martes, 29 de junio de 2010

La chochez del abuelo

A Sorayita, al cumplir su segundo día de vida.

Hoy no voy a reflexionar sobre los grandes asuntos, ni tan siquiera de las pequeñas políticas, aquellas que inciden en nuestros bolsillos. Hoy, si me lo permiten, lo haré sobre algo personal, más bien íntimo, pero que deseo compartir con los lectores. Acabo de ser abuelo.

Me imagino vuestras reacciones e incluso ya me hacen sonreír algunos de los posibles comentarios: ¡chochea! Es un prejuicio común cuando nos mofamos de las “batallitas del abuelo”. Nos aburren sus historias de tiempos que no sólo no recordamos, sino que siquiera hemos conocido ni tenemos ganar de conocer. O, en el peor de los casos, de las desviaciones y delirios de un cerebro confuso por la demencia senil o las lagunas amnésicas que el olvido instala dentro de él. La vejez es un estado del que todos renegamos, pero al que no renunciamos llegar, aunque se halle amenazado de muchas incapacidades. Esa es la edad de los abuelos.

Así lo veía yo y confiaba que esa etapa de la vida tardara mucho en alcanzarme. Aunque la salud, los cuidados médicos y las comodidades nos permiten mantenernos "jóvenes" durante un período cada vez más prolongado, llegar a abuelo -me parecía- es ser “muy mayor”, entrar en la categoría de “viejo”. Son reparos inútiles porque nadie puede evitar que el tiempo avance inexorable y que, afortunadamente, la vida nos permita disfrutar de cada estación. Prejuicios que se desvanecen en cuanto una diminuta criatura recién nacida convierte en padre a un hijo tuyo, en cuyos ojos trémulos refulge un brillo idéntico al que los tuyos irradiaron cuando él nació. Escuchas aquel llanto y recuerdas cuando él hacía lo mismo no hace tanto tiempo. Comprendes, en medio de ese abrazo en que se funden dos generaciones, que un nieto o una nieta es la recompensa con que la vida premia todos tus sacrificios, brindándote la esperanza de futuro. Un futuro que ya está siendo acunado en los brazos de tus hijos. Descubres al fin que ser abuelo es recoger los frutos con que los hijos te devuelven todos tus esfuerzos y dedicación, sintiéndote recompensado por compartir su regocijo y su felicidad. Bendita sea la hora: empiezas a chochear.

En compañía de ídolos

La vida de las personas está marcada por referencias que le ayudan en el peregrinar por su época. Somos hijos de nuestro tiempo y con él nos identificamos. Lo contemporáneo es el espejo en el que buscamos nuestro reflejo, donde descubrimos una imagen enriquecida con los ingredientes míticos de los ídolos que nos acompañan, sean éstos culturales, deportivos, políticos, religiosos, festivos, científicos o cualesquiera otros.

Desde mi adolescencia he seguido con fidelidad a Joan Manuel Serrat. Lo he considerado un poeta urbano, un trovador que ponía música a poemas de una enorme belleza, ya fueran versos propios o ajenos. Establecí así una compenetración con él que hunde sus raíces en lo que crees compartir. Yo ya había leído “El rayo que no cesa” cuando Serrat puso música a algunos de los poemas de Miguel Hernández. Y denostaba la dictadura cuando él sirvió de símbolo y estandarte para la libertad. Esa complicidad de “gustos” es lo que confiere a los mitos su sólida vigencia como faro que ilumina tu existencia. Comparten contigo una vida llena de guiños cómplices, de mutuo reconocimiento, con los que ratificas una lealtad en valores que nunca precisó de una confirmación expresa. Es en compañía de ídolos cuando refuerzas tus certezas, así como las incertidumbres. Sirven para mantener viva la llama de las ilusiones y las utopías. Si ellos no cambian, ni tú tampoco, la adoración que le profesas se mantiene intacta. Como me sucede con Serrat. Tatareé su Titiritero en la adolescencia, me enamoré susurrando su Penélope, con la Saeta fui crítico con la fé, Antonio Machado y Miguel Hernández fueron lecturas que podía cantar, y como él, con su Fa vint anys que tinc vint anys, me hice mayor. Lo mismo me ha sucedido con otros iconos que fertilizaron mi personalidad a través de libros, canciones, películas y afectos.

Cuando ayer lo vi reaparecer, una vez más, sobre un escenario sobrio, bañado con la luz anochecida de un sueño, temblando la voz en un cuerpo envejecido, me di cuenta de lo mucho que hemos recorrido juntos. No pude evitar sentirme estremecido por él, pero sobre todo por mí. Estábamos apurando un presente que está consumiendo sus últimos trechos, refugiándose en la nostalgia, en ese recuerdo del pasado. Fue lo que Serrat nos obsequió, canciones en homenaje a Miguel Hernández que nos embargaron de una emoción antigua que nos hizo llorar por lo que fuimos: jóvenes ilusos que pretendieron enmendar el mundo de sus padres para acabar convertidos en serios adultos canosos que continúan recitando, disciplinadamente sentados en el teatro, aquella elegía a la vida desatenta, compañero del alma, tan temprano.

