domingo, 30 de junio de 2013

Superman


Debo confesarlo: me han gustado los superhéroes desde que de niño devoraba tebeos de los personajes clásicos: Superman, Batman, el Hombre Araña y la inmensa mayoría de los del grupo Marvel (Dan Defensor, Los 4 fantásticos, Capitán América, Thor, etc.) y hasta Popeye. Años más tarde, en plena madurez, no me privé de asistir encantado y decepcionado a partes iguales a las películas que trasladaban las viñetas a escenas dinámicas. Perduran en el recuerdo las interpretadas por Christopher Reeve. En muchas de ellas no habían más que saltos y trucos croma que verdaderos guiones elaborados, limitándose a exponer un personaje de cómic que no tiene más profundidad que la de un mito del entretenimiento juvenil. ¿Sólo?

Claro que la hermenéutica, la antropología y hasta la psicología social tienen mucho que decir de los mitos y su importancia para encarnar las aspiraciones y los temores en las culturas y comunidades humanas. Y en Superman existe algo de ello cuando generaciones enteras siguen fascinadas por las hazañas del Hombre de Acero, un extraterrestre procedente del planeta Krypton, que habita entre nosotros ocultando su verdadera identidad y sus poderes, como se hace con un complejo que cualquiera intenta disimular en su conducta.

En comparación con todo lo visto anteriormente, la última película de Superman de Zack Snyder –sin eludir la “historia” del personaje, que vuelve a contarla- ahonda en su perfil más “oscuro”, acorde con la nueva tonalidad del uniforme, para intentar explicarnos el sacrificado proceso por el que un niño asume su condición redentora en la Tierra. Los paralelismos con la leyenda de Jesús los subraya la película con la edad del héroe, 33 años, el rechazo espontáneo para cargar con tamaña responsabilidad (“¿Y por qué no puedo seguir fingiendo que tan sólo soy tu hijo?”) e, incluso, ese diálogo con un cura que le muestra el camino de la fe y la confianza. La identificación con la mitología religiosa es más que evidente para resaltar lo que simboliza Superman: una fuerza que nos protege del mal y vela por nuestra seguridad, exigiéndonos sólo que nos portemos bien, sin cuestionar la ideología del sistema.

En nuestros tiempos, los mitos ya no son relatos tradicionales que dan respuesta a interrogantes que ahora elucubran la filosofía y la ciencia. Pero siguen satisfaciendo la necesidad incluso del divertimento. Como el amor, sirven para hilvanar historias con las que expresamos nuestros deseos y frustraciones a través de la ficción.

En el Superman que protagonizan Henry Cavill, Rusell Crowe y Kevin Costner, entre otros, se hace verosímil este enfoque en la enésima versión de un ser que, siendo tan todopoderoso y dotado de tan formidables capacidades, sólo podría enfrentarse a un malvado tan excepcional como él mismo, por proceder de su misma esencia original y extramundana. Y mediante la trama acostumbrada de catastróficas luchas y desmanes que empequeñecen el derrumbe de las Torres Gemelas, el bien triunfa sobre el mal aunque para ello tenga que hacer renuncia de aquellos valores que forman parte de las convicciones buenísimas del personaje: no matar.

La técnica mejora espectacularmente los efectos especiales de la narración, los actores se toman en serio los papeles que representan, sin caer en aquella comedieta descreída de algunos filmes antiguos, y la actualizada imagen del héroe se torna más apropiada con la personificación de un mito de tales características. Para ser un cómic audiovisual, la película resulta entretenida, honesta y eficaz. Me hace reconciliar con mis viejos ídolos superhéroes y añorar mis lejanas tardes de lectura en la soledad de mi cuarto. ¡Ta-chan! 
 
    

sábado, 29 de junio de 2013

El espejismo del cabrón

Un cabrón ingresa en la cárcel justo cuando comienzan las vacaciones para la mayoría de los que trabajan. Aquel llevaba sin hacerlo toda su vida, escalando los peldaños de su avaricia a golpe de buenas relaciones y anchas espaldas en las alcantarillas de la política. Los demás, a fuerza de sudar oficios mal remunerados y peor considerados por esa élite que se considera soberbiamente superior y distinguida al resto de los mortales, no han dejado de trabajar nunca en su insignificante vida, salvo en periodos de vacaciones como el que ahora comienza. Pero este año tan extraño, cuando se licua la solidez de nuestras certezas, todo es distinto. El cabrón deja de estar permanentemente vacante para ocupar una plaza entre rejas en pensión completa y siete millones de trabajadores no tendrán vacaciones de ningún trabajo en activo, algunos sin nada que llevarse a la boca. La suerte del primero se enderezará antes que la de los segundos, en cuanto los calores flojeen y el bochorno desaparezca de nuestros rostros y de nuestras convicciones. Un juez pasa por el ojo de una aguja antes que un potentado devuelva lo adquirido mediante corrupción y fraude. Garzón y Silva son ejemplos de ello. Bárcenas será un cabrón, pero es el cabrón del partido más poderoso de España, cuyas cuentas administraba. Y merece un respeto, como cualquier capo de la mafia: por miedo. Por eso, este verano es complicado y extraño. Tan extraño como un rico en prisión. ¿Será un espejismo? ¿Será un golpe de calor?

viernes, 28 de junio de 2013

El Gobierno de la Contrarreforma


Yo no sé si el actual Ejecutivo que preside el conservador Mariano Rajoy tendrá la suerte de asistir a la fase de recuperación de la economía. Es algo que ignoran hasta los economistas más avezados, esos que no se sientan en el Consejo de Ministros y elaboran sesudos informes para las empresas o instituciones que les pagan. Se sabe en cambio que la economía, como actividad social, mantiene una dinámica marcada por ciclos: unas veces va bien y otras mal, sin unas causas “objetivas” que puedan ayudar a predecir con precisión cada período. En los cálculos del presidente del Gobierno estaba el poder beneficiarse de una fase de expansión que todos estiman, al fin, próxima, pero que nadie es capaz de datar con exactitud: el último trimestre del año, a principios del que viene, etc. A lo más que se aventuran los que saben de esto es que se nota ya una mejoría, que hay señales de brotes verdes, que el comportamiento empieza a cambiar, que lo más duro ya ha pasado, que es cuestión de confianza y otras frases por el estilo, sin ninguna concreción.

En cualquier caso, la crisis no es lo más peligroso que le sucede a la sociedad española en la actualidad. A pesar de su duración y gravedad, se trata de una situación coyuntural que tiene arreglo. Las medidas para combatirla son diversas, factibles, coyunturales o estructurales, aunque todas ellas vienen motivadas por fines que trascienden la corrección de los factores económicos alterados. Y esa finalidad no declarada, que forma parte de los planes ocultos que se están aplicando, es lo verdaderamente preocupante de la actual encrucijada política, no sólo económica.

Después de innumerables “reformas” y “ajustes”, ya nadie duda de que la crisis que padecemos ha sido tomada como excusa para transformar radicalmente el modelo de sociedad con que nos habíamos dotado hasta el día de hoy, construido a imagen y semejanza del Estado de Bienestar que permitió, tras la Segunda Guerra Mundial, la cohesión social y la prosperidad en las naciones de un continente arrasado por las bombas. Entonces se pensó en las personas antes que en la economía, por lo que se elaboraron políticas que garantizaban una igualdad de oportunidades en el origen mediante la provisión de servicios públicos universales, gratuitos y calidad. Aquello dio lugar a la época más longeva de prosperidad, paz y libertad vivida nunca en Europa, y a una economía equilibrada y sin grandes quebrantos. Durante más de 30 años, las democracias occidentales disfrutaron de una estabilidad social y económica hasta prácticamente los años ochenta, en que cambia el paradigma. Para investigadores de la Universidad de Princeton1, entre los años 1940 y 1980 no se produjo ninguna crisis financiera en el mundo porque los mercados estuvieron muy intervenidos, controlados por la política para evitar inequidades.

