sábado, 31 de marzo de 2012

La mujer más mujer y el hombre más hombre

Alberto Ruiz-Gallardón, ministro de Justicia de España, para justificar el retroceso que ha cometido con la Ley del aborto, desposeyendo a la mujer del derecho a decidir sobre su maternidad para que otros determinen si puede hacerlo o no en función de unos supuestos legales, acaba de mostrar su verdadera mentalidad durante unas intervenciones parlamentarias en las que defendía su propuesta.

En su modelo de sociedad, la mujer es una auténtica mujer si se dedica a engendrar, por lo que considera necesario proteger una maternidad presuntamente amenazada por el derecho al aborto. Resulta que la amenaza no procede de la dificultad que soporta la mujer para compatibilizar vida familiar y laboral, ni de los obstáculos que ponen muchas empresas para aquellas empleadas que se quedan embarazadas, ni la falta de guarderías que impide a la mujer dejar a sus niños mientras acuden al trabajo, ni los recortes que limitan la posibilidad de lactancia y crianza de los hijos en unos padres que han de trabajar o el menor salario que aún perciben muchas mujeres en comparación a los hombres con idéntico trabajo, ni ese machismo que todavía niega a las mujeres el acceso a puestos de responsabilidad o dirección en cualquier actividad, etc.

Para el ministro conservador del Partido Popular, lo que amenaza a la maternidad es ese derecho que conquistaron las mujeres tras años de lucha y cárcel, jugándose la vida -si les era imposible viajar al extranjero- al ponerse en manos de desaprensivos que, por afán de lucro, realizaban abortos clandestinos en condiciones indeseables. En vez de luchar contra todo eso, Ruiz-Gallardón identifica la supuesta amenaza a la maternidad en el derecho al aborto, por lo que legisla para recuperar una ley de supuestos que deja en manos de "extraños" expertos la decisión de abortar, si se cumplen determinadas condiciones, todas ellas ajenas a la voluntad de la interesada.

Siguiendo el retrógado pensamiento del ministro, si la mujer es más mujer cuando engendra, el varón será más varón si fecunda. Si fuera consecuente con su propia lógica, debería entonces elaborar leyes contra las amenazas a la maternidad que provienen de los dos protagonistas de toda concepción humana. Porque tan peligroso para la maternidad es la mujer que no desea engendrar o quiere interrumpir su embarazo como el varón que se niega fecundar a una mujer fértil. Si se reprime el derecho por un lado, debería prohibirse también por el otro. Claro que, en tal caso, el ministro se vería obligado a perseguir el celibato de curas y sacerdotes católicos y... ¡con la Iglesia hemos topado, Sancho! Si detrás de las manifestaciones vergonzantes de Alberto Ruiz-Gallardón no emergiera más que un profundo machismo, podríamos pensar que lo que motiva su empresa contra la mujer es simplemente una cobardía que se ceba con la parte débil del problema, a la que impone su particular criterio moral. Pero el asunto es más grave porque este miembro del Gobierno intenta moldear un modelo de sociedad homogéneo con su ideología y adscrito a los dictados de una determinada religión, en abierta contradicción con la aconfesionalidad del Estado y las libertades individuales que reconoce la Constitución, al garantizar la diversidad de la sociedad española y la pluralidad de creencias, ya sean religiosas, políticas o culturales.

Si realmente su propósito fuera la sincera defensa de la maternidad, el ministro de (in)Justicia español procuraría legislar contra todos los obstáculos que impiden a la mujer compatibilizar su desarrollo personal y profesional con una maternidad voluntariamente asumida, no por imperativo legal. En tal caso, Ruiz-Gallardón tendría que erradicar todas aquellas resistencias laborales, sanitarias, religiosas y sociales que dificultan su realización como ser humano con capacidad de discernimiento sobre su cuerpo y su lugar en sociedad, al menos con la misma libertad que se le reconoce al hombre. Y en el ejercicio de esa libertad, habrá mujeres que engendren cuando quieran y otras que interrumpan un embarazo no deseado, sin que el Estado, basándose sólo en criterios morales que deberían reservarse al ámbito privado de las personas, se inmiscuya en tal decisión. Por mucho que la ley quiera determinarlo, la mujer no será más mujer si engendra ni el hombre más hombre si fecunda. Y si el ministro piensa lo contrario, debería penalizar ambas amenazas. ¿Se atrevería a tal cosa el señor Gallardón?

viernes, 30 de marzo de 2012

Capitalismo y huelga

Estamos abocados por la crisis a padecer situaciones que creíamos superadas de nuestra realidad: seremos más pobres y nuestro nivel de vida descenderá en su conjunto. Según Eurostat, el 25,5 por ciento de los hogares españoles está en riesgo de pobreza y exclusión social. No estuvimos mejor en plena bonanza económica, cuando en general el riesgo afectaba al 24, 4 por ciento de las familias. En esos años vivimos bajo la ilusión de una abundancia y un enriquecimiento fácil, que nos hizo confiar en una prosperidad ilimitada, casi permanente. Por aquel entonces sólo era preciso poseer unas gotas de osadía y carecer de complejos para, con argumentos de charlatanería, creerse inversor y lanzarse a comprar viviendas en cualesquiera promociones que brotaban por doquier, incluyendo parajes presuntamente protegidos. Ningún banco te negaba los préstamos con que financiar tales aventuras, concediéndote además un “extra” para “otros gastos”, como el coche último modelo, con tal de satisfacer unas iniciativas que “movían” el dinero.

Era un negocio espléndido mientras los inmuebles se revalorizaran a cada traspaso, brindando unas ganancias que amortizaban con creces lo invertido. Sin embargo, el estallido de la burbuja inmobiliaria, paralelo a una crisis económica, atrapó a muchos pequeños especuladores bajo el peso de unas hipotecas a las que no podían hacer frente. Los bancos, otrora tan generosos, no mostraron ninguna compasión a la hora de exigir el cumplimiento de las mensualidades sobre unos bienes tasados desproporcionadamente, desde cualquier punto de vista, siendo así cómplices materiales del “inflado” de la burbuja. Lo que sigue es ya la historia de nuestros días: pseudopropietarios que han de devolver la vivienda a la entidad financiera por no poder pagarla, aunque con ello no consigan saldar la deuda. Y unos bancos que son “socorridos” por el Gobierno mediante la inyección de ingentes cantidades de dinero público con la excusa de facilitar el mercado financiero del que depende cualquier economía para funcionar. Es decir, se “socializan” las pérdidas de las empresas financieras, pero se “liberaliza” la quiebra de los crédulos aprendices de capitalista. Primera lección: el Sistema se protege a si mismo, no a las personas.

