viernes, 26 de febrero de 2016
Último fin de semana de febrero
Despedimos febrero en su último fin de semana, el mes más corto del año
aunque, este de 2016, tenga un día más por ser bisiesto. Ha sido un mes
consecuente con una estación en la que el invierno apenas ha hecho acto de
presencia, salvo algunas heladas precisamente durante este corto mes. Ya
podemos comenzar a preparar los colores y las alegrías de una primavera que, a
partir de marzo, empezará asomar por las macetas de los balcones, los jardines
de la ciudad, el brillo de los ojos y a
través de la piel sensible de los románticos. Los mirlos llevan semanas
entonando llamadas de cortejo y persiguiendo con locas carreritas a futuras
parejas con las que poblar de pichones negros con picos amarillos los árboles. Los
abrigos se hacen pesados y los días más livianos y luminosos. Todo invita a
decir adiós al invierno más tímido y breve. como el mes que agotamos este fin de
semana. Si no fuera porque con él se consume también parte de nuestras vidas,
podríamos decir que ha pasado sin pena ni gloria. Y no es plan. Porque, en cualquier mes, ¡viva la vida!. Es lo que canta Coldplay.
jueves, 25 de febrero de 2016
El pacto
Los ciudadanos decidieron, en las elecciones generales del pasado diciembre, que se acabó la época de los gobiernos de mayorías absolutas que sirvieron, con demasiada frecuencia, para patrimonializar las administraciones como si fueran feudos privados.
Muchos de los escándalos de corrupción que hoy se ventilan en los juzgados, más
los que todavía no han salido a la luz, se deben a ese “cheque en blanco” que
los votantes, con la mejor de las intenciones, confiaron a unos partidos
políticos que gobernaron sin control y sin obligación de rendir cuentas a
nadie, respondiendo con un “rodillo” parlamentario a las críticas de la
oposición. Los españoles, por tanto, optaron el 20 de diciembre por repartir la
responsabilidad de gobernar entre minorías que debían ponerse de acuerdo si
querían acceder al poder. Optaron por los pactos para formar Gobierno. Y es lo
que se intenta hacer desde entonces, con enorme esfuerzo y no poca
intransigencia por parte de los posibles candidatos.
De todas las combinaciones posibles para pactar, se desechó desde
un primer momento la que parecía más lógica y que hubiera permitido al Partido
Popular revalidar su continuidad al frente del Gobierno. Había conseguido ser
la formación más votada, pero sin alcanzar la mayoría suficiente para gobernar
en solitario. Sus 123 escaños, de un Congreso de 350, lo convertían en minoría
mayoritaria, pero minoría. Necesitaba apoyos, pero nadie estaba dispuesto a ello,
menos aún con Mariano Rajoy, como líder y candidato a presidir el Ejecutivo, cuestionado
por los escándalos de corrupción que asolan a su partido.
Por su parte, los socialistas del PSOE obtenían el peor
resultado de su historia, pero conseguían ser la segunda fuerza parlamentaria,
con 90 escaños. Tampoco estaban en condiciones de poder gobernar si no alcanzaban
acuerdos con otras formaciones que le permitieran aglutinar, cuando menos, una
mayoría simple de votos favorables. Necesitaría recabar apoyos a diestra y
siniestra si quería contemplar la posibilidad de gobernar. De ahí que su líder,
Pedro Sánchez, no dejara de proclamar, como un mantra, su disposición a dialogar
con todos, a derecha e izquierda. No era generosidad, era necesidad.
Se partía de la base de que ninguna de estas dos grandes formaciones,
las que conformaban el famoso bipartidismo a eliminar, estaba dispuesta a dejar
gobernar a la contraria: ni el PSOE al PP ni el PP al PSOE. Surgía, por tanto,
la necesidad de alianzas con las demás formaciones políticas que se sientan en
el Congreso de los Diputados. El PP era quien lo tenía más difícil por cuanto se
tropezó con la negativa de todo el arco parlamentario en sus ofrecimientos de
algún acuerdo para, al menos, garantizar la investidura de su candidato. Al no hallar
ningún apoyo, Rajoy declinó el ofrecimiento del rey para siquiera ser candidato
a intentarlo. Ante esta situación, los socialistas, como segunda fuerza en
número de votos, aceptaron presentar su candidatura e intentar reunir los
apoyos suficientes para formar Gobierno. Contando con los votos negativos por
parte del PP, se veían obligados a recabar el respaldo, mediante una mezcla de
votos favorables y abstenciones, de los nuevos partidos emergentes, Podemos y
Ciudadanos (69 y 40 escaños, respectivamente), quienes de inmediato establecieron
“líneas rojas” infranqueables para todo pacto posible. Entre ellas, que la
presencia de uno provocaría la ausencia del otro en cualquier acuerdo que pudiera
alcanzase.
A pesar de todo, el PSOE estableció negociaciones con ambas
formaciones, ubicadas ideológicamente a su derecha (Ciudadanos) e izquierda
(Podemos), con el convencimiento, tal vez ingenuo, de poder ganarse la
confianza de ambas, bien mediante el apoyo explícito o combinado con la
abstención de una de ellas, para investir a su candidato e incluso materializar
algún acuerdo de Gobierno o legislatura.
A una semana del inicio de la sesión de investidura, todavía
se mantiene firme el desacuerdo. PSOE y Ciudadanos firman un pacto de
legislatura y, a renglón seguido, Podemos se levanta de la mesa de
negociaciones, ofendido por ello. Al parecer, las recetas económicas de
Ciudadanos, asumidas en parte por el PSOE, parecen incompatibles con las
políticas sociales de Podemos, también coincidentes en parte con las de los
socialistas, y dicha incompatibilidad impide cualquier pacto de mínimos que
evite mantener al país en la incertidumbre de no tener gobierno y abocado al
“fracaso incomprensible” de repetir unas elecciones que no garantizarían ningún
cambio significativo en los resultados.
De esta crónica inacabada del pacto imposible, resalta la
voluntad de los contrayentes de no aceptar las cláusulas que los ciudadanos
escribieron en las urnas y la limitada disponibilidad en los que podrían
rubicarlo de hacer sacrificios en beneficio del interés general y grandeza de
miras. Todos parecen empeñados en conseguir fines partidistas y colocar al
adversario como único responsable de unas probables nuevas elecciones, cuyos
cálculos electorales condicionan el pacto que se negocia con tanta dificultad.