Esos estudiosos demuestran que fue precisamente la desregulación de los mercados y las finanzas lo que ha engendrado la recesión de 2008, parecida a la de 1930 por los mismos motivos. El nuevo paradigma consiste, pues, en la supremacía de la economía frente a la política, promovida por el resurgir de un liberalismo descarnado que supedita la acción política a las reglas inmanentes del mercado, lo que posibilita el enriquecimiento de unas élites a cambio del empobrecimiento brutal de la mayoría de la población. Eso es justamente lo que está sucediendo en España en estos momentos gracias a la excusa de la crisis. Estamos retrocediendo casi a los tiempos de las sociedades estamentales, donde no podías escapar de tu condición social de nacimiento, por culpa de medidas como las que propugna el ministro José Ignacio Wert, que condicionan las becas a un rendimiento que sólo los pudientes, costeándose clases y profesores de apoyo, pueden permitirse. Y recuperando la religión como asignatura troncal con peso académico, pero eliminando Educación para la Ciudadanía por su declarado propósito de fomentar el razonamiento crítico, laico y respetuoso con los derechos que asisten a todos, incluidas las minorías.

Es de esta manera cómo el Gobierno conservador del Partido Popular está consumando una transformación de la Sociedad como nadie se habría imaginado, menos aún si hubiera confiado en el Programa con que se había presentado –y ganado- las elecciones. Sus iniciativas legislativas, como las comentadas, son sumamente regresivas, salvo en lo económico, donde predica ese neoliberalismo que beneficia a los privilegiados que detentan el Poder (económico, político y social). Una “marcha atrás” de tal envergadura que podría afirmarse sin exagerar que el de Mariano Rajoy es el Gobierno de la Contrarreforma. Pura y dura.

Para conseguirlo le ha bastado una palabra: SOSTENIBILIDAD. Todo lo que no sea “sostenible”, a juicio del Gobierno, debe ser “reformado”, es decir, recortado, reducido o eliminado, sin importar si son servicios públicos esenciales, prestaciones sociales o derechos fundamentales, aunque pagues más impuestos de manera directa o indirecta como nunca antes en la historia. Todo puede ser medido según el baremo de la sostenibilidad y, por tanto, puede y debe ser “ajustado” al condicionamiento de la financiación sostenible. Sólo en un contexto de crisis, tal detracción de una riqueza, que debía distribuirse entre los ciudadanos en forma de servicios públicos, puede materializarse en favor de los intereses del Capital sin que despierte el rechazo generalizado de los damnificados, esa mayoría social que les dio el voto e incluso su consentimiento para que les arrebataran derechos y socorros públicos, gracias al engaño de la “sostenibilidad”.

No es difícil elaborar la lista de despropósitos contrarreformistas efectuados por este Gobierno. Al contrario, es fácil pero sumamente triste, porque afecta a las capas más vulnerables de la población, aquellas que dependen de un Estado eficiente que regule los mercados y frene los abusos que cometen, prestando aquellas ayudas que incentivan la igualdad de oportunidades y la justicia social. Contra todo ello arremete Mariano Rajoy con la excusa que le brinda la crisis.

Primero nos convence de que hemos pecado de vivir por encima de nuestras posibilidades para aplicarnos después la penitencia de los recortes y los ajustes que se ceban sobre las capas más desfavorecidas de la sociedad. Porque en vez de corregir la excesiva desregulación de los mercados, la falta de control del sistema financiero y la suicida subordinación de la política a los intereses económicos, como causas demostradas que generaron esta crisis, el Gobierno actúa justamente en dirección contraria: traslada a los ciudadanos la culpa de la crisis y les endosa el peso de las medidas para intentar solventarla, sin que los verdaderos culpables asuman su responsabilidad.

Así desaparecen de la vista los actores que nos han conducido a esta situación: un sistema financiero que, carente de todo control, se dedicó a una especulación desenfrenada que acabó provocando el endeudamiento de los Estados. Como resultado de una hábil prestidigitación, los bancos se convierten en destino de ingentes ayudas, a pesar de ser los causantes de este estropicio, y son los países los que deben pagar la factura, que se la descuentan a los ciudadanos. Para ello, se les acusa de derroches y despilfarros que pocas familias reconocen en su humilde proceder, dependiente casi en su totalidad de salarios laborales sin apenas capacidad de ahorro. Sin embargo, sobre ellos recae todo el peso de las medidas que el Gobierno implementa para presuntamente combatir la crisis.

Derechos laborales, cuyo reconocimiento costaron décadas de lucha, cárcel y muerte, son barridos del mapa por una “reforma” que entrega al empresario todo el poder para definir condiciones laborales, remuneraciones, cargas laborales y demás aspectos empresariales de forma unilateral y arbitraria, dotándolo de oportunidades legales para reducir plantillas, despedir empleados, reducir sueldos, flexibilizar las condiciones de contratación e, incluso, no atenerse a los convenios colectivos, junto a otras muchas ventajas que los exoneran de compartir sus beneficios con la sociedad mediante el derecho al trabajo. La consecuencia de todo ello es cada vez más paro, precariedad laboral, salarios de miseria y el empobrecimiento generalizado de la población, lo que agranda la exclusión social y empeora la brecha entre ricos y pobres. La tasa de pobreza laboral (personas cuyo sueldo apenas satisface sus necesidades básicas) ha pasado del 10,7 % en 2007 al 12,7 % en 2012.

Pero, por si no tener un trabajo digno no fuera suficiente, la contrarreforma que práctica este Gobierno también empeora las condiciones de vida de los españoles al poner trabas al acceso a la educación, a la sanidad, a la dependencia y las pensiones. Todo un cúmulo de ataques que reducen drásticamente las prestaciones que el Estado debía garantizar en forma de grandes servicios públicos, cuyo deterioro los predispone si no a la desaparición, sí a la privatización de todo o en parte de los mismos. Y todo ello gracias a la repetida “sostenibilidad” de un sistema que no está escaso de recursos, sino que se transfieren a la iniciativa privada, ávida de ocupar el espacio atendido por el sector público. Esa es la gran estrategia neoliberal del nuevo paradigma, que desvela Rosa María Artal en un artículo reciente: “propiciar el lucro ilimitado de unos pocos a costa de la gran mayoría (y) en idiotizar a la sociedad”2.

Si a todo lo anterior se le añade el retroceso que representa la “reforma” de la ley del aborto, que convierte en delito lo que era un derecho, el tutelaje moral de la acción política  y el comportamiento social por parte de la Conferencia Episcopal española, la supresión de las inversiones en la cultura, investigación y ciencia, excepto en los toros,  la eliminación de la atención médica a los inmigrantes y, en definitiva, toda la poda que se ha acometido en la red de protección de los ciudadanos, difícilmente no puede reconocerse que estamos sufriendo una evidente contrarreforma en España, no para prepararnos a vivir mejor, sino para transformarnos en una sociedad más desigual e injusta que nunca antes en democracia. Y todo en nombre de una crisis que ha proporcionado la “mejora relativa en los hogares más ricos y el drástico empeoramiento en los hogares más pobres”, según el último informe Foessa de 2013. ¿Es este el sentido de las “contrarreformas” del Gobierno?
 

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1: Estudio referido por Luis Ángel Hierro, Antonia Hierro y Pedro Atienza en su obra Los ciudadanos por encima de los mercados, Punto Rojo Libros, Sevilla, 2011, y citado por Antonio Papell en El futuro de la socialdemocracia, Ediciones Akal, Madrid, 2012.