Esa dinámica de concentración en el sector financiero, promovido por instancias supragubernamentales que controlan nuestra economía, posibilita que entidades nacionales de gran tamaño engullan a las pequeñas con problemas de liquidez, como la absorción –la llaman fusión- que acaba de iniciar La Caixa catalana de la andaluza Banca Cívica. CaixaBank se “come” a Cajasol, que a su vez se había “comido” a Caja Guadalajara, Caja Navarra y Caja Canarias. Las autoridades andaluzas andan ahora quejándose por la desaparición de una insignia financiera regional que no ha sabido, en cualquier caso, sobredimensionarse para competir en el mercado altamente competitivo en el que opera. Esos lamentos patriotas por configurar una gran banca andaluza resultan baldíos ante las rencillas de índole localista que al parecer dificultaron toda iniciativa al respecto, como la de dónde ubicar la sede de la futura entidad: Málaga o Sevilla. Segunda lección: el dinero no tiene patria, aunque sí quien lo atesora.

El capitalismo, sistema que conforma la estructura económica de nuestra sociedad, dicta sus propias normas para perpetuarse, tendentes a la búsqueda del beneficio creciente y al monopolio de los poderosos, gracias a la concentración empresarial y la desregulación del mercado. Ni las patrias ni las personas son objeto de su atención, que sólo les interesa por una finalidad instrumental para alcanzar su fin lucrativo mediante  el consumo. No está para satisfacer necesidades básicas (salvo que se gane dinero con ello) ni garantizar derechos sociales (que impiden el negocio).

Cuando parecía fácil ganar dinero, quien tuviera escrúpulos con la especulación era considerado un pusilánime trasnochado; quien se dedicara a estudiar, perdía el tiempo inútilmente; y el que dudara de las bondades del Sistema, un derrotista arrollado por los nuevos tiempos. Sin embargo, ahora que los grandes operadores recogen beneficios a costa de los ingenuos adalides del capitalismo, se denuncian las medidas que éste impone para asegurarse su propia existencia: reforma fiscal, financiera, laboral, económica y hasta social y moral, que suponen: el despido barato y fácil, la limitación del subsidio frente al paro, la congelación o reducción de salarios, la movilidad geográfica y unificación de categorías profesionales por decisión patronal, la desvinculación del convenio colectivo sectorial, la reducción de derechos por embarazo y lactancia, el despido aún por bajas justificadas de enfermedad, el repago en la sanidad, el abandono en la educación pública, el retroceso en la ley del aborto, la ampliación arbitraria del período de aprendizaje a un año con despido gratis, el encarecimiento de los precios, la subida de impuestos, la consideración del funcionario como personal inútil y clientelar, la supresión de derechos y conquistas laborales y sociales, y el desmantelamiento progresivo del Estado de bienestar. Ahora nos asustamos del capitalismo cuando gruñe.

Pero así es el auténtico rostro de un Sistema cuyo objetivo es el lucro sustentado en una economía libre de mercado, de capital privado, en la que toda inversión pública es considerada gasto. Ese Sistema, tras un período boyante, obliga ahora al sacrificio de cualquier gasto con tal de mantener sus ganancias en un periodo de contracción. Actúa, empero, conforme a su lógica y  natural proceder, la misma de la que no dudábamos cuando los perjudicados eran otros. Ahora, que padecemos sus consecuencias y nos empuja a despojarnos de las redes de auxilio social públicas con que pretendíamos protegernos, descubrimos su rostro avieso y descarnado. Ahora parece que nos aclaran: ¡Es el capitalismo, estúpido!, como diría aquel. ¿Servirá la huelga de ayer para que lo entendamos?

jueves, 29 de marzo de 2012

Huelga General

Lienzo de Babel está hoy de huelga porque de una cosa no tengo ninguna duda: soy trabajador y estoy con ellos.

lunes, 26 de marzo de 2012

Otras cosas, además de política

La vida en común realizó ayer su acto sagrado de comunión democrática y celebró la ceremonia de unas elecciones que satisficieron a todos menos al partido ganador de las mismas, a pesar de catalogarlas como hito histórico. El tsunami azul del conservadurismo que arrasó al país en los pasados comicios generales y municipales ha devenido en un oleaje que ya no remonta las escolleras de Andalucía, donde los socialistas podrán conservar el gobierno regional si alcanzan pactos parlamentarios con los comunistas, auténticos beneficiados (de 6 a 13 diputados) de estas elecciones autonómicas. El presidente andaluz, José Antonio Griñán, salva los muebles y adquiere al fin la autoridad moral y fáctica frente a los suyos al ser candidato electo y ganador en unas condiciones imposibles para el PSOE, formación acuciada por la crisis y las denuncias de corrupción.

La política regional se torna así muy interesante por cuanto estará determinada por la necesaria colaboración entre las fuerzas progresistas, cuyas iniciativas actuarán de contraste y oposición a las medidas conservadoras del Gobierno de la nación, evidenciando una alternativa que había sido laminada por el poder acaparado por el Partido Popular. Andalucía no le permite al Gobierno disponer de unas manos libres para dictar sin discusión las reformas que tenía pergeñadas en cuanto se celebraran estos comicios. Ya no hay excusas para desarrollar esas severas políticas de control del gasto que se aplicarán en la presente legislatura y que ahora serán contestadas desde Andalucía. El escenario político vuelve a ser cromático ante el insoportable predominio azul que ha estado a punto de extenderse por todo el país. A partir de ahora, también podemos dedicarnos a otras cosas.

domingo, 25 de marzo de 2012

Ritos y decepciones

Día de rituales, de cumplir con las normas, con las ideas que enraízan allá donde lo racional controla el comportamiento y genera satisfacción por el deber cumplido. La indecisión se ha resuelto: al final he ido a votar, creyendo en la importancia de cada voto y la trascendencia del que decide una mayoría. Al depositar la papeleta, sin embargo, no puedo dejar de sentir cierta decepción y la sospecha de haber sido manipulado por unas campañas que se limitan a cumplir con el rito, porque todo está ya decidido, gane quien gane. Salgo del colegio electoral con más desánimo e incertidumbres que antes y me dejo llevar por un día primaveral que invita a olvidarse de la política, al menos durante unas horas, las suficientes antes de volver a compadecernos de nuestra suerte, hasta esta noche cuando se conozcan los resultados y sepamos quien será el encargado de esquilmarnos de toda esperanza.

sábado, 24 de marzo de 2012

Simpatías por el malo

Hoy es jornada de reflexión para las votaciones políticas en la región de mañana: habrá que decidir entre lo malo y lo peor. Casi siempre he sentido predilección por los perdedores, por los condenados a no alcanzar jamás ni los sueños ni las glorias, carentes de toda cualidad que amortigüe la maldad a la que están predestinados por el infortunio y los arrebatos de la vida. La estética del mal es para los mortales más poderosa que la de la bondad por lo supone de rebelión contra el destino. El negro con que se cubre la maldad, tanto en Comodo de Gladiator como Dark Vader de la Guerra de las Galaxias, es más elegante que el blanco de la pureza. En su perdición son más humanos. Por eso, puestos a elegir, siento simpatías por el diablo porque la culpa de su condición es de quien así lo creó. No hay alternativa: sea lo que se elija mañana, siempre será malo, como el mal que habita entre nosotros.  

viernes, 23 de marzo de 2012

¿Votar o atracar un Banco?

