niño a Italia y no lo devuelve, por lo que Juana vuelve a presentar denuncia de los hechos. En 2013, Juana se queda sin trabajo y su exmarido la convence para volver a Italia, donde viven en una minúscula isla cerca de Cerdeña, en una casa rural aislada en medio del campo. En vez de reconciliación, allí vive Juana, según su testimonio, una especie de cautiverio en el que se suceden los malos tratos, tanto físicos como psicológicos, en un ambiente tan hostil como cerrado que más parece una cárcel que un hogar.  Finalmente, Juana huye y regresa a España, trayéndose consigo a sus dos hijos, de tres y once años, pues durante el breve espacio de su fallida reconciliación concibió al más pequeño. Pero no es hasta dos meses después de hallarse en España que Juana denuncia a su expareja, en julio de 2016, por violencia de género. Esa denuncia no fue traducida ni cursada a Italia a su debido tiempo, por lo que su exmarido tuvo tiempo de presentar con anterioridad una denuncia internacional, en agosto, contra Juana por secuestro de menores. La Justicia italiana dicta sentencia en la que exige la devolución de los niños a su domicilio habitual (Italia) para que convivan con su padre, un hombre condenado por maltrato a la madre de los niños. Desde entonces, Juana se halla en paradero desconocido, desde el pasado 26 de julio, desobedeciendo citaciones y sentencias judiciales que podrían acarrearle males mayores, como el ingreso en prisión y hasta la pérdida de la patria potestad de sus hijos.

¿Quién es capaz de asumir tantos riesgos y por qué? Estoy convencido que sólo una madre es proclive a actuar a la desesperada por sus hijos. Ella afirma que sus hijos están en peligro y que se esconde para protegerlos, a la espera de que el Tribunal Constitucional decida sobre su petición de amparo. Desgraciadamente, el Tribunal no admite el recurso y deja en una posición sumamente delicada a la joven granadina. Entre la versión del padre y la de la madre, parece más verosímil la de ella, al estar impregnada por la desesperación y las insensateces ciegas de quien busca proteger, no su integridad física, sino la de sus hijos. Sólo el miedo y la desesperación pueden explicar su conducta, sin más antecedentes que el de ser víctima de un exmarido agresor y violento. Sin embargo, la fría y calculada actuación de su exmarido, midiendo sus pasos, sus declaraciones y sus iniciativas judiciales, parecen provenir de quien no acepta que su autoridad se discuta, no tolera perder ni verse rechazado por lo que creía era de su propiedad y no admite, a pesar de la sentencia condenatoria por agresiones brutales, ser el perdedor en su enfrentamiento con su exmujer. Ambos aluden a la defensa de los hijos, cuya protección debería tener supremacía frente a cualquier otro derecho o consideración, pero parece más verosímil esa preocupación en quien se juega el pellejo frente a la ley que en quien no ha dudado en hacer uso de la violencia para imponer su voluntad machista, sin importar siquiera que los niños sean testigos de su violencia.

No sé cómo acabará esta desagradable historia ni qué futuro aguarda a Juana. Pero me pongo en su piel y espero que, con ayuda de la repercusión social y mediática, la Justicia se quite la venda de los ojos y dicte con sensibilidad una solución que no perjudique aun más a una madre a la que golpean, no sólo su exmarido, sino también el infortunio, la desesperación y el Código Penal. Hay que ponerse en su piel para comprenderla.     

lunes, 14 de agosto de 2017

Exigir lo perdido

La conflictividad laboral, la que surge por la necesidad de empoderar las exigencias de los trabajadores frente al desinterés o el rechazo de los empresarios, parece que vuelve a ocupar protagonismo en las relaciones laborales y la atención de los poderes públicos. De hecho, las huelgas aumentaron cerca del 4 por ciento durante el primer semestre de este año, según revela el diario El País. Si ello es así, gran parte de sus objetivos se han visto alcanzados, ya que estas huelgas han servido para dar a conocer la existencia de problemas en el mundo laboral, donde se han producido conflictos en la estiba, los transportes y las comunicaciones, principalmente. Pero el más importante de los logros, recuperar lo perdido en los últimos años, está por conseguirse. Y de eso se trata: de exigir lo perdido por los trabajadores.

Cuando desde el Gobierno y los índices macroeconómicos se alardea de una casi milagrosa recuperación económica tras una década de crisis, incluso como argumento para consolidar un control político y social que impida todo cuestionamiento de las reformas neoliberales, parece natural que quienes más perdieron con esa crisis y con las medidas tomadas para combatirla reclamen la devolución de lo que les quitaron y que no dan por perdido. Parece llegado el tiempo de exigir el retorno de las condiciones laborales y la recuperación de los salarios, todo lo cual fue machacado en nombre de una crisis que todos aseguran está superada, menos para los trabajadores, que continúan soportando sus consecuencias. Hasta ahora. Ya los asalariados comienzan a rebelarse contra una situación que debía ser coyuntural y que patronos y gobierno pretenden sea permanente: mantener sueldos de miseria, trabajos precarios y condiciones laborales nefastas para los trabajadores. En definitiva, que se trabaje más que antes pero por menos retribución que nunca. Un timo que con la excusa de la crisis se intenta perpetuar. Y los empobrecidos, trabajadores en activo pero también en el paro, han decidido no soportar más la situación que les humilla y atenta contra su dignidad: han comenzado a exigir lo que les corresponde de la recuperación: condiciones y salarios dignos. Exigen, pues, lo perdido. Y están en su derecho.