2: Rosa María Artal, Nacer en el país equivocado de un mundo equivocado. Revista Cuadernos de eldiario.es, pág 27, verano, 2013.

domingo, 23 de junio de 2013

La `desnudez´del FMI

El Fondo Monetario Internacional (FMI), ese custodio del capitalismo mundial que simula sufrir arrebatos bipolares, de vez en cuando reconoce que se excede en sus exigencias de una austeridad que hunde en la miseria a países enteros, como Grecia, pero nunca abandona su intransigencia habitual con la que “recomienda” de manera imperativa medidas neoliberales en la economía. Nadie sabe a ciencia cierta si aquellas muestras de contrición son verdaderas porque no sirven para cambiar de criterio. Antes al contrario, nadie deja de seguir a pie juntillas sus canónicas recomendaciones de “ajustes” de las que dependen, en última instancia, los préstamos y los “avales” con los que los países endeudados pueden seguir endeudándose en el mercado financiero. Ese organismo que vela por la salud del capitalismo está desnudo de sensatez, pero sus seguidores lo tratan como si estuviera vestido de razón, sólo por ser poderoso, como en la fábula del rey desnudo de Hans Christian Andersen, en la que los necios mantienen el engaño y se acomodan a la mentira del “traje nuevo del emperador”.

En el último informe anual que realiza sobre la economía española, el FMI vuelve a pedir que los sueldos de los trabajadores en España deben bajar más, que se ha de “reducir el margen de interpretación judicial de los despidos”, a fin de que no sean los jueces los que determinen si una empresa tenía causas objetivas para despidos procedentes, y que las empresas con problemas puedan aplicar rebajas salariales por debajo del convenio colectivo, es decir, que se descuelguen incluso del convenio de cada sector. Para este organismo, cuyos errores sobre la situación económica son tan frecuentes como perjudiciales, se deben exigir mayores dosis de austeridad y endurecer una reforma laboral que considera ya fracasada. Pero no cambia de opinión, sino que insiste en unas recetas que se aplican exclusivamente a la fuerza del Trabajo, no a la del Capital.

A los analistas y voceros del FMI no les importa, ni parecen tenerlo en cuenta, que según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) las rentas del trabajo en el PIB se han reducido a favor de los beneficios empresariales de forma considerable, hasta el extremo de poder afirmarse que sólo los trabajadores están soportando los sacrificios que imponen con sus “recetas” la triada del FMI, Banco Central Europeo y la canciller alemana Angela Merkel.

Tampoco le importa al FMI que en la cuarta economía europea, que es España, los trabajadores sigan pagando, con la pérdida del empleo, las consecuencias de unas recomendaciones que siempre descansan en el abaratamiento del despido y la reducción de salarios.  Si siguiendo sus directrices, ejecutadas con una fidelidad enfermiza por parte del Gobierno de Mariano Rajoy, se han destruido 850.000 empleos más en el país con la mayor tasa de paro de Europa y se esperan otros 500.000 en este curso, causa pavor la terquedad de un organismo que parece insensible a la dramática situación a que conducen sus “recetas”. Tan ofuscado está en ellas que, incluso, es capaz de advertir que no se aproveche una esperada mejora económica como argumento para ralentizar el esfuerzo de reformas. Vamos, que ni cuando surjan los “brotes verdes” se recompense a los trabajadores de su haraquiri, un haraquiri que, en el mejor de los casos, reducirá la tasa de paro al 23 por ciento en 2018, según el propio FMI.

Y es que el FMI no sólo se equivoca, sino que lo hace adrede. Ellos saben que los salarios en España no son más altos que la media europea, y que ni han sido los causantes ni agravan la crisis económica. Es más, la comparativa de salarios mínimos europeos demuestra la verdadera posición que ocupa nuestro país en relación con las retribuciones de los trabajadores. Es fácil hacer la comparación porque la mayoría de países europeos disponen de un salario mínimo, fijado por ley o mediante acuerdo en convenio colectivo, que se computa en términos mensuales y, en ocasiones, en función de la edad. En España, el salario mínimo interprofesional es de 748,30 euros mensuales. Salvo Suiza o Italia, que no disponen de salario mínimo, en todos los demás países de Europa el salario mínimo oscila entre los 1.874 euros brutos de Luxemburgo y los 155 euros de Bulgaria. Aunque es la cuarta economía del continente, por encima de España se sitúan Luxemburgo, Bélgica, Holanda, Francia, Reino Unido y la “intervenida” Irlanda, todos con un salario mínimo por encima de 1.200 euros mensuales. Detrás de España están Grecia, Portugal, Polonia, Rumanía y Bulgaria, países donde más barato pagan a sus trabajadores, entre los 155 y 683 euros mensuales.

No parece, por tanto, que sean los salarios de los trabajadores los que mayores obstáculos supongan a la recuperación económica de España, a pesar de lo cual el FMI insiste en abaratar aún más las retribuciones laborales y en “facilitar” –me imagino que hasta hacerlo gratis- el despido. Nada dice, sin embargo, de las “ayudas” públicas a la banca ni de los salarios de los grandes ejecutivos y banqueros, cuyos sueldos están regulados por decisiones de los respectivos consejos de administración de las empresas. Es decir, ellos mismos se fijan sus retribuciones, las pólizas de seguro, las dietas, los gastos de representación, las cláusulas blindadas por despido y hasta las pensiones a cobrar cuando se jubilen, aparte de otros rendimientos monetarios o en especie. Estos son los actores de la llamada fuerza del Capital a la que el FMI defiende a capa y espada, deseando incluso que ni la justicia intervenga en los abusos que puedan cometer los empresarios a la hora de reducir plantillas con tal de no ver reducidos los beneficios de su inversión. La actitud de este organismo no es neutral ni equitativa con los trabajadores a la hora de ofrecer “recomendaciones” que son de obligado cumplimiento por los gobiernos que se someten a sus criterios. Por ello, porque no son neutrales y saben lo que quieren, estos adalides del neoliberalismo económico ven necesario abaratar aún más los costes laborales, “reformar” las pensiones, “adelgazar” la Administración y “ajustar” los gastos de los servicios públicos.

Buscan desmontar las viejas estructuras del Estado de Bienestar para erigir sociedades guiadas por la economía liberal, en las que la iniciativa privada satisfaga todas las necesidades de sus ciudadanos, sin espacio para lo público. Y si para conseguirlo hay que empobrecer a países enteros, pues se hace sin dudar. El Capital y sus detentadores están a buen recaudo de tales políticas, pues ya se guardan el FMI y demás guardianes del capitalismo de defenderlos. Ninguna de sus medidas afecta a los poderosos y pudientes, sólo a los trabajadores. Joaquín Estefanía, en su última columna, les recomienda recordar una frase de Keynes con la que criticaba la austeridad que se imponía a Alemania tras la I Guerra Mundial, publicada en su libro Las consecuencias económicas para la paz,: “Si nosotros aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de la Europa central, la venganza, no dudo en predecirlo, no tardará”.  Y luego vino lo que vino…

jueves, 20 de junio de 2013

Cada cosa que hagas

Como en la canción de The Police,.parece que Prism vigila todo lo que hacemos. No hay movimiento que no sea escrutado, cualquier suspiro escuchado y todas las comunicaciones catalogadas. Siempre nos están observando, siempre están al acecho de nuestra conducta, de nuestros actos y en alerta permanente ante nuestras intenciones. Ya no hay espacios a la intimidad, a la inviolabilidad de la correspondencia y a la privacidad de las personas. La red es una maraña de ojos y oídos que penetran los hogares para espiar cuánto hacemos y analizar lo que somos. Como canta Sting, están observándonos, pero esta vez sin ningún romanticismo melodioso, sino como meros sospechosos de transitar Internet.

martes, 18 de junio de 2013

El gran ojo de Prism


Por si alguno lo consideraba aun una exageración, ha venido Snowen a confirmarlo: Internet nos espía. Nada hay más vulnerable que utilizar esa red omnipresente que nos tiene atrapados, para casi todo, entre sus conexiones y circuitos electrónicos. Todo queda registrado, todo deja un rastro y todo es analizado en forma de datos que sirven tanto para conocer con precisión milimétrica nuestros gustos, nuestros intereses, nuestra opinión  y nuestra identidad, como para inducirnos, atraernos, conducirnos o manipularnos con invisible pero poderosa facilidad.

