martes, 31 de agosto de 2010

Provocaciones y complejos

Las relaciones entre vecinos siempre son problemáticas por mucho que uno se empeñe en llevarse bien. Hay que tolerar comportamientos con los que no se está de acuerdo y viceversa. El consenso necesario para acordar un mínimo de buena vecindad es abstenerse de lo que el contrario no está dispuesto a consentir con objeto de salvaguardar los respectivos status quo y la paz de todos. Aún así, es difícil mantener el equilibrio entre la amistad y la firmeza ante un vecino que se empeña en incordiar y en no corresponder al trato que se le dispensa. En tales casos, tanto a escala doméstica como política, existe un refrán que nos aconseja: “más vale una colorá que cientos amarilla”.

Es lo que pasa con las relaciones entre España y Marruecos: son propias de un psiquiatra. Marruecos mantiene unas relaciones con España que se mueven entre el interés y el rechazo. Está obligado a una buena reciprocidad debido a las intensas relaciones comerciales y a su dependencia occidental, que lo aleja, por ahora, del enroque fundamentalista que considera todo lo occidental como causa del oprobio de la civilización islámica. Aunque su progreso está sustentado en gran medida en el mantenimiento de esas relaciones, ello no impide al mismo tiempo una actitud de recelo y, a veces, de enfrentamiento, más parecida al complejo que padecen los que tratan a quien consideran superior o poderoso, que a un país en la esfera de las relaciones internacionales.

Evidentemente existen situaciones originadas en tiempos de descolonización y en la historia remota. Potencias europeas como Francia, Portugal y España tuvieron mucho que ver con la creación del Marruecos moderno y conservan, sobre todo España, dominios en la zona. La descolonización vergonzosa del Sáhara, cuando España no supo o no pudo, en los estertores del franquismo, hacer frente al pulso marroquí e reintegrar aquellas tierras de manera equitativa y justa entre quienes la reclamaban (Marruecos, Mauritana y los saharauis), y la complicada ubicación de ciudades españolas en el norte de África, haciendo frontera no sólo entre ambos países, sino entre dos continentes y dos civilizaciones, alimentan lo que en psicología se entiende como la etiología del trauma: un foco permanente de conflictos no resueltos que de vez en cuando enturbia las relaciones con brotes de agresividad no contenida y explosiva.

Pero si la actitud de Marruecos es, al menos, comprensible (no justificable) desde parámetros psicológicos, la de los activistas españoles, manifestándose en aquel país en defensa de los derechos de un pueblo que fuimos los primeros en abandonar a su suerte (y que posiblemente nos origina un complejo de culpabilidad), me parece una provocación irresponsable, por consciente y premeditada, que poco o nada ayuda a los fines perseguidos, máxime cuando Marruecos no es una democracia equiparable a los cánones occidentales y su Estado monárquico se comporta con una arbitrariedad manifiesta, con el que ni la propia ONU ha podido alcanzar ningún acuerdo para resolver el problema del pueblo saharaui (Plan Baker).

Todos los esfuerzos para atraer, con inversión, progreso, relaciones, acuerdos, tratados y demás instrumentos económicos y políticos, al país alauita hacia ámbitos y comportamientos occidentales –cual antidepresivos a los traumatizados- pueden verse abocados al fracaso con este tipo de provocaciones a un lado y a otro de la frontera. Es verdad que a los vecinos no se les puede consentir ningún exceso, pero nosotros también debemos procurar evitarlos. Por mor de la buena vecindad y una comunidad pacífica.

lunes, 30 de agosto de 2010

Es hora, otra vez

Es hora de descansar. La vida se compone de rituales cíclicos y las vacaciones son uno de ellos. En septiembre empiezo a hacer lo mismo de otra manera, sin el agobio del reloj. Me levantaré tal vez un poco más tarde de lo habitual pero compraré el periódico como todos los días. Durante cinco días visitaré otra localidad para enseguida volver a la ciudad en la que vivo durante todo el año. Procuraré leer algún libro que aguarda años que abra sus páginas, pero no leeré más que otros meses. Y compartiré faenas de la casa posiblemente con un poco más de dedicación que de costumbre. Y cuando quiera darme cuenta deberé reincorporarme al trabajo donde trataré de convencer a mis compañeros de lo placentero que fue mi descanso. Entonces tal vez vuelva a desear que un nuevo ciclo de vacaciones retorne pronto. Para hacer lo mismo. Porque es hora. Otra vez.

domingo, 29 de agosto de 2010

Dos segundos

Aporreaba la puerta con unos golpecitos rítmicos, pero cansinos. Dos segundos de silencio le bastaban para volver a insistir, como si ello fuera suficiente para hacer que alguien surgiera de la nada. No había nadie por los alrededores salvo él llamando a la puerta. Tiempo atrás, con sólo un par de golpes, una voz respondía desde el interior solicitando paciencia. Entonces, aparecía ella radiante y le invitaba a pasar. Ahora nadie le abría la puerta. Al cabo de dos segundos volvía a insistir sin acordarse nada del accidente y desconociendo que todos se hallaban asistiendo a su sepelio. Le faltaron dos segundos.

sábado, 28 de agosto de 2010

Fotograma, 21

El niño tenía unos primos cuyos nombres nunca ha olvidado, aunque fueran con los que menos relación había mantenido, pues no correspondían a su edad, eran algo mayores, al menos lo mayores que un niño en esa edad aprecia en una diferencia de pocos años. Eran dos hermanos, varón y hembra, hijos de un hermano de la madre del niño, un tío al que nunca tuvo la oportunidad de conocer porque había muerto en la guerra. Salvo ese detalle de una ausencia tan clamorosa, nada más se sabía ni se hablaba al respecto. La viuda, tía Raquel, vivía unas calles más arriba, cerca de la casa de la abuela, en una vivienda unifamiliar que el niño visitaba con su madre de vez en cuando y en la que admiraba el orden metódico que reinaba en ella. El niño no frecuentaba aquel hogar pero le llamaban la atención unos primos educados y serios, poco dados a juegos y bromas, reservados y formales como todo en la casa, lugar donde quizás haya visto la primera televisión en color de su vida.