Y lo hacen con los medios que les reconoce la ley: con manifestaciones, paros y huelgas, único modo de obligar a patronos y Gobierno a sentarse a negociar y conseguir acuerdos que satisfagan sus exigencias. O para negarse que su situación empeore aún más, aunque los tachen de privilegiados e insolidarios. Plantillas reducidas al límite, salarios rebajados o congelados por lustros, condiciones laborales que niegan cualquier beneficio a los trabajadores, incluido el de la negociación colectiva, y medidas que suponen un retroceso en las relaciones laborales nunca imaginado tras años de lucha por conquistas y derechos en los que algunos, víctimas de la represión y las balas, pagaron con la vida. Ya era hora de reclamar lo arrancado a los más humildes, a los trabajadores que sostienen con su precariedad los abultados beneficios y las grandes rentabilidades que se endosan los poderosos, los dueños de los conglomerados, los amos de las industrias y los ricos que especulan con el sudor de los que trabajan en tajos y fábricas. Y al Gobierno, que al tiempo que favorece a los poderosos, esquilma con impuestos a los que deja en la estacada, sin apenas recursos y sin ayudas públicas.

Los últimos en no aguantar más han sido los vigilantes de seguridad del aeropuerto del Prat de Barcelona, trabajadores de la empresa de multiservicios Eulen, subcontratista de una empresa pública, Aena, que gestiona los aeropuertos de España. Es la jugada clásica del liberalismo económico: para abaratar un servicio que antes prestaba personal propio, se contrata una empresa privada que lo provea a menor costo. Y ese menor costo se consigue reduciendo plantillas y rebajando salarios. Hasta que ya no se puede más y estalla el conflicto, naturalmente cuando más le “duele” a la empresa, cuando más necesario es su funcionamiento, cuando hay miles de usuarios transitando por aquellas instalaciones, cuando se puede presionar para negociar de verdad. Pero no piden la luna, exigen recuperar el poder adquisitivo perdido en estos años, justamente cuando la recuperación devuelve los beneficios a la empresa y llena el bolsillo de sus administradores. Exigen lo suyo, ni más ni menos. Como cualquier trabajador que anhele trabajar con dignidad.

Como también lo exigieron los trabajadores de los puertos españoles, los estibadores que vieron peligrar sus condiciones laborales por la desidia de un Gobierno que esperó hasta el último momento para abordar las reformas que imponía Bruselas tendentes a liberalizar el sector. Tampoco pedían la luna, sino garantizar lo que tenían, condiciones y salarios, independientemente de los procedimientos de selección y acceso. También ellos se vieron forzados a manifestaciones y huelgas, cuyas consecuencias enseguida fueron esgrimidas en su contra, como si fueran los causantes del problema.

Y los mismo ha sucedido con los examinadores de Tráfico, hartos de trabajar a destajo y en cada vez peores condiciones. Y los de las ambulancias de Gerona, y los de Renfe, y los profesores interinos, y las camareras de planta de los hoteles, y todos los que faltan por sumarse a exigir lo quitado, lo robado, pero en absoluto dado por perdido en el marco laboral de este país, para escapar de esa pobreza impuesta que, como dice la historiadora María Elvira Roca Barea en su libro Imperiofobia y leyenda negra, condena a “dos generaciones de españoles, al menos, a trabajar más y ganar menos que otros europeos para pagar un sobrecoste de financiación cuyas causas carecen de explicación racional…” . Los trabajadores españoles comienzan a exigir lo perdido. Ya era hora.

sábado, 12 de agosto de 2017

Despacito


La calma, el hacer las cosas despacio, sin prisas ni agobios, es una virtud que pocos consiguen asumir, salvo en contadas ocasiones. Siendo incluso de natural calmos, lentitos en reacciones y en capacidad de entendimiento, acabamos por lo general dominados por esa constante de nuestro tiempo, la velocidad y la instantaneidad en cualquier asunto, cualquier apetito, cualquier exigencia. Todo ha de ser ya, para ayer, consumido enseguida, sin demora. Nada dura mucho tiempo, ni siquiera se diseña para perdurar, sino con la obsolescencia programada en su funcionamiento para que sea sustituida inmediatamente por otra nueva, más moderna, más rápida, más eficaz aunque sirva y haga lo mismo que la anterior. Intuimos que hacer las cosas o comportarse con tranquilidad es bueno y necesario, pero no podemos evitar correr, adelantar al lento, ponernos nerviosos con los que se entretienen demasiado, con los que se paran por nada y en cualquier sitio, con los parsimoniosos. Pretendemos aprovechar todas las oportunidades con el vértigo de no disponer tiempo suficiente, lo que nos impide disfrutar o apreciar con detenimiento ninguna de ellas. Nos precipitamos en todo lo que hacemos, acostumbrados a correr sin desmayo. Hasta lo que escribimos, por pura diversión, apenas es reelaborado porque enseguida ha de ser publicado. Como este comentario, que de despacito tiene sólo el título. Y se nota, a pesar de que tiendo a la indolencia.

