viernes, 30 de agosto de 2013

Utopías lunáticas


Aplastado por el tiempo, dejo de perseguir los sueños que alimentaban mis fantasías. Sucumbo a una incredulidad que ahoga todas las utopías. Dejo que la pasión se consuma como una llama sin combustible y que la monotonía asfixie cualquier aliento de expectativa y futuro. En la soledad de las noches busco a escondidas el rastro de aquella luna que era capaz de ejercer un hechizo misterioso en el ánimo de quien pretendía ahuyentar con su brillo los espantos de las tinieblas, pero la desesperanza acaba venciendo a una mano que no consigue atraparla. Entonces garabateo mi desazón por no poder ver una luna llena que me esquiva tan alto, tan lejos, tan pronto. Como tú.    

jueves, 29 de agosto de 2013

Postal de otoño

El otoño ha enviado una postal para avisarnos que está de vuelta. No ha querido esperar a que finalice agosto para recordarnos que pronto las hojas cubrirán los senderos y los días amanecerán envueltos en brumas. Una brisa fresca nos sorprenderá entonces tras las esquinas y alborotará unos pensamientos adormecidos por el calor. Ya los días comienzan a marchitarse para cubrirse de una luz gris que apacigua las pupilas y humedece los atardeceres y amaneceres de rocío. Todavía queda mucho para llegue, pero la esperanza que nos brinda esta postal es suficiente para que el otoño comience a apoderarse de nuestro ánimo, impaciente por recibirlo.

martes, 27 de agosto de 2013

El declive del socialismo en Andalucía

Hoy se ha oficializado, con la dimisión de José Antonio Griñán de la Presidencia de la Junta de Andalucía, el declive del partido que ha gobernado esta región durante todo el periodo democrático contemporáneo. Es un hecho sin precedentes que, a los pocos meses de volver a ocupar el Palacio de San Telmo, sede del Ejecutivo andaluz, un presidente renuncie a continuar en el cargo y no se preste a agotar el mandato que había renovado en las últimas elecciones autonómicas, celebradas el año pasado. Una decisión sorprendente en el contexto de la política española, donde las dimisiones suponen, al parecer, una derrota tan indeseada como impuesta por las circunstancias, y no la consecuencia de la lealtad hacia unas convicciones éticas y por respeto institucional.

Desde hace más de 30 años, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ha estado dirigiendo los destinos de la Comunidad, sentando a cuatro presidentes en la mesa del Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía: Rafael Escudero, José Rodríguez de la Borbolla, Manuel Chaves y José Antonio Griñán. Ninguno de ellos ha tenido una salida del cargo de forma “voluntaria” y tranquila. Escudero dimite por diferencias con su propio partido acerca del tipo de autonomía que Andalucía podría alcanzar y las transferencias que debía asumir. De la Borbolla, que imprime un fuerte impulso al Gobierno autónomo, también se enfrenta al aparato de su partido, dominado por los “guerristas”, que finalmente lo desplazan de la secretaría general del PSOE de Andalucía. Y Chaves, que sustituye en el cartel electoral al anterior por decisión de Felipe González, es el político que más tiempo ha estado vistiendo el traje institucional de Presidente de Andalucía, nada menos que 19 años. Su marcha obedeció a un “lavado de cara” (restyling) de un PSOE trufado de viejos barones que apenas atraían a un electorado harto de “momias” históricas. Le sucede Griñan, gestor gris y sin carisma, que pronto se rebela contra el “padrino” que lo designa para controlar el poder del partido en la región. Sin embargo, es un feo asunto de corrupción, conocido como caso de los ERE, el que lo aparta precipitadamente del cargo, aunque la investigación judicial en curso todavía no lo implica entre los acusados.

Desde que en 1977 fuera legalizado, el socialismo que representa el PSOE ha sido la fuerza representativa de Andalucía y el único partido que la ha gobernado. Durante más de 20 años lo ha hecho con mayoría absoluta y, en varias legislaturas, en minoría con apoyo parlamentario de otras formaciones. En la actualidad, contra todo pronóstico, gobierna en coalición con los comunistas de Izquierda Unida, dejando en la oposición a los conservadores del Partido Popular, que ya adelantaban un “cambio” en la Junta de Andalucía que los ciudadanos le negaron al no confiarles la mayoría absoluta.

El socialismo del PSOE ha modernizado las estructuras de la región, pero no ha conseguido alejarla de los estigmas que la caracterizaban como región subdesarrollada, carente de una industrialización que combata los índices de un paro que secularmente alberga. Tampoco ha conseguido culminar ninguna reforma agraria, a pesar de varios intentos, que pusiera en producción y en manos de los campesinos los latifundios que aun ocupan gran parte del territorio rural, cuya propiedad pertenece a apellidos de una nobleza de terratenientes de rancio abolengo.   

Ni siquiera la iglesia católica, en esta tierra de María Santísima, ha podido ser desplazada al ámbito de las creencias íntimas de las personas, por lo que ha conservado privilegios a la hora de “educar en la fe” a los niños en colegios concertados, pero con financiación pública, y su personal continúa siendo sostenido con cargo a los Presupuestos del Estado.

El escándalo de la corrupción de los ERE, como otros casos de irregularidades en partidos con responsabilidad de gobierno, adoba esta desafección ciudadana de la política, insatisfecha con lo conseguido, desilusionada con las promesas incumplidas y desconfiada con una “casta” de servidores públicos que acaba siempre defraudando. Aun sin imputar, el presidente Griñán era objeto de las sospechas de una malversación de fondos públicos que, si no de forma activa, si de forma pasiva debía haber conocido por su condición de exconsejero de Hacienda, competente para vigilar la administración de tales recursos, y por lo que se había convertido en el blanco permanente de una oposición que no cejaba en el empeño de implicarle. Con 67 años cumplidos y con un carácter voluble, José Antonio Griñán ha preferido quitarse de en medio, dejando el relevo de la Junta de Andalucía a una mujer que, con 39 años, no tiene que dar cuentas de ningún pasado oscuro y sospechoso.

Tras tres décadas protagonizando el sentir mayoritario del pueblo andaluz, el socialismo vive sus horas más bajas y difíciles, el declive de un proyecto que consume sus días sin capacidad de insuflar alguna esperanza en un futuro de solidaridad y justicia. La dimisión de José Antonio Griñán oficializa ese declive del socialismo andaluz, por mucho que se quiera revertir de “cambio histórico”.   

¿Qué se gana con los recortes?


Voy a hablar de lo que conozco y de las consecuencias que observo de unas políticas de recortes que afectan a muchos otros sectores, pero que limitaré a la sanidad, donde trabajo. Tampoco voy a referirme, a pesar de experimentarlo personalmente, del "atraco" cometido contra unos empleados públicos por el mero hecho de obtener una plaza abierta a concurso de méritos y capacidad a todo aquel que lo hubiera deseado. Simplemente voy a destacar a lo que conduce, cuando se prioriza la cuenta de resultados sobre los servicios prestados, esas políticas de austeridad y reducción del gasto en el ámbito trascendente de la salud pública. De lo que repercute en la población en general que confía en una sanidad de calidad, universal y pública.

El Gobierno del Partido Popular ha afrontado la crisis financiera recortando las partidas de gasto, sin apenas modificar las de ingresos, y lo ha justificado fundamentalmente con la desmesura de un gasto, en el caso sanitario, insostenible y despilfarrador. Sólo con esa excusa era factible aplicar unos recortes a todas luces impopulares que se argumentaban debido a la presión de los mercados y por las recomendaciones de la “troika” comunitaria (Banco Central Europeo, Comisión Europea –vía Merkel- y Fondo Monetario Internacional). Y esa justificación ha tenido fortuna en vista del débil rechazo que ha generado en la sociedad española e, incluso, entre los profesionales sanitarios que han soportado una disminución en sus retribuciones de cerca de un 30 por ciento, un aumento de su carga de trabajo por ampliación del horario laboral y una reducción de plantillas, al no sustituir jubilaciones, vacaciones y bajas, que influye en el rendimiento y la calidad general de la atención sanitaria a que estábamos acostumbrados.

Ni siquiera pretendo, a estas alturas, rebatir la mentira de una sanidad insostenible que, en realidad, está profundamente subfinanciada en España, siendo incluso la menos financiada entre los quince países más desarrollados de la Unión Europea, ya que se invierte en ella menos de lo que debido en relación a nuestro Producto Interior Bruto, comparado con el gasto sanitario público promedio de la UE-15, como demuestra el profesor Vicenc Navarro en uno de sus análisis.

Lo que voy a señalar y subrayar son las consecuencias de esta política ciega del recorte de gasto en la sanidad pública, y lo haré relacionando hechos que han trascendido a los medios de comunicación.

