lunes, 22 de noviembre de 2010

Déficit democrático

Vivimos en sociedades cada día más “ligeras”. Todo es light, desde una bebida refrescante a la religión, pasando por la política y cualquier pensamiento que aspire a una cosmovisión. Reducimos a simpleza cualquier complejidad y tratamos como banal los asuntos más enjundiosos, de forma que todo sea asimilable sin esfuerzo y sin apenas prestar atención. De ahí que optemos por creencias “a la carta”, que nos sirven para justificar comportamientos sin atender a normas que consideramos que no nos conciernen. Así somos católicos sin ir a misa, votamos a la derecha defendiendo el aborto o el matrimonio gay y apelamos a lo público aún cuando llevamos nuestros hijos a colegios privados y aceptamos una economía liberal de mercado.

Renunciamos a ideologías que propugnen modelos de organización colectiva o busquen una explicación del mundo. Nos hemos convertido en consumidores, no sólo de bienes y servicios, sino también de ideas. Nos ocupamos exclusivamente de lo propio, sin importarnos lo común. Incluso cuando asistimos a manifestaciones, lo hacemos movidos por fragmentados intereses particulares que no conducen a ninguna meta colectiva. Se produce lo que Tony Judt define como “déficit democrático”: el desinterés que los ciudadanos muestran acerca de lo público y la política.

La poca valoración de los bienes públicos, la tendencia hacia la privatización de los espacios, recursos y servicios públicos y la resignación por la inclinación de los jóvenes a desentenderse de todo lo que consideran ajeno, lleva consigo una disminución constante de la participación cívica en la toma de decisiones públicas. Esa indiferencia contribuye a una falta de control del gobierno para actuar con honestidad, generando excesos autoritarios, puesto que si no nos molestamos en expresar nuestra opinión, no deberá sorprendernos tampoco que nadie nos escuche.

Emerge entonces una cada vez más voluminosa abstención reacia a acudir a las urnas, que desprecia a las personas y no respeta a las instituciones que todos nos hemos dotado para resolver las necesidades comunes. Una abstención que deja en manos de una minoría la adopción de acuerdos trascendentales, como la forma de gobierno que deseamos, y posibilita la fácil orientación de su apoyo a los dictados de un poder que se beneficia de la anomia social. La propaganda y el marketing electoral nos convierten en consumidores, no sólo en cuestiones económicas, sino también políticas, de lo que es fiel reflejo el grado de abstención, índice de nuestro déficit democrático.

Luego nos lamentamos del deterioro y buscamos culpables sobre los que descargar nuestra ira sin percibir que hemos sido responsables, en gran medida, de aquello que los cínicos describen como "tienen lo que merecen".

"Algo va mal", Tony Judt. Taurus editorial.

1 comentario:

F. Invernoz dijo...

La superficialidad de lo "light", de lo inconsistente constituye el bombardeo permanente en la televisión, donde se proclaman los héroes; en los periódicos y revistas, donde se entronan a los famosos. ¿Qué podemos esperar, más que pobreza cultural?. Pan y circo, fútbol todos los días, en algunos casos de pago. Se tiene lo que se merece, pero la culpa no la suele tener el cerdo sino el que le da de comer.