Sin embargo, el mandato es claro: hay obligación de pactar y
de formar un gobierno mediante acuerdos entre distintas formaciones políticas,
las cuales habrán de ceder máximos para lograr afianzar un pacto de mínimos que
permita la gobernanza del país y poder afrontar decididamente los graves
problemas que lastran su progreso y desarrollo. Una crisis económica aún no
resuelta, tensiones territoriales con la apuesta independentista de Cataluña y
paliar las injusticias y desigualdades que criterios ciegamente economicistas
imponen, son algunas de las cuestiones que no pueden demorarse ni esperar a
unos nuevos comicios. No tener estos problemas presentes, pensando sólo en el
interés partidista inmediato, sería una afrenta que los ciudadanos no se
merecen y una demostración de una clase política que no está al servicio de su
país. Un divorcio de la política y una desafección ciudadana que incuban
populismos radicales que sólo conducen al callejón sin salida de un país
incontrolado y poco serio. El pacto, y lo que conlleva de aceptación de propuestas
no propias, es la única alternativa a la actual situación política de España. Y
es una obligación ante el mandato popular expresado en las urnas.
lunes, 22 de febrero de 2016
El espejo del Frente Popular
Los días de la presente semana se convertirán en el espejo donde se mirará la historia actual de España para buscar similitudes o diferencias con la de hace 80 años, cuando tras unas elecciones generales las izquierdas, en plural, buscaron la unión para evitar que la derecha gobernase el país. La historia no se repite nunca, pero parece que se versiona actualizando protagonistas y tramas que ponen los pelos de punta a más de uno que ya conoce el final de aquella película. Confiamos que esta vez el espejo nos devuelva una imagen distinta y más esperanzadora que la que sirvió de prolegómeno a décadas de oscuridad y violencia.
Pedro Sánchez no es Manuel Azaña ni Mariano Rajoy es José
María Gil-Robles, pero ambos lideran los bloques que se enfrentan, en esta
semana decisiva, para formar gobierno en España, después de que el 20 de
diciembre pasado ningún partido obtuviese mayoría suficiente para hacerlo en
solitario. Como entonces, la derecha aglutina el voto conservador y
tradicionalista que se ve en la necesidad de alguna alianza para mantenerse en
el poder, sin que encuentre apoyos siquiera para aceptar la candidatura e intentarlo.
El grupo más afín, Ciudadanos, una formación que representa a una derecha
moderna en lo económico y liberal en lo social, no está dispuesto a mancharse
con la que lidera el actual presidente en funciones, al que identifica con la
corrupción y los desmanes que desea erradicar de la práctica política española.
Y Rajoy, por su parte, no está dispuesto al sacrificio personal a pesar de que
se le llena la boca de patriotismo y responsabilidad por el bien de España.
Queda la oportunidad del Partido Socialista (PSOE) de
congregar en torno a su proyecto gubernamental a una izquierda fragmentada que
le exige cada día condiciones imprescindibles para otorgarle la confianza. No
se trata de un Frente Popular, aunque la voluntad en ambas situaciones históricas
sea la de evitar que gobierne la derecha. Ni el país de ahora es como era entonces
ni la sociedad española se parece en nada a la agraria y medio analfabeta del
año 1936, cuando el estallido de la Guerra
Civil. Pero las semejanzas de una confrontación parlamentaria
entre dos bloques ideológicos prácticamente iguales son muy inquietantes por
cuanto parecen proceder por motivos idénticos y no periclitados: impedirse
mutuamente gobernar.
El PSOE busca acuerdos de gobierno con Ciudadanos y Podemos,
quienes con un apoyo explícito y la abstención podrían facilitar su acceso al
poder, pero los dos partidos emergentes se consideran incompatibles. La
presencia de uno causa el rechazo del otro, al menos durante el proceso de
negociación en que, hasta el final, las apuestas y las cesiones se libran a
cara de perro para obtener las máximas ventajas. Podemos gustaría de un
gobierno exclusivamente de izquierdas y con un programa radical, mientras
Ciudadanos pretende un Ejecutivo centrista que aplique medidas liberales,
fundamentalmente en lo económico. Ambas tendencias anidan entre los
socialistas, que se ven obligados a pulir sus propuestas socialdemócratas de
forma equidistante hacia uno y otro lado para dar satisfacción a sus probables
socios de gobierno.
¿Qué haría el Partido Popular en la oposición? Lo que
siempre ha hecho: deslegitimar la acción de gobierno, poner trabas a cualquier
acuerdo parlamentario, censurar iniciativas, tergiversar actitudes e intentar
desestabilizar cuanto pueda al nuevo Gobierno desde la confrontación y la
deslealtad institucional. La derecha se permite siempre ser irresponsable
aunque exija responsabilidad cuando la necesita, sin que por ello pierda la
cara ni la gente parezca tenérselo en cuenta. En caso de ser desalojada del
poder, dispondrá de munición suficiente para estar constantemente poniendo objeciones
al Gobierno con la cuestión catalana, la contrarreforma laboral, la política
económica y fiscal, los asuntos sociales, los planes educativos y la defensa de
renovados valores y libertades.
Representan, efectivamente, dos conceptos de España enfrentados y agrupados en dos bloques que, salvo la apariencia externa, en nada son semejantes, afortunadamente, aunque esta semana parezca que se reflejan en un espejo. Más que un Frente Popular enfrentado a una derecha monolítica, lo que existe en la actualidad es una sociedad diversa, plural y heterogénea que basa su convivencia en el diálogo, el acuerdo y la discusión de manera pacífica y democrática, sin alarmas en los cuarteles ni amenazas golpistas. La interrelación con entes supranacionales, políticos y económicos, asegura que, cualquiera que sea el resultado de estos pactos, no supondrán alteraciones revolucionarias en la acción de gobierno. En un mundo global, esos entes supranacionales imponen condiciones a cualquier gobierno que aspire a la aquiescencia de tales poderes. Si ella, ningún gobierno es viable. Por eso, a pesar de los nervios y los aspavientos por lo que pueda surgir esta semana en las negociaciones, sólo nos jugamos matices con los que seguir administrando nuestra convivencia. Matices importantes, es verdad, para corregir desigualdades y evitar injusticias, pero sin salirnos del sistema ni del esquema general. Ni vienen los comunistas a violar nuestras mujeres ni Franco a fusilar a cualquiera que considere rojo o masón. Al menos, esa es nuestra esperanza.
domingo, 21 de febrero de 2016
Higuera de la Sierra
Nos invitan a un pueblo de tránsito, una localidad que se cruza camino de otra parte y de la que se desconoce toda singularidad que pueda albergar, salvo que organiza una cabalgata viviente de Reyes Magos. Esos son los escasos conocimientos que cualquier ignorante dispone sobre esta pequeña pero acogedora y emprendedora localidad, cuyo blanco caserío escala, a un lado y otro de la carretera, las laderas de la serranía de Aracena, ocultando a quien no se detiene en ella rincones recogidos, senderos y paisajes que extasían y la llaneza de unas gentes que se esfuerzan por mantener negocios e industrias que se resisten a desaparecer y dejar a su pueblo, Higuera de la Sierra, sin la riqueza, pequeña o grande, que puedan generar
Más que la belleza arquitectónica de placitas, fuentes y
calles empedradas, destaca la actitud de unos vecinos que se afanan por
continuar negocios que, si no fuera por ese romántico empeño personal, ya
habrían sido absorbidos por poderosos competidores. Son los casos de la
licorería Martes Santos, capaz de instalar un pequeño museo para que el
ocasional visitante admire una tradición artesanal en la elaboración de
anisados, y el de una fábrica de jamones y embutidos, de pequeña producción
pero de una calidad sorprendente, conseguida con paciencia y esmero.
