miércoles, 29 de abril de 2020

Aforismos (5)


>Desde que lo abandoné siendo niño, siempre tuve irrefrenables deseos de visitar el país en el que había nacido, del que recordaba vivamente el entramado callejero de mi pueblo y momentos luminosos de mi infancia. Pero cuando, tras toda una vida, por fin pude hacerlo, me sentí extraño, distante de lo que veía, fueran sus hermosos paisajes o el rostro de familiares que me eran desconocidos. Me sentí embargado por una sensación de exiliado, de no pertenencia. Lo curioso es que esa sensación ambigua la he padecido tanto en relación con mi país natal como con el de acogida. No hay duda de que, en realidad, soy un apátrida del mundo.

>Nunca he estado conforme conmigo mismo. Quería ser cualquier otro que creyese mejor que yo, desde un bombero a Supermán pasando por un astronauta o un bohemio. Esa manía de ser distinto me ha llevado a no ser, en última instancia, nadie, no ser nada, simplemente, un disconforme que no ha cultivado sus supuestas cualidades. No he podido emanciparme de mi mediocridad.

>Soy apóstata de todas las religiones, incluso de las paganas, puesto que no he sido bautizado en ninguna ni me han atraído sus teorías de trascendencia, meras supersticiones para crédulos. Por ello, me considero el más laico de los ateos.

>La lluvia en la noche, esa percusión en medio de la oscuridad: el más eficaz narcótico para los insomnes y los poetas.

>Decía Chesterton que “a quien no se le ablanda el corazón acaba ablandándosele el cerebro”. Hay gente por ahí que es enteramente una gelatina de idiocia y cinismo.

lunes, 27 de abril de 2020

Vivencias de un enclaustrado (16)


Seguimos dándonos vueltas a nosotros mismos, inquietos en esta quietud forzada de un confinamiento que nos mantiene enclaustrados en nuestras casas. Más de cuarenta días que forman un bucle interminable de jornadas que se copian entre sí y que engendran una monotonía exasperante por su falta de variedad, una invariabilidad tediosa. Estamos atrapados en un pliegue del tiempo que ha congelado los relojes en la fecha en que accedimos a este aislamiento. Cuarenta días de una existencia sin existencia, un tramo de nuestras vidas -que mañana nos parecerá fugaz, pero que hoy se antoja eterno- que ha sido desperdiciado en no vivir, no relacionarse y no estar en el mundo de nuestras fatigas, entre amigos y seres queridos. Estamos asediados por un confinamiento que sólo tolera que nos asomemos a las ventanas y consumamos horas muertas con nuestras flaquezas y ansiedades. Hasta los niños, a quienes se les permite desde ayer salir una hora al día a estirar las piernas, lo hacen como cachorros cuando emergen por primera vez de la madriguera: desconfiados y temerosos.

A estas alturas, ya dudamos hasta de nuestras certezas, aquellas que fortalecían las decisiones más importantes con las que afrontábamos el reto de vivir y nos hacían asumir la responsabilidad de nuestra libertad. Desde que estamos confinados, deciden por nosotros para evitarnos la libertad de equivocarnos, para negarnos la responsabilidad de ser libres y, por tanto, curiosos. Una situación que me hace divagar, harto de esta quietud que tanto inquieta, si lograremos vencer al virus que ha trastocado nuestras vidas o si este trastorno de la existencia no constituye ya el triunfo de un germen que ha aparecido para poner en cuestión nuestra seguridad y estilo de vida. Finalmente, opto por dejar escapar mi mirada a través de la ventana, deseando desertar, para no responder a la disyuntiva de si es preferible la irresponsabilidad de ser libre o la responsabilidad de continuar enjaulado.

sábado, 25 de abril de 2020

Repaso ideológico de los Gobiernos de España (1)

De Adolfo Suárez a Felipe González
Es oportuno, para saber a qué atenernos, elaborar de vez en cuando un balance de lo conseguido por gobiernos de distinto color en la historia reciente de nuestro país. Un repaso somero de lo logrado para la sociedad por las distintas ideologías gobernantes podría servir para distinguir, con la verdad fáctica de los hechos, la diferencia entre unas y otras, y los intereses que las guían u orientan, no siempre al servicio del interés común. Evidentemente, la valoración aquí expuesta no es exhaustiva ni se ajusta a un criterio de escrupulosa objetividad, lastrado siempre por la subjetividad del compilador, pero intenta ser honesto y respetar la realidad. De una valoración así se deduce, como conclusión general, que existen diferencias sensibles, respecto al progreso y los beneficios para la ciudadanía, entre lo perseguido y logrado por la derecha y lo ambicionado y realizado por la izquierda en España. Y, a partir de esta información, se puede fundamentar la confianza que merecen las formaciones de una y otra ideología y la credibilidad de sus propuestas o promesas. Tal vez esto sea un objetivo demasiado ambicioso para un artículo periodístico, pero de lo que no cabe duda es que es un ejercicio sumamente interesante.  

Hay que advertir, de entrada, que este balance, para que fuera viable, tuvo que arrancar en la restauración democrática en nuestro país, puesto que el período anterior había sido monopolizado por una dictadura durante más de cuarenta años, que no consentía los partidos políticos ni había posibilidad de que ninguna ideología pudiera manifestarse, como no fuera la fascista del dictador, so pena de cárcel o condena de muerte, bajo la acusación de rojo, masón o subversivo, sinónimos para un único delito: discrepar u oponerse a la opresión. Por tanto, el repaso de lo realizado desde la Transición hasta la fecha, toda nuestra más reciente e histórica etapa democrática, constituye el material de este balance tan provisional como refrescante y emotivo.

Se inicia, como no podía ser de otra manera, con los sucesores de la dictadura, esa derecha que la sobrevivió, debidamente actualizada en sus formas, que no en su fondo, y que heredó el poder tras la muerte del dictador y la desaparición de su régimen. Emergió en un contexto internacional y europeo que exigía la transformación del régimen franquista en una democracia formal y liberal, condición indispensable para que España fuese aceptada como un miembro más, con los mismos derechos y sin vetos por su singularidad autoritaria, entre las democracias del entorno. Era imprescindible, por tanto, una metamorfosis del régimen desde el punto de vista político, pero también social y económico. Tal transformación no fue fruto de una repentina “iluminación” de los herederos del franquismo, sino una exigencia del contexto internacional, una demanda de la sociedad española, deseosa de respirar aires libres y permisivos, y una condición ineludible para el crecimiento económico y comercial. De este modo, no hubo más remedio que hacer la metamorfosis. La gran suerte es que también hubo personas, miembros jóvenes del viejo régimen, que afrontaron el reto con enorme honestidad y valentía política, a pesar de que existían sectores muy poderosos del aparato franquista -Ejército, oligarquía, la jerarquía católica, etc.- que no estaban dispuestos a acometer cambio alguno, como demostraron con el frustrado Golpe de Estado de febrero de 1981. Y es en aquel ambiente enrarecido en el que emerge la figura de Adolfo Suárez (antiguo ministro del Movimiento, en 1975), entre otros (Torcuato Fernández Miranda, Fernando Suárez, etc.), como líder providencial. Un político tan milagroso como la moderación de una oposición, incluso en la clandestinidad, que también supuso un factor positivo que favoreció lo que posteriormente conocemos como la Transición: el paso incruento de la dictadura a la democracia.

En este balance ideológico habría que valorar de positivos los resultados de los distintos gobiernos de Suárez en la cimentación para la modernización de España y el saber conducirla desde los restos de la dictadura hacia un régimen democrático comparable a los euopeos. Así, permitió la existencia de los partidos políticos, incluido el comunista (la bestia negra del franquismo), y la legalización de los sindicatos; elaboró leyes para que las Cortes franquistas se hicieran el “haraquiri” y dieran paso a otra cámara que representara realmente la voluntad popular, libremente expresada en las urnas; culminó los Pactos de la Moncloa, consiguiendo el apoyo de la oposición para encarar reformas estructurales que permitieran equilibrar la economía, frenando la inflación y creando con el IRPF una fiscalidad progresiva, y encaminar la sociedad hacia un futuro de progreso y libertad. Y lo más destacado, consiguió que bajo su mandato se elaborara la Constitución, el texto legal que todavía hoy ampara y regula nuestro Estado Social y Democrático de Derecho.

