miércoles, 31 de mayo de 2017

Educación “encorsetada”

Hay una batalla, incruenta pero a cara de perro, entre los gestores de la educación pública (en Andalucía, el Gobierno autónomo) y la patronal de centros de educación privada que segregan al alumnado por razón de sexo. Los segundos pretenden seguir impartiendo educación diferenciada, contrario al criterio que rige la educación pública, y recibir financiación pública merced al concierto educativo con la Junta de Andalucía. Los responsables gubernamentales habían exigido que, si no aceptan la coeducación (alumnado mixto), se les negaría toda subvención con dinero público, es decir, se les rescindiría el convenio como colegios concertados. No se les prohibiría impartir educación segregada, pero se les retiraría la financiación pública por no adecuarse a los parámetros educativos (educación mixta) que promueve el Gobierno autónomo a través de la Consejería de Educación. Es una situación peculiar. Es como si usted exige que en las misas se separe a hombres de mujeres y el Vaticano lo rechazara por ser contrario a sus normas y, por consiguiente, retirase toda financiación a las parroquias que segreguen a los feligreses en función del sexo. Si le parece lógico el ejemplo religioso, le resultará coherente la actitud gubernamental respecto a la educación diferenciada. Sin embargo, para la patronal de esos centros, para los padres que prefieren ese tipo de educación para sus hijos y para el Tribunal Supremo, no lo es. Se acaban de dictar sentencias en varios casos que dan la razón a las pretensiones de esos centros y les reconoce el derecho de ser subvencionados. Se trata de una resolución que resuelve, por ahora, el conflicto pero que no lo zanja definitivamente, ya que tiene “truco”.

Los jueces del Supremo se atienen a la ley y, basándose en ella, dictan sus resoluciones. El “quid” de la cuestión, no obstante, no ha sido dirimido por cuanto está pendiente de que el Tribunal Constitucional resuelva el recurso interpuesto por el Gobierno andaluz contra la reforma educativa impulsada por el exministro José Ignacio Wert, de nefasto recuerdo, con su LOMCE, ley sectaria que, entre otras barbaridades, blinda las subvenciones públicas a estos centros que “encorsetan” a sus alumnos por razón de sexo. En esa ley se establece que la educación diferenciada no podrá implicar, en ningún caso, una desventaja a la hora de suscribir conciertos. Es decir, la ley de Wert se anticipa a toda resolución judicial para dejar “atada y bien atada” la financiación pública de los centros que apuestan por un modelo de educación que separa a los alumnos por sexo. Algo que resulta, en principio, de una parcialidad rayana en la discriminación.

Normalmente, el Tribunal Supremo paraliza sus resoluciones cuando lo que se dirime está pendiente de fallo por el Constitucional. Menos en esta ocasión, que no ha aguardado al pronunciamiento del órgano que establece las garantías constitucionales de cualquier ley y ha optado por quebrar el “criterio procesal constante y uniforme” de la sala, como advierten en sus votos particulares dos de los seis magistrados que suscriben la sentencia. Y a pesar, también, de las peticiones de la Junta de Andalucía elevadas al Supremo para que suspendiera el procedimiento hasta el pronunciamiento del Constitucional. Al parecer, había prisa por cambiar de opinión y dar la razón a los colegios, justamente dos días después de que el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía (BOJA) publicara el rechazo definitivo a reconocer el concierto a los primeros cursos de cada etapa educativa de estos centros concertados que segregan a los alumnos, para el curso 2017 y 2018. Se esta manera, el Supremo no sólo actúa con unas prisas inhabituales, sino que, además, cambia de opinión respecto de lo sentenciado en 2012, cuando falló a favor de la Junta y en contra de la educación diferenciada, revocando resoluciones previas del Tribunal Superior de Andalucía. Así, amparándose en la LOMCE, aprobada sin consenso en 2013, se desdice de aquellas sentencias y resuelve ahora que “no se puede asociar la enseñanza separada con la discriminación por razón de sexo”, por lo cual no se puede denegar el convenio a estos centros de educación segregada.

El asunto, más que educativo, es ideológico por ambas partes. La Junta defiende un modelo educativo mixto que responda a un concepto de sociedad igualitaria y diversa, como reconoce la propia consejera de Educación andaluza. Y los defensores de la educación diferenciada exigen el respeto al derecho de los padres a que sus hijos “reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”.  No en vano la mayoría de los centros que en España separan a sus alumnos por sexo están vinculados al ala más conservadora de la iglesia Católica, en especial el Opus Dei. Incluso se da la circunstancia que un ponente de la sentencia pertenece a esta organización religiosa y no niega su perfil ultraconservador.

Los responsables de la educación pública que impugnaron la LOMCE, ley que avala la educación diferenciada, estiman que la Constitución consagra la no discriminación “por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión y cualquier otra condición”, por lo que es inconstitucional la existencia de centros, financiados con dinero público, que separan, discriminan y atentan contra el artículo 14 de la Constitución, infringen la Ley Orgánica de Educación (LOE), la Convención de la Unesco y la ley para la promoción de la igualdad de género en Andalucía.

Pero para los partidarios de la educación diferenciada, ésta favorece la identificación sexual de los alumnos y el aprovechamiento escolar, puesto que existen asignaturas que se le dan mejor a las niñas y otras a los niños, según María Calvo, presidenta en España de la asociación europea de educación diferenciada (EASSE). Aunque no hay evidencia científica, estiman que existe un distinto proceso de maduración en niños y niñas, lo que se refleja en que, académicamente, estos centros ofrecen mejores resultados en las evaluaciones diagnósticas.

Puestos a subrayar diferencias no sustentadas por ninguna certeza científica que justifique la segregación educativa, también podrían establecerse en España colegios para inmigrantes, musulmanes, gitanos o hijos de familias desestructuradas que, como el sexo, influyen en el rendimiento escolar. Si en estos casos absurdos apreciamos discriminación, en la educación segregada también se da por mucho que el Tribunal Supremo no la aprecie. Una batalla, incruenta y a cara de perro, que viene librándose desde el año 1999, fecha en que el Ejecutivo andaluz cuestionó la financiación con fondos públicos de aquellos centros que “encorsetan” a los alumnos en función del sexo. Centros que, también hay que decirlo, sobreviven gracias a las subvenciones a la educación concertada, no a la encorsetada por prejuicios ideológicos. Queda por ver qué resuelve el Tribunal Constitucional al respecto para zanjar definitivamente la cuestión.

martes, 30 de mayo de 2017

“San” Fernando


Hoy, 30 de mayo, es festivo en Sevilla, día en que se conmemora la muerte del rey de Castilla y León, Fernando III “el Santo”, acaecida un 30 de mayo de 1252, dándole tiempo para reconquistar la ciudad de la dominación árabe, cuatro años antes de su muerte. Los musulmanes llevaban en España desde el año 711 y se habían expandido por casi toda la península hasta que fueron expulsados, tras una larga y perseverante reconquista, por los reinos cristianos del norte, comenzando por Asturias, desde donde el visigodo Pelayo organiza la resistencia en el 718.

Es notable la herencia musulmana en España, de la que sobresalen la Alhambra, fortaleza de los emires nazaríes de Granada, y la esbelta Giralda, alminar almohade, de Sevilla. Pero nuestra pertenencia a la civilización cristiana es aún mucho más profunda e influyente en nuestra cultura y costumbres. Comparar los “genes” de nuestra historia, desde las realidades en que han devenido estas civilizaciones, no deja de ser un ejercicio tramposo de historia con el que se quiere magnificar una y denigrar otra. Porque ni el rey Fernando III fue un santo varón inmaculado ni Add Al-Rahmán I un pecador inmoral y asesino, sino personajes con los que la Historia elabora su trama y cuyos actos amalgamaron nuestra rica esencia cultural e idiosincrática. Así se forman y forjan los pueblos.

No hay que restar méritos laudatorios a quien nos recuperó al ámbito cristiano del mundo, pero tampoco desmerecer las aportaciones de un pasado en el que Al-Andalus brillaba con la luz de enciclopedistas como Yusuf Ibn Al-Sayj, historiadores como Ibn Jaldun y filósofos como Ibn Ruso-Averroes. Afortunadamente, España es un mestizaje cultural que, orgullosa de su raíz cristiana, puede hoy albergar una visión comprensiva de las aportaciones civilizatorias de su historia y que le permiten interpretar y afrontar desde el diálogo y la tolerancia los problemas que aquejan al complejo mundo moderno. No en balde, en suelo español confluyeron y convivieron en tolerancia tres cosmovisiones distintas, la islámica, la judía y la cristiana. Bueno es recordarlo en la celebración del rey cristiano que reconquistó Sevilla cuando, en la actualidad, se mata gratuitamente a causa de la intransigencia y el fanatismo religiosos.       

viernes, 26 de mayo de 2017

Primeras calores

 
Ya comienza a hacer calor, como corresponde a estos días agónicos de la primavera en latitudes más próximas a África que a los Pirineos. Temperaturas que vienen para quedarse hasta bien entrado el otoño y asfixiarnos con un aire que quema los pulmones en el período álgido de la estación, cuando huimos en tropel hacia las playas o buscamos refugio en centros comerciales climatizados. Los días no dejarán de crecer para que el Sol satisfaga su instinto achicharrador sobre la faz de esta parte del mundo. Se supone que ya estamos acostumbrados a sudar y a evitar las insolaciones porque lo que anuncia este calor impaciente es descanso y vacaciones para los que pueden permitírselo. Y son muchos los que se alegran de dar la bienvenida al calor y lo reciben alborozados. Pero para otros, tal vez una minoría incomprendida entre tantos aduladores del infierno, ni los aires acondicionados ni las brisas marinas compensan soportar el período más largo del año como si estuviéramos metidos en un horno. Y es que, cuando hace calor, hace calor. Y ya está aquí.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Cuando los perdedores vencen


He de reconocer, de entrada, mi nula capacidad predictiva y el “fino” olfato que me caracteriza para el análisis y la interpretación de los acontecimientos que suceden en la realidad. Soy un desastre pero, una y otra vez, me arriesgo a hacer vaticinios que indefectiblemente resultan errados, como cuando aposté por Hillary Clinton y fue derrotada por el impresentable Donald Trump, o cuando estimé vencedor del debate de las primarias del partido socialista español a Patxi López y ganó por goleada Pedro Sánchez. En ambos casos, vencieron contra todo pronóstico los críticos o herejes con los órganos partidarios, los “outsiders” del “aparato” oficial de sus formaciones políticas, los “a priori” perdedores natos. Así que, lo reconozco con humildad, como comentarista de la actualidad tengo un negro porvenir, aunque insista y siga engordando mi lista de pronósticos fallidos.

Porque una cosa es ganar una batalla y, otra muy distinta, ganar la guerra. En los ejemplos citados anteriormente, me parece bastante probable que ambos líderes, en sus respectivos ámbitos y países, no llegarán a completar o cumplir como preveían sus mandatos o programas. Entre otras razones, porque sus victorias no revelan ni las cualidades exigibles para el ejercicio del cargo ni las intenciones reales que les han impulsado, con inesperada fortuna, a ganarlo. No veo al presidente Trump preparado política y psicológicamente para sentarse en el Despacho Oval ni creo que Sánchez convenza al conjunto del votante socialista de diluir el histórico PSOE, como hizo Alberto Garzón con Izquierda Unida, en Podemos, convirtiéndolo en adlátere de sus políticas al no poder frenar su descalabro electoral. Uno y otro están predestinados a ser víctimas de sus propias contradicciones, carencias y veleidades hasta acabar depuestos y relevados antes de tiempo. Aunque lo más seguro es que me equivoque nuevamente, cosa que no descarto.

No obstante, el escenario de esa posible evolución en estos dos políticos que me atrevo anticipar es perfectamente coherente con sus trayectorias y las acciones o iniciativas que ya han adoptado al comienzo de su mandato, en el caso de Trump, y durante el período en que fue secretario general antes de ser defenestrado, en el caso de Sánchez. Los dos personajes públicos proyectan su futuro con las luces del pasado, con lo que hicieron antes y lo que hacen ahora. Y lo que reflejan esas luces son más sombras que brillos. Intentaré argumentarlo, comenzando por el personaje más cercano: Pedro Sánchez.

El recién elegido por los militantes como secretario general del PSOE, en un proceso de primarias, recupera el cargo del que había sido depuesto hace sólo ocho meses por un comité federal convulso. Él era el líder del partido durante las dos elecciones generales que constituyeron sendos fracasos para las siglas socialistas, sin que su proyecto para sustituir a Mariano Rajoy del Gobierno obtuviera resultados meritorios en número de escaños. Antes al contrario. El PSOE, con Sánchez, se desangraba y conseguía los peores resultados de su historia, mientras su secretario general seguía empecinado en pactar con quien fuera –primero con Ciudadanos y después con Podemos, excluyentes entre sí- para conformar una alternativa de Gobierno, aunque ello supusiera repetir por tercera vez unas elecciones generales en el plazo de un año. De ahí procede su eficaz y afortunado eslogan del “no es no” con el que simplifica e idealiza su estoica postura: no a Rajoy, no a la investidura del candidato conservador de la minoría mayoritaria, sin importar el precio. Y el precio era la inestabilidad de un país que luchaba –y todavía lucha- por salir de una crisis que ha llevado a la pobreza a amplias capas de la población.

El “alma” dual del partido volvía a materializarse en el enfrentamiento expreso. La sensibilidad pragmática de los socialistas apostaba por aceptar su destino en la oposición, desde donde podría influir en la actividad de un gobierno en minoría que debía negociar todas sus iniciativas, ejerciendo como cabeza visible de la oposición en el Parlamento, hurtándole así todo protagonismo a Podemos y pudiendo congraciarse con el electorado que le había abandonado. El alma más izquierdista, representada por Pedro Sánchez, se impacientaba y prefería quemar todos los cartuchos por “cuadrar” esa alternativa de izquierdas que la aritmética parlamentaria le negaba si no transigía con las condiciones que le quisieran imponer, para sumar sus apoyos, las formaciones separatistas (aceptar la realización de un referéndum secesionista en Cataluña, por ejemplo) o la de un Podemos que aspira a relevarlo en su espacio político (detentar los ministerios más relevantes e influyentes de ese posible gobierno en coalición). Todo ello acabó profundizando la división del partido, pero sirvió de manera providencial para el renacer electoral del depuesto Pedro Sánchez, quien ha encarnado a la perfección, desde entonces, el papel de víctima de las élites y de los burócratas del “aparatachi”. El perdedor acabó venciendo.

Ahora, desde una secretaría general blindada con el voto del militante y que de alguna manera altera las reglas internas de representación del partido, Pedro Sánchez tiene que demostrar que tenía razón, que era el depositario de las esencias incontaminadas del socialismo español y que, bajo su égida, el PSOE volverá a recuperar su peso electoral y su importancia ideológica en el panorama político del país. Está por ver si será capaz de desalojar a Rajoy del Gobierno sin romper definitivamente las estructuras del partido, ya gravemente escindido entre sanchistas y susanistas, entre oficialistas y críticos. Un reto mayúsculo al que hay que sumar otras cuestiones pendientes y de las que el nuevo secretario general ha ofrecido opiniones fluctuantes, si no contradictorias.

En primer lugar, deberá unir al PSOE, integrando a esa mayoría de “barones” territoriales que no apoyaron su candidatura. Pero como decida pasar factura e imponer militarmente su criterio, colocando a sus afines en las federaciones “díscolas”, la lucha será fraticida. Por lo pronto, Susana Díaz ha adelantado el congreso del PSOE andaluz para no darle tiempo de organizar una contraofensiva que le dispute su “mando en plaza” en aquella región, la única, junto al País Vasco, en la que no consiguió ganar en las primarias. La lealtad que tanto reclama, la unión del partido y hacerlo que funcione como una “piña” con su secretario general al frente, requiere generosidad y diálogo por ambas partes, por todas las partes. Y precisa un programa político consensuado en los distintos órganos de decisión del partido y no impuesto, a modo de revancha, desde la cúspide, según la conveniencia voluble de su líder.

