viernes, 31 de octubre de 2014

La verdadera Marca España

Sin ser en absoluto nacionalista, ni de patrias grandes ni tampoco de chicas, sí me siento orgulloso de la cultura española y profundamente enamorado de un idioma que España ha sabido legar al mundo y con el que tantos países y tantas culturas han podido conformar uno de los pilares fundamentales de la civilización occidental. La historia de la Humanidad no sería la misma, en lo bueno y lo malo, sin la aportación de la cultura española, algunas de cuyas facetas han alcanzado hitos de elevado prestigio y trascendencia hasta formar parte del Patrimonio Universal.

Mucho más que el deporte, el turismo o las grandes empresas o negocios, la Marca España relevante es la que emana de la historia de este país a través de su rico patrimonio monumental, esparcido por todo el mundo hispano (no en balde España es el segundo país del mundo con mayor número de bienes declarados Patrimonio Mundial de la Humanidad por UNESCO), y de una lengua (la segunda más hablada el mundo) que ha dado lugar a obras de una literatura y hasta de una filosofía que son valoradas históricamente, también en la actualidad, como activos imprescindibles del conocimiento humano. Sin caer en el patriotismo de los demagogos, hay que reconocer que el acervo cultural español ha sido factor determinante en la cohesión y la identidad de muchos pueblos y naciones, sobre todo en América, dada la dimensión global de su compleja y variada riqueza.

Por apreciar tan inmenso tesoro cultural y artístico, me duele la ceguera e indiferencia con que se trata la transmisión a nuestros hijos de lo que en verdad nos constituye y caracteriza: esa cultura española que nos identifica con una visión particular del mundo y del lugar que ocupamos en él. Tenemos el deber de preservar esa herencia y la responsabilidad de transmitirla a las generaciones venideras porque gracias a ella somos lo que somos, como determinaba Max Weber. El arte, la arquitectura, la literatura, la música o el pensamiento español, entre otras manifestaciones, son expresiones de una cultura que trasciende nuestras fronteras y atesora figuras como Cervantes, Velázquez, Bécquer, Borges, El Greco, Falla, Ortega y Gasset, Murillo, Zambrano, Unamuno, Tápies, maestro Rodrigo, Machado, Delibes, García Márquez, Ramón Jiménez, Chillida, Sábato, Casals y un largo etcétera. También nos ofrece unos elementos monumentales, de diverso estilo arquitectónico, que nos relatan en piedra y cristal la historia a la que pertenecemos y revelan las preocupaciones de cada época, como la Mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada, la Catedral de Santiago, el Escorial, el Acueducto de Segovia, la Giralda de Sevilla y todo el semillero patrimonial colonial español en América, formado por fortificaciones, iglesias, misiones, catedrales, incluidos antiguos barrios coloniales en Puerto Rico, Guatemala, Nicaragua, etc. Todo ello hace de la cultura española uno de los más fabulosos activos internacionales.

La verdadera Marca España, la que prevalece en el tiempo y nos identifica, es esa cultura, esta lengua y una historia que nos ha ido modelando hasta ser como somos, y no esos productos comerciales que se promocionan con el nombre de “España” para rentabilizar el espectáculo o el entretenimiento en beneficio de empresas privadas e intereses particulares. Justo lo contrario de lo que se hace ahora, que es relegarla al capítulo testimonial en los presupuestos estatales, debería acaparar la mayor de nuestras preocupaciones e inversiones. Además de acudir a encuentros deportivos y celebrar públicamente campeonatos futbolísticos, el presidente del Gobierno debería volcarse en apoyar la cultura española, en la que comete el error de recortar recursos y limitar ayudas. Se trata de un error porque la cultura no puede estar sometida a la hegemonía del mercado, puesto que es memoria del pasado y no mercancía, es la sustancia de nuestro pensamiento y el soporte de la actividad humana en el presente y el futuro. No existe ninguna razón para poner precio a la cultura y justificar de esa manera medidas que la limitan o la niegan a través de una asfixia presupuestaria de la inversión en educación, museos, ciencia e investigación, teatro, industria del libro, la música y el cine, etc.

No es asumible que, en nombre de la sostenibilidad y la rentabilidad, la cultura se vea fuertemente perjudicada por “ajustes” y “reformas” que la denigran y cercenan su desarrollo. Entre otras razones, porque, como inquiere  Nuccio Ordine en un librito reciente, “¿acaso las deudas contraídas con los bancos y las finanzas pueden tener fuerza suficiente para cancelar de un solo plumazo las más importantes deudas que, en el curso de los siglos, hemos contraído con quienes nos han hecho el regalo de un extraordinario patrimonio artístico y literario, musical y filosófico, científico y arquitectónico?

Pero lo más grave de esta situación es que, probablemente, no sean motivos financieros ni de rentabilidad económica los que determinen la sistemática obsesión por impedir el conocimiento y el desarrollo de una cultura tan representativa y significante a nivel mundial. Lo grave y peligroso es que esa actitud por impedir el progreso cultural provenga en realidad del temor que despierta la misma cultura, en la certeza de que su conocimiento y extensión, como todo el saber, constituye en sí mismo un obstáculo a la prevalencia del dinero y el mercado, al posibilitar un pensamiento crítico que podría cuestionar los valores actuales dominantes. Lo grave es que, impidiendo el acceso a la cultura, se está fomentando la alienación y la mansedumbre de los sometidos y castrados culturalmente. Lo inaceptable y denunciable es que, sin esa dimensión cultural, nos están despojando de nuestra identidad social e individual, nos arrebatan la memoria histórica y nos sustraen la potencialidad de forjar un futuro más esperanzador en las condiciones humanas.
 
La verdadera Marca España la constituye esa cultura que ha servido para el progreso y expansión del conocimiento, no sólo de los españoles, sino de toda la Humanidad, de cuyo acervo cultural es parte integrante. Una cultura española que ha servido para conocernos, darnos a conocer y conocer al otro, en un enriquecimiento mutuo, emancipador y pacífico. Por eso me siento orgulloso de la cultura española y enamorado de su lengua

miércoles, 29 de octubre de 2014

Demagogia con la basura


Cuando el diablo se aburre mata moscas con el rabo, y cuando la política carece de iniciativas hace uso de la demagogia. Poco importa que lo que propongan no sirva para nada si consigue algún titular en los medios y tranquiliza a ciertos sectores que demandan alguna acción, aunque sea inútil. Este tipo de iniciativas estériles no es privativo de ninguna ideología determinada, pues partidos de todos los colores, de derechas o izquierdas, suelen mantener actitudes demagógicas cuando no disponen nada que ofrecer y han agotado las ideas.

Ejemplo de ello lo constituye la medida adoptada por el Ayuntamiento de Sevilla, esta misma semana, de multar a los que rebusquen entre la basura. No es algo nuevo. Otro dirigente conservador, el que gobierna la Alcaldía de Málaga, propuso en su día castigar a quienes se excedieran en la ducha. Decía que con dos cubos de agua sería suficiente. Por lo visto, no había otros problemas en los que volcar toda la atención en estas ciudades andaluzas, salvo el consumo de agua doméstica en Málaga y las basuras en Sevilla. La delincuencia, el paro, la circulación, los desahucios, la pobreza, la falta de guarderías, los colegios, las residencias de ancianos, las ayudas a la dependencia, las zonas verdes, los albergues, etc., eran todos asuntos resueltos. Quedaban pendientes las duchas y el gravísimo tema de los mendigos recolectores de desperdicios.

No es algo baladí. La demagogia tiene sus intenciones y a veces consigue sus objetivos. Encarecer el agua doméstica, como se pretendió en Málaga, aparte de satisfacer un afán recaudatorio de la manera más fácil aunque injusta, libraba a los grandes derrochadores de tener que pagar lo que gastan. Las piscinas y la industria, en manos de sectores de población privilegiados, afines al liberalismo económico, se verían beneficiados con la medida.

