miércoles, 31 de octubre de 2012
Octubre sucumbe entre recortes
Octubre es un mes bisagra, de tránsito entre los secos calores del verano y el frío húmedo del invierno, entre la luz deslumbrante de los días de la canícula y las penumbras de los cielos encapotados que adelantan la noche en los días menguantes del otoño. Se agota octubre entre la desesperanza de sus horas y el desasosiego de un año empeñado en entristecer a la gente, despojándola del consuelo de la salud y el trabajo con los que se sujetan la felicidad de las familias y las promesas de futuro de los hijos. Octubre muere hoy con anuncios de nuevos recortes que sentencian a la intemperie a quienes prefirieron la estabilidad del empleo frente a las retribuciones acordes a la formación exigida. Octubre sucumbe derrotado por el mayor número de parados en la historia reciente de este país, condenado por los avariciosos de la economía y gobernado por sus lacayos de la política, miserables que especulan con los sueños de los desposeídos y confiados, con los ingenuos que vuelven a andar caminos de estrecheces e incertidumbres que creían superadas. Hoy finaliza octubre, pero sus negros augurios continúan tiznando de penas el ánimo de los que arrancan apesumbrados la hoja del calendario.
lunes, 29 de octubre de 2012
Relaciones consentidas con menores
Un loco ha puesto de actualidad, mediante el asesinato y el suicidio, la hipocresía social de las relaciones sexuales consentidas con menores de edad. Y todo el mundo, dados los fatales resultados de la historia, se ha llevado las manos a la cabeza y exige la modificación de las leyes que permiten esas relaciones, pero no las consecuencias que puedan derivarse de ellas, como el abortar. El mismo Código Penal que declara que una menor de 13 años está capacitada para mantener relaciones con un adulto, no permite que tome la decisión de abortar con idéntica libertad. Tampoco puede votar en unas elecciones porque, según la ley, carece de criterios para elegir a representantes políticos, pero sí a la pareja de una coyunda pasional. Ni siquiera podrá sacarse el carnet de conducir, seguramente porque sus pies no alcanzan los pedales, pero sí quedarse embarazada si se le antoja. Para la sociedad, la mayoría de edad se consigue a los 18 años, salvo para los escarceos amorosos, para los cuales se considera plenamente desarrollada.
Parece que, en este sentido, la ley está redactada por adultos que menosprecian las relaciones con menores de edad para todo, menos para joder. Al parecer, sólo los órganos genitales de una niña están plenamente desarrollados para cumplir con su función biológica, aunque el cerebro y el resto de su organismo no dispongan de la misma autonomía plena y tolerada. Y sólo el rechazo social lleva al disimulo en este tipo de situaciones que, en otras épocas, eran utilizadas para emparejar reinos, familias y fortunas mediante el casamiento acordado con menores en edad de merecer... ser mercancía.
Lo grave del suceso que comentamos no son las contradicciones que pone al descubierto de una sociedad hipócrita, sino el fatal desenlace en una menor que ha pagado con su vida la confusión obsesiva y patológica que esas contradicciones generan en quienes, con edad mental aún más reducida, se les consiente entablar relaciones con menores de edad. Luego culpan al loco de la locura, no al manicomio que engendra dementes de cualquier edad.
Parece que, en este sentido, la ley está redactada por adultos que menosprecian las relaciones con menores de edad para todo, menos para joder. Al parecer, sólo los órganos genitales de una niña están plenamente desarrollados para cumplir con su función biológica, aunque el cerebro y el resto de su organismo no dispongan de la misma autonomía plena y tolerada. Y sólo el rechazo social lleva al disimulo en este tipo de situaciones que, en otras épocas, eran utilizadas para emparejar reinos, familias y fortunas mediante el casamiento acordado con menores en edad de merecer... ser mercancía.
Lo grave del suceso que comentamos no son las contradicciones que pone al descubierto de una sociedad hipócrita, sino el fatal desenlace en una menor que ha pagado con su vida la confusión obsesiva y patológica que esas contradicciones generan en quienes, con edad mental aún más reducida, se les consiente entablar relaciones con menores de edad. Luego culpan al loco de la locura, no al manicomio que engendra dementes de cualquier edad.
domingo, 28 de octubre de 2012
El alma de un riñón o la controversia entre creencias y ciencia
La donación de órganos y tejidos es un acto racional de
solidaridad (y subrayo racional para destacar la acción voluntaria y altruista fruto
de una elección crítica) que la mayor parte de la población todavía rechaza por
motivos culturales, religiosos, miedos o simple ignorancia. Persisten en la
sociedad algunas reservas para admitir determinados avances de la ciencia y la medicina
que, aunque propicien la superación de enfermedades antes intratables –incluidas
las de peor pronóstico-, afloran en cuanto se abordan estos temas sin el debido
rigor. Es verdad que la muerte siempre nos alcanza, pero gracias a la ciencia logramos
sobrevivir más tiempo y en mejores condiciones de vida que nunca antes en la
historia de la Humanidad. Todo
el saber acumulado posibilita el progreso científico, cultural y social, aunque
a veces colisione con prejuicios y creencias fuertemente enraizados en el seno
de la sociedad.
Un ejemplo de ello son los procedimientos de donación y
trasplante de órganos en la práctica médico-quirúrgica en la actualidad, que
desatan controversias entre amplias capas de la población, no necesariamente
entre las menos formadas e informadas. Del mismo modo que la cremación de
cadáveres tuvo que sortear la resistencia de quienes consideraban que de las
cenizas no podía resucitar ningún difunto, como prometía su religión, también
la donación de órganos genera aún discusiones sobre la posibilidad de
transmitir la personalidad del donante al receptor de la víscera. Son opiniones
que han de respetarse siempre y cuando se limiten al ámbito individual de quien
las pronuncia y las asume, como ser Testigo de Jehová y no permitir la
transfusión de sangre.