Siempre puede haber casos de contaminación en áreas expuestas a infecciones, si no se aplican medidas preventivas para evitarlo. Pero que aparezca una rata muerta y gusanos en una Unidad de Cuidados Intensivos en un hospital sevillano es el colmo de la falta de mantenimiento higiénico en lo que se supone es lo más controlado y riguroso de la atención médica. Sin embargo, se produjeron estos hechos y se tuvo que cerrar la zona hasta que una empresa especializada la desinfectara.    

En otro hospital cordobés se han encendido las alarmas por la muerte de un bebé prematuro a causa de una infección por Klepsiella pneumonía, una bacteria que se transmite por vía aérea y que se ha detectado en nueves niños más, aunque sólo uno de ellos está infectado y en tratamiento. La resistencia a los antibióticos es la razón más frecuente de estos brotes infecciosos, pero también la escasa vigilancia epidemiológica de los riesgos a que están sometidos pacientes intubados con respiración asistida y portadores de sondas y catéteres.

A la deficiente atención sanitaria se une el empeoramiento de las listas de espera. Ya se ha constatado el incremento del número de pacientes que aguardan algún tratamiento quirúrgico, en el que los plazos medios para una intervención han pasado de los 76 días a los 100, incumpliéndose así el tiempo máximo fijado en muchas patologías. Si a ello sumamos los copagos de determinados servicios y prestaciones, como el transporte no urgente en ambulancia, el repago farmacéutico de muchas medicinas de generalizada prescripción que han dejado de estar financiadas por la seguridad social, los cierres camuflados de centros de atención primaria en determinados horarios y épocas y las contrataciones al 75 por ciento de jornada de los pocos sustitutos con los que se pretende amortiguar una precariedad personal ya lacerante, no puede extrañar que surjan noticias tan lamentables como las que leemos en la prensa.

Pero es que, desde la experiencia del que está inmerso en el interior de esos hospitales, lo milagroso es que esta situación no haya estallado en mil pedazos por la inseguridad y la inestabilidad con las que han de desarrollar su actividad los profesionales sanitarios de todas las categorías y el evidente descenso de una calidad sanitaria que hace aflorar los sucesos comentados y genera la desconfianza de los usuarios, quienes valoran el esfuerzo personal con que son atendidos, pero deploran las carencias cada vez más abultadas que hallan en las prestaciones sanitarias.

Es evidente que estamos llegando a una situación límite a la que nos aboca esa política de recortes que carece de sentido. A menos que lo que se persiga con la pobreza de la pública sea la preferencia de una sanidad privada. Si esa es la intención, no cabe duda de que, entonces, estos recortes cumplen sus objetivos. Frente a ello, lo único que podemos hacer entre todos, usuarios y trabajadores, es denunciar el chantaje al que estamos sometidos antes de que nos coman los gusanos o acaben privatizando hasta el último hospital. ¿Es eso lo que se gana con los recortes?

domingo, 25 de agosto de 2013

¡Pobrecito patrón!

Ayer comentábamos las indignantes propuestas del jefe de la patronal para seguir desnudando de derechos al trabajador de este país. Están contentos los empresarios porque consiguen casi todo lo que desean y ajustan la presente situación coyuntural a su completa conveniencia, de tal manera que jamás antes en la historia de España, en democracia, tuvo la empresa tamaña capacidad y voracidad para, de manera unilateral, hacer y deshacer, dictar normas y condiciones y, en definitiva, imponer su único criterio, menospreciando al del trabajador, en la relación laboral. Han conseguido, gracias a reformas laborales elaboradas a medida, moldear toda la arquitectura legal que pretendía equilibrar una relación tan desequilibrada como la del capital y el trabajo, para afianzar su poder lucrativo a cambio de no reconocer ningún derecho a quien contribuye con su simple aportación física, su trabajo. Están exultantes porque jamás antes fue tan fácil la codicia y la avaricia camuflados bajo la sacrosanta rentabilidad que constituye el objetivo declarado de cualquier empresa, el crecimiento exponencial de los beneficios en cada balance.

Pero es que, además, consiguen arrebatar al sector público aquellas parcelas susceptibles de ser rentables para el negocio en manos privadas, contando con la ayuda de sus cuates ideológicos en el Gobierno. Las más jugosas empresas públicas ya están cedidas a la titularidad privada, pero quedan áreas todavía en manos públicas que se están preparando para ser traspasadas a la gestión privada, supuestamente más eficaz y capaz. La educación, la sanidad y todo lo que conformaba el andamio del Estado de Bienestar está siendo derruido para que la iniciativa privada sustituya sus servicios y sus prestaciones, a cambio, evidentemente, de un precio infinitamente mayor que  aquellos impuestos que hasta ahora los sostenían. Se frotan las manos y debido a la borrachera mercantil se le escapan esos comentarios tan despreciativos y vejatorios hacia el trabajador, al que confían aplastar completamente dentro de poco mientras critican supuestos privilegios en los contratos. Piensan que los pobrecitos somos nosotros y ellos los listos, sin tener en cuenta la catadura moral y la dignidad de las personas. Y tienen razón: con honradez y dignidad es difícil ser como ellos porque no son valores apropiados para el enriquecimiento, la avaricia y la opresión. Su mundo está dominado por el dinero, único dios al que idolatran. Los demás nos dejamos vencer por la compasión, la amistad o el amor. Y así nos va.

sábado, 24 de agosto de 2013

Privilegios charlatanes


Es sumamente cansado tener que rebatir cada boutade que se le ocurra parir a cualquier impresentable -del Gobierno o de la patronal- que aspira a despojar al trabajador de todos sus derechos y de tener que remunerar su trabajo con un salario digno. Es cansino porque es repetitivo el número de paridas que constantemente lanzan estos buitres contra la organización legal del trabajo que se había trabado en España, a pesar de no ser ningún paraíso que beneficie especialmente a la fuerza del trabajo ni los gastos salariales sean los más altos del mundo occidental, al que se supone pertenecemos.

Agota responder a tantas estupideces si no constituyeran ataques intencionados para amilanar a unas clases trabajadoras ya lo suficientemente atemorizadas como para aceptar cualquier propuesta, por envilecedora que sea, que les permita mantener un sustento aún mísero. Y es lo que propugna el presidente de la Confederación de Empresarios, Juan Rosell, al abogar por retirar “algunos privilegios” de los contratos indefinidos y aumentarlos en los temporales.

Aquellas esquilmadas garantías que protegían el trabajo indefinido le parecen al patrón “privilegios” excesivos que impiden contratar temporales, aún cuando sólo uno de cada diez contratos son, precisamente, indefinidos. Pero le molesta al patrón de patronos que esa minoría que disfruta de contrato indefinido (no precisa cómo se accede a él) mantenga el “privilegio” de ser más cara a la hora de despedir, tenga que justificar ese despido de manera procedente y que reúna una serie de derechos laborales a vacaciones, permisos y formación que los temporales no tienen. ¿Por qué no los concede directamente a los temporales, en vez de suprimirlos a los indefinidos?

Aspira a esquilmar el mercado laboral para sustituirlo por una oferta de mano de obra barata, gratis de despedir y sumisa al antojo empresarial por obtener las máximas ganancias con el mínimo gasto. Algo muy lógico desde el punto de vista económico y liberal, pero inmoral desde el social y el legal, que establecen el trabajo como un derecho reconocido en la Constitución. Y así siguen lanzando boutades amenazantes que hay que contestar, aunque sea por afán de permanecer en alerta para ver por dónde te la cuelan.

Claro que esta proclama contra los “privilegios” del trabajador indefinido la dice el que preside una organización cuyo anterior titular está en la cárcel por defraudar con sus empresas y tiene un vicepresidente que causa vergüenza ajena cuando se atreve a someterse a una entrevista en la tele, como la que hizo Ana Pastor a Arturo Fernández, bocazas de los empresarios madrileños, condenado por modificar las condiciones de sus trabajadores injustificadamente.

Les parecerá poco a estos charlatanes sinvergüenzas que el trabajador sea quien con mayor dureza esté soportando el peso de la crisis económica que nos asuela, les parecerá poco que los trabajadores carguen con la losa del paro cada vez que una empresa alegue dificultades en mantener beneficios, no por sufrir pérdidas, para reducir plantillas con ERTES, ERES o despidos colectivos; les parecerá poco toda la “reforma” laboral que el Gobierno le ha regalado con plenos poderes al empresariado para hacer y deshacer a su antojo, como despedir prácticamente gratis y volver a contratar en peores condiciones y sueldos más reducidos a la mitad de esos despedidos; les parecerá poco que ya no exista estabilidad laboral, ni protección efectiva ni tutelada judicialmente del trabajador, ni que se hayan suprimido derechos que combatían abusos; todo eso les parecerá poco a estos carroñeros del obrero. Y pretenden más.

