viernes, 30 de junio de 2017

Vacaciones


Como otros años, también este tomamos vacaciones. Pero serán unas vacaciones un tanto especiales: durarán más tiempo. En vez de los quince días habituales, desaparecemos de la cotidianeidad durante un mes completo, los próximos 31 días de julio. Y es que los jubilados, como el amanuense de este blog, también tienen derecho a disfrutar de vacaciones, aunque en realidad se limiten a cambiar no hacer nada en la ciudad por no hacer nada frente al mar. Pero es un cambio, al fin y al cabo, que sirve para replantearse algunas cosas, tales como dónde desayunar y comprar el periódico cada mañana, qué hacer a media tarde y olvidarse a duras penas del ordenador y el móvil. Es decir, retomar una vida más analógica que digital, con lo que ello conlleva de ruptura con rutinas o dedicaciones, ninguna de ellas obligatorias pero asumidas con la debida responsabilidad, como las que exige esta bitácora desde hace años.

Es por tal motivo que informamos a nuestros fieles e invisibles babilonios que durante el mes de julio Lienzo de Babel se mantendrá en silencio, no registrará ningún post o interrogante sobre las incertidumbres que inquietan a su autor y comparte con sus lectores y seguidores. Con toda probabilidad, esa interrupción vacacional devendrá útil para unos y otros. Entre otras cosas porque posibilita tomarse un descanso y mantener la debida distancia (espacial, temporal y personal) para renovar enfoques, ampliar expectativas y refrescar ánimos con los que enfrentar una temporada nueva que a buen seguro será emocionante. Y es que son tantos los problemas, tantos los obstáculos y tantas las preocupaciones que se avizoran en el futuro inmediato que éste será cualquier cosa menos tedioso, en el que destacan, por ejemplo, el desafío secesionista catalán, el brexit inglés, la visceralidad amenazante de Trump o la podemización del ¿nuevo? PSOE en España. Se están produciendo cambios en las relaciones internacionales, retos en las cuestiones nacionales y luchas interminables en las locales que nos desubican y ponen en cuestión nuestras certidumbres, hasta el extremo de precipitarnos en un abismo donde reina la desorientación y la zozobra. No sabemos qué va a pasar mañana.

Pero estar en silencio no significa ser mudo, ni estar ausente ser invisible. También en vacaciones seguiremos atentos a lo que depare la realidad para, si la voluntad no flaquea, poder comentarla en agosto o, en función de su gravedad, interrumpir la plácida inactividad de la bitácora con la recurrente reflexión o cuestionamiento con que intentamos comprenderla. Y es que el compromiso de Lienzo de Babel con sus lectores no va a verse alterado ni estando de vacaciones. Es tanto el respeto que nos merecen que sólo manteniendo este compromiso podemos corresponder al interés y la fidelidad con que nos premian. Dándoles, pues, las gracias por ello, sólo nos resta desearles que disfruten de unas estupendas vacaciones. Nos las merecemos, todos. Y no olviden meter en la maleta algunos libros, por si las horas se hacen eternas. La imagen de tu vida, de Javier Gomá Lanzón (Galaxia Gutemberg), y La gran transformación, de Karl Polanyi (Fondo de Cultura Económica), ya me acompañan. ¡Volvemos en agosto!

jueves, 29 de junio de 2017

Comisiones de investigación y sistema político

Siempre se ha dicho que para que algo no cambie, si está muy cuestionado, hay que crear una comisión de investigación que lo estudie y aporte soluciones. La mayoría de ellas concluyen en nada y dejan el problema como estaba, salvo cambios cosméticos que nada modifican ni arreglan. Especialmente, si las investigaciones son políticas. Ahora mismo existen, simultáneamente, cuatro comisiones de investigación en las Cortes españolas, algo inédito en nuestra joven democracia: una, sobre las “escuchas” del Ministerio del Interior contra adversarios políticos, que ya ha obligado a comparecer al exministro Jorge Fernández Díaz y al exresponsable de la Oficina Antifraude de Cataluña, Daniel de Alfonso; otra, a instancias de Podemos, sobre la crisis bancaria, que aguarda pacientemente a que no se retrase más su constitución; otra más, la tercera, acerca de la presunta financiación ilegal del Partido Popular (PP) y los casos de corrupción que le afectan; y la cuarta, en el Senado y a instancias de un PP que se cree víctima de un “proceso político” por la comisión anterior, sobre la financiación de los demás partidos políticos con representación parlamentaria, que también está en trámite de apertura y de acordar la extensa lista de comparecientes. Esta última se constituye en el Senado porque en esa Cámara dispone el PP de mayoría absoluta y la oposición no puede rechazarla. De todas ellas, la más llamativa, para la prensa y, por ende, para los ciudadanos, es la que pretende aclarar la financiación ilegal del Partido en el Gobierno. Y el “show” ya ha comenzado.

Para deleite de unos y enfado de otros, el primero en comparecer ha sido Luis Bárcenas, el delincuente que, aprovechando su cargo como responsable de la tesorería del partido conservador, se ha enriquecido ilícitamente –su fortuna está a buen recaudo en el extranjero- gracias a donaciones que realizaban magnates y empresarios al Partido Popular a cambio de adjudicaciones públicas. Esa ingente cantidad de dinero de procedencia ilegal se administraba a través de una contabilidad “B” -o “contabilidad extracontable” como reconocía el propio Bárcenas-, opaca al control de cuentas de cualquier entidad sin ánimo de lucro y de interés público como es un partido político, y se destinaba a la financiación ilegal del partido y la remuneración adicional y no declarada, en sobres nominativos de entrega personal, de altas personalidades de la formación y cargos del Gobierno. Un dinero “extra” que servía para “engrasar” una maquinaria de “favores”. El listado detallado de cantidades y personas beneficiadas es lo que se conoce como “papeles de Bárcenas”, filtrado en su día a la prensa y certificada su autenticidad de manera fehaciente. Así era, precisamente, la manera de proceder de la trama de corrupción Gürtel, tanto en Valencia como es Madrid, comunidades gobernadas por el Partido Popular, y de la que los “papeles de Bárcenas” constituye un capítulo adicional, no el más importante, que se investiga judicialmente en pieza aparte. Sin embargo, las implicaciones políticas del caso –han hecho del PP el primer y único partido de España imputado judicialmente por financiación ilegal-, es lo que intenta esclarecer la comisión de investigación del Congreso, para determinar el alcance y gravedad de los hechos. Y por esa causa, además, es por lo que está citado a declarar como testigo el propio presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ante el tribunal que juzga el caso. Algo también inédito en la historia de la democracia española.

Podemos imaginar, desde ya, cómo finalizará la investigación parlamentaria, con “chivos expiatorios” que cargarán con la culpa (siempre se halla alguien que abusa del sistema) y melifluas alusiones condenatorias al sistema que convive con la corrupción (como en una relación simbiótica). Pero también es posible que tengamos la oportunidad de conocer hechos, relaciones y personajes que han entronizado dicho sistema y unas determinadas políticas con la intención de preservar privilegios de unos pocos, de una élite que retiene el poder en España desde siempre. Bárcenas no es más que un fiel reflejo de ello. Este miembro de la élite, que ya ha pasado por la cárcel donde recibió mensajitos de apoyo por parte del mismísimo presidente del Gobierno, es el que ha inaugurado las comparecencias en el Congreso de los Diputados. Y se ha comportado como cabía esperar, con un cinismo chulesco –o una chulería cínica- que ha dado lugar a enfrentamientos verbales con algunos diputados que lo interrogaban, excepto con los de su propio partido, quienes ni siquiera le han preguntado y han dedicado la sesión a glosar las bondades de una inequitativa recuperación económica que el Gobierno supuestamente ha propiciado.