Pero cuando una persona con la formación universitaria de
Mariló Montero expresa sus creencias particulares a través de un medio de
comunicación de tanta difusión como Televisión Española, capaz de influir en una
audiencia inmensa que puede no tener acceso a una información más completa,
veraz y exacta que la que recibe por la pantalla, está comportándose contrariamente
a lo deseado en un profesional del periodismo y está desvirtuando una
realidad de la que no se ha documentado en absoluto. Hablar, como hizo ella en el
programa que conduce en “Las mañanas de TVE”, acerca de la idoneidad de un
trasplante en función del donante, refiriéndose a la posibilidad de que la
familia del asesino de Albacete autorice la donación de sus órganos, es cuando
menos una irresponsabilidad que la osadía ignorante de la presentadora no
alcanza discernir. ¿Creerá acaso que los órganos y vísceras del asesino
convertirán homicida a quien los reciba?
Parece mentira que, a esta altura de la historia, la ciencia
tenga aún que batallar, para extender sus beneficios, contra los prejuicios que
abundan en el seno de colectividades cuya preparación intelectual les
presuponía libres de ellos. Son personas que quedan ancladas a tradiciones y estrecheces
mentales que ninguna sabiduría es capaz de contrarrestar. Siguen aferradas a concepciones
del mundo y de la vida ampliamente esclarecidas por la ciencia. Prefieren el alma inmaterial, indestructible e
inmortal de Platón antes que reconocer que un “yo” neurológico origina la
consciencia en el ser humano y rehúsan situarla en el cerebro, donde “nacen las reacciones bioquímicas que dan
sentido a la consciencia”, en palabras de Francis Crick, premio Nobel de
Medicina, en 1962, para ubicarla en trascendencias sobrenaturales mucho más
hermosas literariamente, pero nada ciertas ni comprobadas científicamente. La tozudez de las creencias es infinitamente
mayor que la complejidad empírica de la ciencia, pero, siguiendo al
investigador citado, “llegará el día en
que la Humanidad
aceptará el concepto de que el alma y la promesa de vida eterna no existen, así
como hace siglos debió aceptar que la
Tierra era redonda”.
Reconozco que decir todo esto en televisión, sobre todo en
un programa de entretenimiento banal, resulta imposible, pero ello no faculta para
deformar la realidad sobre el programa de trasplantes y donación de órganos de
nuestro Sistema Nacional de Salud, ni mucho menos para sembrar dudas
“filosóficas” nacidas de los tabúes y las creencias de una presentadora que no
supo prepararse el tema con más enjundia.
Puestos a dejarse llevar por los prejuicios, la periodista
podía incluso mostrar las conjeturas que persiguen a la transfusión sanguínea como
vía de transmisión del carácter del donante al enfermo, tal como se creía al
principio, a mediados del siglo diecisiete, cuando Jean-Baptiste Denis inyectó
sangre de cordero a un hombre que sufría arrebatos de cólera con la intención
de que la mansedumbre y ternura del animal calmara al enfermo. Incluso podía remontarse
a tres siglos antes de Cristo para, con Hipócrates, mostrase seguidora de la
Teoría de unos Humores (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra) que
constituían, en una proporción indeterminada, todos los fluidos del organismo,
cuyo exceso o carencia provocaba la aparición de las enfermedades, y en relación con los cuatro elementos de la Naturaleza (fuego,
aire, agua y tierra) permitían diagnosticar enfermedades, definir el carácter del enfermo
y hasta la estación del año.
Todas las elucubraciones que ha construido el hombre han
servido para dar explicación a lo desconocido hasta que la ciencia ha
descubierto sus causas. La vertiente psíquica del ser humano es también objeto
de la ciencia a través de la psicología, la psiquiatría y las neurociencias,
que cada día ofrecen respuesta a los interrogantes que plantea. Ese yo
consciente sobre el que especulaban los filósofos no anida más que en la
complejidad neuronal del cerebro, siendo difícil que preexista al hombre, como
aseguraba Platón, o que provenga de un principio divino, como creían Aristóteles
y muchas religiones.
Es comprensible que a los seguidores de estas doctrinas
morales, no científicas, no les sea agradable aceptar hechos que refutan sus
creencias. Pero no se puede tolerar que hagan divulgación de las mismas a través
de un medio público de comunicación cuando han sido sobradamente arrinconadas
como supersticiones por el conocimiento científico y la verdad objetiva,
demostrable y comprobable. No se puede tolerar porque la capacidad de
manipulación de estos charlatanes es pavorosa y no existe vacuna alguna que
pueda amortiguarla, ni siquiera las protestas minúsculas como ésta que intentan
paliarla.
miércoles, 24 de octubre de 2012
Días de derrotas y tristezas
De la perplejidad e indignación de la gente ha devenido una
profunda sensación de tristeza que
parece tan plomiza y aciaga como este día gris que derrama sus penas sobre
Sevilla. Es el estado de ánimo de los que no sólo sufren una crisis
insoportable, sino que además son acusados de causarla por vivir por encima de
sus posibilidades, sin que la inmensa mayoría de las personas sea capaz de
recordar cuándo cometió tal dispendio. El resultado es una amargura que
acongoja el alma y el pesimismo con que se percibe el porvenir. Una desolación
tan devastadora como la que reina tras cualquier derrota. Nos sentimos derrotados
y tristes.
lunes, 22 de octubre de 2012
¿Qué eligen los gallegos?
Las elecciones gallegas han arrojado una alta abstención
(36,2%), pero otorgan una mayoría absoluta reforzada a Alberto Núñez Feijóo (
45,72%, 41escaños), avalando así las políticas de austeridad y recortes que impulsa el
Gobierno del Partido Popular, claro vencedor en estos comicios. ¿Es que, acaso,
los gallegos prefieren las tijeras al crecimiento? Preguntado así, la respuesta
es, lógicamente, negativa. Pero si se les interroga sobre si eligen lo malo
conocido a lo bueno por conocer, cuando lo bueno nadie acierta a definirlo con
claridad, el resultado no podía ser diferente al obtenido ayer en Galicia.