Si tales atributos no fueran suficientes para que Higuera de la Sierra sobresalga entre los
lugares de nuestra memoria viajera, quedan las impresiones que nos dejan sus
gentes, entre las cuales se halla una compañera que nos contagia el orgullo de
su lugar de nacimiento y nos hace disfrutar de un día inolvidable, radiante de
luz y camaradería, y una gastronomía insuperable. Por su culpa, será imposible
no detenerse en este bello pueblo cada vez que pasemos por él, camino de dónde
sea. Bendita sea.
sábado, 20 de febrero de 2016
Umberto Eco: intentio final
Ayer viernes, a los 84 años, murió Umberto Eco, el escritor, filósofo y semiólogo italiano que nos asombró con sus novelas, sus ensayos y sus descubrimientos sobre las intenciones comunicativas de los textos. Quienes disfrutábamos con cualquiera de sus facetas de pensador, creador y artista, no podemos menos que lamentar esta pérdida y agradecer al semiólogo y escritor toda la obra que nos lega para que vivamos 5000 años, tantos como los libros y la lectura permitan ampliar la propia con vivencias y conocimientos. Eco ha desvelado su intentio final: la muerte, maldita, que nos aguarda a todos.
viernes, 19 de febrero de 2016
Heladas de febrero
El invierno estaba ausente este año, no aparecía ni por las cumbres de las montañas ni por los caminos umbríos que se internan entre las arboledas del campo. La escarcha no petrificaba los charcos y la nieve era un recuerdo de tejados blancos que admirábamos en postales de tiempos y lugares extraños. Los almendros comenzaron a florecer creyendo disfrutar de un sol primaveral anticipado, mientras las dalias y los pensamientos mantenían vivos sus colores otoñales. Los más viejos del pueblo recomendaban no desprenderse del gabán y advertían de las heladas de febrero que cogen desprevenidos a los parroquianos. Cuando más confiados estábamos de que el invierno nos había olvidado, llegan los temporales de nieve y los fríos que hacen colgar de los techos los carámbanos. Todos quedan sorprendidos de este invierno retrasado y que entrega sus rigores en un febrero helado. Ya lo decían los ancianos: cuidarse de las heladas de febrero. Aparecen tarde o temprano. Quédense abrigados con la música de Diana Krall para no soñar que todo se acaba.
miércoles, 17 de febrero de 2016
Un país de mojigatos
España surgía de la larga noche de la dictadura, una oscuridad de rancias costumbres que prohibían todo exceso y castigaban con represión, cárcel y garrote vil cualquier atisbo de transgresión no tolerada por un régimen que imponía su santa y retrógrada voluntad. Para eso había ganado una guerra civil. Tras la muerte del dictador -en su cama y después de recibir los santos sacramentos como buen cristiano-, los españoles creímos asistir a un amanecer sin ataduras, días luminosos en los que hasta la movida madrileña se atrevía enseñar las tetas al alcalde tierno y progresista de Madrid sin que nos abrasáramos en el infierno. Habíamos pasado, de la noche a la mañana, de ser catetos con boina a modernos que te cagas, sin más entrenamiento que el soltarse la melena sin pudor ni vergüenza. Aprendimos que ese era el único requisito para ser libres y poder demostrarlo: saltarse a la torera todo lo que pareciera un impedimento a la desenvoltura de los afectos y la relajación de las costumbres, incluyendo las normas del buen gusto y los manuales de urbanidad, respeto y cortesía. Y empezamos a confundir el culo con las témporas buscando una manera transgresora de conducirse y persiguiendo una libertad que no reconoce la libertad de los otros, de los que voluntariamente se comportan y piensan de otra manera. La intolerancia de unos comenzó a alimentar la intolerancia de otros, con la mutua intención de imponerse una sobre la otra en una contienda que perdura hasta hoy y no tiene visos de tregua.
Desde entonces, nos instalamos cómodamente en la provocación
y renunciamos al esfuerzo ilustrado de transformar lo establecido. De misa
diaria pasamos a botellota casi diaria y del sexo a escondidas transitamos a la
pornografía codificada o en abierto por Internet. Y de la democracia orgánica
con saludo falangista a la democracia liberal con pluralidad de partidos y
líderes con coleta. Un cambio radical que mantiene, empero, la religión en las
aulas, los nombres franquistas en las calles y unas leyes que prohíben el
aborto o las manifestaciones públicas. El país hedonista convive con las
procesiones de semana santa y los libertinos y herejes con los tradicionalistas
a ultranza, brindando esas ocasiones de roce en las que cada parte echa chispas
de la contraria. Así, unos titiriteros pueden acabar en la cárcel por
cuestionar ante niños los fantasmas que nos aterran o unas liberadas están
pendientes de juicio por llevar en andas una vagina en procesión. Incluso hay
quienes se rasgan las vestiduras porque en un acto municipal alguien remede un
padrenuestro que santifica el coño de la libertad. Todo sucede de manera
provocativa, mientras la educación queda al pairo del gobierno de turno, la
pobreza es un asunto individual y el Estado financia una determinada confesión
religiosa a través de una casilla en la declaración de renta, en la de otros
fines y con los acuerdos de un privilegiado concordato inderogable.
lunes, 15 de febrero de 2016
La corrupción que no cesa
La corrupción política en España alcanza niveles alarmantes
y afecta a partidos políticos, administraciones públicas y las más altas
instancias del Estado. Tan preocupante es la situación que algunos hablan de
corrupción generalizada cuando conocen nuevos casos que han de sumar a la ya
lista de escándalos de corrupción que asolan a este país. Las imágenes que evidencian
la magnitud de este mal las difunden, actualmente, los medios de comunicación con esas salas judiciales que sientan en el banquillo de los acusados a alcaldes, concejales, presidentes de gobiernos autonómicos, consejeros, exministros, directivos bancarios, tesoreros de partidos, funcionarios, miembros de la familia real y una interminable relación de personajes y personajillos de la política, las finanzas, el mundo empresarial, los sindicatos, los deportes y demás actividades que reúnen como denominador común depender, directa o indirectamente, de los fondos públicos. Entre todos conforman el puzzle gráfico de la infamia y la desvergüenza.
Pero la formación política más infectada por corrupción es
el Partido Popular, en el que cada día surge un nuevo episodio que viene a confirmar
que toda su estructura orgánica está corroída por esa gangrena. Tan invadido está
de corrupción el Partido Popular que ha conseguido ser el primer partido político
imputado por delitos de corrupción en la historia democrática española, puesto
que ha sido citado como entidad con personalidad jurídica por el juez que
investiga la financiación ilegal del partido en Madrid. Se le supone una
organización criminal, por lo que su sede en la calle Génova de Madrid ya ha
sido registrada por la policía en dos ocasiones, algo inaudito en un partido
político. Este último escándalo, con ribetes de sainete por el enfrentamiento
nada disimulado que mantienen la secretaria general y la presidenta regional,
ha llevado a Esperanza Aguirre a presentar su dimisión de la presidencia poco después
de declarar ante la Asamblea
regional. Si la todopoderosa lideresa
ha tenido que tirar las riendas, tras sortear todos los escándalos conocidos en
su entorno (su mano derecha, el exsecretario general Francisco Granados, está
en la cárcel), es que esta vez el mal amenaza la integridad física de la
formación: ya es imposible no amputar miembros carcomidos.