Es indiscutible que la derecha española, bajo las riendas de Adolfo Suárez, se apuntó a su favor el trascendental paso de transitar desde el impresentable régimen dictatorial hacia la democracia de una manera pacífica, además de poner los mimbres para la necesaria modernización política y social del país, como puso de manifiesto la primera ley del Divorcio de la democracia, que aprobó en 1981 con el rechazo frontal de la Iglesia Católica y de sectores democristianos de su propio partido..Es cierto que tal transformación no fue obra de una persona en solitario, pero el presidente Suárez fue quien logró concitar los consensos y los talentos que la hicieron posible. Por tal razón, no hay que restarle los méritos ni el protagonismo que se merece, a pesar de que se creó enemigos, dentro y fuera de su partido, que finalmente consiguieron derribarlo del poder, materializado con su dimisión en 1981, tras cerca de cinco años al frente del Ejecutivo. Nunca antes, la derecha española había sido menos dogmática y más abierta al progreso social, aunque es verdad que venía de una etapa de total cerrazón. Pero también actuó con menos sectarismo como en el futuro haría, como veremos. En cualquier caso, en el haber de Adolfo Suárez destaca haber sido el primer presidente de Gobierno de la Democracia y ganar las primeras elecciones democráticas celebradas en este país (1977 y 1979). Lo que no es poco.

Tras ese hundimiento de una derecha metamorfoseada, ascendió una izquierda representada por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el cual había ganado las elecciones de 1982 que convirtieron a Felipe González en el primer presidente de un Gobierno socialista en España, después de la dictadura, un cargo que conservaría durante cuatro legislaturas consecutivas, 14 años. Es un período extremadamente dilatado como para que se produzcan luces y sombras.

Las dos primeras legislaturas fueron prolijas en “luces”, pues estuvieron dedicadas a la consecución de una serie de reformas tendentes a consolidar la democracia y reforzar el llamado Estado de Bienestar. Fruto de tales esfuerzos, es justo señalar como logros de la izquierda la reducción de la jornada laboral, desde las más de 60 horas que se podían efectuar, a 40 horas semanales, y el aumento a un mes de vacaciones al año para todo trabajador. También, el impulso de la modernización de la enseñanza y de la sanidad, mediante leyes orgánicas que extendieron la enseñanza pública gratuita hasta los 16 años, incorporando el sistema de colegios concertados, y ampliaron la asistencia sanitaria pública, gratuita y universal a todos los españoles, sin depender de las cotizaciones de los trabajadores.

En política exterior, los gobiernos socialistas consiguieron la integración de España en la Comunidad Económica Europea, hoy Unión Europea, y aseguraron una nueva alianza de seguridad con la OTAN, iniciativa esta última que obligó al PSOE a cambiar su posición inicial, contraria a la OTAN, a la de liderar un referéndum de carácter consultivo a favor de la permanencia en la misma, logrando tal objetivo. También suscribieron un nuevo Convenio de Cooperación Militar con EE UU que permitió reducir sus contingentes en nuestro país y limitar su presencia a las bases de utilización conjunta de Morón de la Frontera (Sevilla) y Rota (Cádiz). Al mismo tiempo, gracias a negociaciones bilaterales con Reino Unido, pudieron abrir la “verja” de Gibraltar y restablecer las comunicaciones y el tránsito de personas, vehículos y mercancías entre España y la colonia.

Un aspecto delicado en aquellos tiempos era el Ejército. Sin embargo, los gobiernos socialistas impulsaron un proceso reformador de las Fuerzas Armadas, con objeto de democratizar al Ejército y restarle privilegios y tendencias tutelares de la sociedad. Con tacto y decisión, lograron que estas Fuerzas estuvieran subordinadas al poder civil, evitando así, o al menos minimizando, cualquier intento de sublevación o golpe de Estado. Además, pasaron a estar integradas en la estructura de la OTAN, lo que les hacía participar de otra cultura de servicio profesional al país y de defensa de la democracia e intereses españoles en cualquier parte del mundo. No menos trascendental fue el ingreso de la mujer en las FF.AA., en 1988.

En lo económico, los Gobiernos socialistas emprendieron desde la primera legislatura la modernización de la estructura industrial del país, en su mayor parte obsoleta y subsidiada, incapaz de competir. Las reconversiones emprendidas por los socialistas, tanto en la industria pesada como en la siderurgia y los astilleros, tuvieron consecuencias traumáticas para el empleo y el impacto económico en varias regiones, como el País Vasco, Cantabria, Valencia, Andalucía y otros. Tales reconversiones acarrearon dos huelgas generales en el país, secundadas incluso por el sindicato socialista UGT, que se desmarcó de la política gubernamental. Por otra parte, el Gobierno procedió a la expropiación del holding de Rumasa, un grupo empresarial privado, propiedad de José María Ruiz Mateos, que, según el ministro de Economía, Miguel Boyer, se hallaba virtualmente en quiebra. Los socialistas también acometieron la reestructuración y redefinición de todas las empresas de titularidad pública, un entramado de más de 200 sociedades de múltiples sectores, como SEAT, Sidenor, Enagás, etc., con objeto de liquidar las que no fueran rentables y abrir al mercado, mediante la venta de acciones en bolsa, a las restantes. Toda esta modernización de la economía y del tejido industrial estaba enfocado a su adecuación a los estándares europeos y, después del ingreso en la CEE en 1986, a una política de subvenciones acorde con los criterios de racionalidad y viabilidad que exigía Bruselas.

España, tras años de negociaciones, logró adherirse a la Comunidad Económica Europea, un Acta que firmó Felipe González en 1985. La pertenencia a la CEE, cuyo ingreso formal se produjo el 1 de enero de 1986, junto con Portugal, supuso transformar el proteccionismo estatal y una economía autárquica en una estructura más sólida y competitiva que pudiera insertarse en el conjunto del Mercado Interior Único, después de un periodo de adaptación y reformas, en un afán por reducir el diferencial con los países socios e igualar la media de renta comunitaria. Todavía estamos en ello.

En lo que pudiera ser su bandera más preciada, los socialistas, en lo social, se atrevieron a despenalizar parcialmente el aborto, con la promulgación de una ley de interrupción del embarazo en centros públicos o privados, que contemplaba tres supuestos: en caso de violación (hasta las primeras 12 semanas de gestación), si existían taras graves o psíquicas del feto (hasta las 22 semanas) y en caso de riesgo grave para la salud física y psíquica de la madre (sin límite temporal). En un país católico y tradicionalmente conservador, esta liberalización de las costumbres desató una fuerte polémica, llegando incluso a ser recurrida por los conservadores ante el Tribunal Constitucional. A camino entre lo económico y lo social se podría destacar la celebración de la Exposición Universal en Sevilla y la Olimpiadas en Barcelona, en 1992, por los réditos que dieron en ambos aspectos.   

Capítulo aparte merece la lucha contra el terrorismo, fundamentalmente, de ETA. Con Felipe González, que logró el acuerdo denominado Pactos de Ajuria Enea, que comprometieron a las fuerzas políticas con la democracia y en contra del terrorismo, se comenzó a derrotar la sangrienta historia de la banda terrorista y ganar el apoyo de la ciudadanía. También se cometieron graves errores, como la creación de los GAL (Grupos antiterroristas de liberación) y la “guerra sucia” contra ETA. Esta chapuza policial, financiada por el Ministerio del Interior, degeneró en el declive de los gobiernos socialistas, que, además, acumularon durante su larga permanencia en el poder varios casos de corrupción (Casos Filesa, Ibercorp, Juan Guerra, Roldán, etc.) que socavaron la confianza en ellos y, finalmente, los apearon de la poltrona.  

El declive socialista fue paulatino y abarcó sus dos últimas legislaturas, hasta que, en 1996, la derecha recupera el poder, consumido el período de gobiernos socialistas. Pero eso ya forma parte de otro capítulo. 

jueves, 23 de abril de 2020

Vivencias de un enclaustrado (15)

Me sorprende, por la situación de excepcionalidad que padecemos, pero no me desagrada celebrar el Día del Libro confinado en mi domicilio. Seguramente, no exista mejor oportunidad que ésta para rendir homenaje al libro que leyendo, aprovechando el tiempo ilímitado que disponemos, sin que nos reclamen otras urgencias cotidianas, enfrascados en la lectura de aquellas obras que reposaban silentes en los anaqueles de nuestras bibliotecas, esperando ser abiertas y recorridas por la mirada pausada y atenta de un lector que no va a ser interrumpido en su deleite. Algo bueno tenía que traer este cautiverio. Y es brindarnos la ocasión de conmemorar un Día del Libro absortos en unas páginas que nos transportan a otros mundos y otras épocas, nos hacen vivir aventuras inimaginables, nos permiten ampliar conocimientos que nos enriquecen, nos abren el espíritu a estadios de sensibilidad y belleza de indescriptible lirismo o, simplemente, nos divierten y entretienen con curiosidades y anécdotas interesantes.

