domingo, 30 de mayo de 2010

Fotograma, 9

Un vaho denso que se agita sobre la faz de los recuerdos es lo que impide al niño redimir los momentos inaugurales de su vida. Entre las vaharadas inquietas se descubren de vez en cuando personajes y situaciones que dejan entrever lo que el olvido protege celosamente. En la mayoría de las ocasiones, son corazonadas y estremecimientos que la misma bruma parece provocar, como calambrazos que sacuden al niño, relampagazos súbitos que iluminan por un instante lo que el presentimiento parece adivinar tras las bocanadas. Así se conservan aquellos años entre los pliegues laberínticos de la memoria. De pronto, el niño cree recordar que iba al colegio que estaba enfrente de la casa de los abuelos. Lo intuye porque tiene la sensación de haber saltado por sus tapias, de correr por el amplio descampado de su patio trasero y haber cantado en sus aulas una cancioncita que todavía tararea, incompleta, y que le enseñaron para aprender el abedecedario en inglés: <<ei bi ci di i ef yi… dabliu ei guayan zi>>. Recuerda las escalinatas que daban acceso a la entrada del recinto, que nacían en el recodo del final de la cuesta que subía desde la plaza, en donde se sentaba a mirar la calle, hacia la plaza, y a hablar con los compañeros de conversaciones y rostros que imagina porque la niebla los mantiene borrosos en lo ignoto. De allí, con sólo cruzar la calle, solía salir corriendo para subir al balcón de la abuela y contemplar desde lo alto el sitio que acababa de abandonar con sus amigos. Ve la muralla que rodea al colegio y los tejados de las casas que descienden hacia el río. Ve su pueblo.

Más que imágenes son sensaciones que por su placidez revelan su verosimilitud, sueños que dejan un rastro de pequeñas teselas reales con las que la memoria construye el mosaico de lo olvidado. El niño siente que aprendió en ese colegio la salmodia pedagógica del inglés porque aún la canta. Y al hacerlo emergen fogonazos de una clase de ese colegio en la que él entona la melodía. Es el mismo colegio que más adelante le hará recordar pasajes violentos y desagradables que, al contrario de los demás, no logra olvidar. Todo convive desordenado tras las cortinas de la niebla que el niño va descorriendo en busca de aquellos años. Los de los días claros y azules que ensanchan los horizontes de la infancia. Días que amplían las horas y conceden experiencias nuevas. Como las primeras calificaciones del curso, puntuadas con letras en vez de con números, y la detección de las dificultades para la lectura. Tal vez sea ese el motivo de los primeros viajes a la capital, viajes a través de una carretera sinuosa que siempre provocaba vómitos y que los padres recorrerían para graduarle la vista y ponerle unas gafas de miope que jamás volverá a quitarse en la vida. El niño considera sus gafas tan propias como un apéndice orgánico natural y, aunque fueron objeto de burla en alguna ocasión, desde entonces se convierten en algo fundamental, casi psicológico: tener gafas es una característica que comparte con su padre y, de alguna manera, le identifica con él. Ninguno de los dos se desprendería nunca de esas prótesis oculares.

viernes, 28 de mayo de 2010

Fisgón

Se empeñaba en observarlos con curiosidad, espiarlos con aparatos que le permitieran acceder al ambiente donde se desenvolvían, apuntar cada uno de sus movimientos y registrar todos los cambios en que se hallaban inmersos. Era meticuloso y trabajador, por lo que apuraba las horas para comprender el comportamiento que tanto le fascinaba. Hasta que ellos se dieron cuenta. Encontraron al investigador junto al microscopio sobre un reguero de sangre que se había escapado de su cerebro.

jueves, 27 de mayo de 2010

Civismo y donación

Las conductas de las personas tienen un componente adquirido determinante. Primero con los padres y luego en sociedad, aprendemos a comportarnos en función del beneficio colectivo, no sólo individual. Tanto la educación como las normas cívicas están enfocados a socializar, es decir, a controlar las tendencias innatas y a reforzar los mecanismos por los que se traslada a la voluntad de las personas la necesidad de participar por el bien común. Así aprendemos a respetar pasos de cebra y a cepillarnos los dientes, por ejemplo. Consideramos esas medidas como útiles para la convivencia y el mantenimiento de la salud entre los integrantes del grupo del que formamos parte.