Es verdad que los casos de corrupción también afectan a
otros partidos políticos, de manera
proporcional a sus responsabilidades de gobierno. Precisamente por ello,
la corrupción del Partido Popular es la más grave y preocupante por cuanto es
el partido que gobierna España y la mayoría de las comunidades autonómicas. Su
poder es inmenso, tanto como su responsabilidad. No es nada tranquilizador que
un partido tan corrompido sea el que implementa políticas que afectan a la mayoría
de los españoles, a los que exige sacrificios e impone duras medidas de
austeridad que condenan a muchas personas al paro, la pobreza y la marginación.
Difícilmente, por tanto, un partido así podrá convencer a los ciudadanos de la
bondad de sus iniciativas ni generar la necesaria confianza en sus gobernantes,
puesto que el velo de la sospecha lo cubrirá todo. Máxime cuando ese partido ha
protagonizado, no un caso aislado de corrupción, sino toda una continuada y
extensa conducta de irregularidades a lo largo de su historia y a todos los
niveles. Hasta su líder nacional y actual presidente de Gobierno en funciones,
Mariano Rajoy, es cuestionado por su relación con el caso de los papeles de Bárcenas,
extesorero al que envió mensajitos de apoyo a la cárcel, y en el que figura
como receptor de los sobresueldos no declarados que éste repartía entre la
cúpula de responsables y personalidades del partido. Y si eso pasaba en la
cumbre, de ahí para abajo puede ser aterrador lo que se descubra. Justamente lo
que está sucediendo.
El Partido Popular está inmerso en una serie interminable de
tramas de corrupción que delatan su carácter sistémico. Ya no son los casos
Gürtel o Púnica, sino también Taula, Acuamed, Palma Arena, Pokémon, Brugal,
Emarsa, el caso Nóos, los trajes de Camps, las tarjetas Black y demás que se
acumulan en los juzgados y que hacen imposible considerar la buena fe, el
desconocimiento o la inocencia de los más altos responsables de la formación
sobre lo que estaba –y está- pasando delante de sus narices. Vaciar las arcas
públicas para engordar bolsillos privados y, en parte, financiar ilegalmente al
propio partido, mediante cohecho, malversación y prevaricación, entre otros
delitos, se ha convertido en la actividad fundamental y transversal del partido
que gobierna España. Que, a estas alturas, dimita la condesa consorte que
presidía el partido en Madrid es lo de menos, por tardío. Lo preocupante es que
todavía ningún alto cargo nacional haya asumido su responsabilidad, cuando
menos política, por la situación en la que ha dejado pudrir al partido de los
conservadores de España. Una situación insostenible que hiede allende nuestras
fronteras, donde examinan nuestra economía quienes han de confiar en nuestros
gobernantes.
Y es que el Partido Popular genera una corrupción muy
particular. Aun siendo inaceptable cualquier práctica de corrupción, la cometa
quien la cometa, resulta hiriente que la que protagoniza la derecha de este
país tenga su causa en el enriquecimiento y la avaricia personal, un afán de
lucro desmedido e ilícito que obliga abrir cuentas opacas en paraísos fiscales.
Tanto Granados como Bárcenas, por citar los delincuentes más conocidos de la
derecha en estos momentos, escondían en Suiza ingentes cantidades de dinero
sustraído, mediante sobornos, malversación y contratos ilegales, de los fondos
públicos. Las tramas de corrupción de la izquierda, también deleznables, vienen
motivadas, en la mayoría de los casos, para dar cobertura económica a empresas
y trabajadores en dificultades y sin derecho a ello, por aliviar zonas sin
potencial de desarrollo, con la concesión de ayudas y subvenciones a industrias
que prometen implantarse y crear empleo en el municipio, etc. A pesar de todo,
las irregularidades y los dispendios no están justificados en ningún caso, aunque
disfruten de la mejor de las intenciones. Son actos ilegales, injustos e
inútiles, que además atraen, aprovechando la discrecionalidad, a los que
también persiguen el enriquecimiento personal. Esa es la diferencia entre la
corrupción de los ERE en Andalucía y la corrupción del Gürtel de Valencia y
Madrid. Aunque ambas son igualmente dañinas y repudiables.
Lo que toda corrupción consigue, siempre, es deteriorar la
confianza en las instituciones, denigrar a los servidores públicos, socavar la
credibilidad en el sistema político de la democracia y ofender a los ciudadanos
hasta provocar su desafección y el desentendimiento de la participación
colectiva. Mientras esta corrupción que no cesa siga campando por sus respetos,
como hasta ahora, la política en España será considerada una actividad de
personas sospechosas de latrocinio. Y no andarán muy equivocados,
desgraciadamente.
sábado, 13 de febrero de 2016
De película…!
De película de los Hermanos Marx, ha sido el encuentro protagonizado por el candidato a la investidura por el Partido Socialista, Pedro Sánchez, con el presidente del Gobierno en funciones, en su condición de líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, hace unas horas, en las rondas que está celebrando el primero para alcanzar acuerdos en torno a su proyecto de Gobierno. Rajoy, que se negó en dos ocasiones a ser propuesto por el rey para la investidura, reclama ante quien sí se ha ofrecido a intentarlo que debería ser él quien habría de ser investido, por el bien de España, la tranquilidad de los mercados y la integridad territorial del país frente a los deseos de los independentistas. ¡Toma ya! ¡Si eso no es amor propio en un trastorno de la personalidad, que venga Freud a psicoanalizarlo!
