viernes, 24 de diciembre de 2010

24 de dciembre

Hoy es un día en que la rutina ha sido arrinconada por la inseguridad. Lo de menos es que sea Nochebuena, tan insustancial en comparación con lo que me llena de preocupaciones. La segunda de mis hijas ingresará en una clínica para inducirle el parto. Soy sanitario pero no galeno y toda la familia me interroga como si fuera experto en todas las especialidades médicas. Desconocen que en estos trances preferiría tener la osadía y la ceguera de los ignorantes, que confían en quienes depositan su confianza. Yo sólo soy experto en temores y desconfianzas, prevenido de toda complicación que siempre puede tener lugar. Por eso la ropa no me llega al cuerpo cuando una hija mía va a participar en el engranaje impredecible de los acontecimientos que sacudirán su vida, para lo bueno o lo malo. Confío, como todos, en que el parto se produzca sin contratiempos, a pesar de ser inducido por consideraciones del ginecólogo, que así lo estima necesario. Son esas consideraciones las que me ponen en estado de alerta porque ignoro las causas que llevan a acelerar un proceso natural ya de por sí angustioso. Algo incuestionable si lo padeciera un extraño, pero en la mirada inquieta de mi hija, que busca apoyo en la mía para hallar alguna seguridad, me produce pánico. Mi hija espera a una niña que podría ser la mejor ofrenda de esta Navidad. Es lo que aguardamos todos, aunque a mí me parezca que fue ayer cuando ella era sólo eso: una niña.

1 comentario:

J.P.B. dijo...

Espero y deseo que todo vaya muy bien. Esa niña tiene mucha suerte de tener un abuelo como tú. Felicidades por anticipado.