La donación de órganos y tejidos es, desde hace años, una actitud que debemos incorporar a la conducta civilizada en estos tiempos donde los trasplantes y las transfusiones son prácticas habituales y cotidianas en los hospitales. Si a nadie sorprende una intervención quirúrgica para trasplantar un riñón que libra a un paciente de vivir atado a una máquina de diálisis, tampoco debería asombrar que ese órgano proceda de otra persona que lo donó en vida o cadáver. Recibir una transfusión de sangre o cualesquiera de sus derivados (plasma o plaquetas, fundamentalmente) es posible gracias a las personas que donan tales productos.

Ser donante se convierte, hoy día, en una necesidad imperiosa que posibilita la atención sanitaria que como ciudadanos demandamos. Se donan los productos biológicos que la ciencia todavía se muestra incapaz de obtener por procedimientos manufacturados: no se pueden fabricar de manera artificial. Conocer estas necesidades, saber cómo se afrontan y estar dispuestos a contribuir en su satisfacción es un comportamiento ético a que nos obliga vivir en comunidad. La dinámica de la atención sanitaria de la población impide reservarse a una hipotética situación de emergencia que, llegado el caso, haría poco útil de forma inmediata nuestra colaboración. Esperar a lo que no se puede prever es olvidar que cada día se producen centenares de urgencias en los hospitales que precisan de nuestra participación como donantes. Integrar ese hábito en la rutina de nuestros comportamientos individuales posibilitaría la erradicación de situaciones de escasez que alarman innecesariamente a quienes la padecen. ¿Hay que aguardar a vernos en tal caso para responder? Ser donante no es sólo un rasgo de solidaridad, es una muestra de civismo en la actualidad.

Fotograma, 8

Por el contrario, el padre es sólido cual estatua, no es escabulle entre las brumas del pasado. Su figura emerge como el faro entre las tinieblas, alumbra los ojos del niño que constantemente lo encuentra dondequiera que dirija la mirada, tras cada pensamiento que rescata de los años, como una pátina que abrillanta los fotogramas. Aparece robusto en imágenes precisas, límpidas como si estuvieran realizándose en el momento presente, ricas en el detalle de su persona, de sus negras gafas que enmarcaban una mirada seria que infundía temor, seriedad subrayada por el negro bigote y la firmeza de su negro cabello cuidadosamente peinado con brillantina. El niño recuerda perfectamente a su padre, su severidad y la ciega confianza que despertaba en quien lo seguía y lo emulaba desde sus primeros pasos. Asombra al hijo recordar con precisión hasta la colonia que gastaba, un bote blanco como una chimenea, que sacaba del armario del cuarto, y aquella pericia de su mano para delinear su nombre, con letras góticas, sobre el primer diploma que obtuvo al cursar el primer año de escuela. También le asombra constatar el comportamiento firme y metódico de un padre que, sabedor del interés del hijo por ver rotular su nombre, sólo le permite presenciarlo cuando el orden alfabético, a altas horas de la noche, concede la oportunidad. Varon Dandy y un diploma son detalles, junto a otros que salpican la memoria, de una figura firme y recia cuyo influjo en el niño no ha dejado de acrecentarse conforme la vida los iba alejando. Entre esas sensaciones tan opuestas, la inmaterialidad de una madre siempre presente como el aire y la tangibilidad marmórea de un padre poderoso, fluyen los recuerdos del niño que piensa en su infancia y aflora su pasado. Son las sensaciones más profundas y arragaidas con las que se nutre la memoria y atesoran los recuerdos de sus primeros años, años lejanos de juegos, montañas, una isla, palmeras, hermanas y exotismo de un relato con el que se construye la vida que ahora quiere rescatarlos.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Fotograma, 7

El niño busca en lo más antiguo de su memoria imágenes de su madre y no las encuentra, quiere recuperar un tesoro que reconoce valioso, pero descubre sólo el rastro fantasmagórico de su existencia, la huella vaporosa de lo perdido en las capas más profundas del olvido. Busca a su madre porque la sabe asida de su mano, acompañándolo en la infancia como una madre abnegada de su hogar y su familia. No oye su voz pero sabe que aquel timbre melodioso reproducía su nombre por toda la casa para atraerlo siempre bajo su regazo y alejarlo de cualquier tentación. Sus pasos retumban por todos los recuerdos rotos, recorriendo todos los rincones olvidados de la memoria y persiguiendo cualquier reminiscencia de aquellos primeros años que el niño pretende recuperar. Su figura enorme ocupa toda la casa, llena todos los vacíos e impregna todos los momentos de una niñez con la bondad y la ternura que, aún desde la invisibilidad, derrochaba en su trato. Duerme en el cuarto de al lado, donde el niño se refugia cuando por las noches las sombras quieren engañarlo. En la cocina trastea con los platos, prepara desayunos y de las comidas perduran olores que aún el niño quisiera atrapar. Ropa tendida en cordeles del patio delata también su rastro, al igual que la leche de los platillos en el pasillo del baño para los gatos. El niño la presiente constantemente a su lado a pesar de la ingratitud de una memoria tan quebrada. Es doloroso buscar esas primeras imágenes de una madre desdibujadas con los años, cuando se es consciente del legado hermoso que ha dejado. Su aroma perfuma todos los días de la vida del niño aún cuando el perfume hace tiempo se ha acabado.