De humor absurdo y mal educado es que el visitante quiera
convertirse en anfitrión, tras haber rechazado la oportunidad cuántas veces se
la han propuesto, y se empeñe en señalar cómo organizar la visita, reclamando
toda la vajilla de la casa por tener más amigos que nadie aunque ninguno quiera
tratos con él. Con este argumento y dos huevos duros, los geniales cómicos
hubieran elaborado otra de sus comedias de humor absurdo, añadiéndole al
personaje de Rajoy un puro mientras apoya los pies sobre la mesa, en actitud
prepotente. Aunque esto último ya lo hizo el líder conservador cuando era
ministro de administraciones públicas con Aznar y recibió a la consejera
andaluza, Magdalena Álvarez, que le afeó fumar en una reunión que se suponía
seria. Así era, y es, el señor Rajoy: tan faltón que hasta se permite negar el
saludo al anfitrión.
viernes, 12 de febrero de 2016
Una compañera desgraciada
Buscaba en su permanente inclinación por ser servicial la atención y el reconocimiento de los demás. Quería sentirse, más que útil, apreciada por las personas que la rodeaban, las cuales, de otra manera, la ignoraban como si fuera invisible. Su aspecto físico despertaba el rechazo y la mofa de quienes la conocían o debían relacionarse con ella. Los pliegues de su piel sucumbían al peso de su oronda figura, descolgándose, balanceando cualquier movimiento, por la barbilla, los brazos, el abdomen y, adivinándose, los muslos, si estos no estuvieran constantemente cubiertos por la ropa, tanto en invierno como en verano. La artrosis había deformado sus dedos, transformándolos en garras retorcidas, y las impurezas salpicaban su rostro de cráteres y manchas, entre los cuales asomaban unos ojos siempre envueltos en un halo de timidez y tristeza. Jamás había sido agraciada para el amor, un sentimiento que surge de la mutua atracción, ni siquiera cuando contactó a través de Internet con un desconocido que se negó a reconocer la relación cuando la vio por primera vez.
Pero no era solo su apariencia, sino también la salud lo que estaba vedado para la normalidad, pues las enfermedades la habían acompañado desde que era una niña, causándole todo tipo de dolencias. Gracias a la medicina había podido contrarrestar sus peores efectos, pero al precio de depender cada día de inhaladores, inyecciones de insulina y un bolso lleno de pastillas. Era asidua de las consultas hospitalarias. Con todo, se desvivía por demostrar que era algo más que un ser desgraciado al que, incluso, su familia había maltratado como a un patito feo del que avergonzarse. Detrás de su desagradable apariencia, cúmulo de imperfecciones, había una persona lista que procuraba hacer brillar lo que nadie parecía percibir. Harta de no conseguirlo, pocos la echaron de menos cuando abandonó aquel trabajo, salvo cuando necesitaban de alguien que servicialmente los ayudase como ella solía. Entonces valoraban su profesionalidad, no su falta de belleza, considerándola una compañera desgraciada.
miércoles, 10 de febrero de 2016
400 años de Cervantes
España desaprovecha ocasiones, o las aprovecha tarde, para
presumir de un pasado en el que, con más estrecheces e incluso bajo amenazas
vitales, la cultura ha podido resplandecer con sorprendente brillantez y mejor
predicamento que en la actualidad. No es que la creación artística y cultural
precise de las dificultades para germinar y desarrollarse, sino que la
abundancia y la riqueza hacen superfluo el interés por cultivar el espíritu y
satisfacer inquietudes no mediadas por un consumismo materialista. Una
coyuntura caracterizada por la austeridad, que grava con impuestos la cultura
como si fuera lujo, y un gobierno en funciones, pendiente de definición y
establecer prioridades, brindan la escusa perfecta para la indolencia oficial
ante una efemérides que en otros lares envidian y quien corresponde celebrarla
lo hace tarde y a empujones. Tras la polémica por la inexplicable tardanza en
dar a conocer su trabajo, ha sido ayer, a sólo dos meses de cumplirse 400 años
del fallecimiento, un 22 de abril de 1616, de Miguel de Cervantes, gloria
universal de la lengua española, cuando la Comisión Nacional constituida al efecto ha presentado por fin el programa oficial de actos con los que se pretende conmemorar tal acontecimiento.
Ha costado trabajo llegar a este punto por el secretismo en
la preparación de las iniciativas que debían conformar dicho programa, hasta el
extremo de despertar la alarma y desatar los nervios en los responsables de
algunas de las instituciones más directamente vinculadas al proyecto. No hace
mucho, el director de la Real Academia
Española de la Lengua
(RAE), Darío Villanueva, advertía de que “el tiempo empieza a correr y la
conmemoración del Estado no se conoce”. Su homólogo del Instituto Cervantes,
entidad constituida para promover el estudio del español en el mundo, Víctor de
la Concha , también
deploraba en octubre pasado el retraso de los trabajos de la Comisión. Causaba
perplejidad que los ingleses, que también celebran el cuarto centenario del
fallecimiento de William Skakespeare, ya hubieran publicado un artículo a nivel
mundial, de la mano de su primer ministro, David Cameron, para anunciar los
fastos con los que piensan conmemorar durante todo este año a su autor
igualmente universal. España perdía la oportunidad de liderar las iniciativas
que han de marcar un año de especial relevancia en la literatura universal y de
enorme trascendencia en el ámbito cultural español.
Ayer se supo que el año cervantino arrancará en marzo con la
inauguración de la exposición Miguel de
Cervantes: de la vida al mito (1616 – 2016), que se organizará en la Biblioteca Nacional
y mostrará un conjunto de piezas relacionadas con la vida y obra del escritor
procedentes, en su mayor parte, de los fondos de la propia Biblioteca, a los
que se suman otros cedidos por el Ayuntamiento de Alcalá de Henares (ciudad
natal de Cervantes) y de los archivos de Simancas, Universidad de Sevilla y
General de Indias, también de Sevilla. Aunque el peso de la conmemoración
descansará en las exposiciones, organizadas por los distintos organismos y
entidades que colaboran en la celebración del IV Centenario de la muerte de
Miguel de Cervantes, el secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, aclaró
que el programa recién presentado “está abierto a las propuestas” que se
seguirán recibiendo y que prolongarán estas celebraciones hasta junio de 2017.
En un país en que los índices de lectura son preocupantes y
delatan nuestras preferencias, desaprovechar esta efemérides para fomentar este
hábito entre los jóvenes, mediante iniciativas culturales encaminadas a
divulgar el conocimiento y la obra de este autor en la comunidad educativa,
parece un sinsentido, por mucho que se empeñe el Gobierno en resaltar la
participación y la inversión privada en el evento, a la que se le ofrece
desgravar con un 90 por ciento sus aportaciones en la colaboración y
realización de las actividades de este cuarto centenario. Aunque es verdad que
la conmemoración contempla exposiciones relativas al Siglo de Oro en el Museo
del Prado, realización de espectáculos teatrales, la creación de un ballet por la Compañía Nacional
de Danza, la grabación de varias series por Radiotelevisión Española, y hasta
la puesta en marcha de una página web sobre la efemérides, entre otras
iniciativas, la mayor parte de los actos están subordinados a la voluntad de cada
organización o institución participante, cuya autonomía de colaboración se
respeta. Es decir, aparte de acciones propagandísticas, que encima cuentan con
importantes bonificaciones fiscales, con que se autopublicitarán estos
organismos e instituciones al albur de los 400 años de Cervantes, poco queda
que sirva en realidad par que los españoles valoren la importancia capital de
Miguel de Cervantes en la cultura hispana y en la literatura universal, y se
sientan atraídos por conocerlo y leerlo.