Aparte de la recuperación electoral y de la unidad de la familia socialista, el nuevo secretario general habrá de afrontar la “trampa” que le tiende Podemos con su moción de censura a Rajoy en el Congresos de los Diputados. O la apoya o se abstiene, una disyuntiva que lo devuelve a la casilla de partida que causa división en al partido: apostar por la estabilidad política del país o por la ruptura y el páramo de unas nuevas elecciones de resultado incierto. Es decir, repetir el trauma que ha llevado a los socialistas a esta situación de deterioro electoral, irrelevancia política y de tensiones autodestructivas internas. Si a ello añadimos el desafío independentista del Gobierno catalán, decidido a convocar un referéndum que viola la ley, y al que Sánchez responde una cosa y la contraria desligándose del criterio consensuado del PSOE con la Declaración de Granada que postulaba avanzar hacia el federalismo, se comprenderá que el pesimismo más inquietante cunda entre los socialistas, en particular, y los ciudadanos, en general. Un partido que aspira a gobernar no puede carecer de una noción clara de su país, de la arquitectura jurídica del Estado y del concepto de nación del que emana la soberanía y el modelo de convivencia de los ciudadanos, todo ello recogido, reconocido y protegido por la Constitución. Sánchez deberá asumir que no es lo mismo un mitin callejero, que se solventa con demagogias gratuitas, que la toma de posición del partido en el Parlamento para preservar el sistema democrático y el Estado de Derecho, aunque el flamante secretario general carezca de escaño en el Congreso para defender esa posición como máxima autoridad del mismo. Su indefinición y veleidad deberán ser superadas, otra vez, por la estabilidad del país.

En definitiva, si con Pedro Sánchez y su “no es no” el PSOE no supera los cien escaños en el Congreso, no establece la paz de la unidad con las federaciones, no deja meridianamente claro su política de alianzas para temas de Estado en el Parlamento y no define su propia identidad ideológica y como partido para no dejarse absorber por la de otros, es bastante probable que los mismos militantes que lo eligieron le den la espalda y lo vuelvan a deponer. Porque con él, nada de esto está claro, según mi siempre erróneo parecer.

Y con Donald Trump me pasa algo semejante aunque los avisos de su nefasto derrotero parecen mucho más evidentes, tanto que ya los he expuesto en alguna otra ocasión como comentarista despistado. El empresario multimillonario, elegido presidente de Estados Unidos de América, es un peligro latente en la Casa Blanca, no tanto por su inexperiencia política, sino por sus ideas racistas (muro con México, desprecio de lo hispano, recelo de lo musulmán, etc.), su actitud sectaria en política doméstica (eliminación del Obamacare, recorte en los programas sociales, etc.), su pretensión proteccionista de un mercado ya indiscutidamente globalizado, en línea con lo que favorece a sus negocios y los de su familia (no en balde su hija y su yerno ocupan puestos de cercanía y responsabilidad en la misma Casa Blanca sin siquiera presentarse a las elecciones) y la bisoñez de sus iniciativas para combatir el terrorismo yihadista (prohibición de entrada a EE UU de extranjeros procedentes de determinados países musulmanes con los que no mantiene intereses económicos privados, su tendencia a bombardear lo que le dicta el lobby militar aunque no sirva para variar ninguna guerra, etc.).

Pero su peligrosidad se acrecienta por los abusos de poder de su Administración y la predisposición de Trump de creer que, por el mero hecho de ser presidente, le acompaña la razón y la legalidad, a pesar de que los jueces tengan que anular algunas de sus órdenes presidenciales por ser manifiestamente inconstitucionales. Tanto más peligroso cuanto acusa a los que rebaten sus tesis y revelan sus mentiras de falsear la verdad, de manipular sus declaraciones o de conspirar en su contra. De ahí surgen sus encontronazos con la prensa, con la oposición demócrata, con sus propios correligionarios del Partido Republicano y con medio mundo. Si pudiera ejercer como empresario déspota, que es a lo que está acostumbrado, despediría a todos los que le contradicen y le descubren en un renuncio. Eso es, exactamente, lo que hizo con el director del FBI, James Comey, al que cesó fulminantemente porque se negó a ocultar cualquier relación que descubriese sobre las presuntas relaciones de connivencia entre la campaña de Trump y las injerencias de Rusia.

Unas relaciones extraordinariamente peligrosas que podrían poner en cuestión la seguridad nacional de EE UU si se confirmase la existencia de una trama rusa en su entorno y en su elección como presidente. Son tantos los indicios de ello, aparte de la dimisión de Michael Flynn como director de Seguridad Nacional por ocultar sus contactos con agentes rusos en Washington, que se ha abierto una investigación independiente por parte de un fiscal especial, el exdirector de la CIA John Brennan, quien ya ha comparecido ante el Comité de Inteligencia del Senado para reconocer que “Rusia interfirió descaradamente en el proceso electoral presidencial de 2016 y que llevaron a cabo esas actividades pese a las serias quejas y las advertencias explícitas de que no lo hicieran”.

Por lo tanto, ya no son simples sospechas sino información de inteligencia lo que compromete al presidente Trump y a ciudadanos norteamericanos involucrados en su campaña y en su Administración. Tan peligrosos son esos indicios como la vanidosa actitud arrogante de un empresario codicioso al que le viene grande el uniforme de presidente de EE UU y que no duda en compartir información reservada con sus “aliados” rusos, respecto de los cuales muestra sumisión y dependencia. Hay que recordar, llegados a este extremo, que una investigación parecida, que puso al descubierto las mentiras proferidas por otro presidente norteamericano, supusieron el inicio de un procedimiento de “impeachment” que obligó dimitir a Richard Nixon por el escándalo del Watergate.

Es por todas estas razones que, sin ser ningún adivino, considero altamente probable que Donald Trump y Pedro Sánchez, auténticos ejemplos de perdedores con suerte, se verán forzados a renunciar a sus ambiciones personales y ceder el poder que le otorgaron con sus votos unos ciudadanos ingenuos y sumamente crédulos, convencidos de las bondades de estos charlatanes. Pero no se preocupen: es mucho más probable que vuelva a estar equivocado y el charlatán sea yo. No me extrañaría nada.

lunes, 22 de mayo de 2017

Salvando las distancias

A veces, muchas más veces de lo imaginado, los hechos de lo cotidiano nos ciegan y aplastan con el peso de su inmediatez. Nos inmovilizan en un presente que nos impide tomar perspectiva para distinguir el pasado y un probable futuro, es decir, no nos deja comprender de dónde viene y adónde va lo que ahora sucede y que tanto nos desasosiega. Eso que sucede, en los sucesivos ahoras de nuestra existencia, es tanto personal como colectivo, afecta tanto a nuestras vidas como a las de la comunidad de la que formamos parte. No resulta extraño, por tanto, que nos sintamos abrumados por acontecimientos -propios y ajenos- que, pasado cierto tiempo y valorados sin la precipitación del instante, son menos trascendentales y mucho más relativos de lo que creíamos. Salvando las distancias, pierden importancia o la repercusión que creíamos decisiva. Es lo que aprenden a valorar los ancianos: que lo verdaderamente relevante de la vida lo dejamos escapar para atender con obsesión enfermiza cuestiones superfluas en absoluto fundamentales. Olvidamos vivir para dedicarnos a consumir o demostrar lo que somos o pretendemos ser. Y cuando queremos darnos cuenta, hemos desperdiciado el tiempo, los sentimientos y las energías en asuntos triviales que, en su momento inmediato, nos parecían prioritarios e inaplazables. Eran cuestiones urgentes y primordiales, en lo político, lo laboral, incluso en lo físico, que nos atrapaban con su ridícula pero insoportable inmediatez. Como esos árboles al borde del camino, que muchos se dedican a cuantificar con rigor matemático, despreciando lo que hay detrás de ellos, lo que ocultan. Sólo unos pocos consiguen descubrir y disfrutar, salvando las distancias, el bosque de verde fronda que forman en su conjunto y que cubre el paisaje hasta donde alcanza la vista. Como también son pocos los capaces de acompañar, compartiéndolo, el crecimiento de sus hijos, las puestas de sol que todas las tardes brindan o los silencios ensimismados de una placentera lectura. Sólo unos cuantos desechan los afanes del día a día para percibir la vida que palpita en nuestro interior, en comunión con cuanto nos rodea, dando pleno sentido a un devenir que lo cotidiano le niega. Muy pocos salvan las distancias para evitar verse cautivos con la realidad inmediata de la dictadura del presente.

