miércoles, 30 de septiembre de 2015

Seis años de Lienzo

Este blog cumple seis años de existencia. Más que el empecinamiento de su autor, son los lectores y seguidores quienes tienen el empeño de mantenerlo vivo y cumpliendo años. A todos ellos, pues, el agradecimiento más sincero por tantas muestras de fidelidad y paciencia al seguir una bitácora heterogénea e informal como ésta, que se niega a encasillarse en una temática y encumbrarse de sofisticada tecnología con la que alardear de recursos: prefiere basarse en la palabra para abordar los asuntos varios de la actualidad y las impresiones subjetivas que suscitan en quien los comenta. De esta manera, lleva seis años envejeciendo con un número estable de seguidores y lectores que a diario rastrean esta página perdida en la red, cual babilonios invisibles, mostrando curiosidad –a veces, interés- ante los más de 200 post que anualmente se publican en ella. Si esa supervivencia tiene algún mérito, ha de atribuirse fundamentalmente a quienes la hacen posible: a usted, a todos ustedes, amigos virtuales de Lienzo de Babel, que nos brindan su apoyo. Les expresamos nuestra felicitación por estos seis años de anónima convivencia y les testimoniamos nuestra gratitud por estar ahí. Les prometemos seguir intentando satisfacer vuestras expectativas, al menos, otro año más. Gracias.


 

martes, 29 de septiembre de 2015

Política de película

Con el partido del Gobierno en caída libre hacia la irrelevancia elección tras elección y el imaginario problema del independentismo catalán ignorado por la mayoría de la población de aquella comunidad en comicios pseudoplebiscitarios, el panorama electoral español se va acomodando a lo ya previsto hasta por los ciegos recalcitrantes dependientes de subvenciones: fin del bipartidismo del PSOE y PP en el usufructo del Poder y aparición de nuevas formaciones que condicionarán la necesidad de coaliciones para lograr mayorías de Gobierno.

Tras la meteórica aparición de los lilas de Podemos, que pierde fulgor cuando los círculos han de circunscribirse a los imperativos orgánicos de la cúspide -nueva versión de quien se mueva no sale en la foto-, sólo los naranjas de Ciudadanos, esa derecha guapa, liberal, democrática y moderna, continúa ocupando el espacio –y el voto- que arrebata, a derecha e izquierda, de PP y PSOE en cada ocasión ritual ante las urnas. Aparte de la mengua de prestigio de los dos grandes protagonistas de antaño, se trata, para más inri, de un annus horribilis electoral para los confiados palmeros secundarios que de pronto se han encontrado sin público en el teatro de la política, lo que ha empujado a unos a dar por concluida su participación en la función, como UPyD, o rebajarse a papeles de comparsa en las nuevas compañías, como IU, a la que exigen que se olvide de que su nombre aparezca en lo sucesivo en los créditos. Lo más grave de todo este espectáculo político español es que, acabada la representación, volverá la cruda realidad a imponer nuevos recortes, ajustes y reformas que ya se sabe que correrán por cuenta de los espectadores. Temo como a la peste el advenimiento de 2016 y su carencia de estrenos electorales que sirvan para entretenernos con la ficción de la recuperación del país de las maravillas y envidia de Europa, la interprete quien la interprete. Fin.

lunes, 28 de septiembre de 2015

¿Y ahora qué, Cataluña?


Celebradas las elecciones autonómicas en Cataluña, que los soberanistas han logrado que se interpreten en clave plebiscitaria, cabe preguntarse qué pasos se van a dar a partir de ahora, cuando se ha conseguido fracturar aquella sociedad prácticamente en dos mitades de igual tamaño y misma vocación excluyente. Sin una mayoría cualificada de apoyo ciudadano (cuantificada en votos), imprescindible para justificar cualquier proceso de secesión, aunque se disponga de mayoría de escaños gracias a la aplicación de la Ley d´Hondt, que favorece a los partidos más votados en detrimento de la proporcionalidad, queda simplemente asumir los resultados en lo que significan –mera elección de un gobierno regional y no un plebiscito- y replantear una nueva estrategia basada en el diálogo y la negociación. Tras el órdago viene la hora de la política.

Sin posibilidad legal para organizar un referéndum tendente a cuantificar y valorar el sentimiento independentista existente en la sociedad catalana –el manido "derecho a decidir"-, se ha optado por el recurso de aprovechar unos comicios autonómicos en el que los partidos que apuestan por la independencia se presentan en una lista única, posibilitando una lectura plebiscitaria de sus resultados. Era lo que apuntamos en su día (“Cataluña como síntoma”) y lo que se ha consumado ayer, con un resultado nada tranquilizador de división social.

Testada así la opinión de los catalanes, hay que ofrecer ahora salidas al callejón sin salida al que han conducido a los habitantes de aquella comunidad autónoma un presidente, Artur Mas y sus correligionarios, que ha buscado prioritariamente mantenerse en el machito aunque ello suponga adherirse a los postulados independentistas de sus nuevos socios. Sin nada que ofrecer a los ciudadanos, con un balance de gobierno de absoluta inoperancia y envuelto en escándalos de corrupción que afloran en sus filas y entre sus amigos, el honorable president se ha apoderado de las utopías independentistas que alberga un sector de la población, nada mayoritario como acaba de confirmarse (48 % de votos a favor de la independencia y 52 % en contra), para huir hacia adelante y conservar la poltrona, contradiciéndose con lo que pensaba hace años, cuando afirmaba que “la independencia es un concepto anticuado y oxidado”. No le ha importando organizar un auténtico lío, al dar alas a los afanes secesionistas de sus nuevos socios, aún a sabiendas de su inviabilidad legal. Y, aunque esos afanes sean compartidos por cerca de la mitad de los catalanes, no pueden imponerse de facto al conjunto de la sociedad catalana y a espaldas de la española, único titular de la soberanía nacional y única con capacidad para decidir. Por muy legítimo que sea aspirar a la independencia, ninguna legitimidad prevalece a la legalidad en un Estado de Derecho y democrático.

A partir de hoy, pues, nada cambia en Cataluña salvo la frustración de no alcanzar los objetivos perseguidos y complicar esos equilibrios políticos en los que se basa la formación de gobierno y el funcionamiento de las instituciones. Todos los resortes del Estado continúan vigentes y la jurisdicción de sus tribunales sigue rigiendo en Cataluña, como bien advierte Toño Fragua en un artículo publicado en La Marea. Pero, tras la erupción visceral del proyecto independentista, queda una tarea ingente por hacer centrada en la sensatez y la racionalidad: volver a la mesa del diálogo, abrir cauces a la negociación y buscar acuerdos que satisfagan a unos y otros. Esto es más fácil de decir que de hacer, pero no deja de ser un imperativo inmediato tras el resultado electoral de ayer. Hay que aceptar las reglas del juego en toda búsqueda de entendimiento que pretenda resolver los problemas. Desde el inmovilismo de unos y la radicalidad de otros no se consigue nada, salvo fracturas sociales de difícil cicatrización. Rajoy y Mas tienen que sentarse a negociar, desde el respeto a la ley, la lealtad institucional y con voluntad de pactar acuerdos, incluidos cambios en la Constitución, si fuesen necesarios.

