domingo, 7 de octubre de 2012
Pudor entre brumas
Un sol perezoso deja que las primeras brumas del
otoño se eleven desde las quietas aguas del río para envolver la ciudad y
cubrir con velos fantasmagóricos la alta
silueta que se erige a los pies de Sevilla. La enhiesta figura, rígida de vigor
viril, amenaza a un caserío de tejados
apacibles y humildes que se arremolinan alrededor de la gentil Giralda, señora
de la villa que compensa su soltería con la fidelidad que le profesa su pueblo.
Acostumbrados a su única presencia, los jirones deshilachados de las nubes que
se siguen el curso del Guadalquivir tropiezan ahora con aquella mole que está
dispuesta a conquistar la confiada dama sevillana, hasta penetrarla con la
sombra alargada de los atardeceres que descienden del Aljarafe. No puede el
otoño, con su pudoroso antifaz de brumas, confundir al hidalgo de hierro y cristal que
se empeña en arrebatar los cielos de Sevilla a la, a su lado, empequeñecida y pacífica
Giralda. Como si la grandeza fuese una cuestión de alturas.
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