martes, 24 de agosto de 2010

En libertad administrada

La libertad, como condición sacrosanta del periodismo, está siendo cuestionada no sólo desde ámbitos endogámicos de la profesión (y empresas periodísticas), sino también desde esferas exteriores en la sociedad a la que se dice servir. Es evidente que, tanto en el interior de las empresas como en la sociedad, existen infinidad de intereses que desconfían de esa libertad para informar o informarse y que en no pocas ocasiones entran en colisión, provocando un efecto inmediato: zancadillas a la libertad.

Sabemos que no existe periodismo sin libertad de información ni información sin libertad periodística. Pero nadie discute el concepto de información que se dirime en esta ecuación, como si todo lo que se divulga en un medio de comunicación fuera información de interés relevante. Es indudable que la sociedad tiene derecho a saber, pero a saber ¿qué? Aquí es donde empiezan a aparecer los intereses enfrentados.

Descubrir y publicar lo que está oculto es un viejo precepto que sigue el periodista. Pero no todo lo oculto es publicable ni es noticia. También forma parte de la honestidad periodística la manera de obtener la información y el uso que se hace de ella. Es cierto que para respetar todo ello el periodismo se dota de unas exigencias que obligan al cumplimiento de una rigurosa diligencia profesional a la hora de recabar datos por procedimientos francos y legales y para verificar y comprobar toda la información obtenida. Aún así, pueden darse casos en que se publiquen noticias no contrastadas e informaciones de origen poco claro.

Si el que genera la información es reacio a compartirla y quien la difunde la subordina a intereses particulares o colectivos, ¿dónde queda la libertad de información? Queda, simplemente, en un régimen de libertad administrada, una libertad que depende de las presiones de unos y otros en función de los objetivos perseguidos respectivamente. Es de tal magnitud la maraña de intereses en juego que la libertad sacrosanta a la información queda circunscrita a la que permiten unos y otros, cuyas intenciones pueden estar muy alejadas de lo que se entiende por libertad de información. Dado que la información que emerge a la opinión pública está tamizada por los sujetos que ejercen esas presiones, podemos considerar que disfrutamos no de libertad de información, sino de libertad administrada de información. Algo es algo.

2 comentarios:

Gregorio Verdugo dijo...

Es cierto, pero el sueño sigue siendo factible. Es posible un periodismo de calidad, con otra agenda ajena a esa pléyade de intereses. Pero son los lectores los primeros que han de exigir su implantación y apoyar su desarrollo cuando se produzca.

Daniel Guerrero Bonet dijo...

El periodismo de calidad es una utopía todavía pendiente. La del lector que discrimine gato de liebre, es otra. Ambas forman parte del sueño que perseguimos, amigo Gregorio.