jueves, 24 de junio de 2010

Fotograma, 12

El río acaricia al pueblo con el embelesamiento de un enamorado. Sus aguas mansas culebrean entre los recodos como si no quisieran dejar atrás el caserío que mira su lento transcurrir. Es una delgada lámina que se retuerce entre las piedras a las que arrulla con una incesante melancolía, en busca de algún rincón donde extasiarse con el paisaje montañoso, siempre verde, salpicado de casas de todos los colores orientadas hacia él. Esa es la única concesión que el pueblo ofrece al amor de un río enamorado, servir de foco de atención hacia donde mirar desde todos los balcones. Y despertar la atracción que ejerce sobre los más pequeños, como la que sentía el niño. Allí era donde jugaba cuando se escapaba en solitario a investigar sus secretos y donde casi se ahoga su hermana pequeña. Con la edad y satisfecha la curiosidad, todos acababan dándole la espalda a un río fiel para con su pueblo, que lo utilizaba como cloaca donde tirar las basuras desde una curva de la carretera o como desagüe para verter los residuos fecales. El niño aún recuerda aquella franja que hería el verdor de la colina, como una cicatriz purulenta, por la que se volcaba la basura formando un camino nauseabundo que descendía verticalmente hacia el río. Y a la depuradora que vomitaba un líquido infecto sobre unos escalones que llegaban hasta la orilla. Así era como correspondía el pueblo al encantamiento del río, con el desdén de quien desprecia todo afecto.


Pero el niño sentía aquella seducción que se tornaba mutua, le respondía con su interés. Acudía a la ribera a juguetear con las piedras, a saltar sobre las rocas y contemplar los negros caracolillos que se camuflaban bajo las aguas, entre los guijarros. Conocía las zonas someras por donde se podía cruzar con sólo remangarse los pantalones y los rincones en los que las aguas se acumulaban con profundidad y peligro para el baño, como el meandro que se formaba poco después de la desembocadura de la depuradora, al que solían acudir los adolescentes para saltar desde un saliente elevado de la empinada ladera que surgía en la orilla opuesta. El niño nunca supo nadar y jamás se atrevió a introducirse en las pozas profundas, negras de misterio, pero seguía a los que, mayores que él, exhibían sus habilidades compitiendo desde aquel trampolín natural. El niño los observaba con una mezcla de admiración y envidia por no poder corresponder con igual destreza al cariño insobornable de un río a su pueblo y hacia con quienes accedían a esa relación más íntima de los nadadores. Miedoso de naturaleza, el niño se limitaba a recorrer las orillas como un explorador y, para una vez que se envalentona a chapotear en unas aguas que no le cubrían, por poco se ahoga su hermana pequeña. Nunca lo olvidará.

miércoles, 23 de junio de 2010

De lo real a la realidad

Ando de estudios, aunque intento que no se note en este cuaderno. Las enseñanzas me ocupan un tiempo que he de detraer de otras ocupaciones, como escribir estos comentarios. Pero no lo pierdo, antes al contrario: gano conocimientos que me enriquecen y amplían mi comprensión de las cosas, que luego vuelco aquí, los comparto con los que se entretienen en leer estas páginas.

Últimamente estoy distinguiendo entre lo real y la realidad. Parece un juego de palabras, sin embargo se refiere a conceptos distintos que designan cosas distintas. La diferencia se halla en el lenguaje. ¿Cómo explicarlo? Habría que hablar mucho del lenguaje y decir que es precisamente el rasgo que delata nuestra inteligencia y racionalidad. Los animales se comunican, pero no disponen de un lenguaje tan estructurado y complejo como el humano. Ellos expresan emociones (miedo, placer, hambre, dolor); nosotros, conceptos, ideas, mensajes. Y, además, lo hacemos de dos maneras: oral y escrito. Elaboramos unos signos cuyo significado convenimos para expresar lo que deseamos: letras y palabras. Es universal e infinito: con 24 letras y 28 fonemas (en español) podemos crear multitud de textos.

Gracias al lenguaje nombramos la realidad. La realidad es lo que somos capaces de someter a la razón y se puede comunicar. El lenguaje convierte lo real en realidad. Lo que desconocemos (lo real) no podemos nombrarlo. Lo real es lo imprevisible, lo azaroso, lo desconocido, lo que incluso no tiene nombre todavía. ¿Cómo llamar lo que ignoramos? Sospechamos de lo real, pero no lo conocemos. Cuando descubrimos un fragmento de lo real y lo amoldamos a leyes, códigos y patrones, lo transformamos en realidad, le ponemos nombre. Entonces lo real deja de ser imprevisible para ser previsible, medible, manipulable, comunicado. La realidad es lo que conocemos y está compuesta por códigos y discursos. Discursos porque necesariamente es intersubjetiva: éstos forman parte de la realidad en la que todos participamos. Es decir, disponemos de lenguaje porque somos sociales y tenemos necesidad de comunicar. Al hacerlo, compartimos mensajes y discursos que circulan por una colectividad determinada. Esos discursos conforman la realidad social. Toda la cultura, la ciencia, las costumbres, creencias, instituciones, etc., proceden de estas relaciones que posibilita el lenguaje. Esa es la realidad: un regalo del lenguaje.

