A veces se despertaba con una angustia atenazada en el pecho que le hacía sentir los golpes furiosos de su corazón. Los latidos retumbaban en sus oídos como piedras que se estrellaban en un pozo muy lejano. Aunque intentaba no seguirlo, aquel ritmo parecía aumentar conforme crecía su nerviosismo. Un temor que lo desvelaba si por un instante las palpitaciones dejaban de mortificarlo. Era cuando creía morir, aunque siguiera vivo para volver a refugiarse en su angustia. Entonces conciliaba el sueño hasta que nuevamente su corazón lo despertaba con los tambores mudos de la noche.
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