domingo, 23 de mayo de 2010

Mis amigos

Me relaciono con personajes que viven romances apasionados o sufren dramas de una crueldad insólita. También conozco a seres que disfrutan increíbles aventuras o participan de fábulas maravillosas. Otros me relatan acontecimientos históricos, me explican los misterios de las ciencias o simplemente me entretienen jugando con las ideas. Algunos sobreviven durante siglos, pero todos son muy frágiles: tienen el alma leve de las palabras. Sus vidas descansan en mi mano y mueren cada vez que cierro un libro.

viernes, 21 de mayo de 2010

Me declaro culpable: soy funcionario

Más injusto que rebajarnos el sueldo es el enfrentamiento al que nos someten con el resto de los trabajadores. Cuesta creer que sea intencionado presentar al personal público como una especie de privilegiados sobre los que debe caer el peso de la “solidaridad” con la que afrontar la crisis económica o financiera o la que sea. Si tal división de los trabajadores no era la pretendida, se ha conseguido de cualquier modo, dando lugar a que se instale en la sociedad un debate tan estéril como falso, que lo único que consigue es desviar la atención sobre las verdaderas causas que ahondan la crisis en nuestro país y las políticas que no se pueden, no se quieren y no se saben aplicar para enmendar la situación.

Soy funcionario y en mi círculo más cercano no puedo quejarme de la merma de ingresos porque es desleal con los que están sufriendo el paro. Tampoco puedo replicar acerca de la imposibilidad de beneficios en tiempos esplendorosos de “vacas gordas”, cuando cualquiera ganaba mucho más que yo. Debo guardar silencio porque se ha transmitido el mensaje subliminal de que tener un puesto de trabajo es, en estos momentos, una ofensa contra los que sufren las consecuencias de la crisis. Y debo pagarlo.

No tienen que hacerlo los que participaron de aquellos años de “altos rendimientos”, consiguiendo unos beneficios desorbitados e inexplicables, y de los que la Administración, en cualquiera de sus niveles, sacaba provecho con tasas, impuestos, licencias y demás tributos que engordaron sus ingresos. Tampoco tienen que hacerlo los propios protagonistas financieros que causaron la crisis y sucumbieron a una vorágine crediticia de febril e insolvente actividad, pero a los que hubo de dar ayudas cuantiosas, con cargo a los Presupuestos, para evitar el colapso total del sistema. Menos aún tienen que hacerlo los acaudalados que nunca pierden porque de su estabilidad y seguridad, en cualquier situación, depende la inversión y la confianza económica del país. Y, desde luego, no tiene ninguna culpa el gobierno que, aunque se supone dotado de medios para evaluar riesgos y peligros más o menos inmediatos, “tropieza” de buenas a primeras con una crisis que nosotros, simples funcionarios, ya percibíamos en la famosa burbuja inmobiliaria, pero que no nos atrevíamos a comentar no fuera que nos tacharan de envidiosos. Nadie tiene la culpa excepto el funcionario que no ha dejado de trabajar nunca. Ese parece ser su pecado. No ejerce una actividad lucrativa, pero mantiene su trabajo. Por lo que se ve, un “delito” en caso de crisis. Si es así, lo confieso: soy culpable de ser funcionario. He de pagarlo.

miércoles, 19 de mayo de 2010

¿Por qué escribir?