Hablan de austeridad y de apretarse el cinturón, pero esta élite millonaria que, entre otras cosas dirige empresas, no consiente que se aumenten los impuestos que gravan las grandes fortunas, incluso aplaude que se elimine el impuesto al patrimonio o se reduzca el de sucesiones porque, en definitiva, goza de grandes privilegios (estos sí que son privilegios) fiscales para amasar tranquilamente sus astronómicas rentas. Si lo hubieran querido y les preocupara de verdad la situación del país, con seis millones de personas en paro, no hubiera hecho falta hacer ningún recorte en gasto social para sortear la crisis económica, pues con una pequeña subida de estos impuestos a los pudientes se podría haber logrado mejores resultados y mayores recursos para financiar el Estado de Bienestar. Pero ellos no quieren.

Estos sectores privilegiados gozan de una enorme influencia política (a veces son los mismos actores) e imponen lo que les conviene: que el esfuerzo y los sacrificios los soporten los desfavorecidos, es decir, los trabajadores. E insisten en su afán por arrasar toda la red legal de auxilio y protección que contaba la fuerza del trabajo. Aspiran a tener masas indefensas y muy necesitadas que, cual esclavos, aguarden en la plaza del pueblo la llamada del amo para trabajar en sus posesiones a cambio de pan para hoy, nada de contratos y derechos para mañana.

Y esto hay que denunciarlo en cada ocasión porque no se les puede permitir ninguna ofensa más. No sólo por dignidad, sino por justicia y porque nuestros hijos se merecen, al menos, un mercado del trabajo que les ofrezca aquellas garantías que sus padres han gozado, ya ni siquiera que vivan mejor.

viernes, 23 de agosto de 2013

Epitafio del viernes

Hay veces que somos pesimistas por lo negro que lo vemos todo. Hoy, por ejemplo. Es viernes, fin de semana, casi fin de mes, con el fin del verano a la vuelta de la esquina y faltando menos para que finalice este 2013 tan infame en demasiados aspectos. Todo se dirige hacia un final que los apesadumbrados siempre oteamos en el horizonte, sobre todo cuando creemos recorrer los últimos tramos de un proyecto vital tan particular e insignificante como el propio, el de uno mismo. Y en vez de sopesar toda la fortuna que hayas podido conseguir y disfrutar, te obsesionas con las pequeñeces que te han hecho tropezar, equivocarte o perder oportunidades, para abandonarte en los augurios imaginarios que alimentan cuántas coincidencias quieras fabricar. Como estos finales concatenados de semana, mes, época, año y vida. Futilidades de un pensamiento que se divierte, cuando no tiene otra cosa a que dedicarse, con lo pésimo y fatalista de una existencia consciente de su existir temporal. Pero incluso en estos momentos de flojera puede encontrarse una melodía que, no sólo expresa lo que altera al ánimo, sino que es capaz además de rescatarlo del borde del abismo. Y para un melómano aficionado es fácil hallar tales piezas magistrales que, cómo no, forman parte del registro sonoro de nuestras vidas. Por eso hoy, y para dar compañía al desasosiego que nos vence, nada mejor que las notas de un epitafio, esas que lo instalan en el futuro, donde radica todo epitafio, también el mío, como advierte el Rey Crimson. Claro que con canciones así es un gustazo sentirse pesimista.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Gibraltar: excrecencias imperialistas


El Peñón de Gibraltar, ese apéndice continental que apunta hacia África, es un grano en el culo de España y un vestigio de los pulsos que las monarquías europeas entablaron en el siglo XVIII para subyugar hegemonías imperialistas del adversario y afianzar las propias. Salimos perdiendo de aquella lid entre imperios por incapacidades propias y fortalezas ajenas, aliadas a una esterilidad real. El resultado de todas aquellas circunstancias es la excrecencia colonial de Gibraltar, una incongruencia que perdura desde hace tres siglos y que desencadena periódicamente las provocaciones de unos y las reacciones de otros, más por agitar las emociones de la parroquia que por un interés genuino en solventar un problema que, en última instancia, afecta a los 30.000 habitantes aquel peñasco lleno de monos.

Y todo por culpa de Carlos II de Austria, que al morir sin descendencia, el 1 de noviembre de 1700, enciende una Guerra de Sucesión entre las monarquías europeas, empeñadas en situar a un candidato afín en el reino de España, antiguo imperio en decadencia, pero aún suficientemente importante como para ser apetecido. En su testamento, el rey español designa como sucesor al nieto de Luis XIV de Francia, Felipe de Anjou, quien se convierte en el primer rey de la Casa de Borbón en España, con el nombre de Felipe V. Intenta contrarrestar, así, el peligro que acecha a España con la alianza de Francia, Holanda, Gran Bretaña y Austria para repartirse las posesiones hispanas. Aunque a Francia se le exige no unir España a su corona y mantener la integridad territorial española, los ingleses y holandeses desconfían de la fortaleza y hegemonía que adquiría con Felipe V la influencia francesas a ambos lados del los Pirineos. Y toman partido de forma activa por el archiduque Carlos de Habsburgo frente al pretendiente Borbón, declarando su hostilidad a la entente formada por Francia y España y dando lugar a la Guerra de Sucesión española, que se extendió durante 12 años.

Una de las batallas que formaron parte de aquel pulso estratégico fue la que protagonizó una flota conjunta de holandeses e ingleses, que recorrió el Mediterráneo atacando posiciones españolas para sublevar a la población a favor del pretendiente Carlos. El más indefenso de los puertos atacados (Barcelona, Menorca, Cádiz) fue el saliente de Gibraltar, apenas defendido por 470 hombres, entre soldados y voluntarios, que no pudieron repeler la fuerza del desembarco de 10.000 infantes de marina angloholandeses al mando del almirante George Rooke.

El 4 de agosto hubo capitulación y la plaza fue apropiada por los ingleses en contra de lo establecido en el Convenio de Carbona, que prohibía anexionarse territorio alguno, sino apoyar al pretendiente Carlos. Tras múltiples avatares militares, intentos de reconquista incluidos, España firma el Tratado de Utrech al amparo de los acuerdos que alcanzan las potencias europeas para preservar el equilibrio de poder en el continente, conocido como la Convención de Fontainebleau. Es decir, se reconocía a Felipe V como rey de España, pero repartían el pastel español de Flandes, Milán y demás posesiones en Europa, junto al monopolio del codiciado comercio con las Indias de América. España pierde el prestigio de potencia internacional que hasta entonces ostentaba.

Desde aquel momento, Gran Bretaña ha ido progresivamente usurpando trocitos de tierra y mar al limitado botín de guerra que había conquistado, a pesar de las resoluciones de la ONU, las envalentonadas presiones del dictador Franco de cerrar la verja de la frontera y de lo que ahora la Unión Europea estime oportuno al mediar en un conflicto anacrónico que enfrenta a dos países miembros y aliados en Europa por la última colonia imperialista del continente.

Y de un problema sucesorio, aquello ha devenido en una historia de bandoleros, contrabandistas, traficantes de diverso pelaje y de “llanitos” que sacan réditos a unos y a otros, dejándose pretender por ambas partes mientras gastan y se divierten aquí, pero tributan y se declaran nacionales de allí. De la política de mano dura hemos pasado a la de mano blanda que le vende arena para que aquilaten el mar, les facilita más líneas de teléfono que habitantes censan la roca, hace la vista gorda con las gasolineras flotantes que contaminan las aguas tanto como las refinerías de Palmones, no impide que tiren cubos de granito con pinchos que espantan la pesca, a ellos que no pescan, y hasta autoriza que la Royal Navy exhiba su poderío frente a nuestras narices.

Sin saber por qué, tras tres siglos de tolerar esa excrecencia colonial de los antiguos imperialismos monárquicos, aquello no hay forma de arreglarlo con diálogo, diplomacia y relaciones internacionales, como cualquier conflicto que enfrenta a naciones del mundo. Aquello es una pelea de familia, que cronifica odios e inquinas irreconciliables. Y menos aun se puede resolver desde una España mansa con los poderosos que introducen sus fragatas de guerra en la misma Bahía de Algeciras o la Base de Rota, pero sumamente severa con los débiles que cruzan en patera el estrecho para no morirse de hambre.