Y decimos que este extesorero del PP es una muestra fidedigna de los de su especie porque representa, por modales, apariencia, vinculaciones y comportamiento, a los herederos de quienes vencieron, tras sublevarse, en una Guerra Civil y consideran España su botín de guerra. Gente engreída, déspota, engominada, conservadora e hipócrita en lo moral, algo más relajada en lo social y ultraliberal en los económico, pero detentadora de privilegios sólo explicables como resultado de una conquista militar o por la fuerza, no gracias al esfuerzo o el mérito personal. Su adhesión a la democracia es coyuntural siempre y cuando les sirva para retener prebendas que consideran patrimoniales, heredadas de esos antepasados (biológicos o ideológicos) que las conquistaron tras el fratricidio bélico. Actúan como si España fuera su finca y, por ello, no dudan en “doparse” (utilizar una financiación “extra” o ilegal para competir electoralmente), como hace el Partido en el que se cobijan, para garantizarse el control del poder político, económico y social de este país que creen les pertenece, cual cortijo privado. Este sistema político, vestido para la ocasión con traje democrático, vino impuesto con una monarquía que encarna no la voluntad popular libremente expresada, sino la tutela diseñada por un dictador para asegurarse que la élite que él representaba controlaría los hilos, atados y bien atados, que nos manejan, someten y gobiernan. Esa monarquía, incrustada en un proyecto constitucional de forma inseparable, nunca pudo ser elegida por los ciudadanos, por lo que contiene esa ilegitimidad de origen que la vincula indefectiblemente a la voluntad de un dictador, que se preocupó por “educar” convenientemente al sucesor de su régimen y portador de la corona.

No es de extrañar, por tanto, que, con esa mentalidad de dominio absoluto sobre el país, la corrupción y la desfachatez hayan impregnado hasta la Casa Real en algunos de sus miembros, donde algún yerno se ha creído con poder para imitar la avaricia voraz que permitiría el rango o que su titular se comportara sin comedimiento en cacerías escandalosas en Botsuana (África) o en Vólogda (Rusia), y hasta se condujera exento de esa moralidad que públicamente exhibía, ante los demás no con él mismo, al entablar “amistades” íntimas con princesas y empresarias, y dar rienda suelta a sus pulsiones. O que el símbolo supremo del poder civil del Estado, aconfesional pero en sus formas y fondo religiosamente católico, consiguiera, como heredero del rey y de la Jefatura, contraer matrimonio con una divorciada con toda la solemnidad y el boato de una boda religiosa, cosa no permitida al común de los creyentes mortales. Todo lo cual constituye un ejemplo paradigmático de una élite que no se siente sujeta a normas ni leyes, sean estas civiles o religiosas, éticas o morales. Y ante la que la Iglesia, siempre dispuesta a respetar los reinos de este mundo, no duda en modular sus normas y atenuar sus exigencias en función del alma distinguida que será uncida con su bendición, ya sea a través del sagrado sacramento del matrimonio y paseándola bajo palio. Al fin y al cabo, la Iglesia es un poder terrenal más y aquí desarrolla su actividad. Comprendemos, de esta forma, la confluencia de intereses que este sistema oculta bajo su apariencia democrática y convivencial. Intereses económicos, políticos, religiosos y sociales que configuran el poder de una élite nada acostumbrada a ser cuestionada, investigada y mucho menos a dar explicaciones. Exactamente, lo que evidencia la cínica actitud de Bárcenas y de su partido.

Todo un sistema político en el que la economía, las instituciones sociales y hasta el marco moral están subordinados a los intereses y privilegios de esa élite que históricamente acapara el poder en España. Una élite que se ha valido, en democracia, del Partido Popular -anteriormente Alianza Popular y, antes aun, con integrantes del Movimiento Nacional, el partido único creado en 1937 por el franquismo-, como el instrumento político más eficaz para la defensa de sus privilegios y prerrogativas ideológicas. Fue creado por miembros directos de la dictadura y herederos ideológicos de aquel régimen fascista y opresor. En la actualidad se encuadra en el pensamiento de derecha, conservador o neoliberal, sinónimos que designan la misma finalidad: retener el control del sistema en manos de la élite que detenta el poder, mediante una monarquía parlamentaria. Tan formidable es su capacidad de persuasión de la población, declarándose defensor de las esencias patrias, que ni siquiera protagonizando los mayores escándalos de corrupción en nuestro país deja de ser la primera fuerza política por número de votos. Frente a otras opciones aparentemente más favorables a la equidad e igualdad social, e incluso con menos casos de corrupción en su seno, sigue siendo el partido preferido por los españoles. Ni a pesar de haber ejecutado los mayores recortes económicos y sociales, con excusa de una crisis económica, que han empobrecido a la mayor parte de los ciudadanos, dejado orillados a los más desfavorecidos, pero beneficiados a los pudientes y poderosos, es abandonado por los que escogen la papeleta del Partido Popular en unas elecciones. Su influencia en la sociedad es tan abrumadora que narcotiza a las masas y les impide distinguir que el Partido Popular conjuga ideología con intereses particulares de las élites. Por eso se creen impunes y hasta autorizados para la corrupción, el latrocinio y la arbitrariedad más sectaria. Piensan que administran los intereses de la finca de su gente. Como Bárcenas, al que una comisión de investigación no le va a arredrar en la defensa de sus intereses ni a despeinar el engominado pelo que cubre sus convicciones ideológicas. Tampoco va a cambiar el sistema político. 

lunes, 26 de junio de 2017

RTVE, un medio para la excelencia

Excepto bajo el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, Radio Televisión Española (RTVE) siempre ha estado al servicio del Gobierno de turno para utilizarla como un formidable instrumento propagandístico de sus políticas y para la manipulación sectaria e ideológica. Aquel gobierno socialista quiso profesionalizar la Televisión pública (TVE) y conferirle la mayor neutralidad posible del poder político, de tal manera que sus contenidos, sobre todo los informativos, fueran fruto del criterio periodístico de sus profesionales –que los hay y muy buenos- y no del recado de obligado cumplimiento de la Moncloa (Presidencia del Gobierno) o del Ministerio correspondiente. Recuerdo que en estas mismas páginas ya hicimos en su día una valoración de la reforma que impulsó en 2006 el Gobierno socialista de Zapatero para intentar que TVE se pareciera lo más posible, en rigor e independencia, a la BBC inglesa, corporación mediática que se toma como modelo de una televisión pública de calidad  En aquel entonces se legisló para que el presidente del Ente Público fuera elegido por una mayoría de dos tercios del Parlamento, lo cual evitaba que un único grupo con mayoría absoluta pudiese designarlo sin consenso entre sus correligionarios, y se establecieron las bases para una progresiva autosuficiencia financiera que la librara de la dependencia de los Presupuestos Generales del Estado, incluso renunciando a la tarta publicitaria que se disputan las televisiones privadas. Se perseguía, con aquellas medidas, una televisión de servicio público de indiscutible profesionalidad e independencia, y no un panfleto audiovisual gubernamental. Hasta que llegó Rajoy en 2012 y recuperó “la voz de su amo”.