Los nombres de aquellos primos los habrá de recordar siempre, Carlos y Amarilis, porque aparecen siempre juntos, como un ramillete, formando el dúo inseparable con que el niño los recuerda durante su infancia. Son recuerdos caprichosos que, una vez más, parecen guardar relación con lo que el niño, de alguna manera, admira y toma como modelo en su vida. No hay juegos, ni detalles de una relación estrecha o frecuente, como la que mantuvo con otros primos de los que nada se acuerda, pero su cerebro registra en la memoria los nombres de Carlos y Amarilis como una referencia que jamás olvidará. Ambos forman parte de la familia más difuminada, la que permanece entre las brumas más densas y opacas. Es la familia por parte de madre, de la que tiene conocimiento por conversaciones, cartas o visitas aisladas, no por un trato cercano y frecuente, como sucedía con la del padre. El niño tiene la impresión de que incluso así era cómo se relacionaba con ellos durante aquellos años, cual fantasmas de los que conserva sólo unos nombres grabados en la memoria.

Es en ese lugar fantasmagórico donde habitan el tío Carlos, muerto en la guerra de Corea, titi Wita, la hermana con la que la madre mantenía una correspondencia hasta el mismo día de su muerte, enviando cartas a un Boston que en la imaginación del niño parecía remoto y helado, y tía Ñela, la que hizo de madre de todos ellos, con una autoridad indiscutida y, ¡oh detalles de una memoria traviesa!, un piano en el salón. Por línea materna no existían abuelos, nunca los hubo. El niño no conoce siquiera los nombres de esos abuelos, ni quiénes eran ni porqué desaparecieron sin dejar rastro. Es un linaje matriarcal que está envuelto en una especie de neblina que borra sus contornos e impide ver su contenido, y en el que el niño siempre anduvo perdido cuando pretendía comprender las relaciones que indefectiblemente trenzaron sus miembros. El niño era testigo de dos mundos: uno evidente y otro confuso. Si la familia del padre era para el niño como la tierra, de una presencia sólida, la de la madre era como el aire, invisible, prácticamente inaprensible, aunque los nombres de aquellos seres vaporosos se afiancen extrañamente en el recuerdo y mantengan el atractivo de un apellido al que el niño se siente especialmente vinculado: Bonet.

viernes, 27 de agosto de 2010

Selección particular

En la columna de la derecha aparecerán, a partir de este mes, una serie de recomendaciones, guiadas por mi personal criterio, sobre lecturas, músicas o espectáculos por los que me siento atraído de entre la oferta cultural que recibimos como espectadores. El compromiso es hacer una selección mensual. No se trata de enjuiciamientos críticos ni responden a ninguna intención comercial. Simplemente es una manera de compartir gustos y aficiones con quienes lean estas páginas. Por si podemos disfrutarlos en mayor medida.

martes, 24 de agosto de 2010

En libertad administrada

La libertad, como condición sacrosanta del periodismo, está siendo cuestionada no sólo desde ámbitos endogámicos de la profesión (y empresas periodísticas), sino también desde esferas exteriores en la sociedad a la que se dice servir. Es evidente que, tanto en el interior de las empresas como en la sociedad, existen infinidad de intereses que desconfían de esa libertad para informar o informarse y que en no pocas ocasiones entran en colisión, provocando un efecto inmediato: zancadillas a la libertad.

Sabemos que no existe periodismo sin libertad de información ni información sin libertad periodística. Pero nadie discute el concepto de información que se dirime en esta ecuación, como si todo lo que se divulga en un medio de comunicación fuera información de interés relevante. Es indudable que la sociedad tiene derecho a saber, pero a saber ¿qué? Aquí es donde empiezan a aparecer los intereses enfrentados.

Descubrir y publicar lo que está oculto es un viejo precepto que sigue el periodista. Pero no todo lo oculto es publicable ni es noticia. También forma parte de la honestidad periodística la manera de obtener la información y el uso que se hace de ella. Es cierto que para respetar todo ello el periodismo se dota de unas exigencias que obligan al cumplimiento de una rigurosa diligencia profesional a la hora de recabar datos por procedimientos francos y legales y para verificar y comprobar toda la información obtenida. Aún así, pueden darse casos en que se publiquen noticias no contrastadas e informaciones de origen poco claro.

Si el que genera la información es reacio a compartirla y quien la difunde la subordina a intereses particulares o colectivos, ¿dónde queda la libertad de información? Queda, simplemente, en un régimen de libertad administrada, una libertad que depende de las presiones de unos y otros en función de los objetivos perseguidos respectivamente. Es de tal magnitud la maraña de intereses en juego que la libertad sacrosanta a la información queda circunscrita a la que permiten unos y otros, cuyas intenciones pueden estar muy alejadas de lo que se entiende por libertad de información. Dado que la información que emerge a la opinión pública está tamizada por los sujetos que ejercen esas presiones, podemos considerar que disfrutamos no de libertad de información, sino de libertad administrada de información. Algo es algo.

lunes, 23 de agosto de 2010

Ilusiones

No miramos lo que es, sino lo que somos. Al mirar, imponemos nuestra forma de distinguir las cosas, nuestra cultura. Percibimos lo que estamos acostumbrados a ver y encuadramos cualquier objeto dentro de unas referencias preestablecidas con las que el cerebro interpreta lo que le muestran los ojos. Nos vemos a nosotros mismos en un exterior construido para poder ser habitado y asimilado. No distinguimos más que un espectro muy limitado de la realidad, el que podemos dominar para adaptarlo a nuestros patrones. Vemos lo que somos cada vez que miramos. Por eso creemos que el mundo está hecho a nuestra imagen y medida. Pura ilusión.

domingo, 22 de agosto de 2010

Identidad

Cuando creció, era yo.