Siempre me he estado haciendo esta pregunta que apunta a lo que durante toda la vida me ha atraído y por lo que este blog tiene algún sentido. Al principio intenté buscar alguna respuesta que describriera lo que hace nacer tal impulso. Y surgió una reflexión breve y solitaria. Me sigue pareciendo una declaración sincera que aún corresponde con mis inquietudes. La transcripción es literal:

A veces me pregunto por qué escribir. O mejor, por qué quiero escribir. Porque me gusta, respondo sin pensar. ¿Realmente me gusta escribir? Dependiendo del estado de ánimo, la duda hace mella en la certidumbre. ¿De verdad me gusta escribir? ¿O más bien me gustaría que me gustase escribir? Pero, ¿para qué escribir? ¿Para decir cosas sabidas por todos? ¿Para decir lo que yo ya sé? Para contar las cosas de nuevo, para dar mi punto de vista. Parece que quiero escribir para conocer mi propia versión de lo que soy consciente que sé. ¿Merece la pena, entonces? Para los demás, seguro que no. Para mí, lo ignoro. ¿Por qué lo sigo intentado una y otra vez? Por talento desde luego que no. Ni siquiera por habilidad pues nadie mejor que yo sabe el trabajo que me cuesta enderezar unas líneas. A lo mejor es por necesidad. Necesidad de hacer algo que te satisfaga sin que nada te lo obligue, por liberar mis demonios a través de unas letras emborronadas sobre un papel. ¿No será para psicoanalizarme? No soy tan inteligente. ¿Vanidad? ¡Triste vanidad la que presume de la carencia de lectores! ¿Para qué escribo, maldita sea? Para mí, tal vez, o…quizá para ti, amor. Lo más probable que para nadie. En definitiva, ¿por qué escribir? Pues, por eso, simplemente, para intentar responder al interrogante.
Marzo, una tarde que anuncia primavera, 1989.

martes, 18 de mayo de 2010

Matrimonio y homosexualidad

La homosexualidad es una orientación sexual que caracteriza a un número importante de personas. La aceptación pública de la misma, como opción legal, ha sido asumida en nuestro país sólo recientemente, puesto que hasta hace muy poco era considerada una desviación patológica de la conducta, castigada por ley como algo punitivo. Aún hoy existen muchos países en el mundo que no toleran más comportamiento que el heterosexual, por lo que persiguen y reprimen con dureza cualquier tendencia que se aparte del mismo. En un país cercano, se ha llegado al extremo de no permitir la entrada de un artista extranjero por su declarada opción sexual. No resulta extraño, por tanto, que la plena aceptación social de modelos no heterosexuales de relación entre las parejas no esté suficientemente arraigada y dé lugar todavía a brotes de intolerancia homófoba en un sector de la población.

La identidad sexual del hombre, como cualquier otra manifestación humana, es sumamente compleja. Reducirla a una funcionalidad convenida, por muy extendida que esté socialmente, es no acertar en la comprensión del asunto. No viene determinada exclusivamente por lo fisiológico u orgánico, sino que la orientación sexual incluye también aspectos psicológicos, sociales y culturales que contribuyen a que el sujeto se sienta perteneciente a un género determinado. Tampoco es algo privativo de los seres humanos, sino que se pone de manifiesto en multitud de especies del reino animal y en otras culturas distintas a la nuestra.

Una sociedad madura es la que posibilita el ejercicio de la libertad entre los ciudadanos, basado en el respeto mutuo, y la que se adecua permanentemente a los valores que en cada momento histórico prevalecen. Lejos de la hipocresía de antaño, las leyes en la actualidad amparan cualquier relación de pareja, independientemente de su inclinación sexual. Es posible que ello se aparte de la finalidad reproductora que para muchos sería lo “natural”, pero no cabe duda de que hoy en día las uniones “matrimoniales” respetan mejor la pluralidad de sentimientos con que se expresa el amor.

domingo, 16 de mayo de 2010

Soy neandertal

Lo que podría parecer un insulto resulta ser, en realidad, un dato cierto. Los seres humanos conservamos entre el 1% y el 4% del ADN de aquellos antepasados a quienes considerábamos una subespecie humana distinta del homo sapiens de la que procedemos. Es lo que afirma un equipo de investigadores dirigido por el experto en ADN fósil Svante Pääbo en un estudio publicado recientemente en la revista Science. Parece ser que, en contra a lo que se mantenía hasta ahora, el homo sapiens y el neandertal se aparearon en algún momento durante la evolución de ambas especies humanas, hace más de 28.000 años.

A muchos les parecerá un porcentaje ridículo que en nada modifica nuestra condición de seres superiores. Sin embargo, si tenemos en consideración que nuestra similitud genética con los parientes más cercanos en la escala animal, como el chimpancé y otros grandes simios, es casi del 99 %, podríamos concluir que aquellos homínidos de frente pequeña y cortas piernas, que gustaban del los rituales mortuorios y los abalorios, y que habitaron la Tierra hace 230.000 años hasta que seguramente los eliminamos, nos dejaron una herencia mucho más sólida de lo que pensábamos. Según palabras del profesor Pääbo: “Los neandertales no se han extinguido totalmente, en algunos de nosotros permanece una pequeña parte de ellos”.