Tampoco es que necesitemos un día expresamente para leer. Pero a los que carecen del hábito saludable de la lectura, la celebración de un Día dedicado al libro les puede incitar a adquirir o abrir un libro y experimentar el privilegiado placer que se disfruta con la lectura, un acto, como hablar, que distingue al ser humano sobre el resto de los animales y que le posibilita compartir vivencias y saberes, no sólo con sus coetáneos, sino con personas de cualquier tiempo y lugar. Por eso, hoy, no me desagrada estar enclaustrado si puedo sentirme libre gracias al libro que sostienen mis manos, sin necesidad de celebrar ningún día. Pero, si encima es el Día del Libro, mejor todavía.

miércoles, 22 de abril de 2020

Aforismos (4)


>Al dormir, la almohada es la puerta por la que accedemos a la inconsciencia, a la irrealidad y a la Nada, de la que escapamos por los ojos al despertar, milagrosamente vivos. Morir es no despertar.

>Pensar que vivo sobre el lugar donde se asentó el primer Estado del Occidente europeo, donde se desarrolló la civilización de Tartessos y estuvo el evaporado Lago Ligur. ¡No se puede ser más chovinista!

>La vacuidad de la que procedemos y a la que nos dirigimos, esa impermanencia que nos constituye, es la única realidad demostrable. Todo lo demás, incluida la vida, es pura especulación, fantasías filosóficas o elucubraciones teológicas.

>Yo soy lo que pienso que soy, que casi nunca coincide con lo que los demás piensan de mí.

>Nunca hay que hacer nada sin sentir deseo de hacerlo, excepto trabajar, que se hace por necesidad u obligación, no por placer.

>Jamás he vivido un período sin tiempo, un espacio sin horizontes, un confinamiento tan claustrofóbico y hermético como el que estamos soportando por culpa de un virus… en pleno Siglo XXI. ¡Cuánto progreso desde la época de los apestados y las cuarentenas venecianas!

lunes, 20 de abril de 2020

Vivencias de un enclaustrado (14)


La primavera se nos escurre delante de los ojos, se resiste permanecer encerrada en nuestras casas. Sólo desde las ventanas y los balcones la percibimos enseñorearse del aire y de la luz, avivar los colores de las plantas y las flores, perfumar los campos y las macetas, llenar de polen a insectos y aves y despertar las ansias de amor en todos los seres vivos del planeta, menos en nosotros. Este encierro nos aparta de la estación más brillante del año, nos obliga asistir a su espectáculo como simples espectadores, nos impide participar de ese derroche de vitalidad y esperanza con el que la naturaleza se renueva cada año. Por primera vez en nuestra existencia, la primavera pasa de largo, nos ignora, esquiva nuestro cautiverio y elude nuestros domicilios. Se queda fuera de estas cuatro paredes donde habita la apatía y el malhumor, donde mora el miedo. Sin embargo, en el exterior su hechizo se derrama por doquier, impregna cuanto palpita, crece y respira, despertando brillos en las miradas e iluminando de deseos una piel que ya busca la caricia desnuda y cálida del sol. Observamos tras los cristales su fulgor y no podemos reprimir una melancolía de presidario, una extraña sensación de estar apartados de la vida, de nuestras propias vidas.

No sabemos si podremos escapar a tiempo para saludarla, si nos dejarán disfrutarla con todos nuestros sentidos, no sólo con el de la vista. Si podremos participar de esa alegría desinhibida con la que da carpetazo al invierno para anunciarnos un año que, esta vez, no es esperanzador, sino contaminado de infortunios. Este enclaustramiento forzado nos hurta una primavera más deseada que nunca y que se escurre delante de nuestros ojos, llenándolos de lágrimas.       

sábado, 18 de abril de 2020

Necesitaremos más desinfectantes

Nuestros hábitos están cambiando por culpa de la pandemia vírica que estamos sufriendo. Las medidas de higiene y de protección sanitaria han entrado en nuestras vidas con intención de permanecer largo tiempo. No es sólo que hagamos acopio de papel higiénico, sino que las mascarillas y el lavado frecuente de manos con geles hidroalcohólicos seguirán formando parte de nuestras rutinas hasta más allá del verano, si no se quedan como costumbres consolidadas entre nosotros. Todo sea por defendernos de la infección que un coronavirus sumamente contagioso ha propagado por el mundo, sin que nadie haya podido evitarlo.

Nos han obligado a mantener la distancia social entre nosotros, usar guantes sin demasiada precaución (si tocamos todo con los guantes, transmitimos con ellos toda probable contaminación) y permanecer encerrados en nuestros domicilios cerca de dos meses, todo ello con la finalidad de erradicar o, al menos, mantener a raya una epidemia que se ha cobrado miles de vidas en nuestro país, aparte de enfermar, con o sin síntomas, a centenares de miles de ciudadanos, probablemente a millones de ellos. De este modo, nos hemos vuelto desconfiados, temerosos e hipócritas con los que nos rodean y dependientes de ritos de desinfección que creemos milagrosos para esquivar el contagio del dichoso virus. Pero vamos a necesitar un antiséptico aún mucho más potente para combatir las amenazas que vienen detrás de la pandemia, tan intensas y tóxicas como ella.

En primer lugar, una vez levanten el confinamiento y se haga realidad la anunciada desescalada hacia la normalidad, tendremos que echar lejía a las manchas que limitaban o suspendían derechos y libertades, consagrados por la Constitución, con el pretexto de luchar más eficazmente contra la pandemia. A cambio de seguridad, hemos cedido parcelas de libertad e intimidad con objeto de controlar la propagación de la infección, cayendo en un dilema falso que, ahora, tendrá que anularse. Por su culpa, consentimos la instalación en nuestros teléfonos de aplicaciones que rastrean los movimientos de los ciudadanos para que las autoridades pudieran controlar el cumplimiento del confinamiento. Permitimos que se produjeran abusos y detenciones arbitrarias en las calles, cuyo rigor no se atiene ni a la proporcionalidad ni a la ponderación de la eficacia. Las advertencias y los castigos anunciados para los infractores suponían más una coacción que información pertinente. Todo lo anterior constituyen señales inequívocas de una tendencia hacia el autoritarismo por parte de nuestros gobernantes. Y por eso hay que desinfectar al Gobierno de toda tentación totalitaria y fascista en el desempeño de sus funciones.

Por igual motivo, cualquier decisión que afecte a los derechos de los españoles, así como a su convivencia en libertad, deberá recabar el refrendo de las Cortes españolas, sede de la soberanía nacional. Desaparecido el estado de alarma, el Gobierno debe dejar de actuar como mando único en todo el territorio, con poderes prácticamente ilimitados, y asumir sólo la capacidad ejecutiva que le corresponde, contrapesada con los otros poderes del Estado, el legislativo y el judicial. Es perentorio recuperar la “normalidad” democrática en la acción del Gobierno y de las instituciones al día siguiente de levantar el estado de alarma. Para ello, hay que eliminar la mugre autoritaria que haya podido adherirse al uso del poder. Y ello necesitará litros de desinfectante.   