viernes, 11 de agosto de 2017

Tambores de guerra

Las bravuconadas por parte de Corea del Norte y Estados Unidos están haciendo sonar los tambores de guerra en el sudeste asiático y haciendo temer al resto del mundo un nuevo estallido de las confrontaciones bélicas, a todos menos a los contendientes en la escalada verbal y militar. Al tiempo que el régimen de Kim Jong-un se muestra “gallito” con su proyecto balístico y nuclear, y amenaza con lanzar misiles contra los enclaves militares estadounidenses en la región si es atacado, el presidente más bocazas de Estados Unidos, el imprevisible Donald Trump, arremete con desencadenar una lluvia de “fuego y furia jamás vistos en el mundo” contra el insolente país que osa presentarles cara, sin arredrarse ante la imponente maquinaria militar yanqui que podría aplastarlo en un santiamén, si se lo propusiera realmente. Así llevamos con amenazas mutuas, en una escalada que pone los pelos de punta a quienes están en medio del conflicto (Corea del Sur y Japón, principalmente), desde que Trump llegara a la Casa Blanca con la idea de resolver por las bravas lo que la diplomacia y las sanciones económicas mantenían enquistado, pero más o menos controlado. Ese duelo de amenazas actual no tiene precedentes desde el fin de la guerra de Corea y de las periódicas escaramuzas fronterizas por un peñasco o unas aguas continentales en disputa. Nada de lo que alarmarse hasta que ambos enemigos manifestaron a las claras su disposición a usar armas nucleares, llegado el caso. Tal escalada verbal alcanza un nivel bastante serio y preocupante porque ambos lunáticos son capaces de cumplir sus amenazas.

La cosa comenzó a desmadrarse desde antes que Donald Trump arribara en Washington con los modales de un matón de barrio y desdeñara las contemplaciones y la paciencia mantenidas hasta entonces por Estados Unidos y la comunidad internacional con el cerrado y aislado régimen de Corea del Norte, una reliquia comunista de los tiempos en que ambas superpotencias jugaban al ajedrez geoestratégico en terceros países tras la Segunda Guerra Mundial. Allí, en la antigua colonia japonesa que ganó su independencia tras la última Guerra Mundial, ambas superpotencias libraron un enfrentamiento que acabó dividiendo el país en dos mitades: Corea del Sur, capitalista y aliado de EE.UU., y Corea del Norte, comunista y al amparo, primero, de la antigua URSS y de China, después. Pero aquella guerra nunca selló la paz y se mantiene latente, en “stand by”, gracias a un armisticio que no elimina totalmente las enemistades ni las desconfianzas.

Corea del Norte, un país receloso y pobre que mantiene en la miseria y bajo opresión a su pueblo, invierte, no obstante, a causa de esa guerra nunca definitivamente acabada, un porcentaje nada despreciable de su presupuesto en rearmarse hasta los dientes. Por ello aspira a convertirse en una potencia nuclear que le garantice el respeto, si no el temor, de los estados vecinos que lo consideran un anacronismo insoportable.

Tal es la razón, precisamente, por la que, desde finales del siglo pasado y principios de éste, Pyongyang está siendo estrechamente vigilado a causa de su programa para producir plutonio (material con el que se fabrica una bomba atómica) y, especialmente, por abandonar, en 2003, el Tratado de No Proliferación Nuclear e iniciar sus primeras pruebas nucleares y balísticas, algo inconcebible en un país que se declara pacífico y sin ambiciones expansionistas. Pero el comprensible anhelo de defensa, aun exacerbado desde esa paranoia que considera enemigo al resto del mundo, no justifica la posesión de armas nucleares ni las constantes amenazas y provocaciones que periódicamente exhibe, aunque sean para consumo interno y con la intención de elevar la moral de una población con un futuro más negro que incierto.

Pero a ello hay que añadir que, desde la llegada al poder del joven Kim Jong-un, un niñato con veleidades sanguinarias (asesina a sus opositores, aunque pertenezcan a su familia), la situación no ha hecho más que empeorar y multiplicar los desafíos. Con él como máximo líder, se ha acelerado el programa armamentístico hasta el extremo de haber realizado cerca de 80 pruebas con misiles de distinto alcance, entre operativos o en desarrollo, desde el año 2012, a pesar de las sanciones económicas y las resoluciones condenatorias de Naciones Unidas. Nada parece frenar la obsesión armamentista de la dictadura norcoreana. Y mucho menos las amenazas de Donald Trump, dispuesto a proseguir con la escalada retórica hasta donde sea innecesario e imprudente en un comandante en jefe del Ejército más poderoso del mundo. Se alimenta así una tensión que no resuelve el conflicto, entre otros motivos porque la opción de la fuerza bruta no exime las más que probables consecuencias indeseables a Estados Unidos y, menos aún, a los vecinos limítrofes con el foco del problema, como son Corea del Sur, Japón y la base aereonaval norteamericana de la isla de Guam, entre otros.

