jueves, 23 de febrero de 2017

Patología eclesial

La iglesia católica no deja de sorprendernos, al menos, en España. Cuando no es una pataleta clerical, jaleada por la prensa afín, por conservar los privilegios que disfruta en nuestro país con la enseñanza concertada, en virtud de la cual imparte el adoctrinamiento religioso en criaturas sin capacidad de discernimiento e incluso segrega a los alumnos en razón del sexo, gracias a una financiación pública y no por cuenta de los padres que eligen ese tipo de educación, es por las leyes civiles que persiguen la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. De vez en cuando, altos dignatarios eclesiásticos se manifiestan en contra de la libertad de la mujer para decidir todo lo que le concierne como persona, incluida su vivencia sexual y su capacidad reproductora. La última “boutade” en tal sentido la ha expresado el arzobispo de Granada, al considerar que la ideología de género es “una patología”. Vamos, algo así como sostener que la igualdad entre la mujer y el hombre es una enfermedad. Y se ha quedado tan pancho.

No es la primera vez ni el primero en criticar las políticas de igualdad desde el seno de la Iglesia, pero esta última ha sido la más ofensiva y sorprendente. Monseñor Francisco Javier Martínez ha afirmado durante una homilía, que luego ha reproducido, para que quede constancia, en la página web de la Archidiócesis de Granada, que detrás de la ideología de género que se imparte en la enseñanza hay, no sólo “una patología”, sino “una cortedad y una torpeza de la inteligencia”. Piensa el prelado que reconocer la igualdad de derechos en la mujer es patológico porque “no reaccionamos igual, no pensamos de la misma manera y (…) perdemos el contacto con lo natural”. Y para subrayar su criterio, como si fuera un argumento de autoridad, el purpurado recordó lo dicho por un sacerdote amigo respecto de que Cristo había venido a este mundo a enseñar a distinguir “una patata de una rosa y un hombre de una mujer”. Menos mal que la Iglesia tiene estos intérpretes fidedignos de la voluntad de Dios que nos aclaran sus intenciones.

Al parecer, para el arzobispo lo normal y natural es la discriminación que, en muchos ámbitos, todavía soporta la mujer por el mero hecho de ser mujer. Lo normal y natural, aparte de constituir un rasgo de inteligencia, es mantener a la mujer supeditada al hombre y negarle una capacidad idéntica para desarrollarse como persona, en igualdad de condiciones y derechos.

Causa perplejidad que quien hace distinción de normalidad, y de inteligencia, sea miembro de una entidad que mantiene un celibato contrario a la fisiología del organismo, renuncia a formar familia y contribuir a la perpetuación de la especie humana. Para el arzobispo es normal la creencia en ángeles, arcángeles, querubines y demás supuestos seres celestiales, pero sumamente anormal y de cortedad intelectual pensar que la mujer es merecedora de los mismos derechos que el hombre. O que la superstición sobrenatural en un ser eterno, creador de todo lo existente y con mentalidad sospechosamente humana que premia y castiga y hasta escoge bando en las guerras de los hombres, es absolutamente normal, pero la voluntad racional por evitar todo tipo de discriminación de la mujer es patológico. Incluso que es perfectamente natural asumir la resurrección de los muertos, los que se han descompuesto en la tierra y los que se han convertido en cenizas por la cremación, pero es enfermizo tratar como igual a todos los humanos vivos, independientemente de su sexo o cualquier otra condición. Todo lo relativo a la creencia religiosa es, para el delegado de la divinidad, normal y natural, pero las leyes civiles que eliminan tabúes, combaten la ignorancia y hacen tolerante una sociedad en la que conviven hombres y mujeres, es antinatural y de una cortedad patológica.

No parece oportuno, por todo ello, que los representantes de esa patología eclesial dictaminen, sin que nadie se lo requiera, qué es normal y qué no. Máxime cuando, fruto de esas represiones patológicas a que someten el funcionamiento fisiológico del organismo, el colectivo clerical al que pertenece el señor arzobispo es el que más casos de pederastia y otros abusos sexuales comete en el mundo. Eso sí que es patológico y criminal, no que la mujer decida acerca de lo que le incumbe sin ninguna discriminación respecto del hombre. Lo que es una cortedad que ofende a la inteligencia es la consideración de la Iglesia sobre la mujer y no la libertad y los derechos que le son reconocidos por las leyes. Por más que le pese a monseñor y a toda la jerarquía eclesiástica. Amén.

martes, 21 de febrero de 2017

El camarada Trump

Así lo llamaban sus amigos extranjeros, los que le animaron y ayudaron a conseguir el cargo más alto e importante de su país y al que creía que sólo él, con su visión catastrofista de la situación por la que atravesaba, tratado de igual a igual y hasta ninguneado en sus relaciones por las demás naciones del mundo, podría volver a poner en pie y hacer grande, otra vez. Donald Trump, al que aludían cariñosamente como camarada Kozyr -haciendo un juego de palabras con su apellido y la traducción rusa de triunfo-, mostraba una admiración casi idólatra por el líder que gobernaba el país de sus amigos y su insobornable determinación a la hora de adoptar cualquier decisión, aunque fuera quebrando la legalidad internacional. Echaba de menos en su patria esa autoridad indiscutida, rayana en la soberbia, y la férrea voluntad que exhibía por recuperar la vieja gloria imperial de una nación antaño enemiga acérrima de su país. Estaba convencido de que las otrora rivalidades pertenecían al pasado y que hoy los enemigos eran otros y amenazaban por igual a ambas potencias. Por eso ahora creía que debían ser aliados como gendarmes internacionales en la lucha a muerte contra el terrorismo de raíz islamista que mantenía en jaque al mundo occidental. De ahí su admiración por el presidente de Rusia y su forma de abordar este problema, y cualquier otro, sin contemplaciones.