Cuando más graves son los problemas que tenemos los españoles para sobrevivir a una crisis que nos aplasta, parece que cruzar con tabaco desde Gibraltar prioriza la atención de nuestras autoridades gubernamentales hasta el extremo de provocar atascos kilométricos con registros minuciosos en La Línea de la Concepción, no en los Pirineos o Barajas, desde donde se evaden ingentes fortunas a Suiza.

Gibraltar, para los ciudadanos de a pie, será lo que quieran sus graciosas majestades gibraltareñas mientras vivan mejor que en España, así de claro. Todo lo demás, un espectáculo para desviar la atención de los parroquianos, aquí y allí. Of course.

lunes, 19 de agosto de 2013

Only you

Hay melodías que se incorporan a la sustancia con la que se forjan las emociones. Al recordar unas afloran las otras, inseparablemente unidas, como las cerezas, en ramilletes. Pasan a formar parte, así, de esa memoria indeleble que permanece latente en lo más íntimo del ser para hacernos revivir un pasado que nos impregna cuando nos dejamos vencer por la nostalgia y que determina de alguna manera el devenir de nuestra existencia. Poseemos recuerdos que nos poseen con la fuerza evocadora de lo sublime y mágico. Ningún acto de nuestras conductas está exento de alguna emoción que hunda sus raíces en lo que fuimos, sentimos o padecimos. Como esta canción de Yazoo, música electrónica de una época en la que fuimos jóvenes y queríamos doblegar al mundo. Al rememorarla surge, invariablemente, la misma emoción que despertó escucharla por primera vez, trayendo consigo, en ramillete, el deseo de un joven que miraba la vida a través de la ventana del amor. Parece que fuera otra persona y, sin embargo, Only you despierta el recuerdo adormecido de lo que sólo tú sentiste.


domingo, 18 de agosto de 2013

Ecuador del verano

Sé que es prematuro y que el calor tardará mucho aun por irse, pero superar la festividad del 15 de agosto, que este fin de semana dejamos atrás, es cruzar el ecuador del verano. Nos desesperamos los que deseamos vestirnos con algo más de ropa y no estar el santo día refugiados en locales climatizados para evitar estar empapados en sudor. Tantas horas de sol inclemente agotan al más furibundo amante de los bronceados y las playas. A partir de esta segunda quincena se empieza a percibir el acortamiento de los días y una tenue esperanza otoñal invade el ánimo, aunque el bochorno septembrino la siegue. La espera puede ser eterna, pero las nubes volverán a surgir en el horizonte y el fresco de las mañanas tonificará nuestros rostros. La mitad del verano ya está vencido, sólo queda la cuenta atrás para que el clima se adapte a nuestros anhelos. Ya casi lo siento, y lo deseo. Soy un sentimental.

sábado, 17 de agosto de 2013

Una luz poco clara: el timo de la electricidad


El las últimas semanas se han adoptado importantes decisiones que afectan al sector de la energía eléctrica, tanto convencional como renovables, que inciden invariablemente en el bolsillo del consumidor. Y todas ellas apuntan a una sola dirección: satisfacer las pretensiones de un nunca reconocido lobby eléctrico nacional, formado por las grandes compañías generadoras de electricidad.

Así, por un lado, mientras el Gobierno decide dejar de primar la producción de electricidad generada a través de tecnologías renovables -como la fotovoltaica y la termosolar-, aplicando "peajes" (tasas) por el autoconsumo y uso de la red de distribución, además de suprimir las ayudas que incentivaban la instalación y explotación de este tipo de energía limpia, por otro lado pretende liquidar el "déficit de tarifa" (la diferencia entre el coste de producción y el precio que abonan los consumidores), cuyo importe lastra desde hace años a las eléctricas y causa una deuda millonaria al Estado, que es quien abona, con cargo a los Presupuestos, esa diferencia.

Parece incongruente que, en una situación de crisis como la que atravesamos, el Gobierno esté volcado en recaudar y recortar donde pueda y como pueda, también en el sector eléctrico, para lo cual ha ultimado otra “reforma” -esta vez energética- con la cual espera conseguir unos 4.000 millones de euros adicionales, que se destinarían a paliar parte de esa deuda tarifaria. Se trata del Real Decreto-Ley que el ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, ha elaborado para modificar la retribución de las renovables y dejar de regular la distribución y el transporte  de energía eléctrica. Cuando se publique la nueva ley en el Boletín Oficial del Estado, se habrá conseguido una mayor liberalización del sector que favorece a las grandes productoras en detrimento de las renovables y, en última instancia, perjudica al consumidor, a quien trasladan vía tarifas esta poco diáfana “reforma” energética.

Son, en cualquier caso, cambios importantes en el sistema energético nacional, si se considera que la energía es fundamental para el desarrollo económico, social y cultural del país, de cualquier país. Procurar garantizar las fuentes de producción constituye una prioridad estratégica, pues la generación o suministro de energía –vital para el latido de las naciones- está condicionado por los recursos, yacimientos o centros de transformación existentes en el territorio.  

En España, la producción de energía eléctrica está en manos de muy pocos grupos (véase mapa), que actúan en régimen casi de monopolio. Son empresas que se reparten el territorio y las dos más importantes cuentan con cuantiosas inversiones de capital extranjero en su accionariado. Todas, sin embargo, muestran un gran interés por conservar la posición de privilegio que disfrutan y aspiran a una "liberalización" (que, en teoría, favorece la libre competencia) pues, al no depender de un Estado que fije las tarifas y tener repartido el mercado, aumentarían enormemente sus beneficios, gracias al incremento automático del recibo de la luz. La supuesta liberalización exigía la separación de las actividades de generación, transporte y distribución, pero éstas están integradas en sociedades que son filiales de la matriz productora. Es decir, se sigue manteniendo un monopolio de facto que no se erradica con estos planes liberalizadores. Antes al contrario, refuerzan su existencia en virtud de leyes y normas dictadas a su favor, como ésta que comentamos.

Porque estas empresas, en realidad, nunca han tenido pérdidas a la hora de generar electricidad, como ellas aducen y el Estado reconoce. El llamado “déficit de tarifa” es una deuda artificial (regulatoria, no económica) que nada tiene que ver con el coste real de producir energía, ya que este es inferior al que la regulación estima como tal. Tanto es así que, hasta el pasado junio (antes incluso de que se aplique la reforma), los beneficios de las compañías Iberdrola, Endesa, Gas Natural Fenosa y EDP sumaron 4.225 millones de euros. Y ello en un contexto de crisis económica que arrincona a los consumidores contra la pared de la pobreza. Resulta incongruente, por tanto, que sean los ciudadanos, los más afectados por la crisis, los que paguen unas supuestas deudas y desequilibrios del mercado energético, del que nada tienen que ver, como ya hicieron con la crisis de los bancos. Se repite la jugada y se vuelve a meter mano en el bolsillo de la ciudadanía para enjugar trapicheos de sectores muy poderosos y que cuentan con la connivencia del Gobierno de turno.

España es ya uno de los países europeos donde más caro es el recibo de la luz. Desde el inicio de la crisis (¿será casual esta relación temporal?), la luz ha acumulado una subida del 70 por ciento. Y en este mes de agosto se encarecerá otro 3,2 % para amortizar esa supuesta deuda tarifaria con las empresas. Unas empresas que, durante 2012, doblaron prácticamente sus beneficios en comparación con sus equivalentes europeas: un 6,8 % de media frente al 2,6 de las europeas.

Pero, siendo grave este afán recaudatorio del Gobierno, que favorece a poderosos intereses empresariales del sector de la energía convencional en detrimento de los ciudadanos, no es lo peor. Lo peor es que se obstaculiza, e incluso se penaliza, la inversión y el uso de energías alternativas que podrían, no sólo ser sostenibles desde el punto de vista medioambiental, sino también de situar a nuestro país exento de una dependencia energética a fuentes o recursos ajenos, e incluso posicionarlo como líder al frente de un modelo innovador de enorme capacidad en el inmediato futuro.

Sólo así se entiende que, a finales de enero, el ministro Soria suprimiera por decreto-ley las primas a las nuevas instalaciones de energías renovables, aquellas a las que las empresas tradicionales acusan de competencia desleal. ¿Miedo a perder el monopolio? La tecnología más perjudicada, y de la que España es líder mundial, es la termosolar, por su excelente ubicación geográfica para la exposición de la radiación del sol y por el fuerte impulso que la ingeniería nacional (Abengoa) está dedicando a esta tecnología, capaz de exportarla a terceros países donde valoran su “limpieza” e importancia. Según datos de la CNE, las centrales solares acumulan el 41 % de las primas al régimen especial y aportan el 10 % de la energía vendida. En su conjunto, las renovables representan la primera alternativa a la energía convencional, delante de la nuclear. ¿No sería más lógico potenciarla? Otras fuentes perjudicadas son la fotovoltaica, a la que se le impondrá un “peaje” de acceso a la red, y la eólica, que tendrá que hacerse cargo de pagar por el respaldo que recibe de los ciclos combinados cuando desciende su capacidad de producción. Es verdad que hay que integrar a todas en el sistema energético nacional, pero sin favorecer unas sobre otras por intereses ajenos a su eficacia y rentabilidad. Y sin hacer cargar el peso de cualquier reforma sobre el contribuyente.