Un gigantesco programa de espionaje de las comunicaciones, que rastrea los servidores de las compañías que aglutinan a la mayoría de las redes sociales para espiar a los usuarios, ha sido desvelado por uno de los técnicos que participaba de las escuchas, Edward Snowen, un informático de 29 años que trabajaba para la CIA. Se trata de Prism, una estructura capaz de interceptarlo casi todo, puesta en marcha por la agencia norteamericana NSA (Agencia de Seguridad Nacional), No es una intrusión ilegal, sino  un instrumento que la justicia norteamericana autorizó para la lucha contra el terrorismo. Lo espeluznante es que, no sólo han sido espiados los ciudadanos de aquel país, sino los de todo el mundo, gracias a la concentración e interrelación de redes y servidores que monopolizan las comunicaciones en internet.

Las compañías más importantes de informática y las empresas que facilitan la mayoría de los contenidos y servicios de internet, como Micropsoft (Hotmail y Skype), Google (Gmail, G+, Youtube, Google Maps, etc.), Faceboook, Yahoo, AOL,  Apple, Paltalk y otras, deben proporcionar datos sobre los emails, chats, vídeos, fotos, archivos compartidos, videoconferencias, posiciones de GPS, llamadas a través de internet y cuanta actividad se desarrolle en las redes sociales que ellas administran. En principio, la legislación estadounidense obliga a estas empresas a facilitar dicha información a requerimiento de un juez, pero en la práctica el programa Prism accede permanentemente a esos servidores para espiar a los usuarios en tiempo real, sin ninguna orden judicial previa. Es más, según The New York Times, estas empresas se involucraron activamente en las prácticas de escrutinio de la red, hasta el extremo de que Google y Facebook llegaron a crear plataformas específicas para agilizar el proceso.

Esta denuncia ha puesto en un serio aprieto al presidente de EE UU, Barack Obama, quien no ha tenido más remedio que reconocer la existencia de ese control masivo de las comunicaciones en Internet. Incluso ha asegurado que “el espionaje masivo es crucial en la guerra contra el terror”, excusándose en que “no se puede tener un 100 % de seguridad y también un 100 % de privacidad y ningún inconveniente”. Estas declaraciones quedan lejos de las que el mismo Obama, siendo senador, mantenía contra  la Patriot Act del Gobierno de George W. Bush por plantear “una elección falsa entre las libertades que valoramos y la protección que nos ofrece”.

Y es que lo que parecía una neurosis de los que ven conspiraciones por todos lados se ha convertido en una realidad, en la patente demostración de la existencia de una trama  de control y espionaje de todos los usuarios de Internet. De esta manera, los gobiernos y toda una miríada red de agencias de inteligencia y espías cibernéticos, sin contar los hackers que pululan a su libre albedrío, vigilan nuestros rastros digitales por la red y saben más de nosotros que nosotros mismos. Ello nos obliga a enfrentarnos al eterno dilema hobbesiano entre libertad y seguridad, convencidos de que, puesto que no hay libertad sin seguridad, sacrificaremos aquella en nombre de ésta. Justo lo que desean los que impulsan programas como Prism para acceder a la intimidad sobre la que descansa nuestra libertad individual y considerarnos presuntos sospechosos de actividades potencialmente delictivas.

La gran paradoja es que nos vigilan y controlan con las mismas tecnologías que nos sirven para denunciar injusticias y opresiones en el mundo y con las que creíamos que acabaríamos con las opacidades y la falta de información de los regímenes más autoritarios, cuando en realidad dependemos de unas pocas empresas que son fácilmente coaccionadas y penetradas por el Poder, a través de esa misma Patriot Act que “prohibe a cualquier individuo u organización revelar que ha entregado datos al Gobierno federal” ni antes, durante o después de una investigación. Nada pueden decir sin quebrar la ley. Ni nada podemos hacer cuando revelamos con tanta ingenuidad nuestra intimidad por la red. Quedan advertidos.

sábado, 15 de junio de 2013

Dos años del tsunami

Hace dos años, un gran terremoto, cuyo epicentro se localizaba en el Océano Pacífico, a 130 km, de la costa, provocaba un tsunami que arrasaría el Este de Japón, en marzo de 2011. Las imágenes de la catástrofe dieron la vuelta a un mundo conmocionado por la magnitud de un desastre que dejó 15.845 personas muertas, 3.380 desaparecidas y más de 5.000 heridos. Era el terremoto más potente de los sufridos por Japón, de una intensidad de 9.0 Mw, lo que explica el tsunami posterior, con olas de hasta 10 metros, que barrieron la costa este del país, arrastrando cuánto encontraban a su paso, a medida que se adentraban en la tierra.

Hoy, en la Casa de la Provincia de Sevilla, pueden contemplarse las fotografías de prensa tomadas de aquella tragedia, de los cuantiosos daños producidos y, sobre todo, del tesón de un pueblo laborioso, educado y dispuesto a superar el golpe con ese tesón silencioso que caracteriza a Japón. Son imágenes impactantes, no por mostrar el aspecto morboso del dolor, sino simplemente por esa pulcritud sentimental con que refleja los daños enormes de una calamidad de la naturaleza y el esfuerzo ímprobo que realiza el pueblo japonés para retornar a la normalidad. Un denodado ejercicio de voluntad para vencer las adversidades y permanecer de pie, como ese árbol superviviente del tsunami, que tan bellamente representa la esperanza. No se la pierdan.

viernes, 14 de junio de 2013

Un día para donar


Hoy se celebra el Día Mundial del Donante de Sangre. Como todas estas efemérides, lo que determina la existencia de un día así es la carencia de una conciencia plena entre la población sobre la necesidad de contribuir individualmente con la satisfacción de las demandas de sangre de toda la sociedad. Es decir, se celebra este día porque todavía no hay donantes suficientes para atender el consumo que la medicina hace de la sangre como un producto de uso cotidiano y masivo en los hospitales.

Aun existen miedos e infundíos acerca de la donación de sangre. También mucha ignorancia. Todos estos obstáculos que impiden la generalización de una conducta favorable a la donación, basada en un conocimiento cabal del asunto,  han de ser removidos por las autoridades sanitarias y los poderes públicos. Hace falta, no un Día de la Donación de Sangre, sino muchas campañas de divulgación y educación acerca de la imprescindible participación social en la solución de este problema. Un problema que está generado por la procedencia exclusivamente humana de la sangre.  Aunque no lo parezca, una parte considerable de la población cree que la sangre se consigue con la misma facilidad que se adquiere cualquier medicamento: es sólo cuestión de dinero para comprarlo.

Otros piensan que la extracción de sangre les perjudicará o que se abusará de ellos para conseguir mayor cantidad. Hay incluso quien teme ser contagiado de alguna enfermedad por el hecho de donar. Todos estos recelos nacen del desconocimiento sobre lo que en realidad es la donación de sangre. Y se hace poco para desterrar una desinformación que está muy extendida entre capas amplias de la ciudadanía.  Aún así, hay un número importante, pero minoritario, de personas que donan sangre de forma más o menos regular. Sobre ellos descansa el abastecimiento de una sustancia biológica de la que disfruta, en caso de necesitarla, la sociedad en su conjunto. Y resulta de justicia que, al menos como gratitud, se conmemore un día en honor de los donantes. Pero es insuficiente.

Hay que asumir de raíz la solución de este problema. Los responsables sanitarios en nuestro país consideran erróneamente que ya han adoptado las medidas oportunas para abordarlo con la creación de los centros de transfusión. Sin embargo, aunque estos centros supusieron un importante avance en la profesionalización de la donación respecto a las antiguas hermandades de donantes, apenas disponen de recursos para la concienciación ciudadana. Más que promoción lo que hacen es gestión de colectas, muchas de las cuales siguen dependiendo de unos colaboradores voluntarios procedentes de las antiguas hermandades. Y en esta época de recortes y ajustes presupuestarios, la situación se agrava porque los administradores tienden a eliminar gastos en divulgación y publicidad  antes que de la partida de reactivos u otro material de laboratorio.

