sábado, 30 de octubre de 2010

Protesta contra el aborto

Se ha celebrado en Sevilla un congreso “abortista” (el uso del lenguaje no es neutral) que hubiera pasado desapercibido si no fuera por el “ruido” que han originado los que están en contra de una práctica que lleva más de 30 años legalizada en nuestro país. Alrededor de 5.000 personas -según los organizadores-, ó 2.500 -en cifras del Centro de Coordinación Operativa (CECOP) del Ayuntamiento hispalense-, se manifestaron la semana pasada contra la celebración del IX Congreso de Profesionales del Aborto y la Contracepción, convocados por más de 60 colectivos antiabortistas, entre los que destacan la Comunión Tradicionalista Carlista, el Arzobispado, hermandades y cofradías de la ciudad, la Fundación de Escuelas Parroquiales de Sevilla y un amplio apoyo en los medios de comunicación local afines. Incluso se realizó una vigilia en una iglesia de la Capital a instancias de la Archidiócesis, se distribuyó una pastoral proclamando un “rotundo sí a la vida”, se realizó una adoración silenciosa en otra iglesia en “desagravio” a la afrenta, se pidió el boicot a las familias españolas contra la empresa hotelera por facilitar la celebración del congreso y se fletaron autobuses desde Antequera, Ávila, Córdoba, Granada, Jaén, Mancha Real, Pamplona, Linares, Madrid y Málaga para expresar un contundente “rechazo al aborto”, mediante lemas tales como “Sevilla, capital de la vida” o “Sevilla, contra el aborto”.

Que profesionales sanitarios se reúnan para compartir y actualizar conocimientos es harto frecuente en medicina. Incluso los que debaten sobre cuidados paliativos organizan sus foros sin que ello despierte tan duro enfrentamiento, aún cuando la proyección mediática multiplique una importancia de la que carecen en la atención de la gente. Pero esta protesta contra el aborto en Sevilla ha desbordado los límites del sentido común, aunque haya servido para conocer a cada parte, donde un grupo de 3.000 personas, traídas incluso de otras provincias, no representa siquiera al colectivo de feligreses que, dentro de la iglesia, se sienten incómodos con posturas intransigentes y trasnochadas.

El aborto es, en todo caso, una decisión difícil y extrema de la mujer, en la que se mezclan consideraciones mucho más allá de las simplemente médicas. Convergen aspectos personales, médicos, morales y filosóficos. Pero, dando por sentado de que no existe ninguna actividad humana ajena a planteamientos ideológicos, impedir lo que es una práctica a escala mundial para la interrupción voluntaria del embarazo por consideraciones religiosas sería anteponer las creencias a la ciencia. Se trata de una cuestión muy respetable en quienes, en su ámbito particular, así lo asumen. Pero tratar de imponerlo al resto de la sociedad, promoviendo todo tipo de coacciones, es intolerable. Tal actitud, además, resta autoridad a los detractores del aborto por faltar el respeto a seres adultos que difieren de ellos. Los que se dicen defensores de la vida no aceptan el libre pensamiento que surge de la inteligencia en individuos plenamente desarrollados y en plenitud de sus facultades. Parece que prefieren hacer batalla de un embrión. Nada que objetar si, en sentido recíproco, esos detractores vociferantes, con o sin máscara, respetaran a los que consideran que las células de la mórula del inicio de una gestación, en su etapa embrionaria, aún no es un ser humano en sentido legal ni biológico. Es una disquisición filosófica que se instrumenta moralmente. Y la moral sirve para guiar nuestras conductas, no para ser impuesta a la fuerza. ¿Qué usted está en contra del aborto? No aborte, nadie le obliga. Pero no impida que los demás piensen lo que quieran y actúen en concordancia con las leyes y la ciencia. Esa es la diferencia.