Toda la reforma actual se fundamenta en un afán meramente recaudatorio, que posibilita continuos incrementos para los consumidores, y en liquidar el déficit de tarifa mediante ingresos adicionales procedentes de la supresión de subvenciones y ayudas a las energías renovables, únicas con posibilidades de futuro. Para su elaboración, el Gobierno sólo ha dialogado con las grandes compañías eléctricas, sin recabar la opinión de los consumidores, que serán una vez más los verdaderamente perjudicados. Se consumará así, si se aplica esta ley, otro timo en un sector que debería ser claro como la luz. ¿Cuántos van?

lunes, 12 de agosto de 2013

La marca España no tiene bandera

Iberia era esa bandera, la compañía aérea española que llevaba los colores patrios por todo el mundo y unía, como un cordón umbilical, a las naciones sudamericanas con España. Durante décadas mantuvo el monopolio de unas rutas que partían desde la madre patria (Madrid o Barcelona) hacia aquellas antiguas colonias que conservan el legado del idioma y las costumbres españolas. No en balde fue la primera compañía en volar desde Europa a América del Sur, desde que en 1946 inaugurara el trayecto entre Madrid y Buenos Aires. Mucho ha volado desde entonces. Y muchas vicisitudes han soportado sus alas.

No se puede negar que fue la aerolínea hispana más importante del plantea, consiguiendo un puesto destacado entre las grandes del mundo. Su crecimiento estuvo ligado al auge del turismo y a la consolidación económica del país. De ser una empresa de titularidad estatal, controlada por el antiguo Instituto Nacional de Industria, pasó a cotizar en bolsa en 2001, culminando así un proceso de privatización que no fue efectivo hasta que el Gobierno derogó, en 2005, tras ultimátum de la Comisión Europea, el sistema de control y blindaje que se reservaba sobre algunas empresas privatizadas, conocido como “acción de oro”. Había comenzado a desteñirse la bandera española.

Mucho antes, Iberia había decidido sumarse a la alianza Oneworld, junto con British Airways y American Airlines, para compartir sinergias empresariales y estrategias comerciales, y constituir uno de los grupos más potentes del mercado aeronáutico mundial, donde la competencia es feroz.

Pero como todo en la vida, aún más en los negocios, su futuro viene determinado por las circunstancias y el desafío permanente de poder adaptarse a ellas. Y aunque Iberia es una empresa poderosa, que realiza más de 1000 vuelos diarios, no ha podido evitar ser engullida por el “pez gordo” de British Airways, quien impulsa una fusión entre ambas para constituir una nueva sociedad, IAG, que desde 2010 explota de manera conjunta las rutas aéreas de las participadas. Desde entonces, Iberia ha ido perdiendo destinos, rutas y pasajeros, además de sufrir un “ajuste” de su estructura que no ha dejado de ser traumático.

Es evidente que la marca España ya no dispone de la bandera de Iberia. Como en las fusiones bancarias, al final prevalece el más grande y poderoso, como el Santander, que ha ido eliminando cuántos bancos ha absorbido en sus múltiples fusiones: el  Central, el Hispano y, próximamente, el Banesto, etc. Controlada por los británicos, IAG parece favorecer a la compañía inglesa en detrimento de la española, que lentamente reduce su cuota de mercado en favor de aquella. Y lo que era una compañía que blandía los colores patrios por los cielos del mundo, ha devenido en una empresa privada que está siendo deglutida por otra que busca así aumentar su tamaño y su capacidad para continuar en el negocio del transporte aéreo de pasajeros y mercancías.
 
Es difícil que una empresa privada pueda abanderar a un país, máxime si sus propietarios no son nacionales. Independientemente del destino mercantil de Iberia, cuya historia está ligada a la memoria sentimental de los españoles, parece claro que la compañía aérea hace tiempo que dejó de ser española y, por tanto, perdió su capacidad para servir de enseña de la marca España. Desgraciadamente

sábado, 10 de agosto de 2013

Agosto sevillano

Agosto vacía la ciudad, donde sólo permanecen los que deben trabajar o no disponen de ninguna escapatoria en sus bolsillos. La inmensa mayoría de la población huye buscando el fresco, aunque parece más bien que buscan la aglomeración que se ha desplazado a la costa o a las cabañas rurales. Otros retornan a los pueblos donde nacieron, pero ya no conocen a nadie pues los conocidos, familiares incluidos, también han emigrado a ciudades enormes y congestionadas. No pueden vivir solos, disfrutando de la tranquilidad sin ruidos de ser el único vecino que enciende las luces de su vivienda en el edificio. Aprecian, eso sí, el poder aparcar donde plazca, pero escogen no poder mover el coche en las playas porque no volverían encontrar aparcamiento. Y cuando regresan te saludan bronceados y amables por saber cómo has soportado una ciudad muerta. No se creen que hayas preferido el aislamiento al vocerío de la bulla, el trabajo sin prisas a la rutina endemoniada y los parques solitarios a última hora de la tarde a las playas atiborradas. Pero envidian que te vayas cuando ellos regresan. Así transcurre el agosto sevillano, con placidez para combatir el calor. Y sin que nadie te moleste.

viernes, 9 de agosto de 2013

Pobres y chivatos


Así nos quieren: empobrecidos y delatores. No se conforman con cargarnos el muerto de una crisis de la que no tenemos culpa, sino que pretenden que salgamos de ella con una mano delante y otra detrás y espiando lo que hace el infeliz del vecino para no sucumbir a la miseria a la que nos condenan los listos y desalmados de este mundo. Porque hay que ser muy cínico y carecer de alma para que, encima de rapiñar una riqueza inimaginable burlando al personal, unos especuladores y los gobiernos que los amparan culpen del estropicio al resto de los mortales, cuanto más ignorantes del “negocio” mejor, obligándolos a restituir con sus ahorros, sus trabajos y sus derechos todo el daño material y de “fiabilidad” cometido con tamaña estafa. Y se quedan tan panchos. Porque, para colmo, nos lo creemos y pensamos que, efectivamente, es lo mejor que podemos hacer.

Estos brujos del neoliberalismo son contumaces en su avaricia de un mundo regido sólo por la lógica del capital. Siguen exigiendo el empobrecimiento de los trabajadores como única alternativa para combatir, presuntamente, el paro y la parálisis de la actividad económica en la que nos ha sumido una crisis financiera provocada por los mismos pirómanos que ahora nos aconsejan la forma de apagar el fuego. E insisten en “soluciones” basadas en una austeridad suicida que provoca la depauperación de la población. Tras años de “reformas” y “ajustes” que conducen a la población a una situación de auténtica emergencia social, el FMI y Bruselas vuelven a pedir que los salarios se reduzcan otro 10 por ciento para que las empresas, que ya cuentan con toda clase de ventajas para maniobrar a su antojo, puedan crear empleo. En resumen, nuevas promesas para endurecer el sacrificio de los damnificados por las dentelladas del capitalismo más salvaje y desregulado.

No se sacian ni se detienen ante nada. Países enteros atrapados por una deuda que esos desalmados provocan al encarecer las condiciones y los intereses de los créditos soberanos; el retroceso de un sector público vilipendiado y tachado de despilfarrador; una fuerza del trabajo desprotegida y empujada prácticamente hacia la opresión y la semiesclavitud; prestaciones, servicios sociales y derechos ciudadanos reducidos o negados y, como consecuencia de todo ello, un declive del consumo y una atonía social que instala el pesimismo, el miedo y la vulnerabilidad en la sociedad y ahoga cualquier esperanza o ilusión de progreso en el futuro. Esta es la “cosecha” neoliberal que estamos recogiendo. Y es intencionada. Vamos para atrás en una evolución en sentido inverso al esperado y deseado, hasta  convencernos de que nuestros hijos no podrán vivir mejor que nosotros, sino que les aguarda una existencia menos estable y más difícil. Nos secuestran el porvenir para que nos rindamos y aceptemos sus propuestas empobrecedoras.