Basta recordar, para hacerse una idea del peligro de una confrontación armada, que 15.000 cañones de artillería, capaces de lanzar seis toneladas de obuses de 170 milímetros, están apuntando desde el norte de la zona desmilitariza hacia Seúl, con la letal capacidad de ocasionar, además de la muerte de miles de civiles surcoreanos inocentes, tal daño material que sumiría en una grave crisis a una de las economías más importantes de Asia, aparte de otros efectos negativos en las del resto del globo. Ya las simples escaramuzas verbales están despertando la desconfianza de los mercados y haciendo bajar las Bolsas internacionales desde hace varios días. Por eso hay que pensarme muy bien la opción militar que tanto parece gustar a Kim Jong-un y a Donald Trump, empeñados ambos en ver quién es más atrevido.

Antes de que la lluvia de “furia y fuego” arrase el país como se hizo en Vietnam (lo que no permitió ganar la guerra), Corea del Norte podría lanzar sus misiles y disparar sus cañones a la desesperada, sin que la totalidad del ataque pueda ser interceptado y neutralizado. Desde esa convicción es con la que advierten de su determinación de responder con misiles de alcance intermedio, que cruzarían los cielos de Japón, para atacar la base norteamericana de Guam. Un objetivo tan factible como el de Seúl y Japón en caso de desencadenarse las hostilidades. De ahí los llamamientos de la comunidad internacional por encauzar el conflicto por la vía del diálogo y la diplomacia. La desnuclearización de la península sólo se conseguirá desde el diálogo y la negociación, no desde la guerra. Por tal motivo la Unión Europea se pide calma. China, a pesar de su apoyo a la última resolución de la ONU que impone nuevas sanciones a Corea del Norte, también reclama sosiego a ambas partes. Y hasta en el propio EE.UU. comienzan a verterse críticas entre demócratas y republicanos por la manera que el presidente Trump conduce la crisis mediante amenazas y comentarios en twitter. Incluso su secretario de Estado, Rex Tillerson, llama a la calma. Y es que, si temible es el líder norcoreano, también lo es el demagogo e imprevisible presidente norteamericano. Eso es precisamente lo preocupante de este redoble de tambores: es producido por dos chiflados que juegan a la guerra, sin importarles las consecuencias que puedan tener para los demás, a los que pertenecemos al resto del mundo. Maldita la gracia.

martes, 8 de agosto de 2017

La década de la crisis

Se cumple por estas fechas (agosto 2007) el décimo aniversario de la crisis financiera que ocasionó la asfixia de la mayoría de las economías del mundo occidental, empezando por Estados Unidos y extendiéndose luego por Europa, muy dependientes del sistema financiero mundial. Hace ahora diez años que entraron en bancarrota aquellos bancos y agencias de inversión y calificación que inflaron el sistema crediticio y financiero hasta hacerlo estallar por falta de liquidez. Bear Steams, American Home Montgage, BNP, Freddie Mac, Goldman Sachs y Lehman Brothers, por citar los más conocidos, cayeron presos de esa “ingeniería” avariciosa con la que convirtieron las hipotecas subprime, concedidas a personas insolventes, en paquetes especulativos, complejos pero tóxicos gracias a la titulación de estos activos, con los que inundaron el mercado, provocando una burbuja financiera y también, cómo no, inmobiliaria que acabó pillándoles los dedos. Pero no sólo a ellos, a los causantes del problema, sino también a los que engatusaron con el “caramelito”.

Todo se basaba en un precio del dinero bastante barato (gracias a una política monetaria muy laxa por parte de la Reserva Federal estadounidense) y un mercado inmobiliario en fuerte expansión (en el que cualquiera podía comprar y vender una vivienda obteniendo gran rentabilidad, tanto para el banco acreedor como para el prestatario insolvente: la llamada burbuja inmobiliaria). Es oportuno recordar que el quebranto se produjo inicialmente por el negocio especulativo de carácter privado de tales agencias y bancos, cuyo endeudamiento, con el que alimentaban la especulación, endosaron al sector público en forma de deuda pública que los gobiernos tuvieron que afrontar con el dinero de los contribuyentes, a través de políticas restrictivas del gasto, austeridad presupuestaria y demás recortes en programas sociales y servicios provistos por el Estado de Bienestar. Al final, como se sabe, la crisis la han pagado los ciudadanos, que todavía continúan soportando las consecuencias económicas, laborales y políticas de una estafa inmensa de la que eran ajenos y de la que, en todo caso, fueron simplemente víctimas.

Pasada una década de la una crisis que todavía sirve a los gobiernos como excusa para imponer medidas económicas neoliberales que favorecen al capital, los bancos y las empresas, se puede hacer un somero balance de las consecuencias de la mayor crisis que ha barrido esta parte del mundo desde la Gran Depresión del año 29 del siglo pasado, un balance que contrasta con la propaganda gubernamental, empeñada en resaltar que el problema ha sido solventado y una supuesta recuperación económica nos encarrila nuevamente por la senda del crecimiento, la prosperidad y el pleno empleo. Esos propagandistas oficiales no están interesados en recordar el enorme retroceso económico y social producido por la falta de regulación de un sistema financiero dejado a su libre arbitrio, pero del que se han “socializado” las pérdidas sin que asumieran la responsabilidad de sus desafueros. Los voceros gubernamentales procuran ocultar, con gran éxito por cierto, que la verdadera causa de la crisis fue el comportamiento irresponsable de bancos y agentes financieros, no de los ciudadanos, a los que se les quiso echar la culpa con aquello de que vivían por encima de sus posibilidades.