domingo, 24 de octubre de 2010

El personaje

Permaneció muchos años en aquel sitio, sufriendo las inclemencias del tiempo. La gente lo miraba al pasar e incluso hubo quien se detuvo a contemplarlo entre el asombro y la curiosidad. Los niños intentaron tocarlo con simpática inocencia, mientras que inevitables aviesos pretendieron hacerlo desaparecer con gamberradas sobre su figura. Así pasó el tiempo hasta que derribaron la pared y con ella el personaje que un grafitero había dibujado con absoluta perfección. Muchos lo echaron de menos: hacía más humano aquel rincón de la ciudad.

sábado, 23 de octubre de 2010

Política soporífera

A veces resulta insoportable el peso de la política sobre la vida diaria. No dudo de su importancia para intervenir en la “cosa pública”, pero que acapare la atención de una manera tan absoluta me provoca hastío, máxime cuando los comentarios y análisis procuran presentarnos una política llena de maniqueísmos y estereotipos tan trasnochada como falsa. Ni todo está tan mal como denuncian los que auguran calamidades, ni tan bien como pregonan los valedores del optimismo a ultranza. Nada es blanco o negro de forma categórica, de la misma manera que las vicisitudes de las que somos testigos son originales.

La democracia española se contempla en el espejo social como si estuviera descubriendo una forma de gobierno inimitable cuando desde Atenas hasta hoy apenas ha evolucionado de forma sustancial. El mundo está lleno de ejemplos de todo tipo de gobiernos y regímenes (parlamentarios, presidencialistas, federales, centralistas, de coalición, mayoritarios, etc.) democráticos que ya han ensayado todas las combinaciones que hacen posible el ejercicio de gobernar. Acaparar la atención con situaciones tan conocidas produce sopor, máxime cuando en el mundo existen auténticas desgracias que condenan a millones de personas a la pobreza, al hambre, la enfermedad y la muerte. Reconozco que la cercanía hace que parezcan más importantes los asuntos que nos afectan, pero una reestructuración del gabinete de Zapatero no puede ocultar la catástrofe que asola Haití con la aparición ahora de una epidemia de cólera que se llevará por delante a muchas vidas humanas ya golpeadas por un terremoto que las dejó sin viviendas y sin recursos. Que aquí suprimamos un ministerio de la vivienda, en este contexto, parece menor y jocoso si no conociéramos a aquellas víctimas y las tuviéramos presentes a la hora de exigir una reducción del gasto en cooperación. Ni que el nombramiento de Rosa Aguilar como ministra sea más relevante que las inundaciones que afectaron a una quinta parte de Pakistán el pasado mes de julio.

A veces hay que alejarse de lo propio para poder ubicarse en la realidad. Es entonces cuando con sinceridad se puede valorar con rigor lo que sucede. Se constata así que el predominio de la política interna en nuestras preocupaciones causa sopor, el sopor de una consciencia adormilada e insensible a las catástrofes que causan mayores estragos que nuestros propios padecimientos. Nos sobra egoísmo y nos falta ecuanimidad.

jueves, 21 de octubre de 2010

Derecho de réplica

Decía Scalfari, fundador del diario La Repubblica de Italia, que “periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente”. Ese contar lo que nos sucede está esculpido en la Constitución española como un derecho fundamental en el marco de las libertades civiles que definen a una sociedad democrática. Se trata de una garantía que pertenece a la sociedad para estar informada, en el marco del pluralismo que impregna al conjunto social, a fin de disponer de una opinión pública con capacidad para discernir, decidir y poder defenderse frente a los ataques o agravios que puedan socavar las libertades y seguridad democráticas.


Los periodistas, en particular, y los medios de comunicación, en general, se convierten de este modo en mediadores de la prestación de unos derechos, de información y libertad de expresión, cuyos destinatarios últimos son los ciudadanos. Tal labor de mediación adquiere la relevancia de un servicio público que ha de procurar el disfrute de tales derechos, sin manipulaciones ni intereses espurios. Y la premisa básica para ello es contar siempre la verdad, aún sabiendo que la verdad objetiva no existe, sino múltiples versiones subjetivas y parciales de ella. Aquí radica el primer compromiso ético del periodista: el respeto a la verdad.

