martes, 29 de marzo de 2016

Je suis Europe

Vuelve el terrorismo ciego a matar inocentes, vuelven los fanáticos a asesinar arbitrariamente a ciudadanos en Europa y vuelven los atentados yihadistas a golpear el corazón de un Continente que representa un espacio compartido de paz, libertad y progreso. Tal vez sea eso lo que no toleran los radicales islamistas que buscan la guerra con el resto del mundo: no admiten la libertad, la paz y el progreso porque donde triunfan esos valores no hay lugar para la intolerancia, el dogmatismo y la opresión en ninguna de sus formas, civil o religiosa. Tras los atentados de Bruselas del martes pasado, y los de Bataclan y Charlie Hebdó en 2015, Londres en 2005 y Madrid en 2004, nos consideramos víctimas del sinsentido mortal, víctimas de la sinrazón homicida y víctimas de la tiranía asesina del fanatismo ciego e irracional que los yihadistas exportan a Europa. Declaramos Je suis Europe  porque, frente al terror, sólo cabe más libertad, frente a la barbarie, más paz, y frente a las bombas, ley y progreso. En definitiva, frente a los terroristas, más Europa, sin merma de derechos ni renuncia de los valores que hacen de esta esquina del planeta un lugar privilegiado. Frente a la intransigencia de los asesinos, reivindicamos nuestra manera de ser, preservar lo que nos une y caracteriza: ser europeos que aman la libertad, la justicia, la igualdad y el Estado de derecho. Nos debemos a la razón, no a la locura, incluso para defendernos. Bueno es recordarlo cuando hace una semana de los atentados de Bruselas.



lunes, 28 de marzo de 2016

Obama hace las Américas


El presidente de EE.UU., Barack Obama, ha emprendido viaje a las Américas, al sur de su país, empezando por el Caribe, donde ha tenido el valor de pisar suelo cubano, la isla que para Estados Unidos representa una amenaza intolerable, por su cercanía, para sus intereses imperiales aunque nunca haya supuesto un peligro material que no pudieran enfrentar o, ya puestos, borrar del mapa. La amenaza de Cuba era -y es- su régimen comunista, exportador de un modelo económico y social en las antípodas al liberalismo norteamericano. Por eso era -y es- un ejemplo que había que invalidar, razón por lo que, tras la invasión frustrada de Bahía de Cochinos, aplicaron un duro embargo económico y comercial que ha asfixiado la aventura socialista y ha castigado antes a la población que al régimen implantado por Fidel Castro y su revolución de mediados del siglo pasado. Sien embargo, el aislamiento de Cuba no ha dado los resultados esperados: levantar al pueblo contra las estrecheces del gobierno comunista de la isla. Hoy soplan otros vientos. Y como buen oteador del horizonte, Obama ha decidido adelantarse a los cambios que se avecinan y, de paso, dejar el legado de ser el primer presidente norteamericano que visita Cuba en los últimos 88 años, resolviendo un foco de tensión y conflictos que afectaba a la política exterior pero también la interior de los EE.UU., llenando Miami de ultraderechistas que aúpan a energúmenos como Trump.

Cuba es un anacronismo tan antipático como ese aislamiento que impuso EE.UU. y que no ha servido más que para que los dirigentes revolucionarios se enroscaran frente  al gran enemigo del Norte, al que acusan de todos los males internos, incluida esa tímida protesta que algunos cubanos exteriorizan por la carencia de todo lo necesario, también de libertades. Obama está convencido de que acelerará la inevitable transición cubana hacia una democracia liberal con la apertura de relaciones amistosas entre ambos países, de tal manera que, enfrentada al espejo rico y libre del Norte, la sociedad cubana no tendrá más remedio que contagiarse de lo que se considera “normal” en Occidente, sin necesidad de bloqueos ni del uso directo o indirecto de la fuerza. El presidente norteamericano, para rubricar su mandato, quiere dar carpetazo a los métodos inútiles del pasado y abrir la mano para pilotar sutilmente la transición cubana.

A ambos países les interesa, por motivos distintos, pasar página, dedicarse a otras cosas e iniciar una colaboración que permita hacer negocios, desterrando caducas estrategias de “guerra fría” y “telones de acero” en latitudes tan sofocantes como las del mar Caribe. El comunismo cubano está abocado a extinguirse y sólo resta controlar su desaparición, junto a la biológica de sus líderes, para administrar al menos con dignidad su memoria y ensalzar los ideales que impulsaron su existencia, a pesar de que no haya alcanzado los objetivos socializantes más que en la retórica y el culto al líder. Los agónicos dirigentes del régimen ya sólo anhelan que la revolución que nació en Sierra Maestra, con toda su iconografía, y que acabó con la dictadura de Fulgencio Batista, quede honrosamente reseñada en los libros de historia como un hito del que enorgullecerse, mientras los cubanos le dan la espalda y empiezan a transitar hacia una sociedad abierta, plural, democrática y capitalista, como cualesquiera otras del mundo occidental. Aquejada de estertores finales, parece decidida congraciarse con la población autorizando lo que el comunismo siempre le ha negado, sin hacer renuncia de sus magros logros: abundancia. Abundancia material, que viene de la mano del comercio, y abundancia de libertades, también traída por el mercado. En ese contexto, Obama viene de manera providencial a facilitar esa evolución del régimen y a sacarse la espinita cubana del trasero de Estados Unidos, encarnando personalmente la necesidad de esperanza que sienten los cubanos por la transformación que se está incubando en la isla. Tras los Castro, como tras Franco, sólo es posible un futuro sin castrismo, sin comunismo, que conduzca a la democracia y a sus reglas económicas. Es cuestión de tiempo, cosa que ya han evidenciado hasta los Rolling Stones, esa banda satánica de rock prohibida hasta ayer en Cuba y hoy presente en un escenario de la Habana, ante las propias narices del régimen, para cantarle “I can´t get no satisfaction”, es decir, que los cubanos no están satisfechos.

El otro destino del peregrinaje de Obama por las Américas es Argentina, donde las manos de EE. UU. se mancharon con la guerra sucia de golpes de estado y dictaduras militares de infausto recuerdo. La fecha coincidía con los 40 años de una de las dictaduras más sangrientas del Cono Sur americano, patrocinadas por Henry Kissinger y su descarada política intervencionista. Con el apoyo de los EE. UU., el general Videla encabezaba una Junta Militar que ocupó el poder e impuso el terrorismo de Estado como forma de represión y aniquilación de cualquier oposición política, social o sindical que se le enfrentara. Miles de “desaparecidos” permanecen aún de aquella época infame en que la Operación Cóndor se encargaba de “limpiar” el país e imponer el “orden”, un orden militar, por supuesto. La desconfianza y hasta el repudio hacia los EE.UU en muchos países latinoamericanos provienen de este comportamiento imperial que hacía tabla rasa de los Derechos Humanos cuando estaban en juego intereses estratégicos. Obama no ha ido a Argentina a pedir perdón, pero reconoce tener “una deuda con el pasado” por tales hechos y persigue una reconciliación que restaure la confianza y apacigüe las relaciones entre el poderoso vecino del Norte y América Latina, al ofrecer la apertura anticipada de los archivos militares para que puedan conocerse detalles de lo sucedido en esa época. Aprovecha, para ello, la predisposición del nuevo gobierno argentino de Mauricio Macri para contrarrestar el sentimiento antinorteamericano que pueda existir en un país clave en la región. Ofrece lealtad y reciprocidad a unos vecinos que, de Canadá a Chile, conforman la plataforma desde la que EE. UU. se irradia al mundo. Obama ofrece la novedad de intentar “controlar” ese patio trasero basándose en el diálogo y la colaboración, ofreciendo respeto y no injerencia, y atrayéndose la confianza y el apoyo de sus vecinos. Está por ver que lo consiga, como ha conseguido enfriar el contencioso con Cuba, pero voluntad e iniciativas no escatima en su empeño por hacer las Américas con una bandera blanca de paz y amistad. El tiempo, una vez más, nos dará la respuesta.