De igual manera, incrementar las sanciones en las ordenanzas municipales de Sevilla, en un 150 por ciento, para multar a los que rebuscan en las basuras es enviar un mensaje de tranquilidad a aquella clase social, acomodada y afín a la derecha que gobierna el Ayuntamiento hispalense, de erradicar de las calles esa imagen insoportable de la pobreza. No les agrada a los sensibles ojos de los pudientes contemplar gente buscando comida u otros objetos en los contenedores de basura de los barrios elegantes. Fue algo que el insufrible Gil y Gil, corrupto alcalde de Marbella, ya había acometido de manera más drástica: expulsar a los mendigos de la ciudad. En Benidorm aplicaron idéntica ordenanza, prohibiendo la mendicidad.

Esas pretensiones se descubren en la demagógica iniciativa municipal sevillana, ya que  será tarea imposible confiar en disuadir a los mendigos de que dejen de procurarse el sustento con las sobras de la basura para que lo obtengan del aire. Tampoco servirá para recaudar ingresos adicionales vía multas económicas a personas insolventes a las que, como único patrimonio, sólo podrán requisarle el carrito “tuneado” de algún supermercado. Ya se apañarán otro.
 
El Alcalde de Sevilla, cercanas las próximas elecciones municipales, está intentando contentar a su electorado más fiel con acciones tan demagógicas que me temo no surtirán sus frutos. La derecha, incluso la sevillana, es egoísta e insolidaria pero no es tonta. Sin nada que ofrecer en este mandato estéril, más que las lucecitas de Navidad en las calles y plazas del centro de la ciudad, el munícipe sevillano recurre a la demagogia. Una característica común en los políticos sin programas ni proyectos. Por cierto, se llama Juan Ignacio Zoido y pertenece al Partido Popular, para que lo tengan en cuenta

lunes, 27 de octubre de 2014

Tiempos confusos


Vivimos el fin de las certidumbres, de las ideas rotundas que daban explicación a todas las dudas, de las posiciones firmes frente a los retos y obstáculos de la existencia. Se derrumban las convicciones al mismo tiempo que caen los mitos del pedestal intocable al que los habíamos subido. Apenas quedan valores que no se justifiquen por su utilitarismo práctico antes que por inculcar un deber ético en las conductas. Ni siquiera las formaciones que acogían los empeños colectivos por mejorar representan más que su mera supervivencia orgánica, han mutado de instrumentos a fines en si mismos, renunciando a la búsqueda de horizontes de emancipación para los que fueron creados. La anomia emergió temprano como síntoma en una sociedad huérfana de utopías para luego evolucionar en frustración, repudio y desafección ciudadana de la política, los políticos y hasta de la propia democracia. Alcanzamos tal punto de confusión que ya no sabemos cómo recuperar las viejas ilusiones ni para qué adherirse a proyectos que procuren el progreso y el bienestar de todos. Estamos hartos. Y cansados.

Los partidos convencionales se están pudriendo en su propia corrupción y los padres de la patria, los que antaño prometieron libertad y democracia, nos ofrecen hoy el espectáculo indigno de estar infectados de avaricia y mezquindad. Utilizaron las instituciones en beneficio partidista o, lo que es peor, en su lucro personal, sin importarles traicionar la confianza de quienes creyeron sus promesas y refrendaron aquellos programas que prometían cambio, honradez y progreso. Todo fue una gran mentira. Se burlaron del pueblo.

Y enseguida se instalaron en las estructuras del Estado, las transformaron en una intrincada red clientelar, cual tela de araña, que atrapa toda buena intención, todo afán de servicio y toda noble propuesta para que no perjudique intereses creados, vicios y corruptelas. Todo lo pudrieron. Desde la base hasta la cúspide del Estado, todo está corroído por el mal incurable, impune, de los saqueadores del erario público y los detentadores vampíricos de privilegios y prebendas. No hay iniciativa oficial, en todos los niveles de cualquier administración, que no venga contaminada por el virus del amiguismo, del provecho partidista y de la oportunidad de enriquecimiento espurio para alguien o muchos. Ni un paso de peatones se pinta en este país si no genera réditos a sus impulsores, ya sea en la intermediación en la adquisición de la pintura o en la compra de votos de los vecinos que resultarán beneficiados por la medida. Nada se hace por simple obligación de atender una necesidad, resolver un problema, sino por cálculos ajenos a las cuestiones abordadas y las preocupaciones ciudadanas. La opacidad y la desfachatez brillan en los usos y manejos de ayuntamientos, comunidades o gobiernos que, tras el teatro deplorable de unas elecciones, se emplean a lo suyo, exclusivamente a lo suyo, no a lo de todos, relegando compromisos y contratos programáticos con los electores. Van a lo que van, a relacionarse con esa élite social, económica y política .-tres etiquetas para los mismos rostros- que impone sus posiciones de dominio, sus normas y sus chanchullos, con los que se garantizan el control y el poder sempiterno, gobierne quien gobierne. Para ellos, para los pertenecientes a esa élite, no existe la  transparencia ni la regeneración, palabras manoseadas por ilusionistas expertos en el maquiavélico arte de cambiarlo todo para que nada cambie. Nos vuelven a engañar con falsas promesas y nuevos eslóganes electorales.

El desinterés y los desengaños favorecen los populismos de toda condición, de todo signo: de derechas e izquierdas. Surgen oportunamente, como setas en otoño, los salvadores melifluos que barrerán la podredumbre, limpiarán las estructuras, abrirán puertas y ventanas para que todo se airee y desaparezca el olor hediondo de la corrupción y los abusos de una “casta” parasitaria que provoca anemia en lo público y hastío en los ciudadanos. Mientras unos se justifican por las dependencias de la globalización y las herencias recibidas, otros aseguran un nuevo orden, una nueva economía y otras políticas, reproduciendo viejos modos a la hora de conformar la musculatura que necesitarán para tan titánico esfuerzo, para formar los núcleos que dirigirán los nuevos proyectos y determinar quiénes compondrán la foto. Nacen del descontento de la gente, afloran de las muestras de desprecio colectivo hacia los tiranos que consiguieron el voto y se aprovechan del hambre de los que sueñan con justicia, igualdad, prosperidad y libertad. Cabalgan a lomos de los descreídos a través de las nuevas tecnologías y de las técnicas asamblearias, más manipulables que los escrutinios con cartulina a la vieja usanza. Se lo hemos puesto fácil entre unos y otros: unos, por su desfachatez; y otros, por su dejadez.