El domingo tenemos un nuevo compromiso con las urnas en Andalucía para elegir al Gobierno de la Comunidad, pero a dos días de la cita aún no tengo claro qué votar. Los socialistas han estado durante 30 años aupados en la dirección política regional, pero, a pesar de coincidir ideológicamente con sus postulados, los escándalos de corrupción y clientelismo que en los últimos años se descubren provocan náuseas a quien siente vergüenza de los personajes y las actuaciones de verdaderos impresentables. Porque no se trata sólo de irregularidades en la gestión de la administración pública, sino del nocivo entramado tejido para defraudar y saquear los caudales públicos. Mientras se desarrolla la campaña electoral, la juez que investiga algunos de estos casos está enviando a prisión a altos dirigentes de la Junta de Andalucía por delitos graves y continuados de malversación, fraude y robo. Ante semejante panorama, parece aconsejable una “limpieza” en el Gobierno andaluz de quienes, tras tantos años en la poltrona, han creído que disponían de libertad absoluta para manejar discrecionalmente una administración que consideraban patrimonio en exclusividad. Los logros que durante estos años ha impulsado el PSOE en Andalucía, que son muchos y notables, quedan ensombrecidos por estos casos acumulados de corrupción que han acabado hastiando hasta a los propios militantes e instalado la desconfianza en los ciudadanos. De ahí esa pérdida del voto socialista.

Sin embargo, la alternativa con opción de gobierno que representa el Partido Popular tampoco ofrece garantías de “cambio” en la moralidad de la gestión pública, entre otros motivos porque los conservadores también acumulan escándalos allí donde llevan mucho tiempo al frente de Gobiernos regionales u organismos provinciales. No hay que recordar las investigaciones todavía en curso sobre la trama Gürtel en Madrid y Valencia, la reciente condena del expresidente del Gobern Balear, Jaume Matas, el caso Brugal en Alicante, el sectarismo con que Esperanza Aguirre gobierna en Madrid (Telemadrid, la forma de “apartar” al Dr. Montes del Servicio de Urgencias del Hospital Severo Ochoa, etc.), los despilfarros de Fabra en Castellón, el “enchufismo” familiar de Cospedal en Castilla La Mancha y tantos otros que advierten de la manera de proceder de los populares cuando alcanzan el poder. Según diversos mapas que pueden consultarse en internet, la corrupción es un mal endémico que afecta a ambos partidos políticos, casi sin distinción.

Existen otras opciones políticas a la hora de decidirse a votar y ejercitar ese derecho democrático, pero ninguna consigue satisfacer a una mayoría para permitirles, al menos, capacidad de influencia a la hora de conformar alternativas de gobierno. Izquierda Unida, para los votantes de izquierda, no ofrece la seguridad de una alianza progresista cuando en Extremadura apoya a los conservadores en detrimento de los socialistas. Reúne menos escándalos de corrupción porque también ha tenido menos oportunidades de manejar presupuestos públicos. Ante la duda y la desconfianza, florece la abstención.

Al parecer lo único que puede hacer una familia que desea permanecer unida no es ir a votar, sino acudir a atracar un banco. En estos tiempos de tantos chorizos, incluso entre la más alta aristocracia, sería un acto de legítima defensa, máxime cuando las deudas bancarias las saldamos entre todos. Tentado estoy.

jueves, 22 de marzo de 2012

Juan José Cortés, asesor político

El padre de Mary Luz, la niña de cinco años asesinada en Huelva en 2008 por un pederasta, acaba de ser contratado como asesor del grupo municipal del Partido Popular del Ayuntamiento de Sevilla para temas de marginación y exclusión social. Juan José Cortés despertó las simpatías y el reconocimiento de cuantos siguieron aquel trágico suceso a través de los medios por la templanza y sensatez con que supo reaccionar, sin dejarse llevar por la histeria y los ánimos de venganza que todos solicitaban y esperaban. No por ello ha confiado en la justicia ni en unas autoridades que, con la misma premura con que se solidarizan con las víctimas, se olvidan de ellas.

Juan José Cortés, que ha promovido la recogida de firmas para que se instaure la cadena perpetua en los casos de asesinatos de niños y pederastia, fue sondeado por varios partidos políticos para incluirlo en sus tickets electorales, ante la simpatía y el reconocimiento que despierta en la gente. Antes del asesinato de su hija, Cortés militaba en el PSOE, mantuvo contactos con UPyD y finalmente se acercó al Partido Popular cuando esta formación respaldó su lucha por la reforma del Código Penal.

Hombre de maneras tranquilas y hablar sosegado, Juan José Cortés es pastor evangélico y, desde la pérdida de su hija, no ha cejado para que la ley recoja la cadena perpetua efectiva. Ello explica, tal vez, sus contactos con diferentes partidos políticos hasta que el Alcalde de Sevilla consigue atraerlo para un puesto de asesor en el que, desde la acción política, poder dedicarse a “defender a mi gente”. Es indudable que este gitano, criado en la marginación, que se ha visto envuelto en un extraño tiroteo familiar, pero que ha sabido mantener una imagen de seriedad y templanza, puede albergar genuinos deseos por aprovechar las simpatías y el reconocimiento que consigue de la gente para cumplir su sueño de endurecer las penas por delitos como los cometidos contra su hija. Es justo y legítimo. Es posible que el sufrimiento padecido y los esfuerzos para que la justicia ofrezca una faz menos indulgente, sean méritos para asesorar a jueces y políticos, como el Alcalde de Sevilla, sobre las iniciativas a implementar en asuntos de marginación social.

Economistas, sociólogos, trabajadores sociales, urbanistas y demás técnicos debaten sobre un problema cuya solución es compleja y requiere ingentes inversiones en educación, integración y promoción laboral. Tal vez falte la sensibilidad que Juan José Cortés podría añadir a esta tarea. Pero mucho me temo -aunque nada me gustaría más que equivocarme- que ello no es lo que persigue el PP, sino atraer a sus siglas las simpatías y el reconocimiento que despierta este hombre entre la gente. Es, sin duda, la lucha más peligrosa y difícil en la que se ve envuelto tras el asesinato de su hija: mantener su integridad y evitar que no lo manipulen con fines espurios. Ojalá tenga suerte y no vuelva a verse “decepcionado” con la política.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Desconfianza en la socialdemocracia


No deja de ser revelador que, cuando la economía se estanca en una crisis como la que padecemos en la actualidad, los ciudadanos depositen su confianza en los representantes del capitalismo más descarnado, aquel que impone normas dirigidas no a aliviar la situación de las víctimas orilladas en el paro y la pobreza, sino a perpetuar la hegemonía de la economía global de mercado y del capital como motor social. Parece pensarse que, cuando el dinero (y el trabajo) escasea, fuera preferible dejar a los ricos se encarguen del asunto. Sólo así podría explicarse la ola de conservadurismo que ha arrasado a la mayoría de países europeos -España entre ellos- que han sufrido las consecuencias de una crisis económica, producida por abusos en la búsqueda de desorbitadas rentabilidades en los mercados financieros. La recuperación de la pertinente solvencia deja en manos de los propios mercados, que no supieron o no quisieron controlar la generación de la crisis, dictar las medidas de ajuste que conllevan la aniquilación de derechos y servicios que constituyen el Estado del Bienestar.