Desgraciadamente, esa es la cuestión.
Sólo así se explica qué votan los gallegos. De los vascos y catalanes hablaremos en otra ocasión.
Notas:
La cuestión es la falta de alternativas válidas frente a las
políticas que aplica el Gobierno conservador de Mariano Rajoy, cuyo representante en
Galicia ha salido fortalecido. Algo está fallando clamorosamente cuando la
oposición no engarza con el descontento de los ciudadanos y es incapaz de
ofrecer recetas diferentes, creíbles y que encandilen a los votantes. Hoy por
hoy, la izquierda es un páramo árido de ideas y proyectos que apenas ilusiona a
sus mismos seguidores, perdidos entre la fragmentación y la abstención, pero que
ahora se precipitarán, una vez más, a buscar culpables entre ellos. La misma
noche en que se conocieron los resultados gallegos y vascos, salieron voces
exigiendo la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba, cuya estrategia de oposición
queda ahora seriamente comprometida.
Pero el secretario general de los socialistas no piensa
dimitir ni cambiar su línea de “oposición útil” de tan nefastos resultados para
regocijo de los populares, que respiran aliviados ante el desgaste
que han esquivado en Galicia. A pesar de todas las revueltas y manifestaciones,
Mariano Rajoy puede presumir de que los ciudadanos no lo castigan como han
hecho en Europa con todos los gobiernos que se han visto obligados a impulsar
idénticas políticas anticrisis, haciendo caer gobernantes de todos los colores.
La España en
recesión que vocifera tras las pancartas sigue temerosa de una apuesta a lo
desconocido que desemboque definitivamente en la catástrofe. Echa en falta
promesas sólidas de que otra política es posible, pero nadie se las ofrece con
rotundidad y seriedad.
El PSOE no luce atractivos para el cambio en esta tesitura
dramática. Se hunde aún más en la desconfianza que genera entre los ciudadanos
de izquierdas, esos que ya incluso asimilan que Zapatero fue la causa de la
grave crisis económica que paraliza al país y provoca un desempleo de
magnitudes escalofriantes. ¿Tan mal había gobernado el presidente socialista
para que los electores prefieran a quienes los castigan con una austeridad
canalla, que se ensaña con los que ninguna culpan tienen de esta crisis?
Parece que, puestos a elegir, la gente opta por la derecha
auténtica en vez de esa “derecha disfrazada” en que se ha convertido “la
izquierda de clase política, no social”, como diría Haro Tecglen*. Y es que la
izquierda hoy no tiene un mensaje claro y un modelo real que ofrecer a los
ciudadanos. No aspira a cambiar el mundo de la explotación y las injusticias en
que el capitalismo ha sumido a tres cuartas partes de la Humanidad , pues se ha
limitado a administrar sociedades cada vez más absorbidas por el mercado y que
rinden pleitesía al capital. Los votantes no saben siquiera qué es la
izquierda, aquella que defendía a los menos privilegiados, que apostaba por el
progreso y las innovaciones antes que por la tradición y que preconizaba
sociedades tolerantes y abiertas en las que la libertad de ideas, expresiones y
opiniones fueran atributos de la convivencia pacífica y plural.
* Eduardo Haro Tecglen: Ser
de Izquierdas, Editorial Temas de Hoy, Madrid, 2001.
domingo, 21 de octubre de 2012
Libertad para retornar
Las ataduras nunca le impidieron volar a su antojo ni alejarse
sin avisar. Buscaba una libertad que la disciplina de la familia hacía pequeña
y constreñida. Sin autosuficiencia, tenía que vencer fuerzas centrífugas
que tiraban de él y centrípetas que lo mantenían sujeto al hogar. La
impaciencia le malogró oportunidades de escapar con antelación, pero incluso con
dificultad lograba superarlas para emprender otras nuevas. Nada le fue fácil pues
sus sueños nunca podían aguardar el momento propicio para materializarse. Hasta
que un día lo vio claro y planificó su futuro. Consiguió remontar altura para volar
hacia el destino que tanto ansiaba. Y sintió la responsabilidad de disfrutar de
su propia libertad. Entonces echó de menos las preocupaciones que siempre confundía
con limitaciones y empezó a regresar. Mientras más autonomía conseguía, más
deseaba volver con los suyos y comprender esas ligaduras de los sentimientos que, en realidad, tanto atan. Había conquistado al fin la felicidad de saberse eslabón
en la cadena humana que une a padres e hijos, enlazando generaciones sin límite
en el tiempo. Su afán era, ahora, retornar.
sábado, 20 de octubre de 2012
Huelga corporativa
El Sindicato Médico Andaluz (SMA) convoca a los médicos del
Servicio Andaluz de Salud (SAS) a un paro de 24 horas el próximo día 23 de
octubre, en respuesta a los recortes salariales que sufren los empleados públicos
de la sanidad, la ampliación de la jornada laboral a 37 horas y media semanales
y la negativa del SAS a seguir negociando en la Mesa Sectorial.
Lo primero que llama la atención de esta convocatoria de
huelga es el carácter corporativo de la misma, limitada al personal facultativo
de la sanidad pública, cuando en realidad los recortes y modificaciones
laborales los sufren la totalidad de trabajadores del SAS, sin distinción. Todos
y cada uno de los motivos que aluden para realizar un paro de 24 horas de
duración afectan a enfermeros, farmacéuticos, técnicos de laboratorio, auxiliares
sanitarios, celadores, administrativos, personal de mantenimiento y hasta los
jardineros de todos los hospitales de la red pública de Andalucía. Pero los médicos
deciden que es mejor luchar por separado en defensa de los intereses de cada
estamento sanitario. Por algo será.