Con recelos a las ideologías, desconfianzas en las instituciones y los políticos y temores a un porvenir incierto que sólo anuncia regresión, empobrecimiento y abandono de cada cual a su suerte, el color de estos tiempos se vuelve gris, gris de suciedad y confusión, y el que surge de la mezcla del negro del pesimismo más absoluto con el blanco del optimismo más buenintencionado. Y es que ni la economía, subordinada al mercado y no a los ciudadanos, ni la política, secuestrada por profesionales partidistas de la avaricia, ni siquiera la religión, consoladora de los oprimidos que no hallan razón, pueden aportar motivos para la esperanza de una población explotada, desfavorecida y utilizada por todos. Es el tiempo gris de la orfandad de cualquier utopía y de la confusión por la pérdida de las certidumbres.

viernes, 24 de octubre de 2014

Una imagen sin palabras


He aquí una imagen que confirma el eserto de valer más que mil palabras, una imagen candidata a premio de fotoperiodismo y que, en sí misma, constituye un editorial; una imagen que causa vergüenza en las personas sensibles y abochorna a los que luchan contra las desigualdades y las injusticias, aunque la realidad que reproduce desagrade a quienes niegan estos hechos y su frecuencia cotidiana ante nuestras propias narices. Esta es la imagen patética que debería procesionarse por calles y plazas como un vía crucis por los que sufren en carne y vida, y no las que conmueven la piedad por tallas de madera; la imagen que sintetiza toda crítica política y moral, la que muestra la verdadera condición humana, capaz de ignorar en su entretenimiento el dolor del semejante. Esta imagen es el símbolo de unos tiempos que se valen de cercas y alambradas para separar la miseria de la opulencia, la aridez del desierto de los verdes campos regados con el agua que negamos a los sedientos, el tercer y el primer mundo lindando tras unos cardos. Esta es la imagen, en definitiva, que nunca debiera haberse tomado para retratar la indiferencia, la opresión y la inmoralidad en los que se basa nuestro estilo de vida, abotargando nuestras conciencias. Esta imagen es una bofetada a las almas dormidas de quienes la posean.

jueves, 23 de octubre de 2014

El `júbilo´ de Loli


Foto: Loli Martín
Cualquier trabajador, cumplida la edad, desea descansar, disponer de tiempo abundante para estar con su familia y consigo mismo, hacer lo que de verdad apetece y añorar tiempos pretéritos en los que se nublan las penurias y resaltan mitificados las fuerzas e ilusiones de una lejana juventud. A todos, con suerte, nos alcanza la jubilación, tanto mejor si la salud la acompaña y los proyectos se acumulan en el ánimo para el trecho de camino que resta recorrer en la vida.

Hay, empero, quienes se angustian con el forzado retiro en el horizonte vital próximo, quienes desearían continuar una vida laboral activa que ahuyente el fantasma de la “obsolescencia final programada”. Muchos, también, los que forjan una segunda familia en el trabajo porque, al cabo de tantos años de trenzar relaciones, han compartido más tiempo con sus compañeros que con los parientes sanguíneos. En estos casos, la jubilación representa una alegría merecida, pero también la tristeza por el alejamiento.

Estos sentimientos contradictorios han aflorado hoy con motivo de la despedida ofrecida a una compañera que iniciaba su jubilación. Ella temía este momento tanto como lo ansiaba, en una especie de “papilla” emocional difícilmente controlable y sumamente contagiosa. Como a la inmensa mayoría que la ha precedido en el trance, al final se alegrará de ser dueña de su tiempo, de sus actividades y de sus rutinas, volcándose en las nuevas oportunidades que le brindará la existencia. Y aunque sienta, en ocasiones, la nostalgia de los viejos tiempos, siempre podrá recordar los afectos con los que la arroparon unos compañeros que no dudaron en considerarse sus amigos. Porque, a la postre, la mejor jubilación es la que llega colmada de amistad, algo de salud y con ese vértigo frente a las expectativas que nos depara el destino.

Por eso estoy convencido de que este blog seguirá contando con las fotografías con las que Loli Martín, de manera generosa, ilustraba algunas de sus entradas, como la que acompaña a este texto. Porque ella jamás se jubilará de sus aficiones. ¡Suerte compañera!

miércoles, 22 de octubre de 2014

`Cánceres´ del capitalismo


Hay que reconocer que el capitalismo es un sistema económico que tiene sus ventajas, aunque también inconvenientes. Todo depende de cómo se utilice: como finalidad en sí mismo o instrumento para el desarrollo y el progreso de las condiciones de vida de la sociedad en su conjunto. En principio, aunque me muestre crítico con los fundamentalistas del dogma capitalista, no lo rechazo de manera frontal. Tampoco la socialdemocracia –y, si queréis, el comunismo- la acepto de manera global, ya que reúne también inconvenientes y beneficios, dependiendo del grado de intervención del Estado en esferas que llegan afectar a la libertad de los individuos y no sólo al mercado. En este sentido, comparto lo que decía John Maynard Keynes: “Creo que el capitalismo, manejado con inteligencia, puede llegar a ser más eficaz que cualquier otro de los sistemas conocidos hasta ahora para el logro de objetivos económicos”.

Una economía de mercado, bajo los principios del capitalismo, permite la producción de bienes de consumo y una actividad económica que genera riqueza y bienestar a la comunidad, siempre y cuando esté sometida a normas y leyes que regulen su funcionamiento y eviten abusos y desajustes. No hay que olvidar que este orden económico está basado en la propiedad privada de los medios de producción y orientado hacia la obtención de beneficios. Dejado a su arbitrio, esa obtención de beneficios se convertiría en una prioridad por encima de las necesidades de la sociedad en la que impera. De ahí la advertencia de Keynes de manejarlo con “inteligencia”. Por tal razón, el capitalismo, como orden social que también fundamenta, ha de estar subordinado al interés general, a fin de conjurar uno de los peligros ya formulados por Galbraith: “Pobreza pública con riqueza privada”. Y es que el capitalismo, sin regulación, empobrece a la población en beneficio de una minoría privilegiada, en cuyas manos se concentran el capital, los modos de producción, las finanzas y el poder político.

Los fundamentalistas del liberalismo económico a ultranza desdeñan estos temores y las leyes que tratan de corregir aquellos desequilibrios y distorsiones que dan lugar a los abusos, los excesos especulativos y, a la postre. el empobrecimiento de la población, como señalaba Galbraith. Sólo hay que estar atentos a la actualidad española para verificarlo.

Así, de una crisis, entre las muchas que se producen en el capitalismo, surgida por la rapiña en el sistema financiero, estos dogmáticos han endosado los “gastos” de sus desmanes a quienes sufren las consecuencias de la falta de regulación. En una jugada maestra, han logrado transformar sus deudas privadas en deuda pública, obligando a “rescatar” entidades bancarias con dinero de los contribuyentes. No contentos con ello, también han responsabilizado del desaguisado a las víctimas que los padecen, culpabilizándolas de provocar la crisis por “vivir por encima de sus posibilidades”, lo que eximía de toda responsabilidad a esa minoría acaudalada, de la que forman parte los fundamentalistas, que no se siente concernida ni afectada por las medidas de extrema austeridad adoptadas por Gobiernos que claudican a los “chantajes” de un capitalismo envalentonado y sin control, que controla a los gobiernos en vez de ser controlado por estos.  

Quiebran de esta manera uno de los efectos más celebrados del capitalismo, cual es su necesidad de libertad y de un marco legal que garantice su funcionamiento en competencia e igualdad. Tan es así que puede decirse que las democracias “germinan” con más facilidad en aquellas sociedades que promueven el capitalismo como sistema económico, pues sólo estas implantan mecanismos, no sujetos a las veleidades de tiranos o caudillos, que posibilitan la transformación del proletariado en ciudadanos consumidores, a los que se les reconocen derechos y amparos legales. Sin libertad y democracia el capitalismo queda reducido a la autarquía. Y sin regulación tiende hacia la concentración, el monopolio y a los problemas denunciados por Galbraith.

Todas las “bondades” del sistema quedan anuladas en cuanto surgen los desaprensivos dispuestos a saltarse controles, normas y legalidades con tal de transformar un capitalismo de todos en el capitalismo de unos pocos: el suyo, para su exclusivo beneficio. Son los “listillos” que actúan como ladrones, al  practicar “butrones” para acceder por vías espurias a un beneficio desorbitado que los enriquezca de manera rápida, fácil y sin respetar requisitos legales, morales, ni siquiera económicos, en perjuicio del bien común y del erario público.