Hay que abordar un nuevo modelo de financiación autonómica, hay que recuperar las reuniones de presidentes, hay que reformar definitivamente el Senado para convertirlo de verdad en una cámara territorial y hay que hacer figurar en la Constitución la estructura real del Estado, plasmando su configuración autonómica. Y hay que dar respuestas al sentimiento independentista de muchos catalanes, brindándoles la posibilidad de un autogobierno aún más eficaz, eficiente y recíprocamente más solidario con el conjunto del Estado del que forma parte, con pleno respeto a las leyes y los procedimientos democráticos. Ahora toca hacer pedagogía política para resaltar todo lo que se puede conseguir juntos y las ventajas que sólo se logran con la fuerza y el trabajo de todos, en todos los ámbitos: económico, social, cultural y político.

Los verdaderos demócratas ajustan su comportamiento a la legalidad y no hacen lecturas interesadas y torticeras de los resultados, respetando escrupulosamente el veredicto de las urnas. Y lo que ha expresado el pueblo catalán es una división casi alícuota entre partidarios y detractores de la independencia. Un resultado que obliga a tender puentes y manos abiertas al entendimiento entre ambos sectores de la sociedad catalana como sólo se puede hacer desde la política: con diálogo, negociación y consenso. Y eso ha de empezar a hacerse desde hoy, tras las proclamas eufóricas de victoria que todos entonaron ayer a sus seguidores. Y ha de hacerse porque un 47 por ciento de los votos no son suficientes para proclamar unilateralmente la independencia, ni un 52 por ciento restante puede negar la existencia de un problema al que hay que dar solución. De ahí la pregunta: ¿Y ahora qué, Cataluña?

viernes, 25 de septiembre de 2015

Otoño en el ánimo


Primer fin de semana de otoño, primeras horas libres para aguardar que la estación se infiltre, además del calendario, en el aire, en los árboles y en el ánimo de quienes la reciben con alboroto. Será cuestión de días para que el calor residual del verano deje paso al fresco húmedo de atardeceres adelantados y mañanitas de niebla. Y que las hojas comiencen a emanciparse en su empeño por besar la tierra, tiñendo los caminos con el color seco que ellas visten para la ocasión. Y de que el amor haga bramar a los venados ocultos en bosques y montañas con la pasión desenfrenada que envidiamos al oírlos berrear en la lejanía. Pronto las lluvias bendecirán campos y ciudades para que el aire se purifique y se vuelva límpido y fresco, libre de la polvareda del estío. Las chimeneas garabatearán los cielos con sus enigmáticos mensajes de humo y las setas dejarán sus refugios bajo tierra para entablar con las hojas cuchicheos silentes de sus cosas. Toda la añoranza del otoño se ve al fin satisfecha con el simple anuncio de su llegada y desde el primer fin de semana bajo su égida. Sólo queda disfrutarlo con el ánimo renovado de quien se extasía con los paisajes ocres y los ruidos del silencio, inundado de tranquilidad y paz.

jueves, 24 de septiembre de 2015

¿Cuántos refugiados puede acoger España?


Tras el espectáculo que está dando Europa con los cupos o número de refugiados que los distintos países deberían acoger para dar respuesta sensata y compasiva al éxodo que se agolpa en sus puertas -una especie de reparto caritativo para salvar el prestigio y lavar la conciencia-, parece pertinente valorar la miseria con que se pretende zanjar la cuestión. Un espectáculo del que participa España al poner condiciones para acoger 17.000 refugiados y hacer planes para alargar en dos años el plazo en que escalonaría el recibimiento de ese cupo de exiliados que huyen de la guerra y el hambre. Arguye nuestro país que hay que ordenar la acogida para evitar problemas de integración y alojamiento. Causa vergüenza ajena las excusas que pone un país de más de 46 millones de habitantes para dar asilo a 17.000 refugiados.

Una actitud cicatera que se practica en toda Europa –un club de naciones ricas con 500 millones de habitantes- para afrontar la crisis humanitaria que provoca la guerra civil de Siria y que expulsa a buena parte de su población a jugarse la vida en una huida en barcazas por el mar y a pie por tierra, atravesando países intermedios que ponen todo tipo de trabas a esa migración. Los que no acaban ahogados en las playas (la cruda fotografía de Alan nos muestra una realidad que preferimos ignorar) se dejan los pies machacados de cruzar fronteras y alambradas para alcanzar el continente de la cristiandad y la riqueza, para intentar llegar a la Unión Europea. Un destino final cuya riqueza parece ser que no alcanza para acoger a tantos inmigrantes y una cristiandad que olvida su moral al negar auxilio al necesitado. Todo un ejemplo de civilización que figurará en los libros de historia cuando se hable de la injusticia y el egoísmo de una Europa que se afana en abanderar lo contrario de lo que practica, desdiciéndose a la hora de asumir un problema puntual, cual es la tragedia a la que se ven abocados ciudadanos sirios, afganos y eritreos a causa de guerras o dictaduras que no nos son del todo ajenas. Y de la xenofobia y el racismo que vuelven a brotar en la próspera Europa, ofreciendo el bochornoso espectáculo de ver centros de acogida incendiados y manifestaciones ultramontanas contra los inmigrantes y los supuestos peligros que representan, no por parte de algún palurdo sin alma ni cerebro, sino en boca de ministros y dignísimos altos dirigentes políticos, que dudan incluso si un español pierde su nacionalidad cuando se halla en el extranjero.
 
La cuota de refugiados que España estaría dispuesta aceptar es ridícula para la dimensión del problema y la envergadura del país. Si, a pesar de fronteras, alambradas y policías más de 500.000 refugiados sirios ya han recalado en el Viejo Continente, comprometerse en ayudar a 17.000 personas, previa selección mediante requisitos de acogida, es claramente insuficiente e ineficaz. No contribuye a paliar un problema con el que llevan discutiendo cuatro meses los líderes europeos al objeto de reasentar 120.000 refugiados entre los estados miembros. España podría hacer un esfuerzo mayor, junto a los demás miembros de la Unión Europea, por dar la debida respuesta que la situación requiere, además de colaborar con las medidas elaboradas para frenar la ola migratoria actuando en origen. Se ha de ser más contundentes porque nos enfrentamos a una guerra en la que intervienen múltiples actores, incluidos Estados Unidos y Rusia, y que ha empujado al exilio a doce millones de personas, la mayoría de las cuales ha buscado refugio en campamentos de países vecinos, como Irak, Líbano, Jordania o Turquía, pero una minoría de ellos intenta alcanzar Europa, avalanzándose sobre Grecia, Italia y los Balcanes como puertas de acceso.

España podría, si se lo propusiera, acoger a 100.000 refugiados, repartidos entre todos los municipios del país. Un simple cálculo nos revelaría que el esfuerzo de solidaridad que demandaría tal propuesta se limita a 12 refugiados por cada uno de los 8.122 pueblos que existen en todo el territorio nacional. Tal número de refugiados representa sólo el 2 por ciento de la población española, un porcentaje que ni altera la convivencia ni menoscaba nuestras libertades y oportunidades materiales, pero nos engrandece como nación hospitalaria y responsable ante los países de su entorno, afianzando lazos y relaciones en un mundo interdependiente y global.