Fotograma, 20

Entonces el niño empezó a fijarse en los adultos, aprender de sus modales, de su desenvoltura, de sus conversaciones. Ese mundo ejercía una atracción fulgurante para unos ojitos que todo lo escudriñaban. El niño gustaba de estar en compañía de sus mayores. Como la del tío David, hermano del padre y muy parecido físicamente a éste, pero mucho más elegante y presumido. El tío David vivía en otra ciudad y venía con frecuencia al pueblo a visitar a la abuela. El niño observaba su llegada desde el balcón, espiaba su porte distinguido, su sonrisa abierta y estilo pulcro, tan pulcro que siempre llevaba consigo un botecito de betún líquido para, nada más aposentarse en el sofá, extraerlo de los bolsillos y lustrar unos calzados impecables. Al niño le maravillaba aquel comportamiento y lo identificaba como el apropiado de una gran ciudad, casi de película. Por eso el niño mitificaba a su tío, pues reunía en su persona ademanes peliculeros, como los artistas. Vivía en una ciudad del área metropolitana de la capital, en una casa con jardín, garaje en el porche y aire acondicionado en las habitaciones. Había conseguido escapar del pueblo y por eso la admiración que despertaba en el niño era creciente, tal vez porque representaba lo que su padre no parecía haber querido alcanzar. El tío era maestro, como el padre, pero disfrutaba de una vida mucho más holgada y cómoda. El triunfo empapaba cada gesto suyo, cada movimiento, cada palabra hasta convertirlo en un referente vivo de lo que el niño aguardaba del futuro, de la madurez. También tenía una esposa e hijos, pero éstos vagan perdidos por una memoria que sólo revela los detalles que deslumbran al niño, los que refuerzan las ansias de libertad e independencia que su egoísmo va cultivando mientras crece. El niño sólo recuerda a un tío satisfecho al que reciben con júbilo y tras el que corre, con las pupilas refulgentes de ilusión, para contemplar a un ídolo condescendiente que se digna, sonriente, acariciar su cabeza.

Y también está entre esos adultos tía Zelaida, la atracción carnal de furores incontrolados que comienzan a perturbar al niño. La tía Zelaida representaba la libertad, la emancipación. Era otra hermana del padre que vivía en medio del campo, a las afueras del pueblo, en una casa con animales y grandes árboles, sobre la ladera de una montaña, cerca de las represas que existían río abajo. Un territorio de salvaje belleza que el niño recuerda habitado por gansos, patos, cerdos, gatos y unos árboles altos de los que a pedradas arrancaba aguacates. La tía Zelaida encendía en el niño una atracción erótica todavía incierta por precoz y desconocida, que nunca consiguió materializarse más que en la rememoración tardía del niño. Aún más influyente fueron las represas a las que el marido de Zelaida, tío Febo, llevaba al niño para que se quedara desconcertado ante la inmensidad arquitectónica de la construcción, el ruido de los generadores de electricidad en su interior y la violencia de las aguas que se desbocaban por el salto. Tampoco primos ni otras figuras aparecen en estas imágenes que se mantienen impresionadas en la mente del niño. Todas ellas dibujan un cuadro de la infancia al que le falta la mayor parte del dibujo, pero que conforma un rastro misceláneo que el niño rescata del olvido que traiciona a la memoria.

sábado, 21 de agosto de 2010

Retrato con cifras

España es un país de peso en el mundo. Su nivel económico lo sitúa como la octava potencia mundial. A partir de este dato, podemos hacer una relación de otras comparativas que también muestran la posición determinante de España en el mundo. Son ranking que sirven para dibujar de forma clara nuestras preferencias y preocupaciones, y que ponen de manifiesto no sólo en lo que consideramos importante invertir y dedicar recursos, sino también lo que dejamos en segundo lugar de nuestras preferencias.

Así vemos que nuestra Selección Nacional de Fútbol es la campeona del Mundial de Sudáfrica en 2010, un logro que conmovió al país entero. Es evidente que la pasión por el “deporte rey” sigue encabezando nuestra atención. También los viajes. En cuanto al número de kilómetros de líneas de AVE, somos los primeros. A pesar de que al principio, cuando Felipe González impulsara la construcción de la primera línea de alta velocidad entre Madrid y Sevilla, el asunto fuera motivo de chascarrillos (insultantes incluso para con los andaluces), lo cierto es que hoy en día no hay ninguna Comunidad Autónoma que no reclame su AVE que enlace todas las capitales de provincia. Tanto es así que España es el país con mayor número de kilómetros AVE del mundo.

Sin embargo, hay otras comparativas que nos llenan de sonrojo. Entre las 200 primeras universidades del mundo, no existe ninguna española, según la clasificación que realiza la Universidad de Shanghai Jiao Tong y que está considerada una de las más fiables del mundo. Es más, incluso se han descendido puestos. En 2009, la Universidad de Barcelona era la única institución española que había conseguido situarse entre las 200 mejores (puesto 189), pero en la última comparativa ha pasado a engrosar el grupo de las que están del 201 al 300, en las que también figuran la Autónoma de Madrid, la Complutense y la Universidad de Valencia. Es obvio que la educación y la formación de nuestros científicos no es nuestro fuerte, como el fútbol.

Pero lo más lacerante de los ranking es el referido al empleo. España lidera la tasa de paro entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), con su 20 % de paro entre la población activa, mientras Francia tenía un 10 %, Alemania cerca del 8%, Irlanda el 13 % y EE.UU. un 10 %, aproximadamente.

Estas estadísticas dibujan un panorama desolador. Sirven para señalar la orientación de nuestras preferencias, entre las que no figura la formación y la educación, necesarias para afrontar un futuro con garantías, ni la creación de empleo en una economía que sin embargo alcanza el octavo lugar entre las potencias mundiales. Todo ello significa que cultivamos una mano de obra sin cualificar y, por ende, barata, poco estable y condenada a engrosar las listas del paro periódicamente, según la evolución de trabajos precarios. Somos un país que no invertimos de cara al futuro, sino para vivir al día, conformándonos con un presente nublado de esperanzas y oportunidades.

Eso es lo que delatan las cifras. Es triste que las estadísticas nos retraten de una manera tan cruda, pero real.

jueves, 19 de agosto de 2010

Política tabernaria

Lo malo de las disputas no es la confrontación, en especial si es de ideas, sino la radicalización de las posturas entre los adversarios. En su ceguera son capaces, con tal de vencer, de dejarse guiar por actitudes que no respetan modos y maneras. Es como si, ante la lucha que mantienen, todo valiera. Y, en efecto, para algunos personajes de la política española, así es como afrontan las diferencias.

Hacer oposición al Gobierno no sólo es legítimo, sino necesario para el control del poder y la transparencia de su ejercicio. Pero si la honestidad es exigible al que gobierna, también lo es al que lo fiscaliza. Máxime si lo que se está difiriendo son asuntos de Estado, como son el terrorismo, la defensa, los servicios secretos, las relaciones internacionales o los secretos oficiales, que deben quedar al margen del rifirrafe partidista. Se trata de una norma no escrita en los regímenes democráticos que, gracias a la alternancia en el poder, obliga a los partidos y líderes políticos a ser solidarios con quien ejerce temporalmente la responsabilidad de gobernar.

En muchos países de arraigada tradición democrática, los ex presidentes, lejos de criticar al Gobierno de turno, engrosan órganos de consulta gubernamental desde el que son reclamados para ejercer labores de discreta diplomacia o asesorar en determinados temas del que tienen experiencia. Claro que eso se produce en un país normal, con líderes dotados de sentido, no de Estado, sino común.

En España causaría vergüenza, si no fuera tan cotidiano, asistir al espectáculo de utilizar el terrorismo y a sus víctimas, las guerras en las que participamos en virtud de acuerdos internacionales (ONU u OTAN) y cualesquiera otros frentes en los que se pueda debilitar la posición del Gobierno por parte de la oposición. Lo que no imaginábamos es que todo un ex presidente de Gobierno sucumbiera a esta manera de hacer política de barrizal, sin importarle socavar las bazas del Gobierno ante el conflicto con un país vecino. El ex presidente José María Aznar, del Partido Popular, ha visitado la ciudad fronteriza de Melilla para demostrar la debilidad de España frente a Marruecos, creyendo que eso proporcionaba réditos políticos y electorales a su partido. Afortunadamente, cuando lo ha hecho el asunto quedaba zanjado entre ambos países, pero la intervención de un ex presidente contra los intereses de su propia nación deja traslucir un concepto de patriotismo, del que tanto vociferan, bastante utilitario.

Los ciudadanos tienen derecho a suponer que sus dirigentes proceden de unas élites cualificadas y preparadas para los altos deberes que han de desempeñar. Sin embargo, el comportamiento del señor Aznar demuestra lo contrario: para ser político sólo se requiere capacidad tabernaria.

miércoles, 18 de agosto de 2010

martes, 17 de agosto de 2010

Hechizo otoñal

Agosto ha sucumbido al hechizo de los días grises de otoño. Por unas horas, nubarrones tristes desplazaron al sol y dejaron escapar una lluvia que golpeaba desorientada la tierra seca del verano. Entre las rendijas de las ventanas se escurría un aire húmedo que olía a tierra mojada y a castañas. El viento quiso recobrar su ímpeto juvenil zarandeando las ramas de los árboles, mientras el polvo de las ramblas era barrido por el frenesí de unos torrentes azarosos. Tras el espejismo, el calor volvió a reinar en un verano que sueña ya con las flores de los almendros moteando el paisaje ocre de los campos. Fue un hechizo que despertó la añoranza del otoño en pleno agosto, como un suspiro de esperanza.

Transparencia constitucional

Ayer, el Gobierno prometió elaborar una ley para garantizar el acceso a la información que consta en la Administración Pública. Ley de transparencia, dicen que se llama, que reconoce el derecho a saber de los ciudadanos. Parece una novedad, pero ¿eso no estaba reconocido ya en la Constitución?

lunes, 16 de agosto de 2010

La sacudida de la crisis

La globalización, mercado mundial del capitalismo, ha supuesto el triunfo de un modelo social y económico. No hay alternativas. Las viejas ideologías han muerto aplastadas por el peso imponente del capital. Ni el comunismo ni el socialismo representan hoy en día opciones viables a la sociedad regida por el capitalismo. Su lógica lo impregna todo, toda concepción está contagiada por la economía libre de mercado, más o menos dirigida por unos Gobiernos vulnerables a los flujos del poder económico. La última crisis financiera, nacida por desórdenes especulativos en los EE.UU., lo demuestra. Ninguna economía nacional se ha librado de sus consecuencias ni soslayado la necesidad de contribuir a infundir confianza, aportando los recursos pertinentes, en unos mercados donde se juega la solvencia de países enteros.

Ese es el marco de juego obligatorio. No hay otro. Las ideologías, de derechas e izquierdas, no tienen capacidad más que de aparentar ligeras diferencias en la administración local de los presupuestos, sin poder escapar a las reglas del capitalismo mundial. Ni siquiera los regímenes comunistas clásicos discuten ya el predominio global del sistema capitalista, al que se entregan, intentando que el protagonismo lo asuman los Estados en vez de las empresas, con una arrebatada fe de conversos. Sus economías apenas revierten en el pueblo, sino en tecnologías, ejército y poder.

El socialismo español, si es que existe, puso empeño en una tímida redistribución de las rentas, que la crisis ha obligado a cancelar y cambiar de signo. Ahora las ayudas son para el capital y sus agentes: empresarios y mercado. Se rebajan todos los gastos y se suben los impuestos, en una doble estrangulación del ciudadano indefenso, con tal de demostrar un seguidismo escrupuloso de los dictados del capitalismo que genere la confianza en los mercados, cuya única finalidad es el beneficio. Se invierte en lo que renta plusvalías continuas, sean países, empresas, mercados. Del capitalismo con rostro humano sólo quedan los escombros de un Estado del Bienestar que está en bancarrota, donde hasta las pensiones, cotizadas tras una vida de trabajo, están en discusión (una discusión que estriba en cuánto hay que reducirlas). Incluso las armas que posibilitaron la expansión de la doctrina capitalista por el mundo están supeditadas a la rentabilidad, como se difiere de los proyectos para transformar a los “marines” de los EE.UU. en algo menos costoso.