Junto a otras circunstancias favorables, fue gracias a la injerencia de esos amigos para hackear y airear secretos o errores de su principal contrincante en la carrera electoral y a su propia habilidad para exacerbar los miedos de sus compatriotas, castigados por la descolocación de industrias, la competencia de una economía globalizada y los flujos migratorios, como pudo al fin ganar las elecciones que lo catapultaron a la cúspide de mando de los Estados Unidos de América. Todo un triunfo del camarada Trump, que supo hacer realidad lo que explicitara el columnista del The New York Times, Roger Cohen, cuando describió que “las grandes mentiras producen grandes miedos que producen a su vez grandes ansias de grandes hombres fuertes”. Y él se consideraba ese gran hombre fuerte que necesitaba América. Sus amigos no podían disimular la satisfacción que les produjo su victoria, máxime cuando nadie, ni en el establishment ni en los medios de comunicación, apostaba un duro por él. Tampoco en las cancillerías extranjeras se esperaba que alguien tan simplista y demagogo pudiera llegar a la Casa Blanca. Todos se habían equivocado estrepitosamente, incluyendo las encuestas, con las posibilidades del tremendista Trump, excepto aquellas amistades rusas con las que miembros de su equipo mantenían frecuentes contactos y coordinaban estrategias que han devenido cruciales para su triunfo. Precisamente, la revelación de una de esas conversaciones secretas entre el embajador ruso en Washington y la persona escogida por él para dirigir la Seguridad Nacional, cuando todavía no se había producido el relevo presidencial, motivó la precoz dimisión, al mes escaso de su nombramiento, del candidato en cuestión, un viejo general todavía más visceral que el propio Kozyr, y acostumbrado a mandar sin que nadie desobedeciera sus órdenes, pero confiadamente ingenuo como para no prever que el contraespionaje de su país vigilaba todo lo que hacía y decía el diplomático ruso. Ello, no obstante, no causó ninguna brecha en la amistad de Trump con Putin, una amistad y adoración a prueba de escándalos.

Ese encandilamiento venía de antiguo, de cuando se dedicaba en cuerpo y alma a aumentar su fortuna y extender sus negocios. “Donny” Trump siempre ha perseguido triunfar en cualquier cosa que hiciera, ya fuera jugando al béisbol o construyendo un edificio, aunque para ello tuviera que estar constantemente promocionándose. Esa fue la causa por la que cambió el nombre de la empresa inmobiliaria que había heredado de su padre, hijo de inmigrantes alemanes, para poder colocar su apellido, con grandes letras doradas, en todos los edificios y propiedades que había ido adquiriendo, tanto en hoteles y rascacielos como en yates, casinos y hasta en los fuselajes de una línea aérea. Pero ni aún así se colmaba la egolatría de un hombre con éxito en los negocios que no tolera ser ignorado o subestimado, y mucho menos ser derrotado. Conforme ampliaba los negocios se relacionaba con cada vez más empresarios tan millonarios y excéntricos como él. En esos conciliábulos empresariales opinaba, después de cerrar acuerdos y sobar el culo a las secretarias, sobre deportes, los mexicanos y la política permisiva que implementaba la Administración demócrata del presidente Barack Obama, al que despreciaba por todo, como político y como persona, y al que no perdonaba que llegara a ocupar un puesto que pensaba no le correspondía por pertenecer a una minoría étnica que no representaba la esencia social y la supremacía blanca del país. Incluso se atrevió a poner en duda públicamente la nacionalidad del presidente al que acabaría sustituyendo en la Casa Blanca, sin disculparse jamás de su insolencia. Los grandes hombres nunca piden perdón ni reconocen sus trapisondas.  

Los “halcones” rusos detectaron en él el perfil idóneo para influir en sus ideas y en las propuestas que formulaba carentes de profundidad intelectual, conocimiento exhausto de los asuntos y el más mínimo tamiz crítico o analítico. Encandilado como estaba por emular a un líder que consideraba fuerte, fue fácil para quienes no se paran en límites éticos o legales seducir aún más al ambicioso triunfador neoyorquino. Era cuestión de rodearlo de personas que alimentaran su egolatría y apuntalasen su ideología vacía de ideología, pero llena de prejuicios y fobias hacia todo aquello que creía causante de la desmoralización y el desprestigio que afectaban a su país. En las charlas con sus conmilitones acababa siempre diagnosticando, cuando llegaba la hora de las copas y los puros, que lo que precisaba su país era que fuera gobernando como una empresa y por alguien con las ideas claras y la determinación firme, como hacía Putin en Rusia o como él haría, si se lo propusieran. ¡Y tanto que se lo propusieron!, lo tenía todo a favor: ambición y dinero a espuertas.