Gracias a la mayoría absoluta de su primera legislatura, el Gobierno del Partido Popular modificó aquel sistema de elección del Presidente de RTVE y del Consejo de Administración por el de simple mayoría absoluta, lo que permitía su designación sin mediar consenso con los demás partidos de la Cámara. Además, los eximió de la dedicación exclusiva que el anterior sistema les exigía, suprimiéndoles el sueldo como consejeros pero remunerándolos con el cobro de dietas por su asistencia a las reuniones, compatibles con los emolumentos que percibieran por su actividad privada o funcionarial. Para mayor control, redujo de 12 a 9 el número de miembros del Consejo de Administración y consideró extinguidos –y, por tanto, eliminados- los tres puestos de ese Consejo que eran nombrados por los sindicatos mayoritarios. El resultado de todo ello está a la vista con el deterioro de la credibilidad de la Televisión pública, las múltiples quejas de los propios profesionales de la Corporación sobre las trabas y las interferencias políticas en su trabajo y por unos índices de audiencia que la sitúan en los puestos más deshonrosos del ránking nacional. El modelo impuesto por Rajoy era el perpetrado en TeleMadrid por el Gobierno de la Comunidad Autónoma con tanto éxito “manipulador” que el presidente del canal regional fue la persona designada para dirigir la televisión pública nacional, con los resultados ya señalados.

Actualmente, al gobernar en minoría, el Gobierno del Partido Popular no ha tenido más remedio que aceptar, en el último momento, una propuesta del PSOE, apoyada por la mayoría del Parlamento, para recuperar el sistema de elección de la Dirección de RTVE mediante mayoría cualificada de dos tercios, y que ha sido aprobada en el Congreso de los Diputados. No ha podido impedir que se recupere el estatuto de RTVE que implantó el denostado presidente Zapatero para que la imparcialidad, la neutralidad y la independencia rigieran el servicio público de la televisión que sufragan todos los españoles. Ahora, vuelve a requerirse una mayoría de dos tercios para la elección del Presidente y el Consejo de Administración de TVE y, en un plazo no mayor de tres meses, proceder a renovar la actual Dirección del Ente, nombrada sin consenso por el Gobierno de Mariano Rajoy gracias a su anterior mayoría absoluta. Dicha renovación se hará por concurso público y los candidatos deberán ser refrendados por esa mayoría cualificada del Congreso y el Senado. Pero para evitar bloqueos como los que el PP realizó al final de la legislatura socialista, si no se logra esa mayoría de dos tercios, la elección se hará por mayoría absoluta, siempre que consiga el aval de la mitad de los grupos parlamentarios. De esta manera, ningún partido podrá bloquear la renovación de la Dirección de RTVE. Se pretende con ello implantar un modelo de desgubernamentalización y despolitización en la gestión de la Televisión pública de España.

Ni qué decir tiene que la modificación legal del Estatuto de la RTVE ha sido recibida con satisfacción por los trabajadores y periodistas de la empresa pública, por su consejo de informativos y por los sindicatos con representación en ella, Habría que añadir que, también, por los ciudadanos que demandaban una Televisión pública neutral y de calidad que no avergonzara a la audiencia. Se revierten, por fin, las políticas de manipulación informativa del Gobierno del Partido Popular que utilizaba la Televisión pública como órgano de propaganda a su servicio. Se recupera, además, la profesionalidad, la independencia política y la neutralidad de un medio de comunicación tan importante y que aspira a la excelencia, como es Radio Televisión Española. ¡Ya era hora!

jueves, 22 de junio de 2017

Feliz verano


Ya estamos, desde ayer, oficial y astronómicamente en verano, aunque el calor hace tiempo que se adelantó en el calendario. Y ya estamos todos deseando tomar las merecidas vacaciones veraniegas para engañarnos con un descanso que no es tal, una desconexión de las rutinas que tampoco es completa y unas ansias de felicidad que suelen frustrarse, la mayor parte de las veces, con los inconvenientes que también trae consigo esta estación calurosa y excesivamente lumínica. Una luz que, sin embargo, ya ha comenzado a menguar. Aunque ayer fue el día con más horas de luz del año, es curioso que con el verano empiecen los días a ser imperceptible pero progresivamente más cortos, hasta que a mediados de agosto nos sorprendan esas tardes lánguidas que contagian nostalgia con una luz mortecina que nubla el horizonte. Y es que, nada más empezar, ya estamos temiendo el final de un verano en el que, año tras año, depositamos esperanzas inútiles y sueños baldíos que casi nunca se cumplen. Pero la promesa permanece intacta como un boleto de lotería que cada verano nos invita a participar en esta ilusión colectiva con la que alguien, en algún lugar en durante algún momento, cree que acaricia la felicidad. Que paséis un buen verano. Os lo merecéis.

miércoles, 21 de junio de 2017

¿Un nuevo PSOE?


Pedro Sánchez, reelegido secretario general de los socialistas de manera abrumadora en un proceso de primarias después de haber sido forzado a dimitir en un convulso comité federal hace sólo ocho meses, ha nombrado a un nuevo comité ejecutivo federal con personas de su plena confianza y en total sintonía con él. No quiere que otra vez vuelvan a posicionarse en su contra y obligarlo a abandonar la dirección del partido. Esa es la consecuencia del cambio más novedoso acaecido en la organización socialista: modificar el modelo de extracción de los componentes de la dirección federal, que integraba a los discrepantes y respetaba, en cierta medida, la representación territorial de las distintas federaciones (los famosos “barones”), por una concentración del poder que acapara el ahora elegido y le permite rodearse exclusivamente de sus más fieles escuderos. Incluso su posible destitución ha de ser consultada a esas bases que lo votaron, blindando de esta manera el cargo frente a una probable censura por parte de los órganos competentes del comité intercongresos o federal. Podría decirse que se ha optado por una ejecutiva presidencialista en vez de colegiada, propia de un organismo supuestamente federal. Todo lo cual, no obstante, es legal y fruto de la normativa por la que se rige el partido desde que asumió convocar primarias para la elección de sus dirigentes. Nada que objetar, por tanto, salvo una escasa generosidad y ese cariz vengativo que denota la nueva ejecutiva del PSOE en sus primeras medidas.

Cariz vengativo porque, al parecer, se ha optado por extender la pétrea homogeneidad “cesarista” que exige el renombrado líder a las distintas federaciones que le negaron su apoyo en primarias. Todos esos “barones” díscolos se van a tener que enfrentar a candidatos que disputen su liderazgo en los próximos congresos regionales y que, presumiblemente, surgirán con la bendición de la nueva dirección federal del PSOE. La intención implícita es la sustitución de esos líderes locales críticos por otros afines al secretario general. Tal actitud queda lejos de “coser” el partido como todos decían desear. Más bien parece uniformarlo en el silencio acrítico en vez de unirlo en la diversidad de sus voces hasta lograr un coro perfectamente armónico. La gran “novedad” del PSOE consiste, por lo que puede apreciarse, en un empoderamiento de las bases, de semejanza asamblearia, en detrimento de la democracia representativa seguida hasta la fecha para la extracción de las élites que conforman el “aparato” del partido. De ahí aquella exitosa argucia electoral de diferenciar un PSOE de los militantes de otro supuestamente de las élites, del “aparato” y también, cómo no, de la gestora. Todo ello se ha precipitado cuando ha convenido a un líder que persigue alcanzar como sea acuerdos con otras formaciones parlamentarias que posibiliten desalojar al Gobierno de Mariano Rajoy. Algo legítimo de todo partido cuando es posible, pero contraproducente si es a causa de una obcecación ajena al resultado electoral e inviable con la actual aritmética parlamentaria y el apoyo de fuerzas desintegradoras de la cohesión territorial y social.