Las leyes se hacen para proteger intereses y empresas, no para encauzar la participación de los ciudadanos, a quienes sólo les llueven las migajas de cualquier medida adoptada. No es cuestión de ser pesimistas, sino objetivos. La crisis no es del capitalismo, sino de economías a las que había que sacudir para que encarrilaran el rumbo. El rumbo del mercado, se entiende, donde, insisto, prima el beneficio. O nos adaptamos o nos adaptan. No hay otra alternativa.

domingo, 15 de agosto de 2010

Indecisión

Miró desde lo alto el espacio azul que rodeaba todo el horizonte y sintió el vértigo de la altura. Las uñas le dolían de aferrarse a las piedras a las que se había encaramado, empujado por la soledad. Los ruidos resultaban imperceptibles, como ecos de truenos lejanos. El corazón golpeaba su pecho con furia y la respiración le secaba la lengua. Cuando saltó, el viento acarició su cuerpo y, por un momento, sintió el frío del miedo atenazar sus músculos, pero el aire lo elevó y sostuvo su peso. Había aprendido a volar.

España y Marruecos: un conflicto interminable

España hace frontera con África. El estrecho de Gibraltar es el paso entre continentes. Históricamente esa zona ha sido nudo de confluencia entre civilizaciones. La historia de los países que conforman la ribera del Mediterráneo está escrita con los lazos que, unas veces amistosos y la mayoría belicosos, interrelacionan civilizaciones, culturas y continentes. En esa Historia queda registrado que, antes de que existiera Marruecos como país, España ya disponía en aquel protectorado ciudades y territorios bajo su soberanía. Incluso tuvo una provincia que, en los estertores de la dictadura, cedió bajo presión (la Marcha verde) a Marruecos: el Sahara occidental.

Hoy continúan siendo españolas las ciudades de Ceuta y Melilla. Pero las tiranteces entre ambos países no se atenúan. No se trata de ser potencia colonial porque no es el caso. Pero ante la situación de boicot del abastecimiento que impone el denominado Comité Nacional para la Liberación de Ceuta y Melilla, con la anuencia del Gobierno marroquí, el cual participa en la creación del conflicto elevando protestas al Gobierno español por supuestos tratos vejatorios a inmigrantes en los pasos fronterizos, lo que cabe demostrar es firmeza. Cuando los actores de unas provocaciones no desisten de la actitud de enfrentamiento que juzgan positiva a sus reivindicaciones, hay que mostrar la convicción de la razón.

Es evidente que Rabat no renuncia a la reclamación de soberanía sobre las ciudades españolas del norte de África, y periódicamente reabre un conflicto que pone al borde de la ruptura las relaciones entre ambos países. Si, a pesar de las explicaciones y la diplomacia, no se convence al discrepante, habrá que responderle con hechos que pongan de manifiesto la firmeza de nuestra posición.

Y esa posición es que Ceuta y Melilla son territorios españoles que no aceptan ningún chantaje. Hay que tener “músculo” para, si lo que se busca es ahogar aquellas ciudades, demostrar que ellas no dependen del intercambio con Marruecos, antes al contrario. El boicot se combate demostrando que el abastecimiento de víveres y de relaciones comerciales puede ser suplido de inmediato desde la península, haciéndoles que “el tiro les salga por la culata” y sean ellos los que padezcan las consecuencias de sus propias provocaciones. Claro que, para tamaña firmeza, hay que tener “músculo”. Y voluntad de ejercitarlo.

Fotograma, 19

Pese al trauma, que queda sepultado donde no se olvida para ser ocultado eternamente, la vida del niño transcurre en el feliz espejismo de una infancia que los años, y las experiencias, van alejando. Se empiezan a buscar otras aventuras, en las vivencias desaparece la inocencia para ser sustituida por la osadía de lo consciente, descubrir el placer de la autonomía para hacer lo que plazca, no lo que mandan. Son años de transición que se devoran con el ansia de quien huye hacia adelante para escapar de las garras de la niñez. Aunque no existe una frontera precisa que la delimite, igual que la noche no es una línea negra sobre el día, una zona de penumbras va distanciando la infancia del niño. Un muchacho delgado, alto y tímido, con sentimientos encontrados, comienza a surgir, atrapado aún entre los impulsos de continuar cobijado bajo las faldas de su madre, el regazo protector de la familia, o los que le llevan a explorar lo prohibido, a buscar lo que los adultos le niegan: decidir. La inocencia, gradual pero inexorablemente, empieza a ser vencida por la malicia. Mucho tuvo que ver el trauma del niño, aunque todavía no fuera consciente de ello, en ese vértigo por recorrer las penumbras que separan la infancia de los primeros brotes de la adolescencia.

Son años de felicidad, de sentir cosas nuevas e ir más lejos, percibir con asombro que el mundo es más grande y la vida mucho más compleja, pero interesante. Aparecen los primeros castigos ante las continuas desobediencias y nuevas urgencias desorientan al muchacho, cuya sangre hierve de independencia e intolerancia. El egoísmo guía su conducta para compensar las carencias de una personalidad en formación y confusa, aturdida por la pérdida de la arcadia feliz de la niñez y la inocencia. Tiene ante sí un horizonte infinito que le reclama sin tutelas. Quiere ser mayor. Y empieza a serlo.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Bibi Sanubar

Otro nombre de mujer que sirve de titular al sinsentido de la violencia humana. Otra mujer asesinada por ser mujer y tener la mala fortuna de haber nacido en un país musulmán que se rige por un fanatismo religioso, sumamente machista. Cuesta aceptar la existencia de esta forma medieval de pensar, en pleno siglo XXI, para mantener costumbres que, no sólo tratan a la mujer como a un ser inferior, sino que consideran legal el castigo hasta la muerte a las que incumplan su sometimiento.

Bibi Sanubar era una viuda, de 35 años, que recibió primero 200 latigazos para humillarla públicamente y acabar luego siendo rematada con tres tiros por mantener “relaciones ilícitas”, equiparables al adulterio, con un hombre. Estaba embarazada, lo que no fue un atenuante para ella, sino el más grave agravante. El niño que llevaba en sus entrañas no conmovió a los verdugos para cegar dos vidas, la de la madre y su hijo fetal. Sucedió en Afganistán, en la provincia de Badghis, donde los talibanes, a pesar de la guerra, continúan imponiendo su autoridad y creencias, extraídas de forma literal del Corán.