viernes, 25 de marzo de 2016

Viernes oficialmente santo

Hoy sí, hoy es el viernes más santo del año, el oficialmente santo por decreto religioso que impone la festividad en el calendario para recordar una pasión que los cristianos celebran de manera pública, a la vista de todos. La ciudad apenas ha dormido persiguiendo procesiones nocturnas de cristos y vírgenes que, con ríos de velas rompiendo la oscuridad, recrean un imaginario de dolor, castigos e injusticias en quien consideran sobrenatural y eterno. Los creyentes se entregan a la fe más exhibicionista y los indecisos se dedican a la contemplación de capirotes y gentío que colapsan el centro urbano. Hasta el dolor del luto hay que lucirlo con la elegancia de mantillas y peinetas que atestigüen abiertamente un sentimiento que no puede ahogarse en el pecho, sino que ha de ser exteriorizado espectacularmente. Los que recibimos todos los viernes del año como si fueran santos, este de hoy nos resulta extraño. La excepción se transforma en regla, y la tranquilidad y el descanso son sustituidos por la masificación festiva que desborda calles, bares, iglesias, playas, cines, museos y todo cuanto era refugio del silencio. Hoy es un viernes oficialmente santo, por desgracia.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Su "magestad" en Puerto Rico

El español contiene distintas consonantes que comparten la misma fonética lo que da lugar a errores ortográficos que inmediatamente son criticados por los puristas del uso culto del idioma. La diferencia fonética entre mágico y Méjico, aparte de la vocal, son esas consonantes distintas que se pronuncian de manera idéntica. Esta singularidad no representa mayor trascendencia en el ámbito doméstico de la comunicación, pero en ocasiones da lugar a faltas ortográficas que aparecen en el momento más inoportuno, como el sucedido hace unos días en la inauguración del  VII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), que se celebra en Puerto Rico. El rótulo que figuraba sobreimpresionado en la imagen que retransmitía la televisión de aquel país, durante la intervención del rey de España, contenía la incorrección de escribir “magestad” por majestad. Una falta de ortografía que ha dado la vuelta al mundo por producirse, precisamente, en un congreso mundial sobre el idioma español. La errata se mantuvo durante diez minutos en pantalla antes de ser advertida y corregida por el realizador del programa, tiempo suficiente para que el desaguisado fuera aprovechado por los que intentan deslucir un encuentro que valora la lengua española como vehículo de expresión en muchas culturas y pueblos a ambos lados del Atlántico.

Y es que si un cónclave al que asisten “doctores” del idioma no está exento de estas faltas, imagínese usted lo que sucede en la calle de cualquier país hispanohablante, donde la gente habla como le parece y escribe como puede. Pues pasa, ni más ni menos, que los hablantes modifican y hacen evolucionar la lengua a su antojo, partiendo en la mayoría de los casos de incorrecciones no admitidas por los académicos y puristas, pero que la fuerza del uso impone como normal. Si ello no fuera así, ni el español hubiera podido derivarse de aquel latín que los habitantes de la antigua Hispania comenzaron a transformar en dialecto, hablando un latín vulgar, hasta convertirlo en la lengua en la que se comunican hoy más de 400 millones de personas en todo el mundo.

No será el caso, probablemente, de la palabra “magestad” cuyo término correcto está sólidamente asentado en nuestra lengua como para temer la mudanza de su majestuosa consonante, tocada con ese punto que corona una letra estirada cual miembro de la realeza, a pesar de lo cual resulta maja, nada majadera. Si los hablantes, o el empecinamiento, más bien, de los escribientes, persisten en acomodarla junto a magenta, magia o magistral, acaso perdería ese encanto estilizado y simpático, próximo al jolgorio, que su presencia denota para convertirse en un vocablo adusto, con la magnificencia de una alta magistratura.

Claro que en Puerto Rico todo es posible, acostumbrados como están al mestizaje idiomático para no volverse paranoicos con las lenguas que la historia y la política imponen a sus habitantes. No sólo incorporan anglicismos al español con toda la naturalidad del mundo, sino que combinan expresiones del inglés y el castellano para elaborar una especie de spanglish con el que administran las influencias que reciben de ambos ámbitos lingüísticos. De hecho, el americanismo de Puerto Rico figura en el Diccionario de la Real Academia desde antes que lo exigiera el escritor y dramaturgo puertorriqueño Luis Rafael Sánchez en el citado Congreso.

Una errata no hace desmerecer una lengua como una golondrina no hace verano, por mucho que se empeñen los malintencionados que enseguida denuncian ignorancias, descuidos o provocaciones premeditadas. Los puertorriqueños acumulan en su habla sustratos de las lenguas arahuacas, del español periférico de los conquistadores andaluces, extremeños y canarios y, finalmente, del inglés que la política, la tecnología y la economía introducen sin apenas resistencia, como para dar importancia a un error que sólo evidencia la falta de supervisión en la elaboración de un programa de televisión. En la isla se sigue hablando español con todas las aportaciones y modalidades que la historia y las peculiaridades brindan, sin que por ello el idioma corra más riesgo que el de su propia evolución. La confusión de una letra en una palabra no representa más que eso: una confusión propiciada por una misma fonética que no distingue diferencia, algo mucho menos grave, si me apuran, que el “¡mi arma!” coloquial de los castizos andaluces cuando pretenden expresar un cariñoso “¡mi alma!”.  