De ese compromiso se derivan todas las actuaciones y procedimientos que, más allá de lo que exijan los imperativos jurídicos y legales, hacen prevalecer la búsqueda de la verdad, basada en la libertad de investigar, la honestidad de la información, la relevancia de los hechos, el contraste de las fuentes, la libertad de comentario y crítica y, en definitiva, la exhaustiva diligencia profesional del periodista, sobre cualquier otra consideración económica, empresarial, política, etc.

Sin embargo, aún cumpliendo escrupulosamente el principio ético de la verdad, como humanos los periodistas pueden cometer errores y omisiones en la publicación de las noticias. Incluso puede suceder que el derecho a la información, así entendido, pueda colisionar con otros derechos fundamentales de las personas, como el del honor, la intimidad y la propia imagen, y que están igualmente reconocidos por la Constitución. En tales casos, es tanta la protección del derecho a la infoirmación que esos otros derechos quedan supeditados a la primacía de la libertad para informar sobre hechos de relevancia social, cuya trascendencia, para la formación de la opinión pública, hace que prevalezca el interés público al particular, siempre y cuando se trate de informaciones veraces, relevantes y necesarias para el derecho a saber de la sociedad, y que los ámbitos privados invadidos tengan incidencia en la vida pública. Evidentemente, hay abusos (prensa del corazón, por ejemplo) porque no todo es información y en su nombre se cometen atropellos abominables.

Pero en aquellas otras ocasiones donde se producen errores u omisiones, el atributo a la verdad obligará a reconocer y rectificar la información ofrecida equivocadamente a la mayor brevedad y permitiendo al afectado (persona o institución) poder expresar su réplica. Esta posibilidad de enmendar yerros, inserta en el compromiso con la verdad del periodista, es lo que constituye el derecho de réplica. Se reconoce con él la probabilidad de errores a la hora de elaborar una información, pero al mismo tiempo se posibilita la capacidad de restaurarlos, dando voz a la parte afectada para aproximarnos a la verdad menos parcial de los hechos. Es un instrumento legal que disponen los ciudadanos a la hora de enfrentarse a los medios y a su poderosa influencia.

Ello debe contemplarse desde la consideración de que los ciudadanos son los sujetos de los derechos y su relación con los medios de comunicación -meros intermediarios de la información, no sus propietarios-, deberá permitir el control de los mismos, mediante el derecho de réplica y rectificación, amén de los mecanismos que las leyes dispongan al efecto. Más que una cortapisa, es una oportunidad del periodismo para complementar la información y aproximarse a la verdad: único compromiso del periodista. Y una exigencia de los lectores.

martes, 19 de octubre de 2010

La saturación informativa

La “infopolución” y la trivialización de la información se consigue con el exceso de noticias e información que aparentemente tenemos a nuestra disposición. Es una forma de dominación que el sistema ejerce sobre nosotros, consciente de que la mayoría nos conformamos con leer titulares sin investigar las causas profundas de los problemas. La consolidación del imperio de los googles y las wikipedias, pero también de los medios de comunicación en general. La mayoría de ellos busca la masa, al público inmenso e indiferenciado que consume información con la misma pulsión con que adquiere cualquier otro producto: consumo.

La información, en vez de aportar datos y criterios razonados de comprensión, ofrece espectacularización, se convierte ella misma en espectáculo, adelgazando hasta la simplificación los hechos y construyendo mensajes emotivos que buscan conmover, no convencer con el raciocinio. De esa manera pretendemos conocer el mundo, a través de pantallas audiovisuales que nos deslumbran con imágenes brillantes que no requieren una actitud activa de asimilación, sino simple contemplación pasiva y desocupada. El triunfo de la imagen sobre unos textos que, de existir, han de ser breves y concisos. No hay investigación y estudio, sino mera recopilación de datos repetitivos hasta la saciedad a través de las redes, sin confirmación ni contraste en fuentes fiables.