En todo caso, no habrá lejía suficiente para mantenernos protegidos de los riesgos para la economía y las finanzas que la crisis sanitaria ha provocado. Las consecuencias económicas y sociales serán inmensas y, como siempre, golpearán de pleno a los más indefensos y necesitados. No habrá antisépticos en el mundo para evitar que el desempleo y la precariedad vuelvan a necrosar la piel de los pobres. Serán muchos, tras el paso de la epidemia, los que continuarán en las urgencias de la sociedad esperando ser atendidos con la justicia y la dignidad que se merecen. Son los pisoteados por el sistema económico y los abusos laborales de nuestro país. Ya fueron víctimas de la última Recesión financiera y, ahora, volverán a ser los perjudicados por la Gran Depresión que el coronavirus ha desencadenado. Sobre ellos han caído los ERTE, la inviabilidad del negocio para muchos autónomos, el desempleo para millones de asalariados, las previsibles condiciones de inestabilidad y precariedad laboral que todavía serán más dolorosas, si cabe; el cinismo de las entidades financieras, que se publicitaron como si fueran ONGs, en su estrategia por aprovechar la pandemia para seguir actuando como corresponde con su verdadero rostro: especular y obtener las mayores ganancias posibles. Así, interrumpieron momentáneamente los desahucios, pero no dejaron de cobrar intereses a quien no pueden pagarlos, sólo los retrasaron.

La nueva amenaza es que el capital querrá recuperar de manera inmediata el lucro cesante. Y que Hacienda no concederá más plazos para reclamar impuestos a los contribuyentes. Llegado ese día, ya no habrá aplausos en los balcones para los sanitarios, la policía, los bomberos y, mucho menos, para los parados. Tampoco para los ancianos que pagaron con sus vidas las insuficiencias de unas residencias construidas con finalidad mercantil y no asistencial, tal y como puso al descubierto un simple virus letal, propiciando que la Seguridad Social se ahorrase un buen pellizco en pensiones. ¿Cuántos bocoys de lejía harán falta para limpiar tanta inmundicia?

También será preciso borrar la ilusión que nos causa el populismo, sea de derechas o de izquierdas, que infecta las sociedades más desarrolladas del planeta, incluida la española. Nos engatusa con promesas de resolver todos los problemas que nos inquietan, mediante recetas sencillas, más emocionales que racionales, que achacan siempre la responsabilidad a “otro”, al adversario político, al extranjero o al diferente. Y, para ello, se vale de la falsificación, la manipulación o la mentira más burda, en el convencimiento de que seremos receptores crédulos de sus mensajes y consignas, porque nos gusta creer que no somos mejores por culpa de los demás. De igual modo hemos de protegernos de los “listos”, de los que critican toda iniciativa sin presentar alternativa alguna, demostrando que “es fácil ser el más listo cuando todo ha pasado”, como advirtió Enzensberger, y obviando intencionadamente las trastadas que cometieron antaño y que posibilitaron las dificultades del presente.

Podemos hallar populistas en todo el país, exigiendo mascarillas y respiradores a manos llenas después de privatizar cuanto pudieron trozos importantes de la sanidad pública. O los que aprovechan esta crisis para autoelogiarse, contratando mensajes publicitarios en los medios de comunicación, y aparentar una gestión envidiable. Incluso los hay que no dejan de adelantar medidas sociales sin que estén técnica y presupuestariamente elaboradas. Es fácil verlos también en otras latitudes, tanto en Europa como en América, donde exhiben su fanatismo, ignorancia y sectarismo en cuestiones vitales, cual esta pandemia. Todos intentan convertir la mentira en verdad porque consideran a la verdad una amenaza y la ciencia, un peligro que desmiente sus falsedades o exageraciones. Frente a ellos sólo cabe que el juicio crítico y la razón fundada alimenten la opinión pública. Es necesario estar atentos para no dejarse seducir con cantos de sirenas que harán realidad la peor de nuestras pesadillas, en la que aflora la podredumbre de los seres humanos: el odio, la intransigencia, la desigualdad, el fanatismo y la insolidaridad.

Tras esta emergencia sanitaria, si es que la llegamos a superar, no hay duda de que nos aguarda una crisis social y económica que nos obligará a seguir utilizando desinfectantes que sean capaces de arrancar todas las adherencias tóxicas que han endurecido nuestra piel y nuestra conciencia, embotándonos la sensibilidad. Con seguridad, será más difícil de afrontar, más duro aún que el confinamiento. Así que: apretaos el cinturón.

viernes, 17 de abril de 2020

Vivencias de un enclaustrado (13)


Enfilamos el segundo mes de enclaustramiento y los problemas se agudizan dentro de cada casa. Es comprensible que las autoridades no pudieran tener en cuenta todas las circunstancias que acarreaba la obligación de encerrar en sus domicilios a toda la población, sin apenas excepciones. Son admisibles tales deficiencias si se corrigen cuando se detectan. Las únicas salidas autorizadas al exterior han sido por motivos de fuerza mayor, como adquirir alimentos, comprar medicinas, ir al estanco o sacar al perro. Los adultos, mal que bien, aguantamos estar en una jaula con relativa resignación, intentando distraer nuestra abulia con mil recursos claustrofóbicos a nuestro alcance, tales como cocinar, limpiar, blasfemar, atiborrarnos de cerveza, chismorrear por las redes sociales e, incluso, leer o escuchar música. Pero a otros componentes de la familia les cuesta más trabajo evadirse. Y son aquellos, precisamente, a los que el Gobierno no ha tenido en cuenta. Evidentemente, me refiero a los niños, esos olvidados por las autoridades en su listado de excepciones al cautiverio.

Los hijos pequeños son, por definición, seres de una vitalidad inagotable. También, por su edad, no mantienen la atención durante mucho tiempo con nada. Por muchas tareas pseudoescolares que les impongamos durante algunas horas, les queda el resto del larguísimo día para, no sólo incordiar constantemente a los mayores o pelearse entre ellos, sino también para sufrir cambios en el carácter, modificaciones en la conducta y hasta síntomas de traumas psíquicos por el estrés que para ellos supone la inactividad, el encierro, la imposibilidad de socializar con compañeros o amigos y, además, la incapacidad de quemar la energía que acumulan en sus músculos. Tener los niños encerrados tanto tiempo es un martirio para ellos y un sinsentido cometido por el Gobierno.

No se entiende que los niños no puedan salir un rato a jugar y estirar las piernas, limitando todo contacto con otros enanos de su edad y bajo estricta responsabilidad de sus padres, en tanto que a los perros se le pueda pasear dos veces al día. O que los adultos puedan ir a comprar tabaco mientras los niños aguardan encerrados y solos en casa. Con este confinamiento tan riguroso es probable que no se contagien del virus, pero es seguro que algunos de ellos contraerán alguna patología psicosomática que perdurará a lo largo de sus vidas. Es incomprensible que, si se puede ir a trabajar para que la economía no salga excesivamente perjudicada de esta crisis sanitaria, no se pueda permitir, de igual modo, que los niños salgan a plazas y jardines a coger el sol y airear sus pulmones, para que su estabilidad emocional y su equilibrio psicológico no resulten también perjudicados. Yo creo que ya es hora de acordarse de nuestros hijos, tanto como de la economía y las empresas.  

miércoles, 15 de abril de 2020

Aforismos (3)


>Hay épocas en que, no es sólo que los seres humanos hayan abandonado su Humanidad, sino que hasta Dios parece haber renunciado a su divinidad para desentenderse completamente de los inocentes. Los débiles y los desafortunados son víctimas de cuantos abusos y crímenes se toleran en el mundo  Los ateos, simplemente, achacan todo a la maldad natural del hombre.

>“Los judíos no son un pueblo, sino un destino” dejó escrito Cioran. Para algunos, además, constituyen una obsesión “maníaco-resentida” de senectud. Se ofuscan con su victimismo.

>No renuncio a mis fracasos y defectos: me han hecho lo que soy.

>¡Estar encerrados a cal y canto durante semanas por un virus! ¿Cuánto tiempo permaneceríamos ocultos por algo más grande y dañino, un prójimo, por ejemplo?

>¡Qué imagen tan contradictoria exhibe un sacerdote con mascarilla! Desconfiar de la fe para creer en la ciencia.

>Cada vez que alaban o juzgan con conmiseración a un conocido que ha fallecido, siempre acabo con la impresión de que hablan de otra persona.

>El aforismo no es lectura de vagos, sino de amantes de lo conciso, de las expresiones gnómicas y las sentencias elaboradas con la mínima expresión, para que el tiempo que se tarda en leerlas no supere al de olvidarlas.

martes, 14 de abril de 2020

Nana de la sombra


Un niño, como tantos, nació casi con el confinamiento. Encerrado en su cuna, apenas ha sentido los rayos del Sol. Ignora cuanto pasa y lo que ocurre, qué es lo que le hurta paseos en los que la brisa y la luz acariciarían su rostro. Por eso, estropeando el poema Nana de la cebolla, de Miguel Hernández, le dedico esta Nana.