Pero, sin gente dispuesta a donar, no hay sangre. E instalar la voluntad y el convencimiento de la donación en las personas requiere de una concienciación previa, constante y extensa. Requiere campañas de información y programas de educación que expliquen sobre todo a los más jóvenes la conveniencia de la donación como un hábito arraigado en nuestras conductas. En aquellos lugares o en los colectivos que así lo han asimilado es donde no se produce la terrible experiencia de la escasez de sangre. Han solucionado este problema de la única manera posible, adquiriendo la costumbre de donar de forma periódica.

Por ello, mientras nos limitemos a conmemorar un Día del Donante, la sangre seguirá siendo un bien escaso que obligará a realizar llamamientos angustiosos para contrarrestar esos períodos, como este del verano, en que las neveras de los hospitales no dispondrán de las reservas necesarias para afrontar todas las indicaciones transfusionales que puedan presentarse. Un riesgo innecesario con el que nos jugamos la vida a la ruleta rusa: a ver a quién le toca. Es triste aguardar a sufrir una experiencia de esta naturaleza para valorar la importancia de la donación, cuando con información y campañas divulgativas podría lograrse el convencimiento de la gente.

Está muy bien celebrar el Día del Donante, pero confío que el interés de las autoridades sanitarias no se limite a dar diplomas y medallas a los que ya están convencidos de donar, sino que de verdad inviertan en la única manera de concienciar a la población acerca de la perentoriedad de la donación: fomentándola como un valor que se adquiere a través de la educación y la información clara, precisa y veraz, no con simples campañas esporádicas de autobombo que resultan invisibles a los ajenos a la donación, precisamente el ingente grupo de personas a los que nos deberíamos dirigir para conseguir su participación.

jueves, 13 de junio de 2013

'Qué asco!


Hay días en que el hedor se hace insoportable en la porqueriza donde nos revolcamos creyendo habitar el primer mundo. Son días en los que percibimos con claridad que lo que parecían baños de lodo son, en realidad, inmundicias que nos cubren hasta las cejas. Entonces apreciamos el mal olor que desprende este ambiente putrefacto y hediondo que hace imposible respirar sin riesgo de asfixia. Un asco horrible hace retorcer el gesto, arrugar la nariz y hasta cerrar los ojos por las náuseas que provocan tantos detritos.

Una palada más de estiércol, de las que dan cuenta los medios de comunicación, hace que descubras que has caído en el interior de una letrina y que nada de lo que te rodea está limpio. Ni siquiera tú mismo. Por mucho que busques algún asidero no manchado para escapar, solo encuentras excrementos y residuos descompuestos de materia que hace tiempo dejó de ser salubre. Y te horrorizas que esta contaminación no haga más que crecer y extenderse por todo el horizonte al que alcanzan tus ojos.

Constantemente ves llenar con más porquería esta pocilga. Al principio creías que una escasa cantidad de basura apenas alteraría el equilibrio del entorno y serviría incluso de abono para nutrir el terreno. Pero el volumen ha ido incrementándose desmesuradamente hasta el extremo de invadirlo todo. Ya nada se libra de estar asquerosamente contaminado.

De granos aislados en la política, se ha pasado a una interminable lista de focos purulentos de corrupción cuyos nombres no hacen más que desvelar que ningún ámbito público queda indemne de este deterioro generalizado. Gürtel, pokémon, brugal, bárcenas, eres, malaya, fabra, palma arena, campeón, palau, etc., responden a denominaciones policiales que cuestan trabajo memorizar y contextualizar antes de que la actualidad añada otras más, como una epidemia, al vertedero.

El nivel de podredumbre alcanza cotas inimaginables y consideradas sagradas. Ya no es un yerno del Rey el que ha caído en esta cloaca donde le abandonan hasta las ratas que lo acompañaron cuando se paseaba con aires aristocráticos por las alcantarillas, sino primas de sangre del monarca, de abolengo borbón-dos sicilias, las que se ensucian en el fango del blanqueo de capitales y no hallan reparos en el trato con redes chinas que trafican con capitales y otras mierdas parecidas. Habrá que ver si el que porta una corona tan mancillada es capaz de volver a entonar “perdón, mi familia es la monda” a través de algún plumilla al servicio real, en horario prime time, es decir, cuando emiten violencia o cotilleo en horario infantil, en la Telenarcoticón Española (TNE), antes TVE.

Y es que si en la cumbre cuecen habas, en las laderas apesta a cocido de coliflores hasta lontananza. Así no hay manera de quitarse las mascarillas. Porque resulta que Hacienda, esa que escruta tus miserables ahorros en cualquier Caja de las que te pegan el timo de la estampita con las preferentes y otras estafas, no sólo es ciega, sorda, muda, manca y coja con los pudientes, sino que además es sumamente benevolente con los grandes acaudalados para que, previa amnistía hecha a medida, puedan retornar parte del dinero evadido de esos paraísos fiscales que ni dios investiga. Fortunas que se relacionan con poderosos e intocables de nobles apellidos, esos que figuran en la lista de los grandes defraudadores fiscales de la historia que se agenció el osado informático Hervé Falciani en el banco suizo HSBC, entre los que figuran 1.800 exquisitos compatriotas de la política, la economía, las finanzas, los negocios, las artes y de todo lo que huele a podrido en este país.

Son los mismos que no sólo se pasan por el forro las normas que dictan para los demás, sino que se permiten “olvidar” el decoro y la sensibilidad para con los “tiesos”. Como esa excelentísima personalidad del Estado, todo un presidente del Senado, que afirma solemnemente ante un juez desconocer –él, que debe intervenir en los procedimientos para la elaboración y aprobación de leyes- que no sabía que debiera declarar el “préstamo” que le facilitó su propio partido (como consta en los “papeles” de la mayor trama de corrupción que afecta al partido del Gobierno) en unas condiciones que ni mi padre aceptaría, si yo se lo pidiera. Mejor te regalo el dinero, sería su respuesta. Claro que ni mi padre tiene dinero para prestar ni jamás lo tendrá: pertenece a esa horda de harapientos que se mueren antes que robar un céntimo a nadie. Por eso no pudo aspirar nunca a ser tesorero de estas bandas de alí babás del erario público en que se han convertido los partidos políticos, y prefirió ser maestro y luego médico. Algo poco cotizado en la cloaca, donde los chavales se quedan sin becas ni erasmus que puedan facilitarles los estudios, si no eres un junior de asquerosos apellidos, como los que figuran en la famosa lista de golfos. Por ello hay toda una desbandada hacia la “movilidad exterior” y una auténtica fuga de cerebros de una juventud que confiábamos pudiera emanciparse de este fangal. El porquero Wert ya se había encargado de impedir que la educación estuviera al alcance de los desclasados. Y  Falciani, a la cárcel, por traidor y tonto: ¡mira que refugiarse en España!

Sería interesante escuchar el diálogo que podrían entablar ese informático que desenmascara la identidad secreta de los ricos y los banqueros que, como el expresidente de Caja Madrid, Miguel Blesa, acaban ¡por fin! con sus huesos en la cárcel por chorizos. Sería interesante ver cómo defienden uno y otros sus conductas enmarcadas entre el latrocinio y el saqueo de información mercantil: como un duelo entre pillos. Y es que la banca, como la política, está de caca hasta las cajas fuertes. Como a los jueces les dé por aplicar el código penal a los chanchullos de los que se lucra, no habrá prisiones para meter a tanto banquero apestoso. Ojalá llegue el día en que los desahucios sean en dirección opuesta, para desalojar a quienes nos han metido de lleno en una crisis con la que nos están negando la educación, la sanidad y las pensiones para que los “nadie” paguen los platos rotos.

La “marca” España está escrita con la tinta fecal de todas estas porquerías con las que convivimos como cerdos. Hasta los ídolos del deporte y la cultura caen en la tentación de engañar cuánto pueden, a veces con el dopaje, a veces con el dinero. Si no, que se lo pregunten hoy a Messi, ayer a Teddy Bautista y antes a Lola Flores. La mierda lo abarca todo.