Todo lo que estamos padeciendo, desde la crisis hasta la derrumbe del Estado de Bienestar, es  consecuencia de haber confiado ingenuamente, como si fuera una verdad revelada, en un sistema dominado por la lógica del capital, en el que la rentabilidad es la única medida. Hemos sustituido al hombre por el dinero y a la sociedad humana por la del consumo, donde el mercado se convierte en suma autoridad y un valor indiscutido, superior incluso a la política. En ese nuevo sistema, en esa nueva sociedad, lo que dicte el mercado es palabra de dios, un dios que idolatramos porque transforma en dinero cada transacción y dota de valor añadido cualquier necesidad susceptible de ser rentable. Así, nos hemos entregado a regímenes de libre mercado que establecen sus propias normas y dictan sus reglas, independientemente de cualquier prioridad o necesidad humana. Lo importante era el negocio, no el hombre, y lo asumimos ciegamente.

Por eso ahora pagamos las consecuencias. La sanidad, la educación, las pensiones, las becas, las ayudas a la dependencia o a la protección de la mujer maltratada, las inversiones en arte, ciencia o cultura, el acceso a la justicia y cualquier servicio o prestación públicos han de ser, sobre todo, “sostenibles”. No importa que se sufraguen gracias a los impuestos que entre todos pagamos ni que el objetivo con el que se constituyeron fuera erigir sociedades equitativas y justas, que combatan las desigualdades de los ciudadanos y velen por brindar oportunidades a todos, independientemente de sus condicionamientos de origen. Nada de ello importa, ahora lo prevalente es que sean rentables, sean atractivos para la iniciativa privada. En definitiva, sean susceptibles de negocio y capaces de rendir beneficios.

Pero no están satisfechos y quieren más. Tras el empobrecimiento que nos han causado, tras la caquexia inducida al estado provisor de servicios y prestaciones públicos, tras la derogación de derechos individuales y sociales, tras arramplar con normas y garantías laborales que protegían a los más débiles -los trabajadores- frente al poder del capital y de los empresarios, y tras la destrucción de todas las redes que nos protegían de los abusos de los poderosos, ahora vuelven a prescribir otra vuelta de tuerca para ver si consiguen que nos parezcamos a esas masas pakistaníes o chinas que trabajan sin convenios colectivos, por un sueldo de mierda y sin derechos ni para ir al retrete, quedarse embarazadas o enfermar. Ese parece ser el modelo de “competitividad” al que nos empujan, donde la carga de la fuerza del trabajo sea tan escuálida que cualquier inversión sólo pueda generar astronómicos beneficios de inmediato.

No tienen en cuenta que en España la masa salarial es de las más bajas de Europa y que el salario medio ni siquiera llega a los mil euros. Ya ni siquiera se aspira a ser “mileurista” en este país, sino que nos conformamos con menos. A la bandada de buitres que “carroñean” al trabajador se suma entusiasmada la Confederación de Empresarios para, aprovechando el frenesí predador, exigir poder cambiar los contratos de jornada completa a tiempo parcial cuando así le convenga al empresario. También propugna que no haya límite de edad para ofrecer contratos de formación y aprendizaje. Pretende tener plantillas de “quita y pon” y gente de cincuenta años con contratos en prácticas para abaratar hasta lo indecente el precio del trabajador. Ya estamos tan atemorizados que nos no asustan estas afrentas ni la posibilidad de que se lleven a afecto.

Pero lo más vergonzoso ha sido la última ocurrencia de la ministra de Trabajo, Fátima Báñez, de crear un buzón en Internet donde denunciar anónimamente a quienes fraudulentamente se buscan la vida. Al parecer, ni toda la maraña de leyes y normas, ni el cuerpo de inspectores del trabajo, ni la policía, ni los detectives de las compañías de seguros, ni siquiera Hacienda y toda la maquinaria del Estado son suficientes para controlar y vigilar al trabajador que completa un sueldo indigno e insuficiente. Ella, que sabe que los desfalcos y la corrupción anidan en los humildes trabajadores, está dispuesta a descubrirlos y castigarlos. Podía convocar a la Confederación de Patronos para recomendarle que exija a sus asociados que estén al día en las cuotas a la Seguridad Social de las empresas, que no encubran las horas extras y aumenten las plantillas, que limiten las retribuciones de sus altos directivos y las indemnizaciones blindadas cuando cesan en el puesto, que declaren con trasparencia sus beneficios reales y no realicen “ingenierías financieras” para eludir al fisco, que asuman la responsabilidad social de sus empresas y que se abstengan de mantener una contabilidad B y de tener trabajadores sin contratos. Seguro que la bolsa de fraude que encontrará en las empresas es comparativamente mayor que la que pudiera existir con el trabajador. Y, eso, sin implicar a los sectores financieros y políticos, donde podríamos recuperar recursos para obtener superávits y reírnos de la crisis y de las agencias de calificación, incluso para mandar a la prima de riesgo y a Bruselas allí dónde las quieran.

Lo triste es que, si después de todo el peso que está soportando el trabajador para afrontar una crisis de la que no tiene responsabilidad, con seis millones de ellos en paro y un empobrecimiento generalizado de la población, a las lumbreras neoliberales sólo se les ocurre, además de la pobreza, la delación, es que realmente estamos atravesando una crisis descomunal: la de dirigentes dignos que no insulten la inteligencia de los pobres, sí, pero no chivatos. ¡Qué vergüenza!

martes, 6 de agosto de 2013

Aprietos en la Conferencia Episcopal


Para un agnóstico, como yo, la religión es como la petanca: querencias de la gente. Respeto por igual a unos y otros, tanto si les da por asistir a misas como a jugar con pelotas metálicas en el albero. Mientras se dediquen a lo suyo y me dejen dedicarme a lo mío, la convivencia entre creyentes, petanqueros y demás colectivos sociales está asegurada y será pacífica y tolerante. Lo malo es cuando algún grupo intenta que abraces sus preferencias, incluso mediante la connivencia de los poderes públicos. Entonces me soliviantan y de la indiferencia paso a la reacción defensiva, defensiva de mi libertad, con el rechazo y un activo enfrentamiento contra cualquier expresión de fanatismo, ya sea religioso, deportivo, cultural o social. No tolero a los dogmáticos que se creen en posesión de la verdad, menos aun si la consideran absoluta y, por tanto, excluyente. Es una actitud incómoda que te obliga a estar en permanente alerta pues abundan los fanáticos y su peligro de propender a ahormar la vida de los demás conforme sus particulares criterios, considerando al disiente como alguien sumido en un error del que hay que librar. Parecen mansos, pero son sumamente sectarios y despóticos: su visión del mundo es la única posible y legal. Restringen tu libertad.

Acostumbrados a hábitos, tradiciones y fidelidades gregarias, el cuestionamiento de supuestas evidencias obliga a una constante pedagogía. Así, debes comparar que pretender que todos los españoles han de jugar a la petanca por imperativo histórico, por ejemplo, y que la población en su conjunto, practique o no ese deporte, financie la organización que regula dicho juego y al personal de su estructura, es tan peregrino e injusto como aceptar que el Estado, incluso declarándose aconfesional, esté obligado a legislar usos y costumbres de acuerdo a una determinada moral y deba asignar parte de su Presupuesto a sufragar las necesidades de la confesión religiosa que lo exige. Cuesta creerlo, pero es lo que sucede en España, donde un Estado constitucionalmente aconfesional elabora leyes tuteladas por la Conferencia Episcopal española, como la última reforma del aborto: un auténtico retroceso en el reconocimiento del derecho de la mujer a decidir sobre su maternidad, según parámetros científicos, que son discutidos por sectores minoritarios ultraconservadores, amparados y amplificados por la Iglesia católica.

Esta postura de absoluta intransigencia monolítica de la jerarquía católica de España queda en entredicho con la actitud amable, serena, sencilla y humilde del nuevo Pontífice de Roma, el jesuita Jorge Mario Bergoglio. Y aunque no se desvía ni un milímetro de la doctrina y los dogmas de la iglesia que representa, pone el acento en los graves problemas que preocupan seriamente a las personas, sean feligreses o no, como esa “globalización de la indiferencia” que orilla en la pobreza a la mayor parte de la población del mundo para que la brecha con la minoría rica se ensanche. Aplicar el sentido común y focalizar en los pobres la atención eclesial ha hecho enmudecer a los primados de España, encabezados por monseñor Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal. Y atrae la curiosidad de los que observan estos comportamientos sin sentirse concernidos por ninguna disciplina ni voto que le obligue a ello, sino para defender la libertad y la pluralidad de la sociedad.