Por ello es de destacar que, al margen de los fastos y de la
indolencia oficial, surjan iniciativas realmente enfocadas a la divulgación de
la obra de Cervantes, como la edición del Instituto Cervantes, el año pasado,
de Don Quijote de la Mancha , dirigida por
Francisco Rico y publicada por la editorial Espasa, con el patrocinio de la
caja de ahorros La Caixa. Y
la traducción al castellano actual que hace Andrés Trapiello de la misma obra,
en ediciones Destino, con prólogo de Mario Vargas Llosa, con la noble intención
de hacer que el Quijote vuelva a ser
esa novela “clara” en la que nada es ininteligible y para que los niños la
manoseen, los mozos la lean, los hombres la entiendan y los viejos la celebren.
Estas dos iniciativas resultan, en sí mismas, más eficaces para dar a conocer a
Cervantes que todos los actos ideados por la Comisión gubernamental.
Lienzo de Babel también aportará
su insignificante contribución a la conmemoración del IV Centenario del fallecimiento
de Miguel de Cervantes con la inserción de un lema en la página durante todo el
año 2016. Si con ello conseguimos que, al menos, un lector del blog caiga en la
tentación de leer alguna obra de Cervantes, nos daremos por satisfechos.
lunes, 8 de febrero de 2016
La sensatez de la derecha y el radicalismo de la izquierda
La derecha política en España, tan procaz cuando ve amenazado su poder, suele compendiar con lugares comunes las diferencias prácticas y hasta conceptuales que existen entre ella y la izquierda, con intención premeditada de desprestigiar a esta última y, de paso, meter miedo a los ciudadanos y electores. Según su parecer, la derecha representa el sentido común, hacer las cosas como Dios manda, la seriedad y la sensatez, en definitiva, atribuirse la quintaesencia de la seguridad, la confianza y el orden que reclaman las gentes de bien y… los mercados. En contraposición, presenta a la izquierda como exponente de la arbitrariedad, la subida indiscriminada de impuestos, la falta de respeto a costumbres y tradiciones, la anarquía inmoral y, en general, el radicalismo más temible en cuestiones económicas, culturales, religiosas y sociales, algo que, si no es el caos, se le parece bastante. En su descripción no hay término medio: sólo blanco o negro. Se trata, evidentemente, de una útil estratagema para atemorizar al incauto e ignorante ciudadano, incapaz de distinguir matices, y de adular el oído de seguidores y simpatizantes. Para quienes se conforman con explicaciones simples y sencillas, resulta sumamente convincente esta burda distinción que establece la derecha entre ella y su oponente, la izquierda.
Los argumentos que utiliza la derecha son emocionales y
apelan a la seguridad cuando persiguen controlar cualquier contestación pública
en las calles, cualquier expresión de rechazo; a la vida, cuando restringen el
derecho de la mujer a decidir su propia maternidad; al esfuerzo, cuando buscan
privilegiar la educación privada; a la sostenibilidad, cuando limitan
prestaciones y servicios públicos básicos (educación, sanidad, becas,
pensiones, etc.); al estímulo y el ahorro, cuando prometen bajar impuestos
(directos); y a la libertad, cuando consiguen que el Estado no se inmiscuya en
los negocios ni redistribuya con equidad la riqueza nacional. Son argumentos
emocionales que exponen con éxito, no sólo entre sus simpatizantes, sino
incluso en quienes por sus condiciones de clase debieran abominar lo que les
perjudica y les mantiene bajo opresión.
Cada vez que la derecha teme perder poder político y pasar a
la oposición acude a estas soflamas intimatorias que rescatan los viejos
fantasmas de las dos Españas. No duda en demonizar como marxista/comunista a
una izquierda que hace años ha renunciado a la revolución y el cambio de
sistema, con intención de relacionarla con la de épocas pretéritas, aunque
al parecer no olvidadas. Alerta del despilfarro que ocasionaría dejar el
Gobierno en manos de quienes simplemente proponen dispensar recursos a los más
necesitados y blindar unas políticas sociales frente a otros gastos del gusto
de los mercados o de las clases dominantes. E intenta deslegitimizar alianzas y
coaliciones perfectamente democráticas como fruto de la ambición de perdedores y
minoritarios que no tienen en cuenta los intereses del país, que sólo ella
defiende. Esa derecha moviliza todos sus resortes para presionar, a través de
comunicados de empresarios, de la banca, de obispos y hasta de otros estados
que comparten la misma ideología, contra todo cambio que suponga desalojarla
del poder por medios democráticos o cuestione sus intereses. Basta seguir la
prensa afín estos días para percatarse de la intensa actividad propagandística
que la derecha está desarrollando con tal de conservar un poder que ha perdido
en las urnas. Incluso utiliza el recurso del miedo y la mentira para conseguir
sus propósitos al señalar que, sin ella al frente de la Nación , la recuperación
económica se frenaría, la creación de empleo se paralizaría o volvería el
desempleo, el separatismo de algunas comunidades podría concluirse, los pactos
antiterroristas serían puestos en cuestión, nos alejaríamos de Europa, las
inversiones y el dinero huirían, nuestros socios internacionales dejarían de
serlo y el país, en fin, estaría abocado al desastre.
La izquierda, en cambio, aunque no evita tampoco las
alusiones emocionales, suele basar sus argumentos en confrontaciones
ideológicas y conceptuales para defender, por justicia social con los más
necesitados, una política tributaria progresiva en la que pague más impuestos
(directos) quien más dinero gana. Habla de derechos para promover la igualdad,
sin condición, entre hombres, mujeres, marginados o inmigrantes, de tal manera
que todos tengan las mismas posibilidades. Alude a la fraternidad solidaria
para que la educación, la salud, las pensiones, las becas, las prestaciones por
desempleo y las ayudas a la dependencia sean provistos como servicios
universales a la totalidad de la población. Y constituye un Estado ecuánime y
firme para que regule y participe en la obtención de la riqueza, en defensa del
interés general, y vele por su justa redistribución a toda la sociedad en forma
de prestaciones y servicios públicos. La izquierda intenta convencer sobre la
igualdad, la justicia y la libertad de los seres humanos, a escala estatal y
mundial, extendiendo derechos, anulando privilegios y limitando prohibiciones. La
opinión y los intereses de las élites dominantes suelen ocultarse detrás de
muchas costumbres, tradiciones, normas y leyes que han de ser removidas si se pretende
una sociedad más justa y con menos desigualdad. Porque comprender la justicia
es conocer arbitrariedades y privilegios que la impiden; comprender la igualdad
es conocer imposiciones y factores de exclusión (económicos, sexuales,
sociales, religiosos) que la niegan; comprender la libertad es conocer
chantajes y opresiones que la coartan. Por ello, este discurso de la izquierda
es mal entendido y pésimamente difundido hasta el extremo de que los mismos destinatarios
a los que va dirigido dudan de las bondades de lo público y participan en la
creencia de las virtudes de lo privado.
