El mercado, ese mosntruo que ahora nos devora inmisericordemente, lo quiere todo. Antes se conformaba con la parte sustancial del beneficio, pero desde que perdimos las referencias de cualquier alternativa, desde el derrumbe del espejismo que nos ofrecía el comunismo, el mercado no admite más máscara que la de su verdadera faz, quitándose la careta del rostro humano con que la socialdemocracia intentaba cubrirlo. Impaciente, el mostruo se despoja de ella ante el colapso de esa socialdemocracia a la que los hijos de sus beneficiarios han dado la espalda, incapaces de reconocer su viabilidad cuando el mercado impone sus reglas. Con el muro de Berlín también cayeron las utopías que nos predisponían a construir un futuro mejor, pero el pensamineto único que el neoliberalismo triufante, desde Reagan y Thacher, hasta Merkel y Sarkozy, ha anulado cualquier voluntad de resistencia, instalándonos en un conformismo suicida que no discute la hegemonía del mercado, que ha acabado convirtiéndose en un mostruo globalizado que domina el mundo. Ello ha llevado al agotamientro de una socialdemocracia que no encuentra nuevos horizontes que ofrecer ni valores que ilusionen a unas multitudes sumidas en la vacuidad de unas existencias atrapadas en la anomia.
Ver: El colapso de la socialdemocracia.
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