lunes, 21 de junio de 2010

Queda el futuro

Cuando envejecemos, el corazón se resiste a admitir el paso de los años. Volvemos la vista atrás y descubrimos la cantidad de cosas que nos han quedado por hacer. Queremos entonces recuperar el tiempo perdido y fracasamos en el intento. Nuestras ilusiones y nuestras esperanzas quieren mantener vivo el brillo de una mirada que las arrugas de los párpados comienzan ya a disipar. Perdemos el resuello en una inútil carrera contrarreloj, rechazando la incuestionable realidad de lo evidente. Disfrazamos nuestra torpeza y nuestra pesadez con la falsa prudencia del que es incapaz de alcanzar nada. El otoño cubre de frío la piel cuando aún pretendemos retener una primavera ya ida. Y nos duele comprobar cómo hemos desperdiciado el tiempo, cual gotas de rocío que se escurren entre las manos. Apáticos, buscamos cobijo en la nostalgia para que nos vuelva más liviana la pesadumbre que nos acecha. Y no nos damos cuenta de que lo mejor es dejar de mirar hacia atrás, sino adelante, al futuro. Un futuro que, sin importar cuánto sea, es todavía proyecto. Proyecto de vida que nos pertenece, aún sin definir, aún por alcanzar. Un horizonte abierto a la esperanza y en el que quizás sea posible hallar todavía la felicidad.

domingo, 20 de junio de 2010

Lectura para Saramago

"Hay una erudición del conocimiento, que es propiamente lo que se llama erudición, y hay una erudición del entendimiento, que es lo que se llama cultura. Pero hay también una erudición de la sensibilidad.

La erudición de la sensibilidad nada tiene que ver con la experiencia de la vida. La experiencia de la vida nada enseña, lo mismo que la historia nada informa. La verdadera experiencia consiste en restringir el contacto con la realidad y aumentar el análisis de ese contacto. Así, la sensibilidad se ensancha y profundiza, porque en nosotros está todo; basta que lo busquemos y lo sepamos buscar."

Estas palabras de una insigne figura de las letras portuguesas me recordaron a Saramago, cuya sensibilidad en nada desmerecía su talento.

Fernando Pessoa, Libro del desasosiego, 349. Editorial Seix Barral, Barcelona, 1986

José Saramago

Ha muerto un hombre noble, honrado hasta en el semblante, con el que expresaba esa bondad de quien ha vivido mucho y visto demasiado. Murió José Saramago en Lanzarote el viernes 18 de junio de 2010. Era un escritor portugués admirado no sólo en este lado de la frontera, hecho insólito entre dos paises vecinos que se dan la espalda, sino también en el mundo entero. Combatió precisamente esos rencores cainitas propugnando una federación ibérica formada por España y Portugal, o Portugal y España, cuyas historias brotan de un manantial común de celtas, romanos y musulmanes. De origen humilde, siempre estuvo dispuesto a unirse a las batallas perdidas por los valores y la justicia. No se refugió en la torre de marfil de una literatura aséptica en la que alcanzó el Premio Nobel y que recibió con la humildad de un hijo que recuerda a su padre. Siempre estuvo atento a los desmanes del mundo y su firma se unió a quienes los denuncian tan infatigable como infructuosamente. Sus novelas reflejan las preocupaciones de un observador vital y atento, que se tomaba en serio las consecuencias de un mundo sin muerte o la deriva de una península en el océano. Pero, con todo, se ha muerto un hombre cercano, casi un pariente cuyas ideas alumbraban el caos de lo cotidiano, los atropellos de la realidad y te calmaban con la placidez de una ficción pulcra y hermosa, resuelta con una sencillez de compleja elaboración.

Dos figuras de las letras ibéricas han dejado este año un vacío entre quienes aprecian el talento y las personas en que se encarna. Miguel Delibes y José Saramago, dos visiones de un terruño tan familiar como desagradecido, demasiado a menudo azotado por los vientos de la indiferencia y la desconsideración, y que suele hacer justicia tardía con las necrológicas. Demasiados muertos para un relato del desasosiego.

viernes, 18 de junio de 2010

Fotograma, 11

La que sigue al niño, la de en medio, es la hermana que siempre está presente en aquellos años de infancia. Creció junto a él y juntos compartieron muchas vivencias que ahora resurgen remotas e inverosímiles. Ella era el telón de fondo del escenario de su vida, a la que no echaba cuenta porque la sentía cerca, siempre alrededor, como el aire, cubriendo oportuna el flanco necesitado de compañía. Cuando los amigos fallaban, estaba ella para continuar los juegos. Si había que demostrar autoridad, ella estaba para recibirla con humildad. También estaba dispuesta a ser el receptáculo de las confidencias más sinceras, a prestar el apoyo requerido y servir de consuelo espontáneo. Ella misma y sus amigas, en el despertar de una sexualidad confusa, fueron objeto de atención de un niño que exploraba sus sentidos con la precocidad morbosa de la curiosidad. Fue escuela de relaciones que permitió combatir una timidez inútil y la excusa cada vez que había que justificar algún incumplimiento. Para eso estaban los hermanos menores, para que el niño abusara de ellos en un preludio socializador que emulaba el comportamiento adulto. El niño aprende del padre, ansiando su autoridad, y quiere mandar sobre una hermana que, a su vez, ejerce de madre cuando la debilidad y la realidad derrotan al niño. Es el juego de los cachorros que se entrenan para la vida.