Europa y, con ella, España están obligados a definir su papel en defensa de las libertades y, ante la tragedia de los refugiados sirios, del derecho de asilo como valores irrenunciables en todo el espacio común, sin dar lugar al triste y vergonzoso espectáculo de división y egoísmo que hasta la fecha han ofrecido. Si juntos formamos un espacio económico y monetario común, también juntos debemos respetar y cumplir los acuerdos fundacionales de la Unión en cuanto a valores y principios que inspiran las leyes y la convivencia en Europa, sin que ninguna crisis ni ninguna avalancha migratoria nos haga renegar de ellos. Mientras Europa se lo piensa, España puede y debe dar ejemplo.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Homo “accidens”


Los humanos nos consideramos seres que se diferencian del resto de los animales por poseer una inteligencia que nos permite no depender de los condicionamientos o instintos que rigen la conducta de las demás especies animales. Esa inteligencia capaz de razonar y de ser autoconsciente la solemos medir por la evolución del cerebro, cuya complejidad y tamaño parecen aumentar conforme se adquiere mayor inteligencia. No obstante, existen animales con un cerebro mayor y más complejo que el del hombre, que dan muestras de poseer cierta inteligencia, sin que por ello alcancen la condición de humanos, como los delfines. Algunos investigadores sospechan que la humanidad procede de varios factores que evolutivamente nos ubicaron en la cúspide de las especies vivas del planeta: ser bípedos, omnívoros, tener lenguaje, capacidad de construir herramientas y poder aprender y transmitir conocimientos. Con mayor o menor habilidad, algunas especies de monos hacen lo mismo. En realidad, no hay una cosa única que nos convierta en humanos, salvo la tendencia a la violencia y la afición de matar por matar, no por alimentarnos o defendernos.

Rastreamos nuestra huella y probable evolución a través de los restos fósiles que encontramos esparcidos por el planeta y que nos emparentan con los primates del reino animal. Cada hallazgo nos sorprende con nuevos interrogantes antes que aportar respuestas. Desde los australopithecus al homo sapiens, pasando por el homo erectus, homo habilis y los neandertales, la humanidad parece que ha recorrido diversos caminos para lograr su actual desarrollo evolutivo. En comparación con los tiempos geológicos, nuestra presencia en el mundo es bastante reciente. Los primeros primates surgieron de los mamíferos hace unos 70 millones de años, pero hace sólo 15 millones de años que de la familia de los homínidos se desgajó la rama que nos conduce al hombre actual. Y el homo sapiens, la única especie que sobrevive del ser humano, lleva conquistando el mundo los últimos 200.000 años.

Durante todo ese tiempo no hemos dejado de buscar vestigios que den respuesta a la gran pregunta: ¿qué nos hace humanos? La ciencia, ese gran instrumento ideado por la inteligencia que nos ayuda a conocernos y conocer lo que nos rodea, nos arrebata toda soberbia y singularidad al despojarnos del centro del Universo y negarnos un único factor providencial que nos transforme en lo que somos, seres humanos. Cada vez parece más claro que somos así por casualidad, sin ninguna intervención divina. Vamos, que muy bien podrían etiquetarnos como homo accidens, sin que ello desmerezca a un animal capaz de construir catedrales y componer sinfonías cuya belleza y sensibilidad nos elevan por encima de lo creado.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Vivir en la civilización


La civilización a la que pertenecemos se pone a prueba cuando a sus puertas se congregan miríadas de personas que buscan precisamente un mundo civilizado. Actuamos en contra de la civilización cuando la rodeamos de muros y cuchillas para sellar todo acceso a ella. El bienestar que disfrutamos en su interior nos hace temer que los que suplican ayuda desde fuera nos arrebaten comodidades y beneficios que gracias a ella hemos alcanzado. Ese miedo, rayano en el egoísmo, nos impide compartir con inmigrantes y refugiados los recursos y posibilidades que nos procuran sobre todo civilidad. La memoria se vuelve amnésica a la hora de negar el trato que recibimos cuando fuimos nosotros los que partimos en busca de socorro y asilo en vecinos afortunados y civilizados. Nos despojamos de la civilización cuando ignoramos que todos somos extranjeros y huéspedes unos de otros. Y retornamos a la selva cuando olvidamos, como sostiene Savater, que “portarse hospitalariamente con quien lo necesita –y por ello se nos asemeja- es ser realmente humano.” Y civilizado.

jueves, 17 de septiembre de 2015

¿Crisis financiera o plaga de avaricia?

Como si de una plaga bíblica se tratara, hace siete años, un mes de septiembre de 2008, que apareció la mayor crisis financiera de la historia como consecuencia de la quiebra del banco de inversiones Lehman Brothers, toda una institución en el mundo de las finanzas y el cuarto mayor banco de Estados Unidos (EE.UU.). De entonces acá, el mundo se ha visto sacudido por unas turbulencias económicas que desembocaron en la peor recesión económica desde la Segunda Guerra Mundial.

Aquel “lunes negro”, Lehman Brothers se declaraba insolvente tras reconocer pérdidas superiores a 2.700 millones de euros por sus negocios con créditos inmobiliarios de alto riesgo (las famosas hipotecas subprime). Tras él, fueron cayendo otros especuladores comprometidos con los mismos productos hipotecarios, que se vendieron a inversores y bancos de todo el mundo. Merrill Lynch, otro gran banco de inversiones, acabaría siendo vendido al Bank of América al no poder hacer frente a sus deudas y AIG, un gigante de los seguros y las inversiones, precisaría de un préstamo puente de la Reserva Federal (FED) para evitar su quiebra, en lo que sería la intervención económica más importante de la FED en su historia. Al poco, cual fichas de dominó, comenzaron a caer decenas de entidades bancarias y financieras, entre las que destaca Washington Mutual, Freddie Mac, Fannie May, IndyMac, First National Bank of Nevada, First Heritage Bank, etc.

Las bolsas del mundo entero se hundieron y los problemas de liquidez hicieron cerrar el grifo de los bancos, haciendo acumular las pérdidas por la titulación de unos activos de deuda de imposible cobro. El método al que estos inversores se apuntaron para ganar mucho dinero de forma rápida, como todo negocio de estructura piramidal, funcionó bien al principio pero acabó derrumbándose y comprometiendo la solvencia de muchos países occidentales. Los gobiernos se vieron en la necesidad de salir al rescate del sistema financiero ante el miedo de que un colapso del mismo pudiera afectar gravemente a la actividad económica, como de hecho ha ocurrido.

Los efectos de esta crisis comenzaron a notarse durante el segundo mandato del Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, quien al principio optó por restar importancia al problema que se le venía encima, negando la existencia de la crisis, para después verse forzado a adoptar unas medidas económicas contrarias a las de su ideario electoral, tras la inutilidad de unos planes de choque que consumieron ingentes cantidades de inversión pública (Plan E) y avales para la banca. Se inicia, a partir de entonces, una etapa de intervención estatal para hacer frente a la crisis que continúa en la actualidad, siete años después, con unas políticas de ajuste y reformas que nos instalan en una austeridad casi suicida que ralentiza la actividad económica. Ello se traduce en la contracción del consumo, el descenso del Producto Interior Bruto (España entra en recesión económica dos veces) y una escalada de destrucción de empleo que convierte a nuestro país en el que más empleo destruye del mundo, tras alcanzar cotas insoportables de más de cinco millones de parados.