Con ello elaboramos un simulacro de la realidad, una versión naif de lo que sucede para calmar nuestra curiosidad superficial por el entorno. Si todos ofrecen lo mismo, se acude al espectáculo para competir, para captar la atención. Lo importante, entonces, no es el delito cometido, sino los personajillos que están implicados y las caras compungidas con que acuden a los juzgados. Adquiere relevancia lo superfluo y banal, no las causas que interesan a la sociedad para evitar y solucionar los problemas.

Lo grave es que estamos tan habituados a esa “estandarización” de la información que creemos que es información, no manipulación. Posiblemente no sea intencionada, sino derivada de la cultura de masas en la que estamos inmersos, pero es igual de embrutecedora que la más obtusa de las censuras. Es infopolución y es tóxica. Nadie puede escapar de esa saturación informativa, pero se puede ser consciente de sus efectos, abriéndonos a la pluralidad y ampliando lecturas.

El ánimo del premio

No se hacen las cosas para recibir el reconocimiento de los demás, sino por el hecho de cumplir con tus obligaciones con honestidad y el mejor desempeño posible. Y eso, precisamente, es lo que a veces valoran quienes descubren tu trabajo: la dedicación con la que intentas hacer lo correcto. No se trata de conseguir la perfección, que es imposible, sino esforzarse como si se pudiera alcanzar. Y esa pretensión es lo que premian los demás al reconocer tu trabajo con algún galardón, siempre inmerecido. Sin embargo, más que el premio entre compañeros, lo halagador es el espaldarazo simbólico que un fallo así te insufla para continuar desempeñando tu tarea con una ilusión renovada. Es como el abrazo que te anima a seguir trabajando como lo vienes haciendo: con honestidad y el mejor desempeño posible. Y aunque no era necesario para cumplir con tu obligación, queda el agradecimiento sincero a los que se han detenido a valorar lo que haces. Muchas gracias.

miércoles, 13 de octubre de 2010

La Mezquita del obispo

Cuando se aburre uno de discutir sobre el sexo de los ángeles y las razones por las que un ser creador, omnipotente y con total benevolencia, consistiera la existencia del mal en el mundo, dejando que niños inocentes sufran y mueran por violencia gratuita o enfermedades, se busca entonces una nueva excusa para entretener el tiempo y alimentar divagaciones tan relevantes para el común de los mortales. Antes que esclarecer cómo se compadece una sociedad de clases y un sistema económico capitalista, tan contrarios a la igualdad y la humildad que se pregonan, con una iglesia que se dice de los pobres, se preocupa, en cambio, en expresión de su máximo representante en la Diócesis, por unos letreros. Antes que reivindicar la equidad y la justicia en las relaciones humanas, se centra mejor en pretender cambiar nombres. En vez de contribuir a combatir el hambre y el sufrimiento, denunciando las causas que los provocan, propone como más prioritario modificar unos carteles. Cuando nadie comulga con estulticias que desangran el rebaño, viene un pastor a exigir nuevos rótulos. Cuando las moscas del sopor revolotean en la conciencia de quien piensa que no existen otros problemas, barruntamos estolideces para matar el tiempo. Eso nos lleva a cualquier cosa menos a respetar la identidad de una construcción y atender a los problemas de los coetáneos, semejantes al prelado en su condición humana, no a su plácida vida. Cuando el mundo entero conoce a la Mezquita de Córdoba por lo que es, como el más bello tesoro de la época Califal en la península ibérica y Patrimonio Cultural de la Humanidad, el señor obispo, Demetrio Fernández, quiere cambiar los rótulos para que adviertan que en medio de aquel oasis de 1.300 palmeras de mármol, jaspe y granito y los arcos de herradura que los unen, se halla incrustada la Catedral de la Asunción de Nuestra Señora, porque para eso se hizo la reconquista, para derrotar al enemigo y borrar su identidad, su nombre. Y cuando nadie hace caso a la invectiva, aduce que el objetivo era levantar la polémica. Ignora el prelado que el revuelo ha crecido no por la innecesaria propuesta, sino por cómo pierden el tiempo tales eminencias.

