El periodismo se rige por unas normas que procuran la honestidad con el lector para ganarse su confianza. No se trata de contar aquello de lo que se es testigo o la opinión que a uno le merece cualquier suceso, como se hace abundantemente en los blogs que inundan Internet. Periodismo es algo más: es guiarse por una ética que implica estar seguro de lo que se difunde, acudir a fuentes solventes que confirman o desmienten los hechos, renunciar al rumor y la mentira, citar a personas con su previa conformidad y mantener la independencia de criterio ante cualquier intento de presión o influencia.
Ser periodista es tan noble como cualquier profesión que se ejerza desde el compromiso personal con el deber, el deber con la verdad y la razón, únicas muletas en las que debe apoyarse cualquier trabajo. Servir de vocero a la gente requiere la transparencia del espejo que refleja a esa gente curiosa su imagen y las circunstancias que les condicionan, personas que procuran conocer lo que a todos nos afecta, sin deformaciones ni prejuicios intencionados, aunque sea imposible la verdad aséptica y simple.
Por ello existen unas normas y códigos deontológicos que muchos respetan: los honestos consigo mismos y con su profesión. No pueden evitar el error, pero lo reconocen y muestran su humildad en las disculpas que nadie les exige, lo que aumenta su prestigio y lealtad con quienes les siguen en cualquier medio de comunicación.
Ser periodista no es simplemente escribir lo que pasa en nuestro entorno, como haría cualquiera, sino responder a ese imperativo de rastrear las causas que explican los hechos para que todos conozcan el porqué de las cosas. Son atributos de los que aún carece el periodismo ciudadano, ese que abunda en los blogs, donde la libertad se confunde con la irresponsabilidad y la vanidad repele a la información.
Ver: Periodismo ciudadano
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