Ahí se inscriben los que utilizan una posición de dominio para imponer precios y mercancías; los que impiden toda competencia esquivando las leyes `antitrust´ establecidas; los fondos de inversión de imponen los intereses con los que retribuir su financiación de deudas y obligaciones;  los que exigen todas las ayudas a la inversión pero se niegan compartir las ganancias; los que privatizan los beneficios y “nacionalizan” las pérdidas; los que obligan a modificar la legalidad para adecuarla a sus conveniencias mercantiles; los cárteles de cualquier sector; los grandes “economistas” que reclaman austeridad para los demás mientras ellos disfrutan de todos los privilegios “opacos”, sin límites, aún cuando llevan a la ruina sus empresas u obtienen ventajas por su vinculación con la política; los que transitan sin rubor a través de “puertas giratorias” entre lo público y lo privado; los corruptos y comisionistas en cualquier nivel; los detentadores del capital que desprecian la fuerza del trabajo; los estafadores de la buena fe de la gente, a la que engañan con todo tipo de productos “tóxicos”; la élite del desfalco, la especulación y el latrocinio, etc.

Ahora que se conocen tantos casos de abusos y dispendios escandalosos, sería bueno que alguien velara por los damnificados de la avaricia de los poderosos y reclamara e impusiera la racionalidad en un sistema económico que, desde sus inicios, exigía el sometimiento a las necesidades de la sociedad, no haciendo prevalecer la obtención de beneficios a cualquier precio, para conseguir la equidad entre intereses privados y públicos. Y sería bueno y oportuno que el orden se recuperara sin tardanza porque no es admisible que los Rato, Blesa, Acebes, Bárcenas, Urdangarín, Roldán, Conde, Pujol y demás “tiburones” del capitalismo consideren a los ciudadanos como simples mercancías con las que ganar dinero. Ni ellos ni esos `mercados´ sin regulación pueden imponer las condiciones de un sistema escogido para procurar el desarrollo, la prosperidad y el bienestar de la mayor parte de la población en los países que organizan su economía con este sistema. Hay que extirpar estos cánceres del capitalismo porque enferman la convivencia en sociedad y roban la riqueza nacional

lunes, 20 de octubre de 2014

Me reconozco inútil


De pequeño perseguía mariposas en vez de jugar con canicas. No es que no intentara integrarme en los juegos propios de la edad, es que no era hábil en ninguno de ellos, resultando ser un obstáculo más que una ayuda. Tampoco tuve un físico agraciado para los grandes esfuerzos, por lo que las competiciones jamás me atrajeron. En vez del deporte y las carreras, paseaba o montaba en bicicleta en solitario, abstraído con el paisaje o las fantasías.

Siempre fui enamoradizo, pero patoso: no sabía cómo cortejar a una chica. Ni me atrevía a mirarla por timidez, vergüenza y desconfianza. Esperaba que ella sintiera por mí la misma atracción que yo sentía por ella. Confiaba en el amor telepático. Cuando me descubrí adulto, tampoco había decidido lo que en realidad me gustaba, sino que había estudiado lo que permitieron mis propias capacidades intelectuales y las posibilidades e indicaciones de mis padres. De ello me dí cuenta muy tarde, cuando ejercía una profesión que ni me llenaba ni satisfacía, pero me daba de comer. Nunca quise sobresalir ni destacar entre los compañeros y amigos, prefería la compañía de libros y revistas de temática siempre alejada de cualquier beneficio práctico. La lectura más útil que he tenido ha sido la de periódicos: el conocimiento de la actualidad me permitía mantener alguna conversación.

Me aburrían las novelas pero el ensayo me entretenía, incluso cuando costaba comprender lo que leía. Las quimeras –políticas, filosóficas, morales- llenaron mi casa de libros y la vaciaron de vecinos, que no entendían mi aversión al fútbol y a las aglomeraciones. La música, en cambio, me embriagaba, aunque nunca supe cantar. Mis grandes ídolos son o músicos o lunáticos, incomprendidos en su tiempo y reconocidos cuando ya nada les importa ni reporta ninguna ganancia.

Como Baudelaire, desprecio el comercio y desdeño la obsesión por el acaparamiento material. Tiendo hacia lo inútil porque anhelo lo que no se puede comprar: el conocimiento. Y, desde la más absoluta ignorancia, procuro comprender el arte, aún sabiendo lo que opinaba Ionesco: “Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte”. Me reconozco, pues, completamente inútil y sentirme extraño en este tiempo y este mundo. Pero no lo deploro.

viernes, 17 de octubre de 2014

Con voz pero sin voto

Finalmente, como cabía esperar, el presidente de Cataluña, Artur Mas, ha renunciado al referéndum que tenía previsto realizar el próximo 9 de noviembre para que los ciudadanos de aquella comunidad autónoma decidieran si iniciar un proceso de independencia o continuar perteneciendo a España. No lo ha hecho por voluntad propia, sino obligado por la legalidad vigente, que impide a los gobiernos autónomos convocar referendos si el Estado no los autoriza expresamente, delegando las competencias pertinentes. Ante el recurso presentado por el Gobierno central, el Tribunal Constitucional había invalidado cualquier posibilidad de celebrar consultas saltándose la ley y declarado nulos los acuerdos adoptados en Cataluña al respecto. De esta manera, la Generalitat de Cataluña no tuvo más remedio que paralizar la iniciativa, a pesar de que los socios soberanistas del Govern, que aprobaron ese “salto al vacío” en el Parlament, seguían empeñados en mantenerlo, ejerciendo una especie de desobediencia civil, con el propósito de poner al Estado en un brete al enfrentarlo ante una petición que se esperaba mayoritaria del pueblo catalán por la independencia, refrendada en las urnas.

Nos quedamos sin saber el respaldo real que hubiera conseguido ese “pulso” al Estado de parte de la ciudadanía de aquella región, puesto que el número de secesionistas no se puede extrapolar de los votos que consiguen las formaciones soberanistas, ya que no todos los nacionalistas son partidarios de la independencia. Lo que sí es cierto es que, de toda esta confrontación política entre Cataluña y España, el único partido beneficiado al tensar casi hasta la ruptura la ley ha sido Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), el partido independentista que forma parte del Govern, en coalición con el nacionalista Convergéncia i Unió (CiU) de Artur Mas. Mientras este último sufre el desgaste por un proceso “fracasado”, aquel no sólo mantiene sus expectativas electorales, sino que incluso las aumenta hasta el extremo de convertirse en la fuerza política más votada, a tenor de las encuestas, si se celebrasen ahora unas elecciones autonómicas.  

La alternativa que propone el presidente de la Generalitat de celebrar un proceso “participativo” no vinculante y sin garantías legales, materializado gracias a la colaboración de 20.000 voluntarios que suplirían a unos funcionarios que se quieren dejar al margen, no satisface a las formaciones independentistas, en especial a ERC, que valora el momento idóneo para romper la coalición de gobierno. La posibilidad de convocar elecciones anticipadas con carácter plebiscitario parece inmediata, pero requiere que todas las opciones soberanistas presenten conjuntamente un único y mismo candidato, al objeto de poder dar una lectura cuantitativa y cualitativa de la voluntad separatista expresada en las urnas. Pero ERC ya ha condicionado esa posibilidad a la renuncia del “president” a ser el candidato de una lista conjunta que aspire conseguir la mayoría absoluta que haga viable la declaración de un proceso de independencia con el respaldo inequívoco de la población, sin necesidad de ningún referéndum.

No parece que Artur Mas sea tan independentista como para “sacrificarse” en beneficio de ese ideal, sino un “táctico” que ha jugado las cartas soberanistas que la coyuntura le ha facilitado con tal de conservar el Gobierno de Cataluña. Su situación es, pues, sumamente delicada al frente de un Ejecutivo formalmente doblegado por imperativo legal y ser cabeza de un partido muy cuestionado por los escándalos de corrupción que crecen en su seno, como el que ha confesado el líder histórico de la formación, Jordi Pujol, incapaz de dar ninguna explicación convincente de sus delitos fiscales.

Tal vez ese deterioro progresivo del partido que ha acaparado durante casi todo el período democrático el poder en Cataluña, amenazando ya pleno desplome por cansancio, abusos y corruptelas, es lo que ha podido llevar a su líder y presidente de la Generalitat, Artur Mas, a subirse al carro independentista como último “cartucho” para conservar el favor popular, desviar la atención de los problemas que corroen su partido y conservar el Gobierno, aún a costa de formar una coalición con verdaderos independentistas que, a la postre, han recogido todos los beneficios del envite soberanista al Estado.

La segura probabilidad, por no decir certeza, de un fracaso como el obtenido no ha cogido por sorpresa a los impulsores del referéndum, a la hora de diseñar la estrategia. Entre sus cálculos figuraba esta “derrota” anunciada con la ley en la mano y la obstinación del Partido Popular de no explorar vías dialogadas a una posible solución al conflicto planteado por Cataluña. El “enroque” de ambos contendientes, inamovibles en sus posiciones, estaba perfectamente previsto.

Más que celebrar un referéndum, los partidos soberanistas estaban desarrollando una monumental y eficaz campaña de sensibilización de la ciudadanía a favor de sus tesis, consiguiendo arrogarse el papel de “víctimas” frente a un Estado que no atiende reclamaciones democráticas emanadas de la mayor parte de la población. Tras la Diada de 2011, en que cerca de millón y medio de personas se echaron a la calle exigiendo “Catalunya, nuevo estado de Europa”, la orientación de la política catalana estaba perfectamente señalada. O a favor de la independencia o en contra, sin vías intermedias como las seguidas hasta ahora. CiU se subió a ese “carro” con tal de recuperar la confianza de un electorado que lo abandona por ofertas nacionalistas más persuasivas, aunque también más radicales. El precio a pagar ha sido la quiebra de la sociedad catalana, en la que quien no sea independentista es considerado españolista.

Queda por ver qué derroteros toman los próximos acontecimientos, pues la partida no ha acabado. Se abre una nueva fase tal vez más compleja, pero asimismo prevista por los estrategas del “pulso” en su proyecto de construcción nacional. En medio están los ciudadanos, que podrán seguir exigiendo su “derecho a decidir” pero que aún no pueden ejercer. Es decir, dispondrán de voz pero no de voto a la hora de expresar su opinión sobre un conflicto que tiene más alternativas posibles que ese “no” o “sí” excluyentes que le ofrecen unos contendientes que basan su razón en la inmovilidad de sus planteamientos.

Está en juego algo más, con ser mucho, que la relación de Cataluña con respecto de España. Está en juego la configuración territorial del Estado, el modelo autonómico y la quiebra del consenso constitucional y de la arquitectura legal con que nos dotamos para garantizar una convivencia basada en el Estado de Derecho y la Democracia. No parece, pues, un asunto menor que deban “decidir” solamente los catalanes, sino todos los españoles. Y requiere políticos que no se limiten a actuaciones tácticas cortoplacistas, pendientes antes de los réditos electorales que le depararán para su formación que de los deseos reales de los ciudadanos, sino estadistas que siembren las semillas de un futuro de paz, libertad y progreso para el conjunto del país.

Eso es lo que echo de menos en todo este proceso conflictivo de Cataluña, en el que sobran Mas, Junqueras y Rajoy y faltan Suárez, Tarradellas o Azaña para gobernar unos tiempos en que “Cataluña no está en silencio, sino descontenta, impaciente y discorde”.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Muertes con prioridad


España lleva semanas angustiada por la aparición “voluntaria” (por voluntad del Gobierno que lo trajo) de un virus africano que ya ha causado dos muertos y contagiado a una enfermera, ha puesto en alerta a las autoridades sanitarias y proporcionado contenidos a los medios de comunicación, ha obligado a crear apresuradamente una comisión de crisis gubernamental, dirigida por la ubicua vicepresidenta Sáenz de Santamaría, y provocado la angustia en millones de españoles que desconocen todavía si cualquier fiebre es síntoma de padecer el ébola, ahora que llega la gripe del invierno, o si hay que sacrificar a los animales de compañía cuando uno empieza a toser. Esta forma de morir representa una prioridad en nuestras preocupaciones, sobre todo si mata a curas y, indirectamente, perros.

Mientras tanto, un foco de legionella ha matado diez personas en Cataluña, en ese mismo período de tiempo, sin que ninguna comisión haya sido creada para abordar un contagio que se produce recurrentemente, cada vez que alguien prepara una mayonesa sin lavarse las manos o no se hace el mantenimiento adecuado a las torres de refrigeración de un edificio. Los periódicos hablaron al principio de este contagio infeccioso para después olvidarlo, el Gobierno no movió un dedo para llevar, al menos, un autobús “medicalizado” a Barcelona para repatriar los enfermos, ahora que Cataluña pide la independencia, a cualquier hospital improvisado de Madrid y la vicepresidenta no reunió a expertos científicos en gastronomía y aire acondicionado para elaborar un protocolo eficaz, el mejor del mundo, sobre cómo comer fresquito sin riesgo de muerte. Y es que estos muertos no representan ninguna prioridad en nuestras preocupaciones, seguramente porque fallecen quienes confían en los peculiares criterios de higiene y seguridad a que estamos habituados.

Coincidiendo con todo ello, este último fin de semana, tan hispánico en su festividad, las carreteras españolas se han cobrado la vida de nueve personas, que engrosan la lista de 873 fallecidos en accidentes de circulación en lo que va de año, sin que tampoco ninguna alma compungida se sienta impelida a buscar sueros milagrosos que mitiguen esos “puntos negros” de nuestra red vial ni de dotar a los helicópteros de la Guardia Civil de más sistemas de prevención que las famosas cámaras Pegasus, capaces de multar a quien no lleve el mono de aislamiento pertinente, con mascarilla de pintor y guantes de limpiadora. Estos muertos no nos preocupan porque forman parte del paisaje interurbano de la civilización, y si Ana Mato, responsable de Sanidad, no dimite por lo del ébola, tampoco el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, lo va a hacer aunque el número de víctimas mortales bajo su responsabilidad haya sido 500 veces el de la crisis del ébola.

Pero son los dos sacerdotes fallecidos a causa del virus africano, y la auxiliar de enfermería contagiada sin pisar África,  lo que conmueve la “dignidad” del ministro y del Gobierno en pleno para repatriar la infección y traer a España el riesgo, ya confirmado, de una enfermedad mortal y sin cura en la actualidad. Mil muertos al año en las carreteras no motivan a la vicepresidenta convocar otra reunión de crisis ni poner en alerta a la Dirección General de Tráfico, al Ministerio de Fomento y la Asociación de Fabricantes de Automóviles para adoptar cuantas medidas contrarresten la mortandad en los accidentes de circulación. Son muertos que no merecen la prioridad de nuestras preocupaciones, porque la culpabilidad siempre será de los conductores y sus imprudencias, nunca del Estado ni de las negligencias de sus excelentísimas personalidades, muy perturbadas por las necesidades sanitarias de una ciudadanía indefensa y vulnerable frente al virus ébola. De ahí que haya muertos prioritarios y otros que se entierran sin generar la más mínima consideración de nadie, salvo de sus familiares.