Hay que recordar, al respecto, que las coaliciones de gobierno son honestas cuando se establecen y concurren previamente en elecciones para que los ciudadanos decidan. Además, no se forjan a cualquier precio, puesto que suelen ser más inestables cuanto mayor son las diferencias entre los coaligados. El proyecto y hasta la identidad del partido que las necesita pueden disolverse entre las exigencias nunca suficientes de sus provisionales socios de gobierno. Y ese afán de Pedro Sánchez por conseguir acuerdos con las “fuerzas del cambio” para desbancar al Gobierno del Partido Popular no es, en absoluto, nada nuevo, pues ya fue una iniciativa que resultó fallida en 2016 tras dos elecciones generales, con resultados cada vez peores para los socialistas. Aquella intransigencia en seguir intentándolo, sin importar condenar al país a un tercer proceso electoral y mantenerlo paralizado con un gobierno en funciones durante cerca de un año, fue lo que provocó su desautorización por un comité federal ante el que, finalmente, acabó presentando su dimisión. Prefería unas terceras elecciones a desatascar la situación de bloqueo mediante la abstención del grupo parlamentario socialista, lo que acarreraría –como de hecho sucedió- la constitución de un gobierno en minoría del Partido Popular, al que los ciudadanos habían dado su confianza como primera fuerza parlamentaria, aunque con una minoría mayoritaria. Una abstención que se negaba acatar esgrimiendo el mantra del “no es no” –por eso dimitió también como diputado-, pero que ahora –las vueltas que da la vida- no ha tenido empacho en utilizar con ocasión de la moción de censura presentada por Podemos contra ese mismo Gobierno.

Pero es que ni siquiera el lema “somos la izquierda” del 39º Congreso del PSOE supone novedad alguna más allá del mero recurso publicitario, útil para atraerse a los socialistas descontentos que hayan podido pasarse a Podemos. Se supone que de izquierdas siempre se han reconocido los socialistas, aunque se comporten como una izquierda moderada que se limita a reformar el capitalismo con medidas sociales que se articulan en ese llamado Estado de Bienestar que la socialdemocracia impulsó en Europa tras la segunda Guerra Mundial. Afirmar “somos la izquierda” constituye una obviedad desde los tiempos de Pablo Iglesias y Francisco Largo Caballero, máxime cuando el “viejo” PSOE nunca ha sido la derecha, aunque se le pareciera. Pero pregonar ser la izquierda para contrarrestar la competencia de un partido radical de izquierdas con la radicalización propia, es cosa distinta y delicada en un partido históricamente reformista y moderado que ha conseguido, cuando ha tenido oportunidad de gobernar, los mayores avances en la modernización, el bienestar y el progreso de este país en las últimas cuatro décadas. Más que eslóganes, la tendencia ideológica se demuestra con un programa y unas iniciativas que responden a las necesidades más perentorias de los ciudadanos, aquellas que provocan desigualdad y pobreza, y que pueden ser factibles en una coyuntura de dificultades y crisis como la que todavía estamos sorteando.

Del igual modo, también es simple tactismo la promesa del “nuevo” PSOE de someter a las bases cualquier acuerdo de envergadura que pretenda adoptar la cúpula del partido, como si esa consulta fuera más democrática que el ejercicio de sus competencias de una dirección resultante de la democracia representativa. Todo depende, sea cual sea el método de implementar iniciativas, de su concordancia con lo prometido por escrito en el programa electoral. Garantizar lo estipulado con los votantes es mucho más coherente y democrático que unos plebiscitos que, en realidad, eximen de responsabilidad por sus acciones a los dirigentes, elegidos precisamente para llevar a cabo lo acordado en el programa.

Claro que, por si fuera poco, ese es otro problema mayúsculo: ¿qué programa se va a cumplir? ¿El de España como nación o el de un país plurinacional? ¿El que confía en ganar  elecciones para gobernar o el que busca acuerdos parlamentarios con quien sea para conseguirlo? ¿El que cuenta con todo su patrimonio humano, sean militantes o líderes, en un permanente esfuerzo de integración o el que causa división en aras de una homogeneización monolítica? ¿El que renunció al marxismo en 1979 o el que pretende resucitarlo como filosofía política y modelo social?  ¿El que propugna un proyecto para España o un trampolín a medida para un determinado líder? ¿El que prioriza la estabilidad política y el interés general a la legítima ambición partidista? ¿El que apela a un pluralismo incluyente o el que se basa en un populismo de barricadas?

No es fácil decidirse porque uno y otro programa se confunden en ese “nuevo” PSOE que se decanta por un estado plurinacional al tiempo que reconoce que la soberanía nacional reside en el conjunto del pueblo español; que aspira a la unidad pero segrega a quienes expresan algún disenso; que busca obsesivamente el pacto con las “fuerzas del cambio”, pero descarta el apoyo de los partidos independentistas o separatistas. Tal es el “nuevo PSOE que comienza su andadura bajo la batuta de Pedro Sánchez, cuya idoneidad se verá confirmada, como obsesivamente pretende, si logra llevar a los socialistas al Gobierno y, fundamentalmente, si recupera la confianza del electorado para volver a ganar elecciones sin tener que pagar hipotecas de coalición que desnaturalicen su identidad y su mensaje. Este es el reto que deberá superar y para el que se le ha dado una segunda oportunidad. Confiemos en que sepa aprovecharla.

lunes, 19 de junio de 2017

Resumen apresurado


La vida en España transita del susto a la siesta, del sobresalto a la parsimonia, de la preocupación a la desgana sin que nada se altere o cambie en el ambiente ni justifique una cosa o la otra. Seguimos igual que ayer después de estar inquietos con nuestros problemas para ser ahora absolutamente “pasotas” frente a los mismos. En el curso de pocos días, pasamos de gobernar un país sin presupuestos a conseguir unos que ignoramos cómo nos afectarán pero que ya sabemos que no obligarán a los bancos a devolver lo prestado en el rescate; de tener paralizado al Gobierno con una moción de censura que, en 48 horas, se disuelve en la nada sin arañarle ningún compromiso de mejora al cuestionado; y de ver a un histórico partido agriamente dividido que recupera una dirección que busca la coherencia en el monolítico pragmatismo de la homogeneidad para declararse de izquierdas. Mientras tantos, los espectadores de todas estas las luchas consiguen salir indemnes sin proponérselo aunque con rasguños de austeridad, rebajas salariales y podas de libertades. Tras tantos momentos históricos y trascendentales que agitaron nuestras rutinas, la vida continúa por sus fueros, dejando al pobre en su pobreza y al rico con su riqueza, mientras se representa el triste y eterno espectáculo del político con sus batallitas y corruptelas y el ciudadano con sus miserias cotidianas. Algo así es el resumen apresurado de lo que nos pasa, como la pena propia de un blues de Kaleo.


sábado, 17 de junio de 2017

Relación de sucesos

 
Ha sido noticia reciente la recuperación por parte de la policía de un documento perteneciente a la Universidad de Sevilla que constituye una de las primeras muestras del paleo-periodismo impreso de España. Se trata de unas hojas en las que se describen hechos puntuales de una época en la que sólo el “boca-oreja” permitía que se pudiera transmitir información entre sectores minoritarios de la población. Aquellas hojas se llamaban Relación de sucesos que algunos impresores, gracias a los rudimentos técnicos de la época y una vocación mercantil, confeccionaban y distribuían entre los interesados en adquirirlas. El arcaico original del pre-periodismo ahora recuperado había sido sustraído de los archivos de la Universidad hispalense y hallado, años después, por la policía en posesión de un librero catalán que pretendía subastarlo por Internet después de haberlo comprado en una subasta legal de obras de arte de Madrid. Y como no podía ser de otra manera, el asunto me ha llamado poderosamente la atención por deformación profesional y cierta querencia romántica por la historia de la profesión.

