Pepe es algo mayor que yo. Nos conocimos cuando ambos estábamos recién casados y vivíamos en un bloque en que resultábamos los únicos jóvenes con profesiones liberales: la suya autodidacta y la mía académica. Yo escogí la seguridad del funcionario para trabajar en un hospital y él basó su futuro en su propia confianza para trabajar en la calle. Siempre fui presa de temores a lo desconocido, mientras él abrazaba las oportunidades que precisamente lo desconocido brindaba. He ejercido una sola profesión en mi vida, pero mi amigo ha trabajado en diferentes actividades a las que supo sacar provecho. Salvo algún contratiempo, ni qué decir tiene que la fortuna le ha sonreído con la generosidad que concede a los que se la juegan, mientras que yo, sin ningún contratiempo, he disfrutado de la línea plana de la estabilidad funcionarial: ni mucha ni poca fortuna.
Nuestros hijos crecieron casi juntos y, con sus juegos, compartimos veladas impregnadas de nuestras respectivas visiones de la vida. Entre paellas y güisquis, participamos de diálogos y controversias por unas aficiones que a veces nos unían y otras nos alejaban, pero nunca rompían el mutuo afecto. Acostumbrado a competir en la calle, mi amigo asumía sus entretenimientos con la debida seriedad de un compromiso formal. Si le daba por recolectar setas, adquiría el conocimiento de un experto en micología; se le gustaba la naturaleza, atesoraba sabiduría para realizar un trabajo botánico sobre la flora de su pueblo que el ayuntamiento finalmente editaba; si le atraía la historia, podías estar seguro que te discutiría un rey, una batalla o un detalle que pasaras por alto. Siempre preparaba como unas oposiciones cualquier tema, mientras que yo jamás conseguía profundizar plenamente en ningún pasatiempo, salvo el de escribir.
Tampoco es que lo superara en este campo. Como siempre, cada uno ha seguido caminos distintos. Yo me he dedicado a escribir cuentos y a cursar una licenciatura en comunicación que me ha llenado la cabeza de teorías y conceptos. Pepe, en cambio, se ha aplicado en confeccionar una novela, de cuyo primer borrador pude hacer algunos comentarios que me parece no fueron de su agrado. Tal vez por ello, la realidad es que yo sigo con mis utopías de futuro y él ha publicado su libro sin darme noticia de su existencia.
La ilusión de la memoria es la obra de un principiante que lleva años preparándose para que ninguna crítica encuentre la más mínima falta. La escritura y la trama han sido forjadas como las piezas de un reloj de precisión, aunque denoten las lecturas que sirvieron de inspiración al autor. Pocos se atreven a dar un paso así, yo incluido. Pero mi amigo Pepe es un hombre que asume riesgos y los afronta para vencerlos. Me vuelve a demostrar que, para que el éxito te sonría, hay que perder el miedo a los obstáculos. Su perseverancia consigue que las ilusiones se materialicen y dejen de ocupar un espacio inútil en la memoria. ¡Enhorabuena, amigo!
La ilusión de la memoria, de José Manuel Pérez Mingorance. Editorial Los papeles del sitio, Sevilla, 2010.
2 comentarios:
Soy José Manuel Pérez Mingorance y antes que nada quiero agradecerle a Daniel estas confidencias en la que se incluye un pseudocurriculum que creo necesario precisar para clarificar ciertos detalles. En primer lugar, Daniel, yo siempre quise ser funcionario, pero las circunstancias no me fueron propicias y tuve que ponerme a trabajar como cualquier hijo de vecino. ¿En dónde? Pues en donde estuvieran dispuestos a aceptarme. Así empecé en una organización financiera de ámbito nacional, después en otra, también dedicada a las finanzas, y por último en la primera multinacional de nuestro país. Como bien sabes,en todas alcancé pronto cargos ejecutivos, a veces de alta dirección, y, naturalmente, jornadas de más de 12horas. Esa es mi vida laboral. En cuanto a mis aficiones, decir que me crié en un ambiente rural que pronto despertó mi amor por las plantas, después vinieron los árboles y por último las setas. Una cosa lleva a la otra cuando te gusta el entorno. Quiero solo aclarar que no me da por las setas y me pego un empollón hasta que me aprendo el último detalle, sino que llevo más de 30 años con esta afición y después de sesenta a cuestas sigo saliendo al campo con asiduidad y adquiriendo bibliografía novedosa que me mantengan al tanto. En cuanto al deseo de escribir, idem de lo mismo, yo también tuve mis previos, y escribí mis cuentos y mis “Consideraciones” y algún poema que otro. Lo de la novela era un proyecto que acariciaba de antiguo y que la falta de tiempo me impedía afrontar. Los primeros apuntes son del año 85. Tuvieron que pasar más de 20 años para que me sentara a por ella. Lo que sí es verdad es que soy un asqueroso perfeccionista y me gusta llegar al mínimo detalle de las cosas, que es dónde se ocultan sus misterios, lo que verdaderamente las distinguen, su fascinación. Sólo he tenido dos aficiones en mi vida: el campo y los libros, a las que llevo dedicado más de 40 años. Por cierto, me hubiera gustado haberme enterado por ti de esta reseña y, aún más, que me hubieras consultado. Gracias de todos modos.
Decía Gasset que las circunstancias determinan nuestro ser, y no le faltaba razón. Todo lo que hacemos viene marcado por una cierta predisposición que las circunstancias favorecen u obstaculizan. Que al final escribas una novela no es, evidentemente, un acto aislado y caprichoso, sino un deseo largamente perseguido y soñado. Justo eso es lo que he querido subrayar en mi reseña: tu inquebrantable voluntad por atrapar tus sueños, rasgo que es innecesario consultar para quien te conoce. E insisto: ¡Enhorabuerna, amigo!
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