El país se tiñó ayer noche de azul, azul de banderas agitadas en la calle, azul de mapas conquistados y coloreados, azul de cielos de gaviotas blancas, azul de venas de princesas pálidas, azul de tintas en los periódicos, azul de voces en los comentarios, azul de ojos contentos y azul de silencio en los daltónicos, azul de canción triste y azul de pena contenida. Un mar infinito de azul cubría donde quieras que posaras la vista hasta confundirse en el horizonte con una bóveda también azul.
Una extenuación monocrómica que incluso impregnó el vuelo acompasado de una falda al andar, las delicadas formas de una figura que abanica el aire con el compás de sus pasos y la subyugante sensación de que hasta el placer expelía un aroma azul, quizás el único resquicio donde este color podía tolerarse sin pensar en la aniquilación del arcoiris que embellecía el paisaje.
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