El papa Francisco, como ha elegido llamarse este arzobispo de Buenos Aires al sentarse en la silla de San Pedro, sorprende al manifestar su acuerdo con la “laicidad del Estado”, hecho que demonizan los prelados españoles, quienes denuncian en cada pastoral el “pecado” del laicismo por el que se despeña la sociedad, si la política en la  que influye la curia no lo impide. Por eso, aunque sólo un 20 % de la población comulgue con los preceptos de la Iglesia, el Estado “aconfesional” español corre con los salarios de los sacerdotes y la jerarquía católica, retribuye a los profesores de catolicismo (que no de religión) en la educación pública obligatoria, reintroduce la asignatura de religión con valor académico y mantiene un tropel de capellanes en cárceles, cuarteles, cementerios y demás lugares públicos que, a pesar de lo que diga la Constitución, convierten a España en un Estado nacionalcatólico de recia raigambre, sin que el Gobierno se digne a valorar la idoneidad y sostenibilidad de esta servidumbre tan inconstitucional como privilegiada.

Y es que este papa, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro,  declara, además, no ser nadie para juzgar a los homosexuales, no considerando que ello represente ningún problema para acercarse a la iglesia, con lo que desacredita la obsesión clerical española por los asuntos sexuales y esas desviaciones diabólicas que, en opinión de los purpurados patrios, como el de Alcalá de Henares, sólo sirven para corromper y prostituir almas que “piensan ya desde niños que tienen esa atracción hacia las parejas del mismo sexo”.

Sólo por poner en aprietos a los inmovilistas de la Conferencia Episcopal, que callan inquietos y desubicados, este papa despierta el entusiasmo de hasta ateos confesos y descreídos como yo. Bien es verdad que no era necesario hacer ninguna revolución ni organizar un cisma para recriminar a la cúspide orgánica católica de este país su manía por anatemizar cualquier libertad que escape a su censura inquisitorial, máxime si el propio Rouco Varela predica que España es un país de misión, vencida por relativismos y anticlericalismos; es decir, necesitada de que la vuelvan a evangelizar, por pretender que exista separación Iglesia/Estado, que las creencias se reduzcan al ámbito individual de las personas y que se reconozca la pluralidad de una sociedad rica en valores, ideas y maneras de pensar y vivir.

La inquietud trascendental es consustancial de la esencia humana e interroga a la parte inefable de la vida, al buscar sentido a una existencia que está envuelta en silencio y vacío. No es fruto más que de la inteligencia humana que elucubra sobre su lugar en el mundo y crea cosmovisiones que se convierten en dogmas y se intentan imponer por los administradores “profesionales” de la fe, sin respetar la discrepancia y el disenso, como suele hacer la Conferencia Episcopal española.

Por ello este papa es tan atractivo, al menos de momento. Hace hincapié en otros asuntos menos conflictivos, pero más preocupantes, para la mayoría de los ciudadanos de cualquier querencia, como es la pobreza, la austeridad, la comprensión y la misericordia, en una economía globalizada que genera indiferencia, explotación y miseria, impropias de la dignidad humana. Son las maneras de este jesuita argentino, tan suaves como su acento, lo que llama la atención en los mensajes iniciales del nuevo  primado de Roma y de sus iniciativas de no amparar a los pedófilos con sotana, señalar lo podrido en los escándalos sexuales del cardenal Ricca, empezar a limpiar la corrupción del banco vaticano y, sobre todo, de poner en aprietos a la Conferencia Episcopal española. Son actitudes nuevas, aunque nada cambie, en una entelequia que imagina traducir la voluntad de Dios

lunes, 5 de agosto de 2013

El retorno

Todo el año despotricando del trabajo, de maldecir la rutina que cada día te hace madrugar para cumplir con unas obligaciones laborales y de desear perder de vista todo cuanto suponga el ejercicio de la profesión que has querido o podido adquirir, para que, cuando llevas un mes de vacaciones, ya eches de menos aquella tensión que al menos te hacía enrabietar al sentirte utilizado pero vivo, minusvalorado pero útil y mal recompensado pero con posibilidad de mantener una cierta estabilidad que incluso te permite, en estos tiempos de dificultades, disfrutar de vacaciones. Me incorporo hoy al trabajo sin ningún síndrome postvacacional, sino deseando saludar a los compañeros, recuperar mis hábitos cotidianos y volver a la “normalidad” de una vida en la que se alterna la satisfacción con el asco, la alegría con la tristeza y la preocupación con la felicidad. Al rato, una vez comprobado que todos seguimos igual y cada cosa en su sitio, hasta la ciudad y sus calles, retomo la propensión de despotricar de una rutina que me estimula como la adrenalina. Y es que no estamos conforme con nada, maldita sea.

sábado, 3 de agosto de 2013

Sueños valientes

Todos hemos soñado con hacer cosas increíbles, con experimentar lo que otros no se atreven por temores que nos limitan a lo ordinario de una existencia no exenta, en cualquier caso, de peligros incluso mayores. Saltar en paracaídas no supone más riesgo que conducir un auto si se afronta con las debidas garantías. Sin embargo, la sensación que se experimenta es infinitamente más placentera que la de viajar por una autopista. Y pretender sentirla no es un empeño descabellado cuando la edad, los medios y la técnica lo permiten. En medio del cielo, con el mundo a tus pies, flotando con esa libertad indescriptible que parece ingrávida como en los sueños más maravillosos, es lo que mi hijo más arrojado ha querido sentir por sí mismo. Ha cumplido un sueño que yo mismo he perseguido muchas veces y nunca me he atrevido realizar. Véanlo cómo disfruta de su espíritu aventurero, de una energía rebosante de vitalidad y de una juventud sana y responsable también para lo más valiente: soñar. ¡Maravilloso, vamos. Repito, seguro!


 
 

viernes, 2 de agosto de 2013

´Yiyicaleando` en la sensibilidad

Hoy puede ser un buen día para recordar cómo nos balanceábamos al son de melodías susurrantes hace ya demasiados lustros. Aquella agilidad y aquel músico ya han desaparecido, pero queda esa sensibilidad que hoy electriza un viernes más de nuestras vidas. En memoria de lo que fuimos y de lo que supuso para nuestros paladares musicales, quede este emocionado homenaje a J. J. Cale, recientemente fallecido: su toque de sensibilidad.

jueves, 1 de agosto de 2013

Días en ebullición


La última quincena de julio ha sido vertiginosa. Y no me refiero a la velocidad con la que se diluyen las vacaciones, sino a la densidad mediática de tales días. Pocos períodos estivales han acaparado tanta expectación como los que estamos viviendo. Se presumía un verano “calentito”, pero ha entrado en franca ebullición.

Hoy, la olla en la que se cuecen los días de la canícula explotará o aliviará presión en virtud de la comparecencia forzada –formalmente, a petición propia tras la amenaza de una moción de censura- de Mariano Rajoy, presidente del Gobierno, en el Congreso para que explique, si puede o quiere, su implicación en el caso Bárcenas, un asunto derivado del caso Gürtel, en el que el extesorero del Partido Popular, ya en prisión, Luis Bárcenas, sintiéndose abandonado por los suyos, “tira de la manta” y desvela la financiación irregular del partido y el hábito de distribuir sobresueldos entre los máximos dirigentes del mismo, Rajoy incluido. Estos asuntos dan a conocer a la opinión pública una trama de corrupción y conductas inmorales que utilizan sobresueldos para “engrasar” a personajes públicos, donaciones de poderosos, dinero público que manejan políticos a su antojo, tráfico de influencias, intereses compartidos entre empresas privadas y administraciones del Estado y, en definitiva, toda una red de confabulaciones inconfensables que, al parecer, forma parte de la ciénaga en la que se desenvuelve el ejercicio de la política en este país. Un asco. Pero no ha sido único. Los tribunales provocan náuseas por diversos motivos.

Otro partido político es condenado por financiación ilegal y nadie dimite, salvo el peón instrumental que se utilizó para derivar el flujo del dinero: se trata del caso Palau de la Música, aquel en que la sentencia resuelve que Convergència Democrática de Cataluña se había embolsado 5,1 millones de euros procedentes de las subvenciones concedidas a la institución musical. Artur Mas, presidente de la Generalitat y líder de la formación nacionalista, actúa de manera calcada a Rajoy: acusa y limita las responsabilidades en el extesorero de CDC, Daniel Osácar, ya dimitido y condenado, y promete devolver el dinero. En todos estos casos, quien debía controlar y estar al tanto del desempeño de las personas designadas para dirigir la organización, suele expresar la misma excusa: no sabía nada y lo sucedido es muestra de un abuso de confianza. Se pide perdón y basta. Más asco.