Pronto, sin embargo, los caminos tornan rumbos separados que cada cual transita en solitario. El niño se rodea de los amigos que corresponden a su género y edad, y la hermana hace lo propio con los suyos. Crecen en la casa y se forjan una identidad en la calle recorriendo cada cual su propio proceso de formación, pero sin perder jamás el lazo invisible que los mantiene unidos. Es la de en medio la que cuida que la cuerda no se rompa, la que trenza unas relaciones que posiblemente hubieran desaparecido para siempre con el devenir de los años. Se mantiene fiel, así, a ese papel de madre que desde pequeña tiñó su vida, una actitud y un ambiente de los que el niño, aún en la inconsciencia de sus motivaciones, ya pretendía alejarse en busca de un desarrollo autónomo, dejándose guiar por el egoísmo inconfesado con el que se construye la personalidad. La hermana de en medio fue una segunda madre que el niño, salvo en sus recuerdos, nunca quiso reconocer, aunque ella siga ejerciendo como tal.

miércoles, 16 de junio de 2010

Barbas en remojo

En España tenemos las barbas chorreando al ver la cantidad de caras rasuradas en que se ha convertido Europa y otras partes del mundo debido a la crisis. Aplicamos la sentencia con una fidelidad literal convencidos de la magnitud del problema. La preocupación no nos deja mirar más allá de las mandíbulas que hay que afeitar y descuidamos otras partes del cuerpo. Nos asusta un posible empeoramiento de la situación y procuramos evitarlo en lo posible. Frenar el gasto del Estado ha sido una medida discutible porque no corrige las causas que han degenerado los problemas financieros. Tampoco subir los impuestos va a conseguir una mayor recaudación por vía fiscal si se reducen las tasas de consumo y la actividad comercial. El problema es muy grave.

Es un problema estructural, de todo el tinglado en el que hemos basado nuestro modelo económico. El sistema capitalista impone unas reglas que olvida al hombre, reduciéndolo a simple testigo, cuando no objeto, de sus transacciones mercantiles, sin más intervención que la del mercado y sin más objetivo que el beneficio imparable. La globalización ha extendido su influjo a todo el orbe, aplastando cualquier otra economía. Es difícil no encontrar un McDonald en cualquier rincón del planeta. Y donde todo se puede comprar y vender sin más finalidad que la del negocio, alguien acaba comprándonos porque siempre surge alguien más rico. Ese alguien es el dueño de nuestra deuda.

En la época feudal, el siervo trabajaba las tierras del señor a cambio de que le dejaran sobrevivir. Luego, la burguesía relevó aquella economía con el comercio floreciente de los “burgos” que se iban creando. El “poder” pasó de las tierras al dinero, que creó sus reglas para circular libremente. Hoy está emergiendo un nuevo modo, el de la información. Quien maneja información dispone en la actualidad del poder. George Soros, que acumula una de las mayores fortunas sin fabricar nada, representa el nuevo rostro del capitalismo basado en la especulación.

Y es éste el modelo que habrá que cambiar. El crecimiento y el beneficio deberán tener una finalidad, si no distinta, sí al menos compatible con el lucro. Se trata de formar sociedades en las que todos tengamos oportunidades de desarrollo de nuestras capacidades individuales. ¿Cómo hacerlo? No lo sé, pero estoy convencido de que aquí radica el gran reto con el que debemos enfrentarnos. Ese es el reto para superar esta crisis.

lunes, 14 de junio de 2010

Nervios a flor de piel

Ayer los paseé durante todo el día y, antes de acostarme, los dejé sobre la mesita de noche. Me he levantado temprano y me acompañaron al cuarto de baño. Ahora los tengo delante de la mesa y vuelvo a releerlos una y otra vez. De atrás para adelante y de delante para atrás. Pero no me los sé de memoria. Nunca he podido aprenderme nada “de carrerilla”. Tengo memoria fotográfica y “veo” dónde se ubica cada cosa en ese mapa mental de la materia, pero no recuerdo su literalidad. Para aprender, tengo que comprender. Ello me lleva a darle muchas vueltas, a hacer resúmenes y más resúmenes. A buscar alguna ampliación en otros sitios, lo que aumenta mi certidumbre en la escasa formación que poseo. El desánimo revolotea constantemente. Intento distraerme leyendo otras cosas, tomando un café, para luego retornar al asunto. Me pongo a expurgar aquí y allá. Ya no leo de un tirón, sino trocitos sueltos, desperdigados. El manoseo que les hago es lascivo, tengo que palparlos, cargarlos de un lugar a otro. Sin embargo, nunca he llegado a lo que hacía mi padre: los grababa y se quedaba dormido escuchándolos. Aprendía durmiendo. Él sabía cantar y le gustaba. Yo nunca he podido. Quizá por eso no me atrae la idea. Prefiero lo físico, el papel. A lo mejor es que soy materialista hasta para estudiar. Son los apuntes y estoy de exámenes. Esa es mi obsesión durante estos días. Pasear los apuntes con los nervios a flor de piel.

viernes, 11 de junio de 2010

Medicina y medios de comunicación

Un noble salón blanco abarrotado de viejos lienzos de ilustres personajes recibía a los invitados. En el estrado, unos sillones corredizos en los que se aposentarían los académicos con sus medallas y trajes oscuros rodeaban a las sobrias mesas de madera de la presidencia y los conferenciantes. Un atrio con cortinales presidía la estancia con la solemnidad majestuosa de pesadas costumbres. Todo estaba tapizado del color de la sangre, hasta las banquetas destinadas al público, en correspondencia a la profesión de todos los miembros de la institución. Era la Real Academia de Medicina de Sevilla, que organizaba un ciclo de conferencias sobre “Medicina y medios de comunicación”. Sólo el conocimiento que atesoraban aquellas canosas cabezas era superior a la suma de sus edades, añejos y elegantes representantes de todas las especialidades de la medicina sevillana.