La pérdida del poder adquisitivo de los médicos de plantilla
en los últimos dos años también merma, en idéntica proporción del 30 por
ciento, las retribuciones del resto del personal sanitario, especialmente la de los
que cobran menos que los médicos y no disponen de los complementos retributivos
(guardias) que ellos disfrutan. El personal eventual no facultativo, como los
interinos y contratados laborales de cualquier categoría, verán reducida su
jornada laboral y el salario en un 25 por ciento, sin posibilidad de hacer
jornadas complementarias que incrementen un poco sus emolumentos.
Todos los sindicatos de clase mantienen una lucha permanente
contra los recortes salariales, incrementos de jornada y demás medidas de “ahorro”
que aplica la
Administración andaluza y el Gobierno central en la sanidad pública
y, en general, en todos los servicios públicos. Y todos intentan hacer un
frente común para presionar por que éstos no recaigan mayoritariamente sobre la
clase trabajadora. Pero los médicos consideran que esa unión les perjudica y
convocan una huelga en solitario. ¿Por qué? ¿Es que acaso defienden aspectos
exclusivos que sólo a ellos afectan en una relación laboral?
Lo más curioso es que el SMA proclama que, para salvar la sanidad pública,
la responsabilidad ha de recaer en todos: profesionales y usuarios. ¿A qué
profesionales convocan a la huelga? ¿A todos? Curiosa forma corporativista tienen
los médicos de defender la sanidad pública. Tal vez piensen que ellos son
distintos del resto de trabajadores públicos y su relación con la Administración ha
de tratarse por separado, no vaya a ser que los demás se enteren de los
privilegios que puedan disfrutar. Tal vez. Lo cierto es que algo no huele bien en esta
huelga por la dignidad del médico, los únicos que al parecer se sienten
ofendidos por las medidas de “austeridad” que está empobreciendo a todos los
trabajadores, en especial a los menos privilegiados, ya sean del sector público
o privado. Pero los médicos, aparte, por favor. Ya se encarga el SMA de no mezclarse
con los habituales de las pancartas.
viernes, 19 de octubre de 2012
Pudrir lo público
El liberalismo económico, ese que aplica con devoción el Gobierno del Partido Popular, está destruyendo unos servicios públicos que, a pesar de sus imperfecciones, daban confianza a una mayoría de ciudadanos porque aseguraban protección cuando se necesitaba. Esa es, precisamente, su justificación: atender a los que no pueden costearse ningún socorro ni apenas unas necesidades básicas, como la educación y la sanidad, entre otras prestaciones públicas.
La mentalidad economicista imperante establece que, en las actuales circunstancias de crisis y, lo que es peor, en adelante y tal vez para siempre, tales servicios son inasumibles porque representan un gasto que el Estado no puede atender sin ser tachado de despilfarrador por los mercados, a pesar de que su financiación corra a cargo de los impuestos que adelantan los contribuyentes. Su coste, para el liberalismo que gestiona la política, requiere de copagos, repagos y recortes que hagan factible la viabilidad financiera de esos servicios sociales en el sector público. Y para convencer a la población de ello, el Gobierno no tiene reparos en presentar a los empleados públicos como trabajadores privilegiados que exprimen la riqueza nacional y que sólo se dedican a cobrar unas nóminas vitalicias sin dar un palo al agua. Divide y vencerás.
Así, aprovechando que la crisis pasa por Valladolid, los gestores de nuestra convivencia apuestan por “adelgazar” al Estado de estas servidumbres para dejar que la iniciativa privada se encargue de aprovisionar esos servicios a la ciudadanía, máxime si son de primera necesidad y, por ende, imprescindibles, como la sanidad, la educación, la dependencia, la seguridad, la justicia, etc. El ardid para lograrlo es diáfano: primero, se tildan de gastos que endeudan excesivamente las finanzas nacionales; luego, se desprestigia a los funcionarios para que el resto de la población no se solidarice con ellos; y, finalmente, se erosiona su eficacia detrayendo recursos de su normal funcionamiento. Estas medidas de “ahorro” que impone el Gobierno están movidas, antes que por la crisis, por una ideología que está persuadida de que es preferible la “libertad” de ser pobre a tejer una red de socorro público para los más desfavorecidos de la sociedad. Para esa corriente de pensamiento, es la persona, y no la sociedad, la que debiera afrontar cualquier contingencia, incluida aquellas que determinan desigualdad de condiciones y oportunidades. Y que el mercado sería suficiente para proveer las demandas de los ciudadanos, sin que el Estado tenga que intervenir para conseguir equidad social ni regular un “negocio” que no acabe perjudicando aún más a los menos privilegiados, como estamos viendo con las actuales medidas de “austeridad”.
Sin máscaras ni reservas, la crisis está sirviendo de excusa perfecta para desmantelar los restos de un Estado del Bienestar que, más bien que mal, procuraban cierto alivio a los necesitados. Sin embargo, se está produciendo en la actualidad un cambio radical en el paradigma que permitía sociedades basadas en la solidaridad pública, donde los más pudientes aportaban más recursos y los menos recibían ayudas públicas. Ahora se está destruyendo esa arquitectura social para sustituirla por aquella otra que posibilita que una secretaria pague más impuestos que el dueño de la empresa o la que permite que las fortunas tributen a través de SICAV al uno por ciento y nóminas de supervivencia lo hagan al 20 por ciento.
El desprestigio de lo público que está ejerciendo el Gobierno de España no viene motivado por la crisis económica ni por las medidas que impone Bruselas para conceder rescates que al final se destinan a los causantes de la propia crisis, sino que está promovido por un empeño ideológico de cambiar el modelo social. Los elementos socialdemócratas que aún perduraban en las políticas sociales quieren ser eliminados para implantar definitivamente un liberalismo económico que borre el “rostro humano” del sistema capitalista dominante que nos aplasta sin disimulo.