Había llegado a la intersección donde se cruzan los extremos, donde confluyen su admiración por un líder extranjero ubicado en las antípodas de su ideología y las fuentes que nutren su pensamiento del ultraconservadurismo más grosero y excluyente. El punto desde el que es fácil soplarle al oído lo que quería escuchar y convencerlo de emprender la aventura de hacer grande América, otra vez. En ese lugar en el que él sobresalía se agolpaban los descontentos y rencorosos de toda ralea y venidos de cualquier dirección, incluyendo el Tea Party, militares retirados y multimillonarios aburridos. Y de ese lugar extrajo, como si se los hubieran puesto en bandeja, los luceros que alumbrarían su camino hacia el sillón presidencial y elaborarían el discurso más conveniente para todos, también para sus nuevos amigos. Allí conoció al planfletista Steve Bannon, su principal e inquietante estratega, asesor de la campaña electoral y ahora con un puesto permanente en el Consejo de Seguridad Nacional, partidario de declarar la guerra al Islam para salvar al mundo de la influencia musulmana. Y de barrer del escenario a la “élite globalizada” que ha hecho desbarrar al capitalismo. Allí también coincidió con Rex Tillerson, el empresario que estuvo al frente de la petrolera ExxonMobile, una de las mayores del mundo, y que extendió su negocio e influencia por Rusia, alcanzando tal predicamento que fue condecorado por Putin, de quien se confiesa amigo, con la Orden de la Amistad, que es una distinción, no un chiste. Trump, para que quede constancia de su seriedad, lo ha nombrado Secretario de Estado, jefe de la diplomacia norteamericana, porque, en su opinión, “es uno de los más hábiles líderes empresariales y negociadores internacionales”. Y, como estos, todos los demás que le arroparon para dar el paso a la política, incluyendo los negacionistas del cambio climático que no salen a la calle sin una biblia en el bolsillo, los que criminalizan la inmigración porque coinciden con Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, en que “todos los terroristas son migrantes” aunque sea mentira, los que denostan la educación pública pero aceptan un cargo para responsabilizarse de su administración, y, por supuesto, los miembros de su familia que siguen a papi allá donde vaya a ganar dinero y saciar su ego.

El camarada Trump, un hombre astuto, extremadamente conservador, xenófobo y machista, además de multimillonario, acaricia ahora los muebles de la Casa Blanca, acompañado de esa camarilla de aduladores que aplauden e incitan todas sus ocurrencias. Disfruta de una autoestima que le hace feliz firmando, como quien firma autógrafos, lo que le pongan por delante, sin importarle las consecuencias. Si los rusos odian el Islam, obsesionados todavía con Chechenia, el camarada Kozyr firma un decreto prohibiendo la entrada al país de extranjeros procedentes de varios países musulmanes, despreocupándose si ello es inconstitucional. Si los rusos mantienen conflictos comerciales y territoriales con Europa, el camarada Trump hace lo posible por debilitarla, mostrando públicamente su agrado por el Brexit de Reino Unido, amenazando con rebajar la aportación de EE UU a la OTAN y cuestionando la viabilidad del euro. Y si alguien recela de sus medidas y desvela sus mentiras, le declara la guerra y lo acusa de conspiración, de actuar con odio y de poner en riesgo la seguridad nacional, como hace con la prensa que no sigue sus dictados, con los jueces que paralizan sus decretos, con las empresas que no están dispuestas a aislarse en un proteccionismo ridículo, con las mujeres que no quieren ser floreros como su esposa y con cualquiera que tenga dos dedos de frente y advierta del peligro que representa un presidente marioneta de sus amigos.

Donald Trump ha triunfado y se ha encumbrado en el lugar más poderoso del planeta con intención de enfrentarse a la realidad, y a la legalidad, sabiamente aconsejado por amigos, familiares y compinches. Quiere hacer grande América otra vez, la América que a él y a sus amigos les interesa, aunque para ello tenga que desbaratar o destruir el mundo. Y en ello está el camarada Trump, el amigo Kozyr, si nadie se lo impide.
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Esto es un relato de ficción, construido con elementos de la realidad
y ensamblados con imaginación. Toda coincidencia con ella
es alarmantemente preocupante.

viernes, 17 de febrero de 2017

La golondrina de Saber y Ganar

Los amantes de las sobremesas entretenidas con algo que merezca la pena están de fiesta. Celebran que un programa cultural, un concurso de preguntas variadas que abarcan todas las ramas del saber, cumple en antena, de manera ininterrumpida, nada menos que 20 años, algo doblemente insólito: por su inusitada longevidad y por su temática. Saber y Ganar, el programa que se emite todos los días por La 2 de Televisión Española (TVE), alcanza hoy la friolera de 20 años en antena, y lo celebra como cabía esperar: realizando unos programas especiales en los que vuelven a competir los concursantes más señeros del programa, aquellos “magníficos” que consiguieron permanecer 200 ediciones sin ser eliminados. Los seguidores del concurso, que los hay aunque sean una minoría comparados con los que congregan espectáculos más frívolos, están de enhorabuena porque, aparte de admirar a quienes son capaces de acertar una fecha histórica, un cuadro de cualquier estilo y época o una definición del diccionario, tienen la oportunidad de visionar momentos pasados y estelares del programa. Todo ello, además, conducido siempre, durante estas dos décadas, por el mismo presentador, sin que al parecer no pasen los años por él, el incombustible Jordi Hurtado, quien “da la cara” diariamente sin perder ni la ilusión ni la profesionalidad, acompañado por la voz invisible de Juanjo Cardenal y la presencia visible, para determinadas preguntas, de Pilar Vázquez. El programa se realiza, desde sus comienzos, en Barcelona, en los estudios de Sant Cugat de TVE, y está dirigido por Sergi Schaff.