“Magestad” será, por tanto, sólo una anécdota inoportuna e improcedente en un Congreso de la Lengua que, aparte de ser ajena a los organizadores del evento, expresa gráficamente la necesidad de un mayor rigor en el uso del idioma por parte de los medios de comunicación, más presencia en el mundo de las tecnologías para no ser sustituido por términos anglosajones y más fortaleza en su proyección en las industrias culturales y en la educación para poder seguir siendo, durante otros 500 años, una lengua viva que aúna países, culturas y personas en todo el mundo. ¡Vamos, que no es una lengua muerta!  

lunes, 21 de marzo de 2016

Patético Día del Padre

Hay celebraciones que son tan artificiales que resultan ofensivas. Cuesta trabajo entender el motivo por el que se instituyen unas conmemoraciones que sólo sirven de excusa para el consumo o la nimiedad. No han transcurrido ni quince días de una conmemoración huera, cuando vuelve el calendario a soliviantarnos con otra que es una afrenta a la sensibilidad e inteligencia. Dos celebraciones absurdas e inútiles en un mismo mes. La última, una dedicada a la paternidad como hecho a magnificar en un mundo que está a punto de extinguirse por explotación de sus recursos a causa de la sobrepoblación. El pasado 19 de marzo se ha celebrado el Día del Padre, la conmemoración más hipócrita y absurda que se conoce desde que se organizan este tipo de estulticias cuya única finalidad es comercial. Si ya habíamos lamentado el dedicado a la Mujer Trabajadora porque un día no resuelve, en absoluto, la desigualdad que sufre la mujer en casi todos los órdenes de su vida, no sólo en el trabajo, por el mismo motivo despreciamos esta estrategia mercantil de manipular la emotividad de los hijos, si es que la tienen, hacia sus progenitores por promocionar unas ventas que satisfagan un afán lucrativo.

Ni el motivo que supuestamente persigue esta celebración ni la excusa histórica en que se basa soportan un planteamiento racional y sensato. En primer lugar, porque no hay necesidad de concienciar agradecimiento alguno hacia el padre, por cuanto tal sentimiento depende de la educación y la crianza que los hijos hayan mamado en el seno de cada familia. Más bien son necesarias más escuelas y más facilidades para la educación. Y en segundo lugar, porque no parece apropiado relacionar una festividad religiosa, cogida por los pelos, para honrar la paternidad, ya que escoger como símbolo, en los países de tradición católica, a san José, el padre putativo de Jesús, resulta no sólo artificial sino contradictorio, puesto que según la Biblia el marido de María no fue padre ni contribuyó en nada a la concepción milagrosa de su supuesto Hijo. Si se hubiese seleccionado este santo para conmemorar el Día del Hijo No Natural, a lo mejor esta leyenda religiosa hubiera resultado más oportuna y acertada. 

Y es que el patético Día del Padre siquiera sirve para sensibilizar sobre el respeto y la honra que los progenitores merecen cuando tales valores están en retroceso en una sociedad decadente y materialista como la nuestra, en la que impera el egoísmo, la competitividad y la acumulación de inutilidades que te hacen parecer más importante cuanto más tonterías adquieras. Ni las colonias ni las corbatas suelen venir movidas por el amor o la gratitud, en todo caso por la sensiblería hipócrita de unos descendientes que pecan de consumistas pese a sufrir la carencia de oportunidades que les ofrece un presente lleno de dificultades y donde estudiar no es garantía ni de futuro ni de modales. Si los hijos engreídos “pasan” de sus padres y los oprimidos no están para acordarse de chorradas como las del Día del Padre, los únicos que pueden permitirse la veleidad de felicitar a sus “viejos” son los que creen que, por un día, ya demuestran lo presentes que tienen a sus padres y su preocupación por ellos.

Salvo para la actividad mercantil, que así incrementa sus ventas, el Día del Padre es el invento más inútil y bochornoso que existe en el calendario de festividades. Aparte de su carácter comercial, parece premeditadamente instituido para consolidar un modelo de familia y un contexto social determinado, basado en el matrimonio heterosexual tradicional, en que el patriarcado configura una estructura social machista dominante. Si sólo fuera por ello, el oprobio que causa es suficiente para suprimir esta conmemoración. Pero es que, además, el patético Día del Padre aumenta el número de ingenuos que se guían siguiendo reclamos comerciales y expresan sus sentimientos por indicación propagandística, no por sincera y espontánea voluntad. ¡Puaf! 

viernes, 18 de marzo de 2016

El aburrido encanto de los días


Alguna vez todo el mundo ha sentido el peso de la normalidad, el sopor paralizante de la cotidianeidad en su vida. La sucesión de días todos iguales y siempre haciendo lo mismo te convierten en un autómata cuyo trabajo es más relevante que sus sentimientos. De hecho, es necesario no sentir y hasta no pensar para realizar una tarea repetitiva y castrante en la que sobran la imaginación y la creatividad que perturban la rutina de lo establecido. A veces, eso es a lo que aspiran las personas que no toleran retos imprevistos y huyen de cualquier alteración que haga tambalear una seguridad milimetrada, pero en otras ese hábito imperturbable les causa frustración por impedir explorar horizontes distintos o metas diferentes. En todo caso, el impasible encanto de los días, en su lento transcurrir desde que sale hasta que se oculta el sol, incluyendo las horas dedicadas al sueño, hace que cada jornada sea idéntica a la anterior, con la única excepción de tachar diariamente una fecha en el calendario. Ese ritmo monótono con el que se administra la vida, cual cadena de montaje, embota la espontaneidad y aliena una existencia en la que toda actividad está prevista de antemano. Tan sólido y preciso es el engranaje social del que formamos parte que renunciar a él o detenerlo provocaría graves perjuicios en su organización y funcionamiento. Afectaría al sentido último y a la suprema finalidad productiva y mercantil de nuestra convivencia en sociedad. Nadie puede escapar de la norma que regula la utilidad en función de la rentabilidad y en la que toda veleidad hedonista y la distracción ociosa e improductiva no se contemplan o se consienten sólo a diletantes y herejes lunáticos. Los que somos considerados “normales” estamos condenados a soportar el sereno encanto de los días y sentirnos afortunados con notar todo su aburrimiento.

miércoles, 16 de marzo de 2016

De Europa a Marte

Marte, el planeta rojo, sigue acaparando la atención de los científicos por hallar rastros de vida fuera de nuestro mundo. Ya no es la NASA ni los rusos los únicos capaces de enviar sondas exploratorias a otros planetas, como hasta hace poco, sino que otras agencias y otros países se han sumado al esfuerzo, tras desarrollar la tecnología necesaria, de construir y lanzar al espacio vehículos o naves automáticas que sondean nuestro entorno sideral. El último cohete en partir hacia búsqueda de esos vestigios de vida extraterrestre lo ha lanzado la Agencia Espacial Europea (ESA, en sus siglas en inglés), el pasado lunes 14 de marzo, desde el cosmódromo de Baikonur (Rusia), transportando la sonda europea ExoMars, con la misión de explorar el planeta Marte.