La inicial “avaricia” que provocó la crisis, por culpa de una banca tradicional dedicada a las inversiones de alto riesgo, no se ha corregido definitivamente, simplemente se ha “ralentizado”, dando lugar a una tendencia de concentración que ha engordado aún más a los poderosos agentes financieros. Lo que era una “debilidad” –fallar en las inversiones y tener que “apechugar” de ello- se ha convertido en “fortaleza”, al contar con el auxilio de gobiernos que priorizan el rescate financiero al de los ciudadanos, a los que prefieren empobrecer. Así, mientras instan recortar gasto social y controlar toda inversión pública no rentable, esos “mercados” exigen la desregulación de su actividad y mantenerse al margen de cualquier control o supervisión gubernamental. Aún hoy, el G20 (grupo de países industrializados y emergentes) sigue debatiendo medidas para controlar las actividades del sistema financiero sin acordar ninguna que sea eficaz. De ahí que nadie descarte la posibilidad de que se repitan los errores –y las avaricias- del pasado que provocaron una crisis que todavía colea. Y es que, más que una crisis económica, lo que hemos sufrido es una plaga ocasionada por la avaricia de unos especuladores sin escrúpulos.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Resultados de la austeridad


Cada vez que escucho a algún miembro del Gobierno referirse a la famosa recuperación, pido un extracto de cuenta al banco para ver cuánto y cuándo me alcanzará esa mejora de la economía. Sin embargo, lo único que descubro es que sigo perteneciendo a aquellos desafortunados a los que ignora una recuperación de la que el poder -político y económico, si es que son distintos- no se cansa en alabar y de atribuir a sus desvelos y medidas de austeridad. Como a la inmensa mayoría de trabajadores y clases medias de este país, sobre los que se cebó la crisis económica con especial saña, al parecer la manida recuperación no retorna para asegurarme un empleo estable ni proporcionarme un salario en condiciones, ni tan siquiera para reintegrarme el poder adquisitivo perdido con tantas reformas y ajustes laborales acometidos durante estos críticos años. Más bien se trata de una selectiva recuperación que sólo beneficia a determinados colectivos minoritarios que, no sólo esquivaron los efectos de la crisis, sino que incluso sacaron provecho de ella. A ellos se refiere el Gobierno cuando habla de que la recuperación ya se nota. Y la describe como resultado de una política económica basada en una austeridad que ha de mantenerse y profundizarse aún más, cosa que sólo puede garantizar el Gobierno actual, si resulta reelegido. Más allá del balance gubernamental, se puede a estas alturas valorar los verdaderos resultados que ha ofrecido una austeridad que ha empobrecido a gran parte de la población, revelando de esta forma cuáles han sido las prioridades del Gobierno y a quiénes beneficiaron sus políticas.

Para empezar, se puede negar la mayor: las fuertes e injustas medidas de contención del gasto no han servido para nada, en tanto que no han reducido la deuda del Estado. Al contrario, ha aumentado hasta el 97,70 por ciento del PIB, lo que equivale a 22.516 euros por habitante, según desvela el diario Expansión. Tras tantos recortes, “adelgazamientos” de la Administración, desmantelamiento del Estado de Bienestar y precariedad laboral, seguimos endeudados hasta las cejas, debiendo más dinero que antes y, lo que es peor, poniendo en dificultades prestaciones sociales, como las pensiones o la financiación de la sanidad y la educación. De hecho, la “hucha” de las pensiones ha sido utilizada por el Gobierno para atender pagos extraordinarios en vez de incrementar su monto para asegurar la renta de los que se jubilan. Pero si el objetivo principal perseguido por las políticas de austeridad no se ha cumplido, no es de extrañar que tampoco se hayan logrado los resultados que nos habían prometido: aumento de la actividad económica y creación de empleo. Un breve repaso por dónde discurre realmente la “recuperación” de la que se jacta el Gobierno nos aclarará las verdaderas intenciones de la austeridad.

Mientras el resto se empobrecía, el número de ricos crecía un 40 por ciento en España desde el año 2008. Es decir, durante los años de la crisis ha aumentado en 50.000 el número de personas acaudaladas, lo que supone agrandar la brecha de las desigualdades en un país en el que, al mismo tiempo, se exigía a los no pudientes grandes sacrificios (reducción de salarios, pérdidas de empleo, eliminación de derechos) para afrontar una crisis que ha enriquecido a unos pocos. Son esos pocos los que sí notan la recuperación.

De otra parte, uno de los sectores causantes de la crisis y que incluso necesitó del único “rescate” solicitado por el Gobierno a Bruselas, como es el bancario, ha obtenido un beneficio del 40 por ciento, a pesar de mantener una política crediticia contenida; es decir, que no traslada a sus clientes, a la población, esa mejora de sus cuentas, abriendo el grifo de los préstamos. El sector continúa inmerso en una dinámica de concentración y crecimiento a expensas de socializar sus pérdidas (su rescate lo pagamos los ciudadanos) y privatizar los beneficios (repartiendo dividendos entre sus accionistas). Bankia, tan ufana en sus nuevos mensajes publicitarios, es paradigma de esta conversión de deuda privada en pública.

Otro resultado encomiable de la austeridad son los recortes en la sanidad pública, con 8.869 millones de euros menos entre 2009 y 2013, lo que se traduce en un deterioro que notan los usuarios, un aumento de las listas de espera y el “repago” y “copago” de determinados servicios y prestaciones. Así, la salud privada “despega” gracias a la crisis y el deterioro de la pública, como resalta El País. Entre la privatización de hospitales, la externalización de servicios y la caída del gasto público, la medicina privada se frota las manos y aumenta su penetración en el mercado sanitario, favorecida por el trasvase de recursos públicos hacia el sector privado, vía conciertos, mutuas u otras formas de “colaboración” con la sanidad pública. Lo cierto es que, como resultado de la austeridad, el seguro privado aumenta y el volumen de primas crece entre un 3,2 % y un 4,4 % cada año desde 2010. Este sector también nota la recuperación, aunque en los hospitales públicos sigan con una austeridad que reduce plantillas, merma la calidad asistencial y causa insatisfacción en los usuarios.