Para una televisión pública y generalista como es TVE, entregada a la vulgaridad espectacular y a la manipulación y censura en sus espacios informativos, este programa encomiable no hace verano, es la golondrina esporádica que revolotea inexplicablemente por la parrilla del ente. Aunque nos alegramos del cumpleaños de Saber y Ganar, lamentamos que espacios similares no abunden en la programación de Televisión Española, tan ofuscada como está en competir con las televisiones privadas en vez de centrarse en ofrecer contenidos de servicio público y programas caracterizados por su calidad y por lo que aportan a los ciudadanos, quienes la financian vía impuestos. En cualquier caso, la golondrina de Saber y Ganar nos reconforta todas las tardes frente al televisor, haciéndonos soñar con un verano audiovisual plagado de programas dirigidos a la inteligencia, no a las vísceras y las bajas pasiones. ¡Felicidades, Saber y Ganar! 

jueves, 16 de febrero de 2017

Reductos laborales monopolizados


Puede que el titular sorprenda a muchos que lean estas líneas porque parece difícil creer que determinados trabajos continúen disfrutando de un régimen casi de monopolio que beneficia exclusivamente a sus empleados. Los hay encubiertos pero también muy conocidos, aunque en ninguno de ellos se permita la libre concurrencia para acceder a un puesto de trabajo. Son reductos laborales monopolizados por los propios trabajadores, los cuales impiden que otros puedan, no sólo arrebatárselos, sino siquiera hacerles competencia. La estiba es uno de esos reductos privilegiados.

Desde hace días, el trabajo de carga y descarga portuario está de actualidad por un conflicto que le enfrenta al Gobierno  Los estibadores están en contra de la decisión del Ejecutivo de liberalizar el sector, en el que más de 6.000 trabajadores se encargan en los puertos españoles de manejar toda la mercancía que utiliza la vía marítima o fluvial, cargándola y descargándola de los barcos, lo que representa el 60 por ciento de las exportaciones del país y el 86 por ciento de las importaciones. Esas magnitudes son, precisamente, las que fortalecen y envalentonan al sector estratégico de la estiba. Las repercusiones de una huelga no son, pues, ninguna minucia si, como anuncian, estos trabajadores paralizan los 46 puertos más importantes de España, los días 20, 22 y 24 de febrero, ocasionando unes pérdidas estimadas de más de 150 millones de euros. Al parecer, el Gobierno ha prorrogado una semana el plazo para continuar las negociaciones y los trabajadores, en contrapartida, han desconvocado, de momento, la huelga, aunque mantienen un ritmo lentificado que provoca grandes atrasos y atascos en la actividad portuaria.

La estiba es un trabajo duro, pero bien remunerado. Los estibadores son los encargados de distribuir la carga en los barcos de manera equilibrada para asegurar su navegación. El 80 por ciento de ese trabajo se realiza con máquinas y grandes grúas, y el 20 por ciento restante, que no se transporta en contenedores, se hace manualmente. Se trata de un trabajo pesado, con jornadas irregulares y, a veces, sin horarios fijos porque depende de las cargas de trabajo de cada puerto y de la actividad que genere.

Lo cuestionable del asunto es que todos los trabajadores de la estiba están contratados por sociedades de gestión a las que sólo ellos pertenecen y en las que, por ejemplo, no figura ninguna mujer. Cualquier empresa naviera que necesite movilizar mercancías en un puerto español debe contratar a través de estas sociedades los estibadores pertinentes. Se trata, pues, de un nicho laboral endogámico y prácticamente en régimen monopolista o de oligopolio del que participan, exclusivamente, los cerca de 8.000 estibadores que existen afiliados en España. Es decir, un trabajo vetado a quien no pertenezca al gremio de los afiliados a tales sociedades de gestión.

El Gobierno, en cumplimiento de una sentencia del Tribunal Europeo de Justicia, debe liberalizar el sector, tramitando con urgencia vía Decreto Ley un cambio legal para sustituir esas sociedades de gestión, tras un período de transición de tres años, por empresas de servicios, parecidas a las de trabajo temporal, abiertas a aceptar solicitudes de trabajo sin ninguna restricción, salvo la exigencia de los requisitos establecidos. Con ello se conseguirá que aumente considerablemente la demanda de trabajadores, a quienes se les requerirá una cualificación profesional, y es previsible que –a más demanda- se abaraten los sueldos, que en la actualidad oscilan entre los 60.000 y 100.000 euros al año. Los estibadores, naturalmente, están en contra, pues no quieren perder el control que ostentan en el trabajo portuario ni las condiciones ventajosas que disfrutan y que se refleja en sus nóminas.
 
Son como los taxistas del aeropuerto de Sevilla. Otro reducto acaparado por un número minoritario de trabajadores del taxi que no permite que otros taxis vayan allí a recoger viajeros ni que empresas de alquiler de vehículos con conductor participen del negocio en “su” parada. Para impedir la competencia -legal o desleal, les da igual- son capaces de recurrir a métodos violentos, como son el pinchado de ruedas o arañazos en la carrocería de los vehículos ajenos a la camarilla de taxis que tiene en el aeropuerto su base y hasta peleas físicas con quienes consideran “intrusos”. El Ayuntamiento hispalense, responsable de conceder licencias y velar por el cumplimiento de las normas en el sector, no ha querido involucrarse hasta la fecha en un problema que afecta a la imagen de la ciudad, salvo cuando se producen incidentes en los que debe intervenir la policía local. Se trata de otra explotación comercial, esta vez en el transporte de viajeros, monopolizada por los trabajadores del taxi del aeropuerto de Sevilla que se niegan a permitir ninguna competencia en su trabajo, a pesar de las leyes laborales y las reglamentaciones de la concesión. Crean y abusan de una situación de privilegio al no tolerar siquiera la rotación de todos los taxistas de Sevilla por aquella parada de la discordia. Y, como los estibadores, están dispuestos a ocasionar los daños que sean necesarios para defender su “chollo”. Contra este tipo de trabajadores, afortunados pero insolidarios, no existe un mercado libre, abierto a la competencia, ni la igualdad de oportunidades. Actitudes cerradas en defensa de privilegios porque, en gran medida, se lo permiten los poderes públicos que han de regular la actividad económica de la ciudad y del país, salvo cuando una resolución judicial les obliga a ello. ¿Cuántos reductos monopolistas existirán aún en España?