Y si para ello hay que pudrir lo público, derogar derechos y retroceder en libertades, se hace sin miramientos y con decisión, aunque se manifiesten los funcionarios, los sindicatos, los trabajadores, los estudiantes y hasta sus padres. Ninguna víctima está de acuerdo con su opresor pero es olvidadiza, y ya habrá tiempo de hacerla cambiar de opinión.
La mentalidad economicista imperante establece que, en las actuales circunstancias de crisis y, lo que es peor, en adelante y tal vez para siempre, tales servicios son inasumibles porque representan un gasto que el Estado no puede atender sin ser tachado de despilfarrador por los mercados, a pesar de que su financiación corra a cargo de los impuestos que adelantan los contribuyentes. Su coste, para el liberalismo que gestiona la política, requiere de copagos, repagos y recortes que hagan factible la viabilidad financiera de esos servicios sociales en el sector público. Y para convencer a la población de ello, el Gobierno no tiene reparos en presentar a los empleados públicos como trabajadores privilegiados que exprimen la riqueza nacional y que sólo se dedican a cobrar unas nóminas vitalicias sin dar un palo al agua. Divide y vencerás.
Así, aprovechando que la crisis pasa por Valladolid, los gestores de nuestra convivencia apuestan por “adelgazar” al Estado de estas servidumbres para dejar que la iniciativa privada se encargue de aprovisionar esos servicios a la ciudadanía, máxime si son de primera necesidad y, por ende, imprescindibles, como la sanidad, la educación, la dependencia, la seguridad, la justicia, etc. El ardid para lograrlo es diáfano: primero, se tildan de gastos que endeudan excesivamente las finanzas nacionales; luego, se desprestigia a los funcionarios para que el resto de la población no se solidarice con ellos; y, finalmente, se erosiona su eficacia detrayendo recursos de su normal funcionamiento. Estas medidas de “ahorro” que impone el Gobierno están movidas, antes que por la crisis, por una ideología que está persuadida de que es preferible la “libertad” de ser pobre a tejer una red de socorro público para los más desfavorecidos de la sociedad. Para esa corriente de pensamiento, es la persona, y no la sociedad, la que debiera afrontar cualquier contingencia, incluida aquellas que determinan desigualdad de condiciones y oportunidades. Y que el mercado sería suficiente para proveer las demandas de los ciudadanos, sin que el Estado tenga que intervenir para conseguir equidad social ni regular un “negocio” que no acabe perjudicando aún más a los menos privilegiados, como estamos viendo con las actuales medidas de “austeridad”.
Sin máscaras ni reservas, la crisis está sirviendo de excusa perfecta para desmantelar los restos de un Estado del Bienestar que, más bien que mal, procuraban cierto alivio a los necesitados. Sin embargo, se está produciendo en la actualidad un cambio radical en el paradigma que permitía sociedades basadas en la solidaridad pública, donde los más pudientes aportaban más recursos y los menos recibían ayudas públicas. Ahora se está destruyendo esa arquitectura social para sustituirla por aquella otra que posibilita que una secretaria pague más impuestos que el dueño de la empresa o la que permite que las fortunas tributen a través de SICAV al uno por ciento y nóminas de supervivencia lo hagan al 20 por ciento.
El desprestigio de lo público que está ejerciendo el Gobierno de España no viene motivado por la crisis económica ni por las medidas que impone Bruselas para conceder rescates que al final se destinan a los causantes de la propia crisis, sino que está promovido por un empeño ideológico de cambiar el modelo social. Los elementos socialdemócratas que aún perduraban en las políticas sociales quieren ser eliminados para implantar definitivamente un liberalismo económico que borre el “rostro humano” del sistema capitalista dominante que nos aplasta sin disimulo.
Y si para ello hay que pudrir lo público, derogar derechos y retroceder en libertades, se hace sin miramientos y con decisión, aunque se manifiesten los funcionarios, los sindicatos, los trabajadores, los estudiantes y hasta sus padres. Ninguna víctima está de acuerdo con su opresor pero es olvidadiza, y ya habrá tiempo de hacerla cambiar de opinión.
lunes, 15 de octubre de 2012
Vacío, soledad y silencio
Cada día, el recuerdo hacía insondable el profundo vacío de su ausencia; cada hora, su imagen habitaba la dolorosa soledad en la que se hallaba; y cada minuto, descubría su voz entre los ecos del silencio que lo rodeaba. Y aunque intentaba no sucumbir a tales alucinaciones, seguían siendo la obsesión que confundía a sus pensamientos, que procuraban encontrarla a través de todos los sentidos. Pero sólo percibían vacío, soledad y silencio.
sábado, 13 de octubre de 2012
Un `País¨ a la deriva
En estos tiempos actuales, en que las vicisitudes económicas
generan serias incertidumbres entre la ciudadanía por la desintegración de los
asideros que se presumían sólidos y estables (el denominado Estado del
Bienestar), la deriva a que se refiere el título no es la de la Nación , sino la de un
periódico.
El País es un diario que conquistó un enorme
prestigio en España, prácticamente desde su aparición en los últimos años de la
dictadura franquista (1976). Por aquel entonces y a lo largo de varias décadas,
representó la voz de los querían una España democrática y moderna, construida
sobre una base social que debía conducir civilmente su propio destino, sin
tutelas militares ni de ningún poder extraño a la soberanía popular. Gracias a su
alineamiento con las corrientes más progresistas de la sociedad y por el rigor
de su información y la calidad de sus colaboradores, El País se
convirtió enseguida en el periódico de referencia nacional y “en español del
mundo”. Heredaba el espíritu crítico y reformista de los diarios Madrid (cerrado por Franco en 1971 y su
sede destruida por voladura controlada) e Informaciones
(cerrado en 1983 y cantera de los periodistas de El País, Cebrián incluido)
Para una generación de españoles, el diario de Jesús Polanco
-el “intelectual orgánico de la izquierda”- y dirigido por Juan Luis Cebrián,
constituyó la biblia sagrada que debía consultarse para adquirir un
conocimiento imparcial, completo y preciso de la actualidad. Era, en fin, uno
entre los grandes a nivel mundial.