El documento en cuestión, de indudable valor histórico, se compone de dos hojas escritas en su anverso y reverso e impresas en Sevilla, en 1619. Narra la crónica de un suceso acaecido en la localidad de Constantina, pueblo de la Sierra Norte sevillana, donde un condenado a muerte sobrevive tras ser ahorcado y logra librarse del castigo. Más que el hecho descrito, de carácter anecdótico, destaca para los investigadores el uso del castellano antiguo y la aparición en la segunda mitad del siglo XVII de los prolegómenos del periódico, entendido como la publicación impresa, con periodicidad más o menos regular y bajo un título, que está destinada a un público lector que se pretende masivo, aunque indeterminado y anónimo, para informarle de acontecimientos recientes que pudieran interesarle, bien por su trascendencia económica, política, militar, comercial, religiosa o, en este caso, social y anecdótica. Desde ese punto de vista histórico y documental, la relación de sucesos recuperada tiene un incalculable valor y constituye una riqueza patrimonial que vuelve a estar a disposición de los estudiosos en el Archivo Histórico de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla.

Gracias a documentos como éste se consigue esclarecer las características fundacionales de lo que será, andando el tiempo, el producto periódico que hoy conocemos. Son ejemplos de los latidos iniciales que se generaron a partir del deseo de comunicar y recibir noticias a un público cada vez más numeroso y sediento de información por interés o curiosidad. Los avisos, las cartas y las relaciones conforman esas publicaciones de carácter informativo que constituyen los antecedentes directos de las gacetas, producto ya plenamente periodístico, como señalan María Cruz Seoane y María Dolores Saiz en su libro Cuatro siglos de periodismo en España (Alianza editorial).

Y es que, con la aparición de la imprenta y la implantación del servicio de correos, surgen manuscritos y publicaciones con la clara vocación “periodística” de comunicar o informar sobre acontecimientos que se consideraban de público interés. Las cartas eran, como su nombre indica, un modelo de epístola personal con la que un “corresponsal” amanuense informaba a quien podía costeárselo de hechos que le interesaban, acaecidos en centros de interés político o económico. En puridad, eran un privilegio de nobles y ricos para mantenerse al día, con una periodicidad no fija, de lo que sucedía en los ámbitos del poder. Es decir, estaban elaboradas para alguien que demandaba un tipo específico de información. Los avisos –término sinónimo de “noticia”-, aunque abordan los mismos temas que las cartas, tienen un carácter impersonal y persiguen una mayor difusión, y, como ellas, informan de una selección yuxtapuesta de sucesos para satisfacer la curiosidad o el interés por hechos de especial relevancia. Las relaciones, en cambio, se especializan en describir con detalle y extensamente un único suceso, real o imaginario, pero presentado como real. Durante largo tiempo, las relaciones, que pueden estar elaboradas de forma impresa o manuscrita, van a convivir con las cartas, los avisos, los ocasionales, etc. Y que Sevilla fuera prolija en estas publicaciones tiene su explicación en que, además de foco comercial, era de las primeras ciudades en disponer de la imprenta de tipos móviles inventada por Gutemberg en Renania (Alemania), en el siglo XV. Y es a finales de ese siglo cuando una familia de origen alemán se instala en Sevilla y establece la imprenta española más importante de la primera mitad del siglo XVI, desde donde se expande a América. Allá funda un descendiente de la misma, en 1539, la primera imprenta americana, en México. Se trata de la familia Cromberger, a la que se homenajea con una placa colocada en el inmueble donde estaba ubicada la imprenta, en la antigua calle Imprenta, hoy calle Pajaritos, en pleno centro de Sevilla.

Entre "menantis", amanuenses e impresores se editan todo tipo de impresos, como relaciones, avisos, gacetas, almanaques o guías, que eran vendidos en los propios establecimientos de impresión o de forma ambulante por los ciegos. Así surgen las primeras formas primitivas de un periodismo que, hoy, recordamos gracias a la recuperación de esa antigua hoja impresa conocida como relación de sucesos. ¡Bendita sea!

viernes, 16 de junio de 2017

Una censura de la moción

Mariano Rajoy y Pablo Iglesias
Ya ha pasado la moción de censura que presentó Podemos, nuevo partido de izquierdas que es la tercera fuerza en el Congreso por número de diputados, al Gobierno conservador que preside Mariano Rajoy, líder del Partido Popular que, a pesar de ser la minoría mayoritaria, gobierna con apoyos parlamentarios, en especial de Ciudadanos, el otro nuevo partido de signo liberal. Y, como estaba previsto, la moción ha sido derrotada por amplia mayoría del Parlamento, no por no estar justificado ese intento de expulsar a los populares del Ejecutivo y otras instituciones, sino por los recelos que aun genera Pablo Iglesias, líder de Podemos y candidato a sustituir al presidente cuestionado. Tras dos intensos días de enfrentamientos dialécticos y exhibicionismo espectacular de cara a los respectivos seguidores de los contendientes, la sensación que queda para el recuerdo es de censura: se ha abusado de un instrumento parlamentario de manera espuria y, lo que es peor, se ha abusado de la paciencia de los ciudadanos hasta extremos de agotamiento y puro aburrimiento. Es lo que resulta de contemplar horas y horas de florituras verbales en loas o reproches recíprocos antes que en propuestas y soluciones a los problemas que aquejan al país. Por eso hay que hacerle una censura a la tercera moción de censura que se consuma en la moderna democracia española, a pesar de que todas ellas resultaron fallidas para provocar el deseado cambio inmediato de Gobierno, aunque sirvieron, fundamentalmente, para visibilizar a un candidato emergente que exhibe, así, sus cualidades para aspirar a la presidencia.

Con 170 votos en contra, 97 abstenciones y sólo 82 votos a favor, el 76 por ciento del Congreso rechazó la pretensión de Pablo Iglesias de echar del Ejecutivo a los conservadores del Partido Popular, a pesar de que la mayoría de los intervinientes en las sesiones maratonianas de la moción coincidían, excepto los aludidos en el Gobierno y el partido que lo sustenta, que las prácticas y casos de corrupción que les afectan exceden ya lo tolerable en una democracia. En tal sentido, la lista exhaustiva de casos que enumeró la portavoz de Podemos, durante la presentación de la moción, no dejaba ninguna duda de la magnitud y la gravedad de un mal que carcome la credibilidad de los populares y del daño que causa a las instituciones y, en su conjunto, a la democracia. Tan grave era el diagnóstico que presentaba Irene Montero, la portavoz de Podemos, que el propio Rajoy, en contra de lo esperado, salió personalmente a rebatirla desde la tribuna del Congreso, apoyándose en la evolución favorable de la economía, con la deliberada intención, además, de descolocar al candidato aun antes de que expusiese su alternativa y su programa. Quiso poner el parche antes de que saliese el grano. Y lo consiguió al precio de certificar la seriedad del trámite de la moción y empleando, ambos, todo el tiempo que quisieron, a todas luces demasiado para el preámbulo de la moción. Y todavía quedaba por llegar y aguantar lo peor, la intervención sin limites del candidato.