El colapso de los mercados financieros rápidamente provocó el hundimiento de amplios sectores de la economía, la quiebra de numerosas empresas por falta de financiación, el incremento vertiginoso del número de personas sin empleo y una caída drástica del consumo y de la actividad económica en numerosos países, pero de manera especial en España, por la debilidad de su mercado laboral. Pero si graves fueron las consecuencias directas de la crisis, más dañinas aún fueron las derivadas de las políticas implementadas por los gobiernos (socialista y conservador) por “ganarse” la confianza de los mercados y el beneplácito de los “guardianes” del sistema económico capitalista en el que nos desenvolvemos (FMI, Banco Mundial y Organización Mundial del Comercio), representados en la Unión Europea por Angela Merkel, que vela por los intereses de una Alemania que es la gran acreedora de Europa (la famosa “locomotora” económica del Continente). Es por ello que Bruselas ha “recomendado” insistentemente en priorizar el pago de la deuda frente a la prestación de servicios públicos a la población, obligando incluso que se reconociera así en la Constitución, la única reforma de la Carta Magna que se ha hecho en cuestión de semanas. Y ante la caída de los ingresos, los gobiernos, con buena o peor gana, decidieron actuar sobre los gastos, reduciéndolos todo lo posible y más mediante recortes a mansalva, una austeridad a rajatabla y una merma en derechos y libertades como nunca antes se había producido en la historia democrática de nuestro país.

Tales “recetas” neoliberales para afrontar la crisis, como si fueran verdades indiscutibles que no tenían alternativa, han ocasionado el empobrecido de amplias capas de la población, extendido la precariedad laboral, provocado un retroceso inimaginable en las condiciones de trabajo, rebajado los salarios, eliminado o reducido prestaciones sociales, destruido las clases medias, empeorado las condiciones de vida de una inmensa mayoría de los ciudadanos y aumentado la desigualdad en el seno de la población, además del desmantelamiento de las redes de protección social que proporcionaba el Estado de Bienestar, adelgazado del tal manera que ha perdido eficacia y calidad (en hospitales, colegios, juzgados, becas, pensiones, seguridad, dependencia, etc.)

Sin embargo, mientras se escatimaban ayudas a los más necesitados y perjudicados por la crisis, se socorría a los bancos y se apuntalaba el sistema financiero y bancario, aparte de favorecer a los acaudalados inmersos incluso en delitos, mediante rescates, bonificaciones y amnistías fiscales. De esta forma, se trasladaba todo el esfuerzo para la resolución de la crisis a las familias de rentas medias y bajas y a la clase trabajadora, las únicas que en este país han soportado los sacrificios exigidos por la avaricia de unos especuladores que no sólo se han ido de rositas, sino que han sido protegidos por el poder político, en connivencia con el económico y financiero.

Y hoy, al cabo de diez años, gracias a reformas laborales y una austeridad suicida, nos han impuesto que se trabaje más, en peores condiciones y por menos salario, sin ninguna estabilidad en el empleo, mientras los ricos son más ricos y las empresas y bancos son más poderosos y fuertes. Se ha devaluado intencionadamente el mercado laboral pero se ha fortalecido el capital y el sistema financiero, para satisfacción de los mercaderes y los apóstoles del neoliberalismo económico. Ahora, gracias a condiciones coyunturales favorables por el abaratamiento de las energías (petróleo), la ayuda temporal del Banco Central Europeo para financiar deuda y un mercado exterior más activo que el nuestro, parece que superamos la crisis y que la recuperación se perciba en las grades cifras macroeconómicas. No obstante, nada de lo anterior permite que los trabajadores y clases medias sigan sin verla reflejada en sus nóminas, sus condiciones laborales ni en su calidad de vida. Los grandes damnificados de la crisis siguen instalados en la precariedad y con sus derechos mermados, sin que puedan albergar, según advierte el Gobierno (continuar y profundizar las “reformas”), ninguna esperanza de mejora, por muchos turistas que vengan este verano a nuestras playas y muchos contratos temporales permitan la ilusión de una real recuperación. Y es que las nuevas condiciones laborales, que han laminado el estatuto de los trabajadores y los convenios colectivos, han venido para quedarse porque conviene a los que se forran con la pobreza de los trabajadores y las dificultades de los desfavorecidos. Así de claro.

sábado, 5 de agosto de 2017

Exotismos sectarios


No sólo a nivel personal, sino también ideológico o tribal, apreciamos la paja en el ojo ajeno e ignoramos la viga en el propio. Acusamos a otros de sectarios o folklóricos, en el más benevolente de los casos, para considerar nuestros hábitos, a renglón seguido, como ejemplos de virtud y “normalidad”. O, peor aún, nos mofamos de costumbres tan peregrinas y arcaicas como puedan ser las propias, que mantenemos por tradición y a las que exigimos respeto por parte de los demás. Incluso, en un afán maniqueo por desprestigiar y denostar al adversario político o religioso, mancillamos sus peculiaridades indumentarias, idiomáticas o culturales para verter crítica sectaria, sin caer en la cuenta, en páginas subsiguientes, de que ofrecemos un semejante espectáculo sonrojante o ridículo que, no por cotidiano, es menos forklórico, irracional y vergonzante a ojos de cualquier atento y neutral observador. Es lo que le ha pasado al diario ABC de hoy sábado, haciendo demostración de su tendencia ideológica y de su parcialidad informativa: reírse de la paja ajena y demostrar ceguera ante la viga propia con tal de hacer crítica política de lo que pasa en Venezuela.

Usando una fotografía casi a doble página y a todo color, el articulista de la sección “enfoque” arremete contra la Asamblea Constituyente chavista de Venezuela, criticable por mil argumentos racionales, políticos y jurídicos, mediante lo que califica de “exotismo textil” en los representantes de los pueblos indígenas que conforman la población de aquel país sudamericano. Y se vale de la indumentaria que exhiben algunos –pocos- de los allí fotografiados para subrayar la deriva autoritaria o dictatorial del régimen de Nicolás Maduro, gobernante promotor de la reforma constitucional de su país. Bajo el título “Por sus batas los conoceréis”, el columnista señala que “la indumentaria confirma que aquello es una dictadura”, ya que “el exotismo textil es directamente proporcional a su fobia democrática”. El periódico brinda, así, con generosidad, un espacio para la mofa de la singularidad indumentaria de aquella cultura, sin caer en la cuenta de que en la página inmediatamente siguiente destaca, también a toda página y a todo color, la imagen cuasi pagana de la escultura idolatrada de una virgen, perteneciente a una religión que prohíbe el culto a las imágenes, sentada en un trono y que se presta a ser besada en la mano por los feligreses devotos de la patrona de Sevilla y su Archidiócesis. Si chocante es el “exotismo textil” venezolano, más chocante aún es la superstición religiosa de venerar imágenes y adorarlas con besamanos y otros ritos idolátricos para cualquier lector no contaminado por el sectarismo.

Pero es que, abundando en la incongruencia cultural, en la página subsiguiente, también perteneciente a la sección “enfoque”, el diario sevillano publica otra fotografía, esta vez a media página, en la que dos toreros salen a hombros por la puerta grande de la Plaza de la Merced, de Huelva, después de torear y matar dos toros con gran regocijo del público, que los premió con esa “sensata” y nada arcaica manera de llevarlos en andas. Y es que la apología de la muerte de un animal, para diversión de la gente, es una costumbre en nada comparable con la diversidad indumentaria de los pueblos de Venezuela. Aquello es exotismo, esto es una arraigada tradición de la virilidad temperamental española. Nada comparable. Matar toros es democrático ¡y hasta ecológico!, vestir trajes regionales es dictatorial y mueve a la chanza. Como sentar estatuas para besarles la mano es libertad religiosa, en la mejor tradición liberal, pero representar con la vestimenta a pueblos indígenas es dictadura de la peor especie.

Y todo en tres páginas consecutivas. Un deleite para quien goza con las incongruencias mediáticas cometidas por el sectarismo ideológico.

viernes, 4 de agosto de 2017

Sobrevivir al bang bang

Cuando el desamor dispara, siempre caes herido al suelo y las campanas de tu interior tañen el dolor que te causa, el desgarro mortal que te produce si no eres capaz de conjurar tanto sufrimiento y apreciar que tienes una vida por vivir y nuevas oportunidades para ser feliz, de sobrevivir sin que la amargura te hunda en sus pestilentes aguas de desesperanza y desconsuelo. La música y la literatura siempre se han servido de estos sentimientos para transformarlos en obras de arte que subliman las emociones humanas y convierten sus cicatrices en experiencias culturales con las que todos nos identificamos. Tanto el amor como el desamor acompañan el peregrinar del hombre y la mujer por la vida, influyendo en sus relaciones, para bien y para mal. Formas alternativas de versionar ese dolor universal es lo que hacen, con gran originalidad y calidad técnica, estos grupos de música rock desconocidos para la mayoría. Lo que cantan y cómo lo interpretan vuelven a ponernos los vellos de punta. Disfruten el Bang, bang de Kaleo y el Sobreviviré de Cake.




miércoles, 2 de agosto de 2017

La canícula política de julio


Julio solía ser un mes en el que medio país salía en tromba a disfrutar de sus merecidas o deseadas vacaciones, mientras la otra mitad se instalaba en el amodorramiento, aguardando el relevo para tomar por asalto playas, camping o serranías en busca de esa ansiada brisa que refresque el ambiente y calme el ánimo. Políticamente, era también un tiempo amortizado en asuntos de trámite, con las Administraciones a medio gas y las maletas preparadas en los despachos a la espera de la última reunión. Salvo imprevistos, julio transcurría entre el sopor y la abulia en los círculos del poder y el bochorno y las siestas en los hogares. Excepto este año, en que julio ha sido propicio para que España y el resto del mundo se vean impelidos a una inusitada actividad, más propia del frenesí político de un mes no vacacional.