Hoy, Prisa
(Promotora de informaciones, S.A.), la empresa que lo edita, no ha podido
sortear los envites de una crisis económica que está empobreciendo a la mayoría
de la población. La editora forma parte de un conglomerado mediático que tiene
ramificaciones en el mundo editorial (Santillana, Alfaguara,Taurus, Aguilar, etc.),
medios de comunicación (El País, As, Cinco Días, Cadena Ser y sus radio
fórmulas, Canal +, Sogecine, etc.) y otros sectores afines (educación, entretenimiento, publicidad, contenidos
audiovisuales, etc.), además de participaciones en otras empresas (19 % de
Mediaset España, propietaria de Telecinco, Cuatro, LaSiete, etc.) y un
sinnúmero de inversiones en el sector audiovisual en Sudamérica y Portugal. Toda
esta ambición expansiva y de crecimiento le ha causado una deuda enorme que
precisa de la financiación de entes inversores como el Grupo Liberty, de Nicolas
Berggruen; los bancos HSBS, Santander y La Caixa, o grandes empresas como Telefónica, quienes se convierten en
principales accionistas de la compañía, junto a la familia Polanco.
Tras más de 30 años de indiscutido prestigio y gran
rentabilidad, El País afronta varios ejercicios con pérdidas económicas
y acusa el descenso generalizado en la venta de ejemplares y del negocio
publicitario que padece, en su conjunto, la prensa española. Una situación
realmente indeseable, pero previsible en el marco de recesión en que se halla
la actividad económica en España y Europa, sumidas en una crisis financiera sin
precedentes. Comparado con otros sectores, El País se ha librado de los
zarpazos más mortíferos de unas dificultades que están causando estragos en la
construcción, los servicios, la industria y el pequeño y mediado comercio, incapaces de
sobrevivir en estas adversas condiciones. Sin embargo, la empresa decide presentar un
ERE para despedir a una cuarta parte de la Redacción y rebajar al resto un 15
por ciento en los salarios. Se confirma
así el vaticinio que en su día predijo un periodista de la casa, Eric González:
“Cualquier día, en cualquier empresa, van
a rebajar el sueldo a los obreros para financiar la ludopatía bursátil de los
dueños”. Ni qué decir que fue trasladado de inmediato.
Porque más que el descenso coyuntural del negocio (que
también se ha producido), al periódico lo lastra la política de inversiones y
ambiciones megalómanas que ha emprendido la dirección del holding empresarial
que lo edita y ese “capitalismo de casino” que practican sus dueños. Pero mucho
más grave que su situación económica es la pérdida de credibilidad y el
abandono de los valores progresistas que representaba la cabecera. El País
ha perdido lectores desde mucho antes de que surgiera la crisis económica que
dificulta su financiación.
Sus ideas y el enfoque informativo que mantenía su línea
editorial constituyeron el símbolo de una época de decidida vocación
democrática, que se consagró con ocasión de la intentona golpista del Teniente
Coronel Tejero, cuando El País no
dudó en apostar en solitario, cuando los demás medios aguardaban el resultado
de la intentona y antes de que el Rey pronunciara su rechazo al golpe, con una
portada que hizo historia: “El País
con la Constitución ”. Era un mes de febrero de 1981 y poco después
el socialismo de Felipe González accedía al poder por primera vez en democracia
en España. Desde entonces, el periódico mantuvo un apoyo recíproco con los
gobiernos socialistas y jamás cuestionó la Monarquía de Juan Carlos. Felipe González, con
decisiones muchas veces discutibles, propulsó una prensa que contrarrestara el enorme
peso de los medios conservadores, concediendo licencias poco respetuosas con la
legalidad, como la autorización a emitir en abierto de Cuatro, un canal posible gracias a la “ingeniería legal” del
Gobierno. Eran tiempos en que hasta los periodistas más enjundiosos del diario
supieron crecer hasta convertirse, gracias a la reputación de su firma, en “redes o
editores sociales” por el seguimiento que despertaban, como describe Juan Varela
en su análisis de Periodistas21.
Pero esa fidelidad de los lectores ha desaparecido hoy día.
La pérdida que acusa el diario en su venta no es sólo por las dificultades del
mercado, sino por la pérdida de sintonía que mantenía con ellos. El País ha abandonado muchas de sus
ideas progresistas iniciales para girar hacia un evidente conservadurismo
ideológico y empresarial que asquea a quienes lo compran. El propio ERE que
aplica a su redacción, por problemas coyunturales tras años de alto
rendimiento, muestra su alineación con las medidas liberales y laborales que
impulsa el conservador Partido Popular desde el Gobierno. Su posición interesada,
como empresa, frente a regímenes izquierdistas de América Latina, de abierta
confrontación, es otra señal de su giro editorial. Y la actitud de su primer
director y fundador, Juan Luis Cebrián, convertido hoy en Presidente Ejecutivo
después de haber sido Consejero Delegado de Prisa, de despreciar la opinión de
los redactores frente a la capacidad de la dirección para adoptar cuántas
decisiones crea convenientes, ha provocado no sólo el enfrentamiento de sus subordinados
compañeros de profesión (véase la
Nota de Redacción), sino que ha decepcionado a unos lectores
que esperaban un comportamiento más acorde con las ideas progresistas que
preconizaba el diario.
Sin Público como medio de
izquierdas y El País en franca deriva
conservadora y mercantilista, la prensa progresista en soporte papel está siendo laminada
del panorama mediático de España. Es lo que pasa cuando la economía prevalece sobre
cualquier otro criterio e impulsa comportamientos reaccionarios que infectan
hasta la línea editorial de lo que fue referencia como “diario independiente de
la mañana” para convertirse en “diario
global en español del mundo”, capitalista, por supuesto, faltaría añadir.