Pablo Iglesias perseguía con esta moción de censura varios objetivos: no sólo desbancar del Ejecutivo al Partido Popular, al que no dejó de acusar de estar envuelto en los mayores escándalos de corrupción conocidos en España, sino también demostrar que su partido es el eje principal sobre el que pivota una alternativa de izquierdas al Gobierno y que él mismo, como virtual líder de la oposición, es el mejor candidato para materializar el cambio. De esa estrategia derivaría su segundo objetivo, obligar por las buenas o las malas al Partido Socialista, segunda fuerza parlamentaria, a secundarle en esta tarea, a costa de aceptar su imprescindible subordinación a los proyectos de Podemos. Y si por las malas no pudo ser el año pasado, cuando podía y no quiso apoyar la formación de un Gobierno del PSOE y prefirió que gobernarse el PP, ahora por las buenas, al menos en el talante y en los ofrecimientos de entendimiento, lo vuelve a intentar con esta moción de censura, que se sabía fallida, o con otra nueva moción que los socialistas pudieran presentar más pronto que tarde. No consiguió ninguno de tales objetivos, puesto que Rajoy supera el reproche de la moción de la que sale en cierto sentido fortalecido, ni con el PSOE, cuya nueva dirección rechaza abiertamente la oferta de pactos con Podemos, al menos desde las premisas expuestas por su líder. Pero para llegar a tan magro resultado, el candidato requirió de un tiempo de intervenciones agotador, con el que se explayó, entre expresiones de calculada calma y voz meliflua, por la historia del clientelismo entre las élites y el poder en España y la parasitación y degradación de las instituciones que el PP está haciendo desde el Gobierno, sin importarle poner en riesgo el Estado de Derecho y el interés general.

La organización de las sesiones permite la intervención de los portavoces de todos los grupos parlamentarios, a los que responde el candidato sin estar sujeto a limitación de tiempo alguna. Ello convierte en una retahíla de discursos repetidos, con sus respectivas réplicas y dúplicas, entre formaciones que comparten ideología y sólo se diferencian en la defensa territorial y pretensiones particulares, que es insufrible. Tan insoportable como las alabanzas del candidato a las fuerzas afines, a cuyos portavoces ponía de ejemplo en liderazgo y virtudes, como sus ataques y reprimendas a las contrarias, en particular al Partido Popular, contra cuyo Gobierno se presenta la moción de confianza, como a Ciudadanos, a la que considera “bastón” de apoyo del PP y con cuyo líder, Albert Rivera, mantuvo un agrio duelo personal, plagado de descalificaciones mutuas.   

José Luis Ábalos, portavoz del PSOE
Lo único cierto que se desprende del pasado debate de la moción de censura es que no se ha utilizado para, de manera constructiva, sustituir a un Gobierno que pierde la confianza de la Cámara con una propuesta convincente de quien pretende lograr el apoyo mayoritario de los diputados. Aparte de la inutilidad del empeño, que ya se conocía de antemano por la escasez de apoyos con que contaba el candidato de Podemos, es desconcertante y censurable la excesiva extensión temporal del mismo. Y no por su duración, sino porque todo ese tiempo no se ha aprovechado en ofrecer nuevas y eficaces propuestas o iniciativas que resuelvan los problemas que motivan la moción. La excesiva dilatación del debate se ha producido por el interés de quienes querían disponer del mayor tiempo posible de exposición ante la opinión pública, no para ofrecer soluciones, sino para mantener una cuasi impúdica visibilidad de su figura y sus soflamas. Quien mejor lo expresó fue, precisamente, el flamante portavoz del PSOE, José Luis Ábalos, que reprochó al Gobierno que la retransmisión de su intervención había sido interrumpida en la televisión pública para dar la noticia de la concesión del Premio Princesa de Asturias de Ciencia a tres investigadores internacionales de las ondas gravitacionales. ¡Habrase visto mayor desconsideración, cortar la palabra de un político para dársela a un representante de la cultura! Y todo porque, tras diecisiete horas de debate, se ocuparon diez minutos en una noticia cultural. Si esto no es motivo de censura de la moción, que vengan sus señorías a convencernos de lo contrario.  

lunes, 12 de junio de 2017

Demasiado tarde para todo


Esa es la sensación que puede resumir mi vida, la de haber llegado tarde a las cosas importantes con las que pude haber topado. Es una sensación que me invade desde que empecé a repasar qué había hecho yo en un mundo en el que participo como mero figurante de reparto, cual bulto de relleno. Así y todo, no he dejado de aspirar a cosas que no he conseguido, en la mayoría de las ocasiones, por demorarme demasiado o no poner el empeño suficiente. O porque no estaban para mí. Desde niño he intuido, de manera más clara conforme transcurrían los años, que perdía muchos trenes que pasaban delante de mis narices a causa de mi indecisión o desconfianza innatas. Decían que era tímido. Y es verdad porque nunca fui capaz de ser impulsivo o imprudente, con lo divertido que hubiera sido, sino todo lo contrario, alguien que perdía el tiempo dudando de todo y no atreviéndose a hacer nada que valiera la pena o supusiera un riesgo. En definitiva, era más pragmático que romántico, incluso en el amor. No por ello dejé de tener sueños y deseos que he intentado atrapar demasiado tarde. Como siempre. Aunque también he tenido suerte, una pizca de fortuna con la que he logrado tirar para adelante. Hasta hoy, en que luzco cicatrices que premian mi obsolescencia con el mismo falso fulgor de las medallas que cuelgan en el pecho de los veteranos de guerra. Siempre a destiempo o tarde, para no variar.

Recuerdo que conseguí mi primera bicicleta cuando mis amigos ya estaban hartos de jugar con las suyas. Me llegó tan tarde que, al poco, tuve que olvidarla en casa cuando mis padres se trasladaron a otro país del que jamás he regresado, salvo en dos ocasiones: una, para enterrar a mi madre, muerta en el extranjero; y otra, para visitar a mi hermana que pocos años después también moriría. Entre ambos óbitos, el de mi padre, que fallecería entre el cariño de una nueva familia y nuevos hijos, de los que yo ya no formaba parte. Tales encuentros con mis orígenes han sido, en realidad, despedidas para quien ya iba tarde a una inútil recuperación de la memoria familiar. Reencuentros que, en sí mismos, eran tardíos para emprender cualquier reconciliación. Fue entonces cuando tuve la certeza que durante toda mi vida había llegado tarde a lo importante que ella me pudiera deparar. No había más que repasarla para darse cuenta.

Un buen reflejo de ello es mi adolescencia. Entre los que añoran la época dorada del rock´roll, con Elvis Presley como ídolo, y la de los hippies, con su lisérgica adoración a las bandas que llenaron la Isla de Wight de música, sexo y drogas, yo deambulé vitalmente en medio, demasiado pequeño para la primera, pero cercano a la segunda, aunque dominado por el escepticismo y las torpezas. Por eso soy fruto de ese espacio intermedio y carente de estímulos con los que adornar una existencia anodina de experiencias. Venía de ser un niño cuando mataron a Kennedy, el que despertó a América de su sopor imperial y la llevó a soñar con la luna, para llegar al joven inconsciente e incrédulo de las ansias de libertad revolucionaria que prendieron el mayo francés. No supe aprovechar esas lecciones de me brindaba la historia con la madurez necesaria para asimilarlas como trascendentales en la existencia de cualquier infeliz. Mi vida seguía siendo una cáscara vacía que flotaba a destiempo en la historia.