martes, 12 de octubre de 2010

El silencio de la soledad

Le temblaban las manos y las piernas apenas podían arrastrar su peso, pero seguía levantándose todas las mañanas a preparar el desayuno. Los ruidos en la cocina delataban su presencia. Su boca había claudicado al silencio. Un silencio que nacía en su interior y le acompañaba durante todo el día, incluso después de cerrar la puerta y acudir a la unidad de estancias diurnas. Allí pasaba las horas junto a otros como él, en uno de los butacones del salón, y sin pronunciar palabra. Permanecía ausente y con la mirada perdida en sus recuerdos. Sólo al regresar a su casa los golpes en la cocina, antes de acostarse, volvían a anunciar la existencia del inquilino silente y solitario. Cuando la policía entró en el piso, lo encontraron tendido en su cama y con la boca abierta, como si hubiera intentado hablar algo. La muerte respetó el silencio de su soledad.

domingo, 10 de octubre de 2010

Fotograma, 26

En los surcos de la memoria están las fiestas patronales. Aunque corresponderían a varios años, el niño las recuerda como si únicamente fuera una la que disfrutó en su infancia. Eran días de emoción y nervios para subir en aquellas atracciones mecánicas que le atraían tanto como miedo le despertaban. Horas de curiosear el montaje de las máquinas en la calle de la Alcaldía y en la plaza del pueblo. Visitas al Alcalde, un familiar del que no recuerda nada, salvo este hecho, para que le regalara entradas gratis. Y el vértigo de la noria, cuando al fin decidía subirse a unos asientos cuya única seguridad era una barra horizontal para sujetarse, y que se balanceaban hacia atrás y adelante, con los pies prácticamente colgando al aire. El niño miraba aterrorizado al encargado de hacerla girar, gracias a una manivela que manipulaba como si fuera un freno de mano que transmitía el movimiento del motor a través de unos cables de acero al cuerpo de la noria. La altura de la máquina y el ruido del ambiente empapaban al niño en un sudor frio que, cuando permanecía parada en lo alto, le impedía mirar hacia abajo ni hacer ningún movimiento que hiciera balancear el asiento, como hacían sus amigos.

En la misma calle ponían el tiovivo, los caballitos, donde se subía para cabalgar a lomos de los más grandes, los que estaban situados al exterior de la plataforma y cuyo manso subir y bajar le proporcionaba una seguridad que en la noria no encontraba. Si en una se encontraba serio y miedoso, en la otra hallaba la risa y la confianza para montar y desmontar del caballo en marcha, jugando con sus hermanas, y evidiando a los encargados de la atracción subirse y bajarse de ella mientras giraba.

Pero la atracción que más le fascinaba era el “gusano loco”, una especie de coche de choque que giraba sobre unos raíles ondulados y que se cubrían con una capota durante el viaje. La velocidad de giro provocaba una fuerza centrífuga que impulsaba a los ocupantes hacia el exterior y obligaba a agarrarse con fuerza para no aplastar al que ocupaba la posición externa. La capota añadía emoción a una diversión que el niño disfrutaba con la alegría propia de la edad.

Con todo, en el niño permanece, más que la diversión de las distintas atracciones, su montaje. Desde la puerta de su casa veía sobresalir la noria en la esquina de la calle y escuchaba todo el ajetreo en las noches de fiesta. Pero los días previos, cuando llegaban los camiones y comenzaba el montaje de los aparatos, el niño deambulaba entre aquellos operarios ocupados en atornillar elementos y elevar las máquinas. Se entretenía en ver desembalar los caballitos y los asientos de los cacharritos y cómo se iba construyendo, cual mecano, toda la atracción. Incluso cree recordar que le invitaron a subir durante las pruebas de las máquinas. Eran las fiestas patronales de su pueblo, del que no sabe siquiera a cual patrón festejaban. Pero recuerda que todos los años se celebraban para darle la oportunidad de embelesarse con una actividad que rompía la monotonía de los días y llenaba las noches de música y luces de colores. Retiene la felicidad de aquellos días.