La condición humana proviene en realidad de una pequeña diferencia genética que marca el límite entre el hombre y el animal. Compartimos la mayor parte del mapa genético con las demás especies animales en distinta proporción. Y aunque nuestra similitud con el ratón, por ejemplo, sea de más del 80 %, o del 99 % con los grandes monos, ese escaso porcentaje de diferencia representa un salto cualitativo de enorme trascendencia: nos dota de inteligencia y nos faculta para disponer de lenguaje.

Es posible que no hubiéramos alcanzado tal nivel de desarrollo sin los mestizajes que el ser humano ha tenido a lo largo de su evolución. Por eso, conocer ahora que aquellos “trogloditas” con los que creíamos no tener nada en común forman parte de nuestra esencia, nos lleva a reconsiderar nuestra posición. Ser neandertal es como ser pelirrojo, por ejemplo: un detalle de nuestra constitución humana, con más carga genética que la que sirve de base para la inteligencia. Que prevalezca esta última es cuestión de estímulo constante y del conocimiento del lugar que ocupamos en la Naturaleza. Pura suerte.

sábado, 15 de mayo de 2010

Fotograma, 6

Los recuerdos brotan como burbujas: aparecen cual láminas translúcidas de retazos del pasado antes de estallar en la oscuridad de lo olvidado. Dejan una sensación extraña, casi húmeda, en quien las sueña temeroso de su fragilidad. Aunque indagues como un ciego en la negrura de lo insondable, las pompas surgen a su albedrío sin que la voluntad pueda determinar ni su generación ni su consistencia. Flotan espontáneamente en la mente del niño que ansía atraparlas para construir con ellas las imágenes de los fotogramas de su vida. Algunas son muy vivas, pero otras provocan el dolor de lo confuso, de lo presentido, al despertar con sus reflejos una inquietud de remota cercanía, de aquello que no se recuerda pero se siente tan próximo, tan verdadero.

Así es como el niño recuerda a sus padres: flotan como burbujas en la ensoñación de aquellos años. Son perfiles difuminados entre las vívidas imágenes del paisaje, de las cosas, como si el niño retuviese mejor lo exterior desconocido que el interior conocido de quienes lo criaron sin desmayo. Cual espectros, son una presencia constante pero invisible, que se materializaría más tarde, confundiéndose con momentos recientes y distantes. Los siente siempre alrededor de él, pero no oye sus voces ni logra vislumbrar sus rostros, emborronados como bocetos. Los descubre por actos concretos que se empeñan en permanecer incólumes: echar leche en la taza de cereales, preparar el café hervido, pasar la ropa entre los rulos de una lavadora, rotular nombres en unos diplomas y otros detalles que, en su resplandor, ocultan a las personas que los ejecutan. Habitan una casa que está llena de su rastro y desprenden el calor que mantiene viva una memoria de la que se apartan. Jamás se separaron del niño que no consigue llenar con ellos unos años de la infancia en que hasta las nubes asoman al recuerdo. Sin embargo, le basta con pensarlo para que el sentimiento ilumine una relación tan feliz como ausente. Son víctimas del juego cruel de la mente, que se burla del niño en su pretensión de rescatar el pasado, de restañar las heridas de lo olvidado. Por eso bucea el niño en el abismo de la memoria, explorando las burbujas que contengan a los padres que tanto echa de menos para abrazarlos, para sujetarlos en los recuerdos que protagonizan con su vacío.

viernes, 14 de mayo de 2010

La fortaleza del sistema

Si será poderoso el mercado que obliga a las ideologías a plegarse a sus condiciones. La fortaleza del sistema aplasta toda esperanza de utopía. Es la fuerza del imperio..., capitalista, of course.

lunes, 10 de mayo de 2010

Pérez y el Botas

Un impulso irrefrenable le llevaba cada noche a recorrer las habitaciones para buscar en las camas dientes escondidos bajo las almohadas. Había abarrotado todas las ratoneras de su vida con esos restos dentales que no le servían para nada. Obedecía a una especie de voz interior, a la que no podía resistirse, que le instaba a acumularlos, aunque en verdad lo que le gustaba fuera el queso. Jamás pudo hacer otra cosa hasta que cierto día un gato, que tampoco sabía por qué calzaba botas, se lo comió. Ni que fueran esclavos del destino.