La socialdemocracia detenta la autoría en la implantación de ese Estado del Bienestar con que pretendía, tras los desastres de la Segunda Guerra Mundial, extender el auxilio social a un continente en ruinas. Para ello utilizó una economía mixta que combinaba la propiedad privada de los modos de producción del sistema capitalista con una propiedad pública en materias como la educación, la sanidad, la seguridad y otros servicios sociales, financiados a través de una fiscalidad impositiva progresiva. No trataba de sustituir el sistema establecido, sino de reformarlo para proporcionarle un “rostro humano”, atento a las necesidades de las personas y no únicamente preocupado en la obtención de rentabilidades económicas.

Sin embargo, cuando se pone en cuestión el Sistema a causa de una crisis u otros peligros, la socialdemocracia tiende a olvidar sus principios de justicia y transformación social y se enrosca en la defensa del orden (capitalista) establecido. Es lo que explica que el presidente del Gobierno socialista de entonces, Rodríguez Zapatero, se apresurara en adoptar las medidas que le imponían los capataces europeos, con acento alemán, de la superestructura económica mundial (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y Organización Mundial del Comercio) que transmite sus órdenes a través del teléfono de la Casa Blanca. No cuestiona el sistema ni presenta alternativas para que los daños que ocasionan quienes deciden la recogida de beneficios no perjudiquen a los más desfavorecidos. Y no es la primera vez que la socialdemocracia traiciona sus ideales.

En otro momento histórico de trágicas consecuencias, durante la República de Weimar, la socialdemocracia se convirtió en “socialchovinista” -como escupió Lenin-, al apoyar la euforia belicista de un nacionalismo histérico que acabaría asesinando a la misma Rosa Luxemburg y a Karl Liebknetch, opuestos a los tambores de guerra y ardientes defensores de la solidaridad internacional de los trabajadores, a principios del siglo pasado.

Es sintomático que, cada vez que el sistema capitalista lo requiere, la socialdemocracia no duda en revelarse cómplice en su mantenimiento y perpetuación, desmontando sus propias conquistas, aún cuando con lágrimas de cocodrilo lamente hipócritamente las pérdidas que padecerán quienes menos lo merecen. Es como si el sistema capitalista tuviera una careta socialdemócrata para enmascararse cuando le conviene con tal de asegurar una paz social y la extensión de una amplia clase media que garantice el consumo y el comercio, su único interés. Tarde o temprano -en la historia- acaba desprendiéndose de la máscara para mostrar su verdadera faz, como estamos descubriendo en España en los momentos actuales, con los “ajustes” (recortes) y “reformas” (desmantelamiento del Estado del Bienestar) que nos empobrecen con la excusa de una crisis cuanto menos sospechosa. ¿Quién defenderá a los trabajadores si resulta que todas las medidas son para favorecer el trabajo? ¿Usted se lo cree?

martes, 20 de marzo de 2012

Periodismo, entre el suicidio y la rebelión

Voy a ser corporativista desde la barrera, voy a expresar mi opinión desde la cómoda atalaya del que no padece la situación, pero se siente concernido por los avatares de una profesión que no ejerce  (remuneradamente), aunque académicamente pertenezca a ella. E intentaré hacerlo como si aconsejara a un hijo que inicia su carrera.

Porque, como tantas otras, el periodismo es víctima hoy día de las dentelladas traumáticas que propicia una crisis voraz, mordiscos que no se limitan sólo a lo económico o material (sueldos, rentabilidad, cierre de empresas, etc.), sino también a la esencia definitoria, al concepto mismo de periodismo (personal útil para todo y “desrregulado”.) No es extraño, por tanto, ante un panorama tan desolador, que en Sevilla se produjera una manifestación de cientos de periodistas para clamar “por un periodismo en condiciones dignas” y “por un periodismo que defienda la verdad”. La protesta estaba convocada por la Asociación de Prensa de Sevilla (APS), a la que se adhirieron entidades gremiales de Andalucía y España, sindicatos, asociaciones empresariales y alumnos de la Facultad de Comunicación de Sevilla. Cerca de 500 profesionales mostraron de esta manera su preocupación por el futuro -y el presente- de una profesión que vive un periodo de transformación extremadamente delicado.

Pero llama la atención que una de las reivindicaciones de los manifestantes sea la de “un periodismo que defienda la verdad”. Resulta contradictoria tal exigencia de veracidad, pues se presumía que, hasta donde la diligencia lo permite, ello era condición intrínseca de toda información elaborada periodísticamente. Conozco la imposibilidad de contrastar adecuadamente, las prisas por ser los primeros en “dar” algún asunto y las dinámicas de trabajo de muchas redacciones, pero no es pecar de ingenuo sospechar que, si el periodista se halla imposibilitado para ser instrumento de ese derecho a la información que la Constitución protege de manera especial, permitiendo el acceso de los ciudadanos al conocimiento de los hechos, es que el periodismo está afectado de un problema letal.

Más que cambios en el modelo de negocio (concentración de medios, grandes conglomerados mediáticos, etc.) o en los modos de producción (diversidad de soportes, plantillas multifuncionales elaboradoras de contenidos, internet, etc.), parece que lo que está en crisis es el propio “ser” del periodismo, como si ya no se supiera lo que significa esta profesión a causa de las condiciones surgidas de una precariedad laboral, escaso reconocimiento profesional e insuficiente remuneración salarial que convierten al periodista en un “peón” sumiso a las directrices empresariales por miedo a un futuro negro, sin garantías de porvenir. Ante el vértigo de una evolución que remueve hasta los cimientos (económicos, empresariales, funcionales) del negocio periodístico, sería suicida renunciar también a las claves que caracterizan a esta profesión como servicio social e índice de la salud democrática de cualquier sociedad. Rendirse a las imposiciones de una desaforada búsqueda de la máxima rentabilidad, sin atender los objetivos sociales del periodismo, sería traicionar los códigos éticos y deontológicos que convierten esta profesión en notarios de la realidad para los ciudadanos. Ninguna transformación tecnológica ni empresarial debería afectar al concepto de periodista como profesional cualificado en “contar a la gente lo que hace la gente” de manera honesta y veraz. Si la rentabilidad prevalece a la profesionalidad periodística, la profesión estará mortalmente sentenciada. El problema, según Soledad Gallego-Díaz, fundadora y columnista de El País, consiste no sólo en “cuántos periodistas quedarán en el camino, sino si el propio periodismo será una de esas víctimas”.