Vomitiva es también la última sorpresa surgida con el presidente del Tribunal Constitucional, Francisco Pérez de los Cobos, de quien se demuestra que ocultó al Congreso su condición de afiliado –no simpatizante, que ya se sabía por su ideología- del Partido Popular, al día en sus cuotas y, por tanto, sometido a lo que mandan los estatutos del mismo, que debe respetar y cumplir. Sin embargo, en un comunicado indignante, el TC intenta justificar lo injustificable de esa elección, despreciando la evidente incompatibilidad del candidato a concurrir al cargo sin desprenderse, como se le exige a cualquier magistrado en activo, de su militancia política. Por su parte, Rajoy el pitoniso, que ya no sabe por dónde le surgirá un nuevo problema, defiende su nombramiento porque “se hizo bien, en tiempo y forma”, aunque la renovación del Constitucional se hiciera con tres años de retraso, saltándose la ética y la estética de la neutralidad de un candidato sometido a la disciplina del PP. Claro que Rajoy como adivino es nefasto: ya lo evidenció cuando vaticinó aquello de que “nadie podrá demostrar jamás que Bárcenas no era inocente”. Y mira en lo que ha acabado: en verse obligado a explicar en el Congresos sus turbias relaciones y sus reveladores mensajitos con el delincuente, con toda la oposición exigiendo su dimisión a coro.

Provoca arcadas que una persona, capaz de ocultar su vinculación con el partido que lo encumbra, no tenga reparos en optar a un puesto desde el que debe interpretar las leyes que emanan del Poder Legislativo, pudiendo enmendarlas para amoldarlas a la ideología e intereses del partido al que guarda obediencia y fidelidad. Es una desfachatez que puede acarrear graves consecuencias. Por lo pronto, cualquier sentencia de un juez que se demuestre “contaminada” de parcialidad puede ser recurrida ante órganos superiores. Y eso es, precisamente, lo que amenaza con hacer el exjuez Baltasar Garzón con su anuncio de llevar ante el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo la resolución que lo apartó de la judicatura y en la que intervino el ínclito Pérez de los Cobos. También Andalucía y Cataluña, de momento, han avisado de elevar los recursos que sean pertinentes de todas aquellas resoluciones judiciales en las que este magistrado haya intervenido por si, conocida su militancia activa, pudiera apelarse la falta de imparcialidad. Y todo porque no desveló su señoría, como hubiera sido honesto, su condición de afiliado del PP. Pero prefirió ser sectario.

La fiscalía, por su parte, arremete contra el juez que metió en la cárcel al banquero que Esperanza Aguirre puso al frente de Caja Madrid, el remilgado Miguel Blesa. El Consejo General del Poder Judicial suspende por cuatro meses y siete días, más multa de 600 euros, al juez Elpidio José Silva por considerar que ha cometido faltas muy graves durante la instrucción del sumario y la resolución que adoptó para dictar orden de ingreso en la cárcel del banquero. Muchas vueltas está dando este caso para acabar con otro magistrado amonestado por incordiar a los acaudalados. Sin embargo, el banco surgido de la caja de ahorros para ganar “solvencia” y “músculo” financiero, Bankia, sigue siendo la entidad que mayores recursos públicos ha necesitado para “reflotarse”. Ya se sabe que más de 30.000 millones de euros no se podrán recuperar, por eso se hacen “ajustes” y “reformas” en la sanidad, la educación, la dependencia y las pensiones: hay que sacar dinero de donde sea. Pero en vez de juzgar a los autores de la quiebra y las estafas bancarias, Rodrigo Rato incluido, se arremete contra el iluso que pretendía juzgar a un banquero. ¡Mundo al revés!

No obstante, a veces la justicia brilla como debiera. En estos días también hemos visto cómo la expresidenta del Consell de Mallorca y del Parlament balear, María Antonia Munar, ingresaba en prisión por las dos condenas que pesan sobre ella y que acumulan más de 11 años de cárcel por, ¡cómo no!, corrupción. Malversación, fraude y otros delitos presentaban un horizonte muy negro para una señora que tiene dinero oculto con el que podría emprender la huida. Y ante la duda, las rejas. Como con Bárcenas y la fianza a su mujer. Con un poder inmenso como bisagra para conformar mayorías de izquierdas o derechas, según el mejor postor, en aquella Comunidad, esta política de la extinta Unión Mallorquina ha comprobado que todo lo que parecía sólido –como advierte en su ensayo Muñoz Molina- comienza a derretirse para mostrar su verdadera consistencia: latrocinio, desvergüenza, chorizos que abusaban de la buena fe de la gente para amasar fortunas, pelotazos inmobiliarios, mediocridad política, esa moral “light” que todo lo impregnaba en los años dorados de esplendor para prevaricadores y ladronzuelos. Todo empieza a derrumbarse, pero lo pagan siempre los mismos -la gente llana y humilde a la que se desahucia de derechos y servicios-, salvo contadas excepciones, como ésta de Munar.

Una justicia que también brilla al resarcir afrentas e infundios que la política tiende a manejar como arma arrojadiza. Porque no todas las imputaciones acaban confirmando los indicios de culpabilidad, sino la absolución de los cargos. Es lo que en julio ha llevado la alegría, que no la recuperación del suplicio padecido, al exministro José Blanco, que acaba de liberarse de la inquina de unas acusaciones que ya se presentían exageradas, manipuladas e imaginarias en promotores interesados en manchar la reputación del ministro socialista. Miguel Roca, en La Vanguardia (martes, 24/7/2013) señalaba que “la justicia no existe hasta que ha pronunciado la última palabra”. Y esa, en boca del Tribunal Supremo, es la que ha absuelto al político gallego.

En Andalucía, para no ser menos, las cosas no andan mejor. En julio se procedió a hacer un “paripé” de elección democrática del candidato para sustituir, ante su renuncia, a José Griñán de la presidencia de la Junta, y la “teledirigida” por el aparato del PSOE, Susana Díaz, ganó impúdicamente a la hora de obtener los avales necesarios para unas primarias que se tornaron, así, innecesarias. La designada-no-elegida se presta a coronarse como la primera mujer que detenta el cargo de presidente -¿o presidenta?- del Gobierno andaluz. En Septiembre deberá renovar el Consejo de Gobierno, formado en coalición con Izquierda Unida, y configurar los Presupuestos de la Comunidad para 2014, en complicada negociación con un Ministerio de Hacienda que establecerá el techo de déficit permitido. Ardua tarea en la que deberá atender a sus socios de gobierno, dispuestos a hacer prevalecer en las cuentas regionales los gastos más significativos de una política de izquierdas que contraste con las iniciativas de austeridad de Madrid y Bruselas. Y sin la amenaza de los ERE, que mantenían al Ejecutivo andaluz pendiente de las resoluciones de la juez Mercedes Alaya y a Griñán negando toda posibilidad de imputación por una trama de la que tuvo que tener conocimiento durante su época de consejero de Economía y Hacienda de Andalucía. Ello quizá explique estas prisas por la renovación.


Julio también ha hecho aflorar “brotes verdes”. El ministro de Economía, Luis De Guindos, anunciaba ufano que la recesión había tocado fondo y que el paro empezaba a reducirse, pues se había creado empleo no estacional. Pues bien, tal euforia duró lo que una gota de agua en el recalentado asfalto veraniego. A los pocos días, el Gobierno reconocía que aquellas alzas en la contratación obedecían al “efecto verano” y que, si se descontara –como se descontará en septiembre- resultaría que en el segundo trimestre del año, según la encuesta del INE, todavía se estaría destruyendo empleo, a pesar de las reformas y las rogativas de la ministra del ramo, Fátima Báñez. Y es que, como con la religión, la economía es cuestión de fe, esperanza y…, lo que prometía Rajoy, confianza, porque para caridad no hay recursos: es un gasto insostenible.
 
Y una catástrofe: 79 muertos en el mayor y más trágico accidente producido en los ferrocarriles españoles, justo a las puertas de Santiago de Compostela y en vísperas de la festividad del apóstol. Un exceso de velocidad y unas negligencias compartidas entre el maquinista, el revisor y quienes mantienen unas infraestructuras poco idóneas para la alta velocidad de los trenes AVE que circularán por esas vías. Familias destrozadas por el dolor de sus seres queridos fallecidos y morbo en las informaciones que cubrieron la noticia durante demasiados días.
 
Encima, para colmo de estos días en ebullición, se nos muere J.J. Cale, ese huraño y tímido guitarrista, de voz susurrante y sonido diferente, compositor de canciones memorables en versiones de otros artistas, como la famosa Cocaine que popularizó Eric Clapton. Así se ganaba la vida, gracias a unos derechos de autor que le permitían vivir apartado de los escenarios y de los exhibicionismos de la fama. Su muerte es la puntilla de unos días de vértigo para quienes, alguna vez, fingiéndose melómanos, nos adormecíamos con su música. Nos aguarda un mes de agosto y un inicio de curso infernales.