martes, 14 de febrero de 2017

Enamorados

O lo parecían. No se separaban uno del otro, rozaban sus cuerpos, se palpaban  tímidamente con sus extremidades y permanecían juntos todo el tiempo, como si estuvieran compartiendo secretos íntimos en un rincón alejado de la curiosidad. La vida alrededor no les importaba porque su existencia se limitaba a ellos dos, entregados mutuamente a sus delicadas caricias y atenciones. Alguien les había maniatado el miembro desarrollado para defenderse, como la escayola en el brazo de un boxeador, pero ello no impedía que pudieran mantener contacto y mostrar sus sentimientos. Vigilaban la entrada de un posible alojamiento que, de momento, ocupaba un soltero solitario y egoísta. Esa pareja paciente dedicada a sus relaciones, a la espera de la más mínima oportunidad para disponer de una tinaja donde cobijarse, es lo más parecido a estar enamorados, aunque sean langostas. ¡Feliz día de San Valentín, bichos!

lunes, 13 de febrero de 2017

Se apaga una voz, Al Jarreau

Este año inquieto nos castiga con una pérdida del mundo de la música y nos condena al silencio de una voz original y aterciopelada, que nos acostumbró a escuchar un jazz melodioso que era interpretado con una soberbia técnica vocalista. Ha muerto, ayer en Los Ángeles (EE UU) Al Jarreau, un artista sobrio, ajeno a la farándula del famoseo, de inquietudes religiosas y empeñado en dotar a su voz de la sutileza y la limpieza de una nota musical. Se le recuerda por ser el autor de la sintonía de la serie televisiva Moonligting, traducida en España como Luz de luna. Al Jarreau y Bobby McFerrin compartieron un estilo único entre los grandes vocalistas jazzísticos que consiguieron popularizar, sin merma de calidad, lo que luego se ha definido como jazz fusión. Quédense con esta versión de Your song como recordatorio de su talento y en homenaje a un músico peculiar que ya forma parte de los grandes artistas eternos de la música.



Día Mundial de la Radio


De todos los medios de comunicación, la radio es la más cercana, la que siempre ha estado ahí, a nuestro lado, sirviendo de ventana que nos abre al mundo o nos acerca el mundo a nuestra cocina o junto a los libros cuando teníamos edad de estudiar. Era la más inmediata a la hora de comunicar una noticia, el suceso imprevisto de última hora y los primeros testimonios de los afectados, testigos o periodistas que acudían raudos y se confundían en el lugar del suceso. Primeras valoraciones y primeras declaraciones emitidas con la voz aun quebrada y temblorosa por la inmediatez del hecho, calientes por la emoción y nerviosas por un miedo todavía vigente y punzante, palpable a través de la misma radio.

Era también el entretenimiento más barato y familiar, aquel que se disfrutaba cada mañana o cada tarde a través de las radionovelas que lograban acallar las charlas domésticas o los ruidos de cualquier actividad para atraer la cautiva atención de los oyentes durante capítulos interminables que se prolongaban meses y años. La radio era el vehículo, incluso cuando la televisión ya le hacía competencia, para las retransmisiones deportivas, la voz que se desgañitaba con los goles de los partidos de fútbol cada domingo, obligándonos a llevar un transistor siempre pegado a la oreja, o la que nos hacía participar de las gestas y las derrotas de nuestros deportistas más admirados o famosos. Y también la que nos deleitaba con las músicas más modernas, el rock y el pop de última hora que, por medio de las radiofórmulas y la frecuencia modulada, nos permitía ponernos al día con lo que arrasaba en Londres o Estados Unidos, vanguardias que marcaban nuestras tendencias y gustos.
 
Esa era la radio de mis recuerdos y la radio que todavía sintonizo, en casa o en el coche, cuando requiero su inmediatez y su familiar compañía. La de los partes informativos, los avisos sobre el tráfico y demás emergencias, la de las señales hoarias y las cuñas publicitarias, como aquella inolvidable del negrito del colacao de mi adolescencia. Hoy, Día Mundial de la Radio, acude a la memoria todo lo que le debo a la radio a lo largo de toda mi vida: una fiel compañía. Y he de agradecérselo con este sentido y humilde reconocimiento.

domingo, 12 de febrero de 2017

Abundancia de asuntos


A veces, no sabe uno de qué escribir, no por falta de asuntos que tratar sino por todo lo contrario, por su excesiva abundancia. Pensaba comentar, por ejemplo, la batalla que libran en Podemos, un partido novísimo que demuestra con su lucha interna de poder un envejecimiento prematuro en una formación que pretendía caracterizarse por ser diferente de los demás partidos, a los que calificaba peyorativamente como “casta”. No quería ser “casta” ni comportarse como tal. Pero ha tardado sólo tres años en asemejarse a ella hasta en lo más deplorable: en la actitud beligerantemente cainita de sus líderes a la hora de aferrarse al sillón. Calcan resabios corporativistas ya conocidos en cualquier organización en cuanto se discrepa de los mandamases. Ya sólo falta por escuchar a Pablo Iglesias advertir aquello de “el que se mueva no sale en la foto”… o te mando a la alcaldía de Madrid. Pero, también, ya muchos de sus encandilados seguidores están coreando aquella otra afortunada consigna del 15M: “No nos representan”. Estos, tampoco.