Es una atrocidad condenable donde quiera que se produzca. Ni el fundamentalismo religioso, la barbarie machista o la idea más justificada pueden basarse en la muerte y el desprecio de la vida, sea mujer o hombre. Desgraciadamente, estas salvajadas no se limitan a Afganistán. En Irán está condenada a morir por lapidación Sakineh Ashtiani (ver post de 11/7/10) a causa de otro adulterio. Y en España, sin ir más lejos, en lo que va de año se contabilizan 46 mujeres asesinadas a manos de su pareja, en una estadística de violencia de género que debería llenarnos de vergüenza (ver post 8/01/10).

La mujer en el mundo padece una doble amenaza: la que sortea cualquier persona para sobrevivir y la del machismo asesino que no renuncia a esclavizarla o eliminarla. En nombre de la religión o de la incomprensión más absoluta, la mujer sigue siendo considerada un objeto cuya propiedad faculta a usarlo o destruirlo según se antoje. La Declaración de Derechos Humanos parece que todavía no alcanza a la mitad femenina de la población, que ha de soportar los prejuicios sexuales y machistas que la sojuzgan en nombre de dioses, costumbres o simple afán de poder. Triste destino de la mujer en una civilización capaz de abolir las corridas de toros, pero se muestra impotente para erradicar la pena de muerte de un ser humano, cualquiera que fuera su delito, y la violencia de género que nos degrada a la animalidad más cruel y salvaje. Si esto es progresar, ¿qué será retroceder?

martes, 10 de agosto de 2010

Urgencias

Carmen Calleja en su columna "Valor añadido":

"He tenido ocasión de pasar ocho horas en Urgencias de un gran hospital andaluz. (...) El trajín es enorme. (...) No se ve gente de la alta sociedad, pero sí clase media. Y mucha población humilde, e incluso personas habituales de la marginalidad.(...) ¡Cómo iguala la enfermedad! Ante ella sólo hay un cuerpo, igual en sustancia a otro cuerpo, que sufre y tiene miedo. Y cómo homogeneiza la sanidad pública: no hace distingo, más que en función de la gravedad y perentoriedad que el mal requiere. Qué lección de humildad para los pudientes, y qué subida de la autoestima para los pocos adinerados. (...) Llama la atención que [en los tablones] no haya nota alguna referida al recorte salarial de los empleados públicos. Deduzco que se ha entendido la medida. Están insertos en una de las piezas nucleares del Estado de Bienestar, en su expresión quizás más solidaria y redistributiva. Está claro: no son controladores aéreos."

Carmen Calleja, Diario de Sevilla, pág. 5, de 10 agosto 2010

El calor del tiempo

Agosto registra varios días con temperaturas que rondan los 40 ó 41 grados. Incluso se han dado jornadas con mínimas superiores al umbral del sueño, es decir, los 27 grados. En la televisión avisan de los estados de alarma roja y amarilla en que se encuentran zonas geográficamente habituadas a alcanzar estas insolaciones, como son las vegas del Guadiana, en Extremadura, y el valle del Guadalquivir en Andalucía occidental, fundamentalmente. La información meteorológica suele venir acompañada con imágenes de niños o adultos refrescándose en fuentes y ríos o abanicándose compulsivamente el sofoco y bebiendo agua embotellada por las calles. Todo ello da la sensación de que se sufre la mayor aleada de calor de la historia. Y nada más lejos de la realidad.


Es lógico que se facilite información relativa al tiempo atmosférico con objeto de prevenir las consecuencias de una insolación, cual es la deshidratación y los golpes de calor, a los que se exponen quienes permanecen muchas horas bajo los rayos de un sol de plomo, al descubierto y sin ingerir líquidos. Quitando los ancianos y los bebés, cuyos organismos no toleran cambios bruscos de temperatura, los únicos que podrían sufrir estas inclemencias del calor serían los trabajadores que faenan a la intemperie. Sin embargo, pocas imágenes se ofrecen de albañiles, agricultores, carteros y cualesquiera otros profesionales que soportan estoicamente el calor en su trabajo.

Es curioso que la alarma en los medios de comunicación parece estar dirigida a quienes precisamente no están obligados a padecer esas altas temperaturas a causa de su trabajo, como los niños en vacaciones, los turistas o los viandantes de la ciudad. Una alarma que, en muchos casos, se sospecha infundada puesto que tales temperaturas son las esperadas en la estación del año del sur de España, donde se han registrado cotas aún mayores en tiempos no tan lejanos. Pero lo más sorprendente es la reiteración de tales mensajes cuando se disponen de más medios que nunca para combatir las inclemencias del termómetro. Pocos son los comercios, hogares y automóviles sin aire acondicionado que hagan placentero, a pesar de la canícula, cualquier desplazamiento y actividad. Anunciar con tanta insistencia que hace calor en verano, en el sur del país, es como advertir de que no habrá luz natural por las noches: raro sería lo contrario.

La proliferación de estos mensajes que, en cualquier caso, causan alarma en determinados colectivos, como los ancianos, pacientes con determinadas patologías y el turismo que acude a nuestra región, es cubrir con “desinformación” meteorológica la falta de noticias de mayor calado, máxime cuando se trata de una información cíclica que se repite cada año, independientemente de las temperaturas que se alcancen. Al ver las imágenes en los telediarios no puede uno dejar de preguntarse cómo sobrevivieron los que padecieron veranos yendo a la playa en coches sin aire acondicionado o jugando en la calle cazando moscas al son de las chicharras. Nuestros abuelos y padres habrán muerto todos por insolación, me temo.

domingo, 8 de agosto de 2010

Pesimismo de la razón

¿Y si al final,
después de tanto buscar
no encontramos “ná” ?

Por cada respuesta,
más preguntas surgen
para enloquecer.

Busca que rebusca
un sentido a la maraña
que encarcela al ser.

Hallamos los cómos
que revelan causas
que no explican los porqués.

Y ahondamos en el caos
buscando las razones
de lo que es.

Tropezamos con dios
o con el big bang
para volver a empezar.