jueves, 6 de mayo de 2010

El vicio del periódico

Soy lector de prensa desde la adolescencia. Un día sin periódicos es, para mí, una carencia que me causa desasosiego. Estoy tan acostumbrado a empezar el día con las noticias que prefiero no desayunar a no leer. Son hábitos, lo reconozco, pero son útiles. Me sirven para plantearme más preguntas que respuestas, a pesar de todas las explicaciones que te ofrecen los diarios. Esa es, precisamente, una de las cosas que más me llama la atención en ellos: todo el mundo opina. No hay página que no contenga una columna firmada por alguien que te aclara lo sucedido, justo lo contrario de la que publica otro medio distinto. Y aunque en la diversidad se halla lo más cercano a la verdad, yo sigo sin enterarme. Cualquier interpretación me plantea mayores dudas y nuevas interrogaciones. Es algo que, a veces, consigue preocuparme porque alimenta mi inseguridad. Nunca estoy seguro de nada.

Cuando todo el mundo está absolutamente convencido de lo que declara, yo me considero incapaz de desear los buenos días a alguien no vaya a ser que lo ofenda. De la crisis económica que en cualquier tertulia de bar saben cómo combatir, yo ignoro incluso las causas que la provocan y los motivos de su expansión. Los bonos, los movimientos de la bolsa y las agencias de calificación de la deuda me agobian tanto como un rompecabezas indescifrable. Y si del tiempo y de la economía no sé nada, de la política comprendo mucho menos al fracasar en todo esfuerzo por enjuiciarla desde el sentido común. La religión la he dejado por imposible y del deporte me declaro un incompetente. Aun así, no puedo vivir sin prensa. Me perdería en mi deambular diario por la realidad sin su ayuda, a pesar de que para Rousseau sea "una obra efímera, sin mérito y sin utilidad, cuya lectura, desdeñada y despreciada por las gentes ilustradas, no sirve más que para dar a las mujeres y a los tontos vanidad sin instrucción, y cuya suerte, después de haber brillado por la mañana en su tocado, es morir por la noche en el guardarropía". Tal vez yo sea un tonto vanidoso, pero con la prensa encuentro, en medio del caos, una justificación que me lo ordena y un relato que me lo cuenta, aunque yo no lo entienda. El periódico es un vicio: una adicción que no mata, sino que te hace cuestionarlo todo. ¿Será verdad?

30 años, Alberto

Año de celebraciones, afortunadamente. Año de alegrías y de nuevas etapas, por suerte. Año protagonizado por los hijos, de la felicidad que te brindan al recoger los frutos de una crianza que nunca fue fácil, sino preocupante, siempre temerosa de errar el camino correcto o más apropiado a sus personalidades y cualidades. Por fortuna, pocas han sido las equivocaciones y abundantes los aciertos. Lo demuestra este año, repleto de satisfacciones.

Alberto cumple treinta años, su tercera década de una existencia que ya le ha enseñado con prisas lo dulce y lo amargo del vivir, pero que lo ha convertido en un hombre con la fortaleza necesaria para afrontar su futuro con seguridad y experiencia. Es nuestro tercer hijo que sigue los pasos inquietos hacia su propio destino, al que no le consiente conformismo alguno. Se guía por un corazón henchido de ilusiones y sentimientos que intenta mantener en la intimidad de lo reservado. Por eso, ni siquiera en la diversión ha preferido la seguridad de lo fácil y establecido. Recorre la vida sorteando obstáculos, alejado de los caminos llanos y aburridos. Un “currito” que siempre ha buscado escaparse de cualquier corral que pretendiera sujetarlo. De ahí que estemos convencidos de que ni las cicatrices le impedirán perseguir sus sueños y hacer realidad las utopías que impulsan su libertad.

30 rosas florecen hoy para celebrarlo. Porque se lo merece.
Felicidades, hijo.

miércoles, 5 de mayo de 2010

La necesidad de la memoria

Ni las personas ni los pueblos pueden vivir sin memoria. Se trata de una facultad esencial de la vida que nos permite recordar el pasado para conducir el presente y optar por un futuro libre de errores. Si no somos capaces de aprender de las lecciones recibidas, como personas y como colectivos estamos condenados a repetir lo que pretendemos olvidar. La amnesia sólo posibilita volver a equivocarnos.

Honrar la memoria no es revanchismo ni juzgar el pasado. Todos los países, cuya historia está salpicada de acontecimientos bochornosos junto a otros gloriosos, asimilan su pasado para, conociéndolo, encauzar su presente por sendas de integración, reconciliación y progreso. Deciden asumirlo para cicatrizar sus heridas, como se hace con los pacientes a quienes los psicólogos ayudan a superar traumas, intentando que acepten lo sucedido para poder curarse.