Esta sonda, de 4332 kilogramos, está formada por un módulo orbitador TGO (Trace Gas Orbiter) y una cápsula que descenderá a la superficie del planeta, (Schiaparelli), construidos ambos elementos para ESA por empresas francesas e italianas, respectivamente. Portan innumerables instrumentos para analizar la atmósfera marciana e identificar el origen del gas metano detectado en ella, y verificar mediante sensores y cámaras fotográficas el descenso y aterrizaje de la cápsula en la zona escogida, cerca, por cierto, de donde se halla el vehículo Opportunity de la NASA. El impulsor que ha elevado la sonda hasta la órbita desde la que emprenderá rumbo al planeta rojo ha sido un cohete ruso, modelo Protón-M, el lanzador más potente en servicio y de amplia experiencia en la astronáutica rusa. La nave, con el módulo y la cápsula, deberán alcanzar Marte en octubre próximo, si no se produce ningún fallo. Se trata de la segunda misión europea con destino al planeta rojo y la primera que Europa emprende en colaboración con Rusia para la investigación del vecino planeta y que forma parte de un proyecto ambicioso que contempla el envío de otra nave, en 2018, con el objetivo de situar un robot (rover) sobre la superficie de aquel planeta.

De esta manera, mientras Europa cierra, por un lado, las puertas a refugiados procedentes de los conflictos que rodean al continente aquí en la Tierra, por el otro, abre las claraboyas al espacio en busca de conocimientos que aclaren nuestro origen y el lugar que ocupamos en el Universo. Egoísmo y curiosidad que explican el comportamiento en un rincón del mundo, capaz de negar el acceso a sus vecinos que huyen de la miseria y la muerte y, simultáneamente, emprender proyectos cósmicos que satisfagan la inquietud científica, tecnológica e industrial que el raciocinio más instrumental hace posible. Acaso esas dos actitudes aparentemente contradictorias, como caras de una misma moneda, sean las que han ubicado al ser humano en la cúspide de la escala animal: movido por el egoísmo no ceja en la búsqueda de nuevos recursos, territorios o conocimientos que permitan su supervivencia.

En competición con otras potencias, Europa se lanza ahora hacia la “conquista” de Marte, invirtiendo recursos económicos que revierten en aplicaciones técnicas, avances científicos y desarrollo industrial que convierten a esta zona del globo en un lugar destacado entre las regiones más desarrolladas del mundo, posibilitando una actividad económica y comercial de primera magnitud. Cabría esperar que el mismo ingenio y recursos se inviertan en socorrer y acoger a los que acuden a nuestras fronteras solicitando protección y ayuda. Europa puede ir hacia Marte, faltaría más, pero sin huir de su responsabilidad con la solidaridad hacia otros pueblos del planeta Tierra.

lunes, 14 de marzo de 2016

Adiós al hotel Algarrobico

La mole de la sinrazón urbanística, aquel mamotreto que se levantó al valorar lo natural y paisajístico en función de su rentabilidad comercial, va camino de su definitiva desaparición de la costa almeriense, va a ser vencida por la razón de la justicia y la legalidad que devolverá un enclave costero a su estado original, totalmente virginal, procediendo a la demolición del engendro demencial del hotel Algarrobico. Así lo ha dictaminado el auto del Tribunal Supremo de febrero pasado que, corrigiendo las contradicciones del Superior de Justicia de Andalucía –unas veces a favor, otras en contra-, ha fallado que el citado hotel, símbolo de la destrucción del litoral, se edificó sobre terreno no urbanizable y lo declara edificio ilegal e ilegalizable. Es una historia antigua de la que este blog se ha hecho eco en varias ocasiones, apoyando siempre los argumentos de los conservacionistas y ecologistas.

Pero ya es definitivo: aquel monumento a la insensatez y la avaricia especulativa va a ser demolido en cuanto se ejecute el acuerdo alcanzado por el Gobierno Central y la Junta de Andalucía para repartirse los gastos que conlleva ejecutar la sentencia y devolver aquel enclave a su estado natural. Uno correrá con el coste de la demolición, y la otra, con los de la restauración de la zona, asumiendo ambas Administraciones acometer los trabajos a la mayor brevedad posible y que la actuación prevista sea irreversible. Y es que la reparación del paisaje no es un tarea fácil ni barata: se trata de restaurar 6,5 hectáreas de terreno y demoler una superficie construida de 43.840 metros cuadrados, que desprenderán 60.000 metros cúbicos de residuos, de los cuales 40.000 metros cúbicos deberán ser trasladados a vertederos. A más de siete millones de euros asciende el presupuesto de todo ello, incluyendo los gastos de posibles indemnizaciones que pudieran derivarse de estas actuaciones.

No es un precio caro por conservar una zona libre de la estupidez urbanística y especulativa y por proteger un medio costero que, en sí, es sumamente frágil y vulnerable a los atentados que le ocasiona una actividad humana que no atiende a la sostenibilidad ni al respeto del medio ambiente. El hotel Algarrobico ha constituido un entuerto urbanístico, medioambiental, legal y político que, a pesar de los años de lucha, al final ha sido corregido por la Justicia. Ha prevalecido, afortunadamente, la razón y la sensatez, al menos en este caso, frente a los dictados de una lógica mercantil y especulativa que valora las cosas, también a las personas, en función de su rentabilidad económica. Adiós, pues, al disparate del Algarrobico, iniciativa que perseguía sólo el lucro privado de un promotor a costa del atropello de un paisaje natural, de su flora, su fauna y… del interés general de los ciudadanos. Adiós al hotel Algarrobico.   

sábado, 12 de marzo de 2016

Debilidad de la muerte


Cuando despertó, abrió los ojos y sólo pudo asombrarse del asombro con el que los demás la miraban antes de volver a sumirse en aquel sueño tan profundo. Apenas había tenido tiempo de darse cuenta de la situación, atrapada por una soñolencia que le impedía saber si era noche o día y si estaba en su casa u otro lugar. Pero los que la rodeaban supieron enseguida que su sueño era la muerte que, en un instante de debilidad, le había dado una oportunidad fugaz para despedirse con la mirada de los suyos. Luego se durmió para siempre.

viernes, 11 de marzo de 2016

En el adiós de un sindicalista

Para los que crecimos con la Transición y la recuperación de la democracia, hay personajes, instituciones, hechos y situaciones que nunca olvidaremos porque forman parte de nuestra memoria colectiva y constituyeron estímulos para una progresiva concienciación política, social y cultural que condicionó nuestra propia formación educativa y personal. Somos hijos de una época que nos ha moldeado con sus propios elementos constituyentes y su contexto.

Supimos, por ejemplo, del sindicalismo cuando éstos comenzaron a emerger en la vida pública, primero como entidades ilegales bajo la dictadura e infiltrándose en las estructuras del sindicato vertical del franquismo hasta desalojarlo y, seguidamente, organizando peligrosas jornadas de lucha que eran reprimidas con una dureza desproporcionada por la policía del régimen, que metía en la cárcel a los dirigentes que las convocaban. Muchas huelgas en aquellos años fueron causa de años de prisión para el comité de empresa que las declaraba y punto de inflexión para la definitiva implantación del sindicalismo democrático en España. A los de mi quinta, la imagen que ilustra las reivindicaciones sindicales germinales de aquellos tiempos es la del Proceso 1001 o la de un Marcelino Camacho, líder del otro gran sindicato español Comisiones Obreras (CC OO), vestido con el simbólico jersey con el que se enfrentó a la represión y el presidio de manera pacífica pero firme, como un Gandhi español. Tal es nuestra valoración de los míticos personajes que se jugaron la piel para que los sindicatos, como instrumentos al servicio de los trabajadores, consiguieran implantarse en nuestro país. Nuestra memoria sentimental alberga, desde entonces, componentes de ese movimiento sindical que fue conquistando su lugar con enorme esfuerzo y lucha entre la clase trabajadora y arrancando derechos y mejoras laborales que, hoy en día y con pretexto de la crisis económica, vuelven a ser negados o “recortados” a los trabajadores.