viernes, 19 de mayo de 2017

Más vulnerables que nunca


La seguridad personal o colectiva nunca ha estado más expuesta al riesgo que en la actualidad. Los cacos y las bandas criminales de variada tendencia pueden acceder a nuestros hogares y desvalijar nuestras pertenencias con suma facilidad por muchas puertas blindadas o alarmas de seguridad que tengamos instaladas. Si no lo han hecho ya, si no han invadido nuestras casas, no es por las dificultades que podamos presentarles, sino porque carecemos de bienes de valor que puedan interesarles. Rara es la semana que no se comete algún robo en nuestro entorno más cercano y que afecta a comercios o viviendas. Vivimos inmersos en una inseguridad que parece intrínseca de esta sociedad de multitudes, ruidosa y acelerada a la que pertenecemos, en la que coexisten la riqueza y la pobreza, la comodidad y las estrecheces, y el bienestar junto al infortunio, todo lo cual no hace más que agrandar la brecha de desigualdad existente entre sus miembros, haciéndola más profunda e insoportable. Pero tales injusticias no son, o no han de ser, causas para la delincuencia ni motivos para justificarla o tolerarla, pero sí sirven para explicar una situación que constituye terreno abonado para su mantenimiento y expansión, además de obstaculizar su erradicación.

Pero si en el mundo real, material o físico la seguridad no es, ni puede ser completa, en el virtual estamos más indefensos aun y somos más vulnerables de lo que imaginamos. Prácticamente, estamos vendidos. Un universo virtual en el que nuestras vidas se exhiben en las pantallas del ciberespacio, viajan a través de Internet y forman parte del contenido de las redes sociales. Y ello es así porque utilizamos la red para comunicamos, entretenemos, comprar, vender y tramitar asuntos de toda índole, desde la declaración de la renta hasta la consulta de nuestras cuentas bancarias, etc. Por esta razón, nos convertimos en datos que manejan algoritmos complejos con los que pueden seguirnos, controlarnos y gobernarnos a distancia por parte de cualquier instancia interesada, ya sea para bombardearnos de publicidad en los ordenadores como para seducirnos con lo que nos gusta o hacernos caer en alguna trampa o estafa. Cualquier curioso con nociones elementales de informática, no digo ya si se trata de un temido hacker, puede rastrear con pasmosa facilidad la huella digital que vamos dejando con nuestros móviles y con el uso de Internet. En esa existencia “on line” somos tan vulnerables como niños en medio de una guerra, a campo abierto, donde no es posible esconderse ni defenderse de las formidables armas de la informática.

Y todo en razón de que las tecnologías de la información y la comunicación, las famosas TICs, se han convertido en un elemento esencial de nuestras existencias. Están presentes, potenciándolo todo y haciéndolo más fácil, en nuestros hábitos más cotidianos hasta el punto de que nuestro historial médico está inscrito en el chip de la tarjeta sanitaria, nuestra economía en el de la tarjeta de crédito y nuestra identidad en el del DNI. Entre chips y conexiones en Internet, estamos sometidos a una visibilidad permanente y, por ende, más controlados que nunca, mucho más que en la vida real. Fundamentalmente, porque somos tan dependientes de esa trama virtual como vulnerables frente a ella. Si las dos terceras partes de la Humanidad están conectadas en la red, es decir, si millones de computadoras están permanentemente interconectadas en todo el mundo, no existen límites, en ese campo de relaciones tan inmenso, para la intervención “pirata” de nuestra intimidad y para el saqueo de nuestro patrimonio físico y virtual. El mismo instrumento que favorece la economía, la comunicación, la ciencia, el ocio, el trabajo y la cultura, esos recursos informáticos omnipresentes, también favorece la delincuencia y los ataques cibernéticos.

A estas alturas de la sociedad tecnológica, es imposible sustraerse de las ventajas que  ofrece la informática, pero hay que asumir a usarla con precaución y, desde luego, a no exhibirse innecesariamente a través de ella, tomando conciencia como usuarios de los riesgos que se corren en el mundo virtual. Del mismo modo que somos proclives a poner cerraduras reforzadas en las puertas de nuestras viviendas, tenemos que impedir o dificultar el acceso de extraños a nuestros correos electrónicos, redes sociales, páginas de Internet y teléfonos móviles. Debemos ser mucho más precavidos en el mundo virtual porque la misma libertad que conlleva requiere, en contrapartida, mayores exigencias de seguridad. Aun en contra de la fuerte presión que nos insta a lo contrario.

Son las empresas del sector las que nos ofrecen constantemente estar más expuestos prometiéndonos móviles cada vez más potentes y rápidos, megacapacidades para una conexión instantánea y sin límites e infinitas posibilidades de comunicación y navegación a precios asequibles o de cómoda financiación. Pero no nos advierten de que con ello nos tientan a ser más dependientes que nunca y estar más controlados que jamás en la historia. Una dependencia y vulnerabilidad que son sumamente peligrosas, incluso cuando no poseamos nada que pueda interesar a los ladrones, piratas y chantajistas que pululan por la red. Aun así, nos hemos convertido en el objetivo de sus ataques, a veces por mera diversión o para demostrar lo fácil que es atacarnos.
 
El último ciberataque a más de 200.000 ordenadores de 150 países distintos demuestra la fragilidad de una tecnología a la que confiamos vidas y haciendas. Pone en evidencia la vulnerabilidad de un sistema al que se puede poner en jaque de forma impune, anónima, global y con grandes beneficios mediante un simple virus informático de los muchos que circulan camuflados entre enlaces y reclamos diversos. Evidencia la escasa seguridad con la que nos aventuramos en el mundo virtual o digital. Y nos enseña una lección: a no confiar y adoptar cuantas medidas de ciberseguridad estén a nuestro alcance y que nos protegen, hasta cierto punto, de algunos peligros. Pero, sobre todo, a ser más herméticos con nuestros datos o información personales para no dar pistas a los amantes o curiosos de lo ajeno. WannaCry, que no es el primero pero sí el último virus informático hasta la fecha, nos enseña a no ser ingenuos, menos aun en el mundo virtual, donde somos más vulnerables que nunca. Por si acaso no lo sabía.

miércoles, 17 de mayo de 2017

¿Qué hacemos mal?

Sevilla, calle Bami, 9:30 horas.
Me incluyo en la pregunta, me incluyo entre los responsables que, por acción u omisión, permiten o toleran que en nuestra sociedad convivan, como mal menor o mayor de un desarrollo mal entendido, personas que han de dormir a la intemperie sobre cualquier acera de cualquier calle de cualquier ciudad, arropados con un abrigo de cartones, y empujados por los motivos que sean. No hay razones que justifiquen tamaña indigencia sin que la conciencia y los servicios sociales se activen como un resorte en auxilio de los abandonados a su suerte, de los orillados de toda oportunidad, de los vagabundos sin más porvenir que el de pordiosear la compasión de los que han tenido la suerte de acomodarse entre los bienpensantes, bienalimentados y biensatisfechos de la sociedad del consumo. Pero algo hacemos mal cuando no somos capaces de repartir unas migajas de nuestro confort con los que, por no tener, no tienen ni donde dormir ni caerse muertos. Malviven a nuestro alrededor, justo al lado de las mesas donde desayunamos o de los portales de las casas que habitamos, como seres invisibles para nuestra sensibilidad e inútiles para reclamar nuestra atención. Forman parte de los excluidos, cuyo volumen tiende a aumentar a pesar de los signos de recuperación que dicen estamos disfrutando, en beneficio de los de siempre. Padecemos esa aporofobia que rechaza al pobre, al desafortunado que molesta nuestra vista sin que siquiera nos induzca a la caridad, esa injusticia indigna con la que limpiamos nuestra mala conciencia. Un rechazo al pobre que, como señala Adela Cortina*, es el germen de todas nuestras fobias a los inmigrantes, los refugiados, a los desarraigados, a todos los que no pueden intercambiar nada con nosotros, por ser pobres. Y es que algo hacemos mal cuando no somos capaces de erradicar este problema, el problema que afecta a nuestras almas endurecidas e insensibles frente a tanta pobreza.
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* Adela Cortina, Aporofobia, el rechazo al pobre. Editorial Paidós, 1ª edición mayo 2017, Barcelona.