La derecha tiene fácil presentarse como sensata con sólo preconizar lo establecido y mantener la correlación de fuerzas existentes en la sociedad. Y puede acusar a la izquierda de radical por su pretensión de transformar las condiciones tradicionales de ésta y por aspirar a un progreso basado en mayores niveles de igualdad y justicia social. Sin embargo, el peor “radicalismo ha consistido siempre en conservar pasados valiosos” para una minoría, podríamos concluir alterando una afirmación de Tony Judt. Y eso es, justamente, lo que la derecha camufla con habilidad al culpar a la izquierda de sus defectos.
sábado, 6 de febrero de 2016
Cabalgando la libertad
A lomos de un caballo pardo, de largas y negras crines, me alejaba raudo
del pequeño pueblo en el que, hasta ese momento, las horas transcurrían con la
misma cadencia que el aburrimiento. Los días se confundían unos con otros y los
domingos no eran más que otra jornada, pero con misa de doce y adultos
saludándose en la plaza antes del almuerzo. Los amigos nos divertíamos
visitándonos mutuamente, en un transitar sosegado de casa en casa, y yendo al
campo a tirar piedras a los pájaros o cazar lagartijas. Aquel pueblo, por
entonces enorme en comparación con el tamaño infantil de nuestras experiencias
y expectativas, empezaba y acababa en el campo, sobre el que había extendido
varias calles y levantado pocas decenas de casas, todas iguales y todas
humildes. El horizonte en derredor se perdía tras los campos de labor y unos árboles
en la lejanía que se alineaban siguiendo el curso de un arroyo manso como las
vacas del establo. Unos cuantos perros, varios gatos, las palomas de un palomar
cercano, empeñadas en volar en formación varias veces al día, y aquellas vacas
eran los animales que acompañaron nuestro crecimiento y despertaron la
curiosidad por conocer los misterios de una naturaleza pueblerina. Y el
caballo, la bestia enorme de ojos inquietos que te interrogaban cuando te
acercabas para escudriñar tus intenciones, siempre alerta y con los músculos
tensos que parecían tener espasmos por las picaduras de las moscas o los deseos
de saltar el cerco, y una cola negra e incapaz de dejar de agitarse al aire como
un látigo con el que se flagelaba a sí mismo o amenazaba a cualquier intruso.
Sólo el dueño del establo podía acercarse a calmar aquella fuerza apenas
contenida de un animal que, entre caricias en el cuello y la cara, se dejaba
engañar con el forraje que todas las tardes le depositaba en su cubículo
cuadrado y pequeño, tan limitado como la propia población que habitábamos pocos cientos de vecinos. Crecí espiando a ese caballo y comprendiendo sus
impulsos por correr, tan ardientes como mis deseos de rebasar un horizonte cada
vez más estrecho y asfixiante. Forjamos un vínculo que se alimentaba de
nuestras insatisfacciones y de los anhelos de huir. El día en que me decidí, el
corcel pardo me dejó subir a su lomo para escapar juntos de las ataduras que
nos mantenían amarrados a la atonía de lo establecido. Abrazado con fuerza a su
poderoso cuello, salimos nerviosos y raudos del establo y abandonamos aquel
pueblo hasta más allá del río y los árboles, hacia un horizonte infinito que extasiaba
nuestros ojos llenos de lágrimas, cómplices de disfrutar, al fin, de libertad.
viernes, 5 de febrero de 2016
La deuda de Puerto Rico
Puerto Rico, la perla del Caribe, es una colonia de los Estados Unidos que disfruta de un estatus especial (Estado Libre Asociado) por el que dispone de cierta autonomía en su gestión interna, elige un gobernador, con voz pero sin voto en el Congreso norteamericano, que representa la soberanía isleña y preserva su antigua identidad hispana en muchas de las costumbres y en el idioma materno de los puertorriqueños. Sus habitantes gozan de nacionalidad estadounidense, la moneda que utilizan es el dólar USA y engrosan el Ejército de EE UU cuando prestan servicios militares.
La peculiaridad de su estatus político atrajo hacia Puerto
Rico a un gran número de empresas, sobre todo petroquímicas y farmacéuticas, que
se han beneficiado de incentivos fiscales que permitían acceder al mercado
norteamericano sin pagar los royalties que gravan toda importación. De este
modo, a pesar de ser un país pequeño y carecer de recursos naturales, salvo la industria
agrícola del azúcar y el café que ya apenas tiene relevancia, la economía de
Puerto Rico es de las más dinámicas y competitivas de la región, con el PIB per
cápita más alto de Latinoamérica.
Durante los años de bonanza, el sistema financiero mantuvo
una laxitud en la concesión de préstamos que contribuyó al crecimiento
económico de la isla, una situación que cambió radicalmente a raíz de la
desaparición de los citados incentivos fiscales en 2006 y, especialmente, con
la crisis económica mundial de 2008. Desde entonces, la deuda de Puerto Rico se
ha triplicado hasta el extremo de no poder pagarse. Sólo la deuda pública
supera el 100 por ciento de Producto Nacional Bruto, siguiendo una espiral
endemoniada que ocasiona su aumento cuando menos ingresos se
disponen. Para afrontarla, el Gobierno ha despedido a empleados públicos,
cerrado escuelas, aumentado impuestos y forzado la emigración de los puertorriqueños
hacia Estados Unidos. Medidas muy parecidas, en el contexto europeo, a las adoptadas en España por idéntico motivo, tendentes a reducir gasto.
Pero, al contrario de lo que es normal en Estados
Unidos, Puerto Rico no puede declararse en bancarrota bajo la ley federal ni
las empresas, ahogadas por las restricciones financieras, pueden reestructurar
sus deudas mediante la declaración en quiebra. También tiene vedado acudir a los mercados internacionales
para financiarse. La especial relación colonial con los Estados Unidos
perjudica, en este aspecto, la economía de Puerto Rico.
Ante esta grave coyuntura, el Gobierno puertorriqueño ya ha
dejado de hacer frente a vencimientos de
su deuda en varias ocasiones y el deterioro económico generado por la
contracción de la actividad, la caída del consumo y la recesión han disparado el
desempleo, la emigración hacia el continente y unos niveles de pobreza que
alcanzan el 45 por ciento de la población. Aunque los demócratas de Estados
Unidos ponderan un rescate federal de la economía de la isla, los republicanos
no están dispuestos a apoyar esta medida. Ello replantea la relación que Puerto
Rico mantiene con la potencia del norte, en la que los partidarios de la total
integración, como un estado más de la
Unión , consideran que así se resolverían los problemas,
mientras los independentistas ven en la crisis una muestra de la necesidad de
recuperar la plena soberanía.
Puerto Rico intenta superar el escollo que
atraviesa a causa de la deuda renegociando con los acreedores un plan de
reforma fiscal e implementando medidas que estimulen su sector turístico y
modernicen sus infraestructuras. Otros hablan de exigir la exención de la
Ley Jones , de 1920, por la cual solamente
barcos propiedad de un estado norteamericano, construidos y operados por éste,
pueden transportar carga desde y hacia la isla. La liberación de ese tráfico
generaría empleo en el sector, ayudaría a reducir la deuda y rebajaría el costo
de algunos productos.