Las tecnologías y la globalización obligan a la adaptación de cualquier negocio. El pan era elaborado de madrugada para que estuviera preparado al nacer el día. Ahora la panadería se ha transformado en una empresa que distribuye una masa precocinada a franquicias que terminan de hornear el pan y lo sirven caliente al consumidor. Sin embargo, el panadero sigue siendo imprescindible para elaborar la masa de pan, sin importar si se cocina inmediatamente o se congela. Lo mismo podría afirmarse del periodista: es imprescindible para elaborar el producto informativo que se va a comercializar a través de empresas mediáticas, independientemente del soporte en que se haga. Lo importante es la elaboración de un buen producto, sin engañar al consumidor. El pan ha de ser pan, no un producto de bollería industrial, y la información ha de ser información veraz, trascendente y útil socialmente, no bulos y rumores para el entretenimiento. Y para ello, es preciso que el periodista pueda trabajar cumpliendo con los criterios que garantizan un producto informativo que se atenga a la verdad y ofrezca credibilidad; es decir, pueda actuar diligentemente. No hacerlo sería suicida. Por ello, la rebelión de los manifestantes es un signo de esperanza para el periodismo. Hay que exigir condiciones dignas y respeto al buen hacer profesional. Como en cualquier trabajo.

viernes, 16 de marzo de 2012

Tiempo de escapar

El fin de semana representa la escapatoria, la ruptura con rutinas que nos desconectan de lo natural, de esa tendencia innata a la búsqueda, a dejarnos llevar por la curiosidad, descubrir cosas nuevas, conocer costumbres, gentes y hábitos distintos, de comunicar experiencias y sensaciones, para luego disfrutar en contarlo. Eso es lo que representan los viernes y las posibilidades del fin de semana. Pretendemos escapar de lo que nos retiene, para transformarlo y transformarnos, cambiar el mundo y cambiar nuestras vidas por la necesidad de romper con aquello que nos ata a lo establecido, nos encarcela en obligadas rutinas laborales. De ahí los éxodos que saturan las carreteras de coches que huyen despavoridos de las ciudades, que se alejan en busca de otros horizontes, de cualquier sitio lejos de la urbe, de la prisión. No seríamos humanos si no sintiéramos esa atracción por el viaje, por la escapatoria hacia lo desconocido, lo inhabitual, lo que quiebra el aburrimiento. Así nace la aventura, pero también la industria del ocio. Ya no existen héroes que se dediquen a la exploración de espacios ignotos porque todo está hollado por la civilización que mancilla cualquier naturaleza virginal y la explota en su beneficio, la desnaturaliza. Queda el ocio como subterfugio del viaje de aventuras y una industria que recrea a los turistas los confines de su ignorancia. O el deliberado aislamiento hacia una tranquilidad que nos devuelve a los orígenes naturales, a sentir las ansias por reencontrarnos con nosotros mismos, alejados de toda imposición. Por eso me gustan los viernes, aunque me quede encerrado en casa. A veces, para viajar, no hace falta moverse.

jueves, 15 de marzo de 2012

Ilusiones de marzo

Tras los fríos de febrero, marzo mayea sin la elegancia cromática de las rosas. La moderación de los termómetros instala en los mediodías un veranillo anticipado que se disfruta cual lagartijas al sol. Los cuerpos se prestan a exhibir la pálida belleza de una piel encarcelada bajo lanas y abrigos. Y el aire se satura de aromas que estimulan los deseos y la vitalidad de quien lo inhala, despertándole un sarpullido en la sangre. Es el amor que se apodera de nuevo de una vida que no deja de renovarse continuamente, encelado por esta primavera prematura, libre aún de pólenes y alergias. La ilusión del calorcito en Sevilla.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Violencia moral

Una niña marroquí de 16 años se ha suicidado tras una boda forzada con quien la violó porque la justicia de aquel país permite al agresor casarse con su víctima para evitar una imputación legal, sin que nadie -ni los padres de la niña, ni el violador ni el juez- tuvieran en consideración la opinión de la menor. Así se salvaba el honor que una niña “sucia” podía suponer para la mentalidad de su familia, una mentalidad que está fuertemente influenciada por creencias religiosas que imponen un determinado modelo de sociedad. Sin embargo, no es algo extraño a nuestra realidad en España o en el civilizado mundo occidental.

El ministro de justicia español, Alberto Ruiz Gallardón, a dos meses de ocupar el cargo, acaba de justificar una regresión de la ley del aborto en una supuesta “violencia estructural” contra las embarazadas que, sin aportar ningún dato que lo demuestre, parece que obliga a éstas a interrumpir su gestación por las presiones que sufre en ese sentido. Pero, en vez de identificar y condenar a los autores de esa violencia, se limita a recortar el derecho al aborto de la mujer, volviendo a una ley de supuestos que deja en manos de los médicos la posibilidad de interrupción del embarazo. Aunque parezca mentira, no se discuten cuestiones científicas, sino morales. Un determinado pensamiento religioso se impone a la sociedad gracias a un Gobierno que asume esa moral en vez de mantener la debida “aconfesionalidad” del Estado y dejar que los ciudadanos decidan en libertad su manera de comportarse. No es algo baladí puesto que, desde esa pretendida autoridad moral, se es capaz de amenazar a la población con sermones, manifestaciones y excomuniones (¿ya nos olvidamos de las pancartas presididas por obispos?) contra los que osen apartarse de sus doctrinas.

En Estados Unidos, los obispos convocan una “jornada de ayuno y oración” para combatir una ley del presidente Obama que obligaba a centros, como colegios y hospitales, de titularidad religiosa a ofertar a sus empleados métodos anticonceptivos, medida incluida en la reforma sanitaria promulgada en 2010. Parece falaz, pero en un país donde la asistencia sanitaria depende de las compañías aseguradoras que se contratan cuando se consigue un empleo, las objeciones a esta prestación sanitaria colisionan con derechos individuales a causa de consideraciones morales y religiosas.

Ni en Marruecos ni en España ni en Estados Unidos estamos exentos de una injerencia religiosa que, al amparo de “interpretadas” tradiciones históricas y dudosas cuantificaciones numéricas (“siempre ha sido así” y “es lo que quiere la mayoría”), pretende perpetuar un modelo de sociedad acorde a su ideario e intereses, despreciando el derecho a la libertad en materia religiosa, política y cultural consagrado en la Constitución. Y es tan formidable y eficaz esa injerencia que bien podría calificarse como “violencia moral” a la sociedad, pues ésta sí socava el ejercicio de aquellas libertades que se sitúan fuera de su tutela moral, y no la “violencia a las embarazadas” de una ley que dejaba la decisión de abortar en manos de la propia mujer.