Además de un paro que se mantiene en las mismas cotas insoportables que cuando el Gobierno accedió al poder y una precariedad laboral y salarial que deja al trabajador desprotegido y al arbitrio de los abusos de empresas capaces de declarar un expediente de regulación de empleo (definitivo o temporal) para reducir gastos y aligerar plantillas y no por un descenso de la producción, el resultado más deplorable de la austeridad es el aumento de la recaudación. Y es que al pobre, como al perro flaco, todo se le vuelven pulgas. Para compensar la caída de la recaudación por la contracción del consumo, al haber más paro y salarios más bajos, el Gobierno aumenta los impuestos, tanto directos como indirectos. Lo que deja de recaudar por nóminas, lo consigue a través del IVA, cuyo incremento supone un aumento de la presión fiscal sin precedentes. Hasta los bienes y servicios básicos están gravados como si fueran artículos de lujo. Ello ha posibilitado que la recaudación aumente, en gran medida, no por la mejora de la actividad económica, sino por una presión fiscal que, tras las subidas impositivas impulsadas desde 2012, se halla rondando el 35 por ciento. De esta forma, tanto si eres rico como pobre, pagas impuestos que garantizan los ingresos a las arcas del Estado para beneficio de aquellos colectivos privilegiados con las políticas del Gobierno. Así se cierra el círculo que dibujan los resultados de una austeridad tan del agrado de quienes salen bien parados con ella. Pero que perjudica a la inmensa mayoría de la población. Hay que tenerlo en cuenta.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Fósiles

Esta semana me he sentido atraído por lo fósil, incluso he llegado a considerarme una reliquia del pasado, prácticamente fosilizado, a causa de mis preferencias y actitudes. Una noticia y una tendencia lo explican. Resulta que hallan un “eslabón perdido” del ser humano que ya enterraba a sus muertos en cuevas u oquedades del territorio. Era una especie de homínido pequeño y supersticioso que, por si había alguna duda, vuelve a relacionarnos evolutivamente con los monos de los que procedemos. Una costumbre, la de dar sepultura a los muertos, que seguimos manteniendo hasta convertirla en un negocio lucrativo. He ahí el matiz –crematístico- que pone en evidencia nuestra evolución, aunque por lo demás seguimos comportándonos cual orangutanes de la selva, dando alaridos y codazos para hacernos respetar y “trepar” por la escala social de los grupos que formamos como seres gregarios. La complejidad que supuestamente hemos adquirido a través de la evolución se aprecia antes en las herramientas que hemos sido capaces de elaborar que en los hábitos y emociones con que nos comportamos. Del “homo naledi” hacia acá, que es la nueva especie descubierta, seguimos mirando al mundo con espanto por los peligros que encierra, pero también con interés por las posibilidades de supervivencia que ofrece al más fuerte o listo: porque de eso se trata, en cualquier especie, de sobrevivir. Y como “fuertes”, en comparación con otros animales, no somos -ni corremos más, ni vemos mejor, ni nuestro olfato es tan fino, oímos regular, nadamos con torpeza y volar nos está vedado-, desarrollamos la inteligencia para compensar tales carencias. Así, ideamos piedras atadas a un palo, lanzas metálicas, pistolas, cañones, aviones, misiles y hasta bombas nucleares que mantienen nuestro instinto depredador intacto y cada vez más mortífero. Ello nos ha permitido extinguir especies animales del planeta, por necesidad alimenticia o diversión,  y someter en la pobreza a buena parte de nuestros congéneres para tener una vida llena de confort y bienestar reservada a un primer mundo privilegiado. Toda esa línea evolutiva parece confirmarse con los restos fósiles hallados en una sima de Sudáfrica y que podrían constituir el “eslabón perdido” entre los australopitecos y los homo erectus. Es decir, completan la cadena que une los monos bípedos con los humanos, demostrando una temprana inquietud trascendental por la muerte, si damos por sentado que se trataba de restos procedentes de rituales funerarios y no de la despensa de unos desaprensivos caníbales más listos que el hambre. Y conociendo al ser humano, ninguna de las hipótesis sería descartable…

Pero esta identificación con lo fósil no se limita al hallazgo de nuestros ancestros cavernícolas, caníbales o no, sino también a esa predilección mía con el soporte papel para la lectura de libros y prensa. Es imposible no sentirse una reliquia del pasado cuando se tiene la manía de preferir el papel impreso, siendo un soporte condenado a desaparecer y hasta con fecha de caducidad establecida. La caída de la difusión de los grandes diarios así parece atestiguarlo: somos cada vez menos los que optamos por leer en papel un periódico o un libro. “Rara avis” que se empeña en conservar hábitos no rentables de dependencia de un soporte en franca decadencia. Los medios buscan mantener la rentabilidad con el crecimiento de la audiencia electrónica y ampliando mercados. Y ello se nota a la hora de ir a los kioscos: cada vez menos ejemplares por cabecera y progresivamente más escuálidos. Hay días en que la compra de un periódico se convierte en un acto heroico, inútil y desagradecido: es difícil encontrarlo, no ayuda a la supervivencia del medio (ni del quiosquero) y su contenido apenas satisface la necesidad de información. Como lector de prensa, me considero un “homo naledi” que mantiene sus rituales fosilizados. Me consuela, maliciosamente, la posibilidad de que cuando en un futuro lejano descubran mis restos, no hallarán ninguna “tablet” ni pantalla electrónica entre mis pertenencias, confundiendo así a los investigadores sobre la antigüedad del hallazgo: aparentemente moderno pero rodeado de utensilios antiguos, como libros. No podrán determinar fácilmente la época exacta a la que pertenecen mis huesos, del mismo modo que nosotros no sabemos si los homínidos de Sudáfrica enterraban o se comían a sus muertos. Misterios que suelen guardar los fósiles.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Cartas, libelos y demás propaganda

La convocatoria de elecciones autonómicas en clave plebiscitarias en Cataluña, dentro de unos días, está provocando una avalancha de manifestaciones y reacciones que rozan, por ambos bandos, la histeria. Mientras unos retuercen conceptos (democracia) y hasta la Historia (victimismo colonial) con tal de encontrar razones y argumentos a aspiraciones independentistas, otros acuden al dontancredismo (con la ley), a las amenazas (reforma del Tribunal Constitucional) y los miedos (advertir del rechazo de Europa y de los empresarios) para rebatir a los primeros y disuadir a los ciudadanos de un apoyo mayoritario a la facción soberanista. El temor a perder el envite hace que los nervios afloren en cada una de las opciones enfrentadas, conforme se acerca la fecha electoral, dando lugar a acciones y reacciones de naturaleza emocional antes que racional.

De hecho, si algo caracteriza a todo este embrollo es la falta de un diálogo sincero, sereno, profundo y sin condiciones que permita desmontar agravios, corregir insuficiencias y hallar acuerdos que satisfagan legítimas expectativas, dentro de la ley y desde el más profundo respeto, sin necesidad de romper unos lazos históricos que embridan las relaciones entre Cataluña y el resto de España. El reconocimiento de las diferencias y singularidades de unos puede y debe ser compatible con la lealtad a las instituciones, a la legalidad y a la integridad territorial del Estado a que están obligados todos. Ha faltado pedagogía y altura de miras en los responsables políticos que han llevado su enfrentamiento a unos límites ahora sobrepasados y que, tras los comicios del día 27, acarrearán daños sociales de muy difícil reparación. Y más aún cuando se usa deliberadamente la propaganda, en medio de mutuas amenazas, para difundir mensajes y justificar iniciativas y reacciones.