Y, al final,
después de tanto buscar
no encontramos “ná”.

sábado, 7 de agosto de 2010

Fotograma, 18

De aquel primer colegio situado frente a la casa de la abuela, el niño pasó a otro que estaba a la salida del pueblo, un poco más lejos, en unas instalaciones donde estudiaría la educación primaria. Eran unos edificios más modernos y acordes con la función docente, pero el niño guarda recuerdos de su primer colegio, en el que aprendió el abecedario en inglés gracias a la cancioncilla nemotécnica y donde recibió las primeras calificaciones que satisficieron su vanidad. Pero lo recuerda también, tras el cambio, por ser un espacio abandonado, vacío, sucio y mudo del vocerío infantil y de la algarabía de los juegos por los pasillos. Delante de la casa de la abuela se mantenía aquel edificio sin alma, en descomposición y lúgubre que servía para acumular desperdicios y basura. Allí solían ir los niños a rastrear los restos y a explorar las viejas aulas, donde no era extraño asustar a las cucarachas y asustarse de las ratas.

Del colegio nuevo no tiene ningún recuerdo salvo la distancia y los paseos para ir y venir de él. Quizá la monotonía de los años convirtieran la rutina de sus clases en algo sin interés para la arbitraria memoria del niño, que sin embargo evoca detalles algo más precisos de su paso por la enseñanza secundaria, en las Escuelas de Pasarel, al otro lado del río. Parece como si de parvulario a secundaria transcurriera un tiempo carente de contenido en la película infantil de quien recuerda con fragmentos imprecisos e inconexos, como rescatados de entre los escombros del olvido. La mayoría de las veces son simples sensaciones, pero en otras constituyen heridas profundas que el dolor congela permanentemente en la memoria, anclándolas en el recuerdo, como la muerte del abuelo.

Por eso el niño no olvida el primer colegio, porque allí no sólo aprendió a canturrear en inglés, sino también a odiar. Allí sufrió, cuando aquello era un basurero, la violencia de un adolescente, mayor que él, que abusó de su inocencia. Acorralado y atemorizado, ni siquiera supo lo que le habían arrebatado hasta que, con el tiempo, comprendió el grado de agresión humillante que había padecido y el peso de la vergüenza que te obliga a cargar de por vida. Lo peor, con ser grave, no es la afrenta física, sino las huellas que después perduran en la víctima, a la que hace sentir una culpa que no dejará de emponzoñarle la existencia. Lo peor es la pérdida de una inocencia que desaparece de los ojos con que el niño percibe y valora el mundo. Por eso, desde entonces no se aventura en lugares solitarios y desconfía de las personas, sobretodo de las exhiben cualquier tipo de prepotencia sobre las demás, en una actitud defensiva nunca relacionada, y jamás confesada, con lo revelado en estas vivencias. El agresor es consciente del daño que infringe a su víctima, pero desconoce la intensidad de las repercusiones que su agresión ocasiona, las cuales pueden ser mucho más dolorosas y duraderas. Llegan a marcar permanentemente la vida del agredido, no sólo destrozándole la infancia, sino convirtiendo un episodio infame en lo más incólume de los recuerdos, cuyo dolor permanece y hace que el niño, cada vez que rememore aquel colegio de la cancioncilla infantil, lo que evoque sea la pérdida de su inocencia, la pérdida de la niñez.

viernes, 6 de agosto de 2010

La mierda del deporte

Practicar deporte ha acompañado al hombre a lo largo de la historia. Es una forma de entrenarse para la competición de la vida, donde los mejores alcanzan los objetivos propuestos. Como seres constituidos de mente y materia, cuidar una era inseparable de fortalecer la otra para el mantenimiento del equilibrio entre el espíritu y el cuerpo, como aconsejaba el filósofo: mens sana in corpore sano.

La nobleza del deporte radica en la limpieza sin trampa de su práctica, donde los deportistas se miden en igualdad de condiciones. De otra manera no se entiende el deporte. Sin embargo, cuando la competición se convierte en un espectáculo que genera ingentes cantidades económicas, el deporte pierde aquella laureada inocencia atesorada de virtudes para convertirse en una intrincada maraña de intereses que persiguen fines bastantes más turbios.

La exigencia en algunos deportes de esfuerzos al límite de las posibilidades humanas y los dineros que se mueven en algunas competiciones, son algunas de las causas que inducen a la manipulación y a cometer fraudes que garanticen los éxitos ansiados. Parece que ya no vale aquello de que "lo imparte es participar", sino ganar a cualquier precio. Y el precio consiste en el dopaje para arañar algunas décimas (caso del ciclismo), más musculatura y resistencia (atletismo) o la mafiosa compra del adversario para que se deje ganar (fútbol, con el caso Brugal), entre otros métodos fraudulentos.

Casi ninguna disciplina deportiva, y menos aún aquellas que atraen la atención de millares de seguidores y constituyen en sí mismas entramados económicos de cifras astronómicas, se encuentra libre de la tentación de modificar unos resultados que pudieran afectarle negativamente, en especial los de la cuenta de resultados, en tanto en cuanto se comportan como empresas que aspiran más a la consecución de beneficios que a la simple lid entre contrincantes deportivos.

No me extraña que, en ese ambiente donde prima el poder y el dinero, los jóvenes que se inician en cualquier deporte, máxime si es popular, lo hagan movidos más por el lucro y la notoriedad social que por la satisfacción de participar en una competición. La televisión y los bancos han introducido sus manos en un mundo donde hacen negocio y en el que los equipos se han transformado en sociedades anónimas. Nada más lógico, pero también más triste.

jueves, 5 de agosto de 2010

El cantarín

Siempre cantaba. Se sabía todas las canciones de moda y las memorizaba sin dificultad. Se reconocía alegre y dispuesto a saludar cada día con alguna canción que surgiera de su corazón. Y de hecho es lo que hacía diariamente al levantarse. Con sólo poner los pies en el suelo, entonaba mentalmente la primera canción que le viniera a la memoria y recorría los pasillos con ella en la cabeza. Muchas veces hasta después del mediodía, cuando los compañeros lo dejaban solo, no surgía una nueva canción que sustituyera a la interminable melodía con la que se había levantado. Incluso al acostarse, por muy cansado que se encontrara, tenía que seguir tarareando para sus adentros alguna cancioncilla que atrajera al sueño, si no, no podía dormir. Su mundo era un mundo plagado de música que sólo él podía escuchar. Por muy alto que cantase, nadie le oía. Aunque era mudo, la música deleitaba su soledad. Era lo único que le hacía feliz.

martes, 3 de agosto de 2010

La miopía de un alcalde

A Alfredo Sánchez Monteseirín, alcalde de Sevilla, se le está convirtiendo un calvario su último mandato, más por culpa de errores propios que de la voracidad de la oposición. Asumió la esperanza de recuperar una plaza que la derecha y el nacionalismo confuso habían arrebatado al germen socialista que la pretendía como feudo. Pero Sevilla es barroca y nada es simple sobre sus adoquines.