Nana de la sombra

El Sol es una sombra
oscura y extraña.
Sombra de tus días
y mis preocupaciones.
Falta de luz y sombra,
oscuridad de penumbras
pesada y larga.

En la cuna en sombras,
mi niño estaba.
Con hambre de luz
se amamantaba.
pero sus ojos,
buscaban la luz
y no la hallaban.

Tu risa nos hace libres,
nos pone alas,
soledades nos quita,
confinamientos arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tu rostro
relampaguea.

Es tu risa la luz
más victoriosa,
vencedora de las sombras
y las alondras.
Rival del Sol,
porvenir de tiempos
llenos de amor.

lunes, 13 de abril de 2020

Vivencias de un enclaustrado (12)


Iniciamos otra semana (¿cuántas?) de cautiverio, de un encierro que ya soportamos con pocas ganas (¿tuvimos alguna?) y en el que tenemos que hacer esfuerzos por contener la apatía y ocultar la hartura. Estamos a merced de las incertidumbres y la ceguera. No sabemos qué va a pasar ni vemos una salida clara a este túnel. Toleramos, a la fuerza, este confinamiento jamás imaginado como aguantamos la vejez cuando nos llega: porque no hemos podido esquivar ninguna de las dos cosas. Nos caen encima de improviso, sin habernos preparado en la vida para experiencias tan limitantes y angustiosas. Las sentimos como si nos amputaran habilidades y deseos, no sólo movimientos, que transforman nuestro ser y nos agrian el carácter. A estas alturas, ya ni las bromas nos hacen forzar una mueca que parezca una sonrisa, ni los afanes de quienes nos acompañan llaman nuestra atención o nos entretienen. Ni siquiera las actitudes de los demás, como la de los que se dedican a aplaudir todas las tardes a los sanitarios, nos irritan por su hipocresía, al aplaudirse a sí mismos para darse ánimos en vez de considerar siempre la dedicación profesional de los que no respetan más que en estas circunstancias.

Este tiempo congelado incita a recluirnos cada vez más en nosotros mismos, a enclaustrarnos en silencio en nuestra intimidad, aislarnos del entorno y de todos, abstraídos en consumir jornadas siempre semejantes y horas, todas vacías. A dejarnos invadir por el desaliento de si seremos capaces de extraer alguna enseñanza de estos momentos excepcionales y admitir nuestra necesidad de políticas de justicia social, sanidad pública y educación pública para afrontar, como colectividad, embates para los que individualmente somos vulnerables, sobre todo si no somos pudientes. Si, en estos tiempos líquidos y turbios, sabremos reconocer que nuestros sentimientos morales se han corrompido, como diría Tony Judt, al volvernos insensibles a los costes humanos que están teniendo elecciones políticas que creemos racionales, pero que anteponen el capital a las personas. O si cambiaremos nuestro desquiciado estilo de vida, enfocado al consumismo, el materialismo y las máquinas, que nos aleja cada vez más de la naturaleza y de los demás seres humanos, como advirtiera hace tiempo Jürgen Habermas. No podemos evitar que, con tanta soledad y abatimiento, descubramos el monstruo que llevamos dentro y perdamos la esperanza en nosotros mismos y en un futuro sin tinieblas. Y nos da miedo.     

sábado, 11 de abril de 2020

El virus y los populistas


Conforme la infección se ha ido extendiendo por el planeta, algunos gobernantes dicharacheros han tenido que arrepentirse del menosprecio y la infravaloración con que saludaron la aparición de una pandemia causada por el virus Covid-19 en el mundo. Sobrevaloraron su propia capacidad de enfrentarse a ella, creyendo que sus países serían inmunes a una epidemia que desconoce fronteras tanto como ellos humildad e inteligencia. Y han tenido que tragarse sus palabras y adoptar medidas que descalificaron como propias de sociedades vulnerables o crédulas de un conocimiento basado en la ciencia que ellos se permiten cuestionar, como el que preconiza el cambio climático.

Tales líderes, negacionistas de la racionalidad empírica cuando contraviene sus intereses, forman parte de una lista de charlatanes que, aunque corta, representa lo más granado de la necedad mundial y el populismo redentorista y demagógico. Bocazas que, en el caso de la pandemia, no dudaron en mofarse de unas medidas excepcionales de prevención adoptadas en otras latitudes para aislar a la población, confinándola en sus domicilios, y así frenar la propagación de una epidemia que se expande de manera increíble. Tampoco les importó que dichas medidas fueran aconsejadas en consenso por la comunidad científica, integrada por médicos, epidemiólogos, sociólogos y virólogos, entre otros expertos, con objeto de proteger a la población por encima de cualquier otra consideración.

Sin embargo, cuando el azote pandémico hubo alcanzado a sus países, han tenido que desdecirse de sus descalificaciones y tomar taza y media del caldo que habían rechazado. Al final, han tenido que actuar con idéntica improvisación que cuestionaron en otros, a pesar de sus balandronadas iniciales. Se han visto superados por la tozuda realidad que negaban en un afán por anteponer la economía y los negocios a las vidas humanas. A estas alturas de una desgracia que a todos nos tiene acogotados, es posible señalar a los insensatos que gobiernan países con la osadía del ignorante, incapaces de apreciar una emergencia sanitaria, inédita en nuestra época, hasta que no la tienen encima. Estos son los más destacados de entre ellos. Y los más peligrosos:  

Boris Johnson, el premier británico conocido por su pelo alborotado, como sus ideas, y por sacar a Inglaterra de la Unión Europea, estaba convencido de que luchar contra la pandemia del virus Covid-19 mediante el confinamiento de la población era una tontería, puesto que el patógeno acabaría inevitablemente contagiando a más de la mitad de los habitantes del Reino Unido. Pensaba, por consiguiente, que lo más acertado sería que las personas afrontaran la enfermedad para que un 60 por ciento de ellas acabara adquiriendo inmunidad, “inmunidad de grupo”. Tales cálculos comprendían que, de los 40 millones de británicos que enfermarían, el uno por ciento moriría por la letalidad del virus, es decir, unas 400.000 personas. El líder parecía, así, asumir que esa cifra de “daños colaterales” sería inevitable en su estrategia para enfrentarse a la mayor pandemia que se produce este siglo en el mundo. Estaba decidido, por tanto, a retrasar, como así hizo, el cierre de escuelas y el aislamiento de la población -como hicieron otros países-, al confiar en que la inmensa mayoría de los contagios, según su hipótesis, sería de jóvenes y personas saludables que adquirirían esa “inmunidad de grupo” al superar la enfermedad como si padecieran un simple resfriado o gripe. Se supone que el resto de la población tendría que esperar a que el virus desapareciera por sí solo o engrosar el balance de damnificados a causa de la soberbia de un gobernante ignaro.

El torrente de críticas vertidas por retrasar esa implantación de las medidas de prevención, encaminadas a limitar el avance de la pandemia en su país, sólo surtió efecto cuando el propio primer ministro acabó siendo contagiado por la enfermedad, curiosamente un día después de que el príncipe Carlos también contrajera la infección. Su pretensión de no decretar la cuarentena total, subestimando la epidemia en aras de proteger la economía, tuvo que ser descartada cuando el propio Boris Johnson pasó a formar parte del contingente de probables “daños colaterales” del virus. Una irresponsabilidad que pudo salirle cara, puesto que tuvo que ser ingresado en una UCI hospitalaria al agravarse su estado de salud y presentar problemas respiratorios que podrían interesar su vida, el destino previsto para ese uno por ciento de compatriotas que le resultaban indiferentes.

Otro consumado charlatán, líder mundial del populismo nacionalista, nativista y racista, es Donald Trump, presidente de Estados Unidos de América (EE UU). Del mismo modo que su colega británico, también creyó que el asunto no sería para tanto y que tenía el virus “controlado en este momento, es un problema muy pequeño”, como lo despachó en un mitin. Su obsesión era entonces que la Bolsa de Nueva York fuera bien y no reflejara como amenaza para la economía a una pandemia que se inició en China. Incluso esta procedencia de la epidemia le sirvió a Trump para continuar su enfrentamiento comercial con aquel país, tratando de desprestigiarlo al bautizar despectivamente al germen como el “virus chino”. Se jactó de frivolizar, en todas sus apariciones públicas, con las consecuencias humanas de una epidemia de la que había minimizado su verdadera magnitud, a pesar de las evidencias científicas y las reacciones de los países donde surgía cada foco nuevo. Su gran temor era, y es, que la emergencia de esta crisis sanitaria anulara los aspectos positivos de una economía que, de momento, parecía responder a sus iniciativas aislacionistas y proteccionistas, tal vez el único argumento favorable para su reelección en las presidenciales del próximo noviembre.