Me hallaba elucubrando mentalmente estas ideas cuando otro asunto me ha llamado poderosamente la atención. Era el anuncio de que el presidente norteamericano iba a llamar por teléfono a su “cuate” español, Mariano Rajoy. Nunca antes una comunicación entre líderes había sido tan ampliamente publicitada como si fueran unas rebajas. Y, claro, esa inaudita y anunciada charla generó un morbo insano entre los que prestan atención a estas cosas aparentemente tan insulsas, sobre todo porque uno de los interlocutores, endiosado con el poder depositado en sus manos, le gusta reprender al resto del mundo por no pagar a Estados Unidos por su bendita existencia, dejando con la palabra en la boca a quien le rebata cualquier impertinencia, descortesía propia de su procedencia empresarial, y porque el otro interlocutor es tan lento en reaccionar que, aun rodeado de asesores, sus silencios suelen interpretarse como una sabia estratagema para dilatar la asunción de iniciativas o la resolución de problemas. Si uno no quiere saber nada de español y el otro no tiene ni idea de inglés, por más intérpretes que haya por medio, y cuando uno va de sobrado y otro de sumiso, la conversación que entablan acaba siendo un diálogo de besugos. El primero, con su blanca soberbia yanqui, avisa que hay que aumentar el gasto militar y contribuir con menos racanería al sostén del paraguas de la OTAN que nos guarece. Le faltó amenazar que, en caso contrario, nos levantaría un muro -que pagaríamos nosotros, naturalmente- para separarnos de la defensa atlántica. Y el segundo, con su inevitable tics nervioso ocular, le responde que se ofrece como mediador de los intereses norteamericanos ante Europa y América Latina. Es por eso que, una llamada prevista de quince minutos, sólo durase diez. No se entendían. Cosa prevista pero aireada como un triunfo por España porque, al menos, no le colgó el teléfono como al primer ministro australiano. Era, pues, un asunto para lucirse en una columna sobre las habilidades de nuestro inefable presidente de Gobierno. Pero, una vez más, otro estímulo seguía atrayendo el interés desde hacía algún tiempo y arrinconó la atención de la llamada telefónica.   

Era un banco. Bankia, con el dinero que le regalamos los españoles a cambio de dejar sin recursos a la sanidad, la educación y la dependencia, pretende dulcificar su imagen y anuncia, a bombo y platillo, que va a devolver lo cobrado de más por las cláusulas suelo a sus clientes sin necesidad de que acudan a los tribunales. Los perjudicados sólo tendrían que pasarse por su oficina para recoger el dinero. ¡Cuán fácil es tirar con pólvora ajena para ejercer de rey mago!  Pero para devolver el rescate que Rajoy le concedió, no por ser un banco, sino por ser el banco en el que se recoloca a los políticos del Partido Popular cuando  abandonan las ubres públicas, no dice ni pío. ¿Se acuerdan de Rodrigo Rato? Fue el último presidente de ese generoso y comprensivo banco, anteriormente dirigido por Blesa y otros truhanes por el estilo, conocidos todos ellos en los tribunales por autoconcederse unas tarjetas opacas al fisco para gastos suntuarios. Y es que Bankia, anteriormente Caja Madrid, era -.y es- el retiro dorado de las más rutilantes personalidades del conservadurismo madrileño. Si no lo creen, estén atentos a dónde acabará la lideresa Esperanza Aguirre. Había, pues, que salvarlo. La mayoría de su Consejo de Administración se sienta ahora en el banquillo por una causa u otra. Con tales antecedentes, el banco no tiene empacho en presentarse actualmente como el más desinteresado y honesto con sus clientes… puro marketing para acicalar su imagen.

Imbuido en estos procelosos pensamientos, me asalta otro asunto mucho más macabro. Un niño (¿cuántos van?), de los que suelen acompañar a sus padres en una huida desesperada hacia algún lugar presuntamente más civilizado, apareció ahogado en una playa gaditana. Otra vez la imagen brutal de Aylan, el niño sirio que apareció muerto, también ahogado, en las costas griegas. En aquella ocasión, los medios de comunicación difundieron la imagen y la noticia por todo el mundo, para que por unos segundos, al menos, nos conmovamos con el drama de los que emigran jugándose la vida. Pero en ésta, la que se produjo en nuestras playas de todos los veranos, no hubo oportunidad para ninguna imagen, tardándose, además, en dar a conocer el hecho, incluso a las autoridades municipales del término. Unos días más tarde, el suceso sirve para elaborar un par de líneas en los periódicos, útiles para criticar la actuación gubernamental, sospechosa de  ocultamiento. Tan sólo un par de ONG puso el grito en el cielo de nuestras conciencias, sin ninguna consecuencia porque andábamos preocupados con otros temas mucho más trascendentales: la lid a degüello entre Iglesias y Errejón, la factura inmoral de la luz y la desfachatez exhibicionista de los independentistas catalanes. No damos abasto con los asuntos. ¿De qué hablar?