En definitiva, la deuda que asfixia a este vergel caribeño no es sólo económica, sino también política, con rémoras coloniales, que
hipotecan su futuro. Y es el pueblo de Puerto Rico el que ha de decidir, por sí
mismo, cómo solventar sus deudas.
miércoles, 3 de febrero de 2016
Día sin nada
Qué sería de este día si un recuerdo no lo habitase, qué sería de este
día si no despertara ningún estremecimiento, qué sería de este día si su luz no hiriera
ninguna mirada, qué sería de este día sin las brumas del pasado y las
esperanzas del futuro, qué sería de este día sin el retumbar de los latidos, qué
sería de este día si nadie percibiese el olor de las flores o el roce de la brisa, qué sería de este día sin el trino de los pájaros y el rumor del agua, que sería de
este día sin el pellizco de las emociones o las urgencias de los instintos, qué sería de este día sin el vértigo de la razón, qué sería de este día si no fuse
tiempo de vida y espacio para el amor. Sería la nada.
martes, 2 de febrero de 2016
Una infanta en el banquillo
Opinar sobre la difícil situación por la que atraviesa una
personalidad perteneciente a la realeza de este país -una infanta de España,
hija y hermana de reyes- es un asunto delicado y sumamente complejo por lo que
representa, en ámbitos que trascienden lo particular, que personas de “sangre
azul” se sienten en el banquillo de los acusados. Hay que afinar la prudencia
de una crítica que, llegado el caso, no intenta juzgar la institución
monárquica, sino a una oveja descarriada que ha confundido la responsabilidad
que le otorga su pertenencia a la Familia Real con la supuesta impunidad con la que cree no estar sujeta a las leyes y normas de un Estado de Derecho.
No se trata, por tanto, de hacer valoraciones sobre doña
Cristina Federica de Borbón y Grecia, quien tiene derecho a defender su
inocencia como mejor sepa y pueda o como aconsejen sus abogados defensores. Ni se
pretende cuestionarla por lo que es, un familiar del rey de España, pero
tampoco eximirla de las consecuencias de sus actos como si éstos fueran impunes
y no estuvieran sujetos a la acción de la justicia. Lo que sí queremos
considerar en este caso, muy particularmente, es la actuación de instituciones
públicas que parecen decididas a prestarse a la defensa contra viento y marea de
una acusada, por muy importante y relevante que sea, olvidando su cometido fundamental
de velar por el interés general, al que deberían representar y preservar.
Ni el Ministerio de Hacienda, a través de un certificado de la Agencia Tributaria
que no reconoce delito de elusión fiscal en la imputada, ni el Ministerio
Fiscal, empeñado en que se aplique a la Infanta la llamada doctrina Botín, deberían comportarse como abogados defensores de la
infanta Cristina por cuanto esa función, que corresponde a los abogados
contratados por ella, entra en colisión con el cometido de ambas instituciones:
la defensa de la legalidad y de los intereses generales aquí perjudicados. Ni
siquiera deberían solicitar, como han hecho, el sobreseimiento parcial de la causa
en lo que concierne a la
Infanta , lo cual supondría la existencia de privilegios
judiciales a una persona simplemente por ser quien es: una aristocrática
personalidad de la realeza.
Resulta bochornoso que la Abogacía del Estado, la
que supuestamente defiende los intereses generales del Estado y, en esta causa,
a la Hacienda Pública ,
siendo la encargada de la acción en defensa de dicho organismo estatal, considere
que doña Cristina de Borbón, copropietaria junto a su marido, Iñaki Urdangarin,
de la empresa Aizoon con la que presuntamente se cometieron delitos fiscales, no
ha cometido delito alguno ya que no hay un perjudicado concreto que pueda
personarse en el procedimiento. La
Abogacía resumió su argumento precisando que el lema
“Hacienda somos todos” debe considerarse un eslogan comercial y no una realidad
en la que pueda contemplarse algún perjudicado individual.
Por su parte, el fiscal Pedro Horrach estima que no hay
indicios concretos ni mecanismos de interpretación de la ley –ante la carencia
de perjudicado ni acusación por parte de la Agencia Tributaria ,
sólo la acusación pública del Sindicato Manos Limpias- para sentar en el
banquillo a la Infanta. Por
tanto, el Ministerio Fiscal no acusa a doña Cristina, aunque le exige, como
responsable civil a título lucrativo, una multa de 600.000 euros, los que
disfrutó de la parte ilícita obtenida por su marido. Es decir, el fiscal exime a
la Infanta de
responsabilidad penal, aunque la considere partícipe a título lucrativo de los
delitos atribuidos a su esposo, posicionamiento éste compartido por la Abogacía del Estado.
Sin acusación por parte del perjudicado –la Agencia Tributaria-
a través de la Abogacía
del Estado ni por parte de la
Fiscalía , el tribunal ha tenido que decidir sobre la exoneración
de la infanta Cristina, en aplicación de la doctrina Botín, solicitada por
ambos, en el sentido de archivar la acusación que pesaba sobre ella por parte
únicamente de Manos Limpias. Tal petición, en la línea planteada por los
defensores de la Infanta ,
se basaba en la jurisprudencia creada con el juicio al banquero Emilio Botín,
en 2007, que impone el sobreseimiento de una causa cuando ni la fiscalía o un
afectado directo ejercen acusación y sólo impulsa el proceso una acusación
popular.
Y las magistradas del tribunal, en un auto de 85 páginas, han
resuelto rechazar la aplicación de esa doctrina tan sumamente ventajosa para la Infanta , reconociendo la
existencia de delito, precisamente el delito del que se acusa a su marido y del
que no puede excluirse a la supuesta cooperadora necesaria para su comisión.
Por este motivo, doña Cristina de Borbón tendrá que volver a sentarse en el
banquillo de los acusados, a pesar de los esfuerzos realizados por los
organismos que debían precisamente de acusarla de defraudar a la Hacienda Pública
y cometer delitos fiscales. Recupera esta resolución el criterio del juez
instructor, José Castro, de que, cuando se protege del delito un bien jurídico
colectivo de interés general, la acción popular sí está legitimada para
sostener la acusación por sí sola, aunque no lo hagan el Ministerio Fiscal ni
el perjudicado por el posible delito.
Gracias a la resolución del tribunal, la exduquesa de Palma
será juzgada como cualquier ciudadano en el que concurren indicios de
actuaciones contrarias a la ley, sin importar condición social ni el favor del
principal perjudicado que se niega acusar la comisión de delitos que sí
contempla en el copropietario de la sociedad encausada. Que el propio Estado
participe así, a través de los organismos correspondientes, en discriminar la
acción de la justicia en función del acusado, parece cuando menos criticable.
Si la sentencia final exculpa o condena a una Infanta es irrelevante en
comparación con el perjuicio que se le inflinge a una Justicia justa e
imparcial con las actuaciones de un Ministerio Fiscal y una Abogacía del
Estado convertidos en abogados defensores de los acusados, dependiendo de su
estatus y posición social. No se trata, pues, de opinar sobre la Infanta , sino sobre la Justicia y sus órganos.
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