viernes, 4 de septiembre de 2015

Lágrimas de cocodrilo


Los ciudadanos de Europa (España incluida) no pueden soportar la imagen del niño sirio ahogado en una playa de Turquía, se sienten conmocionados y prefieren que los medios de comunicación les ahorren la imagen del espanto. La guerra, la muerte y la miseria hay que percibirlos desde el sofá del salón de manera edulcorada para que no nos corte la digestión ni nos quite el sueño. Sin embargo, la guerra siempre es sangrienta, la muerte sorprende indiscriminadamente a justos y pecadores, sin importar la edad, y la miseria se ceba sobre inocentes ciudadanos que son víctimas de nacer en el sitio equivocado y bajo un sistema que los condena a ser pobres para que los afortunados acaricien el bienestar amurallado de la ingrata pero próspera Europa. Las imágenes espeluznantes nos hacen verter lagrimitas hipócritas pero apenas vencen el egoísmo que nos lleva rechazar inmigrantes y refugiados por temor a perder la acomodaticia seguridad en la que estamos instalados, racaneando como país un ridículo cupo de solidaridad. Preferimos la venda en los ojos a conocer la realidad, una cruel realidad en la que compartimos, con nuestra indiferencia y nuestros intereses, la función de verdugos, de guadañas de la muerte que ahoga niños en la playa, o asfixia inmigrantes en un camión, cuando pretenden escapar del horror. Vertemos lágrimas de cocodrilo deseando que lleguen los anuncios y pasar página. Nos conmueve una foto, no el drama que empuja a seres humanos hacia el exilio y la muerte. No queremos saber, queremos entretenernos, porque bastante tenemos ya con nuestros problemas. Por favor, quitad eso, que no lo puedo soportar, aunque aparezca en todos los informativos y todas las portadas de los periódicos.

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