Pero, como Boris Johnson, calculó mal. EE UU es actualmente el nuevo epicentro de la pandemia, al contar con el mayor número de contagiados del mundo, con una tasa de crecimiento imparable y un número de fallecidos también creciente. La gravedad de la situación es tal que el presidente de Salud Pública norteamericano, Jerome Adams, ha declarado que el país vivirá este momento “como el de Pearl Harbor o el del 11-S”, ante el elevado número de muertes que se espera. Hasta fosas comunes se cavan ya para enterrar a los muertos por la infección no reclamados.

Reacio a implantar el aislamiento social, Trump no ha tenido más remedio que reconocer que el confinamiento era necesario en gran parte del país, como en California o Nueva York, ciudad ésta última en la que la situación es crítica y escasean los recursos materiales y humanos para combatir la emergencia sanitaria. De hecho, la propia Casa Blanca estima ahora que el Covid-19 podría dejar entre 100.000 y 200.000 fallecidos en el país. Y, como en el resto del mundo, la lucha por adquirir respiradores, mascarillas y test de diagnóstico ha llevado a varios estados de la Unión a competir entre ellos por comprarlos donde sea. Ni el país más poderoso del mundo estaba preparado para esto.

Es por ello que la ignorancia de algunos gobernantes, como estos, resulta nefasta para la población de sus países, al ser incapaces de percibir los problemas reales a los que deben enfrentarse, en vez de dedicarse a los problemas ficticios que inventan para exhibir su supuesto talento y dotes de mando. Su cinismo se hace patente a la hora de echar la culpa a los demás cuando las cosas les salen mal. Así, acostumbrado a mentir y practicar la demagogia, Donald Trump critica ahora a la Organización Mundial de la Salud (OMS) por no advertir con tiempo de la magnitud de esta pandemia y por desaconsejar, en su inicio, el cierre de fronteras. Fiel a su obsesión, Trump deduce que la OMS actúa en beneficio de China, razón por la que amenaza con restringir la contribución financiera de EE UU a ese organismo. Utiliza cualquier motivo para hacer política, en este caso, su guerra comercial con China.

Pero hacer política con el virus es la peor estrategia para combatirlo e intentar salvar el mayor número posible de vidas. Pero es lo más fácil cuando no se sabe qué hacer y la actitud ha sido, desgraciadamente, no sólo errónea sino contraproducente, hasta el extremo de convertir a su país en el mayor foco de la infección actualmente en el mundo. Eso sí, por si acaso, Donald Trump se ha hecho reiterados análisis durante todo este tiempo para comprobar que no se ha contagiado, mientras dejaba inerme a sus conciudadanos frente a una epidemia que minimizaba, guiado por prejuicios ideológicos, como buen charlatán hipócrita.

Pero un ejemplo aún más vergonzoso y ridículo de este comportamiento populista, ignorante y manipulador es el ofrecido por el mandatario de Brasil, Jair Bolsonaro. Este ni siquiera se digna rectificar, como los anteriores, sino que continúa relativizando la gravedad de la pandemia que comienza a asolar su país. Tampoco quiere admitir que las restricciones sociales sean necesarias para intentar detener su expansión entre la población. Ni reconoce que esta emergencia constituya una crisis mundial que exige una respuesta extraordinaria. Su negacionismo es tan radical que hasta ministros de su gobierno empiezan a cuestionar y desconfiar de su liderazgo. Y es que un líder, que se permite afirmar públicamente que contagiarse de este virus no es para preocuparse, pues es como padecer una gripezinha o un resfriadinha, no constituye ninguna sorpresa, sino un peligro evidente. Su incontinencia verbal es motivo suficiente para descalificarlo por ignorante e inhabilitarlo para todo cargo público. No se puede poner la salud de las personas y el destino de una nación en manos de personajes tan endebles intelectualmente, cuyas anteojeras ideológicas le impiden seguir los consejos de los expertos en las materias que han de tratar.

Terco como todo fanático, Bolsonaro sigue empeñado en defender el comercio y la economía antes que a los brasileños, razón por la que se niega reconocer la realidad y a imponer una cuarentena a la población, aun cuando varios gobernadores y alcaldes del país ha decretado confinamientos en sus respectivos territorios. Incluso, va en contra de los deseos de los ciudadanos, porque, según un sondeo, un 76 por ciento de los encuestados está a favor de encerrarse en sus casas para detener la propagación de una epidemia que se cebaría sobre los más desprotegidos e indefensos. No hay que olvidar que más de 13 millones de personas viven en Brasil hacinados en asentamientos poblacionales informales, sin servicios básicos y sin un empleo estable que garantice a sus moradores ingresos económicos. No es de extrañar, por tanto, que la pandemia tenga probabilidades de propagarse como la pólvora por unas favelas que ni tienen, ni el gobierno les presta, protección suficiente para contenerla. Tal situación podría desencadenar una enorme crisis sanitaria en Brasil, un país que es ya uno de los más castigados por la pandemia en Latinoamérica.

Sin embargo, ello no quita el sueño al mandatario ultraderechista brasileño, para quien las muertes provocadas por la epidemia no son más preocupantes que las causadas por los accidentes de tráfico. “¿Van a morir algunos? Lo siento. Esta es la vida, así es la realidad”, dijo para justificar su decisión de mantener a toda costa la actividad económica del país. Su fanatismo ideológico le lleva, incluso, a desafiar las medidas dictadas por su propio Ministerio de Salud y solicitar a los brasileños, excepto los ancianos, que regresaran al trabajo y no se quedaran confinados en sus domicilios.

Al contrario que Johnson y Trump, que acabaron, aunque tarde, reconociendo la magnitud de la tragedia, Bolsonaro se empecina en ignorar las recomendaciones científicas que aconsejan el confinamiento para controlar la pandemia, evitar el colapso de los servicios sanitarios de salud, no sufrir desabastecimiento de los recursos y limitar el número de fallecidos. Como todos los charlatanes ignorantes, habla de lo que no sabe y, lo que es peor, pone en riesgo la vida de los demás gratuitamente, por mero interés partidista.

Son muchos los que se comportan como los descritos. Pero estos son los más groseros e impresentables, no sólo ante sus propios conciudadanos, sino ante el mundo entero. Y, sin embargo, el miedo y la demagogia con los que enfrentan a sus votantes a dilemas falsos (seguridad frente a libertades), los encumbran y mantienen en el poder, aun cuando por su actitud, su sectarismo, su ignorancia y su mediocridad representen más un peligro que una solución para el interés general. Ahí están y por sus hechos los conocemos.

viernes, 10 de abril de 2020

Vivencias de un enclaustrado (11)


El tiempo parece que se lentifica como el cauce bajo de un río. Sin embargo, no deja de fluir imperceptiblemente, transportando nuestras vivencias hacia una desembocadura que se nos antoja lejana, casi inalcanzable. La vida, como los ríos, sólo se detiene cuando se pierde, cuando se evapora el aliento líquido que le insta a recorrer todo el trayecto de su existencia, desde los briosos trechos iniciales hasta las remansadas etapas próximas a su disolución en la nada, el mar donde mueren los ríos.

El confinamiento que estamos padeciendo es una especie de tiempo estancado en un recodo que debería recorrer sin obstáculos, libre por un cauce bordeado de expectativas que se extienden hasta la línea infinita del horizonte. Un tiempo de horas tranquilas ocupadas por una abulia que nos hace olvidar que ni siquiera este remanso es inmóvil, muchos menos perpetuo. Continúa avanzando, sin dejarnos recordar que sólo fue ayer cuando nos precipitábamos por la cascada de un año nuevo, arrancando en la caída otra hoja del calendario. Así, nos hizo recorrer los rápidos de un año que se estrenaba con la investidura de un gobierno, después de un largo período de inestabilidad y elecciones inútiles, que apenas ha podido desarrollar su cometido.