D. Alvaro Ybarra Pacheco, director del diario ABC de Sevilla, intervino como moderador impartiendo una lección magistral sobre la especialización en el periodismo. Señaló que el periodismo de salud es una apuesta de los medios ante la demanda de una audiencia preocupada, no sólo por la información de nuevas enfermedades, sino por todo aquello que puede mejorar la calidad de vida. Y precisó tres áreas que circunscriben este tipo de periodismo: 1) la político-sanitaria, que aborda la problemática sanitaria, las listas de espera, las normas gubernamentales, etc. 2) la divulgación científico-médica, que incluye los temas de nuevas enfermedades, tratamientos, descubrimientos científicos, etc., y 3) la periodística, que afecta a los sucesos puntuales de índole sanitaria, contenidos de servicio público y otros. E insistió que este tipo de periodismo requiere de la especialización del periodista (sin necesidad de ser médico) para dominar los códigos técnicos de las ciencias biomédicas. Apuntó que se producen excesos por la escasa formación de los periodistas y la poca calidad de las fuentes, además del riesgo al sensacionalismo, la creación de falsas expectativas, el tecnicismo, la confianza en las fuentes y el poco contraste de las mismas. Y aunque en los últimos años ha mejorado la información y los contenidos, la tendencia de los medios es la de preferir profesionales generalistas que les sirvan para todo y, en su caso, recurrir al colaborador externo (experto) para que traslade en un lenguaje sencillo esta información científica.

D. Fernando González Urbaneja, periodista y escritor, explicó que medicina y periodismo se prestan al maridaje porque la medicina, además de ser una ciencia nuclear, también es transversal: sirve para explicar casi cualquier tema. Genera interés informativo y es el guión de la ficción (House, Urgencias, etc,). A la medicina le interesa no dar la espalda a los medios, y mucho menos a la TV, por su gran capacidad para concienciar y marcar pautas saludables de conducta. Señaló que la salud y el envejecimiento preocupan sobremanera a los ciudadanos, hasta el extremo de que la medicina se ha convertido en el sector que más incide en el PIB (18%) de los países avanzados. Cada 9 días hay que aprender algo nuevo en la innovación médica. Pero los periodistas han de guiarse por la “lex artis” a la hora de elaborar la información científica y actuar con diligencia, rectificar errores y gestionar las fuentes, dado que es frecuente en el periodismo “contar lo que ocurre antes de que acabe de ocurrir”. Hay que respetar el derecho a la privacidad del enfermo, evitar la presión de la industria de la salud, la información interesada y las falsas expectativas.

D. Antonio Alarcó Hernández, médico y doctor en Ciencias de la Información, insistió en que medicina y periodismo están tan unidos porque comparten raíces comunes: el humanismo. Señaló que el 80 % del periodismo científico es periodismo bioético (médico, farmacológico, etc.) y éste tiene una gran importancia en la vida cotidiana porque explica y divulga lo que la ciencia descubre y sirve, entre otras cosas, para combatir las desigualdades, la pobreza, las calamidades, etc. Se trata de un campo donde los conocimientos se duplican cada 5 años y en el que debe instalarse lo que denominó la 5ª libertad: libre circulación de conocimientos.

Los medios son el único modo de que el 80 % de la población se nutra de noticias biomédicas, por lo que no existe buena sanidad sin medios de comunicación. No es una información graciable, sino una necesidad objetiva del sistema sanitario, pero hay que divulgar, no vulgarizar, distinguiendo entre información y propaganda. Además, los medios deben desenmascarar la pseudociencia y el fraude científico.

D. Gonzalo Casino Rubio, periodista y médico, redactor de El País, habló de “más comunicación y menos periodismo”. Dijo que la información especializada es tardía en España y surge ante el interés por el síndrome tóxico y la aparición del sida, hace cerca de 30 años. En la actualidad, el periodista especializado se ha convertido en un intermediario de los “press release”, lo que provoca una distorsión de los mensajes debido a que los comunicados de prensa ofrecen una información exagerada e interesada, ofrecen estadísticas de prevalencia infladas, provocan la medicalización al convertir en enfermedades usos cotidianos y promover la enfermedad y, en definitiva, no darse cuenta de que la información biomédica llega a ser propaganda gratuita. Ante ello, el conferenciante preconiza que el periodista debe asumir implicaciones éticas y defender los intereses del público, gestionar su independencia y distinguir entre comunicación y periodismo. Según una cita de Richard Smith: “los medios deberían contextualizar los estudios, explicar las dificultades de las informaciones y ayudar a la gente a ser consumidores exigentes de noticias”.

El coloquio final fue extenso en el que destacó una reflexión de González Urbaneja acerca de que el periodista científico no está a la altura de sus fuentes y no puede rebatirlas, no las discute, como lo hace un especialista político o de deportes. No gestiona la información y se limita a transmitirla.