Y para que no se nos ocurra exigir limpieza y justicia, la charca se convierte en un Estado policial, en el que las porras y las pelotas de goma te mantienen quietecito en tu sitio. El Gran Mojón te vigila, hermano, como otro ingenuo, harto de colaborar, se ha atrevido a denunciar. Movido por escrúpulos tardíos, como aquel informático de la banca, un exempleado de la CIA, Edward Snowden pone al descubierto la colosal maquinaria secreta de Estados Unidos para espiar todo lo que circula por Internet, incluidas las comunicaciones y los correos electrónicos en el mundo entero. Esa vigilancia de nuestra intimidad es la última palada de suciedad que faltaba para que rebosara el pozo inmundo en el que nos refocilamos entre desechos. Desechos de nuestros derechos, de nuestras libertades y de nuestra dignidad.
 
Otra vez los jueces, para acabar, son los que levantan la voz para criticar que la Casa Real, donde cuecen habas, goce de mayor protección que el honor. No sé de qué se extrañan porque siempre ha sido así en la historia. Los reyes, desde los egipcios hasta nuestros días, son los representantes directos de los dioses. Ellos enlazan la pocilga con el cielo. ¡Qué asco!

lunes, 10 de junio de 2013

¡Maldito lunes bendito!

En sólo un santiamén el fin de semana se esfuma y emerge el lunes que nunca es bien recibido. Toda la semana se pasa uno deseando desprenderse del reloj cuando de inmediato suena con estruendo el despertador para recordar que el fatídico lunes ya ha llegado. Por mucho que se intente aprovechar los descansos, el cansancio te hunde en la cama sin que hayas podido aliviarlo. Conforme se agotan los meses del calendario, cada lunes se torna más escarpado e inaccesible, como un muro infranqueable, que quebranta progresivamente la voluntad de sortearlo y te convence de la inutilidad del esfuerzo. No dejas nunca de maldecirlo hasta que descubres que peor sería que su esencia fronteriza no existiera y todos los días fueran iguales o, simplemente, que ya no hubiera lugar a ningún día más. ¡Maldito lunes bendito!

sábado, 8 de junio de 2013

Aborto y fundamentalismo

Afortunadamente, una cesárea “in extremis”, a las 27 semanas de gestación, dio fin a un embarazo que no sólo iba a resultar inviable -por incubar un feto sin cerebro y, por tanto, sin ninguna posibilidad de supervivencia-, sino que representaba un grave riesgo para la madre, una mujer joven afectada de lupus y problemas renales. Sin embargo, una legislación sumamente restrictiva le impedía abortar bajo ningún supuesto, por estar expresamente prohibido en la Constitución y ser castigado con penas de cárcel. Esta irracional situación ha traspasado fronteras y ha despertado el interés y la solidaridad del mundo entero. Pero no se ha resuelto.

Hasta llegar a la cesárea (que no es un aborto, sino un parto), Beatriz tuvo que batallar legalmente ante las máximas instancias judiciales de su país, El Salvador, en busca de amparo ante la Corte Constitucional y la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para que le permitieran abortar a causa del peligro que suponía para su vida ese embarazo, según habían advertido sus médicos. A pesar de tales recomendaciones, los médicos tampoco podían hacer nada y menos aún practicar un aborto terapéutico pues la misma ley que penaliza la interrupción del embarazo también castiga con cárcel al facultativo que lleve a cabo tal intervención, aunque sea para salvar la vida de una madre.

Dos meses tuvo que aguardar Beatriz para conocer el fallo del Alto Tribunal, consistente en rechazar la solicitud por ser contraria a la Constitución. Y es que en El Salvador, un país de centroamérica, está prohibido abortar bajo ningún concepto y la Carta Magna así lo recoge en su articulado. Dos meses en los que el embarazo siguió su curso y agravaba el estado de salud de la madre. La instancia judicial continental a la que también había recurrido, la CIDH, concedió el último día de mayo pasado el amparo solicitado, exigiendo además a El Salvador que aceptara el cumplimiento del tratamiento médico recomendado de interrumpir el embarazo. Toda una batalla legal para permitir un acto médico que debería situarse por encima de consideraciones morales y que, por suerte para la desgraciada mujer, la naturaleza se encargó de resolver.

Beatriz, ingresada durante ocho semanas en un hospital por las complicaciones de su embarazo, empezó con contracciones y hubo necesidad de practicarle una cesárea para facilitar el alumbramiento. El niño nació con la anencefalia (sin cerebro y, por tanto, sin el mínimo soporte neurológico-estructural para la vida) ya diagnosticada y sólo sobrevivió cinco horas. Los médicos creen que no sufrió por la ausencia del hipotálamo, pero se sometió a un tormento indescriptible a la madre por consideraciones legales basadas en fundamentalismos morales y creencias personales que en nada deberían haber condicionado la actuación de la ciencia médica.

Es esa intransigencia fundamentalista la que ejerce una crueldad inhumana de carácter criminal al imponer su criterio –muy respetable en el ámbito individual- al conjunto de la sociedad mediante leyes irracionales que pretenden tutelar el comportamiento de los ciudadanos basándose en cuestiones religiosas. Salvo los médicos, nadie atendió los requerimientos de una madre en grave peligro vital ni hizo nada para que prevaleciera su derecho a vivir. Antes al contrario, tanto ella como los profesionales sanitarios que la atendieron, sufrieron enormes presiones de los sectores más ultraconservadores, de las organizaciones antiabortistas y de la Conferencia Episcopal de El Salvador, que se oponían radicalmente a que se interrumpiera el embarazo, aunque fuera para salvarle la vida. En todas las misas de domingo, por ejemplo, la Conferencia lanzó una campaña para que se sermoneara sobre el derecho a la vida y sobre el –supuesto- respeto a los derechos humanos que decía defender la Iglesia salvadoreña. Preferían muerto a un adulto nacido que malograr la improbable existencia de uno por nacer. Puro fundamentalismo.

Confunden lo legal, lo científico y lo moral, planos que ya se encargó de aclarar Juan Masiá Clavel, sacerdote jesuita y profesor de bioética de la Universidad católica Sophia, de Tokio, y tratan al conjunto de la población cual menores de edad que participan de su misma ignorancia. Una despenalización legal del aborto (de la que España precisamente hace renuncia movida por idéntico fundamentalismo) no significa una justificación moral del mismo ni una definición científica del momento en que se inicia una nueva vida, sino que determina el área de protección de un bien jurídico. Pero, para los creyentes, pecado y delito es lo mismo, y presionan a los gobiernos para que  impongan mediante leyes esa aberración conceptual al conjunto social, sin respetar opiniones disientes ni la laicidad del Estado.

Y en una clara actitud hipócrita, esos sectores fundamentalistas que pregonan la defensa de la vida del nasciturus, no muestran semejante apoyo a leyes que ahora se recortan o eliminan por motivos contables y de las que dependen la crianza, sanidad y educación de niños con malformaciones o abandonados, familias en riesgo de exclusión, etc. Incluso, en el colmo de la contradicción, manifiestan su simpatía por la pena capital en determinados delitos francamente abominables. Y es que, más que abanderar una actitud moral, están intentado imponer criterios ideológicos.