Patrimonialización de lo público

Hay que regenerar la política española, aunque no es un mal exclusivo de nuestra democracia, de tal manera de que no sólo sea transparente y honesta, sino que lo parezca -como la mujer del César-, en cualquier ámbito de la Administración. Porque el problema no es la política como actividad, necesaria para gestionar los asuntos públicos, sino la permanencia indefinida de los representantes de las distintas opciones que terminan creyendo que jamás serán desposeídos del cargo. Ello conduce, más tarde o más temprano en función de la integridad moral de cada cual, a establecer relaciones endogámicas que forman el abono nutritivo donde crece la corrupción. Hay que evitar la `patrimonialización´ de lo público, obligando a una temporalidad en el ejercicio del servicio público, en cualquier nivel. Ningún cargo electo debería estar más de 2 ó 3 mandatos (sería cuestión de que los partidos decidieran cuánto tiempo) en un mismo destino (concejal, alcalde, diputado provincial, congresista, senador, ministro, presidente del Gobierno, etc.). Tal medida permitiría la realización de los proyectos programáticos (pues lo que no se consiga en 8 ó 12 años es que no se puede hacer) y obligaría a una renovación del banquillo que descartaría la profesionalización del político en su poltrona.
Paralelamente habría que tender a destetar de las ubres del Estado a todas las instituciones que tuvieron, en el establecimiento de la democracia, necesidad de ayuda –económica, fundamentalmente- para enraizar su actuación pública. La democracia española tiene ya suficiente recorrido como para que sus instituciones se valgan por sí mismas, atrayendo la participación y el compromiso ciudadanos como único sostén. En este sentido, no sólo los partidos políticos deberían estar sufragados con las cuotas de sus afiliados, sino que los sindicatos y entes religiosos –por citar ejemplos distintos y distantes, pero subvencionados- deberían serlo también con las de sus socios y feligreses. Toda esa maraña de dependencias debería desenredarse para que las cuentas públicas no condicionen la imprescindible independencia de quienes deciden voluntariamente prestar un servicio, material o espiritual, a la comunidad, sin más compromiso que el interés general y la transparencia de intenciones. Tales medidas, limitación de mandatos y eliminación paulatina de subvenciones, convertirían a la democracia española en un sistema político abierto y fiable que facilitaría el crédito de los ciudadanos en sus instituciones. La madurez de éstas se alcanzaría con esa regeneración democrática que las libere de tanto clientelismo, germen de la corrupción.

sábado, 9 de octubre de 2010

El "compi"

Apenas durmió por el nerviosismo con que afrontaba cualquier alteración en su rutina. Llegó temprano al edificio y tomó el primer café escrutando, entre sorbo y sorbo, el ambiente. Nada era igual a lo que había conocido hace años. Se sentía extraño e invisible entre una multitud que parecía no notar su presencia. Fue el primero en acceder a un aula todavía vacía y escogió un lugar de las primeras filas. Por fin había decidido realizar la carrera que no pudo estudiar en su juventud y estaba expectante del primer día de clase. Los compañeros lo confundieron al principio con el profesor, saludándolo y guardando silencio mientras abarrotaban la estancia. Pronto se acostumbraron a su presencia canosa en medio del bullicio juvenil. Al final de curso había entablado amistad con muchos de aquellos muchachos más jóvenes que sus propios hijos. Aunque no aprobó, un sarampión de rebeldía había vuelto a brotar en su mirada del mundo. Se había convertido en un “compi” entre los universitarios. Fue lo que más satisfacción le produjo. Por eso no dudó en volver a matricularse el año siguiente. Estaba dispuesto a rejuvenecer.

viernes, 8 de octubre de 2010

La tradición

Referirse a la tradición es apelar a una categoría temporal, presentar como verdad lo que permanece inmutable en el tiempo, aceptar aquello que se hereda de una generación a otra, sin más razón que su continuidad. Muchos aspectos de nuestros comportamientos y hábitos descansan en la tradición, porque así se han hecho siempre, sin discusión. La cultura encierra un gran componente tradicional que se transmite de forma oral, si es cultura popular, o de forma escrita, estableciendo normas y reglas, si forma parte del discurso de autoridad.