jueves, 10 de junio de 2010

Tus ojos, vida mía, no los ensucies mirándome

La luz se refleja en tus retinas para denunciar el brillo impuro de la mañana, cuando la gente se pone mascarillas para que la polución no contamine sus pulmones. La ciudad respira un aire de carbón y polvo que mancha cuanto roza, obstruyendo bronquios y filtros que no logran purificarlo. Las aguas resbalan por la superficie pútrida de los desechos abandonados en su cauce y que anuncian un cortejo fúnebre de peces asfixiados. La danza mortal comienza temprano, con los vómitos negros que los coches expulsan sin avanzar siquiera. Toses de motores y hombres que compiten cual chimeneas inquietas y enfermas con cada pitillo, con cada bocanada. Los rayos del sol hieren unos ojos vencidos tras las gafas ahumadas, incapaces de llorar ante tanta ceguera. Aromas pestilentes se mezclan con los olores de fábricas y cocinas que hacen más densa la atmósfera marrón que se asienta sobre los tejados como una corona. Llenamos los oídos del ruido de los auriculares para no escuchar el ruido insoportable de la calle y tragamos saliva para que la lengua atrofiada deguste el primer café insípido. Los pájaros sobrevuelan las montañas de basura de los vertederos para arrebatar a las ratas las sobras fáciles con las que engullirán a sus pollos. El viento levanta los papeles para que el polvo los cubra en otro lugar, donde los perros defecarán contemplados por sus amos. La noche al fin cubre de tinieblas un cielo sin estrellas, mientras intentamos descifrar unas etiquetas que camuflan los conservantes que enferman a quien consume esos alimentos. Tras sobrevivir un día más, nos rendimos al sueño, esquivando tu mirada para no ensuciarla.

miércoles, 9 de junio de 2010

Mitos, dios y la ciencia

Cuando el primer hombre sintió miedo se inventó un mito para combatirlo. Tras varios miedos y muchos hombres, otro hombre, algo más avispado, se inventó una religión entera que lejos de reducir los miedos, los multiplicó y organizó jerárquicamente. Casi a la vez se produjo la división del trabajo: al hombre que tenía miedo le pusieron a arar; el segundo se armó con la excusa de defenderle de otras tribus y el tercero, que decía tener línea directa con el dios recién inventado, se alió con el tipo de las armas para hacer la puñeta a quien daba de comer a todos y sostenía el chiringuito. En ese instante nació la esclavitud.

Después llegó la ciencia y se puso a explicar mitos uno tras otro y el hombre de las armas y el de la conexión divina patentaron la Inquisición para defender la esencia de su negocio: no tener que trabajar la tierra. Darwin se cargó la creación en seis días con uno de descanso al explicar con datos la evolución de las especies y otros locos andan metidos en un acelerador de partículas escudriñando el primer segundo del Bing Bang con el impío objetivo de cargarse el portal de Belén.

Pese a todo hay mucha gente feliz con sus creencias religiosas y debemos respetarlos. Sólo pido una cosa: el mismo respeto para mis ideas.

Más en Los mitos, dios y la ciencia, de Ramón Lobo.

Huelga de funcionarios

Parece que hubo una huelga de funcionarios en España. Los medios de comunicación se hicieron eco del paro, pero los ciudadanos lo que apreciaron fue la rapidez y comodidad con que realizaron sus trámites administrativos ese día. Había menos público ante las ventanillas, que fue atendido con celeridad y eficacia por el funcionario correspondiente. Si así se desarrolla una huelga, yo propongo que se celebre una cada año que dure 365 días. El personal implicado cambia sus hábitos: ni se agolpan los usuarios, ni el que atiende está enfadado.


Mucho se ha discutido ya sobre el funcionario en relación con la rebaja que el Gobierno le ha aplicado en sus nóminas. Un descuento medio del 5 por ciento por disfrutar de estabilidad en el empleo. Como si la crisis se debiera a lo que cuesta mantener el personal público y por las pensiones que se pagan a los que se jubilan, enviudan o quedan marginados de la maquinaria productiva.

Son medidas injustas e insuficientes. Pero con semejante acusación y los estereotipos que aún persisten en la población sobre ellos, difícilmente el funcionariado podría encontrarse dispuesto a expresar en la calle su legítima y necesaria protesta, si su propio “patrón” es el primero en señalarlos con el dedo del despilfarro. Un “despilfarro” que echamos en falta cuando acudimos a denunciar un robo, avisamos de un fuego, planteamos una denuncia, llevamos los niños al cole, vamos a urgencias, pedimos una licencia o exigimos unas infraestructuras que nos faciliten la vida en comunidad. Entonces nos damos cuenta de la utilidad de un personal que no sólo pagamos con nuestros impuestos, sino que voluntariamente se ha prestado a servirnos, pero no a servir de “chivo expiatorio” de las deficiencias burocráticas de una Administración que ellos no diseñan, ni de una crisis que tampoco han provocado. Se sienten “manipulados” por unos y otros, por los que gobiernan y por los que esperan gobernar. Con ese ánimo, se entiende su desafección a la huelga. ¿Para qué?

domingo, 6 de junio de 2010

Fotograma, 10

Con el tiempo aparecieron las hermanas. Son dos, menores que el niño. Una de ellas, la de en medio, empieza a estar siempre allí, está con el niño en sus recuerdos, en la casa, junto a los padres, en los juegos, en sus aventuras, obsesiones y sueños. No recuerda cuándo surge, sino que de pronto comparte con él su vida, su infancia. De la pequeña sabe cómo vino porque nació cuando el niño ya corría por las calles e iba al colegio. Una hermana pequeña que nunca ha dejado de ser la pequeña de la familia y la que padeció más problemas. El niño nunca ha olvidado verse subido a la ventana del cuarto de los padres para espiar las curas que una tía enfermera hacía a la hermana pequeña, tendida boca abajo sobre la cama de matrimonio. Incluso imagina cómo le aplicaban crema en una herida cerca del culo, como si taponaran el agujero de una deformación con aquella pomada. Para el niño es, desde entonces, la hermana pequeña y frágil, la flacucha mimada que más tarde aparecería en las fotos con pose de una de vitalidad incansable. La pequeña de pelo revuelto que poco a poco se une a los hermanos en sus correrías, pero a la que protegen como a una flor delicada. Una flor que queda congelada en los recuerdos infantiles del niño, en los que siempre atrae la atención protectora de padres y hermanos. No hay otras semblanzas de ella de aquellos años, salvo de una pequeña a la que había que amparar y proteger, también más tarde, cuando la vida se cansa de dar vueltas, sin detenerse.

