¿Estamos convencidos de saber lo que pasa? ¿Tenemos capacidad para conocer lo que sucede a nuestro alrededor? ¿O vivimos bajo la ilusión de una realidad presentada de forma que podamos entenderla? Hacerse estas preguntas es empezar a dudar de cuánto damos por cierto en el mundo de la información.
Los medios de comunicación son, para la inmensa mayoría de la población, la única fuente de conocimiento. Tan exclusiva es la vía y llega a tanta gente, que se denominan medios de comunicación de masas, multitud de personas que accede a una realidad narrada, contada por unos medios que “elaboran” la realidad para que sea asimilable. No se trata de una precisión lingüística: elaborar es como cocinar un alimento, del mismo modo que los hechos se presentan de tal manera que podamos entenderlos. Así es como podemos conocer la realidad.
Sin embargo, la realidad que nos reflejan los medios es una realidad fraccionada, inevitablemente parcial. De toda la información que reciben, seleccionan la que consideran de “interés” a sus lectores y a su línea editorial. No tienen espacio ni tiempo para abarcar la totalidad de lo que sucede. Por ello, incluso sin voluntad de tergiversar, nos predisponen a interesarnos sólo por algunas cosas concretas. Es por eso que muchos consideran que los medios no obligan qué pensar, pero sí sobre lo que debemos hacerlo.
Ese “poder” de los medios para mostrarnos una porción de lo que ocurre los convierte en “autentificadores” de la realidad. No es una facultad pequeña porque todo lo que los medios no recojan, no existe. Conocemos y damos importancia a lo que los medios nos muestran y según la amplitud con que nos lo presentan. Pero ello siempre será una información parcial, simplificada y, en algunos casos, espectacularizada. Es decir, no sólo construyen una agenda de lo que debe interesarnos, sino que además la “adornan” con elementos que la hagan atractiva y fácil de consumir. Están obligados a ello para destacar en un mercado en el que compiten con otros medios.
Sin ánimo de manipular, los medios están supeditados a factores que mediatizan la información. La mayoría de las agencias de noticias son norteamericanas y europeas, y facilitan una visión del mundo desde cánones occidentales. Contribuyen a consolidar un modo de vida, una cultura y unos determinados valores que, en cualquier caso, no son universales. Los medios forman parte del sistema.
Si añadimos a todo eso que los medios, además, están influidos por presiones políticas, económicas, publicitarias, accionariales, religiosas y sociales que, sin llegar a la censura, condicionan lo que se publica, ¿de qué modo podemos estar convencidos de conocer la realidad?
Pues sabiendo que lo que recibimos es una parte minúscula de lo que sucede y que la interpretación de lo que nos cuentan está sujeta a la subjetividad del narrador. Esas “verdades” parciales se completan conociendo todas las versiones posibles (no hay que ser usuario de un único medio) y, desde luego, decantándonos por otras vías, además de los medios, a la hora de conseguir un conocimiento más profundo de cuánto nos rodea. Aún así, la realidad no deja de ser la parte de lo real que podemos aprehender con nuestra inteligencia. Es decir, la duda que albergamos sobre el conocimiento del mundo nunca se disipará, pero alimentará nuestro afán por seguir investigando.
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