Los antiguos cantes de labradores, en los que se quejaban de sus condiciones de vida y trabajo, pasaron a formar parte del flamenco como expresión cultural de la sociedad. Ya no se cantan durante la faena para entretener el sufrimiento, sino en teatros y conciertos como espectáculos culturales regulados cual actividad mercantil. Lo de siempre, la queja como desahogo, ha devenido en objeto de culto artístico. La tradición, en este caso, ha servido para anular el elemento transgresor inicial e integrar el flamenco como parte del sistema de valores (culturales) de nuestra sociedad. Es un ejemplo de tradición dinámica, si me permiten el oxímoron, que amortigua y absorbe los elementos disgregadores.

El poder, cualquiera al que nos refiramos, utiliza y manipula la tradición para conseguir sus fines, es decir, su permanencia, si observa que así obtiene mejores resultados que con otras medidas coercitivas o punitivas. La obediencia ciega a los padres, por ejemplo, es considerado un deber indiscutible que los hijos han de acatar por el peso de una tradición secular incuestionable. Sin embargo, este modelo de familia tradicional está siendo, hoy día, sustituido por otro basado en el reconocimiento de derechos a todos los componentes familiares, incluyendo a los hijos. Éstos gozan en la actualidad de una especial protección, amparados por la Constitución española. De ahí que, incluso, pueda retirarse la custodia a padres cuyo deber como tales no se adecua al obligado cumplimiento de todos esos derechos legales. El Estado puede, por propia iniciativa y sin denuncia previa, actuar contra padres que no velan por sus hijos. Eso es algo incomprensible desde el punto de vista tradicional, cuando por razones de pobreza podíamos mandar a trabajar a los niños para que ayudaran en la economía doméstica, obviando su derecho a la educación. Hoy día, no respetar este derecho posibilita la emancipación del menor respecto a la tutela autoritaria de unos padres que no atienden sus obligaciones. En este supuesto, la tradición ha sido quebrantada para beneficiar a los más indefensos: los hijos.

La tradición puede ser, por tanto, instrumento de opresión o emancipación. Invocarla como suprema autoridad para la verdad es tan cuestionable como cualquier otro argumento basado en el fanatismo. Las sociedades evolucionan respondiendo a los problemas con los instrumentos nuevos de que dispone. Y lo que hoy es verdadero, mañana puede ser falso. Comprenderlo es posicionarse para seguir avanzando, descubriendo nuevas posibilidades. Con raciocinio y juicio crítico. Sin miedo a la tradición.

domingo, 3 de octubre de 2010

Fotograma, 25

La infancia son recuerdos de imágenes, sentimientos y momentos que el niño desgrana desordenadamente, como si al cerrar los ojos introdujera la mano en un cajón y fuera extrayendo trocitos que revelan una parte de la fotografía, algo incompleto. Los trozos pueden ser más o menos grandes, pero no dejan de ser parciales. Y muchos están borrosos, desdibujados por el tiempo y el olvido. Son los restos de la memoria y sirven para reconstruir fragmentariamente un pasado que el niño se empeña en rememorar.

Rememora el instante, en el comedor de su casa, de construir una chiringa, lo que después supo que era una cometa. Cree observar el momento entretenido de unir las varillas de bambú, en forma de una gran equis atravesada por otra varilla horizontal, con el hilo apretado que las sujetaba por el centro y recorría luego las puntas hasta dar forma al armazón sobre el que se pegaba el papel de colores. Allí, tumbado en el suelo junto al murito de separación del salón, se ve a sí mismo pegando el fino papel de cebolla y midiendo con extrema exactitud la longitud de las tres bridas que la anclaban a la cuerda de elevación. Y valorando el tamaño de la cola para que no resultase demasiado larga e impidiera el vuelo o demasiado corta para que cabecease enloquecidamente.

