La crisis financiera de 2008 está sacudiendo las economías de los países y los valores de los ciudadanos. Parece que todo se esfuma, como el trabajo, por causas que nadie todavía ha acertado a explicar en detalle y comprensiblemente. El rechazo del Estado en pro del mercado de las últimas décadas no es cuestionado por ningún responsable político ni por los propios perjudicados de una sociedad dirigida exclusivamente con parámetros mercantiles. “¿Qué habría que hacer para aliviar el sufrimiento y las injusticias que padecen las masas urbanas trabajadoras y cómo se podía convencer a la élite gobernante de la necesidad de un cambio?” Este es el desafío que plantea la vuelta a una “cuestión social” que responda, sobre todo, al peligro de descomposición de la ilusión colectiva en nuestras capacidades como agentes de nuestro propio porvenir. Pero, aún más necesario, se necesita de una ética que impregne a la toma de decisiones y al debate público de una finalidad y un sentido que trascienda. Es decir, se han de procurar objetivos determinados por sus fines, no por los medios, para convencernos de que la dirección que emprendemos es acertada. Lo importante no es que tengan posibilidades de alcanzarse, sino de que creamos en ellos, que nos insuflen motivos para luchar y superar los obstáculos, nos obliguen a colaborar conjuntamente en su consecución y nos predispongan a porfiar por coronarlos.
Poseemos intuición moral y, como hijos de los griegos, podemos distinguir la diferencia entre derecho y justicia. Reconocemos que será legal, pero no es justo que los propios bancos que han provocado una crisis sean ahora los beneficiarios de las ayudas que el Estado ha de brindarles para no verse cuestionado por su voracidad financiera. Tendrán derecho, pero no es ético que empresas socorridas con fondos públicos repartan dividendos entre sus accionistas. Tales mecanismos “contables” podrán ser consecuentes de una lógica mercantilista, pero habrán de ser recordados a la hora de redefinir nuestro rumbo, para evitar cometer los mismos errores. La historia se escribe desde lo ya hecho, desde la herencia del pasado. Hemos vivido un largo periodo de estabilidad, adormecidos en la ilusión de un progreso indefinido, que ya ha pasado. Ahora hemos de corregir las circunstancias adversas, señalando nuevas metas que nos auguren un mañana mejor. Y ese futuro hay que construirlo desde lo que tenemos, porque, como decían los romanos, estamos arraigados en la historia. Edmund Burke escribió que la sociedad es “una comunidad no sólo de los vivos, sino que también forman parte de ella los muertos y los que aún no han nacido”. Debemos a nuestros hijos un mundo mejor que el que hemos heredado, pero también se lo debemos a quienes nos precedieron. Hemos de volver a plantearnos una “cuestión social” no mediatizada exclusivamente por la “rentabilidad” economicista.”Como ciudadanos de una sociedad libre, tenemos el deber de mirar críticamente a nuestro mundo”. No caer en el pesimismo, sino actuar. Es el mensaje que trascribo de Tony Judt.
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