Cuando he querido recuperar el tiempo perdido, otra vez era tarde. Estudié periodismo cuando las canas me delataban entre los pupitres de la facultad para satisfacer unos peregrinos deseos infantiles por escribir y garabatear en un papel lo que no era capaz de articular verbalmente, para descifrar mis pensamientos y temores e inventar historias que me fueron negadas en la realidad. De nada me sirvió porque, al llegar tarde, ni profesional ni personalmente supuso transformación alguna en quien está atado a sus rutinas y desconfía de los saltos en el vacío. La escritura sigue siendo un vicio onanista que se consuma en la soledad en la que el tímido se refugia para dialogar con sus demonios, y el periodismo, un título que adorna una pared de ese refugio. Igual que aquellos anhelos de libertad que siempre representó una motocicleta que te permitiría huir en solitario hasta donde el Sol se oculta, sin más compañía que la del viento, pero para lo que se requiere la preceptiva licencia de conducción. Fui por dos veces suspendido y traicionado por la escasa fe del que lo da todo por perdido. Indefectiblemente, era demasiado tarde para imaginar ser joven y libre. De ahí esa sensación con que se puede resumir una vida, la mía.

sábado, 10 de junio de 2017

Calores y complicaciones

Carles Puigdemont, a la izquierda
Estamos viviendo unos días que presumen de verano y vienen cargados de complicaciones. Las temperaturas, que ya venían elevadas, se dispararon aun más el  viernes pasado, cuando el presidente catalán dio a conocer, por fin, la fecha en que celebrará un referéndum ilegal del que hasta el último momento dice estar dispuesto a negociar con el Gobierno central para acordar su autorización con todas las de la ley, es decir, sí o sí. Es una complicación que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, deberá afrontar como no lo ha hecho nunca hasta la fecha, haciéndole frente y tomando decisiones, cosas que no le gusta hacer. Pero la ley y la Constitución son diáfanas: ningún referéndum puede convocarse sin cesión de competencias y la autorización del Gobierno de España. Por tanto, ante el desafío catalán sólo queda una salida, ahora ya con premura y las prisas del último minuto: coger el toro por los cuernos y dar alguna solución política que sea respetuosa con la legalidad. Entre el “dontancredismo” de Rajoy y la huida hacia delante a la desesperada de Puigdemont y los independentistas catalanes queda poco espacio para el diálogo, pero suficiente para provocar un choque frontal que unos y otros parecen estar deseando. Ya sabemos, desde ese viernes cuasi veraniego, la fecha exacta del desastre: el día uno de octubre, domingo, jornada para rezar o mandar los guardias a los colegios electorales a impedir que los catalanes digan si quieren “que Cataluña sea un Estado independiente en forma de república”. Una complicación que coge a Rajoy y su gobierno en horas bajas.

Claro que tampoco es la única. Ya venía soportando otras complicaciones que van dejando sin contenido el legado que pretendía transmitir a quien le sucediera en el Gobierno, eventualidad que parece factible más pronto que tarde. Y es que al lío catalán se suma el del Tribunal Constitucional con la anulación de la amnistía fiscal que el Gobierno nunca quiso reconocer como tal pero con la que perdonó a los defraudadores los impuestos y las multas que debieran haber pagado por evadir capitales y no tributar por ellos. El responsable directo del embrollo, el ministro de Hacienda Cristóbal Montoro, queda así muy cuestionado por su medida estrella ante un Parlamento que nunca creyó las excusas recaudatorias con las que se disfrazó un privilegio fiscal para que los ricos retornaran, sin coste ni castigo, el dinero que tenían a buen recaudo fuera de España. La oposición pide a coro su dimisión por una iniciativa anticonstitucional e inútil fiscalmente, pero que al menos sirvió para poner rostro a algunos de esos delincuentes acaudalados que, encima, alardean de patriotismo. Con Montoro en la cuerda floja, las complicaciones acorralan a un Gobierno en minoría que no sale de una para enfrentarse a otra.

Mariano Rajoy y Cristóbal Montoro
Como la cosa siga así, desbaratando todo lo elaborado en los últimos años cuando se disfrutaba de mayoría absoluta, la herencia de Rajoy será de pena. Porque, con tal de conseguir los apoyos que le permitan mantenerse en el poder, el Ejecutivo ha tenido que sacrificar la LOMCE, aquella ley de educación, cuestionada por toda la comunidad educativa, que recuperaba los viejos tiempos de las reválidas, las clases de religión y hasta las dificultades para estudiar del pobre. Tal era, al parecer, el modelo que se quiso volver a implantar. Al impresentable ministro que la impulsó, aquel José Ignacio Wert al que hasta los estudiantes premiados se negaban saludar, lo consolaron con un destino diplomático en Paris, pero su ley –de infame memoria- fue de las primeras en ser derogada. No duró ni una legislatura. Una complicación que Rajoy asumió como el precio a pagar para continuar en La Moncloa. Lo mismo que se está haciendo con la Ley Mordaza, la del miembro del Gobierno que concedía medallitas a vírgenes y hermandades religiosas por sus méritos policiales, pero que perseguía y multaba a los ciudadanos (estudiantes, desahuciados, parados, etc.) que se habían creído que podían ejercer el derecho a manifestarse y protestar en la calle. Era otra ley que nos devolvía a los tiempos del palo y el tientetieso, hecha a medida de un ministro del Interior que utilizaba su despacho y los recursos de su ministerio para maniobrar contra adversarios políticos de Cataluña. Fue descubierto por unas oportunas grabaciones anónimas por las que tuvo que comparecer a dar explicaciones en el Congreso de los Diputados tras abandonar el cargo. En cualquier caso, otra complicación que se suma a las demás. Ya queda por ser invalidada la única reforma que sigue vigente, la reforma laboral, pero que tiene los días contados, exactamente los que dure en activo el actual gobierno. Cuando se derogue, del paso de Rajoy por el Gobierno sólo figurará para la historia la ristra de complicaciones en las que enredó todo cuanto quiso hacer y deshacer.

Pero para complicación gorda, la que obligará al presidente del Gobierno a sentarse en el banquillo del caso Gürtel para testificar sobre la corrupción que existía en su propio partido y de la que él, según esgrime, no se enteraba. No sabía nada, ni siquiera cuando era el secretario general del mismo, pero el tesorero bajo sus órdenes ha acabado con sus huesos en la cárcel por llevar esa contabilidad “creativa” que servía para la financiación ilegal de la formación y el enriquecimiento ilícito de unos cuantos listillos, gracias a las aportaciones “voluntarias” de empresas y empresarios a cambio de contrataciones públicas. Rajoy insiste en desconocer la existencia de ese entramado turbio a pesar de que las iniciales de su nombre aparecen en los famosos “papeles de Bárcenas” como receptor de sobresueldos. Y es que Rajoy es un lince esquivando verse acorralado por los casos de corrupción que corroen a su partido desde hace mucho tiempo. Dispone de una sorprendente capacidad para afirmar sin despeinarse que “todo es falso, excepto alguna cosa”, que deja en la inconcreción de su léxico habitual. Será sorprendente ver lo que testifica ante el juez todo un presidente de Gobierno en activo, jurando decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sin que le tiemble el ojo izquierdo.

Pueden ser insolaciones, pero estos días de calor veraniego y tantas complicaciones encadenadas nos abocan a un tiempo de incertidumbres y a un otoño complicado y de máxima presión. Entre otras cosas porque, con tantas complicaciones, nada está decidido de antemano y las cartas siguen barajándose. ¿Qué nuevas complicaciones pueden surgir todavía? Que hasta un fiscal anticorrupción tenga que dimitir significa que no se ha hecho más que empezar a levantar las alfombras. Además, gobernando en minoría todo puede suceder, incluida esa moción de censura de Podemos, condenada al fracaso, pero que hará que todos se retraten como son y como piensan en realidad. Y es que con un calor que nos coge desprevenidos y con las meninges reblandecidas, y tantas complicaciones por doquier, el verano se presenta de aúpa y lleno de sobresaltos. Disfruten de sus vacaciones.

jueves, 8 de junio de 2017

Periodismo de verdad


Existen muchas definiciones de periodismo pero, parafraseando la clásica de Eugenio Scalfari, diré que periodismo es la actividad que ejerce gente que cuenta a la gente lo que interesa a la gente, aquello que debería importarle como miembro de la colectividad. Ese es el periodismo que me interesa, el comprometido con desvelar las claves de cuanto acontece debido a sus repercusiones en el bien común y el interés general. Ello no quita que coexista otro periodismo que prioriza su supervivencia como empresa que ha de ser rentable, intentado satisfacer lo que su público mayoritariamente demanda, gusta o atrae, otro periodismo que no rehúye de lo espectacular y de lo que conmueve y emociona a sus usuarios con tal de obtener beneficios, sin importar si los asuntos que aborda son triviales o insustanciales para una opinión pública que ha de responder a los retos que como sociedad se le presentan.