Detrás de Beatriz en El Salvador –y en otros lugares del mundo- hay millones de mujeres en situaciones parecidas, a las que se les hace sufrir y arriesgar la vida por fundamentalismos morales que cercenan la libertad de las personas, coaccionan la actuación de la ciencia y obstaculizan la independencia y neutralidad de las leyes, todo ello en detrimento de los más desfavorecidos y desafortunados. Porque, como reconoce Sara García, la psicóloga que ha asistido a Beatriz, “las ricas abortan, las pobres se desangran”. Un problema sin resolver. La ley sigue prohibiendo abortar en El Salvador y próximamente lo hará muy restrictivo en España. Puro fundamentalismo globalizado.

miércoles, 5 de junio de 2013

Mi amante


He tenido en la vida una amante a la que siempre he tratado con la desconsideración de recurrir a ella como alternativa o escapatoria de mis deberes u obligaciones principales. Ha sido una amante que nunca ha estado conforme con ese papel secundario al que la relegaba una situación que no permitía más orden que el formalmente establecido. Con todo, me ha acompañado toda la vida confiando convertirse en parte de ese orden regulado por los convencionalismos que determinan lo normal y lo anormal en cualquier comportamiento. Mi amante ha sido, empero, sumamente paciente y generosa ante las renuncias de las que ha sido objeto cuando yo hacía prevalecer la esperada formalidad del proceder serio y cabal, aquel que no se rige por aventuras veleidosas sino por la rectitud de lo correcto. La infidelidad para con éste no garantiza ni satisface las expectativas con aquellas, por mucho que uno intente compaginarlas con una doble vida en la que, al final, se engaña uno mismo.

En cualquier caso, mi amante me ha hecho disfrutar muchas veces del placer de acariciar lo que no estaba a mi alcance o no me pertenecía, pero me era muy apetecido. Y aunque constantemente la he preferido a cualquier otra cosa, nunca pude corresponderle con la entrega y la dedicación que me reclamaba. Unas veces por miedo, otras por cobardía y todas por esa comodidad egoísta que opta por lo seguro y asequible, sin sacrificios ni esfuerzos. Es una posición conformista que no te libra de estar a disgusto, a la par, con esas obligaciones que apenas satisfacen y con lo que anhelas prohibido, pero no te aventuras conseguir.

De alguna forma, así podría resumirse mi vida. Me he afanado en ella por alcanzar lo posible, aunque no me gustara, en respuesta a las obligaciones que se me exigían, pero sin dejar nunca de desear con pasión lo que de verdad me atraía, que era la compañía de esa amante que congeniaba con mis aspiraciones más íntimas. Si el deber me hacía transitar el camino de la rectitud, ella me encendía la ilusión ensoñadora que conducía a una utopía de la felicidad. Ahí radica precisamente la embriagadora seducción de toda amante: alimentar los sueños de una fantasía que la mayoría de los mortales albergamos en lo más recóndito del ser.

Ya desde los primeros estadios de mi adolescencia había intuido su presencia, cuando pergeñaba unas hojas en blanco con solemnes parrafadas que jamás concluían el proyecto de pomposo título: la obra de mi vida. Y es que mi amante fue siempre la escritura, el ímpetu por escribir. Pero ella se portaba como una amante sumamente exigente que sólo se entregaba cuando me doblegaba a sus demandas. Por ese motivo, nuestra relación, tan extensa como mi propia existencia, se ha visto interrumpida por alejamientos y reencuentros sucesivos. Exigía leer con asiduidad, cuando la lectura representaba para mí un esfuerzo esporádico hasta que la madurez lo convertiría en el placer cotidiano que aun perdura. Exigía el dominio de la gramática, cuando mis aptitudes me hacían despuntar por la ciencia o la técnica antes que por las humanidades, que me parecían un rollo. A pesar de desearla tanto, no era yo el mejor de los pretendientes que consentían sus reclamos y respondían a sus zalamerías.

No obstante, su dulce veneno ya me había sido inoculado y surtiría efectos a lo largo del tiempo. Me aficioné a leer la prensa, en parte contagiado por una costumbre paterna, y en parte por el afán de adquirir las habilidades narrativas del reportero y las destrezas de un editor. No era infrecuente, en aquel remoto paisaje de mi juventud, que me entretuviese en descomponer un reportaje periodístico para volverlo a componer a mi antojo sobre unos folios reescritos a máquina, en especial si versaba sobre astronomía o astronáutica, asuntos de mi predilección.

Así fue como, paulatinamente, me impuse la firme voluntad de terminar los libros que me costaba esfuerzo leer hasta el punto final, a pesar de que los iniciara con verdadera curiosidad. También es verdad que tampoco leía novelas, sino ensayos que mi tendencia por la ciencia hacía interesantes. Tótem y tabú, de Freud, El mono desnudo, de Morris, y otros por el estilo fueron de los primeros libros absorbidos con sorprendente deleite. La prensa diaria y los libros pronto hicieron despertar el interés por la política y hasta por la filosofía, dentro de lo que cabe esperar en un adolescente que estaba a punto de comenzar sus estudios universitarios. Archipiélago Gulag, de Soljenitsin, es muestra de ese esfuerzo lector que a finales del bachillerato ya me dominaba, junto a El miedo a la libertad y El arte de amar, ambos de Fromm, o El lobo estepario, de Hesse, El rayo que no cesa, de Miguel Hernández e, incluso, La penetración americana en España, de Vázquez Montalbán. Esta parte, digamos “académica” a que me obligaba mi amante, era compartida con la afición por los platillos volantes. Más que creer en extraterrestres, la “ufología” me permitía dar satisfacción a esa querida que me impulsaba a redactar noticias, escribir artículos y confeccionar un boletín con el que ensayaba los rudimentos del arte de la edición y la impresión, eso sí, de manera bastante artesanal y autodidacta. También me hacía estar al día en la lectura de las últimas novedades: El retorno de los brujos, de Pauwels y Bergier, Pasaporte a Magonia, de Valle, Platillos volantes… aquí y ahora, de Edwards, y la “biblia” que todo estudioso español debía poseer: Un caso perfecto, de Ribera y Farriols. En un arrebato de osadía, me permitía incluso enviar cartas a la prensa y hasta proponer al periodista Carlos Murciano la conveniencia de entrevistar a un investigador sevillano, que consideraba referente en tales misterios, para que lo incluyera en los reportajes “Entrevistas en 4 capítulos” que publicaba en el diario ABC de Sevilla (enero 1973) y que dieron lugar al libro “Algo flota sobre el mundo”.

Superado ese sarampión de los OVNIs, no cejé en perseguí a mi amante por aquellas esquinas donde solíamos encontrarnos: las de la política. Poseer conciencia política, en plena dictadura, no era descabellado, aunque sí arriesgado. Precisaba la necesidad de la discreción, actitud que  compartía con mi amante. Tampoco es que yo fuera un activista que corriera delante de los caballos, sino un precoz e impertinente lector que, ya por entonces, estaba suscrito a varios semanarios de actualidad que intercambiaba por otros que recibían amigos de idéntica inquietud: Cambio16, Triunfo y Cuadernos para el Diálogo (estos últimos aun los conservo encuadernados), además de las de humor que adquiría en los kioscos, La codorniz, Hermano lobo y Por favor.

Es así como mi amante me fue atrapando con los fuertes lazos de la seducción y me mantenía embelesado con los encantos que me mostraba en esos ratos fugaces con lo prohibido. Pude haberle sido sincero y reconocerle que nunca abandonaría mis obligaciones por ella, pero no tuve arrestos para decepcionarla. Continué prometiéndole un futuro compartido que nunca llegaría. Y mientras aguardaba que cumpliera mis promesas por la escritura, me matriculé en Enfermería como estaba indicado en un hijo de médico, anteriormente maestro, que no acababa de sentar cabeza y de afrontar sus obligaciones de futuro. Nada más lejos de mis inclinaciones que dedicarme a cuidar enfermos, curar heridas y poner inyecciones. Pero, no siendo capaz de estudiar medicina, al menos sería un sanitario de menor rango, pero sanitario. Las circunstancias de esta decisión son complejas y diversas, y todas estaban generadas por los imperativos del deber y la sensatez. Ellas fueron las que me alejaron de mi amante durante muchos años. Entre otros motivos, porque podía ser acomodaticio, pero conservaba la dignidad, que es lo me hizo suplir con espíritu perfeccionista lo que en absoluto era de mi agrado. No me gustaba ser enfermero, pero más insoportable resultaba ser un mal enfermero, por lo que procuré, al menos, ser un honesto profesional. Aún así, no la olvidaba.