Por parte de unos y otros no se ha escatimado el uso de recursos propagandísticos útiles para movilizar a la población hacia las posiciones defendidas: a favor o en contra de la independencia de Cataluña respecto de España. Con escasez de datos ciertos y objetivos con que armar argumentos contrastables, la estrategia en este conflicto ha consistido en la emisión de mensajes que con-muevan a los ciudadanos, apelando a los sentimientos y las emociones, para que se decanten hacia las distintas opciones en liza. Una de las estratagemas más eficaz ha sido la de hacer coincidir actos y casi hasta los comicios con la Diada de Cataluña, con la indisimulada voluntad de que el sentimiento nacionalista en la Comunidad sea identificado exclusivamente con la opción independentista que abanderan los integrantes del Junts pel Sí. De esta manera, asumen la representación exclusiva del nacionalismo catalán, despreciando cualquier otra forma de nacionalismo no independentista, al que estigmatizan de sospechoso y poco patriótico. Así, se permiten hablar “en nombre” de Cataluña y acusan a los que se les enfrentan con enfrentarse y atacar a Cataluña. Esa usurpación de la identidad catalana ha sido lograda vaciando de contenido los símbolos y las efemérides nacionalistas para sustituirlos con afirmaciones independentistas, de manera excluyente. Con esa actitud han promovido simulacros plebiscitarios, cadenas humanas, invitaciones a los habitantes de otras comunidades a adquirir una supuesta nacionalidad catalana y demás acciones de concienciación con las que han podido ubicar un debate académico, cual es la hipótesis independentista de Cataluña, entre las prioridades inaplazables en la región, por encima de los escándalos de corrupción, la crisis económica, el paro y otros problemas que agobian a los ciudadanos no sólo de Cataluña sino de toda España.

Y si algo faltaba a toda esta grosera manipulación propagandística del denominado “conflicto” catalán era el intercambio de cartas públicas de personalidades muy señaladas en representación de cada bando. También se ha recurrido a ese recurso epistolar y mediático que busca atraer la opinión pública que se deja influenciar por la opinión de un líder. Nada extraño si se repara en el monolitismo al que se han adscrito ambos bandos, reticentes a cualquier diálogo o acuerdo que no suponga la confrontación contundente y absoluta.

Fue Felipe González, expresidente de Gobierno socialista, quien se adelantó al publicar una carta “A los catalanes”, el último día de agosto pasado, en la que avisaba que la idea de “desconectar” Cataluña de España puede acarrear consecuencias no explicadas por los independentistas (fractura social, ruptura del Estatuto y con España, aislamiento en Europa, desvinculación con Iberoamérica, etc.) que convertirían aquella región “en una especie de Albania del siglo XXI”. Incluso aseguraba que la iniciativa independentista era lo más parecido a los fascismos nazis e italianos del siglo pasado. Palabras graves y catastróficas para advertir de los riesgos y consecuencias de una declaración unilateral de independencia que subvierta la legalidad existente.

A los seis días, se publicó otra carta “A los españoles” en la que los promotores de la candidatura independentista, en la que el actual Presidente de la Generalitat, Artur Mas, figura en cuarta posición, da debida respuesta a la primera. Aparte de repetir  argumentos electorales, insiste en que el problema no es España, sino el Estado español, que los trata como súbditos, siendo imposible vivir juntos sufriendo insultos, maltratos y amenazas cuando piden democracia y respeto a su dignidad. Es decir, vuelven a identificar toda Cataluña con los partidarios de la independencia, mostrándose víctimas de mil y un agravios y sufrimientos.

Lo más sorprendente de este intercambio epistolar ha sido el durísimo editorial con el que el diario El País, medio donde se publicaron las cartas, quiso puntualizar la misiva de los independentistas, a la que tachaba de no respetar la opinión del otro, ni de que su argumentación resista el más ligero análisis razonado o una crítica literaria, a pesar de lo cual la publicaba por rendir tributo a la pluralidad. Y denunciaba la incongruencia del president catalán al representar institucionalmente al Estado en aquella Comunidad y participar, poniendo medios y dinero públicos, para combatirlo a favor de una sectaria posición política, sin respetar la norma y sin presentar previamente su dimisión.

Mientras tanto, el Gobierno de la Nación prosigue con su actitud monolítica, al amenazar incluso con una intervención militar, como declaró el ministro de Defensa, Pedro Morenés, aunque ahora no se contempla “si todo el mundo cumple con su deber”. Tras esta subida de tono gubernamental en la que involucra a las Fuerzas Armadas a la hora de “aplicar la ley cuando ésta se incumple”, ya sólo queda oír alguna manifestación clerical aconsejando a los fieles mostrar su fervor por la Virgen de Monserrat y así hacer presión para depender directamente de Roma y no de la Conferencia Episcopal española.

Menos dialogar para hallar vías de entendimiento al “conflicto”, buscar fórmulas con las que satisfacer democráticamente el reconocimiento de las diferencias y singularidades, respetar la legalidad y proponer alternativas mutuamente beneficiosas, se ha explorado todo, fundamentalmente de modo propagandístico y manipulador. ¿Tras el 27 de septiembre se recobrará la sensatez y la razón, apartando la emocionalidad secesionista y la inmovilidad legalista? Confiemos que sí, que aparezca una tercera vía dispuesta al diálogo, a la lealtad institucional y al respeto mutuo. Sin propagandas, sin cartas ni libelos.    

lunes, 7 de septiembre de 2015

Ancestrales tradiciones salvajes


En casi todas las culturas existen costumbres que se mantienen a través de generaciones sin apenas modificación y aceptándose simplemente por formar parte de la tradición. Es, precisamente, la tradición el argumento de autoridad que utilizan sus defensores para conservar atávicas y cuestionadas costumbres que, ante los ojos de la actualidad, resultan inapropiadas y hasta repudiables. En casi todos los países se dan estos comportamientos contradictorios entre unas arraigadas costumbres antiguas y los modernos parámetros éticos y morales asumidos por la sociedad.

En Estados Unidos (EE UU), por ejemplo, es legal portar armas con sólo rellenar un formulario en la armería antes de adquirir un arma de fuego. Tan tradicional es la libertad de “defenderse” que, en ese país, se producen tres muertes cada hora relacionadas con armas de fuego. De hecho, 32.163 norteamericanos perdieron la vida por armas de fuego en 2011, según de Gun Policy, más del doble de muertes ocasionadas en todo el mundo por atentados terroristas. Siendo una causa de muerte tan importante y que podría evitarse con facilidad, los ciudadanos norteamericanos no apoyan las iniciativas gubernamentales tendentes a regular más estrictamente, de manera restrictiva, la adquisición de armas de fuego. Apelan a un derecho constitucional que ampara la libertad del individuo a asumir su propia defensa, incluso frente al Gobierno, aunque en otras cuestiones permitan modificaciones y “enmiendas” a la Constitución.

Sin embargo, más que “defensa”, el acceso a las armas de fuego provoca “ofensas” a la integridad vital de inocentes víctimas por parte de sujetos que, gracias a la posesión de armas de fuego (pistolas, rifles, etc.) la han emprendido a tiros con conocidos o desconocidos. El historial de sucesos relacionados con armas de fuego es prolijo y raro es el día en que los medios de comunicación no se hacen eco de nuevos episodios que engrosan la negra lista de masacres y matanzas. Como la de Newton, donde un joven de 20 años abría fuego en un colegio, matando a 20 niños menores y seis profesores. O la matanza en un cine, en la que otro joven dispara contra los espectadores, causando 12 muertos y 58 heridos. Pero quizás la más conocida (gracias al documental realizado por Michael Moore) sea la matanza de Columbine, en la que dos alumnos la emprendieron a tiros contra sus compañeros de instituto, asesinando a 12 de ellos y a un profesor antes de acabar con sus propias vidas. Ni el sentido común, ni la precaución ni los intentos del Gobierno por combatir esta lacra han podido con la “tradición” de portar armas en Estados Unidos, aunque acaben matándose entre ellos. Es su manera de sentirse “libres”.

