Las ataduras nunca le impidieron volar a su antojo ni alejarse
sin avisar. Buscaba una libertad que la disciplina de la familia hacía pequeña
y constreñida. Sin autosuficiencia, tenía que vencer fuerzas centrífugas
que tiraban de él y centrípetas que lo mantenían sujeto al hogar. La
impaciencia le malogró oportunidades de escapar con antelación, pero incluso con
dificultad lograba superarlas para emprender otras nuevas. Nada le fue fácil pues
sus sueños nunca podían aguardar el momento propicio para materializarse. Hasta
que un día lo vio claro y planificó su futuro. Consiguió remontar altura para volar
hacia el destino que tanto ansiaba. Y sintió la responsabilidad de disfrutar de
su propia libertad. Entonces echó de menos las preocupaciones que siempre confundía
con limitaciones y empezó a regresar. Mientras más autonomía conseguía, más
deseaba volver con los suyos y comprender esas ligaduras de los sentimientos que, en realidad, tanto atan. Había conquistado al fin la felicidad de saberse eslabón
en la cadena humana que une a padres e hijos, enlazando generaciones sin límite
en el tiempo. Su afán era, ahora, retornar.
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