martes, 16 de mayo de 2017

Un debate para el olvido


Hemos asistido al debate televisado de los candidatos a la secretaría general de los socialistas, enfrentados en las primarias del partido, con una mezcla de bochorno e incredulidad. Causaba vergüenza la dureza y crueldad con la que se atacaban dos de los intervinientes, Pedro Sánchez y Susana Díaz, como si fueran representantes de dos formaciones rivales y antagónicas en vez de miembros de unas mismas siglas, e incredulidad por la falta de ideas y propuestas que removieran la ilusión y esperanza de los ciudadanos por un partido que pretende volver a gobernar España. Aquella pelea, en la que sólo destacó, a mi parecer, el tercero en discordia, Patxi López, con sus proclamas a la unidad y por definir al PSOE por sus objetivos más que por las estrategias, sólo merece una cosa: el olvido. Entre otras cosas, porque el espectáculo sólo sirvió para demostrar, por si alguien tenía alguna duda, la grave brecha que se ha abierto en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) desde la defenestración de Sánchez de la secretaría general en octubre pasado. Un bochorno y una incredulidad que no creo motiven a los militantes a votar como no sea para atizar al contrincante en vez de para secundar un programa de regeneración del partido que lo haga creíble ante el electorado y lo capacite para ganar las elecciones y resolver, desde el gobierno, los problemas que aquejan al país: corrupción, paro, desigualdad, pobreza, austeridad laboral y salarial, desequilibrios territoriales, violencia machista, desmantelamiento del Estado de Bienestar, etc.

Tampoco era cuestión de esperar gran cosa de quienes, en última instancia, se prestan voluntariamente a dirigir una formación política que, como todas, apenas dispone de afiliados para su sostén económico, y en la que sus simpatizantes –y presuntos votantes- sólo participan depositando su confianza en estos seres providenciales para que solucionen los problemas del país desde criterios o convicciones que creen compartir con ellos. Los candidatos coinciden en apelar a una militancia que se inhibe, por muchos avales que recojan, de esas diatribas cainitas entre familias que intentan retener o arrebatar el control del aparato. Y eso fue, exactamente, lo que se presenció en el debate de primarias del PSOE: un enfrentamiento entre los que apuestan por formar coaliciones con el resto de la izquierda, fundamentalmente con Podemos, para desbancar a la derecha del Gobierno, y los que prefieren recuperar la hegemonía de la izquierda para imponer su programa electoral sin concesiones a adversarios políticos, salvo en casos de acuerdos puntuales aislados. Todo ello expresado desde el rencor y el resentimiento, de un lado, y la desconfianza y el desprecio, desde el otro. Con buenos modales aparentes, pero con una beligerancia verbal que denota la distancia entre los contrincantes y la falta de afectos que se profesan.

Veinticuatro horas después, todo el mundo en España, haya visto o no el debate en directo, conoce ya este desenlace y ha leído todos los comentarios que ha generado, pues ese era el propósito perseguido: no sólo el de solicitar el voto de la militancia concernida, sino también el de llamar la atención de la ciudadanía para convencerla de que el partido socialista, mediante procedimientos democráticos a la vista de todos, elige a la cabeza dirigente de la formación aun a costa de sacrificar su imagen colectiva con las discrepancias que exhiben los candidatos. Justo lo contrario del método empleado por el Partido Popular, sumido en Andalucía en un enfrentamiento nada disimulado entre sectores afines y críticos con la dirección regional, que no dudan en poner denuncias en los juzgados cuando se les impide ejercer el derecho de participación.

Del debate de los socialistas sobresale lo que ya sabíamos: que Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía y secretaria general de la federación andaluza, es la candidata “oficial” de la ortodoxia del partido, la que se apoya en lo que fue el PSOE a lo largo de su historia y en el legado de sus dirigentes históricos, que busca rehabilitar sus siglas para recuperar la confianza del electorado. De hecho, prometió que, si no logra remontar al partido electoralmente, se iría de la secretaría general.

Pedro Sánchez se considera damnificado del comité federal que lo defenestró y desde entonces persigue con encono saldar cuentas. Su agresividad contra Susana Díaz y la gestora que dirige el partido, a los que acusa de permitir que gobierne la derecha al decidir la abstención en el debate de investidura de Mariano Rajoy, va en aumento de forma paralela a su resentimiento. Está convencido que, tras dos elecciones generales y los intentos frustrados por reunir los apoyos necesarios, el PSOE debía de haber impedido la investidura del candidato de la derecha hasta que el resto de la izquierda se convenciera de las bondades del candidato socialista. De ahí que el programa de Pedro Sánchez se limite al eslogan del “no es no” en referencia a aquella abstención.

Y Patxi López, que intentó y consiguió no entrar al trapo del antagonismo de los otros candidatos, fue el único que esgrimió las razones más convincentes para dirigir el PSOE: buscar su unidad, definiendo a la formación por sus objetivos, no por quién pacta.Y puso en un aprieto, en un momento dado, a Sánchez cuando le preguntó qué es una nación. Ante la respuesta sentimental de aquel, le brindó un resumen canónico del término para incidir que, con todo, ese era un problema para los nacionalistas, no para los socialistas, que siempre han abogado por la igualdad de todos los ciudadanos, aun reconociendo sus diferencias culturales e identitarias.

El resto del debate es materia de olvido, si no fuera porque la contribución socialista en la gobernanza de España es fundamental.      

viernes, 12 de mayo de 2017

La paleta de las jacarandas


Es un estímulo para los sentidos recorrer la ciudad, en estos días revueltos de la primavera, y contemplar las aceras cubiertas con la alfombra violácea que le prestan las jacarandas. Paseos y senderos se tiñen con el color de unos árboles que, envanecidos de su floración, salpican el entorno con la tonalidad cárdena de sus flores. Imprimen, así, pinceladas moradas que exceden los contornos arbóreos y la monotonía cromática del cemento, el albero o el verde del follaje. Con su paleta de colores, las jacarandas pintan Sevilla de violeta, de belleza el paisaje y de emoción la vista. Un placer para quien sabe apreciar y disfrutar este cuadro natural que hace brillar las retinas.

jueves, 11 de mayo de 2017

Sequía, fe y manipulación


La realidad en la que vivimos no deja de sorprendernos. Es tanta la información que fluye por ella y tantos los medios tecnológicos que desentrañan cualquier fenómeno que acontezca, que es prácticamente imposible dejarse manipular por quienes acostumbran a propalar toda clase de memeces, por muchas influencias que tengamos de creencias y bulos. Bastaría con prestar un mínimo de atención a toda la información accesible a nuestra disposición para averiguar, con reducido margen de error, que ni sufrimos una sequía alarmante (falta de precipitaciones), ni que las rogativas o los rezos hacen llover cuando convenga por intervención divina. Ya no es posible ni tolerable tratar a las personas cual ingenuos menores de edad por la falta de diligencia de algunos o la manipulación cínica de otros. Sin embargo, abundan la desidia y los charlatanes que lo intentan con su grey de seguidores.

Esto viene a colación porque no es infrecuente encontrar en los medios de comunicación noticias y comentarios acerca de una sequía que, al parecer, afecta a determinadas zonas del país, intercaladas con otras informaciones sobre los estragos que causan tormentas e inundaciones en diversos lugares de la Península. Es cierto que una cosa no quita la otra y que puede darse la coincidencia de una sequía en un área determinada con aguaceros torrenciales en otra. Pero que se prodiguen unos sin influir en otros es, cuando menos, sorprendente y llamativo.

Más sorprendente aún si, en medio de tales informaciones contradictorias, interfiere una autoridad eclesiástica, perteneciente por supuesto a la jerarquía católica, al parecer muy preocupada por las consecuencias que podría ocasionar la sequía en la agricultura y la ganadería. Se trata de un arzobispo que remite una misiva a los sacerdotes, seminaristas y fieles de su diócesis para instarles a rezar y pedir al Creador del Universo “que nos conceda el agua que tanto necesitamos”. El purpurado en cuestión, aparte de sufrir por los pecados del mundo, se hace eco de la “preocupación creciente” de los agricultores por la grave sequía que padece Sevilla, toda Andalucía y gran parte de España. Hasta la Iglesia se apunta a la supuesta sequía. Si ya no sabemos si llueve o padecemos una escasez hídrica, la intervención del religioso añade confusión al asunto e intenta, de paso, cohesionar a su feligresía con misas y plegarias que supuestamente ayudarían a solventar el problema. Si esto no es manipulación, se le parece bastante y recuerda épocas pretéritas de analfabetismo y opresión que creíamos superadas.