España tiene necesidad de recuperar su memoria histórica. Es lo que hizo Alemania con su pasado nazi, los EE.UU. con su guerra de secesión, los japoneses con sus afanes imperialistas que dieron lugar a la II Guerra Mundial, Argentina con sus dictaduras, el Portugal de Salazar, la Francia de Petain, Chile con Pinochet, etc. Todos buscan desvelar su pasado para limpiar de cargas el presente y encarar con optimismo el futuro, sin lastres ni vergüenzas que lo hipotequen.


Abrir las fosas del franquismo en España es el obligado colofón de una Transición que, de lo contrario, no estaría definitivamente cerrada. Es un acto de necesidad, no sólo con la Historia, sino con vecinos que aún sufren por encontrar al familiar desaparecido a causa de una contienda fratricida que incluso las víctimas desean dejar atrás. Es humano enterrar a los muertos, cualesquiera que hayan sido los motivos de su muerte. Dejarlos tirados por las cunetas, en fosas comunes o junto a tapias de cementerio siempre movilizará a quienes consideran a los seres humanos depositarios de una dignidad que los distingue de los animales. No se trata de rescatar propiedades expropiadas, de juzgar comportamientos de guerra, de recuperar cargos o títulos invalidados por los vencedores, no. Se trata sólo de extraer unos cuerpos para que sus familiares puedan, al fin, darles pacífica sepultura y puedan llorarlos en tumbas conocidas y visitables, como hacemos todos. ¿Qué derecho hay para impedírselo?

Fotografía de fosa común en La Guijarrosa (Córdoba). Cortesía de su autor: Juan Pablo Bellido

lunes, 3 de mayo de 2010

¡Maldita crisis!

Vivimos un período de crisis en la economía. No es un problema surgido por la escasez de materias primas o a causa de algún acontecimiento que engulla la riqueza de los países, como en ocasiones ha sido la guerra. Esta vez se trata de una crisis financiera, es decir, de la confianza con que se otorga valor a las cosas. En principio, de un día para otro, con todas las fábricas funcionando, los trabajadores en sus puestos y la gente consumiendo, se perdió esa confianza en el precio de lo que vendemos y compramos –sean casas, coches o dinero- y todo el tinglado se ha venido abajo. ¿Qué ha pasado?

La ambición era intolerable. Creímos durante unos años que el dinero era ilimitado y que cualquier precio podía ser siempre satisfecho por algún comprador. Hasta los profesionales de las finanzas cayeron en la vorágine del dispendio sin fin. Se adquirían viviendas para, antes de ser ocupadas, venderlas con una ganancia desproporcionada, y los bancos prestaban dinero sin exigir apenas solvencia en un círculo vicioso del que obtuvieron pingües beneficios… hasta que se descubrió el pastel. Una tras otra, firmas prestigiosas que “movían” ese dinero tuvieron que ser intervenidas en los Estados Unidos, ¡patria del liberalismo económico!, para evitar el desplome total del sistema financiero. Y como el dinero es lo único que de verdad está globalizado, bancos de todo el mundo vieron afectadas sus inversiones en esos bienes financieros de volátil rentabilidad. Hasta la deuda de algunos países comenzó entonces a crecer a niveles inasumibles, atrapados en las dentelladas de los especuladores.

¿Qué tiene ello que ver con la gente de a pie? Pues que vivimos en una economía de mercado. Los que tienen hipotecas no pueden pagarlas, los que quieren pedirlas no encuentran quién se las facilite, y los que prestaban carecen de financiación para darlas. Nadie se fía de nadie. No se compra con la alegría de antes, por lo que las ventas se vienen abajo. Al bajar la productividad, se destruyen puestos de trabajos de personas que tienen que dejar de consumir. Al final, urbanizaciones a medio construir, préstamos en morosidad creciente, menos ingresos en los Ayuntamientos, paro, recesión y… pérdida de confianza para seguir jugando a capitalistas.

Sin guerras, ni escasez de petróleo ni de materias primas, se produce una crisis como nunca antes se ha había visto ¿De quién es la culpa? Simplemente de una mentalidad que creía que había duros a real.