Toda esta amalgama de recuerdos, imágenes y sensaciones brotan espontáneas al conocer por los medios de comunicación que Cándido Méndez deja la secretaría general de UGT (Unión General de Trabajadores) tras 22 años al frente del sindicato. Había tomado el relevo, en el año 1994, al histórico dirigente Nicolás Redondo, quien había conducido la UGT desde la clandestinidad hasta el primer puesto del sindicalismo español, al convertirlo en el sindicato mayoritario del país en la década de los ochenta, no sin enfrentamientos con su partido “hermano”, PSOE, contra el que secundó una huelga general que Felipe González jamás le perdonó, y con el escándalo por los afectados de la quiebra de una promoción de viviendas promovida por el propio sindicato.

Cándido Méndez es de esa clase de sindicalistas que están predestinados genéticamente a serlo. Se afilia a UGT cuando contaba sólo 18 años y desde tan temprana edad comienza a involucrarse en la lucha obrera y en la gestión sindical, alcanzando ser secretario general del sindicato por la provincia de Jaén y, en 1986, secretario general de UGT Andalucía. Y de allí, tras las zozobras de la dirección anterior apuntadas más arriba, es elegido secretario general a nivel nacional del sindicato.

Afortunadamente para nuestro país, hubo y hay muchas más personas que, con su voluntad y dedicación, han contribuido que el movimiento sindical apuntalara la construcción de la vulnerable democracia española y consiguiera para los trabajadores parte de sus beneficios y oportunidades. Desde que en el año 1977 se legalizaran las centrales sindicales y se permitiera el pluralismo con el reconocimiento de UGT, Comisiones Obreras (CC OO), Unión Sindical Obrera (USO), el sindicato vasco ELA-STV, Sindicato de Obreros del Campo (SOC) y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), figuras como Marcelino Camacho, Nicolás Redondo, Antonio Gutiérrez, Paco Casero, Diego Cañamero, Eduardo Saborido, Fernando Soto y muchos otros tomaron el testigo del activismo social y obrero que promovían, en ámbitos paralelos, entidades vinculadas a movimientos cristianos de base, como las Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC), la Juventud Obrera Cristiana (JOC), etc.

Los que nunca hemos estado afiliados a ningún sindicato ni a partido político alguno tenemos una deuda de gratitud con cuantos han batallado para que en nuestro país se reconozcan los derechos laborales y las libertades individuales y públicas. Como trabajador y como ciudadano me siento protegido y amparado por unas organizaciones que, más bien que mal, defienden y velan por nuestros intereses, sin importar que la desidia nos haga escamotear una cuota o no participar más activamente con ellas en pos del progreso y la prosperidad comunes.

En el adiós de un sindicalista histórico, la memoria nos hace caer en la trampa romántica de los remordimientos y las añoranzas, pero no en la ingratitud y el desprecio hacia quienes, como Cándido Méndez, han dedicado su vida para que la derrota del trabajador no sea completa y el poder del capital, absoluto. Gracias, compañero.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Turquía, cárcel de Europa

La Europa de los mercaderes ha hecho valer sus prioridades, la seguridad y estabilidad necesarias para el negocio, a la Europa de los valores y las personas. Aquella Unión Europea fundacional, basada en principios éticos y garante del Estado del Bienestar, se ha dejado acobardar por los peores recelos que le provocaban, dentro y fuera, acoger  a la miríada de refugiados que vienen huyendo de un entorno de guerra y miseria, y al creciente rechazo que la inmigración genera entre la población de algunos países, alimentando peligrosos sentimientos xenófobos.

Por el módico precio de 6.000 millones de euros, los derechos humanos de los demandantes de asilo serán ignorados, pudiendo ser deportados masivamente a Turquía para limpiar, así, las fronteras de Europa de esa visión de hombres, mujeres y niños que se agolpan tras las alambradas en busca de un futuro menos dantesco que el que dejan atrás, en sus países de origen. Se pretende con el preacuerdo vergonzante firmado con Turquía resolver la compleja crisis migratoria que soporta esta parte rica del mundo, poniendo puertas al mar y levantando muros en la tierra para parar lo que no se puede contener: que dejen de huir de la desesperación, el hambre y la muerte.

El sueño europeo está siendo abandonado por la misma Europa que lo abrigó, cediendo precisamente cuando debía reafirmar los valores y principios que fundamentaban la unión de pueblos, culturas y recursos en un proyecto continental único, complejo, poderoso y ejemplar: sin parangón en lo económico y comercial, pero cada vez más débil y frustrante en lo social y ético. Ante las dificultades, Europa reniega de sus señas de identidad y hace prevalecer los intereses mercantiles sobre los morales y humanitarios. Así, opta por empobrecer a sus ciudadanos periféricos, imponiendo fuertes medidas de austeridad, para favorecer a los mercados de capitales y al sistema financiero que lubrifican las economías de las zonas más ricas y activas del continente. Opta por limitar derechos consolidados de los ciudadanos comunitarios, como el de la libertad de movimientos por todo el espacio Schengen, para evitar la presión y hasta el chantaje británico a la cesión progresiva de soberanía y por los privilegios particulares que su adhesión consiguió. Y ahora, con la renuncia de los Derechos Humanos que a cualquier solicitante de asilo le asisten por aliviar la presión migratoria que sufre en sus fronteras. Con cada renuncia, Europa sacrifica su sueño unitario confederal para transformarse exclusivamente en un casino de mercaderes que negocian sus intereses, sin importarles los cadáveres que van dejando fuera, sobre las alambradas y en las playas.

En la más cínica e inmoral de sus renuncias, Europa acuerda convertir Turquía en la cárcel extraterritorial, donde extraditar a los andrajosos que intentan invadir el continente. De la Europa sin fronteras de las personas pasamos a la Europa de los barrotes carcelarios, ubicando los campamentos penitenciarios en un país que brilla precisamente por su escaso respeto de los Derechos Humanos y de la democracia. Europa no quiere que nadie perturbe su confortabilidad y sus negocios. Prefiere repatriar masivamente, contraviniendo leyes de asilo y Derechos Humanos, a los refugiados que llaman a sus puertas y utilizar Turquía como desagüe de la inmundicia migrante.

Hemos logrado, al fin, identificar al inmigrante con el delincuente y al refugiado con el potencial terrorista del que desconfiar. Y hemos instalado nuestro particular Guantánamo en Turquía, donde, gracias a nuestro desdén moral y a la brutalidad arbitraria de un régimen autoritario, obligar a desistir al que huye de que no venga a Europa y se vuelva a morir a su país de origen. Para ello, ha bastado un puñado de euros y una moral poco estricta, justo los predicamentos para ser un buen y exitoso mercader.
 