Para el niño que ahora la recuerda nunca ha dejado de ser la pequeña. La que casi se ahoga bañándose con los hermanos en el río y a la que, si uno de ellos no la agarra por los pelos, la arrastra la corriente. El niño reconoce el hecho y la sensación de pánico al verla alejarse, hundiéndose en las aguas. Estaban los tres entre unas rocas, en un remanso del río y ninguno sabía nadar, impericia que aún mantiene el niño. Es el único recuerdo que conserva de una aventura peligrosa con sus hermanas, aunque el río jugara un papel esencial en la vida de los niños del pueblo, casi lo único divertido. Sólo queda el fogonazo. El fogonazo petrificado en la memoria de ver aquel cabello negro perderse bajo la corriente y el impulso, movido por el pánico del miedo, de avanzar un paso y estirar el brazo para atraparlo antes de que se pierda. Perder lo que se debía proteger, perder a la pequeña. Un hecho que no se olvida aunque no se pueda precisar cuál de los hermanos fue el salvador. Se rememora la angustia del momento. Jamás antes había sentido el niño un temor tan grande, el terrible peso de la responsabilidad. Nunca relataron la travesura a nadie, ni sus padres la conocieron. Puede, incluso, que ni la pequeña lo recuerde. Así la protege su propia memoria.

viernes, 4 de junio de 2010

Malgastar el tiempo

Nos encanta malgastar el tiempo, estar sin hacer nada, carecer de obligaciones que alteren la inactividad en la que nos apetece estar instalados. Consideramos el trabajo como una imposición, una especie de castigo por tener derecho a los beneficios de vivir en sociedad, en la que intercambiamos productos o servicios no sólo para la subsistencia o la satisfacción de necesidades imprescindibles, sino también para el mantenimiento de una economía de mercado que precisa de consumidores.

Aspiramos a loterías y premios que nos liberen de la carga que supone el trabajo y alivien las pesadumbres con que contemplamos el futuro. Cuanto más estrechas son las economías familiares, más predispuestas están a tentar juegos de azar que brinden la ilusión de una remotísima posibilidad de resolver, aunque sea en parte, las penurias. Nos seduce la idea de no sólo librarnos de deudas, sino además de disfrutar del tiempo a nuestro antojo, sin estar enganchados a un trabajo como medio de vida.

Precisamente, tal vez sea eso -el trabajo como medio de vida- lo que genera nuestro rechazo. Nos disgusta realizar una actividad a la que estamos abocados por necesidad y no por elección. Las circunstancias y las oportunidades nos conducen, a menudo, a dedicaciones que, si pudiéramos elegir, cambiaríamos sin dudar por otras más acordes con nuestras capacidades y personalidades. Sin embargo, no es infrecuente trabajar en lo que se ha podido, no en lo querido, porque esa vía representaba la única esperanza de materializar un modo de vida autónomo. En contra de lo que afirmaba Paulo Freire, no siempre “el futuro se puede construir con las propias manos” y surge el inconformismo. En algún momento, ejercer lo que no satisface plenamente produce desazón e incluso el desfallecimiento de la voluntad para mantener vivo el esfuerzo o la motivación. De ahí que no sea extraño que, aquellos que al fin conquistan la libertad de disponer de tiempo, se empeñen en “malgastarlo” en lo que de verdad anhelaban: dedicarse a lo que siempre habían preferido.

Al final, lo que se persigue no es estar sin hacer nada, sino hacer lo que en realidad nos place. Aunque ello signifique trabajar más. No se puede evitar: la inteligencia y los músculos nos impiden permanecer quietos.

jueves, 3 de junio de 2010

Soñaba que soñaba

¿Y si vivir no fuera más que un sueño?

A veces soñaba que dormía y que soñaba que era feliz porque veía a una joven y bella esposa y unos hijos maravillosos que disfrutaban de una vida relajada. Pero esa imagen le inquietaba. Sabía que era un sueño y se empeñaba en despertar. Hubo que atarlo a la cama en su afán por escapar de aquella pesadilla, preso de un pánico ciego y vencido por el desasosiego.

Cuando lograba dejar de soñarse, se precipitaba en una inconsciencia de la que, en la fugacidad de un instante, emergía un tipo triste y solitario que estaba rodeado de gente con mascarillas verdes que lo miraban en medio de un penetrante silencio. En ese estado difuso y silente hallaba, sin embargo, una placidez que le tranquilizaba. Luego la oscuridad lo envolvía y volvía a soñar que dormía. Y soñaba que soñaba. Los médicos decían que eran espasmos de la memoria que, aún sin consciencia, pugnaba por no desintegrarse. Jamás despertó del coma profundo al que lo condujo la anestesia.

Sevilla, Octubre de 2007.

miércoles, 2 de junio de 2010

El simulacro de la realidad

Aceptamos vivir en una ficción que nos facilita la comprensión del mundo. Pocos se cuestionan esta aseveración que podría parecer exagerada, pues damos por supuesto que es falsa. Y, sin embargo, algo de ello hay: “eppur si muove”, como diría Galileo. Llamamos realidad a lo que conocemos. Eso es, evidentemente, sólo una parte de lo real. ¿Cuánto de ella? Imposible saberlo. Pero lo que conocemos es tan grande y de tanta complejidad que es imposible abarcarlo por completo.