Pero si sanguinarios son los “yankees” con el “disfrute” de sus armas de fuego, tan sanguinarios son muchos países de África y Asia, donde se practica la ablación del clítoris por “tradición”. Más de 125 millones de niñas y mujeres en todo el mundo han sido víctimas de la mutilación genital femenina (MGF). Quienes la consienten dicen estar amparados por la tradición, a pesar de que numerosos estudios demuestran que ninguna religión justifica ni alienta su realización. Según la Organización Mundial de la Salud, las causas de la MGF hay que buscarlas en factores culturales, religiosos y sociales que se perpetúan por tradición, presión social y creencias “machistas” sobre la virginidad prematrimonial y la fidelidad matrimonial. En la mayoría de las sociedades  en las que prevalece esta práctica se considera una arraigada tradición cultural, el argumento más socorrido para su mantenimiento, ya que sólo basta para sostenerlo el que “siempre se ha hecho así”.

Pero el recurso a la tradición no valida lo que abiertamente choca con planteamientos legales y éticos que en otros ámbitos hubieran bastado para prohibirlos y extirparlos del comportamiento colectivo y de las costumbres sociales. Aquí, en España, se mantiene una disputa por el maltrato animal. El maltrato animal por pura diversión, por muy tradicional que sea, causa rechazo en amplias capas de la población. Sin embargo, en muchos pueblos de España se siguen celebrando la suelta de toros como parte de fiestas patronales, incluso en aquellas comunidades que prohíben la lidia “profesional” del toro bravo. Tal es el número de festejos en los que se contempla toda la siniestra graduación de ensañamiento con el animal, que este verano se ha producido la muerte de 13 personas cogidas por asta de toro, una de ellas al caer desde una zona protegida. Desde el año 2000, la estadística eleva a 74 el número de muertos por encierros y festejos taurinos en España.

Son tan numerosas las variables de regocijo patrio con la tortura y muerte de un animal que ya existe un movimiento animalista que lucha por evitar este tipo de festejos salvajes que se mantienen por simple tradición. Entre las expresiones más deplorables de esta diversión “taurina” podría figurar la conocida como El toro de la Vega, que se celebra en la localidad vallisoletana de Tordesillas, en la que un toro es perseguido por lanceros a caballo hasta que acorralan y logran matar al animal, atravesándolo con las lanzas. Otra “tradición” muy arraigada son los “toros de fuego o toros embolaos”, en las que al animal se le atan antorchas en llamas en los cuernos que le provocan graves quemaduras para solaz diversión de los pueblerinos que corren a su alrededor. Los “toros enmarronados” son aquellos que son atados con cuerdas y arrastrados por las calles para divertimento de los lugareños en fiestas y jolgorios. La “suelta de toros” por calles y plazas, dentro de un perímetro aislado con barreras de madera para “protección” del público, es la modalidad más común de festejos en los que el personal se entretiene corriendo y esquivando a un animal asustado que puede acabar “ejecutado” tras la fiesta. Es lo que se hace ante los ojos de la autoridad en Coria (Cáceres), donde el toro es finalmente abatido públicamente de un disparo durante las fiestas de San Juan, contraviniendo las ordenanzas de Seguridad Ciudadana a la hora de portar armas y hacer uso de ellas en público. Sin embargo, se mantienen estas costumbres con el argumento de la tradición, porque es lo que siempre se ha hecho durante décadas, a pesar de causar muertos, violentar principios cívicos y morales y rozar en algunos casos la ilegalidad.  

Las salvajadas mantenidas por tradición abundan en todos los lugares, siendo impermeables al progreso y avance de las sociedades que las mantienen. Están ancladas en comportamientos que debían haber sido erradicados por la formación, la ética y las leyes que combaten las injusticias, la iniquidad y las creencias infundadas. Disponer de armas de fuego en los hogares, como si de un electrodoméstico se tratara, aunque los niños las encuentren y las utilicen para matar, que es su función; mutilar a las niñas y mujeres por absurdos e irracionales motivos más machistas que culturales; o matar animales sin más finalidad que la mera diversión, son atávicas salvajadas que ni la tradición justifica. Pertenecen a otras épocas y a otra mentalidad, cuando la relación del hombre con sus semejantes o con la naturaleza se basaba en la supervivencia del más fuerte y en aprovechar hasta esquilmar los recursos, con desprecio al débil, a las mujeres y a los animales. Son restos atávicos de los que hay que desprenderse para seguir avanzando en un mundo regido, no por la tradición, sino por la razón. Pero, me temo, que una vez más se perpetuarán porque “es lo que se ha hecho siempre”, aunque sea inexacto e interesado. Se hacen porque conviene al poder que las tolera, simplemente, y al negocio que con ellas se beneficia. A pesar de ser auténticas salvajadas.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Lágrimas de cocodrilo


Los ciudadanos de Europa (España incluida) no pueden soportar la imagen del niño sirio ahogado en una playa de Turquía, se sienten conmocionados y prefieren que los medios de comunicación les ahorren la imagen del espanto. La guerra, la muerte y la miseria hay que percibirlos desde el sofá del salón de manera edulcorada para que no nos corte la digestión ni nos quite el sueño. Sin embargo, la guerra siempre es sangrienta, la muerte sorprende indiscriminadamente a justos y pecadores, sin importar la edad, y la miseria se ceba sobre inocentes ciudadanos que son víctimas de nacer en el sitio equivocado y bajo un sistema que los condena a ser pobres para que los afortunados acaricien el bienestar amurallado de la ingrata pero próspera Europa. Las imágenes espeluznantes nos hacen verter lagrimitas hipócritas pero apenas vencen el egoísmo que nos lleva rechazar inmigrantes y refugiados por temor a perder la acomodaticia seguridad en la que estamos instalados, racaneando como país un ridículo cupo de solidaridad. Preferimos la venda en los ojos a conocer la realidad, una cruel realidad en la que compartimos, con nuestra indiferencia y nuestros intereses, la función de verdugos, de guadañas de la muerte que ahoga niños en la playa, o asfixia inmigrantes en un camión, cuando pretenden escapar del horror. Vertemos lágrimas de cocodrilo deseando que lleguen los anuncios y pasar página. Nos conmueve una foto, no el drama que empuja a seres humanos hacia el exilio y la muerte. No queremos saber, queremos entretenernos, porque bastante tenemos ya con nuestros problemas. Por favor, quitad eso, que no lo puedo soportar, aunque aparezca en todos los informativos y todas las portadas de los periódicos.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

¿Está España saturada de inmigrantes?