Los que dirigen esta Europa hipócrita confían, con este acuerdo, en aliviar la presión insoportable que atosigaba nuestras fronteras y conjurar el peligro de xenofobia que sobrevolaba nuestras sociedades, ignorando que son precisamente estas actuaciones vergonzantes las que alimentan el odio al extranjero, el racismo más violento, la intolerancia racial y la desconfianza y los temores xenófobos contra los refugiados, en particular, y los inmigrantes, en general. Después, nos extrañará que arrasen energúmenos como Trump en el mundo: nuestros miedos los aúpan a los liderazgos de masas volubles y manipulables, fácilmente seducidas con los mensajes simplones pero emocionales de populismos de cualquier ralea. Hasta en Europa les ponemos fácil la tarea.

martes, 8 de marzo de 2016

Día Internacional de la Mujer

El Día Internacional de la Mujer, trabajadora o no, que se conmemora hoy no debería celebrarse del mismo modo que no se celebra el Día del Varón o el Día del Hombre. Por muy reivindicativa que sea la jornada, no deja de ser una fecha establecida por la ONU para recordar que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre y su condición sexual no es motivo para la discriminación y el trato desigual. No debería conmemorarse el Día de la Mujer por lo que significa de denuncia del no reconocimiento global de los derechos humanos y de la carencia de igualdad que padece una parte mayoritaria de la Humanidad, ese 51 por ciento de la población que es mujer. De igual modo que el Día del Trabajo sirve para exigir trabajo para todos o el Día de la Paz se institucionaliza para reclamar la paz en los países que la desconocen, el Día de la Mujer recuerda que la mujer sufre discriminación por el mero hecho de ser mujer y no goza de igualdad de condiciones con respecto al varón en multitud de facetas de su vida individual y colectiva, y en ámbitos personales, sociales, culturales, laborales, educativos y hasta religiosos.

Es triste que se conmemore este día porque es la anécdota de una lucha inacabada que la mujer ha emprendido por conseguir su equiparación con los hombres, partiendo de unas reivindicaciones laborales (igual sueldo) y unos derechos políticos (el sufragio femenino), hasta protagonizar un movimiento a favor del reconocimiento del conjunto de derechos humanos que la incluyen como parte integrante de la Humanidad. Más que homenajear su lucha, hay que materializarla en cualquier esfera de nuestras interrelaciones individuales y colectivas.

Por eso, más que solidarizarse con la mujer, hay que comportarse con ellas como lo que son, seres humanos que comparten con los hombres los mismos derechos y las mismas oportunidades. No existe distinción entre el hombre y la mujere porque juntos forman la Humanidad y pertenecen al mismo proyecto de vida y convivencia en sociedad, basado en el respeto, la tolerancia y la igualdad entre las personas. Ninguna civilización moderna, como creemos que es la nuestra, debería celebrar un día dedicado a la mujer sin sentir que esa celebración señala una anomalía existente en la sociedad, sin avergonzarse de que, todavía hoy, haya que proclamar que la mujer es un ser humano tan digno como el hombre y sujeto de derechos inalienables e iguales que el varón.

El día 8 de marzo ha de tomarse como la fecha de una afrenta que se comete contra las mujeres al considerarlas distintas y pendientes del reconocimiento sin discusión de sus derechos y de su igualdad. Una afrenta que provocan quienes cometen y toleran los asesinatos machistas, pagan los salarios inferiores y practican todo tipo de discriminaciones a las mujeres por el mero hecho de ser mujer. Una afrenta que hasta la ONU comete al dedicar un Día a la Mujer como si fuera una especie en peligro de extinción o una enfermedad aún por erradicar. Hoy no hay que ponerse ningún lazo en la solapa, sino cambiar nuestra mirada y consideración de la mujer y tratarlas como lo que son: seres humanos como usted y yo. El Día de la Mujer es cada uno de los 365 del año que compartimos con ellas.

lunes, 7 de marzo de 2016

Instituciones mancilladas

Si España es algo en estos momentos es un país en stand by que funciona en modo automático. Desde las elecciones del pasado diciembre, las instituciones del Estado son las que mantienen por inercia la actividad del país, sin proyectos de futuro y sin poder impulsar iniciativas que afronten los problemas y necesidades de los ciudadanos. Pero estas instituciones, que afortunadamente mantienen la gobernabilidad del país, han sido ensuciadas y viciadas por quienes no han querido ponerlas a disposición de la población y las utilizan con fines torticeros. Han sido mancilladas por la deshonestidad de inquilinos y ocupantes desleales, que las apartan de la noble finalidad con las que fueron creadas: servir al conjunto de los ciudadanos.

La primera de ellas es la monarquía, que define nuestra forma de Estado y un modelo de vida en común. La monarquía está sumida en el desprestigio y es comidilla en tabernas a causa de los desmanes hormonales y los abusos cinegéticos de un rey que no supo mantenerse a la altura dignataria del cargo y se vio obligado a abdicar. A pesar de haber amortiguado su designación dictatorial con el rechazo mostrado a un golpe de Estado en la incipiente democracia, el posterior comportamiento del titular de la corona, basado en la hipocresía y el despilfarro, ha evidenciado el abuso y una falta de respeto con unos “súbditos” a los que ofendía la falta de decoro en el ejercicio de las elevadas funciones representativas del Jefe del Estado, mientras se les exigía austeridad en lo material y acato a una moral católica, por imperativo legal. El daño producido a la institución es tanto más grave por cuanto viene a justificar y alimentar el rechazo que muestran amplios sectores de la población que no toleran una monarquía sin extracción democrática ni refrendo popular, aunque proceda avalada subrepticiamente por la Constitución. Costará trabajo y tiempo limpiar una institución mancillada por quien debía precisamente velar por su brillo y ejemplaridad.

También el Gobierno, actualmente en funciones por no revalidar la confianza de los ciudadanos, ofrece esa imagen mancillada de una institución que es percibida por la instrumentalización que hacen de ella sus responsables ocasionales, los cuales persiguen intereses partidistas o sectarios en vez de atender los generales que convienen al país. El último ejemplo de ello es la incapacidad del Parlamento para constituir un nuevo equipo gubernamental que ha de sacar de la interinidad el funcionamiento del Estado y ponerse a trabajar para enfrentarse a los problemas que acucian a los ciudadanos. Pero, en vez de ello, los representantes de la soberanía popular valoran prioritario el interés de cada líder y su partido a la hora de entablar negociaciones y acordar pactos que faciliten la formación de Gobierno. El fracaso histórico de la sesión de investidura, que por primera vez en la historia de nuestra democracia rechaza el nombramiento de un presidente de Gobierno, supone una “mancha” en la institución de consecuencias desconocidas, por cuanto extiende la situación de un Ejecutivo maniatado e interino por un plazo mayor de tiempo, hasta nuevas elecciones, por cálculos electoralistas y partidistas. Un fracaso producido por las intransigencias de unos y el inmovilismo de otros, convencidos todos de estar en posesión de la verdad absoluta en sus convicciones e ideas y en no permitir modificarlas ni aceptar las del contrario. Unos y otros se consideran incompatibles entre sí y prefieren el desgobierno a pactar un gobierno estable al servicio de los españoles.

