jueves, 5 de agosto de 2010

El cantarín

Siempre cantaba. Se sabía todas las canciones de moda y las memorizaba sin dificultad. Se reconocía alegre y dispuesto a saludar cada día con alguna canción que surgiera de su corazón. Y de hecho es lo que hacía diariamente al levantarse. Con sólo poner los pies en el suelo, entonaba mentalmente la primera canción que le viniera a la memoria y recorría los pasillos con ella en la cabeza. Muchas veces hasta después del mediodía, cuando los compañeros lo dejaban solo, no surgía una nueva canción que sustituyera a la interminable melodía con la que se había levantado. Incluso al acostarse, por muy cansado que se encontrara, tenía que seguir tarareando para sus adentros alguna cancioncilla que atrajera al sueño, si no, no podía dormir. Su mundo era un mundo plagado de música que sólo él podía escuchar. Por muy alto que cantase, nadie le oía. Aunque era mudo, la música deleitaba su soledad. Era lo único que le hacía feliz.

No hay comentarios: