miércoles, 25 de mayo de 2011

Formas de perder

En los momentos cruciales, sean por un triunfo o un fracaso, es cuando se descubre la verdadera naturaleza de las personas, la faz más sincera de su comportamiento. Las reacciones que en tales situaciones emergen imposibilitan a la mayoría de la gente cualquier control y la despojan de la máscara con la que pretenden ocultarse frente a los demás. Es significativo observar a los personajes en la hora del triunfo o del batacazo: permite conocerlos realmente.

Mostrar una generosidad espléndida, salvo los aquejados de tacañería recalcitrante, es propio de quienes saborean las mieles de la gloria, ya sea por una lotería millonaria o la conquista del poder. En tales éxtasis indescriptibles, las migajas que se brindan a los orillados de la suerte sirven para hacer más placentero el disfrute del éxito y permite no sólo medio satisfacer las expectativas de los suplicantes, sino engrandecer la figura del agraciado, alimentar su autoestima e hinchar su ego. Tan falso es este desprendimiento súbito del triunfador como difícil es disimular ante el fracaso. En un caso porque nos mostramos como nos gustaría ser y no somos y, en otro, porque nos retratamos tal como evitamos ser y en realidad somos.

La mejor ocasión para constatar estas reacciones es cuando se pierde sin esperarlo. En esos trances cuesta trabajo no sucumbir a las pulsiones e instintos más primarios, los que caracterizan nuestra verdadera identidad. Es algo que llevo percibiendo en las variadas derrotas electorales que, a causa de mi edad, he tenido la fortuna de asistir. Y me ha llamado poderosamente la atención dos formas contrapuestas de perder, indistintamente de las ideologías de los que encarnan las derrotas.



La primera de ellas fue la que protagonizó Javier Arenas en el año 1993, durante el recuento de unas elecciones en las que, como cabeza electoral del PP por Sevilla, declaró ante las cámaras de televisión que “las impresiones que tenemos son que ha ganado las elecciones el PP”, insinuando manipulaciones en el cómputo de votos. Llevábamos entonces 14 años de una democracia en nuestro país que había posibilitado la alternancia pacífica en el Gobierno. Desconfiar entonces de los mecanismos electorales cuando no coinciden con los propios deseos y expectativas era cuanto menos sintomático de… mal perder. Como la rabieta infantil de Urdaci.

Distinta ha sido la respuesta de Elena Valenciano a los pocos minutos de cerrarse la jornada electoral del pasado 22 de mayo. Sus propios correligionarios –y no pocos periodistas- consideraron aquellas declaraciones demasiado descarnadas y pesimistas para el PSOE. Antes de negar la realidad, la portavoz del comité electoral socialista apareció también en televisión para reconocer que, en una primera valoración de los resultados, éstos suponían la “expresión de un malestar colectivo legítimo y comprensible". Y añadía seguidamente: “Creemos que apunta a una noche difícil para nosotros y a un malestar clarísimo por parte de la sociedad española que nosotros comprendemos perfectamente".

Como puede apreciarse, son formas distintas de perder que denotan tendencias que confiamos no supongan formas distintas de gestionar el triunfo, de ganar atendiendo a pulsiones reprimidas.

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