Y, sin darnos suspiro, permitió que marzo nos sorprendiese en esta charca pútrida, de aguas estancadas de las que emergen vaharadas tóxicas que nos obligan usar mascarillas, sin saber cómo escapar más que dejándonos ir a la deriva, petrificados por el miedo y la desesperación, cual hojas tristes que flotan en su superficie. Pero se trata de una inmovilidad ilusoria, puesto que hasta las hojas acabarán siendo arrastradas finalmente por la lámina del tiempo hacia nuevos meandros, donde fertilizará campos y proyectos, llenándonos de vida, y en los que volverá acelerarse y a ofuscarnos con una cotidianidad añorada. Porque, aunque el tiempo parezca que se enlentece, jamás se detiene. Es cuestión de dejarse llevar sin perder la paciencia.     

miércoles, 8 de abril de 2020

Aforismos (2)


> Temo más a la vida que a la muerte. La muerte no te engaña, la vida te embauca.

> La felicidad es una ilusión coyuntural de la existencia, que es estructuralmente trágica.

> La demencia senil es el recurso de la mente para desertar de un cuerpo vencido por el tiempo, una estrategia para desentenderse del organismo que debía controlar y que sufre amputaciones funcionales, carcomido por el óxido.

> ¿Qué es la salud? Una máscara de la muerte. ¿Y la enfermedad? Avisos de que está desenmascarándose.

> Junto a cada porqué siempre aparece un por qué no. Así brota el germen de las revoluciones y las herejías. Todo el que cuestiona lo aparente o lo establecido es un heterodoxo, un peligroso subversivo.

> Si pudiéramos conocer nuestro futuro, renunciaríamos del presente y aborreceríamos el pasado. Nunca estamos contentos con nosotros mismos.

> “El antídoto contra el aburrimiento es el miedo”, afirma Cioran en un aforismo (Cuadernos, 1957-1972, pág. 294). Si lo sabrá él, que siempre se sintió extraño hasta de sí mismo.

lunes, 6 de abril de 2020

Vivencias de un enclaustrado (10)

Estos días desangelados transcurren lentamente, sus horas parece que, a veces, se detienen, como si se entretuvieran con una mosca que revolotea confinada, como uno, en el salón. Ni el insecto ni yo sabemos qué hacer, salvo esperar. Aguardar a que las manecillas del reloj sigan girando con su parsimonia indiferente y anodina. Llevamos ya cerca de un mes aislados en nuestros propios domicilios y todavía hay que apurar dos semanas más que el gobierno ha agregado a este encierro infinito. Las referencias a la guerra, con la que lo comparan para que se nos haga más llevadero, son inútiles para quienes no la hemos vivido. Hace más de ochenta años de la última matanza fratricida en España para que sobreviva alguien que la recuerde. Por eso a todos nos sorprende y angustia permanecer encerrados tanto tiempo, guarecidos de un enemigo invisible al que nos enfrentamos con reflejos bélicos. Nos refugiamos en las trincheras de nuestras casas.

Y mientras estamos enclaustrados para sortear al enemigo, pienso en las rutinas que hemos abandonado, en la cotidianidad perdida de nuestras vidas, cuando en una semana como ésta los tambores y las trompetas acompañaban a las procesiones de Semana Santa. Nunca me gustaron, pero echo de menos salir a la calle para esquivarlas y encontrar amigos con quienes cuestionarlas. Eran excusa para unas vacaciones cortas o de ocio que cada cual aprovechaba a su manera. Unos, integrándose en las aglomeraciones religiosas; otros, huyendo de ellas. Sea como fuere, prefiero la tradición bulliciosa a este confinamiento obligatorio. Para colmo, estos momentos de negrura se tornan tristes por la muerte de un viejo “amigo”, que nunca tuve el placer de conocer personalmente, pero que hizo con su música que mi vida fuera más dichosa y agradable. Anteayer murió Luis Eduardo Aute, un cantautor virtuoso, un poeta de canciones y un pintor de música. Este encierro se está llenando de malos recuerdos.      

sábado, 4 de abril de 2020

No dejaré de escucharte, Aute

En este día aciago, de reclusión, epidemias y muerte, ennegrece aún más su grisura, si cabe, el fallecimiento del cantautor, pintor, poeta y escritor Luis Eduardo Aute, un icono insustituible de mi memoria musical y un referente artístico para más de una generación de españoles. No por esperada, porque desde el año 2016 estaba en coma tras sufrir un infarto, su muerte me resulta menos dolorosa.

Aute, con esa pinta de bohemio sentimental, rasgueaba su guitarra para ponernos los pelos de punta con su voz, menos grave pero igual de susurrante que la Leonard Cohen, y con las letras de unas canciones que desnudaban nuestras emociones. Su poética y sensibilidad musical eran excepcionales, siempre centradas en el amor, el compromiso y la amistad. Fue un compositor fecundo que ayudó que otros cantantes alcanzaran notables éxitos interpretando sus canciones. De hecho, así fue como lo conocí en mi adolescencia, cuando “Aleluya nº 1” y Rosas en el mar”, que le dieron fama a Massiel, destacaban sobre la mediocridad de la música popera y desenfada de aquella época. “Al alba”, una letra comprometida que se convirtió casi en un himno, logró burlar la censura de la dictadura disfrazada de desgarro romántico, cuando en realidad era un lamento por las víctimas de los últimos fusilamientos del franquismo.

La música de Aute me ha acompañado, de manera tan irregular como su propia producción artística, durante más de cincuenta años de mi vida, junto a la de otros autores que también me han dejado huérfano de referentes musicales. El tiempo transcurre, inevitablemente, para todos. Lo último que adquirí sobre él, en el año 2000, fue el disco homenaje que le tributaron artistas como Ana Belén, Juan Manuel Serrat, José Mercé, Joaquín Sabina, Jorge Drexler, Rosendo y otros, en el que versionaban sus canciones. Hoy suena mi tocadiscos en honor de Luis Eduardo Aute, un músico renacentista, de amplios registros e intereses, que ha muerto hoy a los 76 años. Nunca dejaré de escuchar sus canciones.



Vivencias de un enclaustrado (9)


Nunca imaginé que el país entero diera un frenazo de esta manera. Casi toda la actividad económica ha parado en seco, mandando a un millón de trabajadores al desempleo y a la ansiedad por su futuro. Para un país que vive del turismo y los servicios, lo que nos aguarda es horrible. Todos los hoteles han cerrado, excepto algunos que se han transformados en clínicas para aislar a profesionales que deben continuar con su actividad (sanitarios, policías, camioneros, etc.) o personas contagiadas, pero sin síntomas. La construcción también ha tenido que interrumpir su faena con los ladrillos y el cemento, condenando a sus obreros al paro. Además, bares, restaurantes y comercio en general han echado las persianas. Todo se ha paralizado y las consecuencias se auguran muy negras para el bolsillo de la inmensa mayoría de la población. La pobreza y la precariedad amenazan el día después de esta pandemia.

Mientras tanto, los ciudadanos seguimos encerrados en nuestras casas por tercera semana consecutiva. Ya nos cansan las series, la lectura, los noticieros y los aplausos en los balcones. Miramos tras las ventanas con idéntica amargura que los presos tras las rejas. Los niños están alborotados y los adultos muy serios, guardando un silencio espeso que denota hartazgo. Ni salir por papel higiénico nos parece ya una aventura de distracción, como al principio del encierro. Con todo, somos afortunados. En otras partes del mundo la situación es mucho peor. Dos terceras partes de la humanidad carece de agua corriente, malvive hacinada en cubículos minúsculos, no tiene acceso a una básica asistencia sanitaria y no puede soñar con pelearse por adquirir guantes, mascarillas y lejía. Como comenta Lluís Bassets en su columna, disfrutamos el privilegio de los confinados. Debemos agradecer el poder estarlo, aunque nos cueste.

viernes, 3 de abril de 2020

Coronavirus: entre el reproche y la improvisación


Nadie en el mundo imaginaba la aparición de una pandemia mundial como la del coronavirus Covid-19. Ningún país estaba preparado para una emergencia sanitaria de envergadura global y propagación rápida, como esta. Por donde ha surgido, la capacidad de reacción ante un problema epidémico de tal naturaleza ha sido tardía y, en la mayoría de los casos, improvisada. De la indiferencia inicial con que se percibía la génesis de la pandemia, como un asunto lejano y de sociedades poco protegidas sanitariamente, a la descoordinación vivida en Occidente cuando la infección lo ha golpeado, sin detenerse en fronteras o culturas, esta crisis sanitaria ha desatado un abanico de reacciones, que ha ido desde la improvisación hasta el reproche “repugnante”, dependiendo de cómo la pandemia ha afectado a cada país. Todo un alarde de lo que no debería hacerse cuando se precisa la ayuda de todos para afrontar un problema que atañe al conjunto de la humanidad.