Para conocernos entre nosotros y el teatro donde desarrollamos nuestra convivencia, contamos con la ayuda de los medios de comunicación. Ellos seleccionan aquello –de entre todos los acontecimientos infinitos- que nos interesa y nos lo explican. Nos ofrecen su versión de lo que sucede. En su totalidad nos contruyen una imagen de la realidad, tanto que decimos que lo que no sale en los medios, no existe. ¿Cuántas guerras habrá que no conocemos? Es una realidad mediática. Ninguno aborda con detalle suceso alguno. Las noticias han de ser instantáneas y de fácil asimilación, porque mañana ya serán antiguas. Casi se podría decir que nos preocupamos de lo que disponen los medios. ¿Hay otros asuntos? Miles, pero cada multitud de las que fluyen en sociedad se interesa por cosas determinadas. Estas páginas ofrecen lo que consideran de interés para sus lectores. Un periódico nacional amplía un poco más el abanico, pero ninguno excede el ámbito de la cultura (occidental, oriental, etc.) en la que está inserto. Su visión se hace desde esos supuestos. Así valoramos todo: con unas anteojeras que limitan el campo de la realidad.

Por eso hay tantas versiones de los hechos. Ninguna es falsa, sólo parcial. Solamente la pluralidad permite acercarse a lo más próximo de la verdad, si es que tal cosa existe. Pero de tanta información, ya no sabemos qué es lo que ocurre realmente. Nos quedamos sin referencias. Nos hablan en nombre del “pueblo”, de la “paz”, del “derecho internacional”, del “estado de bienestar”, de la “crisis”, de las “croquetas caseras” y de miles de cosas más que sólo remiten a mitos que conforman nuestro imaginario colectivo. Sin tiempo para profundizar en ningún tema, la información se transforma en espectáculo para que podamos consumirla con esa “atención desatenta” con la que nos tragamos los anuncios publicitarios en televisión. Así convertimos la realidad en puro simulacro para unas masas que ya no son sujeto ni tienen más voz que la de la mayoría silenciosa.

martes, 1 de junio de 2010

La realidad y su simulacro

Todo se metamorfosea en el término contrario para sobrevivirse.
(Jean Baudrillard, Culturra y simulacro, pg. 45, Ed Kairós, Barcelona, 2008)

El control de la información, la mordaza a los testigos y el gusto por una política de hechos consumados hace que el grave conflicto provocado por Israel ayer tarde, al abordar y atacar, causando muertos y heridos, a una flotilla de ayuda humanitaria que pretendía socorrer a la población palestina de la franja de Gaza, pueda ser vaciado de todo sentido para convertirlo en un simulacro de la realidad. Por eso no me extrañaría leer una crónica como la siguiente:  

POBRECITOS: ISRAEL SE DEFIENDE

El ejército de Israel ha tenido que ejercer la legítima defensa al verse sorprendido, en aguas internacionales, por la reacción violenta de unos activistas civiles que pretendían eludir el bloqueo que el Estado sionista tiene sometido a la franja de Gaza por votar a los radicales de Hamás. El arañazo de un soldado y cerca de 10 activistas muertos y más de 60 heridos es el balance del enfrentamiento que, una vez más, ha provocado el rechazo de la comunidad internacional, que pide explicaciones. El Consejo de Seguridad de la ONU se ha reunido en sesión urgente para buscar el consenso suficiente que permita una investigación de los hechos. El Secretario General ha reclamado el respeto al Derecho Internacional y ha lamentado la violencia en la resolución de conflictos. Israel teme otra resolución que ha de incumplir.

Todos los países europeos han llamado a consulta a los embajadores de Israel para solicitar explicaciones y, tras oírlas y ver los vídeos que les han mostrado sobre la violencia con que fueron recibidos al abordar a la flotilla, regresaron a sus legaciones sin mayores contratiempos y asegurando las excelentes lazos de amistad que caracteriza a estas relaciones diplomáticas.

Como era de esperar, radicales y fanáticos árabes se han manifestado en ambos territorios de Palestina y en otros países que rodean al Estado de Israel sin permitirle una coexistencia pacífica en una tierra que desde los tiempos de la Biblia tienen prometida. Viviendo en permanente estado de alerta, su ejército ha tenido que, una vez más, defender la integridad territorial y la soberanía del país que iban a ser asaltadas por una flotilla sumamente peligrosa de activistas humanitarios de inconfesadas intenciones.

Occidente confía que el conflicto no dispare el precio del petróleo y hunda unas economías maltrechas que todavía no logran remontar la crisis financiera. En España, la Bolsa y el Ibex 35 no han dicho todavía ni mu, a la espera de marcar otro mínimo histórico. Rajoy ha acusado a Zapatero de alimentar la escalada de tensión por promover su Alianza de Civilizaciones e improvisar medidas que lo que hacen es causar más división entre los pueblos y le pide que rectifique y niegue estar negociando con ETA. Merkel y Sarkozy propugnan reforzar el eje franco-alemán como columna de sostén de una Europa fuerte. Y Obama, mientras, le echa la culpa a la BP por no evitar el derrame de crudo en el Golfo de México.
 
Es prácticamente el cuadro que nos quieren hacer ver si no sabemos distinguir el disimulo. Recomiendo el libro encarecidamente.