Podría hablarse de necrologías espeluznantes, que también deberían avergonzarnos, pues en lo que llevamos de año han sido asesinadas por violencia machista once mujeres en España. A este ritmo, superaremos el récord del año anterior en cuanto a salvajismo asesino en las relaciones de pareja. Ni campañas de sensibilización, ni teléfonos especiales –que no dejan rastro en la factura- a disposición de las potenciales víctimas, ni condenas de alejamiento, ni casas de recogida, ni otras gaitas. La mujer sigue siendo, en nuestra cultura estereotipada, machista y tradicional, objeto de placer, amuleto doméstico, reclamo publicitario, paridora y criadora de hijos y bálsamo familiar, todo ello bajo la tutela vigilante del cabeza de familia, de quien depende y pertenece. De no cambiar esta mentalidad instrumental con la mujer, en casi todos los ámbitos sociales, desde los reales a los plebeyos, la desigualdad existente entre hombre y mujer se mantendrá, y la violencia de género y los abusos sexuales y de todo tipo serán imposibles de erradicar. Ellas, sin poder huir a ninguna parte, seguirán pagando con sus vidas el hecho biológico de ser mujer y por exigir los mismos derechos –no sólo de iure, también de facto- que se reconocen al hombre. Engrosan más víctimas que el terrorismo, pero no despiertan la misma atención ni la preocupación de la sociedad.

Y para acabar (por falta de espacio, no de asuntos) un acontecimiento de gran revuelo y enorme repercusión mediática: el XVIII Congreso del Partido Popular. El partido de la derecha de España actualiza su agenda ideológica, adecua su estrategia política y se prepara para responder a los retos que les presenta la sociedad española en la actualidad, como son la falta de empleo, la corrupción política y una desviación moral que la aparta de las tradiciones más señeras. Un evento para discutir grandes cuestiones que ocuparán los trabajos de las ponencias hasta determinar la postura oficial del partido en cada cuestión. De entre todas ellas, la más espinosa –y que evidencia la profunda preocupación de los conservadores por los grandes temas de su país- es la relativa a la acumulación de cargos que ostenta la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, quien además ejerce de presidenta del partido en Castilla-La Mancha y ministra de Defensa. Este es el asunto que más tinta ha derrochado en los medios y del que Rajoy tiene la última palabra o el último silencio: ratificarla en sus cometidos, ¡faltaría más! Y es que para eso se organiza un congreso: no para abrir un debate ideológico que dé respuesta a las necesidades y soluciones que reclama España, sino para asegurarse los puestos más golosos entre los dirigentes que pilotan la formación en un momento dado. Desde de Podemos al PP.
 
En definitiva, hay tantas cosas de las que hablar, sin estar seguros de que merezca la pena, que es mejor refugiarse en el silencio y contemplar la lluvia tras los cristales de la ventana. Es más satisfactorio y relajante.

viernes, 10 de febrero de 2017

Sin ella


No hay día que no la eche de menos, que no la extrañe. No puedo olvidarla. La añoro y me hallo raro sin ella, como desnudo y vulnerable. Me acompañaba a todas partes y me infundía confianza, afianzaba mi personalidad. Me había acostumbrado a tenerla presente en mi vida cada vez que la necesitaba y hasta creí que sólo existía para mi o por mi. Pero un día la perdí. Nunca más supe de ella. Intenté buscarla en vano. Anduve los lugares que frecuentábamos y nadie pudo recordarla. Rastreé todos los rincones e imploré mentalmente poder encontrarla, sumido ya en la desesperación. El frío invadía mi alma, con la cabeza al descubierto, desde que perdí mi gorra. Amaba aquella prenda y ninguna otra podía sustituirla. Sin ella, no me hallo.

miércoles, 8 de febrero de 2017

La mala “salud” del SAS

El Servicio Andaluz de Salud (SAS), organismo autónomo dependiente de la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía, encargado de gestionar la asistencia sanitaria a la población de la Comunidad Autónoma, presenta una “salud” delicada. Está con las “defensas” bajas, por lo que no es capaz de reaccionar como es debido, ni con necesaria celeridad, a los males que lo aquejan. Nunca ha gozado de una salud de hierro, pero en los últimos años ha padecido tantos achaques que hoy puede considerarse que su salud es mala, sin paliativos. Y, claro, ese estado le pasa factura, aunque intente “tirar para adelante” como pueda, abusando de su cuerpo (recursos humanos), al que tiene completamente agotado y al borde del desfallecimiento, y ayudándose de prótesis (fusiones) y estimulantes (recuperación de las 35 horas semanales) que palian los síntomas, pero no curan. Lo más grave es que se ha errado en el diagnóstico y, a estas alturas, el estado de salud del Servicio Sanitario Público Andaluz ofrece signos de colapso.

Para empezar, las “prótesis” eran innecesarias. Aquellas fusiones, que ya criticamos en su momento, no han hecho otra cosa que empeorar su estado general. Ni han posibilitado la unidad o la potenciación de los equipos médicos y asistenciales ni han logrado un ahorro significativo, aunque formalmente pareciera que dicha unificación de servicios se acometía con el beneplácito de los implicados. Más bien respondía al obligado acatamiento de órdenes en una empresa jerarquizada, que tiene reglamentada una escala de sanciones para cualquier tipo de desobediencias y faltas. Fueron fusiones logradas por obediencia debida, no por convencimiento del personal. Con todo, los ciudadanos no evidenciaron como usuarios las supuestas “mejoras” que la nueva organización funcional debía ofrecer, y se han revelado, temerosos de que su salud, como la del SAS, también se viera perjudicada. Ya habíamos advertido de que las fusiones respondían antes a un propósito empresarial por reducir costes y personal que al deseo de aumentar la calidad en la prestación sanitaria a la población. Por eso, ha pasado lo que ha pasado: las manifestaciones en contra de las fusiones se han multiplicado por casi todas las capitales de provincia de la región hasta lograr paralizarlas y hacer que los responsables directos, en el SAS que las diseñó y en las gerencias de los hospitales que las aplicaron, dimitan. Pero dimiten porque la situación de debilidad del Gobierno de la Junta de Andalucía no aconseja enfrentarse a nuevos problemas, a pesar de su convencimiento en la bondad “económica” de las fusiones. Esa es la razón que motiva la desconfianza en los promotores de esas marchas multitudinarias, a pesar de su éxito. Exigen acuerdos por escrito y compromisos para recuperar hospitales, servicios y personal como existía antes de las fusiones, sin merma ni trampas.