Conoce el camino, que pasa por delante de la iglesia evangélica y el taller del tío, para subir a la loma desde la que elevaba la chiringa. Era un cerro donde estaban instalados los depósitos de agua potable y se accedía a él por una calle que se encontraba más allá del taller y la casa del tío electricista. El niño andaba ese recorrido con la cometa y su cola recogida en una mano y la bobina de cuerda en la otra. Desde allá arriba y viendo el pueblo a sus pies, el niño hacía volar aquel artilugio multicolor que se balanceaba al susurro del viento hasta que una ráfaga lo estrellaba contra el suelo o rompía el cordón umbilical que lo unía a las manos del niño. Son recuerdos fragmentarios que asoman a la memoria del niño, simples trozos de unas varillas, un papel, un camino y una loma que en su conjunto forman la secuencia que el niño siente como real porque despiertan una sensación conocida, verosímil. Así, con la meticulosidad de un arqueólogo, la memoria forja el recuerdo que hace feliz al niño que bucea en su pasado.

Porque aquella calle empinada le trae también el recuerdo de las primeras escaramuzas sexuales con una amiga de la hermana con la que jugaban en una especie de casa de muñecas. Un espacio munúsculo para las curiosidades precoces de niños que juegan a reconocerse mutuamente, despertando sensibilidades que ya no se apagarían a lo largo de la vida. Cometa y despertares que hacen que una calle no sea olvidada nunca y quede petrificada en la memoria de quien la recuerda como un episodio destacado de la infancia.

viernes, 1 de octubre de 2010

Con "C" de Córdoba

Córdoba ha superado la selección previa para ser Capital Cultural y pasa a la final, junto con Burgos, San Sebastián, Las Palmas, Segovia y Zaragoza, en la carrera hacia la capitalidad europea de la cultura en 2016. La otra candidata andaluza, Málaga, se quedó en el camino y en una elegante demostración de saber perder, el alcalde malacitano expresó sus deseos de que Córdoba sea la elegida.

Hay que reconocer que Córdoba reúne méritos sobrados para convertirse en la Capital Cultural, no sólo por llevar en su nombre la letra inicial de cultura y capital, sino porque a lo largo de su historia ya ha demostrado ambas cosas.

Ya había sido capital en varios periodos históricos, de la Hispania y de la Bética bajo la República y el Imperio romanos, pero alcanzó su mayor esplendor, gestando las bases del Renacimiento europeo, cuando se convirtió en la capital musulmana del Al-Andalus, sede del Califato independiente proclamado por Abd-al-Ramhmán I. Por aquel entonces, Córdoba, que contaba con la mayor biblioteca del mundo, era la capital mundial de la cultura y el conocimiento. No en balde la ciudad fue cuna de insignes pensadores que evidencian la fertilidad de una tierra regada por culturas y civilizaciones.

La “c” cultural de Córdoba hace germinar filósofos romanos, como Lucio Anneo Séneca; árabes, como Averroes; y judíos, como Maimónides; sin olvidar a Góngora, poeta del Siglo de Oro tan importante como Quevedo y Cervantes; Julio Romero de Torres, pintor del regionalismo andaluz: y, cómo no, Antonio Gala, escritor que se declara andaluz de Córdoba aunque haya nacido en Brazatortas, Ciudad Real.

Pocos esfuerzos tiene que hacer Córdoba para resaltar los merecimientos que atesora para convertirse en la Capital Cultural de Europa en 2016. Sin menospreciar a las otras candidatas, simplemente deberá mostrar sus credenciales y aglutinar el apoyo entusiasta de los cordobeses para que todos los andaluces y españoles nos congratulemos de que la ciudad de la Mezquita y de la cultura sea reconocida como lo que es: Capital Cultural, con “c” de Córdoba. Vaya por adelantado mi enhorabuena.