Europa es muestra paradigmática de ese comportamiento egoísta e insolidario en la defensa a ultranza de las personas y sus vidas, no de sus bienes o negocios. El virus ha brotado de forma explosiva en Italia al poco de aparecer en China. De allí ha saltado a España y, poco a poco, va adentrándose en el Continente con la virulencia que le permiten los distintos sistemas nacionales de salud y las iniciativas de sus gobiernos. No existen aduanas para una pandemia que se extiende desde Asia a Europa, de Rusia a EE UU y de Sudamérica a África, sin dejar atrás Oceanía. En todas partes, cada cual se presta a combatirla como puede, con sus propios recursos y su ciencia.

Por motivos complejos, no sólo de estructura económica, los países del sur de Europa vuelven a destacar por la magnitud de esta tragedia, a la que se enfrentan con los instrumentos de sus respectivos Estados de Bienestar y limitadas capacidades. Pero también con la descoordinación y la incomprensión de los que creen estar a salvo de este mal por disponer de una economía saneada. Una actitud decepcionante e inesperada entre socios de un proyecto de unidad política que debiera integrar, además del comercio, la economía y una moneda, también a las personas y la protección de sus vidas. Algunos motivos podrían explicar tal actitud, pero no justificarla. En cualquier caso, no es momento de reproches, sino de arrimar el hombro, de remar todos en la misma dirección y de demostrar que Europa es la casa común de quienes son considerados europeos, hogar en el que todos confiaban encontrar refugio y no sólo un simple zoco comercial. De ser así, sería oportuno replantearse un proyecto que se muestra inútil frente a una amenaza sanitaria universal, a pesar de que desde el individualismo estatal tampoco está asegurado ninguna protección ante amenazas globales, como esta crisis se ha encargado de demostrar.

Y una vez más, desgraciadamente, los ricos vuelven a desentenderse de los pobres, propugnando dejarlos a su suerte. Así, Europa vuelve a dividirse, a la hora de actuar unida frente a la emergencia sanitaria, entre países ricos del norte y países pobres del sur, estos últimos, precisamente, los más castigados por la pandemia en suelo europeo y los que reclaman ayuda para afrontar un problema mundial. Y en nombre de los ricos, Holanda, por boca de su ministro de Finanzas, Wopke Hoekstra, ha reprochado a los pobres, en concreto a España, no haber ahorrado lo suficiente para hacer frente a la crisis de Covid-19. De esta manera, los Países Bajos, gobernados por una coalición de ultraderecha y euroescépticos, antepone el rigor fiscal y la economía a la solidaridad y el derecho a la vida. Es decir, exhibe la indiferencia de los privilegiados ante el drama humano de los socios desgraciados de la UE. Sin embargo, su visión no es moral, aunque implique consecuencias éticas, sino económica. Aducen que “la solidaridad europea es la liquidez en la UE”, con la que participa la solidaridad neerlandesa. Un rigor contable ante un problema humano.

El caso es que, efectivamente, España podía haber estado mejor equipada para afrontar la crisis del Covid-19 si hubiera puesto en marcha medidas preventivas, guardadas en su día para mejor ocasión. Por eso, se ha visto sorprendida sin las suficientes estructuras de prevención y salud pública exigibles, aprobadas, en el año 2011, en el texto de la Ley General de Salud, y que jamás se desarrollaron con la excusa de una crisis económica. ¿Se acuerdan?

Por aquel tiempo, tras la pandemia de la Gripe A, se entendió necesario disponer de una Agencia Estatal de Salud Pública o de un centro estatal, en su defecto, que garantice una acción coordinada con las comunidades autónomas ante nuevas emergencias sanitarias. Tales medidas sufrieron los efectos de los recortes presupuestarios que podaron la sanidad española de forma dramática. Años en los que pasaron a iniciativa privada muchos hospitales de Madrid y de otras comunidades, la mayoría de las cuales estaban gobernadas por conservadores, bajo la premisa de obtener la mayor rentabilidad al menor costo. Fue la época en que se intentó el cierre y desmantelamiento del Hospital Carlos III de Madrid, especializado en el diagnóstico y tratamiento de pandemias y enfermedades emergentes, iniciativa abortada por el brote de Ébola en África que contagió a un sacerdote español al que hubo que repatriar y aislar en dicho centro. Ya no nos acordamos de todos esos desmanes que han propiciado que la sanidad española apenas tenga margen de maniobra para afrontar imprevistos. Y que carezca de mecanismos federales de recopilación de información, gestión de crisis y planes de respuesta coordinados con las comunidades autónomas que faciliten la movilización de los recursos disponibles en un país descentralizado como el nuestro.

No se trata, por tanto, sólo de un problema de rigor fiscal, como reprochan los holandeses, sino de prioridades en el gasto público, lo que ha constreñido a la sanidad española, provocando que ahora se echen de menos, incluso, planes de contingencia, que no se han desarrollado, y hasta un registro de personal y medios susceptibles de ser trasladados en caso de necesidad. Aquella ley jamás desarrollada, porque lo importante entonces era socorrer a los bancos gracias al rescate europeo, contemplaba “sistemas de alerta precoz y respuesta rápida” que tampoco se pusieron en marcha, lo que probablemente hubiera posibilitado actuar con mayor diligencia y premura durante la actual pandemia. Parece inconcebible que se considerase un derroche, como entendió algún neoliberal de los que abundan, contar con camas “ociosas” de UCI por si surgía alguna necesidad, cosa que ahora vemos pertinente, y no que España, con 9,4 camas por cada 100.000 habitantes, estaba -y todavía está- bastante atrasada con respecto a las 29 de Alemania y otros países de nuestro entorno. Ya es muy tarde para rectificar hoy, pero no para mañana. Ni los hospitales ni las camas de críticos ni los respiradores ni el personal sanitario surgen por ensalmo, no se improvisan de la noche a la mañana, cuando el problema nos castiga de lleno: ha de preverse.

De ahí que esta crisis del Covid-19 afecte a unos países más que a otros. Pero más que ahorros y economías saneadas, la diferencia la establece la previsión y las prioridades en el gasto público. Si alguna enseñanza hubiera que extraerse de esta crisis es la de que hay que reforzar, y mucho, nuestro Estado de Bienestar, modificar nuestro estilo de vida, rediseñar Europa hasta completar una verdadera unión social y política, también fiscal, y, por supuesto, ahorrar. Pero, todo ello, se acometerá cuando recuperemos la salud, la confianza y la normalidad. Antes, todas las energías deberán centrarse en salvar vidas. No es momento de ejercer de profetas a toro pasado o hacerse el sueco, digo, el holandés.

miércoles, 1 de abril de 2020

Aforismos (1)


> Hace cincuenta años, cuando era adolescente, quise escribir un libro acerca de la historia de mi vida. Desde entonces he tratado de encontrar algo digno o interesante que contar. Tan sólo he conseguido ser un boceto de mí mismo, una obra siempre pendiente.

> Escribir ha sido siempre mi máximo anhelo. También volar, elevarme ingrávido para flotar libre en el aire. Cada vez que me embeleso con un pájaro que surca los cielos, me invade una frustración parecida a la de los libros que nunca he escrito. Siento plomo en las alas y en la pluma.

> ¿Qué es el ser? La Nada consciente.

> Cualquier mujer puede ser puta o monja. Lo difícil es ser otra cosa sin esfuerzo, dignidad y en contra los estereotipos que la subordinan al varón. Se le exige a la mujer más valentía para ser mujer que al hombre por serlo.

> Sólo dormido, disuelto en las tinieblas de la noche, logro abrigar certezas, superar incapacidades y resolver misterios insondables. Pero en cuanto despierto vuelvo a estar dominado por incertidumbres, debilidades e incapacidades hasta para enfrentarme a un problema de álgebra. Soy un ser dotado para el sueño.

> La vida… esa Nada condensada, un coágulo de Nada.