En una reciente entrevista en la Cadena Ser, la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, advirtió de que la capacidad de acogida de refugiados de España está “muy saturada”, un esfuerzo que, en su opinión, no imitan otros países miembros de la Unión Europea. De ahí que, hasta que no haya un acuerdo global y equitativo, nuestro país no acepta la cuota de refugiados que había propuesto Bruselas -3.640 personas- para reubicar inmigrantes en España. Y para reforzar su argumento, la vicepresidenta aseguró que “nosotros damos acogida a ciudadanos inmigrantes en situación irregular en unos límites que desde luego Suecia no conoce”. Todo este rifirrafe dialéctico, pero sin datos, se produce en medio de la mayor crisis humanitaria que sufre Europa a causa de la presión migratoria de cientos de miles de ciudadanos que buscan asilo, huyendo  de guerras o hambrunas en sus países de origen. Según Sáenz de Santamaría, en España no cabe un inmigrante irregular más.  

Sin entrar en consideraciones éticas o humanitarias, en las que el respeto a la dignidad de las personas, la garantía de los Derechos Humanos y la solidaridad con las víctimas habrían de ser prioritarias sobre cualquier otra valoración (económica o política), la situación que describe la vicepresidenta del Gobierno no se ajusta a la realidad objetiva de las cifras. De hecho, según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), España muestra un escaso compromiso con la institución del asilo, ya que sólo atendió al 0,95 por ciento de las solicitudes recibidas en Europa. Ello, no obstante, preocupa sobremanera a Sáenz de Santamaría porque, según reveló, los ministerios de Empleo e Interior detectan “un crecimiento exponencial, que podría duplicarse y hasta triplicarse”, del número de solicitantes de asilo. Y es que, al parecer, no son los conflictos y el peligro que corren en sus países lo que provoca el exilio de los inmigrantes, sino la boyante situación económica de España, que “ha vuelto a crecer desde el punto de vista económico”, ha asegurado la vicepresidenta del Gobierno.

Este “efecto llamada” por culpa de la manida “recuperación” económica tan pregonada por el Gobierno no concuerda con los datos que proporciona la Agencia Europea de Control de Fronteras (Frontex), en los que consta que, cuando en 2014 se registró un récord absoluto de personas que cruzaron las fronteras europeas de manera irregular, en España se dieron las cifras más bajas de entradas irregulares desde 2009, con 7.000 inmigrantes interceptados. Parece probable, entonces, que el “crecimiento exponencial” al que alude la vicepresidenta del Gobierno sea de carácter negativo, detalle que no precisó en sus declaraciones.

Pero es un detalle que queda matemáticamente aclarado en la Estadística de Migraciones 2014 que publica el Instituto Nacional de Estadística (INE), en su Estudio de las Cifras de Población a 1 de enero de 2015, en el que se contabiliza que la población extranjera en España se redujo en 229.207 personas. Es decir, salieron más emigrantes que inmigrantes entraron en el país. Este “bajón” del número de extranjeros, junto al escaso crecimiento del número de españoles (156.872), es lo que hace disminuir la población total de España, que se situó en 46.439.864 habitantes, de los que 41.992.012 son españoles y 4.447.852, extranjeros. ¿Es ésta la saturación a la que se refiere Soraya Sáenz de Santamaría?

El propio Gobierno del que forma parte la vicepresidenta refuta, sin proponérselo, esta alarma cuando menos exagerada de Sáenz de Santamaría, al desglosar los flujos migratorios de Europa, donde se concentra una población de procedencia no europea que varía según los países. Así, Alemania acoge 10,1 millones de inmigrantes, Francia, 6,5; Reino Unido, 5,4; España, 4,8; e Italia 2,5. Con tales datos, se hace difícil concluir, como hace la vicepresidenta del Gobierno, que España esté “saturada” de inmigrantes irregulares y que no pueda reubicar en su territorio un porcentaje mayor de ellos.

Cuando Europa soporta la mayor avalancha migratoria desde la Segunda Guerra Mundial provocada, principalmente, por la guerra civil de Siria, no parecen comprensibles estas “resistencias” a la solidaridad continental expresadas por miembros cualificados del Gobierno. Se trata de una grave situación excepcional que merece toda la ayuda posible. El conflicto sirio, por sí solo, ha provocado un aumento de las peticiones de asilo de tal magnitud que ha colapsado las instituciones europeas, ya que de abril de 2011 a julio 2015 se han formulado 348.540 peticiones de asilo por parte de ciudadanos sirios, como descubre un reportaje publicado en el periódico digital Infolibre. Sólo en lo que va de año, se han formulado 126.315 solicitudes de acogida, siendo Alemania la que ha acaparado el mayor número de ellas (98.782), Suecia (64.685) y Serbia (49.446). La “saturada” España ha recibido 5.554 peticiones de acogida de personas de ese país árabe que huyen de una guerra que ha acabado con la vida de cientos de miles de personas, ha obligado desplazamientos forzosos dentro del país a más de siete millones de sirios y ha empujado a cuatro millones de ellos a buscar refugio en países cercanos de Oriente Medio, norte de África y Europa.

La actitud incomprensible de la vicepresidenta del Gobierno, al racanear una urgente ayuda adicional, pero asumible, por parte de España, pone en entredicho la sensibilidad de un Gobierno hacia un problema humanitario que, en contra de lo afirmado por ella, está obligando a otros países, como Alemania o Suecia, a realizar un esfuerzo mucho mayor que el que nuestro país parece dispuesto a ofrecer. Una actitud cicatera que no se corresponde con la esperada de un país que necesitó de la solidaridad europea cuando los emigrantes españoles tuvieron que buscarse el sustento y la libertad fuera de nuestras fronteras, no hace tantos años. Ni la frialdad de los datos y del corazón de la vicepresidenta del Gobierno concuerdan con la realidad de España, lejos aún de esa supuesta saturación de inmigrantes que soporta la población, ni con la solidaridad de los españoles, siempre dispuestos a socorrer con generosidad a quienes llaman a nuestra puerta en busca de alguna oportunidad y auxilio. Una actitud que, que aparte de abochornar a los ciudadanos, resulta inapropiada y dañina con los esfuerzos de tolerancia que han de extremarse en un país periférico y fronterizo como España. El racismo y la xenofobia hallan su caldo de cultivo en actitudes insolidarias y en los miedos imaginados sobre “invasiones” de inmigrantes que nos despojan de nuestros recursos y bienestar. La vicepresidenta del Gobierno debiera ser, por tanto, mucho más cuidadosa con unas opiniones que habrían de ajustarse a la verdad en un tema tan delicado. Cuanto menos.   

martes, 1 de septiembre de 2015

Retornos

Retornan los ruidos, los humos, los atascos, las aglomeraciones, las prisas, las chácharas en las cafeterías, los estrenos interesantes en los cines, los compañeros de trabajo, los vecinos inaguantables, las multas a destajo en la ratonera del tráfico, las colas en los supermercados, los coleccionables en los kioscos, los autobuses escolares, las noticias en vez de reportajes en los periódicos, los ambulatorios atestados de jubilados, las visitas imprevistas, las obras de teatro, los niños en el parque, las dietas milagrosas, los madrugones laborales, los fines de semana efímeros, las miradas furtivas, los gestos contrariados, las nubes en el cielo y septiembre en el calendario.