Cualquier lector de prensa, oyente de radio, espectador de televisión o navegante de Internet, es decir, el simple consumidor de información en cualquier soporte, se enfrenta a noticias que, en el intervalo de pocos meses o con el cambio de estación, le informan de que el agua recogida con las últimas precipitaciones aumenta las reservas y garantiza el abastecimiento de los próximos años, o que, por el contrario, el campo está soportando una “pertinaz” sequía que hace peligrar las cosechas, el pasto para la ganadería y el consumo humano. Ante ello, el usuario de la información no sabe a qué carta quedarse: o se traga todo lo que le echen o no se cree nada. Si los medios informan de una cosa y de lo contrario, publicando cualquier nota de prensa que reciben sin analizar su contenido y, peor aún, sin confirmar ni contextualizar lo que las fuentes les interesa dar a conocer, sólo queda que el lector, oyente o espectador interesado asuma la labor de diligencia a la que renuncian los periodistas.  

De esta forma podría enterarse que, según el Observatorio Nacional de la Sequía, lo que se conoce como tal es un fenómeno que se produce cuando los valores de las precipitaciones son inferiores a los normales en un área determinada y durante un período de tiempo más o menos prolongado. Aunque hay diversas definiciones o tipos de sequía (meteorológica, hidrológica, agrícola, etc.), la que maneja la gente es la que se refiere a la escasez de precipitaciones en cada año hidrológico, una medida temporal que abarca desde el mes de octubre de un año hasta el de septiembre del año siguiente ¿Ha habido falta de precipitaciones en el año hidrológico 2016-2017 en España?

Los datos que ofrecen los “Informes mensuales climatológicos” de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), en lo que llevamos del actual período hidrológico ha habido meses secos pero con precipitaciones inferiores a lo normal y fríos o cálidos pero húmedos o extremadamente húmedos, incluso con precipitaciones que fueron superiores a los valores normales. Es decir, falta de agua como para calificar de sequía la situación, no se ha producido en el sentido estricto del término. Diferente es que, para determinadas cosechas y los niveles de algunos embalses, no llueve cuando interesa para el regadío de algunos cultivos ni en la cantidad necesaria para compensar la sobreexplotación en algunas cuencas. Pero esto es otra cosa que tiene más que ver con la gestión de un recurso escaso e imprevisible como es el agua que con lo que es una sequía, propiamente dicha. Y los medios se prestan a la confusión.

Parece conveniente, por tanto, que tanto jerarcas eclesiásticos como medios de comunicación no contribuyan a crear alarma entre una población ya suficientemente sensibilizada en el uso racional del agua, cuya gestión está encomendada a los poderes públicos por ser un recurso vital de interés general que los ciudadanos financian con sus impuestos y con el recibo de la empresa suministradora. Y que no se dejen utilizar por sectores particulares a los que la disposición de este elemento puede verse alterado por la disminución temporal de las precipitaciones o el aumento de la demanda. Máxime si el consumo de agua en la población representa sólo el 8 por ciento del total, siendo la agricultura la responsable del 80 por ciento del gasto, y la industria, del 12 por ciento restante. No es justo, pues, que ni arzobispos ni medios, cada cual manoseando la información a conveniencia, tomen por niños ingenuos y manipulables a sus respectivas “parroquias”. Ese tiempo ya ha pasado.

martes, 9 de mayo de 2017

La "borrachera" del ministro Montoro


Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda  (Foto: EFE)
El Gobierno de España, que preside en minoría Mariano Rajoy, está en pleno trámite de aprobación, en el Congreso de los Diputados, de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) del año en curso y, por tal motivo, tiene abierta la chequera para arrancar el apoyo suficiente de la oposición para validar las cuentas. Ya ha conseguido superar -con el triple empate entre síes y noes que provoca su rechazo- el debate de las enmiendas a la totalidad del proyecto de ley presupuestario. Para lograrlo, ha llegado a acuerdos con los grupos parlamentarios de Ciudadanos, Foro Asturias, Partido Nacionalista Vasco, Coalición Canarias y con el único diputado de Nueva Canarias que le han permitido sumar esos 175 votos favorables que necesitaba para que no le echaran para atrás (con enmiendas a la totalidad) las cuentas públicas. Pero ha dejado “píldoras” dialécticas por parte del ministro encargado en defender las cuentas, durante el rifirrafe parlamentario, que denotan la sensibilidad gubernamental y el concepto de gasto social que tiene el Gobierno. Y es que las palabras o los conceptos tienen significados que revelan las intenciones o lo que piensa quien los utiliza. Es lo que le ha sucedido a Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda, al rechazar toda propuesta sobre gasto social con la advertencia de que “acabamos de salir de una crisis que venía de una borrachera de gasto social y ya quieren que salgamos de copas”, pronunciada contra quienes exigen recuperar los niveles de inversión social previos a la crisis en las cuentas del Estado, en correspondencia con esa recuperación de la actividad económica que el mismo Gobierno no se cansa de pregonar.

No es un inocuo lapsus verbal ni una metáfora desafortunada lo que ha escupido el ministro Montoro. No lo es porque tachar de borrachera o despilfarro el gasto social, como suelen considerar a estas partidas desde la bancada conservadora, denota prejuicios ideológicos y no dificultades financieras o contables. El sustantivo escapado al ministro ha puesto al descubierto su pensamiento auténtico, lo que piensa de verdad sobre el gasto social, acorde con la doctrina neoliberal con la que profesa su ideología, tendente a “adelgazar” al Estado de la “grasa” de servicios y prestaciones sociales que considera improductiva e innecesaria, mediante recortes que se justifican con el subterfugio de la sostenibilidad de las cuentas públicas. Sin embargo, no se esgrime la misma reserva con el gasto en Defensa, por ejemplo.

Por eso, miente conscientemente el ministro, pues la “resaca” de la crisis no la produjo el gasto social, sino la falta de control y la avaricia del sistema financiero, cuyas deudas han sido sufragadas precisamente con los recursos detraídos del gasto social y abonadas por los contribuyentes vía impuestos. La borrachera vino con el rescate a los bancos, la elusión fiscal y la evasión de capitales, y de esa generosidad con la que han sido tratados todos estos sectores en comparación con la dispensada a los ciudadanos en dificultades, a los autónomos y a la pequeña y mediana empresa. Una borrachera que ha provocado que los menos pudientes hayan sido obligados a pagar las trampas de los afortunados, gracias a aquel “tocomocho” por el que se transformó la deuda privada en pública. De esta forma, el sistema financiero no se responsabilizó de su “borrachera”, ni los bancos de sus excesos crediticios y de riesgo, ni el Gobierno de la burbuja inmobiliaria que consintió que siguiera creciendo hasta explotar, etc. Todas esas “borracheras” se achacaron al socorrido gasto social, es decir, a los pensionistas, a la educación, la sanidad, las becas o la dependencia. Para el Gobierno del Partido Popular, por boca de su ministro de Hacienda, todos ellos fueron culpables de la crisis económica, por “vivir por encima de sus posibilidades”, en ofensiva expresión demasiadas veces pronunciada de manera impune, sin que se les caiga la cara de vergüenza. Un “tocomocho” que están dispuestos a repetir con la deuda acumulada por las autopistas en quiebra y la generada por la ineficaz regulación de las energías renovables. Las pérdidas en todos estos sectores acabarán “socializándose”, pero sus ganancias o los pagos en compensación quedarán en los bolsillos privados de sus propietarios, con el beneplácito de un Gobierno que opta por “socorrer” a los detentadores del capital en vez de a los ciudadanos, o estima más importante la “confianza” de los mercados (a los que nadie elige) que la de la población, incluyendo a sus votantes.