Podría decirse, así, que España ha padecido de una “canícula” política, durante el mes de julio, que le ha impedido relajarse y descansar. Entre otros motivos, porque el Govern catalán ha aprovechado el período estival para ofrecer una función teatral, en la que participa todo el elenco de “actores” soberanistas, con la ley elaborada ex profeso para “legitimizar” el referéndum que pretende convocar el próximo 1 de octubre. La representación tenía por objeto “seducir” al público sobre el supuesto derecho a decidir una utópica independencia de Cataluña, aún a costa de quebrantar la ley y la historia. Para ello, invocando una “pureza” democrática que no respetan en los demás, los actores se disfrazan para la ocasión cual víctimas de una España que los explota y aplasta sus singularidades y hasta su identidad, a pesar de que Cataluña es una de las regiones más prósperas del país y tiene reconocido constitucionalmente el catalán como lengua oficial en la Comunidad, junto al castellano. Este pulso catalán al Estado español constituye, en la actualidad, el problema más grave que soporta el país. Y todas las soluciones posibles resultan inquietantes, menos la del diálogo, que ninguna de las partes desea emprender. Así empezaba julio.

Por las mismas fechas, el G-8, el grupo de países más desarrollados del mundo, se reunía en Alemania, donde esperaba al presidente norteamericano, Donald Trump, para convencerle de que no rompiera los consensos internacionales sobre el combate contra el cambio climático ni sucumbiera a la tendencia hacia el proteccionismo y el aislacionismo comercial a los que recurren los populismos –de izquierdas y derechas- de ciertos países para aparentar proteger sus mercados de la globalización económica. Trump, fiel a su estilo, no cede ni a una cosa ni a la otra: va por libre en su caótica carrera hacia la cacharrería cual elefante desbocado. Su sueño es levantar muros que protejan a EE UU del mundo, no sólo de México, al tiempo que intenta alejarse de la trama rusa que cada vez se cobra más víctimas en su entorno. Es lo que tiene mezclarse con malas compañías: al final te pillan. Ahora resulta que su hijo mayor, Donald junior, acudió en plena campaña electoral de su padre a una cita, en junio de 2016, con una abogada rusa, Natalia Veselnitskaya, con la intención de obtener presunta información sensible contra Hillary Clinton, que le sería ofrecida como apoyo de Rusia, siempre tan generosa, a la candidatura de Trump. El lío es cada vez más gordo. Esa más que probable injerencia rusa, ya confirmada por los servicios de inteligencia norteamericanos, no hace más que enredarse y cercar al presidente, quien no sabe ya a quién nombrar ni destituir para zafarse de los indicios que apuntan su implicación. De confirmarse, tal connivencia podría ser considerada como traición. Mal asunto para quien presume de amistades peligrosas.

Volviendo a nuestro país, Íñigo Errejón, el político con cara de chaval de Podemos, declara en El País, en plena canícula estival y política (16-7-17), que “deberíamos sentirnos orgullosos” de España, y nos insta a sentir un “patriotismo desacomplejado” porque nuestro país es puntero en “avances sociales y democráticos, como el matrimonio igualitario”. Reclama también una mayor “autoestima propia”, ya que los hijos humildes pueden estudiar, cualquier enfermo tiene un hospital al que acudir y otras cosas por el estilo. Hasta habla de Cataluña para reconocerle el “derecho” a decidir su encaje en España. Sus declaraciones daban la sensación de constituir un ataque de sensatez provocado por la insolación, pero…

La respuesta se la ha dado Alfredo Pérez Rubalcaba (17-7-17), ex secretario general del PSOE y ex muchos otros cargos más, al recordarle en una carta al mismo periódico que todos esos logros por los que dice deberíamos sentirnos orgullosos son fruto de políticas desarrolladas por gobiernos casi siempre socialistas, por lo que es interesado o maniqueo atribuir todo el mérito exclusivamente a la sociedad en general, sin concretar. Podría haber añadido el exministro otros logros, tales como la prohibición de fumar en lugares cerrados o públicos, la creación de la Unidad Militar de Emergencia (UME), que tan providencial está resultando este verano, la Ley de Dependencia, la del divorcio, del aborto, etc., por citar algunos ejemplos. Es tan escasa nuestra memoria que somos presas fáciles para la manipulación y la reinterpretación histórica. De ahí que las izquierdas diriman así sus rencillas, peleándose por el mismo nicho electoral, aunque tal división perjudique a todas ellas. La derecha, mientras tanto, bien, gracias: gobernando gracias a nuestro olvido.

En Venezuela, ese dolor latinoamericano, se celebró un referéndum promovido por la oposición al Gobierno de Nicolás Maduro, en el que de forma masiva se rechazó el proyecto de Asamblea Nacional Constituyente con el que Maduro pretende modificar la Constitución y perpetuarse en el poder. Fue algo simbólico, pero sirvió para visibilizar una demostración de fuerza contra la deriva totalitaria del Gobierno, enrocado en impedir toda crítica, toda oposición y toda libertad que limite su poder omnímodo. La respuesta del Gobierno no se hizo esperar: siguió adelante con sus planes y ha desalojado al Parlamento elegido en 2015 con mayoría opositora, ha metido en cárcel a sus miembros más destacados y ha continuado enfrentándose en la calle -donde ha dejado más de 120 muertos y más de cinco mil detenidos-, y en las instituciones a su propio pueblo y contra la opinión pública mundial. ¿Cómo acabará aquello? Mal, me temo.