Actualización (20/10/12)
A la semana de escribir este artículo, el periodista citado en él abandona el periódico objeto de la crítica. Merece la pena la actualización para valorar los "daños" que la "enfermedad" bursátil es capaz de hacer:
Gracias Eric González por ser tan sincero.
Actualización (20/10/12)
A la semana de escribir este artículo, el periodista citado en él abandona el periódico objeto de la crítica. Merece la pena la actualización para valorar los "daños" que la "enfermedad" bursátil es capaz de hacer:
Gracias Eric González por ser tan sincero.
domingo, 7 de octubre de 2012
Pudor entre brumas
Un sol perezoso deja que las primeras brumas del
otoño se eleven desde las quietas aguas del río para envolver la ciudad y
cubrir con velos fantasmagóricos la alta
silueta que se erige a los pies de Sevilla. La enhiesta figura, rígida de vigor
viril, amenaza a un caserío de tejados
apacibles y humildes que se arremolinan alrededor de la gentil Giralda, señora
de la villa que compensa su soltería con la fidelidad que le profesa su pueblo.
Acostumbrados a su única presencia, los jirones deshilachados de las nubes que
se siguen el curso del Guadalquivir tropiezan ahora con aquella mole que está
dispuesta a conquistar la confiada dama sevillana, hasta penetrarla con la
sombra alargada de los atardeceres que descienden del Aljarafe. No puede el
otoño, con su pudoroso antifaz de brumas, confundir al hidalgo de hierro y cristal que
se empeña en arrebatar los cielos de Sevilla a la, a su lado, empequeñecida y pacífica
Giralda. Como si la grandeza fuese una cuestión de alturas.
jueves, 4 de octubre de 2012
Turquía como excusa
Turquía ya sirve de excusa para que la OTAN intervenga en la
prolongada insurrección que está teniendo lugar en Siria para derrocar al
régimen de Bashar al-Assad, quien hereda
de su padre el gobierno del país, conquistado gracias a un golpe de Estado que encumbró
al primero en el poder en 1970, al frente del único partido permitido, el
Partido Baath, de inspiración socialista. Desde entonces, ese partido domina la
vida política siria a través del Frente Nacional Progresista, una coalición
parlamentaria que está bajo su control absoluto.
Este férreo control no ha impedido que el espíritu de las
revueltas árabes terminaran prendiendo también en Siria, donde la secta
minoritaria alawita, a la que pertenece el clan dominante, genera un
fuerte resentimiento entre los musulmanes suníes, grupo mayoritario de
la población. Un caldo de cultivo para que los “rebeldes” entablen, siguiendo
el patrón de la “primavera árabe”, ofensivas “liberadoras” en las principales
poblaciones sirias, dando lugar a una guerra civil que gana en intensidad, extensión
y crueldad progresivamente, desde Alepo hasta Damasco. Así es como se suceden
los incidentes con los países vecinos, produciéndose ataques y escaramuzas en
puestos fronterizos con Irak y Turquía.
Aunque existen precedentes con el derribo de un avión
militar turco en junio pasado, Turquía se involucra peligrosamente en el
conflicto al responder sin dilación la muerte de cinco civiles en Akcakale, a
causa de proyectiles disparados desde Siria, con el bombardeo de objetivos
sirios en la región fronteriza. Ya es la segunda vez que Turquía repele lo que
considera “provocaciones que atentan contra su seguridad nacional” con una
contundencia, hasta el momento, proporcionada. Sin embargo, el aumento de la
tensión es creciente en la zona y las consecuencias de estas fricciones,
incalculables. Para el viceprimer ministro turco, Bulent Arinc, esas muertes de
civiles eran “la gota que colma el vaso”.
Turquía se presta, pues, a ofrecer la excusa que Occidente
puede necesitar para que la OTAN
intervenga en el derrocamiento del régimen autoritario de Assad. Como país
miembro de la organización militar, Ankara convocó una reunión urgente de la Alianza , en virtud del
Artículo 4 del Tratado, para someter a consultas la amenaza que representa
Siria a su seguridad e independencia nacional. El Consejo Atlántico, formado
por embajadores de los 28 países miembros, estudia la violación del territorio
turco y las posibles acciones defensivas a emprender.
No es excepcional en la historia que se busquen excusas para
entrar en conflicto. El hundimiento del Maine, en 1898, constituyó el
pretexto propicio para que Estados Unidos declarara la guerra a España y le
arrebatara las posesiones de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. De igual modo, el
ataque japonés a Pearl Harbor, en 1941, hizo que el país norteamericano
participara en la
Segunda Guerra Mundial. Y más recientemente, gracias al
ridículo pretexto de que estaban “en peligro la vida de ciudadanos
norteamericanos”, Ronald Reagan decidía invadir la minúscula isla de Granada,
en 1983, para sofocar un peligrosísimo foco de inestabilidad cerca de sus
fronteras y amortiguar, así, la influencia cubano-soviética en los
movimientos revolucionarios de América Latina. Son, en definitiva, jugadas que
la geoestrategia imperial desarrolla en todas cuadrículas del tablero mundial.
Hoy, la partida se desarrolla en la región mediterránea y
Oriente Próximo e implica a países árabes que sufren “rebeliones” para desprenderse
de unas dictaduras que ya no son útiles a los intereses de las grandes
potencias. Ayudar a los rebeldes, proteger a la población o responder a las amenazas o agresiones hacia terceros son los motivos que
se esgrimen en la política internacional para decidir, con la ayuda y colaboración
militar pertinente, la suerte del conflicto y decantar hacia el bando aliado al
país en cuestión. Irak, Túnez, Libia, Yemen, Egipto y Libia, hasta la fecha,
son los escenarios donde la “primavera árabe” ha provocado conflictos armados, cambios
de régimen o de gobierno y protestas masivas de una población que ansía
equipararse a las democracias de los países desarrollados y cercanos.
