Las horas pegajosas de la tarde empiezan a aletargar estos días, cuando el vuelo espasmódico de las moscas es lo único que interrumpe la quietud soporífera de las penumbras. Invade los cuerpos el cansancio lánguido de unos días interminables y la falsa tregua de las noches inquietas. La sed araña las gargantas yermas de aliento y los pies sucumben al peso de un aburrimiento que dilata el alma. Sin suscitar batalla, el calor irrumpe con las primeras escaramuzas de mayo y el hastío se apodera de un estío que todavía no ha llegado. Demasiado pronto para lamentarlo.
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