Otra de las instituciones imprescindibles de la democracia, su tercer pilar, es el Poder Judicial, gobernado por el Consejo General del Poder Judicial, cuyos miembros responden a cuotas políticas de los partidos con representación en el Congreso de los Diputados, representantes de las asociaciones de jueces y los designados por el Gobierno. La debida independencia y autonomía de este órgano resulta cuestionada por esa dependencia política en su composición y elección, por lo que causa pavor que cualquier decisión del Poder Judicial esté condicionada en función de la ideología de los integrantes que la adoptan o la rechazan. La sospecha de parcialidad o interés partidario a la hora de dictar nombramientos o de informar propuestas sometidas a su criterio no deja de preocupar a quienes asisten al espectáculo que a veces brindan los vaivenes doctrinales y opiniones profesionales de los responsables del gobierno autónomo de los jueces en el ejercicio de la función judicial. Si la justicia y la ley han de ser ciegas en su imparcialidad, esta dependencia política de los que designan y controlan a quienes la imparten no facilita la confianza y la seguridad de los ciudadanos, los cuales acaban asumiendo que la ley no trata por igual a todos.  

El deterioro de las instituciones sobre las que se asienta una democracia y que derivan de los poderes cuya autonomía e independencia la hacen posible, se debe fundamentalmente a una clase política mediocre y sectaria que las deshonran y deslegitiman cuando las ocupan y gobiernan. Políticos sin vergüenza que les imprimen un funcionamiento arbitrario y clientelar en beneficio de ambiciones personales, intereses partidarios u objetivos ideológicos. Es por ello que las instituciones, por culpa de esos responsables ocasionales en cada legislatura, están plagadas de irregularidades y afectadas por los escándalos de corrupción que salpican el ejercicio de la política en España. Están mancilladas por obra de unos responsables deshonestos, capaces de traicionar la confianza de los ciudadanos y la dignidad del cargo.

Sin embargo, gracias a las instituciones es posible mantener la gobernabilidad del país y que no se detenga el funcionamiento rutinario de las distintas administraciones del Estado, incluso en períodos, como el actual, en que la falta de un plan de ruta las mantiene en una situación de “espera”, de stand by mientras se decide la orientación que ha de impulsarlas de nuevo. Instituciones mancilladas, sí, pero necesarias y útiles, aunque en eficiencia mejorables. Sin ellas, España estaría hoy al pairo sin un Gobierno capacitado para tomar iniciativas, sin un Parlamento que elabore leyes, con un Poder Judicial politizado y una Monarquía desprestigiada. Las instituciones no constituyen el problema, sino el uso que se hace de ellas y los abusos que cometen los responsables que las ocupan. El problema lo originan quienes las mancillan.  

domingo, 6 de marzo de 2016

El camino

El camino que emprendemos en la vida es tortuoso. Muy pocas veces decidimos seguir la línea recta para alcanzar las metas que nos proponemos. En ocasiones, buscamos las dificultades porque, en nuestra ignorancia o soberbia, desdeñamos las recomendaciones y los senderos que favorecen nuestras expectativas. Y en otras, circunstancias, relaciones y condiciones nos obligan a escalar cuestas empinadas que nos apartan del destino que ansiamos. Pero, siempre, cada cual recorre el camino de su vida con la esperanza de satisfacer sus anhelos, sueños y ambiciones, adaptándolos a lo que nos depare la ruta. Todos, en cualquier caso, tenemos un camino por delante que hemos de concluir para llegar al final. La vida es el camino que recorremos a nuestra manera.

jueves, 3 de marzo de 2016

Debate de embestidura


Se ha consumado el primer acto del debate que se celebra en el Congreso de los Diputados con el consiguiente rechazo de la mayoría absoluta de sus señorías a las pretensiones del candidato socialista, Pedro Sánchez, de ser investido presidente de Gobierno. Entre el inmovilismo de unos y la intransigencia de otros, la primera parte del espectáculo parlamentario ha consistido en un intercambio de reproches y en el enfrentamiento frontal hasta el punto de que aquello parecía más bien una lucha de embestidura por ver quién era más chulo, más provocador, más que nadie. Ahora queda la segunda parte de una sesión que debería venir precedida de negociación y pactos para evitar el fracaso de que ninguno de los grupos políticos allí presentes, ninguno con mayoría suficiente para imponer en solitario sus tesis, ha sabido interpretar el mandato de los ciudadanos de tener que entenderse y ponerse de acuerdo. Si son incapaces de ello, se convocarán nuevas elecciones para volver empezar con los enfrentamientos cabríos inútiles.

martes, 1 de marzo de 2016

Deconstruyendo la democracia española

Se supone que España es un país democrático, plural y moderno en el que se respetan los valores promovidos por la Carta de Derechos Humanos proclamada por la ONU. Formalmente, así se consagra en la Constitución española, que define, además, al Estado como Social y de Derecho, y en toda la arquitectura legal del país. Incluso lo declara como aconfesional en su relación con las religiones para evitar privilegios estatales de unas sobre otras, aunque luego considere “autoridad pública” a la jerarquía eclesiástica católica de cada diócesis. Es decir, España se reconoce formalmente como un país laico (no distingo la diferencia entre aconfesional y laico) en el que prevalece el interés social, regido por un sistema democrático en forma de monarquía parlamentaria, jamás elegida y hereditaria, y sometido al imperio de la ley. Esto es, al menos, lo que creemos que somos oficialmente y por lo que han de velar las instituciones con que nos hemos dotado. Luego viene la comparación con la realidad para hacernos despertar del encantamiento.

Vayamos, pues, por partes deconstruyendo esta democracia, en el sentido de analizar sus estructuras. Para empezar, el sistema democrático no es lo suficientemente democrático para ser completamente democrático, esto es, justo. La calidad de la democracia española, de arriba abajo, deja mucho que desear. En la cúspide no se elige al Jefe del Estado sino que se mantiene la decisión del ya desaparecido dictador Francisco Franco de nombrar como su sucesor al nieto del último rey que reinó en España, saltándose, entre otras cosas, el orden dinástico histórico. Transitamos, así, de una dictadura a una monarquía por un capricho personal. Posteriormente, con la restauración de la democracia, tutelada por el propio régimen, se somete la monarquía a referéndum como parte inseparable de la Constitución, por lo que nunca los españoles han podido escoger entre república y monarquía. Resulta, por tanto, discutidamente democrático el mecanismo por el que se impone una forma de Estado y se sanciona la decisión de un dictador.