El urbanismo, con el que se quería diseñar la ciudad del futuro, tuvo que ser entregado en un principio a los andalucistas, a pesar de haber criticado sensatamente que esa llave debía ser custodiada por el partido que dirige los destinos de la ciudad. Esa primera concesión abrió las puertas a las siguientes, y los diferentes mandatos en minoría tuvieron que ser compensados con acuerdos semejantes con los comunistas. No obstante, suscribió el Plan barrios que supuso destinar recursos a zonas históricamente olvidadas de la Sevilla de postal y monumentos. Más tarde acometió la peatonalización de un centro constreñido de vehículos y contaminación. Le faltaba el traslado de la Feria y rehabilitación de la Plaza de la Encarnación como asignaturas pendientes de un programa presuntamente modernizador, posponiendo la primera y acometiendo la segunda con arreglo a afanes rompedores, más propios de Munich que de una ciudad celosa de sus tradiciones.

Irregularidades corruptibles en Distritos (Macarena), gestión ruinosa y dudosa en empresas municipales (Mercasevilla y Tussam) y una dignidad ofendida del ególatra que se cree avanzado a su tiempo, han terminado por aislar a un regidor al que todo el mundo quiere echar, incluidos sus propios correligionarios, y a lo que él se resiste. Así son los momentos finales de un gestor que acabó enmarañado en su propio delirio al pretender administrar lo que no tiene: ni tiempo ni recursos, por lo que se ve abocado a hacer malabarismos que le hunden aún más en el despropósito y desprestigio. Al final acaba sufriendo la ceguera que afecta a los encerrados en la torre de marfil o de setas: el sol de la realidad les deslumbra.

lunes, 2 de agosto de 2010

Agosto

Mes esquizofrénico, de aparentar lo que no se tiene o lo que se desea, de salir en estampida para no llegar a ningún sitio más agradable que la propia casa, mes de las aglomeraciones costeras y los desiertos mesetarios, de chicharras abrasadas al sol y moscas rubicando las sombras, días calcinados como un escaparate abandonado y vacío, de calores secas y sudores fríos, mes por antonomasia para el agotador descanso personal y el insoportable cansancio social, así es agosto, octavo mes del año que nos aboca a desvestirnos para cubrirnos con el ropaje de la felicidad aparente, el jolgorio inútil y vacuo, la teatralidad húmeda e hipócrita de nuestra pobre representación. Noches de insomnio y días ilusos para solaz del engaño y el disimulo. Es agosto, mes de las vacaciones impuestas, con impostura obligada del disfrute en medio del hastío, objetivo excluyente de lo apetecible, minoritario y tranquilo. Es el mes gregario por excelencia. Es agosto, para quien lo quiera.

domingo, 1 de agosto de 2010

Fotograma, 17

El niño recuerda la ubicación exacta del taller de electricidad de su tío. También recuerda, como si lo estuviera viendo ahora mismo, a su padre dibujando el rótulo de la fachada con la misma aplicación, esmerada en detalles, con que delineaba los nombres en los diplomas del colegio. Incluso cree visualizar las letras, de estilo gótico, y los garabatitos que las orlaban. El texto formaba un arco con los extremos hacia abajo, cruzado por un rayo que caía en diagonal de derecha a izquierda, cual relámpago amarillo que atravesase la inscripción Electricidad Guerrero. El niño admiraba la obra de su padre, despertándole tal orgullo que ha hecho que aquel rótulo quedase grabado en su memoria, sin que el olvido le afectase. Nunca dejó de contemplarlo hasta convertirlo en símbolo de la secreta pasión de querer ser como su padre cuando fuera mayor y poseer la capacidad de hacer cosas semejantes.

Sin embargo, esa memoria tan afinada con los detalles se muestra incapaz de recuperar los momentos compartidos con la familia del tío y las relaciones con los primos. Vuelve a ser parca con las personas. Aunque el niño sabe con seguridad que mantuvo juegos con ellos, dos niñas y un niño, no puede acordarse de sus rostros ni de sus nombres. De ese tiempo sólo permanece el taller, el rótulo y la sensación plácida con que su padre pasaba allí las tardes entregado a su afición. Una afición a las chapuzas que de alguna manera el niño parece haber heredado por cuanto no hace reparos a la hora de pelar un cable o instalar un enchufe. Es de ese tiempo borroso de la infancia, viendo cómo lo hacía su padre, el conocimiento de extraer gasolina del depósito de un coche, aspirándola a través de un tubo de goma. Y también la atracción de los coches, nacida quizás del hecho de que su tío le enseñara a aparcar su vehículo, primero desde su regazo y después dejándolo solo. No era conducir, sino hacer dos maniobras frente al taller con un coche que el niño admiraba por ser infinitamente mejor que la vieja tartana de su padre, a quien jamás se atrevería a pedir semejante libertad.

Aquel mundo circunscrito al taller era maravilloso. El niño tiende a creer que se mantuvo así todo el tiempo, pero sabe que no lo fue. Incluso con la desmemoria que le atormenta, conoce sin embargo cómo acabó el mundo feliz del taller. Todo se rompió en un acto único, intenso y breve. Nunca supo el motivo, pero si la forma que tiñó de bochorno el rostro del padre ante su hijo presente. La esposa del tío, de improviso, empezó a recriminar a voces al padre del niño, que se hallaba arreglando algo, junto al niño, en el interior de un coche. No hubo discusión. El niño sólo recuerda que su padre se incorporó, dejó lo que estaba haciendo y lo cogió de la mano para regresar a la casa, rompiendo desde entonces la relación con su hermano. Ya no hubo más taller ni más reino de la fantasía. Desde ese instante comenzó a instalarse la densa niebla del olvido en los fotogramas relativos al tío electricista y su taller mágico. El tío Juanitito.