Así que, puestos a morir, preferiría que fuera por alguna razón que no obligara a nuestras autoridades a visitarme moribundo en algún hospital, ni aislar a toda mi familia y amigos por estrecharme la mano, ni sacrificar al gato que pasa de mí en mi propia casa, mostrándome su absoluta indiferencia. No me gustaría causar más preocupaciones a un Gobierno que tanto se interesa por mí que me restringe, en vida cuando los necesito, servicios y prestaciones públicas, a pesar de saquearme los bolsillos a base de impuestos y tasas. Permitidme, al menos, morir sin ninguna prioridad, procurando no importar otra infección a nuestro país que pueda matarme con esa prioridad de sus preocupaciones. Os lo suplico como enfermero de hospital y ciudadano de a pie. Ya me cuidaré yo solito.

lunes, 13 de octubre de 2014

Un `puente´ en Medellín


Aprovechar el descanso que brindan los días festivos para estar con la familia y visitar lugares que, a pesar de su belleza, no conocerías jamás porque no están al paso de las principales vías de comunicación, se está convirtiendo es una costumbre rica en experiencias, conocimientos y sentimientos.

Medellín es un pueblito de Badajoz, en la comarca de Vegas Altas, de poco más de dos mil habitantes, que está rodeado por los ríos Guadiana y Ortiga. Se halla a los pies de un cerro donde vigila un hermoso Castillo medieval, con restos de arquitectura califal (arcos de medio punto) y un algibe almohade. De sus torres se domina toda la comarca de unas tierras llanas y fértiles que permiten la principal ocupación de sus pobladores: la agricultura.

Como lugar estratégico de la época romana, Medellín -tan cerca de Mérida- cuenta también con el Puente de Felipe IV, antiguo puente medieval construido sobre los restos de un puente romano de hace más de 2.000 años, de unos 400 metros de longitud y un total de 28 arcos, y un Teatro romano, cuyo yacimiento se ha excavado y puesto en valor con visitas guiadas a visitantes.

Este remoto lugar, quizás por ello tan encantador, fue cuna de Hernán Cortés, conquistador de México, y de otros exploradores que llevaron su nombre a las poblaciones que iban construyendo en América, donde existen otros Medellín en Colombia, México y Argentina. Una estatua de Hernán Cortes preside la plaza principal de este pueblo abrazado por un río y protegido por un castillo en tierras extremeñas.

sábado, 11 de octubre de 2014

De gurús y comentaristas


A menudo nos ofrecen desde los medios (en especial, desde los digitales) lecciones de geoestrategia, política nacional e internacional, historia, economía, filosofía, arte o literatura gente que, antes de profundizar en sus divagaciones, lo primero que hace es perdonarnos la vida por nuestra ignorancia e incultura. Desde las atalayas de su inalcanzable sabiduría, a estos analistas les cuesta trabajo tener que rebajarse en explicar cuestiones, que dominan con absoluta autoridad y conocimiento, a los simples mortales que sólo se enteran de lo que ocurre en el mundo, si acaso, por los periódicos. Suelen iniciar sus disertaciones magistrales con una indisimulada vanidad e incontenible soberbia profesoral por tener que abrirnos los ojos ante una realidad que sólo ellos son capaces de apreciar en su entera complejidad e infinita extensión. Son los nuevos predicadores que, gracias a internet, lanzan al mundo sus invectivas desde las tribunas de las nuevas tecnologías y de un periodismo escaso en colaboradores “altruistas” que se conformen con ver su nombre en el frontispicio de alguna columna de opinión

Estos nuevos gurús suelen ser catastrofistas, adivinan próximas guerras apocalípticas en cada conflicto regional, desentrañan oscuras y enredosas tramas de intriga en cualquier acontecimiento aún sea presuntamente accidental, distinguen con precisión a los amigos de los enemigos y a los “tontos útiles” que caen víctimas de engaños y manipulaciones, y, aunque raramente aciertan en sus predicciones, se permiten adoctrinar con sus juicios y opiniones a quien quiera leerlos con asiduidad. No soportan que les lleven la contraria y su estado de ánimo natural es la ira contenida, que se acompaña de una incontinencia verborreica satisfecha, a falta de un público real al que sermonear, con folios de retórica hostilidad donde vuelcan sus fobias y filias. No tienen empacho en hacer demostración de su profunda sabiduría, sobre todo si, por contraste, sirve para dejar en evidencia la obtusa ceguera de los demás, incapaces de visualizar lo que sólo ellos perciben con nítida claridad y de forma tan precisa. Son radicales en sus manifestaciones, razonamientos y conclusiones, que expresan sin aceptar ningún término medio, porque su pensamiento es dicotómico: blanco o negro, bueno o malo, verdadero o falso, lo que les lleva a erigirse indefectiblemente en portavoces de lo blanco, bueno y verdadero, convencidos siempre de portar la razón.

Por ese motivo, aspiran a ser los faros que iluminan la oscuridad que acecha a una Humanidad confiada e ingenua. Y, cual especialistas, muestran predilección por asuntos específicos, a los que vuelven una y otra vez en sus diatribas pseudopedagógicas de inalcanzable altura intelectual. De esta manera, no dudan en presentarse como doctores en política y geoestrategia en general, hermeneutas de textos literarios que no dejan títere sin cabeza, adalides del judaísmo o del panarabismo, detractores del cambio climático o fanáticos del ecologismo, admiradores de la supremacía occidental o hechizados con la cultura oriental, adoradores del uso de la fuerza o pacifistas acérrimos, negadores del holocausto o deseosos de la venganza sionista, y, en cualquier tema, poseedores de la Verdad y la Razón indubitadas, todo lo cual los predispone a lanzar contra las hordas que escapan a sus simpatías las más terribles advertencias y condenas: serán barridas del planeta el día en que nos dejemos de monsergas humanitarias o morales. Odian la complacencia y la equidistancia. Por ello, desde sus tribunas, más que contra un enemigo declarado, el objetivo de sus proclamas son los “blandos” que no acaban de adoptar las decisiones que ellos propugnan sin contemplaciones y absoluta convicción. Así, a veces, es Putin quien imparte justicia contra los terroristas; otras, es Obama quien por fin promueve una alianza militar contra ellos, en un escenario mundial que ya no es bipolar, pero que se ajusta al esquema dicotómico de estos pensadores voluntarios a quien nadie ha pedido parecer.

Son fáciles de reconocer ya que no se prestan a confusión. Basta mirar la firma y los avales al pie de sus escritos. Cuánto mayores son su catastrofismo y su radicalidad, menor es su preparación académica. Cuánto más dispendiosa sea su colaboración mediática, menor es su credibilidad, independientemente del número de seguidores que consiga atraer. Debajo de sus rúbricas, la mayor parte de las veces bajo seudónimo, no suelen figurar méritos homologados que atestigüen su capacidad, sino los títulos autoadjudicados que consideran suficientes para profesar su magisterio. Son maestros de la autosuficiencia formativa y del academicismo antidisciplinario.

Así se distinguen de los que, profesionalmente, con sus nombres y sus “galones”, ejercen remuneradamente de comentaristas, incluso como trompeteros apocalípticos, en defensa de alguna ideología o un modelo social, económico, religioso o cultural determinado. En apariencia, coinciden cuando procuran la provocación y son exacerbados, pero tienden a ser más concentrados y breves, y, por lo general, exhiben mucho mejor estilo. Sin embargo, ambos -gurús y comentaristas-, persiguen ser guías de masas, aunque los primeros lo sean espontáneamente, sin apenas cualificación y escasa o nula experiencia, y los segundos, por dedicación profesional y como oferta editorial. De ninguno, en todo caso, es conveniente fiarse, a pesar de que quien suscribe pertenezca a alguno de esos ejemplos de columnistas de opinión. A usted le corresponde catalogarlo a la hora de prestarle su confianza como lector.

jueves, 9 de octubre de 2014

Ganemos, podemos...

