A veces resulta insoportable el peso de la política sobre la vida diaria. No dudo de su importancia para intervenir en la “cosa pública”, pero que acapare la atención de una manera tan absoluta me provoca hastío, máxime cuando los comentarios y análisis procuran presentarnos una política llena de maniqueísmos y estereotipos tan trasnochada como falsa. Ni todo está tan mal como denuncian los que auguran calamidades, ni tan bien como pregonan los valedores del optimismo a ultranza. Nada es blanco o negro de forma categórica, de la misma manera que las vicisitudes de las que somos testigos son originales.
La democracia española se contempla en el espejo social como si estuviera descubriendo una forma de gobierno inimitable cuando desde Atenas hasta hoy apenas ha evolucionado de forma sustancial. El mundo está lleno de ejemplos de todo tipo de gobiernos y regímenes (parlamentarios, presidencialistas, federales, centralistas, de coalición, mayoritarios, etc.) democráticos que ya han ensayado todas las combinaciones que hacen posible el ejercicio de gobernar. Acaparar la atención con situaciones tan conocidas produce sopor, máxime cuando en el mundo existen auténticas desgracias que condenan a millones de personas a la pobreza, al hambre, la enfermedad y la muerte. Reconozco que la cercanía hace que parezcan más importantes los asuntos que nos afectan, pero una reestructuración del gabinete de Zapatero no puede ocultar la catástrofe que asola Haití con la aparición ahora de una epidemia de cólera que se llevará por delante a muchas vidas humanas ya golpeadas por un terremoto que las dejó sin viviendas y sin recursos. Que aquí suprimamos un ministerio de la vivienda, en este contexto, parece menor y jocoso si no conociéramos a aquellas víctimas y las tuviéramos presentes a la hora de exigir una reducción del gasto en cooperación. Ni que el nombramiento de Rosa Aguilar como ministra sea más relevante que las inundaciones que afectaron a una quinta parte de Pakistán el pasado mes de julio.
A veces hay que alejarse de lo propio para poder ubicarse en la realidad. Es entonces cuando con sinceridad se puede valorar con rigor lo que sucede. Se constata así que el predominio de la política interna en nuestras preocupaciones causa sopor, el sopor de una consciencia adormilada e insensible a las catástrofes que causan mayores estragos que nuestros propios padecimientos. Nos sobra egoísmo y nos falta ecuanimidad.
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