Fotograma, 5

El pueblo surgía del río y trepaba por las montañas que lo rodeaban, extendiendo brazos de casas que se aferraban a las colinas. Era, no obstante, un pueblo pequeño que serpenteaba por la ribera de un río pacífico de aguas cristalinas que se escabullía como una lombriz entre las piedras. El niño recuerda con claridad el estrecho puente de cemento, no muy alto, por el que se cruzaba hacia el otro lado, hacia la frontera lejana donde se situaba el campo de béisbol y el bosque de bambú de una orilla inasequible y tentadora. Y el puente nuevo, más abajo y más ancho, para ir a los colegios en la guagua amarilla de los años escolares. El río, las montañas y la plaza constituyen las piezas fundamentales que el niño retiene en su memoria sobre la localidad donde transcurrieron los años de pantalones cortos y gafas de cuatro-ojos. Allí, relacionado con alguna de ellas, se construiría la feliz época que intenta rememorar de un mundo perdido en el tiempo e irremediablemente alejado en el espacio. Son los elementos de su fantasía, pero también de los valores que lo acompañaron en su crecimiento.


No olvida la carretera que accedía al pueblo desde aguas abajo del río y lo abandonaba aguas arriba, pasando antes por la plaza. La plaza, una vez más, como centro, desde la que se irradiaban las calles que jalonaban las pendientes. Por un lado se ascendía para llegar a la casa de los abuelos, y por otro, bajaba hasta el río. Todo el horizonte de alrededor era una sucesión de verdes colinas salpicadas por las viviendas como un sarampión cromático. Y un cielo azul moteado de blancas manchas que lo coronaba todo, nubes a las que el niño le gustaba tumbarse a contemplar, en su lento flotar, desde el patio de su casa.

Ese fue el escenario de su niñez, cuyo nombre nunca ha olvidado: Comerío, un pueblo perdido en medio de una isla, pero perfectamente ubicado en la vieja película de lo recordado y añorado.

domingo, 2 de mayo de 2010

Sueño frustrado

Soñaba con volar como los pájaros, remontar los árboles y ver el mundo desde lo alto. Quería atravesar las nubes y dejar que humedecieran todo su cuerpo con una suave caricia blanca. Anhelaba experimentar el vértigo de la velocidad y la desorientación de unas piruetas imposibles al jugar con el viento. Daría la vida por unas alas que le permitieran dejar de arrastrarse por la tierra como un gusano. Pero no tuvo tiempo. Su sueño de convertirse en mariposa se vio frustrado al ser engullido por un pájaro, precisamente.

sábado, 1 de mayo de 2010

La luz del tiempo

Ver la luz emitida hace millones de años parece asunto de ciencia ficción. Sin embargo, es lo que hace la ciencia, la actividad humana que mayores sorpresas puede deparar cuando interroga el por qué de las cosas y busca explicaciones racionales y, por ende, demostrables. La deducción científica, basada en experimentos que se pueden repetir y en teorías fundadas en leyes de la física o la química, es la herramienta que permite al ser humano hacer realidad lo real (comprensible lo incomprensible e insospechado), sin caer en supersticiones ni fantasías, provocando con sus resultados un asombro aún mayor que el que pueda dispensar la imaginación más disparatada.

Esa es la sensación que se desprende al conocer el proyecto de construcción del mayor telescopio óptico del mundo, que dispondrá de un espejo de 42 metros de diámetro (cuando los actuales en funcionamiento sólo tienen entre 8 y 10 metros), en una montaña al norte de Chile. Se trata del E-ELT (Telescopio Europeo Extremadamente Grande), un proyecto del Observatorio Europeo Austral, impulsado por 14 países europeos -España entre ellos-, con una inversión cercana a los 1.000 millones de euros, y que supondrá un salto revolucionario en la investigación astronómica. La enorme lente del telescopio proporcionará un área 16 veces mayor a los actuales en uso y una resolución 15 veces superior a la del Hubble, el telescopio situado en órbita alrededor de la Tierra.

Gracias a esa capacidad potenciada de “rastrear” la insondable profundidad del espacio, el E-ELT se dedicará a la búsqueda y estudio de sistemas que están a más de 13.000 millones de años luz de distancia. Solamente un espejo de tales dimensiones puede captar una luz que llega muy débil a la Tierra y que, en realidad, hace millones de años que partió de su origen estelar. Los fotones, las partículas de luz, podrán ser, de esta manera, analizados para conocer su composición química y propiedades, lo que ofrecerá información de extraordinario interés sobre estrellas y galaxias tempranas en la historia del Universo. Es decir, posibilitará el descubrimiento y estudio de objetos siderales, estrellas y exoplanetas, de hace millones de años. Causa asombro pensar que se pueda estudiar una luz de tanta antigüedad y distancia. Más que la luz del tiempo, parece que hablamos de la máquina del tiempo. Sin embargo, es simplemente ciencia.