Permaneció muchos años en aquel sitio, sufriendo las inclemencias del tiempo. La gente lo miraba al pasar e incluso hubo quien se detuvo a contemplarlo entre el asombro y la curiosidad. Los niños intentaron tocarlo con simpática inocencia, mientras que inevitables aviesos pretendieron hacerlo desaparecer con gamberradas sobre su figura. Así pasó el tiempo hasta que derribaron la pared y con ella el personaje que un grafitero había dibujado con absoluta perfección. Muchos lo echaron de menos: hacía más humano aquel rincón de la ciudad.
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