Podemos, ganemos, etc., son sustantivos formados con modos verbales -presentes de indicativo y subjuntivo, respectivamente- que sirven para denominar determinadas ofertas políticas a ciudadanos desengañados, frustrados y desconfiados con siglas y partidos políticos tradicionales, especialmente con los de la izquierda del espectro ideológico. Son nombres construidos con declinaciones verbales que denotan acción y éxito, expresan capacidad segura para alcanzar el objetivo, y no simples promesas de incierto futuro.

Salvo el nombre y una sorprendente habilidad cibernética, estos movimientos no desvelan un “corpus” doctrinal o programático que clarifique a los interesados sus intenciones, saber a qué se comprometen, más allá de aprovechar la coyuntura que los hace posible y les posibilita el acceso al Estado, sin tener que batirse en debates confrontando proyectos ni demostrar ninguna experiencia previa de gestión política. Aspiran a todo sin arriesgar nada y apenas aportar soluciones.

Estas formaciones, como muchas otras (Equo, Vox, Compromís, Partido X, etc.), utilizan con más o menos fortuna las redes sociales y los medios digitales, fundamentalmente, para darse a conocer entre la población, evitando los instrumentos clásicos (por falta de recursos y para diferenciarse) de hacer proselitismo y difundir sus mensajes, que se basaban en la captación de afiliados y en la difusión del ideario mediante la propaganda. En vez de mítines, convocan círculos o reuniones informales de interesados a través del “boca-oreja” (más bien, “ojos-pantalla”) que brindan las nuevas tecnologías. Y suplen los “aparatos” oficiales de los partidos por estructuras orgánicas abiertas, en principio, al debate democrático y a la participación de todos, al menos hasta que logran representación institucional. Aunque en borradores estatutarios aseguran perseguir “la estructura organizativa más democrática, abierta y plural que ha conocido nuestro país”, no están dispuestos a que la participación de los convocados les modifique sus esquemas iniciales, por lo que advierten durante los procesos fundacionales que cualquier alteración de las propuestas de la cúpula dirigente invalidaría el proyecto. Critican los “aparatos”, pero construyen estructuras jerarquizadas que blindan a los fundadores y los dirigentes que toman las decisiones, investidos de cierto mesianismo arrogante. Dicen promover la participación democrática, pero se valen de veladas amenazas para no admitir desviaciones en sus objetivos, estrategias y formas de organización. Precisamente esa fue la respuesta del líder de Podemos, Pablo Iglesias, en una reciente entrevista en Atenas, cuando advirtió de que, en caso de no triunfar sus tesis, abandonaría una organización que no comparte su idea de partido.

Estos movimientos surgen de la desafección ciudadana, de la contestación a unas políticas que castigan sobretodo a los sectores más desprotegidos de la sociedad, a unas clases medias empobrecidas y unos trabajadores que son vejados, mediante la precarización del trabajo y los salarios, en favor del empresario y el sistema financiero. La corrupción instalada en la administración y en los partidos, las relaciones clientelares entre política y sector privado que posibilitan esas “puertas giratorias” por las que transitan sin disimulo representantes de ambos ámbitos, dando lugar a esos Ere, Gürtel, tarjetas black con las que se aseguran voluntades, `brokers´ que acceden a los Gobiernos, políticos que acaban en los consejos de administración de grandes empresas de un día para otro, los negocios turbios, los dispendios del dinero público, las cuentas en paraíso fiscales, las millonadas que atesoran hasta sindicalistas cuyo sueldo jamás podría justificar, los escándalos que afectan desde la monarquía hasta el último concejal del pueblo más perdido, todo ello provoca esa frustración ciudadana de la que se nutren estas nuevas formaciones y causa el descrédito de la democracia representativa, lo que potencia el atractivo de quienes ofrecen más participación y más democracia como gancho.

Es difícil, sin criterio, sustraerse de eslóganes que nos aseguran que “podemos”, que es imposible que no “ganemos” esta batalla contra una “casta” que ha pervertido la política en beneficio de una élite corrompida y parasitaria del poder, un poder que esas nuevas formaciones convierten en un fin en si mismo, sin explicar qué políticas aplicarían una vez lo conquisten. Nos hacen partícipes de ese sueño izando banderas contra las desigualdades, contra los abusos de la economía, contra la Unión Europea, contra la OTAN, contra la Iglesia, contra los toros, contra el modelo educativo, contra los medios de comunicación, contra los desahucios, contra los políticos y contra todas las injusticias que afloran en épocas de crisis y quiebra social.

Y tienen razón al denunciar tales problemas, porque realmente existen y no se abordan con la suficiente contundencia para erradicarlos o mitigarlos. Son hábiles en manejar el descontento de la gente, hasta el extremo de llegar a “convertir el descontento social en una tendencia electoral”, como reconoce Íñigo Errejón, otro líder de Podemos. Pero no consiguen articular un proyecto coherente de soluciones, de “otra” política que no se limite a iniciativas llenas de bondad, pero desarticuladas, sin un diseño de sociedad y convivencia discutido, confrontado, deliberado y acordado.

Llevan razón cuando cuestionan los males que aquejan a la democracia, pero su ataque a la democracia representativa no ofrece una alternativa viable, sino el populismo y un modelo asambleario que no respeta la pluralidad existente en la sociedad y que ha de  acatar las directrices emanadas de la cúpula dirigente, a la que se subordina toda participación. Despotrican de la democracia representativa cuando es la única que permite garantizar la pluralidad social y política, la que respeta el mantenimiento de la diversidad y la equidad de la vida en común, en colectividad.

No confío en estos partidos cibernéticos, dispuestos a encabezar todas las manifestaciones que produce el desarraigo político, pero que no ofrecen una visión duradera y global, que alcance el futuro, de lo que pretendemos conseguir como individuos de una comunidad diversa y plural, que exige ordenar reivindicaciones contradictorias, priorizar actuaciones controvertidas, distinguir necesidades enfrentadas y gestionar políticamente la diversidad con responsabilidad en función de un modelo social coherente, estable y satisfactorio para la inmensa mayoría de los ciudadanos que así lo han decidido.
 
Dudo de esas organizaciones aparentemente tan abiertas, que se apoyan en una democracia directa y plebiscitaria, pero que no permiten las deliberaciones profundas y no expresan la pluralidad de las opiniones y de respuestas, reduciendo la libertad de matices. Recelo de esos nombres tan expresivos para la acción, pero que ocultan los modelos ideológicos en los que se basan. Es posible que este activismo del descontento atraiga el voto de los desafectos y los abstencionistas, pero no creo que llegue a convencer a quienes suelen ser críticos, a quienes deciden en función del modelo de sociedad en que les gustaría convivir como ciudadanos, y a los que no se dejan llevar por rostros y eslóganes más o menos atractivos. Detrás de un partido político hay un proyecto global para articular la convivencia y la aspiración a implementar un modelo social, económico y político, que puede presentar matices según la coyuntura, pero no grandes desviaciones de su ideario o ideología, y que se mantiene independientemente de líderes, personas y tickets electorales. Los partidos políticos son expresión del derecho de reunión, de la libertad de opinión, de la representación de la pluralidad y la participación en la esfera pública. El principio de representación –y todo lo que conlleva de estructuras de delegación: partidos, políticos, parlamentos, asambleas electivas, etc.- es inherente a la democracia y, como ya se ha dicho, garantiza la pluralidad y las diferentes tendencias existentes en sociedad. Carece, hoy por hoy, de alternativa, aunque puede ser sin duda perfeccionado.