Quiere decirse que hay un periodismo de entretenimiento y otro de verdad, uno que aburre y otro auténtico que cuestiona al poder para destapar lo que pretende ocultar o falsear deliberadamente ante quienes tiene obligación de explicarse y ser transparente, ante la gente o esos ciudadanos que, en democracia, toman decisiones cuando votan. Pero, para hacerlo con criterio y no influenciados por la propaganda y la manipulación, la gente ha de estar informada, saber qué ocurre, por qué pasan las cosas, cómo les afectan y, al final, formarse una opinión aproximada de la realidad, tener una versión lo más completa posible de la verdad. Y como no todo el mundo puede acceder a las fuentes o a las causas de los hechos, el periodismo se convierte, entonces, en el instrumento que posibilita conocerlas, relacionarlas y valorarlas. Por tal razón es por lo que matizo a Scalfari al sostener que periodismo es contar a la gente lo que de verdad importa a la gente, lo que tiene trascendencia para ella porque afecta, perjudica o beneficia al interés de la comunidad en su conjunto y de la que todos formamos parte. Es así como el periodismo asume una función imprescindible, inherente a toda sociedad libre, plural y democrática, para actuar como servicio público, sin cuyo concurso no serían posibles las libertades de expresión, opinión y participación, ni el derecho a la información. Ni más ni menos.

Y eso es, exactamente, lo que ha demostrado el diario digital Infolibre al descubrir y contar que el Fiscal Anticorrupción, Manuel Moix, guardaba celosamente su participación en una sociedad mercantil familiar inscrita en un paraíso fiscal para eludir pagar impuestos en España. Dicho llanamente: que era un lobo al cuidado de las ovejas. Pero lo más grave es lo que se adivina detrás de ello: que hay una manada de lobos apacentándonos desde los resortes del poder.

Manuel Moix y su reflejo.
No se trata, pues, de un asunto baladí. Ya es la segunda autoridad del actual Gobierno, junto al exministro Soria, que tiene que dimitir por mentir y tratar de ocultar su patrimonio en paraísos fiscales. Pero la hipocresía moral de este último es inconmensurable, aunque pequen ambos de lo mismo. La fiscalía anticorrupción de la que era responsable Moix, dependiente del Fiscal General del Estado nombrado por el Gobierno, es la encargada de interesarse e investigar los delitos económicos relacionados con la corrupción cometidos por funcionarios públicos. Es la que debe velar por los intereses de la Hacienda pública en aquellos casos criminales que causan menoscabo en la riqueza nacional por la actuación delictiva, de manera activa o pasiva, de empleados públicos o cargos electos en el ejercicio de sus funciones. Y la persona que tenía que dar ejemplo intachable de honradez y lealtad en el ejercicio de sus responsabilidades, como fiscal anticorrupción, ha resultado estar contaminada del mismo mal que debía combatir. Era, en realidad, un lobo que eludía sus obligaciones disfrazado de oveja honesta que paga sus impuestos. Un lobo que, para colmo y traicionando su cometido, ayudaba a otros de su especie, como el expresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González –ya en prisión preventiva-, a esquivar las investigaciones y registros judiciales de que era objeto por sus actuaciones corruptas. Y todo ello, en el contexto de un partido político, del que es líder el actual presidente del Gobierno de España, que está involucrado en las mayores tramas de corrupción económica e institucional jamás conocidas en este país, hasta el punto de ser la primera y única formación imputada por financiación ilegal, además de sentar a su presidente, Mariano Rajoy, a la sazón presidente del Gobierno, en el banquillo para testificar en el juicio del caso Gürtel, esa trama con múltiples ramificaciones en varias ciudades españolas y que ya ha llevado a la cárcel al tesorero de la organización, Luis Bárcenas, aquel al que el mismísimo Rajoy mandaba mensajitos de aliento. En ese entramado sombrío se inscribe lo desvelado por Infolibre, destapando escándalos de inmoralidad fiscal y connivencia política con delincuentes que se querían mantener ajenos a la luz pública.

Pero el periodismo puro, el periodismo de verdad, que investiga hasta descubrir las causas reales y ocultas de los hechos, permite a los ciudadanos conocer los abusos de confianza, la desfachatez supina y los comportamientos indignos de quienes pretenden engañar a los gobernados, enriquecerse ilegalmente a su costa y mantenerse en los puestos y cargos del poder para utilizarlo en beneficio personal o partidista. Es tal la importancia de una prensa libre que, si hoy conocemos tantos casos de corrupción en España, no es porque en la actualidad haya más, sino porque los medios impiden que se mantengan impunes y ocultos. Existen sobradas muestras de ese periodismo auténtico que destapa escándalos como el de Watergate y las mentiras del presidente Nixon en EE UU, casos de sacerdotes pederastas amparados por la Iglesia católica en muchos países, la inexistencia de armas de destrucción masiva en Irak que motivaron una guerra, los intentos inútiles de Aznar y su Gobierno por culpabilizar a ETA de los atentados del 11M de Madrid, la mayor parte de los casos de corrupción acaecidos en España en los últimos años y, ahora, el comportamiento indigno de un fiscal anticorrupción desvelado por Infolibre. La lista es prolija aunque los medios de comunicación auténticos sean escasos.   

Desgraciadamente, apostar por la investigación, por el periodismo como servicio público, por el periodismo de verdad, y hacerlo desde la independencia, el rigor y la honestidad, es cada vez más difícil, aunque el trabajo de Infolibre haya demostrado que es posible. Es asumir lo que Gabriel García Márquez pedía al periodismo, en el que todo género debería ser investigativo por naturaleza. Es dejarse de entretenimientos, sensacionalismos y de la vacuidad inane del chismorreo que alimenta la curiosidad morbosa de las audiencias, aunque incremente las ganancias, para acercarse a la definición de periodismo que hizo Horacio Verbitsky: “Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo, lo más equitativa y documentalmente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal en la herida y guijarros en los zapatos. Ver y decir el lado malo de cada cosa, que del lado bueno se encarga la oficina de prensa, de la neutralidad los suizos, del justo medio los filósofos y de la justicia los jueces”. Faltaría añadir: y de las certezas las religiones. Por lo demás, lo suscribo de pe a pa.

jueves, 1 de junio de 2017

Junio en la piel

   
Junio se nos ha caído encima, viene con su carisma caluroso y los ramalazos veraniegos que nos despojan de cuanto conservamos de un invierno ya instalado en la melancolía de lo perdido, de lo pasado, de lo olvidado. Con junio inauguramos otro tiempo, otras expectativas, incluso otra sensibilidad, que nos predisponen a desinhibirnos bajo la luz cálida de las apetencias y los deseos, a buscar cobijo en los brazos de la intemperie y la alegría y a llevarlo prendido en la piel para integrarnos en la multitud polifónica de los vociferantes de la vida. Con junio se abren las ventanas de los sentidos de par en par al deslumbrante resplandor de unos días inmensos de sueños y recuerdos, que nos transportan a los veranos vacacionales de una infancia demasiado lejana y borrosa. Junio se nos ha caído encima y nos sorprende con el niño que una vez fuimos, impresionado con todo un tiempo infinito al arbitrio de su imaginación. Por eso se nos ha quedado grabado junio en la piel.