Durante ese tiempo de formación y ejercicio profesional, mi amante estuvo desplazada a furtivos encuentros en los libros, las revistas y los periódicos. Esporádicamente, mantendríamos apasionadas citas en artículos de boletines corporativos (como aquel trabajo sobre “punción arterial” publicado en Hygia, revista científica del Colegio de Enfermería de Sevilla, en el año 1989, y al que siguieron otros en el transcurso del tiempo), en las cartas al director de la prensa o en la edición de libelos clandestinos en el hospital donde trabajaba. Cada vez que la llamaba, ella acudía a mi encuentro con el ingenuo convencimiento de estar aproximándose el momento de formalizar nuestra relación. Pero nunca fui capaz de ello, ni tan siquiera de proponérselo.

Se dieron, en cambio, períodos de plácida aceptación de esta extraña situación que nos mantenía unidos y que hicieron florecer una sincera confianza. Eran aquellos en los que parecía compatible y hasta beneficioso el deber con el placer, la obligación con la afición, para que pudiera acceder a un puesto técnico en el que debía encargarme, entre otros cometidos, de escribir. Sería el responsable de los folletos, la publicidad, el texto de agendas, los artículos divulgativos y las publicaciones de todo tipo que propusiera quien fuera seleccionado precisamente por tener esa amante que inspiraba su trabajo y daba alas a su imaginación. Libros como “Donar tiene su historia, creencias y ciencia  en la donación de sangre” o “Sangre de tu sangre” (en colaboración), editados ambos por el Centro Regional de Transfusión Sanguínea de Sevilla, son frutos de esa relación intensa y fecunda con mi amante la escritura, que me permitió además una prolífica actividad en charlas, conferencias, campañas periodísticas y de promoción sanitaria, etc. Pero nada de ello jamás satisfizo a mi amante completamente, pues para ella todo era poco, nada era para siempre y la atención que le dedicaba no era total. Cuando hube de retornar a mis obligaciones enfermeras, nuestro concubinato pareció marchitarse. Fue entonces cuando más la eché de menos.

La buscaba como un animal encelado a través de libros que devoraba sin parar y en cuentos que escribía con la sesgada intención de reconquistarla. A veces presentía su presencia invisible cuando me enfrascaba en elaborar ficción, como “Diógena”, “El clavo”, “La crecida”, “La bicicleta roja” y otras con las que intentaba reconstruir la relación de la que surgió “Atropellado”, un relato publicado en el periódico El Correo de Andalucía, allá por la friolera de 1990. Estaba poseído por una locura de amor que me haría zambullir en la redacción de decenas de microrrelatos, en minúsculas historias hospitalarias y, una vez más, en la pretenciosa narración por fragmentos de mis vicisitudes infantiles en el Caribe. Leía y escribía, pero nada me reconciliaba con una amante despechada que me abandonó justo cuando más la necesitaba y mayores muestras de devoción le dispensaba. Incluso me matriculé en una escuela de escritores que sólo me sirvió para reavivar su recuerdo y añorar los felices momentos que disfruté en su compañía. Estaba claro que la escritura era mi pasión y la causa de mis desvelos e infidelidades. Me había pasado toda la vida simulando ser una persona volcada en su profesión cuando en realidad aspiraba a la quimera de la escritura, a esa fantasía de plasmar en páginas lo que la imaginación moldea con lo real y lo irreal para construir un nuevo mundo u ofrecer una visión particular de este.

Con mil libros acumulados en las estanterías y cientos de folios emborronados por los cajones,  finalmente he logrado una especie de compromiso con el que he conseguido recuperar a mi amante, sin tener que renunciar a mis obligaciones formales. Cercano al epílogo vital de mi existencia, volví a la universidad para estudiar lo que siempre había deseado y nunca hubiera soñado posible. Ya sin las urgencias ni las prioridades de lo aconsejable y lo práctico, cursé una carrera de periodismo que me despojó del temor y el pudor que me impedían reconocer abiertamente, a la vista de todo el mundo, la existencia de ese amor que siempre he profesado a la escritura. Ahora convivimos en armonía, respetando el espacio y el tiempo de cada cual. Puedo participar con periódicas colaboraciones en medios informativos digitales y dar rienda suelta a múltiples proyectos literarios. Aun así, mi amante sigue siendo extremadamente exigente en su ambición por centralizar toda mi atención, hasta el extremo de pretender acaparar todo mi tiempo libre. Sólo consigo calmarla, que no satisfacerla, gracias a este blog de virtudes ansiolíticas con el que intento corresponder su entrega, escribiendo casi a diario. Pero soy feliz.

sábado, 1 de junio de 2013

Obsesiones de Junio


Ayer celebrábamos el comienzo del año y hoy saludamos ya haber recorrido su mitad con este junio que aparece en el calendario. La velocidad es de vértigo si miramos por el retrovisor lo que dejamos atrás mientras nos afanamos con las obsesiones de un presente que nos parece eterno. Sin embargo, a pesar de lo largo o corto del camino y de lo calmo o fugaz que nos parezca su recorrido, sólo damos vueltas a las mismas preocupaciones que siempre nos han acompañado, volviendo una y otra vez a los temas y asuntos que la razón interroga: la vida y su macabro destino. Así, me doy cuenta de que me repito, como si sufriera un dejà vú, al hablar del paso del tiempo y de las vueltas que da la vida. Pero en esta ocasión puedo demostrarlo.

Sobre lo que intento escribir ya lo había abordado en una revistilla que elaborábamos un compañero y yo en el trabajo, allá por el año 1985, bajo un anonimato perfectamente identificado por los lectores y gerentes de la institución, siendo así que, al tercer número, nos apercibieron de las consecuencias del invento. “Veneno” pretendía ser una publicación satírica que, entre sarcasmo y humor, hacía crítica de personajes, conductas y funcionamiento de un hospital mastodóntico, donde centenares de personas se interrelacionan, conviven y se soportan. Y en esas páginas difundidas a fotocopias, seguramente a finales de una estación como la que ahora comienza, escribí un articulito titulado “La rueda de la vida”. Lo reproduzco para constatar que soy fanático de mis obsesiones: escribir y soñar lo absurdo. Perdonen, pues, mis manías.

Comienza un nuevo ciclo anual de trabajo que no interrumpiremos hasta las próximas vacaciones y en el que volveremos a ejercer la rutina de nuestros quehaceres diarios. Volveremos a afanarnos en nuestros trabajos con la misma desgana que el año pasado y con la misma falta de estímulos, como no sean los del consumo por el consumo.

Idéntica será la lucha por el festivo, idéntica la relación forzada con el compañero, idéntico el interés por las cosas… Habrá momentos de mayor atención, transcurridos los cuales conservaremos la misma apatía profunda. Quizá nos abonen definitivamente la subida salarial del año y tibiamente comentaremos la insuficiente del próximo. Quizás haya una boda, quizás un entierro o un nacimiento…, acontecimientos que,  como no ocurran en nuestro pequeño y cerrado círculo social, no pasarán de ser temas de conversación mientras nos sirven el desayuno en el bar.

Volveremos a quemar un año más de nuestras existencias por los pasillos, despachos y habitaciones de estos hospitales que no sirven a la salud, sino a la enfermedad; que no previenen el mal, sino que intentan “curar” previa generación de un lucrativo negocio para algunos; que no aumentan la calidad de vida de la sociedad, sino que la rebajan a una mera existencia vegetativa.

Iniciamos una nueva vuelta de la rueda de la historia –historia en minúscula, la pequeñita y particular de cada uno- ante la cual no sabemos si merece la pena detenerse para reflexionar. Corremos el riesgo de caer en el pesimismo y éste es un mal compañero. Podríamos empezar a cuestionar sofismas fundamentales sin los cuales se derrumbaría todo un sistema de organización particular y social.

Quizá sea mejor seguir girando ciegamente, hasta que nos apeen definitivamente en una de esas vueltas.

Es menos consecuente, menos comprometido, pero más tranquilo. Quizás.”