La democracia “digital” que representan estos nuevos movimientos que enarbolan el descontento puede provocar la ilusión de mayor participación y más igualdad, pero consiguen lo contrario: la subordinación a la voluntad de quienes controlan los canales de participación, sin normas, estatutos o reglas, sin controles que contrapesen los poderes, sin garantías que salvaguarden la equidad, la diversidad y la participación efectiva, y una “democracia” que repudia la esencia de la democracia: el acuerdo de la mayoría junto al respeto a las minorías. La democracia representativa queda sustituida por la democracia cibernética en la que decide uno sólo: la cúpula dirigente. Y esa cúpula es la que “puede” y “gana”, aunque pluralice los términos para camuflar sus intenciones.

martes, 7 de octubre de 2014

Un riesgo anunciado


Lo grave de que en España se dé el primer, hasta la fecha, contagio por virus ébola que se produce fuera de África, y el segundo que se diagnostica en el exterior de ese continente, es la arbitrariedad con la que el Gobierno y las autoridades sanitarias han actuado frente a una epidemia que –repitámoslo hasta la saciedad- carece de cura en la actualidad. Una arbitrariedad mantenida en el tiempo y durante todas las decisiones con las que se ha afrontado el asunto: desde la primera decisión política de evacuar a nuestro país los sacerdotes contagiados en Sierra Leona, acondicionar un hospital a toda prisa con sistemas de aislamiento y tener que dotarlo con personal trasladado de otro centro, hasta confiar en conocimientos preliminares de los que se deduce que la enfermedad se transmite sólo a través del contacto directo y las secreciones del paciente. Todas ellas son iniciativas apresuradas y, lo que es peor, sumamente imprudentes que se adoptan, no por una preocupación o necesidad sanitaria, sino por meros cálculos partidistas y electoralistas.

Como consecuencia de todo ello, ya tenemos la infección del ébola en España, como habían advertido todas las instancias que han expresado su opinión en este asunto, incluida la de este blog, por lo que resta esperar que la alerta epidemiológica pueda controlar y erradicar el foco contagioso detectado en Madrid, no limitándose a culpabilizar a quien no es sino víctima de una cadena de negligencias políticas y sanitarias. Alguien debería responder ante los ciudadanos por esta arbitrariedad irresponsable, alguien, desde la ministra Mato hasta el director del Carlos III, debería presentar la dimisión por su absoluta incompetencia, al exponer a la población española al gravísimo riesgo de infección de una enfermedad mortal y sin cura, de manera tan gratuita y peligrosa. Sería lo que cabría esperar de personas con dignidad profesional, y personal, ante el cúmulo de errores cometidos y que pueden acarrear la muerte a un número indeterminado de inocentes ciudadanos. Era un riesgo anunciado.

lunes, 6 de octubre de 2014

El `derecho a decidir´ de Hong Kong


Hong Kong es una parte autónoma de China, otrora colonia británica y paraíso capitalista, que no quiere ser totalmente china. Quiere mantener su estatus de territorio administrativo que se autogestiona, seleccionando democráticamente a los candidatos a jefe del Ejecutivo local, función que ejerce un comité formado por 1.200 personas, en su mayoría magnates empresariales y partidarios del régimen comunista continental. Los jóvenes con estudios y posibilidades no quieren ser pobres ni comunistas, y se rebelan. Persiguen continuar disfrutando del modelo de libre mercado y las costumbres occidentales, incluida la democracia formal, para seguir constituyendo una excepción que indefectiblemente el régimen del gigante asiático acabará integrando y homologando a lo que es la realidad de China: un régimen comunista con democracia dirigida y tutelada por un Partido omnímodo, y donde los contrarios al régimen y a su plutocracia son apartados, si no eliminados, sin contemplaciones. De momento, se mantiene el pulso en Hong Kong de manera pacífica y educada, pero el recuerdo de Tiananmén está presente en las cabezas de todos.

Hong Kong no es sólo una ciudad, sino una comunidad con más de siete millones de habitantes que pasó de ser colonia británica a región autónoma china, en virtud de una cesión de soberanía regida por un acuerdo de integración firmado en 1984. Colectivos estudiantiles, en su mayor parte, y de las clases medias emprenden como forma de protesta la ocupación de plazas y edificios públicos, organizándose en grupos de desobediencia civil conocidos como Occupy Central, imitación del 15-M español, para exigir que los candidatos al puesto de jefe del Ejecutivo local sean seleccionados por votación popular, pues no se fían de los que designa un comité en el que abundan los miembros proclives a China. También piden la dimisión del actual jefe del Ejecutivo, Leung Chun-Ying, al que consideran demasiado “fiel” a Pekin. Otros sectores sociales, en cambio, entre los que se hallan los adinerados y los trabajadores, se mantienen reacios a las manifestaciones y se muestran partidarios del mantenimiento del orden establecido, controlado por la República Popular, en el que encuentran oportunidades de prosperar o, al menos, conservar sus conquistas.

Se trata de un fenómeno peculiar, pues nadie discute el sistema ni presenta una alternativa al mismo, sino que se manifiesta por una cuestión menor, como es el procedimiento electoral local para sustituirlo por votación popular, cuando las autoridades chinas siempre podrían controlar esa nueva forma de elección de candidatos con la exigencia de avales o el respaldo expreso de un número determinado de ciudadanos, mediante la financiación de campañas publicitarias en un país en que Internet y las redes sociales están fuertemente vigiladas y hasta censuradas, o consiguiendo el apoyo de esa mayoría social que pondera el mantenimiento del status quo. Es peculiar, en fin, en tanto en cuanto no dispone de un sólido fundamento político que persiga transformaciones más profundas y generales en la sociedad de Hong Kong, y se conforma con reivindicaciones de índole puntual y procedimentales.

Esta peculiaridad determinará que, mientras los estudiantes se limiten a reclamar el “derecho a decidir” candidatos, sin importarles las enormes desigualdades existentes en la sociedad hongkonesa, en la que un 18 por ciento de la población sobrevive en la pobreza a la sombra de rascacielos de opulencia, el recorrido de las manifestaciones será corto, por mucha atracción que generen en los medios de comunicación de todo el mundo, y se agotará por cansancio, a menos que China pierda la paciencia. Y, por ahora, parece que el recuerdo de la masacre de la plaza de Tiananmén, de junio de 1989, que se saldó con centenares de muertos y miles de manifestantes encarcelados, tras ser desalojados por tanques militares, está en la mente de todos: en la de los que protestan como en la de los que deben reprimir las alteraciones del orden público. Ambos bandos se comportan  muy civilizadamente mientras se dedican a rociar con gases lacrimógenos los paraguas de los acampados, como si jugaran a las rebeliones de la señorita Pepis, al menos hasta hoy, lunes, plazo que ha dado el jefe del Ejecutivo para que todo vuelva a la normalidad, antes de emprender “todas las medidas necesarias para restablecer el orden social”. ¿Seguirán teniendo presente Tiananmén en esta otoñal revolución hongkonesa?

viernes, 3 de octubre de 2014

Pórtico de octubre


Como un pórtico a la entrada del camino que se adentra hacia la espesura brumosa en la que reina el invierno, octubre se yergue en el calendario, custodiando unos días menguantes hasta que, a final de mes, la tenue luz que los ilumina sea mortalmente mitigada por el cambio horario. El camino se interna entre los prolegómenos de la próxima agonía del año, que el otoño vela con su luto ocre y triste instalado en las hojas de los árboles y en el aliento húmedo del aire. Un eco vuela por encima de los matorrales que lo bordean con el llanto de los venados que gimen desde laderas recónditas de los montes, berreando amoríos clandestinos, mientras en los recodos más umbríos del suelo emergen misteriosas protuberancias que parecen guarecerse del rocío con sus paraguas carnosos. Las noches encierran una oscuridad prolongada, plagada de ojos cautelosos que escrutan las sombras y alimentan los miedos de los que duermen mortificados por las pesadillas. No obstante, octubre abriga esperanza, porque en él se aceleran los cambios con los que la naturaleza incuba las simientes de aquella primavera que derrotará al invierno al final del camino.