El régimen
sirio está batiéndose duramente y de momento se resiste al “cambio”. Su suerte,
sin embargo, puede estar echada con la excusa que brinda Turquía. Con Naciones
Unidas maniatadas por el veto soviético, aliado de Siria, a cualquier
iniciativa que suponga algo más efectivo que las visitas de un enviado
especial, la alternativa “defensiva” de la OTAN se presenta ya como probable, al exigir el cese
la agresión a un país miembro de la Alianza. Habrá que estar atentos a unos
acontecimientos que pueden precipitarse en una zona especialmente sensible,
donde confluyen tantos intereses que nos afectan a través del Mediterráneo. Rusia,
Estados Unidos, Europa y el Islam juegan al ajedrez cada vez más cerca de casa
martes, 2 de octubre de 2012
La sociedad `hedoísta´
La crisis nos ha servido para despojarnos de la venda que
nos impedía apreciar la verdadera esencia de la realidad en la que estamos
insertos. De súbito, descubrimos que el mundo que habitamos es un zoco donde
todo tiene un precio y en el que la felicidad, como el bienestar o la salud y demás
bienes o servicios, es sólo un producto mercantil sometido a cotización entre
la oferta y la demanda, que por lo que se ve encarece la deuda acumulada de la
sociedad en su conjunto, en beneficio de los acreedores que financian nuestro
nivel de vida.
Dispuestos a trapichear en esa economía de mercado, nos amoldamos
con sorprendente facilidad a que la riqueza y el consumo fueran los signos externos
de nuestra prosperidad y los mejores marcadores públicos de lo que creímos eran
el éxito y la libertad. Inducidos por una publicidad embaucadora, nos dedicamos
en cuerpo y alma a dar satisfacción a las múltiples tentaciones que despertaban
nuestros deseos, convencidos de que todo estaba permitido, hasta incluso vender
la intimidad en cualquier espectáculo de televisión, con tal de alcanzar esa
capacidad ilimitada de consumo, sin importar que los valores del mercado nos
convirtieran en trabajadores-consumistas.
Trabajábamos para consumir sirviendo a un mercado que gracias
al consumo ofrece miajas de trabajo, quedándose con el grueso de los
beneficios. Una vida circunscrita al consumo hacía nacer un hedonismo que sólo procura
satisfacer sus deseos con cada adquisición compulsiva de la última novedad o
del artículo que la mercadotecnia hiciera sentir como necesario. Lo relevante
era consumir para estar a la altura de las circunstancias, y en función de ese
objetivo se proyectaba la vida personal. Mejor trabajar cuanto antes que
estudiar si ello posibilitaba el engranaje en esa dinámica consumista, sin pérdida
de tiempo. La única vocación consentida era la de ganar dinero y demostrar que
el éxito y la libertad habían sido conquistados por un nuevo trabajador-consumista.
Eso no era vivir por encima de las posibilidades, sino vivir de espaldas a la
realidad para ubicarnos en una fantasía espectacular
que nos ofrecía sucedáneo de felicidad. En palabras de Vaneigen, un “falso paraíso
plagado de mercancías” que sustituía al mundo real.
Esa fantasía tan maravillosa se llama sociedad de consumo,
espejismo engendrado útilmente para sus propósitos lucrativos por la economía libre
de mercado. En tal sociedad, cualquier producto del hombre es susceptible de
ser valorado en términos mercantiles, pues el culto grosero al dinero califica
toda obra humana. El arte, la cultura, el ocio, los bienes y servicios, etc.,
cualquier actividad servía de mercancía, conformando nichos de negocio
sumamente rentables a la iniciativa privada en un mercado desregulado que sólo
beneficia a una minoría que los explota y que tiende a la concentración de sus fuerzas
e intereses.
Nos habíamos olvidado de los propósitos sociales. Perdimos interés
por las necesidades comunes en beneficio de las preferencias particulares y la
satisfacción individual. Nos volvimos egoístas que sólo se acuerdan del Estado
y de los servicios públicos cuando quedamos abandonados en las cunetas de un
mercado nada dispuesto a socorrernos. Adorábamos la libertad hedoísta, la que amparaba el hedonismo
egoísta en que nos habíamos convertido hasta que una crisis del sistema nos
quitó la venda de los ojos. Entonces descubrimos que necesitábamos servicios
que sólo eran posibles si los costeamos entre todos puesto que el mercado sólo
proporciona aquellos que son rentables. Pero lo descubrimos demasiado tarde,
cuando los acreedores exigen la devolución de las inversiones con que
financiaron nuestros sueños de felicidad. Actúan conformes a su lógica
mercantil, con la que previamente han contaminado toda nuestra actividad y
manera de pensar. Por eso asumimos, angustiados, la deuda. Ahora toca pagarla.
Para ello nos meten miedo. Nos advierten de la miseria que
nos aguarda si no satisfacemos la deuda, si no atendemos sus demandas. Especulan
con nuestra economía para encarecer su financiación hasta niveles insoportables
y nos obligan a despojarnos de los restos
raquíticos de un Estado del Bienestar que todavía podía ayudar a los más
necesitados. Nos amenazan cada semana con nuevos rescates y más duros ajustes,
y sofocan cualquier protesta con la debida contundencia bruta de una policía a
la que incitan los que debían controlarla. Nos apremian a que sacrifiquemos
derechos y libertades en aras de una “seguridad” quimérica que reemplazará Estado
por mercado. Pero cuando se complete esta transformación, dejaremos de ser
ciudadanos soberanos de un Estado para ser clientes de un mercado global que
impone sus normas y sus leyes, en el que la política no tendrá cabida más que
para defender los intereses de los patronos y solventar sus inversiones
fallidas. Tal vez entonces, cuando ninguna revolución sea posible, nos daremos
cuenta que el hedoísmo sólo ha
servido para instalarnos en una sociedad injusta, gobernada sólo por la economía,
donde el hombre ha dejado de ser la medida de todas las cosas para ser
reemplazado por el dinero.
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