Esta situación de alarma social se suma al deterioro de la sanidad andaluza, que ha visto reducir el número de camas hospitalarias, la destrucción de puestos de trabajo, ha experimentado el aumento de las listas de espera y aún soporta una crónica insuficiencia en su financiación que la convierte en la que menor presupuesto cuenta por habitante de España. Entre los recortes que ha impuesto el Estado –obligando amortizar el 90 por ciento de las jubilaciones, congelando el salario de los empleados públicos y reduciendo drásticamente los “gastos” e inversiones en el sector- y los “cambalaches” del Gobierno andaluz para aparentar la defensa de una sanidad mientras aprovechaba para “corregir” su abultado déficit con una reducción poco camuflada del “gasto” (congelación de nuevas inversiones, cierre de centros de salud o ambulatorios por las tardes, contrataciones “miserables” de personal al 75 por ciento y hasta por horas, eliminación de las horas extras y otras retribuciones complementarias, fraccionamientos en las pagas de productividad y de la extra adicional suprimida en Andalucía, contrataciones leoninas de servicios externalizados que tuvieron como consecuencia una reducción en sus respectivas plantillas –cafeterías, limpieza, ambulancias, etc.), unido a “maniobras” contables para rebajar la inversión real en la sanidad al no agotar las partidas consignadas en los Presupuestos, todo ello provoca el grave deterioro que sufre lo que se consideraba la “joya de la corona” de nuestro renqueante Estado del Bienestar: la sanidad pública, que adolece de una mala salud preocupante, por culpa de una crisis económica y de la mala gestión de sus responsables políticos.

Hay que reconocer, no obstante, que se ha procurado mantener intacta la plantilla del personal fijo e interino, evitando despidos que sí se han producido en otras comunidades, pero se le ha castigado sin sustituciones, peores condiciones laborales, cierta escasez de medios y un maltrato retributivo que ha sido común en todo el funcionariado, como si fuera culpable de generar la crisis. Aún reconociendo esa “delicadeza” con el personal fijo de la mayor empresa de la Comunidad, cuyo voto es determinante, la gestión de la política sanitaria, con esos chanchullos por reducir gastos, ha sido deplorable, consiguiendo no sólo el rechazo del personal sanitario, lo que ya demuestra la miopía de los gestores, sino de toda la población que se ha echado a la calle, evidenciando algo más grave: el fracaso de una política sanitaria.

Ahora, obligada la enmienda por las marchas, hay que deshacer el camino andado, hay que recuperar lo perdido y volver a fortalecer la sanidad andaluza. No es cuestión de echar palas de dinero al agujero sin fondo de la sanidad, en primer lugar porque no hay dinero para ello, sino de mantener y consumir un porcentaje digno y suficiente de los  Presupuestos destinados a la sanidad, sin trucos ni artificios contables. Hay que dialogar con los profesionales para hacerlos partícipes de la política sanitaria y explicar a los ciudadanos las metas asequibles que se persiguen, que no son otras que las de garantizar su atención con los estándares de calidad y eficiencia a que estaban acostumbrados. Y dejarse de “prótesis” y experimentos con gaseosa de quien no sufre luego las consecuencias de sus errores. Sólo así la salud del SAS se restablecerá y, con ella, la de los ciudadanos. ¿Será ahora posible?

viernes, 3 de febrero de 2017

Un latido inútil para un día feliz

Es inútil huir de uno mismo como imposible esquivar la propia sombra. Por mucho que corramos, siempre estamos pisándonos los talones, ya sea en forma de recuerdos que entornando los párpados o aspirando una bocanada de aire. Somos lo que fuimos porque ignoramos lo que seremos, aunque permanezcamos inmutables: torpes individuos incapaces de cambiar su vida ni eludir ningún peligro. Seres tercos que tropiezan una y mil veces en la misma piedra hasta romperse las piernas o hacer trizas el obstáculo. Buscamos refugio en los burladeros del olvido sin poder evitar echar de menos una Antilla lejana del mismo modo que el poeta añora una chopera o un viejo olmo centenario, todos siempre en su mitad podridos. Al final, nos disolvemos en la misma nada de la que surgimos sin que nadie sospeche lo que dejamos: un tímido latido sin sentido, que de nada sirvió.  A pesar de todo, feliz día.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Primera muesca del año

El año ya tiene la primera muesca de la docena que arañarán su piel sin que nunca logremos domeñar ni detener su incansable discurrir. Acabamos de celebrar su llegada cuando ya superamos el primer peldaño de este incesante transcurrir del año. Nos adentramos en febrero con la sensación vertiginosa de avanzar desbocados, sin freno ni paciencia. Y aunque los fríos, las nieves, las nubes y las tormentas continúan jalonando estos días invernales, la muesca con que contabilizamos el tiempo nos augura amaneceres soleados y jornadas luminosas que también discurrirán sin descanso. Las estaciones se suceden cada vez más aceleradas en los ciclos de nuestra vida, como caballitos de un tiovivo que gira desenfrenado, sin apenas dejarnos disfrutar del viaje ni del paisaje. Intentamos darnos cuenta de cada vuelta y saborear cada momento con la vana pretensión de ser jinetes que sujetan las riendas de su propio destino, cubriéndolo de muescas.