De la niña marroquí al ministro Gallardón existe una misma línea de pensamiento que, llevado a sus extremos, conduce al suicidio o a la penalización de actitudes y conductas que simplemente deberían constituir ámbitos de libertad y ejercicio de derechos en sociedades en las que existe una real y efectiva separación entre Iglesia y Estado, libres de cualquier tutela o injerencia religiosa.

martes, 13 de marzo de 2012

Doscientos años de una Constitución

España ostenta el digno privilegio de haber promulgado la primera Constitución que consagró, entre otros derechos, la libertad de prensa antes que otros países con mayor tradición democrática o liberal. Y aunque la iniciativa tuvo una vigencia efímera, no deja de ser un hito histórico de las ansias de libertad y las ambiciones de progreso que aquellos momentos, en plena Guerra de la Independencia, albergaban los “patriotas” que entonces se conjugaron para enterrar al Viejo Régimen del absolutismo.

No fue, sin embargo, un producto surgido por generación espontánea, sino que germina de las simientes que la Ilustración había esparcido un siglo antes por España, con la instauración de la dinastía borbónica y el florecimiento de un despotismo ilustrado (“Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”) que persiguió el desarrollo del país, mientras no se cuestionara el poder del rey. Aquellas reformas promovidas por Felipe V, que implantó un férreo centralismo, el decreto de Nueva Planta y el desarrollo cultural y social, tuvieron continuación con Carlos III y Carlos IV bajo el impulso de la llamada reforma ilustrada: fisiocratismo y liberalismo económico, cuyas ideas procedían del empirismo y el racionalismo de Locke, Hobbes, Montesquieu y Rosseau, y que contagiarían a nuestros Cabarrús, Jovellanos, Campomanes, Olavide, Meléndez Valdés, Cadalso, Moratín y tantos otros pensadores acreedores de los principios recogidos en la Constitución de 1812.

Celebramos, por tanto, el bicentenario de un texto legal que establecería por primera vez la representación de la soberanía, el fin de los privilegios estamentales y la división de poderes, convirtiéndonos en ciudadanos en vez de súbditos, lo que suponía una auténtica ruptura con el Viejo Régimen existente hasta entonces. El precedente habría que buscarlo, como hemos señalado, en el período de cierta apertura y liberalización de la Ilustración que Carlos IV frena bruscamente cuando opta, blindando las fronteras (cierre de aduanas y estricta censura), retornar al absolutismo más intransigente para impedir que la mecha de de la Revolución francesa, que había cortado la cabeza a Luis XVI, pudiera prender a este lado de los Pirineos. Su sucesor Fernando VII conservaría ese régimen hermético hasta que Napoleón Bonaparte, a principios de 1800, invade la península y lo obliga a abdicar en virtud de las Capitulaciones de Bayona. Se cierra así el siglo de la Ilustración para abrirse el de las guerras, con la inminente Guerra de la Independencia contra los gabachos que los amotinados de Aranjuez y el levantamiento del 2 de mayo de Madrid habrían de propiciar.

Tras dos siglos de una Constitución que las Cortes aprobarían en el Obradoiro de San Felipe Neri de Cádiz un día de San José de 1812 -lo que dio lugar a que se la conociera desde entonces como La Pepa-, habría que valorar lo que supuso aquel texto para la historia constitucional de España y la gran transformación política y social que generó en nuestro país, con los pasos hacia adelante y atrás que todo cambio conlleva. El país se hallaba dividido por la guerra y con partidarios afrancesados y patriotas que pugnaban entre el Estatuto otorgado en Bayona por el invasor o la recuperación de la integridad nacional bajo una nueva Constitución. Patriotas (liberales) y serviles (absolutistas), unidos ambos por su oposición a Napoleón I, acuerdan finalmente una monarquía constitucional que en realidad supone la ruptura con el Viejo Régimen, en la que la soberanía recae en la nación en detrimento del rey, se suprimen los diezmos, la Inquisición queda abolida, se implanta la separación de poderes y se reconoce la libertad de expresión, entre otros principios.

Dos años duró el Nuevo Régimen constitucionalista hasta que, empujado por la sangría bélica, Napoléon negocia con Fernando VII una solución que le devuelve la corona en 1814. Al regresar a España, el rey deroga la Constitución y se parapeta en un nuevo absolutismo con el que intenta silenciar toda discrepancia en su reinado. Los acontecimientos se precipitan a velocidad de vértigo en unos años que conocerán hasta cinco constituciones distintas. La misma Constitución de 1812 recuperaría su vigencia en dos periodos más: en 1820-23 (Trienio liberal) y en 1836-37.

No teniendo hijos varones, Fernando VII nombra heredera al trono a su hija Isabel II, para lo cual deroga la Ley Sálica. Se repite, una vez más, un problema sucesorio que determina el acontecer histórico del país. Los partidarios de Carlos María de Isidro, hermano del rey, se enfrentan con los de Isabel y desatan las guerras carlistas en España. Muerto el rey y siendo menor de edad Isabel, las riendas del reino quedan en manos de la regente María Cristina, quien busca apoyos en la burguesía liberal para defender su gobierno. Es una época convulsa en la que el liberalismo se escinde en dos ramas, moderados y progresistas, que responden a la división interna de la propia burguesía. No obstante, el moderantismo conservaría el poder durante la mayor parte del reinado de Isabel II, hasta que, forzada al exilio, España se sume en una dinámica de inestabilidad en la que se producirán revoluciones, golpes de estado, la fugaz dinastía de Saboya -el rey importado de Italia-, la proclamación de la I República, el reinado de Alfonso XIII, la II República, la Guerra Civil, la dictadura de Franco y el actual momento de esplendor democrático que, bajo una monarquía constitucional, se disfruta en el país. Quiere decirse que, en una imagen apresurada, la noria de la historia ha girado frenéticamente hasta encontrar el equilibrio de paz y prosperidad en otro ensayo de monarquía constitucional como aquel que la Constitución quiso establecer en 1812.

Es por ello que, si La Pepa hunde sus raíces en el despotismo ilustrado del siglo XVIII, nuestra mayoría de edad como ciudadanos depositarios de la soberanía nacional es deudora directa del texto constitucional que se promulgó en Cádiz hace doscientos años. Nuestra arquitectura legal se cimenta en los principios recogidos en aquella Constitución que, a pesar de su breve y fragmentada vigencia, esparció unas semillas de libertad que hoy florecen con vigor en el solar patrio. Cuando al parecer volvemos hoy a enfrentar libertad con orden, derechos a seguridad, bienestar a miedo, sería bueno no olvidar lo que nos relata la historia y valorar cuánto se ha hecho, y por cuántos, para que dispongamos de una Constitución que nos reconoce derechos inviolables, cuya protección y salvaguardia obliga a todos los poderes públicos del Estado. El ejercicio de la memoria sería el mejor homenaje que podríamos hacer en este bicentenario de La Pepa.