En cambio, el “procés” catalán, un fastidio interminable, ha estado todo el mes manifestándose a través de representaciones teatrales para hurtar al Parlament su imprescindible labor de control y legislativa, mientras desde el “govern” se procedía a destituir “consellers” poco fiables en su fervor independentista si éste afectaba a la “pela”. Para controlar ese “procés”, el presidente Puigdemont ha designado a un empedernido por la causa al frente de los Mossos d´Esquadra con la nada oculta intención de asegurarse la “fuerza” contra quien no cumpla (funcionarios, voluntarios y ciudadanos) con la nueva “legalidad” rupturista con la que se pretende sustituir a la Constitución, el Estatuto y todo el Estado de Derecho en aquella Comunidad. Lo dicho: el problema catalán es un fastidio sin fin.

Pero el acontecimiento del mes, sorprendente por inesperado, ha sido sin duda la muerte de Miguel Blesa, el exdirector de Caja Madrid y Bankia, quien se había suicidado el 19 de julio en su finca de Córdoba, sin que nadie previera sus intenciones. Estaba inmerso en varias causas judiciales por diversos delitos económicos, pero ninguna de ellas hacía adivinar tan trágico desenlace. El exbanquero, auspiciado por el PP a la presidencia de la Caja de Ahorros madrileña y del banco que resultaría de ella, figuraba como imputado en el caso de las tarjetas Black opacas al fisco, el escándalo de las preferentes, los sobresueldos que se repartieron en su consejo de administración y otros delitos fiscales. Poca cosa para un tiburón de las finanzas, pero que ya le había hecho ingresar un breve período en la cárcel.

Sin embargo, al parecer no soportaba esa caída en desgracia que lo alejaba y aislaba de sus otrora poderosas amistades (era migo personal del expresidente Aznar) y, junto a los frentes abiertos con la Justicia, todo ello ha acabado haciendo mella en su estado de ánimo. Sin llegar a tan drástica medida, no es la primera personalidad que no resiste ser tratado como un vulgar delincuente a quien arrebatan sus privilegios y la impunidad con que se comporta, y se derrumba. Como si los ricos envueltos en escándalos y corrupción tuvieran una piel superdelicada y fina, alérgica a los barrotes. Pobrecitos.

Con todo, el hecho más importante y trascendental, acaecido bajo los efluvios veraniegos de julio, fue la comparecencia del presidente de Gobierno, Mariano Rajoy, en un juzgado, en calidad de testigo, para ser interrogado sobre la financiación ilegal de su partido y los sobres con sobresueldos que se repartían entre los dirigentes de la formación. Era la primera vez en democracia que un presidente en ejercicio es obligado a prestar declaración, a título personal, en una causa penal por la corrupción en los últimos veinte años en su partido. Y como cabía esperar, Rajoy manifestó un desconocimiento absoluto de los asuntos económicos de su formación, aun cuando a lo largo de ese tiempo había desempeñado la dirección de cuatro campañas electorales y había asumido diferentes cargos que le han mantenido como miembro de la comisión ejecutiva que dirige el día a día de la organización. Incluso, él era la persona que había nombrado personalmente a Luis Bárcenas como tesorero-gerente del Partido Popular, cuyos “papeles” contables son el motivo de la pieza separada del caso Gürtel por la que se le hace comparecer como testigo, con la obligación de decir la verdad. Y “su” verdad es que no sabía nada, no conocía nada sobre la trama de corrupción que corroe a su partido, a pesar de que su nombre aparecía más de 25 veces en la contabilidad paralela que elaboraba “su” tesorero, oculta al fisco, y con la que se pagaban sobresueldos a dirigentes políticos, se abonaban gastos electorales y se sufragaban obras de reforma en la sede nacional de la formación, donde Rajoy ocupaba una oficina. No vio, ni escuchó, ni conoció. Y todos le creyeron, incluso cuando afirmó que esos “papeles” eran falsos, aunque su autenticidad y veracidad fueran acreditadas por cinco magistrados de la Audiencia Nacional, tres fiscales anticorrupción y la propia Abogacía del Estado.

Es posible que la testifical del presidente del Gobierno, aun estando concienzudamente preparada, se viera afectada en su consistencia por el resblandecimiento de meninges que provoca el calor de la canícula estival, porque de lo contrario no se explica que el único argumento del testigo sea su absoluto desconocimiento de lo que se cocía a su alrededor. Y es que sus responsabilidades eran políticas, no económicas, no dejaba de repetir una y otra vez. Por eso nombraba tesoreros, ordenaba no contratar más con Correa (cabecilla de la trama) cuando la corrupción saltó a la luz pública y mandaba mensajitos de aliento a un Bárcenas encarcelado. Se lo juro, señoría, no sabía nada. Palabrita del niño Jesús, le faltó por decir. Lo dicho: julio ha sido toda una canícula política que no merece la pena seguir relatando, por nuestra salud psíquica.