Miente descaradamente el ministro de Hacienda al sostener que el gasto social aumenta en estos PGE de 2017, cuando en el Programa de Estabilidad que remite el Gobierno a Bruselas reconoce que su porcentaje en el PIB bajará cada año (del 28,6% en 2014, al 26,9% en 2017 y al 25,5% en 2020, según desvela Joaquín Estefanía). Miente para no reconocer que la ideología neoliberal que caracteriza a la derecha, a la que pertenece este Gobierno conservador, no es partidaria del Estado de Bienestar ni de ninguna política tributaria progresiva (que pague más el que más tiene) ni, desde luego, de que el Estado intervenga para corregir desigualdades sociales o regular la actividad económica en beneficio del interés general de los ciudadanos. De ahí que haga todo lo posible, sin desenmascararse completamente, por reducir progresivamente o suprimir todo gasto social con el pretexto de reducir el déficit o lograr la sostenibilidad de unos servicios públicos cada vez más raquíticos en financiación y prestaciones. Miente e insulta para esconder la verdad de unas políticas claramente injustas y desproporcionadas que castigan a los más indefensos, a los desfavorecidos condenados a no esperar ninguna ayuda del Estado porque ello no es rentable y supone un “gasto” insostenible a las arcas públicas. Y la mejor manera de expresarlo que ha hallado Cristóbal Montoro es la de tildar de “borrachera” ese gasto social que tanto desprecia la derecha, cuando la ebriedad más repugnante es la que nubla a este Gobierno con su sumisión al Capital y su afán por empobrecer a trabajadores y clases medias de este país. Y por su irrefrenable tendencia a la corrupción. Eso sí que es estar ciego con borrachera de campeonato.  

domingo, 7 de mayo de 2017

Día de la madre

Día de la Madre, efeméride comercial donde las haya, para cumplir con ese impulso filiar de expresar a quien lo engendró y le dio vida una gratitud que se sustancia con un frasco de colonia, un pañuelo o un cupón de lotería, como conmina la publicidad. Nada que ver con el invisible lazo sentimental que, todos los días del año, se manifiesta cuando una madre despide o recibe a su hijo entregándole un beso sin recompensa, sin obedecer a ninguna estrategia de márketing y, a veces, con el desagrado de quien esquiva tales muestras de afecto. Madres que no merecen ningún día para sentirse felices de parir hijos como frutos de su voluntad y amor, y no por exigencias de una sociedad mercantilista que acostumbra a sus miembros a obedecer consignas publicitarias. ¿Cómo se comportarán en el futuro esos hijos de vientres de alquiler o gestación subrogada? ¿A qué madre obsequiarán, si acaso, con unas flores? Avanzamos hacia un mundo en el que nuestros sentimientos dependerán de estrategas que valoran cualquier relación humana en función de su rentabilidad. ¡Feliz día!  

sábado, 6 de mayo de 2017

De ferias y libros

Hoy finaliza la feria por antonomasia de Sevilla, la que congrega multitudes de propios y extraños en esa ciudad provisional de toldos bicolores y estructuras metálicas que se levanta expresamente en un descampado del barrio de Los Remedios para que los sevillanos renueven el rito anual de reconocerse como un colectivo feliz y alegre y, de paso, dar la bienvenida a la primavera al son del baile, las palmas, los paseos a caballos, los rebujitos y las atracciones mecánicas. Todo ello constituye la Feria de Abril que esta noche se despide con el estallido de cohetes y artefactos pirotécnicos que iluminan la noche con ráfagas de color, cual deslumbrantes luciérnagas fugaces, y explosiones ruidosas de la pólvora. Se acaba la Feria, donde el consumo de bebidas, comidas y diversión compensan el año a los comerciantes que las ofrecen y viven de ello, y la ciudad se presta a inaugurar ya otra feria mucho más reducida, menos ruidosa y bastante más minoritaria que la de Abril.

Es la Feria del Libro (FLS) que se instala, del 18 al 28 de mayo, en los quioscos que se desparraman sobre la Plaza Nueva de Sevilla, la plaza oficial que sirve de vestíbulo al Ayuntamiento de la ciudad y es, por ello, un rincón privilegiado a la hora de convocar a la ciudadanía. Allí se celebra este año la feria de la Cultura, con mayúscula, la que proporciona el libro y la lectura sin tantas algarabías y exhibiciones clasistas como la de Los Remedios. Todos sus quioscos están abiertos al público en general, sin distinción ni porteros de seguridad, para ofrecer anaqueles abarrotados con libros que alimentan la curiosidad de quien los recorre con la vista en busca de ese título o esa obra que aún no ha adquirido. De la otra feria sales aturdido y cansado, pero esta la abandonas con esa satisfacción inquieta, llena de emoción, por entregarte a las páginas del ejemplar que por fin has encontrado. Nunca te decepciona y siempre te sorprende con un descubrimiento insospechado en forma de libro que tal parece te estaba esperando. Ni que decir tiene que la primera me aburre y me estresa, pero que la segunda me encanta y reconforta mis aficiones. Si hubiera que escoger entre ellas, la del libro sería mi elección. Es cuestión de gustos. ¡Qué le vamos hacer!    

viernes, 5 de mayo de 2017

Trump: 100 días ridículos

Hace poco (el sábado pasado) se cumplió el plazo de 100 días que se suele conceder a todo nuevo mandatario que accede al poder, por lo que ya se puede “catar” lo realizado por Donald Trump, el último presidente de EE UU, y apreciar el “sabor” que nos produce en el paladar de nuestro entendimiento, con el vano propósito de averiguar si nos indigestará o será de provecho el “fruto” de su presidencia, dependiendo del resultado de ese primer bocado, dulce o amargo. Y por lo “catado”, Trump está más verde y amargo que un pepino o una lima. En ese plazo, que él mismo califica como de “estándar estúpido”, sobresale una gestión incongruente, improvisada y errabunda, con medidas que, aparte de intentar cumplir sus promesas temerarias y resaltar su imagen con hechos sorprendentes, tienen como objetivo fundamental caracterizar su presidencia y hacerla distinguible de la de sus predecesores, en especial de la de Barack Obama, al que desprecia sin disimulo. Esa ansiedad que manifiesta por sobresalir y marcar diferencias le empuja a cometer equivocaciones y a no preparar adecuadamente sus iniciativas, por lo que la mayoría de ellas acaban constituyendo un ridículo fracaso. Así, el balance de estos primeros cien días resulta tan ridículo como el mismo personaje que los protagoniza, ya que el nuevo inquilino de la Casa Blanca está comportándose como el presidente más mentiroso, imprevisible, vanidoso, faltón, bocazas, inexperto y fanfarrón que ha tenido nunca Estados Unidos de América. Vamos, lo que se llama un melón incomestible, siguiendo el símil verdulero.

Para empezar, las primeras medidas adoptadas por el magnate inmobiliario contra los inmigrantes procedentes de determinados países musulmanes, firmadas con toda la pompa y boato propios de un monarca coronado más que de un presidente republicano, fueron inmediatamente paralizadas por los tribunales de Justicia. “La primera, en la frente”, según expresión coloquial que señala un mal comienzo. Porque una cosa es predicar en campaña electoral y otra dar trigo desde el sillón presidencial con arreglo a la Constitución. Sus mediáticos y peliculeros vetos migratorios han quedado, de momento, en papel mojado. Y por dos veces. ¿No tiene, acaso, el presidente Trump asesores jurídicos que revisen sus iniciativas antes de hacer el ridículo tan ostensiblemente? Quizá todo sea debido a que sólo se deja aconsejar por su yerno Jared Kushner, su hija Ivanka Trump y su propagandista ultraderechista Steve Bannon, ninguno de los cuales es un reputado experto en leyes o abogado. Y se nota un montón.

Su otra obsesión enfermiza, revertir el seguro médico implementado por Obama, tampoco ha podido materializarse al no disponer del voto mayoritario de su propio partido a la hora de aprobar la medida. Era tan mediocre e inconsistente su propuesta que ni sus propios correligionarios se atrevieron a secundarla, temerosos de perder apoyos en sus respectivas circunscripciones o por considerarla todavía demasiado “intervencionista”. Lo cierto es que, ante la previsible humillación que sufriría su gran proyecto estrella de derogar el Obamacare en el Congreso, el inefable presidente retiró la propuesta, demostrando, una vez más, cuan ridículas son sus iniciativas más señeras, aquellas con las que pasará a la historia de la política chapucera e insustancial.