domingo, 11 de marzo de 2012

Sueño alborotado

Soñé con nubes blancas flotando suavemente sobre un azul plácido y sereno, con pájaros que revoloteaban juguetones entre las ramas de los árboles mientras llenaban el aire con sus trinos amorosos; soñé con campos que se extendían hasta el horizonte cubiertos de surcos de labranza que dibujaban la geometría exacta de la mano del hombre, con riachuelos que culebreaban entre las piedras y los recodos cubiertos de arbustos que se dejaban embaucar con el susurrante chispear de unas aguas tranquilas y claras; soñé con la mano cálida y segura que me guiaba en silencio por aquellos paisajes en los que la naturaleza se expresaba con sonidos melodiosos y puros que nadie se atrevía interrumpir; soñé con una figura difuminada que, en la lejanía, aguardaba mi encuentro y al querer llamarla de un grito me hizo despertar alborotado.

sábado, 10 de marzo de 2012

Nuevo diseño de Lienzo de Babel

Con poco entusiasmo, me decido a modificar el diseño de este blog en el que anoto la perplejidad y el desasosiego que genera una mirada crítica de la realidad y de nuestra propia conducta. A veces, más que asombro es angustia lo que descubrimos tras las máscaras con las que procuramos ocultarnos ante los demás, representando una falsa que a casi nadie convence. Pero nos empeñamos en construir un personaje que se parece poco a lo que en verdad somos por ser consecuentes con la función en la que participamos de forma grotesca. Hasta los que aplauden son actores que buscan reconocerse en los personajes de una ficción que llamamos vida. Con el tiempo, los decorados se nos antojan obsoletos y hemos de modernizarlos. Como este blog. ¡Ojalá la nueva estética siga atrayendo la atención de los babilonios invisibles que lo rastrean porque la intención de descubrir aporías permanece!

jueves, 8 de marzo de 2012

Día Internacional de la Mujer

El Día Internacional de la Mujer, que conmemoramos hoy, me resulta agridulce: es de esas efemérides que ni dan pie para la alegría ni para la tristeza, porque por un lado denuncian la situación que aún padecen las mujeres incluso en sociedades presuntamente tan avanzadas en igualdad como la nuestra, y por otro son proclamas ineficaces para la remoción de hábitos y condiciones sociales que, lejos de estrechar, agrandan la brecha de la discriminación existente con esa mitad de la población, que son las mujeres, por el sólo hecho del sexo.
 
Este día me interpela sobre unos estereotipos que todavía me hacen considerar a la mujer más como una ayuda que como compañera, puesto que sólo desde una actitud intelectual y adquirida, poco innata, soy proclive a compartir unas tareas domésticas que me cuesta asumir como propias. En tal sentido, soy capaz de defender vehemente la justicia de un idéntico salario para el hombre y la mujer cuando desempeñan un mismo trabajo; lo natural de acceder a puestos de responsabilidad en función sólo de la valía profesional, sin importar el sexo, e incluso la necesidad de facilitar desde las instituciones la compatibilidad entre hogar y trabajo para que la mujer pueda integrarse en el mundo laboral sin sacrificar su vida familiar. También estoy convencido de que no existen barreras para que la mujer aspire a cualquier puesto al que esté capacitada, sin distinción una vez más del sexo. Pienso que, aunque es cierto que las mujeres encuentran ocupación en actividades otrora reservadas al hombre, como policías, bomberos, albañiles, conductores públicos, celadoras, soldados, etc., todavía deben hacer valer sus derechos frente a suspicacias y actitudes que minusvaloran su condición femenina, venciendo unos impedimentos que no se ponen a sus compañeros varones. Aún existen techos de cristal que impiden a la mujer alcanzar la igualdad real en todos los campos profesionales que siguen oponiendo resistencia a la presencia femenina, generalmente ubicados en las esferas del poder y la alta dirección, como las finanzas, las grandes empresas, la universidad, el periodismo y demás entes mediáticos, incluso la política, a pesar de sus cuotas y candidaturas cremalleras. No hay más que constatar el número de mujeres que integran los consejos de dirección y órganos ejecutivos de estos sectores para comprobarlo. Resultará sorprendente.

Pero el Día de la Mujer, aunque parece apropiado para exhortar grandes principios de igualdad con los que todos estamos de acuerdo, es sobretodo necesario para realizar una reflexión sincera acerca de esas pequeñas parcelas donde la discriminación aún impera sobre la mujer y que dependen de la actitud individual de cada uno de nosotros. Se trata de aquellos comportamientos que consideran “normal” que la mujer sea, cuando convive en pareja, la que soporte la mayoría de las tareas domésticas, aunque no realice un trabajo remunerado por cuenta ajena; que se encargue de los asuntos escolares de los hijos; que deba mostrarse “atractiva” cuando atiende al público; que asuma como “normal” correr a cuidar a los ascendientes enfermos porque los varones no pueden dejar de trabajar; que delegue en su compañero cualquier decisión, sobre todo si es banal, que incumba a ambos; que se responsabilice de la provisión de alimentos de la casa; y que padezca tantos detalles insignificantes que infravaloran su condición humana, como chascarrillos, insinuaciones, piropos, el poco cuidado en el uso de un lenguaje que refleja el machismo de la sociedad y la falta de sensibilidad de sus parejas cuando no se esfuerzan en modificar relaciones que perpetúan una discriminación a estas alturas inconcebible e injusta.

Si los más cercanos (padres, maridos, hijos, hermanos y amigos) somos incapaces de combatir esa falta de igualdad y equidad que supone la discriminación por razón del sexo con unas mujeres a las que nos unen afectos y sentimientos, ¿cómo ha de extrañarnos la existencia de un Día Internacional de la Mujer? No es un día para reflexionar sobre ellas, sino con ellas para eliminar los tics que aún arrastramos de un machismo antropológico. Cuesta trabajo, lo reconozco. Por eso deploro con remordimiento no aplicarme lo suficiente para despojarme de ellos no sólo hoy, sino los 365 días del año.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Estos días azules y este sol de la infancia...

Estos días cuasi primaverales, con los cielos despejados en los que se recortan sobre un celeste infinito los paisajes que quedan inmortalizados en la retina, me hacen compartir los últimos versos, encontrados en un bolsillo de su gabán, del poeta que añoraba en el exilio una luz que sus ojos dejarían de percibir, iluminándole el alma. Todo cuánto admiro me revela la fugacidad de una mirada temerosa de esa ceguera final que nos hará desaparecer y que me obliga a mirar desde el recuerdo que todos olvidarán.

lunes, 5 de marzo de 2012

Lo que entiende la gente

Desde antes de acceder al poder, el actual inquilino de la presidencia del Gobierno en Moncloa, Mariano Rajoy, viene asegurando estar convencido de que la gente entiende las duras medidas que habrá de adoptar para combatir la situación de grave crisis económica que padece el país. Y para que la gente lo entienda perfectamente, no se ha cansado de advertir que los problemas a los que tiene que hacer frente son de mayor entidad a lo imaginado e, incluso, a lo declarado por el Gobierno anterior, al que acusa de dejar una herencia envenenada.