Tampoco se elige directamente al presidente del Gobierno sino a los miembros de las Cortes españolas. La elección del presidente del Ejecutivo queda al arbitrio de una decisión parlamentaria, mediante acuerdo por mayoría absoluta o simple de los diputados, que otorgan su confianza al candidato durante una sesión de investidura en la que se aprueba o rechaza su programa de Gobierno. Elegido el presidente, los demás miembros del Gobierno serán nombrados por el rey a propuesta del presidente de Gobierno. Con este sistema, elegimos parlamentarios, no presidente de Gobierno. En un sistema presidencialista los votantes pueden elegir a unos y otro. En comparación, la democracia en España no es lo suficientemente amplia como para permitirnos elegir en las urnas al Jefe del Estado, al presidente del Gobierno y a su equipo gubernamental. Sólo nos deja elegir a los representantes que los designan, salvo al rey, que viene impuesto por el régimen anterior.

Pero es que, además, la extracción de esos “representantes” de la soberanía nacional no la hacemos directamente, votando individualmente al candidato que conozca nuestros problemas y nos ofrezca mayor confianza, sino a través de unas listas cerradas en las que un partido decide quién y en qué orden presenta, con posibilidades de salir elegido, formando parte de una papeleta indivisible. La democracia española no nos concede la libertad de elaborar nuestra propia lista de personas merecedoras de nuestro voto. O todo o nada. Nos obliga a votar unas siglas en las que destaca, como mucho, el líder que las encabeza, conocido por ser el rostro de la publicidad electoral. Ni siquiera conocemos el programa con el que se presentan y que jamás se distribuye entre la población, pero del que se vocean cuatro o cinco consignas que se reiteran en todos los mítines, entrevistas y actos de campaña cual eslóganes propagandísticos. Por desconocer, una mayoría de los votantes no distingue la diferencia ideológica entre las formaciones que concurren a unos comicios en los que “elegimos” a nuestros representantes para que formen gobierno y elaboren las leyes que regularán nuestra convivencia. Simplemente, votamos la lista cerrada y amañada que la tradición, la simpatía o la campaña publicitaria nos hace parecer idónea.

La escasa democracia interna de los partidos con que se afronta la composición del “ticket” electoral que nos obligan a votar, hace que este procedimiento se haya convertido en un poderoso instrumento de control de todas las tendencias, corrientes y disputas que anidan en el seno de esas formaciones políticas. Quien no siga fielmente las directrices del “aparato” no tendrá oportunidades de figurar en ninguna lista, por mucho que se haya “pateado” su circunscripción y mostrado interés en conocer los problemas que la aquejan. Es cuestión de lealtades, no de aptitudes. Ni el subterfugio de las primarias (votación entre los militantes a un candidato) corrige la tendencia endogámica en la extracción de los componentes de un puesto orgánico y de los integrantes en una lista electoral. Hay intereses más importantes que el simple interés de la gente a la que se dice representar.

Lo mismo sucede en las elecciones autonómicas y municipales, en las que se vota también la lista cerrada de cada partido en liza. La elaboración de tales listas o papeletas adolece de idénticas deficiencias democráticas que para las generales, por lo que resulta reiterativo insistir en esta manipulación que constriñe nuestra voluntad y doblega nuestra democracia, sin que hasta la fecha ningún gobierno ni ningún “representante” del pueblo hayan impulsado, cuando han podido, una reforma para implantar el sistema de listas electorales abiertas. No les interesa.

Como tampoco les interesa cambiar el sistema electoral para que los diputados reflejen la diversidad de opciones y opiniones existente en la sociedad. La actual configuración ideológica del Congreso se debe al sistema proporcional, basado en el método D´Hondt, que otorga el reparto de los escaños de manera proporcional según los votos obtenidos por cada partido y teniendo en cuenta la población de cada una de las 52 circunscripciones en que se divide el país: una por provincia, más las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Al distribuir dos escaños, como mínimo, por provincia, salvo Ceuta y Melilla que disponen de sólo uno, se produce una sobrerrepresentación del voto rural y una gran asimetría territorial. Este sistema proporcional se adoptó, cuando se reinstauró la democracia, para evitar la excesiva fragmentación del Parlamento y garantizar la gobernabilidad del Estado. Pero adolece de notables carencias que le restan representatividad, ya que permite que los votos no valgan lo mismo en todas las circunscripciones. Un partido nacionalista, por ejemplo, consigue representación parlamentaria con menos votos que un partido pequeño, como Izquierda Unida, si se presenta en todas las circunscripciones, aunque obtenga un cómputo mayor de votos. Ello proviene de la intención de potenciar la representatividad de los partidos más votados y de los partidos nacionalistas en detrimento de las pequeñas formaciones, aunque no refleje fielmente la pluralidad social. Un sistema mayoritario y la circunscripción única para todo el Estado ofrecerían unos resultados electorales más fidedignos a los votos obtenidos y a la pluralidad de pareceres de los votantes. Pero, al parecer, un sistema electoral que amplíe la representatividad de manera más democrática, real y justa que el actual no es del grado de los que llevan gobernando en España durante todo el período democrático. Tampoco les interesa.

Y si acudimos al cuarto escalón de la Administración, esa mastodóntica e innecesaria  institución bicentenaria de las Diputaciones, su escaso barniz democrático quedará patente. Estos organismos de ámbito provincial se mantienen como auténticas anomalías en la estructura autonómica del Estado y justifican su existencia en la necesidad de coordinar la gestión administrativa y de gobierno de las pequeñas localidades. Una función sin duda encomiable cuando el Estado era centralista y no existía una administración regional descentralizada. Pero con la configuración autonómica del Estado, aquellas atribuciones pueden ser asumidas por las delegaciones provinciales de las consejerías correspondientes, evitando la duplicidad de estructuras administrativas y ventilando, de paso, la opacidad y el clientelismo de unos entes que han devenido reductos sólo útiles para el retiro de amortizados activos humanos de los partidos políticos que las controlan y administran a su antojo. Porque la democracia con que se constituyen las Diputaciones es, aparte de confusa, peculiar. Sus miembros se eligen de manera indirecta entre los concejales electos de cada partido político de los municipios que forman un partido judicial y en virtud de unas cuotas por censo de población. Al final, no los elige nadie y se eligen entre ellos, formando una especie de club de alcaldes y concejales que manejan un presupuesto y unas subvenciones nada desdeñables.

Cualquiera, pues, que sea el nivel en que nos fijemos para deconstruir la democracia española, apreciaremos aspectos manifiestamente mejorables que la dotarían de un mayor calado democrático, la harían más justa y le permitirían representar de manera más fidedigna la diversidad y pluralidad de la sociedad moderna de España. Muchas de las deficiencias señaladas proceden de cautelas de los padres fundadores de la actual democracia por evitar peligros y errores de pasados momentos históricos en que la semilla democrática fue abrupta y violentamente segada. Pero otras, en su inmensa mayoría, son fruto de intereses partidistas que se ven beneficiados por las carencias del sistema político democrático en la actualidad. Ello es lo que hay que denunciar y obligar a corregir, puesto que somos un país adulto que merece una democracia más sólida, transparente y eficaz.