De igual modo, el muro que prometió construir a lo largo de la frontera con México, para proteger a Estados Unidos de la plaga de inmigrantes ilegales procedentes de aquel país que sólo traen consigo drogas, robos y violaciones, sigue sin ver ni un solo ladrillo ni alambrada de espinos que impermeabilicen todo el pasillo fronterizo, ya que aún no ha conseguido los fondos con que financiarlo. Y eso que en campaña pregonaba, el entonces candidato Trump, que su coste sería endosado al Gobierno mexicano por no impedir eficazmente ese tráfico de personas hacia el poderoso vecino del Norte. Ni México va a pagar un peso ni Washington parece dispuesto a adelantar los dólares necesarios para erigir tamaña monstruosidad inútil, sólo viable en la mente maniática y obsesionada del que piensa que todos los males que sufre su país provienen del exterior, de los “otros”, sean musulmanes o mexicanos, salvo la única excepción de Melania Trump, tercera esposa del 45º presidente, un delicado jarrón sumamente decorativo de origen esloveno, nacionalizada estadounidense hace sólo once años, pero incapaz de pronunciar un discurso sin plagiar párrafos enteros de su antecesora en el cargo de primera dama. Otro ridículo que inspira a los monologuistas latinos y yanquis; con el muro, no sobre la bella exmodelo.

No obstante, otras cuestiones las ejecuta Donald Trump con más acierto aunque siga careciendo de planes alternativos que sustituyan lo derogado y tengan presente el futuro. Así, le ha sido fácil suspender las medidas medioambientales reguladas por la anterior Administración de Obama y autorizar, a renglón seguido, la construcción del controvertido oleoducto Keystone XL, con el que se prevé transportar más de 800.000 barriles diarios de petróleo desde Canadá hasta las refinerías de Texas. Dicho proyecto estaba bloqueado por Obama a causa de su negativo impacto medioambiental. Tales reservas son consideradas simples majaderías por un impulsivo presidente que no se detiene ante nimiedades climáticas. De hecho, el magnate inmobiliario había anulado previamente, al menos, seis órdenes ejecutivas de la era de Obama destinadas a combatir el cambio climático y regular las emisiones de carbono a la atmósfera. Toda prevención por un mundo sostenible es tachado por Trump como patraña que impide el libre desarrollo y la máxima rentabilidad de la industria energética de USA. No en balde él es, ante todo, un empresario acostumbrado a ganar dinero, no a salvar el planeta. Y aunque los ecologistas y las personas preocupadas por el futuro estiman de disparate estas iniciativas contaminantes del millonario transformado en presidente, él está dispuesto a seguir adelante con ellas aunque el chapapote cubra la superficie del río Mississippi. Otra tontería ridícula propia de un ignorante envanecido.   

Y es que Trump cree que gobernar un país es como dirigir una empresa. Busca ganancias a cualquier precio, aunque hipotequen el futuro, bajo el eslogan de “America, lo primero”. Los acuerdos económicos que no supongan ventajas inmediatas para Estados Unidos son vistos como un mal negocio aunque persigan un equilibrio comercial en las relaciones internacionales. Por ello, otra iniciativa ridícula de Donald Trump ha sido la de retirar a su país del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), un tratado que pretendía configurar el mayor bloque económico del mundo y que había sido refrendado por doce países que representan, en su conjunto, el 40 por ciento de la economía mundial y un tercio de todo el flujo comercial internacional. El aislacionismo proteccionista que persigue Trump, sin medidas de reciprocidad, puede resultar beneficioso en el corto plazo al egoísmo que denota el  “América, first”, pero no cabe duda de que será perjudicial a largo plazo, en cuanto el resto del comercio mundial también implante aranceles a sus productos. Es imposible ocultar, una vez más, lo ridículas que resultan las iniciativas de este mandatario sin miras ni ideas propias y que se limita a seguir las consignas que le dictan sus áulicos palmeros ultranacionalistas.

Iniciativas tan trasnochadas y retrógradas como la prohibición decretada de conceder fondos federales a las ONG que secunden o faciliten la práctica del aborto en EE UU, incluyendo la negativa a toda financiación pública de aquellas asociaciones que promuevan su legalización o su consideración como método de planificación familiar. Una hipocresía moral, tejida a medida, en quien está casado por tercera vez, sin importarle la indisolubilidad religiosa del matrimonio tanto como los “derechos” eclesiales del embrión que preconiza su confesión. Impulsar iniciativas de marcado cariz religioso en un país que defiende la libertad de culto es otra de las ridiculeces que caracteriza los primeros cien días del presidente Trump, sin que causen sorpresa. Son propias del personaje.

El amargor de su presidencia ya se detectaba desde el inicio del mandato de Donald Trump, cuando se produjo la dimisión del exgeneral Michael Flynn, recién nombrado asesor de Seguridad Nacional, al conocerse que había mantenido contactos con el embajador ruso en Washington poco antes de la toma en posesión del nuevo Gobierno estadounidense. Esa estrecha conexión con Moscú sigue costándole a Trump verdaderos dolores de cabeza, pues está demostrado que el pirateo moscovita al correo privado de su máxima contrincante durante la campaña electoral, Hillary Clinton, favoreció sobremanera su acceso a la presidencia. Una investigación que todavía está en marcha.

Y para contrarrestar tantos ridículos, el fanfarrón Trump no ha ingeniado otra que desempolvar las ansias imperialistas del poderío militar yanqui para desviar el foco con bombas, lanzadas con impresionante precisión mediáticas y de fuego, sobre Siria y Afganistán. Ninguna ha servido para variar el rumbo de las guerras que se libran en ambos países, pero proporcionan el espectáculo que acapara la atención de los mortales, sobre todo de los que pueden morir bajo sus efectos destructivos o aparecer como aliados ante unas posibles represalias terroristas que luego, como intentó Aznar con los atentados de Atocha, no se pueden ocultar. Bombas que tiran los fanfarrones sin dejar de hacer el ridículo.

En definitiva, los primeros cien días en la Casa Blanca de Donald Trump no pueden ser más bochornosos por el ridículo que ponen de manifiesto. Con todo, la cosa puede ir a peor si sigue con esa dinámica de impulsar iniciativas a golpe de ocurrencias, jaleadas por su equipo familiar y de amigos ricos que lo rodea. La última de ellas, la rebaja de impuestos para las empresas y la reducción de tramos para los trabajadores, supone un ahorro extraordinario para las grandes fortunas y las grandes empresas, como las que representa el propio Trump, quien se niega a revelar su declaración de renta, pero un motivo de alarma para los ingresos del Estado y la consiguiente financiación de los servicios que ha de prestar a los ciudadanos. Sigue la senda de lo denunciado por Karl Polanyi, un autor que seguro no ha leído, de subordinar lo social a lo económico y potenciar lo mercantil. Lo dicho, los primeros cien días de Trump son un puro ridículo, desgraciadamente.

lunes, 1 de mayo de 2017

Día del Trabajo… precario.


Como cada año, hoy se celebra el Día del Trabajo, fecha en la que se festeja un deseo al que renunciamos constantemente, no siendo consecuentes con lo que decimos anhelar. Celebramos la festividad por el trabajo, con manifestaciones y pancartas confeccionadas para los telediarios, y votamos a quienes destruyen empleo, lo abaratan y lo precarizan, prestamos nuestros servicios como trabajadores a quienes no dejan de reducir plantillas y rebajar salarios, y si tenemos oportunidad de actuar como patronos, al contratar alguna limpiadora, por ejemplo, obviamos nuestras exigencias obreras y nos comportamos como esos empresarios que criticamos y que abusan de sus empleados con un salario indigno y unas condiciones, cuanto menos, irregulares. Por eso no sé qué celebramos hoy, si el Día del Trabajo o el Día del Disimulo Obrero. Para lo que sirve este Día, para disfrutar de un corto descanso que ya ha sido descontado de nuestros salarios, mejor sería dedicarlo al Capitalismo sin Máscaras, ese sistema económico que todos abrazamos y del que no queremos desprendernos más que cuando nos deja en la cuneta de los sacrificados por cualesquiera reformas de empleo emprendidas en su nombre. Puestos a celebrar algo, hagámoslo llamándolo por su nombre: Día del Trabajo Precario. Y santas pascuas y feliz consumo.