Ahora, metido de lleno en una “precampaña” por las elecciones autonómicas en Andalucía y Asturias de finales de mes, el presidente Rajoy continúa explicando -para que la gente vaya preparándose-, que deberá seguir “tomando medidas” impopulares, muy a su pesar, que no producirán los efectos deseados de forma inmediata, pero que son producto de la sensatez y el sentido común, cuando lo que se persigue es la creación empleo y el aumento del bienestar de los ciudadanos. Y lo dice con cara de estar plenamente convencido, cada vez que un micrófono o una cámara de televisión le dan la oportunidad, de que la gente así lo entiende.

Y la gente parece que entiende que las cosas pintan mal porque le presentan un panorama aterrador donde el miedo es la única sensación predominante. Se propaga el miedo a perder el trabajo, miedo a perder poder adquisitivo, miedo a sufrir una merma en los derechos sociales, miedo a padecer un recorte de las libertades, miedo a no disponer de una sanidad pública eficaz, miedo a reclamar cualquier prestación todavía no suprimida, miedo, en definitiva, a ejercer como ciudadano de Estado del bienestar que debe garantizarle beneficios y servicios. Todo ello, según el Gobierno del Partido Popular, está en cuestión por las medidas que deban ser necesarias adoptar a causa de la magnitud de una crisis económica que cada vez se presenta con peores augurios.

Sin embargo, las urgentes medidas imprescindibles pueden aguardar a la celebración de las elecciones andaluzas, pues lo prioritario es asegurarse el control del último territorio no sometido al poder de los conservadores. Ello permite seguir con la táctica del miedo que paraliza toda reacción e impide cualquier cuestionamiento crítico. Así se consigue que la gente entienda que, para crear empleo, haya que abaratar el despido y socavar cualquier contrapoder de los empleados frente a los empresarios. Por eso la gente entiende que la ley del aborto deba retroceder a los tiempos en que era un delito, no un derecho de la mujer, con una urgencia que, sin embargo, no se procura con el matrimonio homosexual u otras leyes igualmente recurridas por el PP. La gente entiende que se proceda al desmantelamiento de Televisión Española, cuyos informativos eran considerados los más creíbles y profesionales de cuántos se podían ver en los medios, pero que fueron frecuentemente discutidos por el partido gobernante, cuyo ideario proclama una liberalización de cualquier servicio público, empezando por el audiovisual. Con miedo, la gente entiende que haya que apretarse hasta la asfixia el cinturón en educación, sanidad, cultura, dependencia, becas, guarderías, etc., pero que las partidas destinadas al Ejército y la Iglesia se mantengan intactas por sentido común y sensatez con las más hondas tradiciones “estamentales” de la sociedad española. Un miedo que se convertirá en pánico una vez se celebren las elecciones que aconsejan no hacer públicas las severas medidas que aún están pendientes de aplicar sobre una gente que todo lo entiende. Y si no lo entiende, los banqueros, las grandes fortunas y los políticos correrán a explicárselo con el sentido común y la sensatez que reclama una economía de mercado, un mercado que ellos manejan con hilos invisibles al común de los mortales. Mientras tanto, cual conejos nos mantendremos paralizados ante el miedo que nos provoca un horizonte tan oscuro donde sólo brilla una amenaza metálica y fría. Y me pregunto: ¿Nos dará tiempo a correr antes de escuchar el tiro con el que se pretende salvarnos?

jueves, 1 de marzo de 2012

Cuadernos de Roldán, una tertulia peculiar

En tiempos de un materialismo vulnerable a cualquier crisis que suponga inanición especulativa y pecuniaria, resulta sorprendente que perduren quienes sólo satisfacen apetitos espirituales o de enriquecimiento cultural. Por ello es digno de elogio que, justo cuando se pronostican “dietas” económicas y “adelgazamientos” en todo lo que no sea negocio privado, un pequeño grupo consiga permanecer fiel a su ideario literario y artístico y, sin ánimo de lucro, acabe de publicar -hace pocos días- su poemario número 73 dedicado a la ciudad de Mérida. Entre esta última edición y la primera que vio la luz en medio de los barriles de una taberna del Aljarafe sevillano, ha transcurrido la friolera de 25 años. Un acontecimiento que bien merece una reseña, aunque sólo sea porque recuerda que existe vida más allá de los camps, urdagarín y demás mafias que acaparan los titulares de los periódicos.

La tertulia sevillana Cuadernos de Roldán está formada por poetas, pintores y un variable número de seguidores que ni escriben ni pintan, pero leen y admiran la producción de los primeros a través de las publicaciones que edita periódicamente la asociación. Todos se denominan a si mismos “inquilinos” de Cuadernos y abonan una escuálida cuota trimestral con la que financian sus actividades. Excepto en verano y fiestas de guardar (semana santa, navidad y feria), cualquiera puede asistir a las reuniones que todos los martes celebran en el Bar Dueñas (frente al palacio de la Duquesa de Alba, desgraciadamente) donde, entre vinos, tapas y amistad, deciden proyectos y temáticas de próximas iniciativas.

Cuadernos de Roldán nació de las aficiones de un pequeño grupo de amigos por la poesía, aglutinados en torno al desaparecido Rafael Becerra, profesor de filosofía afincado en Sevilla y natural de Arriate (Málaga). Pronto se añadió la pintura como “lenguaje” que comparte con la lírica las claves de la belleza, y lo que empezó siendo un entretenimiento elaborado con mimo y rigor, acabó atrayendo a cuántos iban conociendo de su existencia, sin más “marketing” que el boca-oreja, de lo que están orgullosos. De esta manera, no es sorprendente que entre sus “inquilinos” se hallen maestros, médicos, administrativos, políticos, jueces, escritores, amas de casa, abogados, músicos, pintores y hasta un conde de rancio abolengo. Incluso el llorado José Saramago llegó a colaborar en diversas ocasiones con Cuadernos de Roldán, una de las tertulias más longevas que existen en activo hoy día en España.

Mérida -como ya se ha reseñado en este blog- es el último poemario editado por la asociación y hasta esa ciudad extremeña se desplazaron en autobús los que no suelen perderse la presentación de cada libro, con la lectura de poemas por parte de sus autores y las explicaciones de los cuadros por los pintores. Cada año se editan dos libros de poemas, además de un zaquizamí (libro en miniatura que condensa versos como gotas sublimes de arte: “La vida no es una improvisación, sino el vértigo de una noche de estreno:” -Isabel González-) y un Almanaque compuesto, como no podía ser de otra manera, de poemas y pinturas.

En plena crisis y cuando hasta los familiares del Rey han de pasar por los tribunales porque confunden la dignidad con la avaricia, bueno es que existan espacios pequeños donde predomina la camaradería por la cultura y el respeto al arte por encima de cualquier condición, que es lo que se descubre en Cuadernos de Roldán. Quedan advertidos.